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CAPITULO 2 -
Cómo la suavidad de la ley de Dios convida a que un alma le cumpla la palabra
que hubiere dado a Su Majestad en cualesquier conciertos que con él hubiere
hecho
1. Todo
esto, hombre, que en este capítulo pasado te he referido, estas copiosas
miserias que sobre ti vendrán en la otra vida, esta flaqueza que en ti veo para
disponerte de suerte que las venga a evitar, esta pérdida de tantos bienes por
cosas tan fáciles, hizo fuerza en mí para que yo te dejase una ley suave,
amorosa, liviana, corta, recogida y resumida. Una ley que te sirva de lo que
las alas al ave, que en lo alto sin trabajo la levantan, y lo que las ruedas al
carro, que, si pesan, es peso que aligera todo el peso que el carro lleva. Una
ley de fuego puesta en mi mano, que así me mostré a mi siervo Moisés, como él
propio confiesa, Deuteronomio 33a: Et in dextera eius ignea
lexb1. En lo cual bien claro mostré la facilidad que toda ella
tenía en su cumplimiento,
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porque decir
que es ley de fuego es decir que, así como el fuego tiene su asiento en el
cielo y él propio, una vez encendido, se sube, crece y quema lo que halla, que
parece sólo pide licencia para la entrada, que lo demás él se lo hace, eso tiene
mi leyc, a quien san Pablo llamó palabra viva y eficaz2: que
sólo pide licencia para entrar en el alma, que, una vez allí metida, ella tiene
virtud para levantar al hombre a lo alto y llevarlo tras sí donde ella en mi
cielo tiene su asiento. Ella es la que a todo el hombre coge y abraza y, como
fuego y amor, en lo más dificultoso lo facilita.
2. Decir
que esta ley de fuego estaba en mi mano es decir cómo yo soy el que tengo lo
principal de la obra en el cumplimiento de mi ley y cómo nada mando al hombre
en que yo no ponga mi mano para lo facilitar a su cumplimiento y quitar los
storbos que se le ofrecieren. Tenerla en mi mano es para no cargar más a cada
uno de lo que puede llevar. Porque, así como el sastre toma el paño y la vara
para hacer el tanteo del vestido que un hombre se ha de poner, de esa misma
suerte esta mi ley es el paño con que el hombre se ha de vestir y abrigar; y
para que el vestido salga al justo del tamaño de las fuerzas que cada uno
tiene, a la misma ley la hago que también sirva de vara, que así la llama
David: Virga directionis, virga regni tui3, vara derecha y que endereza
al hombre en la senda de mi reino.
Es vara bien semejante [a] aquella
que Moisés traía en su mano cuando, echada en el suelo, se volvía culebra y,
puesta en la mano, con ella [134r] hacía grandes milagros, como en los libros
de Exodo se lee, unas veces defendiendo a los propios y otras ofendiendo a los
ajenos, sustentando, regalando, amparando aquel mi pueblo. Todo esto hace mi
ley guardada y puesta en las manos del hombre, que es quien lo defiende,
ampara, regala, sustenta y entretiene, prospera y enriquece; pero dispreciada y
echada por esos suelos, es culebra, que la propia ley se levantará contra el
mismo hombre y le servirá de vara rigurosa de justicia. Pero en esta ocasión
sirve de vara que mide y tantea las fuerzas que un hombre tiene, para no
cargarle más peso de lo que buenamente puede llevar, y para no hacerle el
vestido mayor que su cuerpod.
3. Llamar
mano derecha donde está esta ley es a diferencia de la izquierda, que ésa tiene
poca fuerza y no es acertera. La derecha es la que tiene la fuerza, la que
hace sus tiros ciertos y derechos. Y así, en esto pretendí yo significar al hombre dos cosas: la
primera, la fuerza que yo le doy, el ánimo para el cumplimiento de mi ley y
cuán acertado anda el que la cumple; lo segundo, lo que la propia ley hace en
el hombre cuando de veras la recibe y pone por obra, como en mano derecha, que
esa propia ley le da fuerzas, brío y osadía para su propio cumplimiento, y como
obra de mano derecha, acierta con el hombre al cielo y lo guía por sendas y
caminos derechos.
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4. No soy tirano con el hombre, no le
pongo cargas pesadas y incomportables que él no pueda llevar, como hacían los
que ahogaban a los hombres con sus leyes y ordenaciones sin quererlos ellos
tocar con el dedo4. Primero
tomé yo esa ley no con el dedo, sino con toda la mano, obrándola y
cumpliéndola. Que eso significaba tanbién tener la leye de fuego en mi
mano, porque con mi exemplo y humildad, con quef obraba y ejercitaba
aquello a que no estaba obligado, abrasaba yo los corazones de los hombres para
que en ellos también se entendiese con perfección el cumplimiento de esta
propia ley, que eso quise yo significar cuando dije que había venido a meter
fuego en la tierra5. Pues ¿quién es el hombre que, viendo a su Padre,
Señor y Maestro, abrazado con una cruz pesada y con ley que, si suya, nuestro
habíe de ser su cumplimiento, y que por sólo abrirnos la gana, incitarnos a la
batalla, enseñarnos el camino, él propio es el primero que echa mano,
desenvaina espada y aun el primero de quien se saca sangreg? Tomó las
armas por la punta por dárnoslas por la enpuñadura, y así quedó él herido y
nosotros libres. Pues ¿quién es el que esto ve que pueda decir que es ley
rigurosa, grave o injusta, ley que la hace [134v] y guarda el que es la misma
justicia y rectitud?
Si una
madre tomase un vaso de pócima para que a un su hijo le hiciese provecho, y
ella pidiese que una gotilla tomase el niño de la que se le quedaba en los
labios o de la que untada estaba en los dedos, tiranía sería -en recompensa de
lo mucho que la madre hizo por el hijo- que el hijo por su propio bien y
provecho no se disponga a cosa tan corta y pequeña. ¿Qué tienes tú, alma tibia
e ingrata, que responder a un amor tan inmenso e infinito con que yo por ti
obré en este mundo, puniendo sobre mis cuestas tantas ignominias y afrentas,
tantos dolores y trabajos como en mi pasión sufrí, a que tú estabas bien
obligada por tus culpas? Y yo por mi bondad solamente quise, siendo tú el
obligado, fuese yo el que lastase tus deudas y pagase tus obligaciones, que
fuese yo el que bebiese el cáliz amargo y tomase la pócima desabrida, porque tu
flaqueza no tenía fuerzas para sufrir y satisfacer a tanto como a mi eterno
Padre se le debía. Pero, aunque es verdad que yo fui el [que] este cáliz bebí y
el que me abracé con tales trabajos, considerando en ellos grandes bienes
encerrados y cómo eran ciertas espías descubridoras del amor que uno tiene [a]
aquel por quien lo padece y cómo de veras purifican y limpian un alma,
estándolo bebiendo le pedí a mi Padre pasase ese cáliz a mis scogidos, que
siquiera lo probasen o que con algunos poquillos de trabajos se paladeasen. Los
cuales el hombre no los halla en manos de tiranos como yo los recebí, sino como
leche en los pechos blandos y amorosos de mi bondad y misericordia. Así lo dice
mi esposa: que mis labios distilan mirra y mis dedos la gotean6, todo
esto para dar a entender qué mascados doy yo
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al hombre los trabajos que por mí recibe y qué
maznadosh y dispuestos con mis propios dedosi de suerte que,
recibiéndolos yo en mí en sangre, yo los doy en leche sabrosos y amorosos, no
en avenidas bebidas del torrente que derramaba la ira y enojo del hombre, sino
en gotas distiladas de mis labios, que derraman gracia.
5. Di, hombre, ¿cuánta sería tu ingratitud
si, después de tanto recibo, no quisieses disponerte a cosas tan pequeñas y
cortas, a cosas tan desmenuzadas y deshechas? ¿Qué amor puede ser el tuyo si
uno por mil no haces en retorno de tanto recibo y en pago de tanta deuda y en
recompensa de tanto lasto? Acuérdate de aquella cruz pesada que sobre
mis hombros se puso en mi pasión, la cual por ser tan pesada y llevar en ella
los peccados [135r] y penas de los hombres, dio conmigo en el suelo, de suerte
que fue menester alquilar un hombre que ayudase a la llevar7.
Pues
considera juntamente que los trabajos y penas que yo te envío van ya tan
livianos y descargados que no sólo no te derriban y postran en tierra, sino te
levantan en alto y dan contigo en el cielo, y que no tienes necesidad de
alquilar o buscar quien te ayude a llevar esa cruz, porque yo estoy con elj
justo en la tribulación para sacarle libre de ella, para que no caiga, sino que
por ella suba al cielo. La cruz que a mí me dieron fueron palos solos, afrenta,
ignominia y maldición, pero ya a ti doyte cruz y juntamente el crucificado que,
sin que tengas necesidad de le pagar o alquilar, él es el que te ayuda y te
acompaña. Porque la paga desta obra no es tu caudal, que para eso todo él es
muy corto; es el amor que yo tengo a las criaturas y el deseo que todos se
salven.
Haz cuenta, cuando te vieres en algún
trabajillo del cumplimiento de mi ley o pasado y sufrido por mi amor, que eres
una pequeña mosca puesta sobre el cuerno de un buey cuando va arando, que
siendo este animal el que tira el arado y rompe la tierra, tú sólo parece que
vas a la mira entreteniéndote. Siendo yo el quek puse el cuello al
yugo, el que tiré el arado, el que rompió la tierra inculta de la vida
intratable del hombre, el que apeó la mar grande de los trabajos y amarguras y
te dejó la prueba de ellas preparada en dulce, y espinas en flores, que te
convidan y llaman vayas tras su olor.
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