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CAPITULO 4 - En que el alma confiesa
los desengaños y mercedes recebidas de Dios. Y propone otra duda que se le ha
ofrecido de otraa súbita mutación que en sí conoceb, viéndose
trocada de un estado superior a otro en que se ve obligada a pagar tributos al
cuerpo y acudir a sus menesteres
1. Bien veo, Señor, la confusión que he
sacado de mis continuas penas. Las cuales, Señor mío, os han obligado, por el
amor que a las criaturas tenéis y porque no os sufre el corazón tener mucho
tiempo en cruz penosa y desabrida a quien amáis, responderme, satisfacerme y
consolarme con un consuelo que, descubriendoc en él mi
flaquezad, hallé mezclada una nueva pena y desconsuelo, tal cual
convenía para que en él hallase algo de la cruz que buscaba. Propuesto había,
Dios mío, a todas las cosas cerrar los ojos y dejarme llevar de vuestra
infinita sabiduría, en quien cuando dispierto halloe mill aciertos y provechos
muy sin ver ni pensar. Pero, siempre que me veo en algún trueco de vida, en mí
se levantan mill dificultades y la misma naturaleza, sin darme lugar a
mortificar el apetito de saber, ya ella con sus primeros movimientos está a
vuestras puertas preguntando y aguardando respuestas; particularmente en la
ocasión presente en que me veo no poco afligida porque, habiéndome vos, Señor
mío, suspendido la primera cruz
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de quien
hemos ido hablando, viéndose el alma desatada y desenclavada de esa cruz y
madero interior que interiormente la tenía recogida, salióse acá fuera. Y como
vos, Señor, tenéis determinado que el camino continuo del alma que vos amáis
sea siempre espinas, hallólas acá afuera muchas y bien penosas, que unas
punzabanf la honra y otras crucificaban y atormentaban la carne, y en
ella no hubo cosa que no fuese bien atormentada, pues los ojos veían y las
orejas [88r] oían cosas de mill pesadumbres; y aunque de cosas exteriores, muy
buena parte les alcanzaban a las potencias y sentidos interiores, pues de pies
a cabeza me parece no habíe en mí salud.
2. Yo,
Señor, metido en este lago y despedazado de estos leones, vime con grandíssimos
sentimientos, desabrimientos y con muchas inperfecciones en el modo de padecer.
De aquí se me engendró una vehemente pena, viéndome cada día volver atrás,
atrás en las penas, pues se me trocó el oro interior -que, si pesado por ser
cruz, de valor por ser de precio subido- por los trabajos exteriores -que, si
pesados para la carne, livianos para el spíritu por no ser de tanto precio-, y
junto con eso verme yo en ellos más flaco, más miserable, más tibio y más
flojo. De aquí, Señor, casi sin licencia mía hallaba mi pensamiento a vuestros
sacrosanctos pies scuchando qué seríe la causa de estos dos truecos y mudanzas;
pues, siendo vos, Señor mío, el que siempre deseáis nuestras subidas y
adelantamientos en la virtud, permitís o queréis semejantes truecos.
3. En
el primer estado no conocía yo queg fuese yo spíritu porque, ocupándome
en vos, suspendíades el conocimiento reflecxoh, que en mí podía causar
alguna presumción o bajeza, pasaba mi vida olvidando mi propio ser. Lo que en
el hombre es más penoso es este "cuerpo corruptible que agrava y pesa al
alma"1. Pero no sé yo si, por haberse alejado el spíritu o
recogídose en la profundidad de sí propio, estaba olvidado de la unión y junta
que con él tenía, o si por haberse adelgazado se habíe hecho de la condición
del spíritu. Séase lo que se fuese, ahorai, en este segundo estado,
juzgo que debiéramos de comer a diferentes mesas, seguir straños fueros, pues
apenas puedo decir sabía o atendía los caminos exteriores que, movido de su
natural inclinación, llevaba este cuerpo; y aun en los desacatos, si algunos
tenía, por ser faltos del conocimiento y razón que a él mira, me parece
debieran de ser todos animales y bestiales, libres de toda culpa.
4. Séase
lo que se fuere, gran cosa es verse un hombre en estado que, si con deudas y
tributos, no se los piden, mientras los olvida o por estar lejos no encuentra
el deudor a su acreedor, que no le hará molestia ni lo inquietará o perturbará,
sino que en aquel tiempo pase cada uno como pudiere; que la mejor vidaj
y rato del que debe es
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absentarse de su acreedor, no parecer en público ni
salir a la plaza, antes hacer una buena huida, que, por ser de hombre a quien
debe, será con pies ligeros. Que nok lo alcance el cuerpo pesado, que
es cruel criatura que ejecuta [88v] sin escuchar ni admitirl ruego, ni tiene
paciencia o hace perdón, sino que pone al alma en brete y en cadena y,
encerrándolam en sí propio, la abraza y coge con nuevas ligaduras y
ataduras para que no se le torne a absentar hasta que pague el más mínimo
cuadrante de lo que le debe por la obligación natural, no consintiendo libertad
ni hidalguía en esta vida, que es tierra de villanos y pecheros. Causa bastante
por qué san Pablo tantas veces, mohino y cansado de tantas inpertinencias o
molestias del cuerpo, decía: Quis me liberabit a corpore mortis huius?2
Poníalo en grandes aprietos y sentíalos como la muerte porque, gozando su alma
de fueros y leyes divinas, hallaba en su cuerpo leyes contrarias, que
repugnaban y contradecían a la nobleza y rectitud superior. Y así deseaba este glorioso sancto
absentarse de una vez donde el cuerpo no le pudiera dar alcance hastan
que, ennoblecido el día del juicio, perdiera su condición resucitando sujeto a
los fueros del alma.
5. De suerte, Señor mío y bien mío, que en
el primer estado, en que el alma se le desaparecía de entre las manos al
cuerpo, érades vos para mí un pacífico Salamón3. Que, peleándose el
cielo y la tierra por este hombre que a vos os desea agradar, alegando cada uno
sus razones de que este hombre es suyo -diciendoo la tierrap
que lo es, pues de ella fue hecho y formado, y en sí, como a su pecho, lo ha
alimentado con manjar y sustento, dándole también casa en que more y ayudándole
con otras millares de cosas necesarias a su conservación; el cielo y todo lo
quiere, pues para él fue criado, y en el hombre tiene la parte más principal,
que es el alma, alimentada con manjar de ángeles, vivificada con gracia,
conservada con dones y favores- en esta ocasión vos, Señor mío, como digo, sois
un pacífico Salamón que, sentenciando con inmensa sabiduría, mandáis, en este
estado que el alma padece, se divida el hombre y se dé el cuerpo sujeto a las
leyes de la tierra y el alma se dé al cielo sujeta a los fueros de allá; y esta
división se haga por la virtud y fuerza de vuestra palabra, que es más
penetrante que el guchillo de dos filos4. En este estado, Señor, la
vida es cielo y gloria, porque el alma, a lo divino y como vos sabéis, quedó
apartada de este cuerpo villano, de quien tantos trabajos e inpedimentos para
las cosas celestiales me venían.
6. No quiero yo, Señor mío, decir los
bienes que en tal estado un alma siente, porque es inposible decirlos la lengua
ni percebirlos la memoria ni discurrirlos el entendimiento. Vos, Señor, los
sabéis, y eso más causa en míq admiración. [89r] Que a mír,
como flaco, se me
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resbalaran los pies de mis afectos y de esta alteza
cayera en otro estado a mi parecer más bajo, vaya, que hombre soy corto en el
conocimiento de lo mejor, flaco en la perpetuidad de mis pensamientos. Pero
vos, Señor, que me amáis a mí más que yo sé y que yo me amo, y que sepáis la
mala vecindad que con el cuerpo tengo, y con todo eso, permitís o debéis de
querer que nos encontremos y nos veamos y nos acareemos de suerte que, bajando
el alma a su antigua communicación y dándole lugar al cuerpo para que proponga,
es tanta la gritería y muchedumbre de sus razones (que parece ninguna tiene el
alma para decirle que se sosiegue) pidiendo los reparos de sus caídas naturales
en que dio por habérsele desavecinado el alma, su compañera. Y esto es de
suerte que nada dice hay en él que no le duela, y que todas sus partes, como no
usadas, dice que no están para nuevos servicios con ellas si no se reparan
primero. Todo el cuerpo pide cama, desavaho5, aire y cielo, de cuyas
influencias pueda gozar, que por haber andado por los rincones y privado de
ellas, dice que le falta el color de vivo: los ojos quieren ver, la lengua
hablar, las orejas oír, el entendimiento discurrir; y todo el hombre, como le
escucho, son tantos sus quejidos que, a no haber quedado con la pena de la
privación del stado primero, confieso, Señor, que nada le negara que no fuera
ofensa vuestra, con las speranzas que podía tener de volverme a mi vida pasada
y que fuera bien dejarlo contento de una vez. Pero vivo con mill miedos y temores de que no me conviene del todo
divertirme del primer estado, no cause olvido, ni me atrevo a entregarme del
todo a estas quejas y peticiones del cuerpo porque, si le doy fuerzas y cobra
brío, seráns para no dejar salir de casa a su vecino y morador. Y bien
sabéis vos, Señor, que cuando la compañía del todo no es buena sino que,
tiniendo algunos malos resabios nacidos de su natural y mal nacimiento, empieza
por cosas justas y su poco a poco hay que temer no dé en algún resbaladero de
cosas injustas.
7. Fuera,
Señor mío, nunca acabar decir las molestias y pesadumbres que tiene el alma
este rato que presta orejas y atiende al cuerpo. Bien sé, Señor, que yo sólo
soy la causa de mis menoscabos y vueltas atrás; pero, especulando la causa
presente de mi trueco, hálloos a vos, Señor mío, [89v] autor de gran parte de
ella, de que me nace el primer deseo de saber si hay algo en ella más de lo que
parece, porque por la parte que vos tenéis en ella es llano que me ha de
resultar algún bien. Y aunque del capítulo pasado ya saqué doctrina para mi
continuo rendimiento, pero ahora podríame escusar este deseo de saber por
haberme constituido en dignidad y haber de venir a mí muchost súbditos
cargados de pensamientos y cuestiones, y he menester desatárselas. Y así,
Señor, ha de ser necesario que me sufráis y llevéis, pues soy criatura vuestra,
hecha y criada con estas inclinaciones.
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