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CAPITULO 7 -
Cuánta luz y sabiduría es necesaria para aplicar mortificaciones a las almas
que caminan a la perfección
1. Cuán
largo haya andado Dios en las obras de su misericordia, cuán corto y detenido
en las de su rigor y justicia, los libros están
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llenos y dicen y noa enpiezan algo de lo mucho
que hay que decir. Y así no será necesario traer de nuevo a la memoria algún
olor de los inmensos e innumerables beneficios que cada día recebimos de Dios,
las cortas y medidas penas y trabajos que nos envía por nuestros sobrados
culpas y descomedimientos.
Sólo querría dejar asentado, en el punto
que se debe saber, cuánta debe ser la sabiduría, prudencia y discreción del
prelado y maestro spiritual que rige y gobierna, particularmente cuando aplica
mortificaciones. Bien vemos en el aldea que el enfermo sufre la falta del
médico y se rige por el enfermero o albéitar de su pueblo cuatro, seis, ocho
días, haciendo mill unciones y tomando mill sahumerios y puniéndose otros
tantos enplastos por dicho de la primera vieja que aportó a su casa; pero al
tiempo de tomar la purga, por pobre que sea, desea y quiere el médico más
letrado, acertado y experimentado, aunque venda la manta de la cama y se quede
sin abrigo. Porque, como la naturaleza humana es flaca (según hemos dicho en
los capítulos pasados), tanto la podíamos adelgazar que, quebrando, diésemos
con ella en la sepultura.
2. San
Matheo dice a lo último del capítulo 4 la muchedumbre de gente que seguía a
Cristo, habiendo corrido su fama y opinión por toda Siria, de suerte que
oferebant ei omnes male habentes, varis langoribus, et tormentis comprehensos
et qui demonia habebant et lunaticos et paraliticos, et secutae sunt eum turbae
multae de Galilea et Decapoli et de Jerosolimis et de Judea et trans
Jordanem1; [60r] que, a la fama de las obras de Cristo, se despoblaban
los pueblos, las ciudades y las provincias y se vaciabanb los
hospitales, de suerte que no dejaban hombre enfermo de cualquier enfermedad que
tuviese, fuese paralítico, lunático o endimoniado, y Su Majestad con su
acostumbrada misericordia y piedad los sanabac. Así lo dice el propio
evangelio en el mismo lugar: Et curavit eos2, que los curó. Y no contento con esto,
para los enfermos por venir, para los que recayesen, les proveyó en la misma
ocasión de dos remedios saludables y eficacíssimos.
El uno
fue las celestiales promesas que hizo en consiguiente en aquel divino sermón
que tuvo subiendo al monte, cuando habiéndose sentado y abriendo su boca dijo:
"Dichosos los pobres de spíritu porque suyo es el reino de los cielos;
dichosos los mansos porque ellos poseerán la tierra; los que lloran porque
serán consolados; los hambrientos y sedientos por la justicia porque ellos
serán satisfechos"3. Y así fue prosiguiendo y haciendo promesas a todo género de gente
afligida. Es celestial cura y entretenimiento para enfermedad larga y pesada aguardar
después de tales trabajos tales promesas. El último y tercer remedio que Cristo
dio en aquella ocasión fue señalar para en absencia suya médicos que curasen; y
porque las curas las hiciesen con el acertamiento que convenía, en la misma
medicina que habían de aplicar, en ésa propia les
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pegaba la sabiduría y ciencia que para aplicarla
habían de tener. Llamad a sus apóstoles sal de la tierra y luz del
mundo4, que fue decirles: salar tenéis carne tan corrompida y salud tan
estragada como los hombres tienen; advertid que la sal muerde y la sal significa
la sabiduría, porque entendáis que han de ser bocados, penas y mortificaciones
las que habéis de aplicar con grande sabiduría; el fuego quema, pero también
alumbra para que veyas que no queme más de lo necesario.
3. Notable cosa quee, scribiendo
aquella mano de hombre la sentencia contra el rey Baltasar, de quien dice la
profecía de Daniel que, estando cenando el rey con todos sus grandes una noche
donde se profanaban los vasos de Dios que había llevado de su templo en el saco
que hizo en Jerusalén, dice que aparuerunt digiti quasi manus hominis
scribentis contra candelabrum [60v] in superficie parietis aulae regiae, et rex
aspiciebat articulos manusf scribentis5. Dos cosas hallo yo
aquí dignas de ser notadas: la primera, que un candelero dice que alumbraba a
los dedos y mano que scribía; la segunda, que el rey prestaba atención y miraba
cómo se meneaban los artículos de la mano que scribía. Pregunto yo: esta
sentencia que aquí se scribe ¿no viene dada y pronuciada por Dios, en quien no
hay ni puede haber yerro ni engaño? Et in eo tenebrae non sunt ullae6; en
quien no hay tinieblas porque sus ojos son muy más claros y resplandecientes
que el sol ¿qué necesidad tiene de que le alumbren con un candelero para
scribir la tal sentencia? Lo
segundo, ya que la scriben aquellos dedos ¿para qué ha menester mirarla scribir
el rey, contra quien se da? Bastaba que después la mirara y viera escrita. Digo
que todo es necesario, porque, aunque es verdad que Dios es el que ha dado la
sentencia, dedos de hombres son los que la scriben; y pluma y mano de hombre
sin luz podría echar alguna letra más, algún punto o tilde fuera de lo que Dios
tiene ordenado. Y así alúmbrele un candelero y mírelo la parte, hállese
presente el juez en la luz a cuya claridad se escribe y los ojos del culpado
que noten. Porque el hombre de suyo es tal que, de la mano de Dios a
la suya que se mude la pluma, se trocarán las cosas y se podrá cargar la mano
más de lo que conviene. Y de eso no gusta Dios, antes previene con luz
particular para que se miren y adviertan las cosas más menudas que se hubieren
de pronunciar contra nuestros hermanos, particularmente si son de pena y
mortificación; y quiere tanbién que se hallen los ojos de la parte delante para
que tanbién se advierta la gravedad de las culpas, si lo son, por quien se dan
las penas y, si son mortificacionesg, las fuerzash sobre quien
se cargan.
4. ¡Oh, qué lición esta quei está
dando Dios a los padres spirituales al propósito que vamos hablando! Lo
primero, nos enseña que, siendo todas las almas, que a nuestros pies vienen a
que las enseñemos y
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rijamos por el camino de la verdad, enfermas, que las
curemos y sanemos. Así lo hizo Cristo sin que se lea otra carga o pecho que les
echase a aquella muchedumbre de enfermos que le trujeron, sino que sanavit
eos7, [61r] que los sanó. Que siempre que pudiere el padre spiritual encaminar a un alma sin
costas ni trabajos, lo haga, que más largos pasos se dan por el camino llano y
florido que no por el pedregoso. Y si no pudiere, y fuere necesario apretar la
mano de la disciplina y mortificación introduciendo pobreza, lágrimas, trabajos
y persecuciones, que mire lo que hace Cristo, que los cura con buenas speranzas
y consuelos en lo por venir -diciendo a los pobres que suyo es el reino de los
cielos, y de los que lloran el consuelo, y la bienaventuranza de los
perseguidos8-, que, como acá decimos, los duelos con pan son menos.
Ultimamente, si fuere necesario poner la mano y hacer cura rigurosa y salar las
llagasj y dar botón de fuego, que adviertan que con un solo nombre se
significa el castigo y la sabiduría con que se ha de aplicar, que es
"sal". Y lo propio en el nombre de "fuego", que
alumbra y quema, porque para tales ocasiones se ha de pedir a Dios grande luz
para no errar, que en fin nuestras manos y dedos son de hombres que muchas
veces, por no tener la luz que conviene, hacemos cosas que después nos
arrepentimos cuando consideramos los daños que hemos hecho.
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