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CAPITULO 6 -
De cuánto provecho sea la mortificación a un alma y cómo no se le debe aplicar
más de la que buenamente pueda llevar según las fuerzas que Dios le diere
1. Tanto
cuanto es de más provecho y valor una cosa, tanto más se ha de mirar y procurar
el acierto que de ella y con ella se debe hacer porque no se mal logre o se
pierda. De donde vemos que el padre que mucho ama y quiere a su hija
(particularmente cuando ella tiene también partes para ser querida, que
entonces se junta y hacen a una el amor natural con el apreciativo o interesado)
anda con mill desvelos y cuidados por verla bien empleada y darle el marido que
ella merece y él quería. Y si en esto hubiese yerro y desacierto, piérdese lo
que mucho vale, y tanto cuanto se pretendió ganar tanto se perdió. También lo
vemos en la purga que dan a un enfermo: que, dada a buen tiempo y cuando
conviene, acierta a dar salud, vida y fuerzas al enfermo y, salido de ahí, da
con él en la sepultura.
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Una
de las cosas de más estima en el camino de la perfección y vida espiritual es
la mortificación que los padres spirituales aplican a sus hijos y discípulos,
porque con ella les pretenden dar salud, vida y acrecentamiento de fuerzas
spirituales; y ésta, dada a buen tiempo y cuando (como dicen) el enfermo tiene
fuerzas o disposición para tomarla, hace todos esos provechos. Y si en eso se
yerra, hace otros tantos males, ayudando no a ir adelante, sino a volver atrás
y a dar con un hombre en la sepultura.
Para esto, como queda
dicho en otros capítulos, conviene medir las fuerzas del enfermo y hacer el
tanteo según ellas para ver las dracmas y onzas que se le han de dar de jarabes
y purga y las scudillas de sangre que le han de sacar. Porque si un enfermo es
toda la sangre que tiene mala y los humores de que estaba compuesto están todos
corrompidos, ni le han de sacar toda la sangre ni purgar todo el humor, sino
que, a medida de cómo los humores y sangre se fueren corrigiendo y trocando en
buenos, a esa medida se han de ir evacuando los malos, que, aunque malos y
torcidos, por entonces sustentan al enfermo. Las mortificaciones que se aplican
a los que pretenden crecer y ir adelante en la perfección, sirven de sangrías y
de purgas que nos evacúan y limpian de todo lo que no es Dios, y nos desasen y
desaficionan hasta de nosotros propios. [57v] Pero entiéndense que estas
mortificaciones fuertes sólo se han de dar a los fuertes y a los que ya tienen
virtud y sanctidad, de que están compuestos de buenos humores, porque, si se
aplicasen a quien por todas partes es flaco y compuesto de mill defectos, o
vomitaría la purga y alanzaría la mortificación sin entrar al lugar y asiento
donde hace su provecho o haría más daño ayudando a quitar antes con antes la
vida al enfermo. Como vemos muchas veces que sucede a los predicadores y padres
spirituales: que, llegando a reprehender o mortificar una persona, suelen
volver con las manos en la cabeza; y si ellos de burla pretendieran mortificar
a las tales personas tocándoles en el pelo de la cabeza, ésos se vuelven contra
ellos diciéndoles palabras pesadas y tocándoles no en el pelo sino en la honra,
como algunas veces me ha sucedido a mí, de que pudiera poner exemplos.
2. La
materia de este capítulo es clara y fácil. Y pienso la dejo scrita arriba, y
así no será necesario alargarnos en ella. Basta para exemplo y confirmación lo
que san Pablo dice: que no consiente Dios ni consentirá que seamos tentados más
de lo que buenamente nuestras fuerzas pudieren llevar1, porque lo demás
fuera edificar sobre arena y ir Su Majestad contra lo que tenía dicho y predicado,
y dar con todo el edificio en tierra antes de tiempo por la flaqueza del suelo
en que se cargaba2. ¡Oh cuánto importa que los padres spirituales
adviertan que somos tierra, polvo y ceniza! y aun de menos fortaleza que el
arena, que ésa fragua mezclada con la cal y, en fin, tiene y es de pedrezuelas
aunque pequeñas y menudas; pero el hombre es polvo menudo y tanto que no ha
menester fuerza o golpe para desaparecerse, que bástale el viento, y así es
insuficiente para carga pesada.
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3. Cuando determinó Abrahán de hacer
aquellas muchas réplicas a Dios volviendo por los de Sodoma, a quien estaba
determinado Su Majestad de asolar, como parece en el capítulo diez y ocho del
Génesis, que no una vez rogó por ellos sino seis veces le replicó
encarecidíssimamente, y hase de notar que a la segunda réplica que hubo de
hacer se preparó y armó con decir que era polvo y ceniza: Loquar ad Dominum
meum, cum sim pulvis et cinis3. Pues veamos, sancto patriarca, ¿no os
armárades y preparárades con otras armas más fuertes que con polvo y ceniza,
materia tan flaca? ¿Qué os ha de hacer el polvo y ceniza si Dios se enoja
contra vos, por ser tan importuno y por [58r] rogar contra gente tan depravada
y obstinada? Y como suelen en ocasiones semejantes de riñas trabadas y
sangrientas sacar los terceros y los que meten paces las manos sobre la cabeza,
bien fuera que os pertrechárades con fuertes escudos y cosas enaceradas,
reparáradesa vuestra persona en castillos fuertes, murallas incontrastables.
Así lo hizo Moisés cuando pedía perdón a Dios para su pueblo, que le dijo:
Memento, Domine, Abraham, Isac et Jacob, quibus jurasti per temetipsum,
[dicens]: Multiplicabo semen tuum sicut stelas caeli et pulverem maris, ne
dicant queso Egipti: calide educxit eos ut interficeret in montibus et deleret
de terra4. Pónele a Dios delante y guarécese con los amigos de Dios
para meterse en medio de tales enojos; abroquélase con grandes sanctos para
recebir el golpe que de resultida le viniese sobre la cabeza; y no sólo se
encastilla y fortalece con sanctos fuertes, sino con la palabra que Dios tenía
dada a los hebreos de los llevar a la tierra de promisión. Pero, siendo los
pecados de Sodoma mayores y, por el consiguiente, los enojos de Dios más encendidos,
Abrahán para se poner en medio no se abroquela con sanctos, nada le acuerda a
Dios, sólo le dice que el que habla, ruega y replica es polvo y ceniza.
Veamos qué misterio tiene esto. Respondo que, si bien
notamos lo que adelante por dos veces repite Abrahán, echaremos de ver lo que
pretende, que es lo que vamos diciendo: que Dios mide las fuerzas de aquellos a
quien envía trabajos antes que se los envíe. Dice, pues, Abrahán en dos
replicas que hace a Dios: Ne queso indigneris, Domine5; ruégote, Señor,
que no te enojes porque soy tan importuno (como quien dice) y, si te enojares,
mira que el que habla es polvo y ceniza sobre quienb pequeño golpe
basta y pequeña carga sobra, pues sobre polvo y ceniza pequeña avenida es
suficiente para llevársela adelante. Bien veo la razón, Señor, que tienes de te
enojar; bien conozcoc cuán terrible es tu justicia y que, si tú quieres
sentar la mano, no habrá quien aguarde, pues delante de ti enojado las columnas
más fuertes del cielo temblarán, pero yo determino en esta ocasión de parecer
delante de tu tribunal a rogarte por esta gente. Ruégote, Señor, que mires que
soy polvo y ceniza, y no columna fuerte para parecer en esta ocasión, y
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que en este juicio, si sobre mí lloviere, mires que soy
polvo y ceniza, de pocas y flacas fuerzas. Es lo propio que dijo [58v] Job: Contra folium, quod vento
rapitur, ostendis potenciam tuam6. ¿Tanto poder para tanta flaqueza? ¿Rayos tan fuertes
para hojarascas tan delicadas? Basta
viento, Señor, que eso se las lleva. Y si David compara al hombre a heno y a la
flor del campo7 y a una imagen pintada8, paréceme que para el
heno basta el sol para secarlo, y para la flor el hielo para marchitarla, y
para la imagen basta agua para borrarla, y un pequeño trabajo y mortificación
al hombre para consumirlo.
4. Según esto, bien, bien que el padre
spiritual piense y premedite muchas cosas antes que descargue el golpe de la
mortificación. No consiste
el hacer un barbero buena sangría en meter mucho la lanceta -que tanto la puede
entrar que rompa las cuerdas y los nervios y deje a un hombre manco-; antes
consiste en tener la mano no pesada sino liviana, en romper la vena lo que
inporta para que por esa abertura salgan las cuatro onzas de sangre y con
facilidad luego, con un trapillo de lienzo mojado en agua, se torne a cerrar,
porque también hemos visto afistolarse un brazo y venirse a pudrir de solo
aquella picadurilla no bien hecha, y a buen librar volvérsenos la sangría
enfermedad nueva que tenga el zurujano que curar. De esta misma suerte, digo
que la mortificación ha de venir de buena mano, liviana, acertada, medida y
atentada, no sea que por mortificar nos manquen a nuestro enfermo o nos lo
destruyan en el camino que lleva comenzado, que acaso sea necesario busquemos
otro maestro para que cure la mortificación que el pasado hizo y aplicó como
sangría no bien hecha. No creo digo doctrina que no sea bien necesaria y que no
haya muchos casos a que no sea necesario aplicarla. Cada día se ve los prelados
hacer capítulos, reprehender faltas de suerte que salen los súbditos bien
necesitados de buscar otros médicos y padres que los consuelen y reparen algo
de lo que en ellos destruyeron las palabras pesadas y razones rigurosas que
allí les dijeron.
5. Aquella
piedra, de quien dice Zacharías que habíe Dios de entregar a su pueblo para que
fuese piedra angular del edificio de su casa habiéndola primero con golpes y
martillos labrado, dice que sobre ello ha de poner siete ojos: Super lapidem
unum semptem oculi sunt. [59r] ¿Para qué, Señor, tantos ojos? ¿No bastan dos? No, sino sieted,
quia ecce ego celabo sculturam eius9. Piedra que ha de ser entregada y
puesta en manos de los hombres para que ellos la labren, menester es pongamos
muchos ojos sobre su labor, porque el hombre es tan desatentado y desmedido en
los trabajos, castigos y persecuciones que envía sobre el justo que, si no
hubiese en el cielo quien mirasee con siete ojos y con particular
atención no pase de raya, acabarían con él, sin mirar cuántas son las fuerzas
del que lleva la carga.
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6. Va tratando san Juan en el
Apocalipsif, capítulo 11, del martirio y crueldad con que serán
tratados a la fin del mundo en tiempo del anticristo aquellos dos grandes
prophetas y columnas de la Iglesia que para aquella empresa tiene Dios
guardados en lugar secreto, y dice que sus cuerpos los dejarán sin sepultura
para que todos los vean en medio de la ciudad de Jerusalén, y que después de
estos tres días y medio resucitarán: Et corpora eorum iacebunt in plateis
civitatis magnae per tres dies et dimidium et, post tres dies et dimidium,
spiritus vitae a Deo intrabit in eos10. ¿Por fuerza, Señor, habéis de
contar, en el rigor que se ha de usar con vuestros siervos, el medio día? O se han tres o se han cuatro, pues el día
comenzado se da por cumplido, y no os mostréis tan tasado y ajustado, que poco
importa contar o no contar medio día; o, si no, aflojad la mano y no consintáis
que tengan allí a la vergüenzag tanto tiempo a vuestros siervos y
amigos sin que les den sepultura; basta que sean tres días. No, que ya tiene
Dios tirada la cuerda y tomada la medida de lo que ha de ser, y de esa mitad de
día se ha de hacer acuerdo y mención; que no es Dios como los venteros y
mesoneros que, hecha la cuenta, porque salgan reales cabales, no reparan en
echar medio más. Cuenta, peso y medida para todas las cosas quiero en mi casa;
y si tengo de consentir que el justo llore, han de ser lágrimas con medidah:
Dabis nobis lacrimas in mensuram11, porque soy yo el que las tengo de
limpiar.
7. Con
esto queda suficientemente probado los ojos que deben tener los padres
spirituales cuando labran una piedra para este espiritual edificio. Que no se
den más golpes de los necesarios, según pide la regla y escuadra que sobre esa
tal piedra se echa. Y que no sean más días los que ha de durar la
mortificación, pena y trabajo de lo que echan de ver conviene. Que no sea en
ellos la cuenta que decimos del ventero que, a trueco de que su mal cuenta y
tanteo que hicieron salga buena, le quieran [59v] llevar al pobre pasajero lo
que no debe y que pague lo que su bolsa y caudal no alcanza, y al que camina y
apriende virtud lo que no puede hacer ni sus fuerzas alcanzan.
Jhs. Mª
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