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CAPITULO 10 - De un yerro particular que se suele cometer
con los que caminan a la perfección, quiriendo remediar algunos daños aparentes
del cuerpo a costa de los bienes y aprovechamientos del spíritu
1. Bien será veamos ahora algunos yerros
en particular que hacen los hombres, por ver si, ya que no los pudiésemos
agotar, si pudiésemos siquiera remediar algunos, para que en ellos no viésemos
cada día tantos menoscabos en las personas que se ejecutan. Es cierto, padres
míos, no queda un sclavoa tan señalado con la s y clavo que le inprimen
en los carrillos como lo queda un siervo de Dios con los yerros que con él
hacen, en que los tales maestros no reparan porque ellos no lo sienten. Pero
¡ay del caído y de quien, habiendo de estar muy adelante, se halla mill leguas
atrás y con otros tantos temores de que la justicia [65v] de
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Dios le ha
de echar mano por ser hombre herrado y sclavo descaminado! Al uno le dé Dios
paciencia para llevar tales pérdidas y al otro luz para no causarlas. No siempre estos
yerros que hacen los padres spirituales consisten en la cuantidad de las penas
y mortificaciones ni enb el número y multiplicación de ellas, porque
sin esos hay otras muchas cosas en que puedan errarc.
2. Uno destos yerrosd que hacen
estos padres spirituales es que, viendo a estas almas, que de veras desean
aprovechar en este camino y alejarse de las criaturas uniéndose con Dios, que
padecen algunos desmayos spirituales (forzosos y necesarios para alcanzar lo
que pretenden, porque eso es lo que figuraba la cojera de Jacob cuando alcanzó
la bendición del ángel1) pretendene, pues, no sabiendo la
virtud que estos desmayos tienen, remediarlos y curarlos dándoles título y
nombre de enfermos, haciéndolos comer y beber muchas veces más de lo que
acostumbran, dormir y espaciarse. En que hacen grandes males: uno, que le
quitan la enfermedad, de quien decía san Pablo que le daba fortaleza2;
lo otro, que quitándole las fuerzas al alma, se las dan al cuerpo para que con
mayor brío se levante contra el spíritu; y otro mal es no conocer que aquel no
es desmayo ni flaqueza, sino victoria que el alma alcanza del cuerpo,
levantándose la razón contra la sensualidad y el spíritu contra la carne. El
cual vencimiento en el cuerpo causa temblores, temores, miedos y desmayos, que
no son desmayos sino zorrerías de raposa, que se hace mortecina para ver si la
desatan y dan sueltaf para que corra y se vaya a sus anchuras. ¡Oh
padres míos, y si de veras hiciésemos notomía de un cuerpo de los hombres que
llamamos muertos al mundo, y cómo, después de las flaquezas que por de fuera
les vemos padecer, hallaríamos que para el estado que tienen y vida que poseen
les basta y aun sobra el regalo de que gozan, aunque sólo sea un pedazo de pan
mojado en agua y unas hierbas sancochadas!
Esta
doctrina no sólo es para los padres y maestros, sino también para los
discípulosg. [66r] Que acaben de perder ya el miedo y entiendan que los
desmayos que les dan no son palosismos de muerte, sino sueño y enfermedad de
vida y para mayor gloria de Dios, como Cristo dijo de la enfermedad de
Lázaro3, porque de esa enfermedad sale el justo con nueva vida y
mejorado en muchas cosas, y Dios queda glorificadoh.
3. Digo,
pues, que ésa no es enfermedad que se debe curar y, cuando lo fuera, no se
habíe de curari con tanto detrimento y daño del spíritu. Bien fuera que
Abrahán, por acudir al consuelo de la sclavaj Agar, enojara y
disgustara a Sara su mujer dejando a Ismael en casa, que enseñaba malas
costumbres y peores leyes a Isac en quien Dios tenía puestos los ojos4.
Bueno fuera que por curar un panarizo del
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dedo provocara el médico a calentura; yk
porque el río no maltrate con sus avenidasl los eriales y chaparrales,
lo guiemos por los jardines y sembrados. ¡Oh locura grande! Padezca el cuerpo mucho de norabuena, tenga
desmayos, párese yerto y flaco, que nada de eso importa a trueco de que el
spíritu quede en salvo. Vengan las avenidas por el cuerpo,
enflaquézcanse los sentidos, que bien es mirar por el alma y sus virtudes. Más vale vivir cuatro días con menoscabo
del cuerpo que no muchos años con desaprovechamiento del alma. Nadie pone los
ojos en las pequeñas pérdidas de su ejército cuando ha alcanzado grandes
victorias del contrario. De donde vemos que, cuando Jacob quedó cojo de la
lucham que tuvo con el ángel, nunca jamás se tornó a hacer
menciónn del menoscabo que de la tal lucha sacó, porque todo se podía
disimular con la victoria y bendición que alcanzó5.
4. Muchos sanctos y siervos de Dios vemos
con una increíble paciencia en la cama por muchos años, molestados de diversas
enfermedades (de que fuera fácil traer extraordinarios exemplos) de que no
hacen caso ni se quejan, porque [66v] todo eso lo scurece la grandeza de los
bienes que consiguieron después de las trabadas guerras que trujeron con
demonio, mundo y carne. De aquí es lo que la Iglesia canta de los mártires en
sus fiestas, diciendo: Non murmur resonat, non querimonia, sed corde tacito
mens bene conscia conservat pacienciam. Que la conciencia, bien
sabidorao de los premios que les estaban aguardando (que así lo canta
luego: Quae vox, quae poterit linguam retecxerit, quae tu martiribus munera
preparas?6; ¿qué lengua podrá decir los premios que Dios está
preparando para los mártires?), pues la conciencia, sabidora de estos premios,
no da lugar a que la lengua se queje ni murmure en medio de los tormentos,
antes con grande silencio sustenta la paciencia. ¿Qué es, mis hermanos, lo que
han procurado los sanctos con tantos trabajos, tribulaciones y martirios, sino
llegar a un estado en que el almap en este mundo empiece a gozar de su
Dios con alguna paz? A esto iban enderezadas las penitencias de los ermitaños y
confesores; esto pedían y esperaban los cilicios, cadenas, ayunos y desiertos
de los Antonios, Paulos, Hilariones; a esto las cárceles y prisiones
voluntarias del cuerpo y del alma con perpetua obediencia de tantos religiosos
como por sólo Dios se encierran y ponen detrás de paredes viejas; a esto iban
encaminados los destierros, fuegos, males, cuchillos, navajas y infinitos
tormentos que los tiranos daban a los sanctos mártires, llevándolos con
paciencia y perseverancia.
Si esto es así, y nosotros por alcanzar
algo de esta perfección el cuerpo quedare algo menoscabado, enfermo o
desmayado, poco inporta, no hay que darnos cuidado, que algo se ha de sufrir y
llevar por haber
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alcanzado lo
que tanto vale, lo que tanto deseamos y pretendimos, y no lo hemos de querer
todo de baldeq. El demonio dice a Dios, quiriendo disminuir la
paciencia del sancto Job, que [67r] pelem pro pele, et cuncta quae habet homo
dabit pro anima sua7, id [est], pro vita sua. Que no hay que espantar,
dice el demonio, Job tenga paciencia en tantos trabajos como le habían venido,
quitándole el demonio los hijos, la hacienda y los demás bienes de fortuna, que
todo lo dan los hombres por bien enpleado a trueco de quedar con la vida. Y no
sólo dio todo eso por bien empleado sino los trabajos, dolores y enfermedades
del cuerpo, cuantas vemos en su libro, por no perder la vida del alma. Pues, si
esto es así, ¿por qué nosotros por la vida spiritual y granjeo de bienes eternos
no sufriremos una grande r o pequeña enfermedad que nos resulte después
de tan dichosas victorias?
5. ¡Oh
padres spirituales! Viva la gallina y viva con su pepita (como dicen las
viejas). Viva el alma, reine Dios y todo ruede. No seamos como el rústico y el
zafio, que siente más la rotura de la calza que la cuchillada de la pierna, la
muerte del pollino con que trai leña que no el hijo que engendró. ¿Qué otra
cosa es este cuerpo sino un vestido del alma, un jumento, animal de poco
precios y consideración en comparación del alma? Es una funda de trapo
viejo con que tapo el brocado fino de nuestro spíritu, hecho a imagen y
semejanza de Dios. Es un scudo con que adargamos al hombre interior. Es una imagen muy al
temple y fácil de borrar. Todas estas cosas son de poca consideración
yt que se deben anteponer a nuestro aprovechamiento y bien spiritual; y
si al contrario hiciésemos, nos tendrían por locos y desatinados, como lo fuera
el que diera la cabeza y lau prestara para el golpe y la cuchillada
porque no le hiriesen el escudo u devisa. No sé cómo nos dolemos tanto del
cuerpo en estas y otras ocasiones: no lo debemos de conocer ni saber la poca
amistad que nos hace. ¡Ojalá siempre tuviésemos delante de nuestros ojos cómo
es nuestro capital enemigo, y que quien a su enemigo popa, a sus manos muere!
Más vale que él muera, cuya muerte es temporal; y la del alma es eterna. Y
Cristo nos [67v] enseña que no temamos a quien mata al cuerpo, que temamos a
Dios para no le ofender, que es el que tiene licencia y puede por un peccado
mortal echar el alma al infierno8.
6. Digo más, que cuando ésta sea
enfermedad, demás de que se debe sufrir por las razones dichas, no es
enfermedad que los médicos saben curar, porque su sciencia sólo se estiende a
los cuerpos, y ésta la llamamos enfermedad spiritual no obstante que su
sentimiento esté en el cuerpo. Y así, poner achaques en manos de quien no
conoce y sabe de eso, es no sanar sino destruir el enfermo y ponerlo en la
sepultura y casa del olvidov de la continua presencia de Dios que
traía,
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sirviéndole la tal enfermedad de dispertador y
recuerdo que hay Dios sobre todos los hombres; como dice el sancto Job que la
enfermedad es la que nos enseña que hay Dios9, y el golpe que en esa
ocasión da Su Majestad por de fuera, suena por de dentro.
7. Arriba
dije que esta no era enfermedad, desmayos o flaqueza que procediese de falta de
comer y de sustancia; y esto quisiera dejarlo más probado. Los hombres que poco
saben, viendo esos achaques exteriores, buscándoles causa, como no ven otra
sino las penitencias y abstinencia del siervo de Dios, sin más discursos
[hacen] como el juez ignorante: que, si ve hecho algún mal recado o cometido
algún delito, sin más indicios, echa mano del que primero se topa y a ése
encarcela y castiga. Así son los hombres que por de fuera con su ignorancia
juzgan lo que sucede en casa del justo: que, viéndole padecer alguna flaqueza,
a quien primero topan en casa del justo es la penitencia y la moderación en el
comer, y a éstos echan mano y prenden, quiriendo paguen el mal recado que
parece en el cuerpo y el delito que contra él se ha cometido. Y así, a costa de la
penitencia y de los ayunos, quieren restituir al cuerpo lo que le falta; y así
veremos que lo primero que quitan son las penitencias y mortificaciones, ayunos
y [68r] abstinencias.
8. Y si éstos fuesen filósophos
verdaderos, echarían de ver que no proceden esas enfermedades de poco comer,
porque, aunque es verdad que la abstinencia en los tales es grande, pero eso
poco les basta y suple más que lo mucho en la gente común. Así como la poca
agua en el invierno conserva la tierra con más humedad que no la mucha en el
verano, de esta misma suerte el poco sustento en casa de justo, donde hay
grandíssima templanza en los humores, suple más que las grandes comidas en las
casas de los del mundo, donde siempre es verano y andan llenos de ardores,
fuego e incentivos de concupiciencia. La razón por qué los valles han menester
poca agua es porque la que una vez cogen la gozan sin que se les derrame; al
contrario de las sierras y tierras ásperas, que como tienen tantas vertientes,
cada día están pidiendo agua. Tienen los del mundo mill desaguaderos, y así
siemprew andan sedientos y necesitados de comer y beber. Pero el justo y aprovechado en el camino
de la verdad, como goza de un tiempo estable y en sí recoge y detiene lo poco o
mucho que da a su cuerpo, poco basta para que esté suficientemente sustentado.
9. Digo más, que las ordinarias
enfermedades en los tales siervos de Diosx proceden de alguna demasía
en la comida. Porque, viviendo con temor de no enfermar o descaecer en el
camino de la virtud, comen algo más (por poco que sea) que debían comer en
aquel estado que tienen y, como padecen suspensión del calor natural y no lo
pueden digerir, padecen crudezas y aun desmayos; porque habiendo de
acudiry
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según su obligación el calor natural (siendo poco) a
hacer su officio y hacer su digestión, deja las otras partes despobladas y
distituidas, las cuales viéndolas frías y yertas, piensan que es desmayo, y no
es sino hartura. De donde inferimos que estas enfermedades, que llamamos
desmayos, en los siervos de Dios no se deben curar; y si se curasen, no ha de
ser con comer ni beber. En todo nos dé Dios a hacer su voluntad.
[68v] Jhs. Mª
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