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CAPITULO 3 - Cómo la dificultad del desasirnos de las
cosas de acá abajo nace del amor que las tenemos, de su trato y communicación. Lo mucho que para con Dios gana quien de
veras las renuncia. Y cómo, en rigor, por este desasimiento entendemos el del
corazón
1. No
hay que espantar sea dificultoso y muy sensible el apartarse un alma de todas
las cosas de acá abajo, ni tampoco nos ha de espantar las muchas diligencias
que los sanctos ponen para de veras despedirse de ellas, porque es mucho lo que
pretenden con ese medio, que es quedar solos para a solas darse, entregarse y
unirse con Dios. Estas dos proposiciones procuraremos probar en este
capítulo.
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Las
cosas que más se aman están más asidas y entrañadas con nosotros. Aquellas
cosas más se aman que más tratamos, communicamos, conversamos, que más nos
acompañan y más bien nos hacen y son más conforme a nuestro natural. Todo esto
tienen con nosotros las cosas de la tierra, luego más las amamos y de ahí más
asidos y pegados y más dificultosos de apartarnos de ellas. La primera
proposición, que es a quien los artistas llaman "mayor", está clara,
que no tiene necesidad de probación, porque llano es que tanto cuanto amamos la
cosa, tanto la asimos y unimos con nosotros propios, porque no hay cosa que
tanto junte y conglutine las cosas como el amor.
2. La segunda proposición -en que decimos
que las cosas de la tierra son las que más amamos porque más las tratamos,
communicamos, conversamos, quien más nos acompañan, más bien nos hacen y son
más conforme a nuestro natural- también está bien claro, pues ellas nos son la
vida del cuerpo, quien la sustenta, alimenta y alarga, y sin ellas el cuerpo
perece y acaba. Hácennos tanta amistad que son nuestra alegría, contento y
desenfado. Son la cama de flores que hizo Dios al hombre en el paraíso antes de
criarlo. Son quien alivia nuestras cargas, congojas, fatigas, penas y
aflicciones. Tan nuestras las hizo Dios que a los que las dan y dejan por su
amor no ofrece menosa que un reino de los cielos, pues lo da a los
pobres de spíritu1; [51v] y ofrece el hacerlo dicípulo suyo al que de
veras renuciare todo lo que posee2. Y san Pedro, por unas redes rotas
que dejó, con osadía dice qué es lo que le han de dar; y Cristo les ofrece
grandes cosas, diciendo que se sentarán en las doce sillas escogidas que tiene
en el cielo y que juzgarán los doce tribus de Israel y recebirán ciento por
uno3. No hemos de entender que cuando san Pedro pide tiene delante los
ojos el valor de las redes solas en cuanto en sí eran, pues pocos reales
debieran de valer, sino las muchas cosas para que le servían, pues en ellas
tenía su vida, su pasada, officio, entretenimiento y las demás cosas necesarias
para llevar, conservar y ayudar esta vida tan trabajosa. Pues dejar Pedro por
Cristo tantas cosas en una y quedarse en casa con sola la vida pobre, pesada,
pedigüeña, triste, afligida y sujeta a tantos menesteres de que le libraban sus
pobres redesb, podía con osadía pedirle a Cristo paga, recompensa o cosas
que suplieran las necesidades en que era fuerza caer privado de sus redes. Y
así Cristo, como a quien hizo mucho, mucho ofrece: lo primero sillas, porque,
si en estas cosas de acá abajo descansa nuestro cuerpo y natural, menester es
que le ofrezcan otro asiento donde descanse; y quien por Cristo renucia lo de
acá abajo, le da de mano dejando su corazón libre y desasido de todo, bueno
será para juez de los tribus y pueblo judaico, que tanto amó y codició bienes
temporales. Y si en las redes deja san Pedro muchas cosas, muchas son las que
Cristo promete, pues da ciento por una, porque
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en ningún tiempo el hombre se pueda llamar a agravio
de que, dejando una cosa, en una dejó muchas y en ella la vida; y así con las
ciento ofrece Cristo la vida eterna.
3. Según esto, no hay que espantar que al
hombre le sea dificultoso apartarse y desasirse de estas cosas, pues en ellas
está tan concentrado y unido y en ellas así tiene su manida y descanso; y que,
dejándolas de veras, sea camino cierto por donde el hombre alcanza la unión
verdadera con Dios, en quien le dan ciento por uno, en quien le dan silla,
descanso y vida eterna. De donde también saco yo que, para desasirnos de estas
cosas, no sólo basta [52r] la mortificación, sino que es necesario el conocimiento
interior esté muy puesto en Dios, en quien el hombre halla todo lo que pierde
trocado en cosas más altas con grandíssima perfección.
La
mortificación podráme desasir de lo material y ayudar a desasir el corazón de
lo formal de las cosas, pero quien últimamente lo aparta y aleja es el
conocimiento que un alma tiene en Dios, cuando Su Majestad le enpieza a dar la
manoc para lo unir y pegar consigo; la cual mano la halla tan llena y
tan larga de las cosas que acá dejó por su amor, mejoradas con tanta ventaja
como decimos, que le pesa de no tener más que dejar y de no lo haber hecho
antes. Conoce el engaño primero en el desengaño postrero que se le da en
aquella celestial y divina junta. Digo "engaño primero", de haber
hecho más caso de lo que debía y merecían estas cosas de acá abajo, pues siendo
cosas que Dios las había puesto debajo de los pies del hombre, él las había
puesto sobre su cabeza. Y allí por "los pies" no entiendo estos
corporales, sino debajo de los pies del alma que son los afectos, dándole a
entender que de ellos se sirviese para el cuerpo, dejando el alma libre para
que sobre todas las cosas amase a su Criador. Y el "haberlas puesto sobre
su cabeza" había sido el haber puesto en ellas el conocimiento y afición
como si fueran nuestro fin último, sujetando nuestra alma a las leyes y
necesidades del cuerpo; como hacía el otro rico avarientod que, llenas
sus trojes, hablaba y decía a su alma que tenía grandes bienes, que comiese y
se holgase4, como si el manjar del alma fuera comer trigo y holgarse en
las cosas de acá abajo. De
manera que para despegarse y desasirse de estas cosas es necesario el
conocimiento claro de su valor y lo mucho que interesa cuando, uniéndose con
Dios, las trueca por cosas de arriba.
4. Querría
estuviésemos de veras persuadidos a esta verdad: de que es tan dificultoso
desasirnos del todo de estas cosas, ya por el amor que les tenemos ya por la
amistad que nos han hecho acompañándonos en nuestros trabajos y necesidades
(como queda dicho), que es necesario la presencia del mismo Dios para que de
veras y del todo nuestra alma quede de ellas desembarazada. Bien podríamos
nosotros con diferentes
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luces y
fuegos ahuyentar las tinieblas de una casa, pero es imposible eso se haga como
se debe hasta que en el día salga el sol, [52v] con quien no tienen las
tinieblas ninguna conformidad, según dice san Pablo: Quae convencio lucis ad
tenebras, Cristi ad Belial?5 Jesucristo dice por san Matheo 6: Nemo
potest duobus dominis servire, etc., Deo et mammonae6, entendiendo por
este vocablo mammonae las cosas de la tierra. De esa misma suerte, cuando de un
alma queremos ablentar la memoria, presencia y afectos de cosas de acá abajo
que al alma le sirven de nieblas, ñublados, tinieblas y obscuridad, algo
haremos cuando nos mortificamos y ejercitamos en actos contrarios, pero no
podemos alcanzar lo que pretendemos de veras, porque, en mill rincones donde no
pudo llegar la tal mortificación, se quedane sus aficiones antiguas
scondidasf.
Pongamos exemplo: mortifico yo el
oído y procuro de esta mortificación hacer muchos actos; alumbraré este
sentido, pero dejaré esotros en tinieblas. Y lo propio digo cuando mortifique
la voluntad o el entendimiento, pero todo el hombre interior y exterior no es
posible hasta que en el hombre entra Dios y el alma se une con él, que entonces
ya no hay tinieblas y, mientras esta unión durare, no es posible haberlas,
porque luz y tinieblas no se compadecen. Esto he dicho porque los que tratan de
mortificación y del ejercicio de otras virtudes procuren enderezarlas a esta
unión y presencia de Dios, en quien y por quien con grande facilidad alcanzarán
lo que por otros caminos les será muy dificultoso.
5. También
querría se advirtiese aquí que este desasimiento deg las cosas de la
tierra, de que vamos tratando, es el interior y el despego del corazón, a quien
Cristo llamó pobreza de spíritu7; que el spíritu sea pobre cuanto fuere
posible en lo temporal y rico en lo spiritual. La cual pobreza y desasimiento
bien se compadece con el uso de algunas cosas temporales necesarias para el
sustento y puesto de su persona, que no se entiende por "desasirse de
todas las cosas" quedar un hombre en lo exterior tan pobre que sea necesario
pedir por amor de Dios. Bien es verdad que es más perfeción en lo interior y
exterior ser pobres y haberlo dejado todo, que por eso dijo Cristo al
otroh mancebo: "Ve y vende todo lo que tienes y dalo a
pobres"8, de suerte que no le dejaba nada. Pero esto es tan
dificultoso que, en quien pide y desea esta perfección, causa tristeza, cuánto
más en quien piensa que porque tiene los ojos zarcos, en cerrándolos, se les ha
de [53r] venir Dios a unir con ellos. Pero personas que no se pueden o no se
determinan a se disponer para tanto, éstas procuren, como queda dicho, ser
pobres de spíritu y desasir el corazón de suerte que, tiniéndolo todo, no
tengan nada. Y si dejaren parte de la hacienda, ésta sea para suplir y remediar
las necesidades del cuerpo, digo las precisas y no las superfluas y las que
sólo sirven a nuestro gusto. Que esto es fácil de entender en algunas
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señoras
devotas y que tratan de oración: que no la tengan con la perrilla en las faldas
ni al son de la vigüela, o con la preparación del baile o sarao, que esto todo
ha de salir de casa porque, como estas cosas son delicadas, en verdad que, si
en ella están, que se nos han de entrar a pesar nuestro y aposentarse en
nuestro corazón.
6. Arriba
dije, en un capítulo pasado9, de algunos varones spirituales que eran
como los muertos corporalmente, que, despedidos de sus bienes, los propios
bienes se van tras ellos a los sepulcros; y que así habíe algunos varones
spirituales que, dejando las cosas de la tierra, las dejan tan en casa que, no
perdiéndolos de vista, topan con ellos cuando se les antoja. Digo ahora, al
propósito que voy hablando, que allí sólo reprehendo en los tales varones la
vanidad o locura interior, si alguna quedó, con la cual conservan algunas cosas
exteriores que sólo pertenecen a gravedad, pundonor y honra. Que en lo demás, ya
yo digo que el que vive en el siglo tener tiene con qué pasar; y si por verse
necesitado de estos bienes y por usar de ellos, como flaco, no pudiere ser de
los más perfectos, conténtese con ser de los medianos, que en la casa de Dios
muchas mansiones hay10 y no todos han de ser apóstoles ni todos
evangelistas ni todos doctores11. Y Dios, a quien pretendemos servir y
agradar, por su misericordia nos dará buena medida y revertida de su gracia,
con que alcanzaremos la vida eterna en compañía de los más perfectos por los
siglos de los siglos. Amén. Etc.
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