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CAPITULO 22 - Ofrece a Dios el alma todos sus trabajos y
mortificaciones, de las que se siente llena, y pide fuerza para sobrellevarlas
1. En el capítulo quinto antes de éste, al
principio ofrecía a tu divina Majestad de mi miseria y pobreza tres cosas:
negación de propia voluntad, mortificación y trabajos padecidos por tu amor. En los cinco capítulos anteriores he
tratado de lo primero. Quedaba dudoso y como suspenso en las dos cosas que
faltaban, porque en otras ocasiones tengo tratado de eso, y no me
parecea tornarlo a repetir. Porque, aunque es verdad la voluntad
renueva lo viejo de suerte que a ti sea de gusto como si jamás hubiera entrado
por tus puertas -queb eso tienen nuestras cosas a quien tanto gusto
tiene con ellas, que jamás le enfadan como de ellos nos haya de venir algún
provecho- pero, puesto caso que eres servido de haber hoy ofrecido otras
nuevas, no en el entendimiento ni en las palabras, sino en las obras, quiriendo
tu divina Majestad que este miserable hombre, mientras vive, viva mortificado,
y mortificado de veras, [130v] y penado muy al justo de lo que sus fuerzas alcanzan,
no digo bien, sino lo que tú favoreces y ayudas, que es mucho más de lo que yo
puedo imaginar. Por eso, Señor, determino de que en este rato descanse contigo
este corazón afligido. Y si ofreciéndote mortificaciones y trabajos yo pensare
que hago algo, miento, que más haces tú en los querer recebir que yo en te los
dar, pues parece que sólo con levantar los ojos a ti queda un alma desaguada y
un corazón limpio. Eresc sponja que chupasd mis males, y
piedra imán que lleva tras sí el hierro pegado de mis molestias y aun el aire
cierzo que sopla mis pesares.
Si los
que viven en las Indias, o parte de ellas, gozan siempre el tiempo sereno y
están lejos de las melancolías y tristezas que causan los ñublados porque
siempre gozan de tiempo sereno, ¿qué diré yo, Señor, de los que con sus
pesadumbres parecen delante de ti, ante cuyo asiento y tabernáculo no llega
azote1, donde tú eres el que limpia las lágrimas, quietas los clamores
y acallas los sollozos de tus siervos? Así, Señor mío, no hago yo mucho de te
ofrecer mis trabajillos y mortificaciones, pues la mercaduría no es tan de
cudicia que el más fuerte no desee echarla de su casa, y particularmente
puniéndola ene manos en quien las lágrimas se vuelven rubias, los
sollozos canciones, los gemidos músicas y lo pesado hace al cuerpo tan liviano
que, después de
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haber vos aliviado la carga, parece que ya enpieza a
gozar del dotef de la sutilidad, de que gozan los bienaventurados.
2. Esto, Señor, parece que me incitaba a
pedir muchos trabajos y mortificaciones por tu amor, para tener mucho que te
ofrecer, pero confiésome por criatura tan débil y flaca que, con la gotilla que
hoy has dado, queda mi cortedad tan llena, mis fuerzas tan atajadas y mi alma
tan revertida que no me atrevo a pedirteg más por ahora, sino que
recibas estos trabajosh, que te los doy de buena gana no para que los
quites si no conviene, sino para que des fuerzas para llevarlos, ellos y los
que tras ellos vienen. Que sabiendo yo que tú gustas de ello, gustaré yo y con
mill gustos los abrazaré; y siendo hacecillo de mirra, en ellos te consideraré
yo a ti que eres mi esposo y amado y entenderé que, siendo muchos, es sarta de
perlas y esmalte de finos diamantes.
Ea,
Padre mío y Dios mío, ofrézcote de hoy adelante con grandíssimas veras amar a
mis enemigos, y no cualesquiera, sino aquellos que, de amigos, bienhechores y
por quien me he desentrañado [131r], se han vuelto enemigos; ofrezco de hoy en
adelante no darles ocasión por mi gusto y parecer...
[132r] Jhs. Mª
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