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CAPITULO 17 - Pide a Dios el alma conocimiento del valor de
las cosas que le ofrece, para que mejor pueda descontar de lo que le debe
1. Pedido he luz, Dios mío, en este
capítulo pasado para saber en qué y cómo os tengo de agradecer y pagar algo de
lo mucho que os debo. Ahora
os torno de nuevo a pedir conocimiento y sabiduría del valor de las cosas que
os ofrezco, porque mi falta de conocimiento no las apoque. Menos da el que no
sabe lo que da valiendo mucho, que el que dando conoce la grandeza de lo que
ofrece. Y como Dios es infinitamente sabioa, ninguna cosa de las que da
y ofrece a los hombres deja de saber y conocer lo que vale y dónde llega; de
suerte que no desobligará al hombre el decir que no supo ni entendió el bien
que le dieron, porque Dios, que es el que lo ofrece, lo conoce y hace el tanteo
por igual. Abra el hombre los ojos, mire lo que recibe y quién se lo da, que
por mill partes hallará conocimiento de su grandeza.
Por esta misma razón le inporta al
hombre tener grande luz y conocimiento de lo que en retorno vuelve, para el
descuento de lo que recibe. ¡Oh Señor mío, y cómo, sin pensar, he pedido más de
lo que sabía pedir! ¿Quién podrá alcanzar y conocer la grandeza de las cosas
que tú me das, para que con ellas propias te agradezca y pague mis
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obligaciones? Sólo tú eres el que podrías dar [120r]
perfecto conocimiento de todo lo que yo tengo que darte, según las cosas [que]
tengo alegadas en los capítulos pasados, para todas ellas juntas ofrecértelas.
¿Quién podrá alcanzar a conocer la profundidad de mi alma, la grandeza de sus
pensamientos, la delicadeza de sus discursos, la muchedumbre de sus afectos y
aficiones? Pues de todo este compuesto entero dijo David: Mirabilis facta est
sciencia tua ex me; confortata est, et non potero ad eam1; que no podía
dar alcance a las maravillas que Dios habíe puesto en un hombre. Gran cortedad
es, Señor, no conocerme yo a mí propio ni las maravillas que en mí encerraste,
para que, cuando yo me dé y ofrezca a ti, sepa qué es lo que doy y qué es lo
que ofrezco, cosa tan necesaria para pagarte y desquitarme en las cuentas que
estoy dando de gasto y recibo.
2. Pasemos adelante, Señor. Si a mí no me
conozco, ¿cómo tengo de conocer la muchedumbre y lab grandeza de las
cosas que tú criaste para servicio del hombre, de quien poco ha hacía cuenta y
las enpadronaba para dártelas en retorno del recibo que de ellas mismas tenía?
¿Cómo podré yo saber la perfección con que fueron criadas, sus esencias y
propiedades, sus efectos y afectos que tienen, su estima y valor, su adorno y
hermosura, su junta y trabazón, su quietud y movimientos, los servicios y
aprovechamientos que en ellas los hombres tienen, la virtud y medicinas que en
ellas puso Dios? Es nunca
acabar pensar que la cortedad del ingenio humano ha de alcanzar eso. Pues aun la más mínima
parte de la bondad que en sí tienen encerrada no conoce, ¿cómo ha de conocer
los quilates que suben? Pues de ellas dice Dios, después de las haber criado,
que eran muy buenas: Vidit cuncta quae fecerat, et erant valde bona2.
Lo muy bueno de las cosas conoce Dios sin que en ellas se quede quintaesencia
que en el pecho de Dios, como en aduana, no se registre.
Y el
hombre ¿qué conoce? Nada,
pues aun a sí no se conoce. Y si tiene en su casa una bestia de las del campo,
a cabo de muchos años no conoce los resabios y propiedades que tiene; y vemos
muchas veces que pisa la hierba y, sin pensar, le hizo provecho, y no sabe cuál
o cómo fue. ¿Cómo ha de conocer y comprehender tanta inmensidad de cosas y
criaturas sin número como Dios ha criadoc? ¡Oh ignorancia grande! ¡Oh
luz celestial, y qué necesaria eres para que el hombre conozca cuán rico es
[120v] y qué precio tiene y vale su hacienda para cuando la ofrezcad a
ti, Dios mío, bienhechor de los hombres!
3. Dijimos
más: que el hombre tenía que ofrecerte y darte, Señor, en retorno de los bienes
que le hacías, a ti mismo, pues tú todo eres del hombre y para el hombre; y que
también tenía que ofrecerte tu sangre, tu muerte, pasión y méritos. Pues digo,
Señor, que si el hombre se queda tan corto en el saber que, ignorándose a sí,
no conoce las
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sabandijas más bajas ni las propiedades de las
hierbezuelas más flacas que nacen por las paredes, ¿cómo ha de conocer la
grandeza de tu sangre y de tus méritos, con que remediaras y redimieras
infinitos mundos que hubiera criados? ¿Quién a ti, Señor, te puede conocer ni comprehender sino tú sólo
a ti propio, como dice tu precioso Hijo: Nemo novit Patrem, nisi
Filius3? Solo tú te conoces y comprehendes, porque en ti es infinita la
sabiduría como es infinito el poder, y no hay atributo o perfección que se
aleje una de otra, sobre, falte o se lleve algo. Pero yo, triste gusanillo,
¿qué tengo de saber de esas grandezas, atributos, perfecciones y ser
infinitoe? Quis enim cognovit sensum Domini? Aut quis consiliarius
eius fuit? Quis prior dedit illi aut retribuetur eif?, dice san
Pablog (Romanos 114).
Es
cansarse un hombre, trabajar en vano, dar golpes en el aire querer buscar quien
conozca o rastree la grandeza de los pensamientos de Dios. ¿Hubo acaso alguno que primero le diese o,
después de haber recebido, le tornase con la igualdad que recibió? Que eso
quiere decir retribuetur ei. Como si dijera: no por cierto. Y la razón al
propósito de lo que vamos diciendo [es] porque, cuando Dios da, sabe lo que da,
el valor, precio y estima que las cosas tienen; y cuando el hombreh
torna lo que ya Dios hizo suyo, por su falta de saber no sabe dónde llegan esas
propias cosas y hasta dónde tira la piedra, y así quédase cortíssimo.
4. Según
esto, acertado ando en pedirte sciencia y sabiduría de todas estas diferencias
de cosas para cuando te las dé y torne, para que, sabiendo vale mucho lo que te
torno, valga mucho el desasirme de ello por tu amor, y así crezca [121r] la
voluntad que tengo de ser agradecido. Y si trai consigo inposibilidad el tener
ese conocimiento perfecto por la cortedad de mi entendimiento, por lo menos,
Señor, tenga yo luz de que te torno las cosas como tú me las das, considerando
que en sí tienen más valor que mi entendimiento puede alcanzar; y que, cuando
lo supiera y alcanzara, con la propia voluntad se lo diera y entregara. ¡Oh
Señor!, no permitas tú sea yo como los niños, que arrojan por esos suelos lo
que mucho vale; ni como los ciegos, que pisan sin provecho lo que los puede
enriquecer. Dame tú, bien mío, luz para que, conociendo el valor de las cosas,
sepa que nadie es digno de ellas sino solo tú, que me las diste con larga mano
no para que las arroje, no para que las pise o desperdicie, sino para que tenga
qué darte y de qué desasirme.
Da, Señor, a mi entendimiento una
fortaleza, una luz y agudeza con que quite la corteza de encimai, que
tapa y encubre la perfección de las cosas que tú criaste, para que, así limpias
de polvo y paja, te las pueda yo ofrecer con el conocimiento de los bienes que
en sí
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encierran. Levanta, Dios mío, mi entendimiento a esos
cielos y, pues eres tú el que los estiendes como pieles, ruégote los encojas
como pergaminos, de suerte que yo pueda entrar en ellos y contemplar la
muchedumbre de spíritus divinos que sin cesar te alaban, la grandeza de tus
siervos, la majestad de tu gloria, la inmesidad de tus premios, la eternidad y
duración de tus gustos, la compañía de tus sanctos, los gozos de tu benditíssimo
Hijo, Dios y hombre verdadero y hermano nuestro. Todo esto tengo necesidad de ver y saber, pues todo lo tengo de
ofrecer, para que sepa qué es lo que te ofrezco, qué es lo que doy en retorno
de lo mucho que cada día me ofreces.
¡Oh Señor, si yo me dispusiese para
este conocimiento desembarazando mi alma de todas las fantasías y pinturas que
la pueden estorbar! De tu misericordia fío y en sola ella espero que, según la
necesidad [que] [121v] tengo destej bien, me socorrerásk, para
que en mí nada haya desaprovechado, sino que en todo y por todo te dé infinitas
gracias. Aménl.
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