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CAPITULO 14
- Cómo, habiéndola Dios hallado, ella se confunde, busca algunas razones
aparentes con que disculparsea, pide perdón, invoca el favor de [la]
Majestad de Dios, arrójase en su poder, pide fuerzas y ánimo para salir con la
impresa, ofrece no tornar atrás aunque pierda mill vidas, dice mill requiebros
a la cruz y procura abrazarse con ella hasta la muerte
1. ¡Oh
Dios eterno e inmenso!, tiempo era éste de enmudecer y no hablar. ¡Oh confusión, cómo
no me sepultas mill estados debajo de la tierra! Si la confusión de verse
nuestros padres desnudos los escondió para que no se atreviesen a parecer
delante de tu divina Majestad1, ¿dónde, Señor, me pudiera yo meter
ahora que no tuviera muy buena
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scusa, pues
me veo desnuda de cualquier razón que por mí pueda volver? No tengo, Señor mío,
otra más de la enmienda en la obra, bajar la cabeza y volverb al
mandado primero; como hace el sclavo detenido cuando a su amo lo mira, que,
lleno de confusión y vergüenza, calla y va corriendo donde iba, procurando
ganar tiempo para disimular el tiempo hasta allí perdido.
2. Pues
yo, Señor, quedo convencida y dada por ignorante. ¿De qué me servirá escusarme
ni alegar razones en mi favor, pues ninguna hay ni puede haber en contrario de
tu eterna sabiduría y de lo que tú, Señor, tienes ordenado para mayor bien del
hombre? Pero podría haber muchas razones aparentes que, según la grande
ignorancia que en el hombre se halla, le disminuyan la culpa. En la que
nuestros padres tuvieron, Eva pudo alegar la hermosura del árbor vedado, la
deleitación a la vista, el sabor de la fructa al gusto y la golosina de saber y
entender deseando ser como Diosc. Y Adán alegó el engaño y la
persuasión de Eva. No valió nada aquella escusa, y así, hallándoles con el
hurto en las manos, fueron desterrados del paraíso y castigados2, como
a inobedientes en el cuerpo y en el alma: en el alma, de privación de bienes,
y, [en] el cuerpo, de sujeción de males.
Pero en la ocasión presente cuando
el alma, [157v] Señor, se retiró a su rincón buscándote a ti en la quietud y
sosiego donde, recostada y puesta a tus pechos, gozaba de una leche que
enbriaga y aduerme end un sueño spirituale, podríase un alma
aquí escusar con que la grandeza de tu hermosura, la suavidad de tus gustos
dieron con ella, si en lo vedado, por haber puesto su palabra de padecer por tu
amor, no en lo que es contrario a nuestro aprovechamiento, pues a quien tú amas
y buscas eso prometes. Si tú, Señor, me riñeres, diré (en la forma que se
puede) que tú me engañaste, pues fuiste tan largo que, sin yo merecerlo,
derramaste tus olorosos ungüentos en este hombre interior, los cuales
percebidos, se vido obligado a correr tras ti y no dejarte. Fructa es la que
aquí se come que, si en la que Eva comió se engañó pensando que por aquel
bocado habíe de ser como Dios sabiendo y conociendo lo bueno y lo malo, aquí no
es engaño ni mentira; que quien de ti, Señor mío, goza en el rincón y retrete,
otro Dios queda hecho o un mismo contigo propio por graciaf, pues ahí
es donde, ablandándose un alma y derritiéndose en tu amor, contigo queda unida,
conociendo lo malo de que se debe apartar y entendiendo lo bueno que debe amar.
Y si tu cruz, Señor, es en este mundo de mayor provecho, el trato suave contigo
es de mayor gusto; y este natural flaco siempre se va a lo más llevadero.
3. Con
razón, Señor, parece que me heg hallado. Deseosa de tener atrevimiento
para te pedir perdón de lo pasado, las busco; y deseo
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hallar algo con que consolarme y que me quite la
vergüenza y el temor que tengo para parecer ante tu divina Majestad. Que,
cuando sea con la cruz a cuestas que tú, Señor, deseas que lleve, quería no
fuese cruz de ahorcadoh o sentenciado por culpas a muerte, sino cruz de
enamorado, cruz de obediente, cruz de siervo y criado que acude con
gustoi a las cosas que le mandas. La razón, Señor, pues, que ahora se
ofrece es que tus gustos y contentos sobrepujan tanto nuestras limitadas
fuerzas y acuerdo, que un alma, arrojada en ellos, ella a sí propia se
desparece y no se halla; queda de ellos vencida y enajenada de suerte que, si
vos, Señor, no la dispertáis y le quitáis las adormideras que le echan sueño,
dificultosa cosa será trocar la suerte que, por dársela vos, ella la escogió.
El niño de pecho que con el pezón y teta
en la boca se durmió, ¿cómo se apartará de allí si la madre no se lo quita y lo
apartaj? Conviniendo así, no reparak en el disgusto breve y
lágrimas pocas que derrama. Cuando vos, Señor mío, lleváis a un alma a la
soledad y le dais de esta leche, cierto es dormirse o adormirse con la
información que vos dais a su entendimiento y con el fuego que [158r]
inflamal la voluntad. Quitad, apartad el pecho, dispertad el alma, que
por bien enpleados dará los disgustos que tuviere de ahí apartada y las
lágrimas que derramare a trueco de que en todo se cumpla vuestra voluntad.
Aunque es verdad, Señor, que, cuando
un alma se desase de estos sabrosos gustos y entretenimientos que con vos tiene
en la celda y recogimiento por sólo abrazar vuestra cruz, y quien os gozaba en
el Thabor os acompañe en el Calvariom, aunque parece os deja y se
aparta, no deja ni se aleja de vos, que con ella estáis en la tribulación y
trabajo y en una propia cruz hacéis lugar para entramos; pero, como el guisado
es diferente, enbriagada del primero, en el segundo nauseat et abhorret, quiere
y no quiere, da mill arcadas y estremécese todo el hombre, porque como es
mudanza de un stremo a otro stremo, destémplase criatura tan flaca.
4. Sólo
vos, Señor, podía condenar a san Pedro cuando en el Thabor dijo que era
sabrosan cosa y bueno quedarse allí con vos, porque la grandeza del
amor que teníades de padecer por el hombre os tenía desasido y despegado de
aquella gloria, majestad y grandeza de que gozó vuestro cuerpo en aquel breve
rato. Pero la grandeza del amor que Pedro os tenía, cuando oyó hablar y que con
vuestros amigos consultábades la grandeza de vuestras injurias, afrentas y
muerte de cruz, ligado y atado con aquellas vislumbres de gloria, con la
claridado de vuestro rostro y blancura de vuestras vestiduras,
testimonio y voz del Padre y sombra apacible de la nube que os cubría3,
parecióle que, según lo mucho que él amaba a su Maestro, todavía era algo
aquello
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que gozaba para lo mucho que merecía; y que no era
mala commodidad para que a él le cupieran algunas migajillas de mesa tan
espléndida. Que no hay poca diferencia de esta mesa y banquete hecho por
vuestra mano al que os habíen de poner y dar vuestros enemigos en el monte
Calvario, de que también habíe de ser participante vuestro discípulo Pedro pues
dice que quiere ir a morir con vos4. Y pues hay diferencia de muerte a
muerte, de la muerte y caída de Pedro en el Thabor cuando, con la grandeza de
la voz y suavidad de la gloria, cai en tierra, como quien pide que lo sepulten
y entierren -que ojos que tal han visto sólo son buenos para cerrados y
sepultados, y no para trocados en vistas de un rostro hermoso de Cristo
abofeteado y vestidos sorteados-, pues de esta muerte y de este entierro hubo
harta diferencia al que después padeció en elp trueco que se hizo de
esta mesa a la del Calvario, pues allí cayó también pero no en tierra, sino
[158v] en lugar y miserias más profundas pues cayó en culpa y negación de su
Maestro5; y si en el Tabor cayó en tierra para que sus ojos no viesen
más, en la pasión, si no se sepultó se anegó en lágrimas deseando en ellas
zabullirse, hundirse, para que más no le vieran gentes.
En tal trueco, con
tales barruntos, pronosticados de la conversación que vos, Señor, tenéis con
Moisés y Elías, qué mucho que Pedro se asga y afierre a las stacas y palos de
que deseaba hacer, entre los tres tabernáculos que pedía, uno para vos; y que
ésas le sirvieran de lanzas, si fuera necesario, y trancas con que defenderos y
de áncoras para estarse siempre asido con vos.
Ya digo,
Señor mío y Dios de mi alma, la grandeza del amor que vos al hombre tenéis hace
esos apartamientos en junta de gloria y pena; y la grandeza del amor que el
hombre os tiene no sabe hacer diferencia de Dios y gloria, como dijo vuestro
siervo David: que a vos no habíe de llegar ni a vuestro tabernáculo azote y
castigo6. Y si esta gloria y estos gustos se toman y consideran respecto
de nuestra flaqueza, la flaqueza del amor que os tenemos se afierra y ase a
vuestros regazos para que, como amoroso Padre, lo aumentéis con cosas blandas,
suaves y amorosas; porque le parece que para tan poco fuego son grandes los
soplos de los contrarios y enemigos que persiguen, y los maderos y palos de la
cruz grandes y pesados, y podrían ahogar el fuego y quedarse a buenas noches.
5. Según esto -que por el amor que la
criatura que os conoce os tiene, es grande respecto de desear y quererosq
glorioso e infinitamente bienaventurado a vos propio; y este amor, vuelto y
mirándose a sí propio, tanteando sus fuerzas para de ellas hacer enpleo en los
trabajos y tribulaciones, es corto y pequeño-, yo no me espanto de que Pedro
diga lo que en el Thabor dijo, que al más estirado le pudiéramos dar
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sobre
apuesta si hacía ventaja a san Pedro en hablar o decir otra alguna mayor
valentía.
Si a Pedro, Señor, no lo scusamos,
ni podemos, en lo que allí r dixo, según la grandeza de vuestro amor,
pero parece queda scusado según la flaqueza del amor de la criatura y falta de
conocimiento de la grandeza y profundidad de tus misterios y secretos que los
encierras en afrentas, injurias y muerte de cruz.
Esta propia razón podría tener
alguna aparencia para volver por mí en el yerro y confusión presente. Que, como
en el retrete y recogimiento donde tú, Señor, regalas a un alma [159r] y la
entretienes, ella propia hace con su poco saber -donde alcanza- mill pinturas y
dibujos de tu hermosura, de tu grandeza, de esa inmensidad de atributos y
perfecciones que en ti, piélago sin suelo, se encierran, y como te busca por
esposo, siempre se van su imaginación y potencias a considerarte como te desea:
galán, hermoso, con mill propiedades y perfecciones divinas y soberanas; cual
te consideraba, veía y gozaba tu pastora en los Cantares, que parece andaba
inquieta y perturbada por no hallar perfección en la grandeza de las cosas a
quien te poder comparar, y así, viendo la cortedad de las cosas naturales,
siempre echaba por cosas que nos pone en grande trabajo el desenvolver lo que
ahí quiso significar. Pues considerándotes un alma, Señor mío, como
ella te desea en el rincón donde te goza, la consideración apacible no te deja
apartar la imaginación y que haga trueco de tales pensamientos a los opuestos y
contrarios, a la honra y gloria que a ti se te debe; y asít gustándote,
no se aparta, de suerte que no sabe decir sino "quedémonos aquí".
6. Tú,
Señor, cuya grandeza de amor fue tan grande que, viendo en el profundo de las
miserias caído al hombre, te hizo dejar esa hermosura y gentileza, y
arrojarteu entre los hijos de los hombresv sin figura ni
aspecto humano7 para quew zabulléndote en el mar de tantas
penas, sacases y redimieses al hombre, con ese propio amor, que no paró ahí
sino que corrió hasta vernos cada día más aprovechados, deseas que en mí haya
el propio trueco de gustos en cruz, de honras en afrentas. Corta tú, Señor, que
tanto sabes y puedes, la hebra de mis entretenimientos y gustosx
spirituales, para que se aspe en los maderos de la cruz; que si de ella se ha
de tejer vestido para ti, Dios mío, que te desnudaste de tu gloria para
adornarte y vestirte con las almas, bien será necesario que dende luego se
carde esta lana, se hile y teja, se batane y corte a tu talle y medida. Que
como, hecho hombre, tanto te apocastey y nadeaste -según san Pablo
dice, que semetipsum exinanivit8- siendo tan pequeño que, no
quiriéndote llamar hombrez, dijistea eras un
gusanillo9, para vestir un gusano, delgado hemos de hilar,
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mucho nos hemos de humillar y apocar; lo cual hacen tu
cruz y trabajos, padecidos por tu amor, que, como batán, encogen el alma que en
ellos entra. Y pues los gustos ensanchan y dilatan, quédense ahora hasta que
seas servido, que el vestido hacerse tiene al talle y gusto del que se lo pone
y no al parecer del paño de que se viste, si para dar el tal parecer tuviera
entendimiento.
[159v] Jhs. Mª
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