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CAPITULO 15 - La unión con Dios comporta el despego de
las cosas de la tierra y el deseo de padecer por Cristo
1. ¡Oh mis hermanos!, si a este bien que
en este tercer estado se viene por verdadero desprecio y despego de las cosas
de la tierra, por sufrir y llevar trabajos por Cristo y cada día nuevas
mortificaciones, ¿quién dende el principio no se enpieza a disponer? ¿Quién es
el que dende luego no enpieza a pedir a Dios una grande gracia para los llevar,
no sólo aquellos trabajos que, registrados por su acertada mano, vienen medidos
al justo según las fuerzas y talento de cada uno, sino tanbién los que nos
aplican e imponen nuestros padres spirituales regidos por su poco saber? ¡Oh
Señor mío!, y si tú dilatases mi alma de suerte que en ella, sin conmoverla,
cupiesen [78v] todos los trabajos que ahora decíamos habíen de sobrevenir a la
tierra antes de tu riguroso juicio, para que con tu gracia y virtud, como el
fuego que decíamos en ela hierro se traga el avestruz, yo lo tenga para
entonces digerido y con lágrimas apagado de suerte que aun un cabello no me
pueda quemar; antes, con una gracia tan grande como tú das a los tuyos, pueda
levantar la cabeza a mirar sin miedo los eternos premios que tú das a los que
de veras te han servido.
2. Ea, Dios y Señor mío, en los principios
siento la dificultad mientras estoy cerca de mí propio. Haz tú, Señor, que yo
me aleje y desnude de este viejo Adán que es tan sensible que, atemorizado de
tu voz en el paraíso, se esconde1. Vísteme, Señor, de tu gracia y de tu
Hijo Cristo, con quien podré parecer sin vergüenza ante tus divinos ojos,
porque vestido dél no mirarás a mí ni a mis defectos, sino su rostro
resplandecienteb, en quien David pedía pusieses tus ojos, diciendo:
Respice in faciem Christi tui2. Ojos de Dios puestos en rostro de
Cristo paréceme serán comoc rayos de sol, que encienden fuego cuando
rebaten en el espejo de cristal; y donde tal fuego se levanta fuerza será que
se desparezca lo helado de mi corazón, las nieblas de mi alma. Con tal junta y
compañía y vestido tan de bodas como es el de Cristo ¿qué te pediré yo, Señor,
que no me lo otorgues? ¿Cuánta será la seguridad que mi alma llevará al convite
de aquellas eternas bodas donde todos los bienaventurados están sentados por su
orden y tú los administras?3 ¡Oh dichosos trabajos y mortificaciones
que a tid nos acercan! Vengan,
Señor, mucho de norabuena. Da, Señor, lo que prometes y envía lo que quisieres.
Peso que, pesando el cuerpo, levanta el alma y la eleva a trato particular con
Dios, pese mucho de norabuena.
3. [79r]
Por san Lucas en el capítulo 8º dice el evangelio que pidieron unos demonios
licencia a Cristo para entrar en los cuerpos de
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unos lechones, y al instante que se apoderaron de ellos
corrieron y se anegaron en la mar zabulléndose en su profundidad.
Viendoe toda la muchedumbre de losf geraseos lo que había
sucedido, rogaverunt eum ut discederet ab ipsis, que le pidieron que se fuese
de con ellos4, como quien no quería a tanta costa tener y poseer tanto
bien como era Cristo. Que si ellos consideraran que los demonios que entraron
en los cuerpos de aquellos animales los habíe sacado delg
cuerpoh dei un hombre y lo habíe dejado libre, por bien
empleado dieranj la sufocación de los puercos. Cuánto más que
habérselos ahogado fue otra misericordia y merced que les hacía, castigándolos
en lo que delinquían, porque en el Levítico capítulo 11 mandaba Dios que no
criasen puercos5; quitándoles lo que según ley estaba prohibido, era
merced que les hacía. Pero
no considerando ni lo uno ni lo otro, sino que les menoscababa su interés, le
ruegan que se vaya y los deje, que no quieren su presencia a tanta costa.
¡Oh buen Dios, y qué ciegos
están los peccadores! ¿Cómo no ven ni conocen las mercedes que les haces cuando
estos trabajos y mortificaciones les envías? En ellos ahogas nuestra
sensualidad, reprimes nuestros sentidos y libertades, cosas bien vedadas por tu
ley y evangelio. Atormentando con trabajos nuestros cuerpos, más sucios y
bestiales que lechones, libras nuestras almas de la esclavonía de satanás. Pero el malo, ignorante de estos
provechos, no quiere a Dios a costa de algún menoscabo del cuerpo y de cuatro
mortificaciones y sinsabores.
4. Bien
al contrario losk justos que, considerando los fructos y bienes que
consigo trai la mortificación, no sólo la reciben de buena gana, sino que con
humildad la piden, porque, si el cuerpo captiva, el alma liberta. Trabajo
siente el enfermo cuando lo atan a un banco para curarle la herida y que no se
menee ni impida la cura que el médico le hace; pero cuando se ve sano, se
regocija y alegra y aun se precia, como otro Pablo6, de las ligaduras y
cadenasl. [79v] ¡Oh, cuando se ve el justo libre de mill defectos y
faltas que aquí tenía por medio de unos poquillos de trabajos, cuánta es su
gloria en ellos! Qué de veces y con razón dirá que no quiere gloriarse
sino en la cruz de Cristo7, en quien y por quien le vino tanto bien.
Pues ¿qué si pasa adelante y no solo considera los males dem que por
esa mortificación fue librado sino también los provechosn que por medio
de ella recibió? Allí será el alegría y regocijo, metiéndose entre los
apóstoles de Cristo que iban regucijados y contentos por la merced singular que
Dios les hacía de les haber dado tan gran dignidad que fueseno dignos
de padecer por su amorp.
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