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CAPITULO 21 - Cómo de lo dicho en
los capítulos atrás se colige ser dificultoso conocer una vida extraordinaria,
y algunas otras causas por qué Dios la scurece. Y cómo el hombre noa se
debe determinar sin particular sciencia y espíritu que para ello tenga a sentenciar
las tales almas
1. Quien
con atención leyere todos los capítulos pasados no será necesario decirle ahora
de nuevo que es dificultoso juzgar la verdad de un spíritu y que es menester
mucho para sentenciarlo y darlo por no bueno. Porque, si el conocimiento
extraordinario y sobrenatural que tiene y posee en su perfección de vida por
tantas partes es dificultoso -como queda dicho-, y esto en bien y provecho de
la misma personab, de suerte que son millares de cosas las que lo
vuelven y hacen inciertoc y causad de temer por una y otra
parte a la misma persona que lo tiene, ¿cómo podrá juzgar de estos colores
quien estuviere ciego en cosas tocantes a esta materia y lejos de esa propia
vida?
2. Si
el hombre, a quien Dios hizo esta merced de darle esta vida extraordinaria
(porque así convino a su altíssima sabiduría), la tapó y encubrió como thesoro
scondido y como rosa entre millares de espinas, ya tapándola y dissimulándola
entre las faltas y defectos de la naturaleza, los cuales a la gente común hace
disgregar pareciéndoles es Dios obligado a andar al uso del mundo, que sólo
pone los ojos en los bien entallados, discretose, prudentes y bien
nacidos, bien se debe temer el juzgar por esta parte. Si otras vecesf
tapa Dios esta vida permitiendo algunas culpas -porque así conviene para más
humillar a quien la posee-, cosas bien contrarias a la vida extraordinaria y
poco conocido este modo de los scrupulosos y de los que poco saben de la
infinita misericordia y sabiduría de Dios; si es verdad que otras veces se
escurece la perfección
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de esta vida con otros defectos propios [64r]
particulares, que Dios dejó en la persona por acabar de vencer por enemigos y
zorrillas que la ejercitasen en la paciencia y tuviesen en vela para que no se
descuidaseg, como son: muy flemático, algo colérico, poco sufrido,
triste o melancólico, algo singular, los cuales defectos, aunque toscos y como
de sayal, tapan y encubren el arca del testamento y perfección de vida, que Dios
es poderoso de encubrir y poner debajo de esas mortificaciones, bien
dificultosa de conocer a quien no sabe tirar la cortina con su discreción y
ahondar las cosas; si el demonio por tantas vías y modos tapa, encubre,
escurece, deslumbra esta perfección de vida, como en tantos capítulos queda
dicho, paréceme debe tener mucho tiento el que hubiere de sentenciar y decir
este es bueno o mal spíritu. Procurando [conocer] siempre o por la mayor parte
que Dios, que es tan amigo de nuestro bien, sabe guiar las almas por caminos
tan scondidos y extraordinarios que aun ellas muchas veces no saben dónde van a
dar. Y todo esto es menester para dar marro y hurtar el cuerpo a tantos
enemigos como el hombre tiene, pues sabemos que muchas veces es menester
guardar el spíritu de la persona que lo tiene y posee, como suelen hacer los
amos discretos con el mozo goloso cuando lo envían con algún presente, que no
sepa qué es lo que lleva porque no lo menoscabe. Cierto, mis hermanos, que
-según lo que hemos dicho- que yo no tendría por spíritu más subido y levantado
al spíritu que nosotros llamamos claro y fácil de conocer, que ya sabemos que
las cosas de Dios, mientras más remontadas a los juicios de los hombres, son
más altas.
3. Así estos juicios, a quien no le
competen de propio officio, no hay sino dejárselos a Dios, que es el que sabe y
conoce los corazones de los hombres; y en caso de necesidad, a las personas a
quien Dios dio sciencia, conocimiento y discreción de spíritus, o por lo menos
a quien estudia de eso y sabe cuál es la piedra verdadera que llaman del toque,
donde sin dar golpes ni martilladas se conoce el oro fino. No hay cosa en el
mundo que no tenga su modo singular para se conocer su fineza: unas cosas se
prueban en el fuego, otras en el aire, en la tierra o en el agua; y las que se
prueban en el fuego, unas con un fuego y otras con otro; unas con [64v] una
piedra y otras con otra, unas con un aire y otras con otro; y tantas
diferencias como hay de aguas tantos crisoles hay para probar virtudes y
propiedades de cosas, que seríe nunca acabar referirlas y traerlas en singular.
Aunque pienso, para más confundir estos juicios humanos, que siendo unos bajos
y de bajo conocimiento, quieren con ellos discernir todos los estados, todas
las vidas que los siervos de Dios tienenh.
[65r]
Pues, si esto es así, que a cada piedra y a cada criatura le dio Dios virtud y
propiedad distinta que descubre la que tienen las otras criaturas, ¿por qué,
siendo el hombre uno, tosco y de tierra, y quizá sin ninguna virtud, ha de querer
con su entendimiento tocar tantas diferencias de vidas, de spíritus, de grados
de perfección como
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se hallan en los justos y en las almas que quiere Dios
para sí muy a solas, y con solo su toque sentenciar y decir: éste no es buen
spíritu y éste es buen spíritu? Bien sabemos que Dios dio a Adán plenitud de
sciencia y celestial sabiduría para poner nombres a las cosas1, porque
los nombres eran los que calificaban y descubrían el ser que cada uno tenía.
Pues si para llamar al hombre hombre es necesario saber que fue hecho de
tierra, y para llamar a la mujer mujer es necesario saber que es la que regala
y acaricia al varón, y para llamar al león león, etc., es menester sciencia
divina, penetración de conocimiento acerca de las cosas naturales -y esto nadie
lo pudo hacer como Adán por haberle Dios dado la sciencia que para eso tuvo
necesidad-, ¿cómo quiere el hombre conocer y saber con facilidad lo escondido
de la vida sobrenatural en lo scondido del hombre, sin sciencia, sin prudencia
ni discreción particular? ¡Oh qué bueno es no juzgar de vidas ajenas, dejarlas
para Dios y para quien de eso sabe!
4. Y, si no, díganme por charidad,
¿cuántos males hay en el mundo y cuánta perdición en la Iglesia de Dios por
haber dado spíritus malos por buenos y buenos por malos? ¿De dónde tanta
perdición en tantos reinos estraños (que seríe nunca acabar contarlo ni tratar
de ellos en singular) sino de haber dado crédito y sentenciado por buena vida y
vida heroica y levantada la de un Mahoma, por buen spíritu el de Lutero,
Calvino y otros mill herejes, que, [65v] no siguiendo el de Dios sino el de su
carne, de su antojo y libertad, dieron y enseñaron al pueblo tantos errores,
engaños y miserias que, siendo primero pueblo scogido de Dios, ya son quien persigue
a los sanctos y a los que están llenos de spíritu divino, ya son quien puebla
los infiernos, persigue a Dios y azota a su Iglesia católica?
5. ¡Oh mis hermanos, y qué gran cosa es
rendirnos a los pies de Dios, humillarnos y pedirle nos enseñe como a humildes,
y no pretender saber más de lo que nos conviene saber! No están mis hermanos a
mi cuenta sino a la de Dios y a la de sus prelados. Sólo esta alma la puso Dios
en mis manos para que de ella dé buena cuenta y en ella procure conservar buen
spíritu y hacerla vaso scogido en que Dios ponga su divina gracia.
6. ¡Oh cómo me duelo de muchos religiosos
y siervos de Dios (que así se llaman)!: que si les tratáis de Dios, os llamarán
y ternán por charlatán; si os ven recogido, hipócrita; si os apartáis de las
gentes, soberbio; si no habláis, singular; si coméis, glotón; si no coméis,
estremado; si dormís, perezoso; si no dormís, loco; si pensativo, melancólico;
si no pensáis, ocioso; si limpio, curioso; si puerco, desaliñado; si visitáis,
comadrero; si no visitáis, desaprovechado. Deciros han, si estudiastes, por desprecio, el letrado; si no
sabéis, el tonto; si juzgáis, el bachiller; si no juzgáis, el ignorante; si
aconsejáis, el entremetido; si no aconsejáis, el imprudente; si dais limosna,
el desperdiciado; si no la dais, el avariento.
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¡Oh buen Dios, y qué
común es andar estos juicios entre los hombresi ! y ¡qué errados todos
y qué lejos del blanco y de lo que Dios quiere y manda! ¡Cómo trueca y tuerce
la malicia humana los medios que pueden ser propios y acommodados para con
ellos ser uno sancto y alcanzar vida perfecta! Y, si no, mirémoslos cada uno de
por sí, en que el hombre derramó su ponzoña y en ellos sentenciaba al hombre
viciosoj y peccador. Pregunto
yo, ¿no puede uno tratar de Dios sin ser charlatán? ¿Ser y estar recogido sin
ser hipócrita? Pregunto yo, para ser perfecto ¿no ha menester estar uno
apartado de las gentes, no hablar y no comer? Pues ¿por qué a estas
tres maneras de gentes llamas soberbios, singulares, stremados? Y así podremos
juzgar de los demás títulos y nombres que dan a los justos, bien contrarios a
lo que ellos merecen y a lo que enseña la sabiduría divina, que enseña a callar
o no sentenciar quien no sabe. Etc.
[66r] Jhs. Mª
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