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CAPITULO 11 - De tres estados que el justo tiene en el
camino de la perfección, y cómo el padre spiritual se ha de haber en cada uno
de ellos aplicándole mortificaciones
1. Para que descubramos otros yerros y
inconvenientesa que suele haber en aplicar mortificaciones a los que
por este camino dificultoso del estado de los perfectos caminan, quiero que
notemos que el justo en este camino de la perfección padece o tiene tres
estados: el primero es de principiantes; el segundo, de los que ya llegan; el
tercero, de los que ya están1. En cada uno de estos estados el padre y maestro se ha de haber
diferentemente. Esto bien claro es: que no se ha de cargar la mano a los que
enpiezan tanto como a los que llegan o ya alcanzaron algún grado de perfección.
Porque sucede muchas veces, estando un hombre delgado en la virtud, sib
luego enpieza a descubrir grande cruz y trabajos, retroceder y
tornarsec donde salió. A cuya causa con los principiantes se ha Dios
con grande dulzura, según lo que dice David del trato que Su Majestad tiene con
los que se determinan de le amar renunciando todas las cosas del mundo:
Prevenisti eumd, Domine, in benediccionibus dulcedinis; posuisti in
capite eius coronam de lapide precioso2. Que parece se ha Dios en
aquellos principios con un alma como un galán en las primeras vistas con la que
pretende sea su mujer: que haciéndole manifestación de sus tesoros y riquezas,
le dice mill requiebros llamándola "mi reina", "mi señora
ye vida" y otros nombres, con que le descubre cuánto desea su
compañía; hasta que, ella enterada por sí propia, no sea necesario gastar tantas
palabras ni hacerle guirnalda o corona de rosasf, flores o piedras
preciosas. Que es lo que Dios hace, deseoso de aficionar al justo que aún no ha
llegado a excudriñar sus secretos, dulcedumbres y regalos; después, como en el
amor va creciendo esta tal persona yg ya más de casa, dale parte de sus
trabajos, cruz y desconsuelos que en este mundo tuvo y padeció por los hombres.
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2. [69r] Estos tres estados y modos de
padecer en ellos, o de aplicarles mortificaciones, pienso que por un exemplo
quedarán entendidos y sus dificultades entendidas. Cuando era muchacho vi
encerrar toros para correrlos en las plazas, de esta manera: traíanlos hasta la
entrada del pueblo acompañados con otros bueyes mansos, apartando y quitando la
mucha gente que los podía ablentar; no consentían los toreasen ni diesen
vocesh; antes, con miedo y temor no se les fuesen, los vaqueros los
traían con caricias y regalo según lo consentía su fiereza. En entrando en la
calle por donde habíen de ahilar al corral del encierro y donde ya con grande
dificultad se habíen de tornar, los silbaban, daban gritos y los hacíen mal,
para que con esto no se pudiesen divertir para echar por una u otra parte, sino
ir su calle derecha. Ultimamente, ya metidos en su corral, los sacan a correr a
la plaza, donde les tiran garrochasi y aguijones, los pican y molestan
de suerte que, por estar por todas partes cercados de barreras, les es fuerza
sufrir todos cuantos males les hacen hasta dejar la vida en el coso, sirviendo
con ella y a tanta costa suya de juego y entretenimiento a los circunstantes y
a los que miran. Ojalá
acertase yo a aplicar este exemplo, que bien a pelo viene del propósito.
El justo en su vida perfecta no es
otra cosa sino una risa, fiesta y entretenimiento para los del mundo. Así lo
dice san Pablo: Spectaculum facti sumus angelis et hominibus, se asombran los
ángeles y los justos de vernos hechos tragedia y entretenimiento de los malos;
omnium peripsema usque aduc3, stiércol, scoria y andrajos que pisan.
Pero antes que el justo llegue a este estado, es necesario atraerle, como
decíamos de los toros, en compañía de varones justosj, a quien ya los
trabajos amansaron; es necesario traerlos con caricias y regalos hasta que
estén en lugar más seguro que con facilidad no puedan huir. Porque si a los
toros los silbasen y toreasen cuando están en el campo anchurosok,
seríales fácil huir y echar cada uno por su lado, y después no ser posible
juntarlos, antes, atemorizados y espantados, no los podrían tornar al puesto.
3. Este
es un yerro [69v] que muchas veces sucede con los que enpiezan a aprovechar en
la virtud: que apenas se han determinado, cuando ya los cargan de
mortificaciones buenos y malos, maestros y discípulos; que a las primeras
vistas del poblado quedan atemorizados y asombrados. No tienen un grado de
virtud, y ya los quieren silbar, despreciar y correr. Ellos como no llegaron a
lugar por donde pudiesen enhilar sin volver a una y otra parte, sino que los
tales silbos y mortificaciones los cogieron en un estado como en campo escueto
y libre por donde pudiesen huir, parecióles vida muy dificultosa aquella y,
volviendo la cabeza atrás, dieron lugar a sus sentidos para que cada uno huyese
por donde le pareciese, tornando su lengua a sus antiguas conversacionesl,
sus ojos a la vista agradable y así de los demás sentidos.
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Y esto de suerte que, si hecho este yerro queremos
tornar a juntar la gente que ya huyó y se desperdició cada uno por su parte, no
podremos, porque llevaron tan inpresos en sí las mortificaciones, penas y
trabajos que sin tiempo les ofrecieron, que sólo el retintín de las voces,
silbos y vayas que les quedaron inpresas en las orejas eso basta para que no
haya quien ya se averigüe (como dicen) con los sentidosm y con el
hombre interior y exterior para los tornar a juntar y recoger. Lo cual no
sucediera si los padres spirituales que mortifican, disimularan y aguardaran un
poco a que, habiendo este varón juston alejádose de los campos
espaciosos y anchuras de su trato y estado antiguo, llegara a otro más
estrecho, donde el mismo estado, virtud y perfección adquirida le sirviera de
cerco y muralla para no volver atrás por más silbos y vayas que les dieran.
4. Aquí está pinctado el segundo estado y
modo de cargar la mano de los maestros en las mortificaciones que aplican al
justo que le posee. Es certíssimo que, si ya ha llegado el justo a entrar por
la puerta del bien que desea, le ayudan las mortificaciones, las vayas,
afrentas e injurias que les dicen, y son causa de que más alarguen el paso
hasta entrar [70r] en el corral y lugar estrecho del estado y vida perfecta que
pretenden, donde, como toros, a costa de sus propias vidas son entretenimiento
de los hombres. Donde, como dice san Pablo, maledicimur et benedicimus,
persecucionem patimur et sustinemus, blasfemamur et obsecramus4. Donde,
como a toros, nos agarrochan, pican y hieren con maldiciones, persecuciones y
blasfemias. Todo lo sufrimos y llevamos porque el officio y estado que tenemos
pide todo eso, y trai consigo obligación de dar buen olor de Cristo5,
que es a quien vestimos y representamos. Aquí es donde ya un justo sufre,
sustenta, llevao, calla y tiene paciencia sobre todas las cargas que
echan sobre él. Aquí es ya donde, cercado de favores del cielo como en plaza
donde le obligan a no salir, puede decir las palabras de san Pablo: Quis nos
separabit a charitate Cristi? Tribulatio, angustia an fames anp
periculum? Certus sum quod nec mors, nec vita, etc.6 ¿Quién
será bastante a hacernos saltar las barreras de la plaza? Ni la tribulación ni
la angustia de vernos allí cercados y como ahogados, ni la hambre ni el peligro
de dejar la vida. Cierto estoy
que ni la muerte presente ni la vida que puedo aguardar o se me puede prometer,
será bastante a que yo haga lo que no debo. ¿De dónde tanta fortaleza, glorioso
Pablo? ¿De dónde tanta osadía? El propio lo dice antes: Si Deus pro nobis, quis
contra nos?7 Si Dios hace nuestras partes, ¿quién será bastante a dar
con ellas en tierra? Quien nos dio a su Hijo ¿cómo con él no nos dará todas las
cosas? Y quien todo lo tiene, nada le puede faltar. Y quien es tan
ricoq, a todos puede desafiar.
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5. De aquí querría que sacásemos para
nuestros hermanos, a cuyo cargo están los novicios y religiosos que crían y
pretenden aprovechar, que en sus principios les mostremos grande amor, grande
charidad; los acariciemos y regalemos como arbolillos flacos que están recién
plantados en la viña de Dios, que después de grandes y crecidos, entrará la
podadera. Miremos lo que hace el padre de familias cuando planta un sarmiento:
que le deja fuera de la tierra muchas yemas, por donde pueda echar y brotar a
sus anchuras y por donde él quisiere; pero, después de grande y hecho vid, en
cada sarmiento no le deja sino sólo una o dos yemas por donde pueda echar, lo
uno porque dure y no se desustancie en un año, lo segundo porque en aquellos
pocos cogollos o tallos que echa lleva el fructo [70v] que pudiera en muchos. El siervo de Dios,
cuando enpieza y se planta, ha de ser así, que no se ha de podar y estrechar de
suerte que de una vez hemos de querer que ni hable ni mire, oiga ni toque a
cosa. Hémosle de dejar si quisiere hablar cosas sanctas y ejercitar los
sentidos interiores y exteriores en cosas de Dios. Que, cuando haya crecido y
sea vid, se chapodará y encaminará de suerte que, quitándole todos esos
ejercicios, sólo se le deje el del entendimiento y voluntad: el entendimiento
que descubra y la voluntad que ame lo que el entendimiento hallare, que en esos
dos sarmientos y tallos dará la fructa y provecho que diera en otros muchos. Y
también conviene así porque, como dice Aristóteles, pluribus intentus minor fit
quoad singula sensus8; se desustancia un alma ocupada y divertida en
muchas cosas.
6. Pero
como en el principiante no sabemos por cuál parte producirá, brotará o dará
fructo, es necesario dejarle guíe él, ayudado de Dios; que cuando se vea y
conozca qué es lo que más ama, si es la contemplación o acción, entonces
entrará la podadera que decimos y se puede cargar la mano en la mortificación y
penitencia, según a cada uno le va dando Dios las fuerzas. David mandó poner a
Urías en el encuentro de la batalla, ubi fortissimum est belum9, siendo
soldado ordinario y bastándole ser cabo de escuadra o ir en la retaguardia,
donde ya las balas van cansadas y los golpes sin fuerza. Pero si al flaco le
ponen ubi fortissimum est belum, donde el tiro y saeta penetra, el golpe se
despide y cai con fuerza, donde como granizo cain balas y como relánpagos
llueve fuego, llano es que, no siendo muralla el soldado sino tierra flaca, que
habíe de morir; así lo dice Joab en su carta: Et etiam Urias Eteus mortus est
r10.
De esa misma suerte digo que a cada
varón perfecto se le ha de dar su lugar según sus fuerzas y estado que profesa,
no antepuniendo el flaco al fuerte y el que no puede llevar cuatro libras de
trabajos, cargarle arrobas de ganapán, porque será fuerza echarse con la carga.
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Aquellas vacas, de quien dice la Sagrada Scritura
(Regum) cuando llevaban el arcas del testamento sobre sí, dice que
aunque los becerrillos daban voces no volvían atrás [71r] ni adelante, sino que
iban su camino derecho11. No me espanto, porque el arca llevaba dentro
de sí la vara de Moisés, que volvía los ríos en sangre, y las tablas de la Ley
y el maná que sustentó al hebreo en los desiertos12. Y las vacas
significan a los justos y aprovechadost, en quien la vara del rigor y
justicia de Dios, con que Su Majestad saca sangre, la llevan en su alma y
consideración, en quien la ley de Dios va escrita y dibujada, y el maná y
sustento de su doctrina. ¿Quién, llevando encerradas dentro de sí estas tres
cosas, ha de volver atrás aunque más voces y gritos les den las criaturas,
aunque más porfíen los sentidos? El hombre que aún no llegó a poner sobre sus
cuestas estas tres cosas: la vara de la disciplina, penitencia y rigor, el
cumplimiento de la ley de Dios y la presencia de sus misterios, no hay que
espantar que con pequeñas ocasiones vuelvan las vacas atrás y que cada una
busque sus hijos para los sustentar y alimentar. Quiero decir que el justo que
ahí no llegó, pequeña ocasión le basta para volver en sí y sobre sí a alimentar
sus hijuelos, que son sus sentidos y hombre exterior, dejando los primeros
intentos.
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