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CAPITULO 2 - En que se prosigue la propia materia, y
el sentimiento que tiene un alma desasiéndose de estas cosas de acá abajo. Cómo esto se alcanza con la mortificación
interior y exterior. Los yerros que se hacen por inadvertenciasa en el
aplicar estas mortificaciones los padres
spirituales
1. Con todo esto que hemos dicho en este
capítulo pasado no queda suficientemente absuelto lo que propusimos en su
principio: de la dificultad que un alma siente en sí para [46v] de veras
desasirse de todas las criaturas y cosas de la tierra, necesaria negación, para
alcanzar esta perfecta unión. Digo, pues, que ora se alcance esta unión
sirviéndonos estas criaturas de escalones o medios, ora se alcance por una
desnudez y absencia de ellas que Dios fue servido tuviésemos cuando él por su
bondad nos quiso meter en unas tinieblas y obscuridad, donde con un modo más
alto y más inmediato gustó de unirse con un alma, digo que en cualquiera destos
modos de unión es necesario quedar alejados de todas estas cosas de acá abajo,
el entendimiento desembarazado y la voluntad negada; el cual officio no se hace,
ni se alcanza esta soledad que el alma pretende para en ella entregarse a Dios,
si no es con trabajo y dificultad. Y yo pienso que la tiene mayor el que antes
de la unión tomó por medio buscar estas tinieblas y esta soledad, porque en
esta ocasión, no obstante que todo se hace con la gracia de Dios, tiene el
hombre más trabajos suyos; y así lo habrá de sentir más porque, cuando la unión
la alcanzó usando de las criaturas para que ellas le ayudasen a entrar en este
estado, la misma unión despide y despeja el corazón de estas cosas bajas y de
aquellas criaturas que le llevaron y pusieron en aquel punto. Y parece que hace
Dios entramas cosas: unirse con un alma y despedirla de las cosas de acá abajo.
Y cuando el alma, con trabajos y muchos actos, se ha procurado desembarazar y
poner en tinieblas, ha alcanzado sin la fuerza de la unión lo que ella trai
consigo, y así habrá sido fuerza padecer mayor trabajo y sentir mayor
dificultad.
2. Habiendo
llegado un alma a buen punto en orden a este fin y unión que pretende,
habiéndose declarado con sus maestros, ellos pretendiendo ayudarla no saben
otros medios sino mortificaciones y más mortificaciones. Y como esta alma ha
gustado o desea gustar o le han informado cuán grande bien sea esta unión,
[47r] dase y entriégase a sus maestros como un borriquillo callado y sufrido. Y
los maestros, que le ven tiene, como dicenb, buena espalda, no hacen
sino pegar en él a tontas y a locas, sin mirar si el pobre borrico está
atancado o ha metido los pies y las manos donde no las puede sacar. Que en tal
ocasión me parece superfluo el darle de palos, como hacen algunos criados
inadvertidos con algunas bestias, y aun no contentos con eso a
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todos los que pasan les dicen que les ayuden; y como
también saben poco de eso, todo para en coces y palos hasta que ponen en
peligro la vida y fuerzas del pobre borrico. Pareciéndome a mí que lo que le
sirve en tal caso es sacarle el pie del lodo, desatancarlo y, si es necesario,
quitarle la carga y que resuelle; y si son mulas y no pueden tirar, mirar las
ruedas no estén calzadas con algún canto grande que no las dejen rodar.
¡Oh, válame Dios, y qué al pie de la letra
sucede esto con un alma que por su voluntad se entregó hecha jumento a ser
cargada y mortificada! Que [a] puro palo y mortificación la quieren hacer ir
adelante y que salga y se desasga de todo lo de acá abajo; y aún, no contentos
con sus palos, a todos los que pasan por el camino y se hallan en casa piden
ayuda para una mortificación y otra mortificación, sin mirar ni reparar la
causa por qué está atancada y detenida aquel alma. Lo cual deberían hacer con
grande prudencia y discreción; si es lodo donde se entró, si es menester,
descargarla, dejarla resollar y descansar. Que poco sirve que la
propia alma guste y quiera las mortificaciones que se le ofrecen, porque
podrían éstas venir en tal tiempo y ocasión que sólo le sirviesen de apocarle
las fuerzas o acabarle la vida, sin ir adelante.
3. De donde hallo yo y veo otra mortificación
que es certíssima ofrecérsele a esta tal alma, [47v] como en su exemplo apunté
a decir: que muchos, como los caminantes, sin otro fin más que dar de palos al
borricoc, mortifican a un alma, particularmente entre religiosos en los
monasterios: que, no tiniendo todos una virtud, prudencia y discreción, cargan
(como dicen) sobre el pobre borrico caído a darle palos de suerte que, si les
preguntásemos qué fin tienen cuando mortifican al tal religioso, no sabrán
decir cosa más de que por ser borrico, porque dicen que es sancto o quiere ser
sancto. Y quiera Dios no sea ésta ocasión para que, si alguno hay de malas
entrañas, en ocasión de que mortifica no se vengue o desquite de sus
imaginaciones, de la no conveniencia con su natural. Quiero poner un exemplo, aunque pienso que
no habrá por la bondad de Dios ninguno tan desalmado que haga tal cosa.
Supongamos que en un convento nuestro, como se acostumbra, se levante un
religioso a hacer una mortificación estando los demás comiendo y que esta mortificación
sea que todos le den un bofetón o le digan una injuria. Supongamos que el
diablo tiene allá, entre los demás, dos o tres torcidos, o por su natural o por
lo que a ellos se les antoja, con la persona que sale a ser mortificada. ¿Quién
quita que el demonio en tal caso no les persuada aprieten la mano a darle el
bofetón, pues su venganza quedará tan bien disimulada con la mortificación
voluntaria de su hermano, o que le diga alguna injuria de las que él piensa que
más sentirá su hermano; y que el demonio que a éstos persuade esto, al paciente
lo tienta con descubrirle la mala intención de su hermano con que lo mortificó,
descubriéndola o por las palabras afectosas o demasiadas o encarecidas? Lo
propio digo yo cuando un
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alma se entriega a ser mortificada a maestros y padres
que no saben [48r] mirar por ella, antes, como jumento y asno, lo entriegan a
muchos para que se lo coman lobos y antes de tiempo den cabo de él.
4. Yo
confieso que esta alma, que así pretende desasirse de todas las cosas de la
tierra para con mayores veras unirse con Dios, que se ha de hacer mediante la
mortificación exterior e interior del alma, pero es muy necesario sea
mortificación no cruel ni desapiedada, sino prudente, discreta y acertada.
Porque, como decíamos arriba, el palo dado al jumento a buen tiempo y en parte
que convenga lo hace andar, y dado fuera de tiempo y en parte delicada, como en
la cabeza, antes lo estorba y puede quitar la vida. Yo tengo por cosa
certíssima que lo más dificultoso en la sciencia de enseñar [a las] almas el
camino de la perfección y de hacerlas crecer y aprovechar en él, es el
mortificar, el saber cómo, cuándo, en qué materia, en qué cuantidad y cualidad.
Y pensando que esto es lo más fácil, todos quieren ser maestros de mortificar y
amartillar a un alma. Aun para ser herrero y dar golpes en un ayunque o hierro,
es menester saber, porque, si los da en hierro no caldeado, sirven de poco; si
da muchos en hierro muy delgado, lo cortan y rompen. Y puesto caso que la
mortificación se endereza a labrar un alma y perficionarla, hase de aguardar a
que esté caldeada, tenga virtud y amor de Dios para sufrir la tal
mortificación, porque de otra manera, no sirviéndole de nada, echará noramala a
quien la mortifica. Y después de haber llegado al puncto que debe en ese fuego
y amor de Dios, hase de mirar las fuerzas que tiene, no adelgacemos tanto con
las mortificaciones y martilladas que rompamos o quebremos. Para desbastar un
palo quienquiera basta, pero si dél se ha de hacer alguna imagen, para perficionarlo,
no quienquiera sino el propio maestro. Y así deben los prelados tener muchos
ojos para mirar a quién cometen y hacen padres de novicios, no sea (como dicen)
gente que a tontas y a locas echan por en medio reparando en nada [48v],
mortificando a todo tiempo con la primera mortificación que sale.
5. No
lo quieran todo en un día. Váyanse poco a poco, que puesto caso, según lo que
ahora vamos tratando, las mortificaciones se enderezan a desasirnos de las
criaturas -que por eso se llaman mortificaciones, porque en el camino
espiritual hacen el officio que la muerte en lo temporal, que desnuda a un
hombre de todo: mujer, hijos y hacienda; así lo hace la mortificación que viene
con las condiciones arriba dichas: que desnuda, despide y aparta de las cosas
de la tierra al alma, y lo vuelve espíritu puro, sencillo, simple y solo para
que con menos embarazo vaya a Dios y sea una misma cosa con él-, pues digo que,
siendo esto lo que se pretende con las mortificaciones, lo que ellas por sí no
pudieren hacer, el ir granjeando cada día un poco de tierra en adelante lo
hará.
Y ése, pienso yo, es el más perfecto
modo de desasirse un alma de cosas de la tierra, porque es más libre, más
voluntario y menos violento. Así como si yo no quisiese ver algunas cosas feas
que me dan pena, y para esto yo cerrase los ojos o me los tapasen, bueno es
cualquiera
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de estos modos, pero mejor privado quedaría de verlas si
viniese la noche y con sus tinieblas me privase de el verlas, porque entonces,
aunque yo abriese los ojos, no las vería. Hombres hay que, queriéndose privar
destas criaturas de acá abajo para más perfectamente unirse con Dios, ellos
voluntariamente cierran los ojos, pero, en fin, si no hay más razón del estar
de esas cosas privados más que cerrar los ojos, ellos los abrirán cuando
quisieren, y quien hoy se privó mañana se podrá entregar. Otras veces, por la
mortificación exterior e interior suelen los padres espirituales taparnos los
ojos; en fin, en eso también hay alguna fuerza o violencia. Pero lo más perfecto para no ver es
habernos alejado del día y acercarnos a la noche, cuando de todo punto, aunque
se abran los ojos, no se ve. Quiero decir alejarnos nuestro poco a poco por sus
puntos y horas de estas criaturas de acá abajo, que como luces y días nos
impiden esta unión con Diosd, que se hace [49r] en obscuridad, y
acercarnos a la noche, que es a una negación verdadera de todo, que trai
consigo la presencia de Dios. Y ésta por una parte nos escurece para que no
veamos abajo las cosas bajas, y para que mejor consideremos las cosas altas,
dándonos luz sobrenatural con que, en absencia de lo que perdemos, veamos y
gocemos muchas cosas que ganamos.
6. Con
todo cuanto ahora he dicho en estos dos capítulos no me parece he declarado el
sentimiento y dificultad que un alma siente de desasirse y apartarse de estas
cosas de acá abajo, ni creo será necesario decirlo ni gastar más palabras.
Basta decir que, para de veras desasir el corazón de las criaturas, es
necesario que por verdadera mortificación muera abajo y por verdadera presencia
de Dios viva arriba, de suerte que es menester vida y muerte, un grado más de
lo que el hombre ha menester cuando en la muerte se despide de las cosas de la
tierra -que basta morir-; y en lo espiritual es necesario morir y vivir, morir
al mundo y vivir a Dios. La razón me parece es porque después de
muerto se queda metido entre las propias criaturas; y son de suyo tan pegajosas
que ni aun de los muertos por verdaderas mortificaciones hay que fiar, sino que
junto con estar muertos estén vivos a Dios, que guarden y libren su persona ya
muerta de estas cosas de acá abajo.
Bien
pudiéramos poner un exemplo en los difuntos de muerte temporal y corporal. Muere un hombre y, muerto, queda desnudo,
como dice Job que vuelve a la tierra como nació1. Ya él se despidió de
todas las cosas de acá abajo y las dejó, pero ellas son tan pegajosas y tan
melosas que no se quieren desasir y con el mismo difunto se quieren ir hasta la
sepultura y acompañarlo con grande vanidad, fausto y locura, y allí también se
quieren estar acompañando aquel cuerpo helado, aquellos güesos mondos y carnes
podridas; mostrando estas cosas exteriores y bienes temporales cuánto en vida
le quisieron, pues ya que no le pueden [49v] servir en la mesa, cama y vestido,
siquiera en aquella
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sepultura quieren estar y dar voces en los sepulcros,
alabastros, figuras, columnas, labores, molduras, letreros y epitafios; y en
ellos, digo, dar voces y decir cuán amigo eran del que allí yace y está muerto,
cuánto se holgaran estuviera vivo, para que les diera posada en su corazón.
Ahora pues, pregunto yo: si con estar este hombre muerto y despedido de estas
cosas exteriores, viendo que se van tras él a la sepultura sin provecho, antes
con dañoe porque descubren delante los ojos de Dios y, al dar la
cuenta, el amor desordenado que las tuvo y aun quizá el desacertado testamento
que hizo, pues digo, si junto con haberlas este hombre dejado en muerte, si
junto con estar muerto estuviera vivo para esta ocasión, ¿quién duda sino que a
esa locura y vanidad, que contra su gusto y voluntad presente le acompaña, que
no le pegara fuego aunque fuera en las cosas de mayor valor que se pudieran
imaginar y, junto con las quemar todas esas cosas que dejaba, las pisara, hechas
cenizas las ablentara por los aires, diera voces y dijera: ¡Déjame, mundo, ya
me perseguiste vivo, no me hagas mal después de muerto!? Y, junto con esto,
hiciera a sus amigos, parientes y testamentarios el sermón y plática que
pretendió el rico avariento hacer a sus hermanos reprehendiendo los efectos del
mal exemplo que les dio en vida2. ¡Oh Dios mío, y quién pudiese al
propósito de lo que voy hablando aplicar este exemplo como se debe!
Vamos
diciendo que el despedirse y despegarse de las cosas de la tierra un alma es
tan dificultoso que, junto con morir un hombre por la mortificación interior y
exterior, es necesario [50r] que, muerto afuera, viva adentro, de suerte que,
cuando las cosas de la tierra por ser pegajosas de suyo se fueren tras los
muertos y mortificados, tengan vida para quemar, abrasar todas las cosas de acá
abajo que les quieran seguir. De aquí es que los sanctos, cuando dejaban el
mundo, no dejaban en casa sus haciendas, porque les saben y conocen su
condición. Como vemos lo hizo Eliseo: que quema los bueyes, no se vayan tras
élf y, echándolos algún día menos, oyendo los cencerros, se vuelva a su
arado3. Y Cristo
dijo al otro mancebo: "Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que tienes y
dalo a pobres", no lo dejes en casa4. Y en la primitiva
Iglesia traíang los fieles lo que tenían a los pies de los apóstoles; y
porque Ananía y Zafira se dejaron en casa una suerte de tierra, les dio san
Pedro por castigo la muerte temporal5. Como quien dice: ¿La mitad de la
hacienda dejáis? Vosotros sois buenos para muertos que ordinariamente dan parte
de lo que tienen para vanidad y locura, y no para muertos al mundo que, si son
como deben, junto con estar muertos y despedidos de estas cosas de acá abajo,
han de estar vivos para apartar de sí la parte de hacienda o de cosas de la
tierra que los quisiere seguir.
7. ¡Oh!, qué admirable doctrina se puede
sacarh de aquí para algunos hombres de los que viven en el mundo, que
tratan de spíritu de mortificación, unión y perfección, y junto con eso han
dejado en
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casa un pedazo de vanidad: los cuatro y seis criados,
el coche y la mula, la señoría y el cumplimiento, el estrado y la gravedad, y
el noli me tangere. Que, si ellos hubieran subido a Dios y alcanzado el grado
de unión que pretenden o imaginan que tienen, ellos tuvieran más llaneza,
vivieran más pobres y más apartados de las cosas de la tierra. Estos tales
tienen la mitad no más, están muertos porque, como la mortificación se sujeta en
la parte inferior, son como los que mueren [50v] temporalmente, que por una
parte -como decimos- se despiden de las cosas de la tierra y, por otra parte,
esas propias cosas, aunque son muertos, en ese sentido los acompañan; y son
como los difuntos que ponen epitafios en su sepultura, llevan acompañamientos y
hacen otras cosas, en que dan muestra eran ricos y vanos en otro tiempo. El
sancto y el siervo de Dios, que habiéndose ya mortificado exteriormente y en su
casa da muestras que se contenta con una tabla y viste pobremente, ¿qué
necesidad tiene de ir por la calle con acompañamientos, de que a la puerta [de]
la calle le aguarden los negociantes, porque reposa? Esto -pregunto yo- ¿no es hacer sepultura
de alabastro, de figuras y epitafios? Si, junto con estar muerto, estás por la
unión que buscas vivo, di a esa vanidad que no sea loca, que te deje; y si no
quiere, quémala, abrásala y a más no poder huye de ella al desierto, a la
religión, porque de nada sirve tras ti sino de descubrir que, antes que murieses,
eras amigo y que, si por la mortificación tú la dejas, ella por el amor que
antes te tuvo no te quiere dejar ni apartarse; que, cuando no te haga otro mal
más que ser testigo ante los ojos de Dios de tus primeras vanidades y locuras,
eso basta, aunque no sé yo cómo pueda decir cómo un hombre dejó lo que,
callando, consiente le sirva y haga aplauso. Vaya; dejémosselo a Dios. Basta
saber que desasirse de las criaturas es cosa muy dificultosa, de suerte que es
menester muerte para dejarlas y vida para aborrecerlas, que es lo que un alma
sancta alcanza en la unión verdadera que tiene con Dios. El nos la dé para
que, de veras y como conviene, le procuremos servir. Etc.
[51r]
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