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II LOS ESCRITOS
1. Estado actual de los manuscritos
El
total de los escritos atribuidos a san Juan Bautista de la Concepción consta de
nueve tomos manuscritos y de cuatro cartas, éstas conocidas sólo a través de
copias. Los manuscritos, encuadernados en piel blanca, se guardan en el
ASC1. El papel es
fuerte y resistente -salvo en el tomo I- y la tinta, de color casi siempre
intenso, no es corrosiva; como resultado, poseemos el texto original
materialmente íntegro y perfectamente legible.
Los
ocho primeros volúmenes, en folios de 30 x 21 cm., llevan sobre la pasta de piel
la siguiente indicación: "De N. Bto. Padre Ju. Baptista", seguida del
número de orden correspondiente y de una palabra que califica globalmente su
contenido: "ascético", "exortatorio", "mystico",
"histórico"... Todos ellos presentan idéntica caligrafía,
salvo en seis casos (7 folios en total)2.
Llama poderosamente la atención el bajo
número de tachaduras y correcciones, así como la disposición rectilínea y
ordenada del texto. El papel está distribuido invariablemente en cuadernillos
de diez pliegos (veinte folios) cada uno.
Aparte estas notas comunes, completemos
la descripción con otras más particulares de cada tomo:
Tomo
I: Está catalogado en la pasta como "ascético". Comprende 226 folios paginados
íntegramente por el autor del manuscrito, como se desprende de una sencilla
confrontación de números. Hay algunos folios (75-80) en blanco. La materia está dividida en doce tratados,
sin un título inicial complexivo. Debido a la baja calidad del papel, éste es
el volumen más deteriorado, con bastantes puntos perforados por el tiempo, sin
que tengamos que lamentar por ello palabras irreconstruibles. Notamos también mayor
abundancia de correcciones y añadiduras que en los demás.
Se hallan adosados algunos documentos
relativos a la revisión canónica del texto. Más adelante nos referiremos a
estos votos.
Tomo
II: Se lee también "ascético" sobre la cubierta. Consta de 268 folios
según una reciente numeración que corrige una anterior. La vieja paginación,
hecha de segunda mano, saltando algunas páginas, totalizaba sólo 264 folios. Los cuadernos están
sin embargo numerados -de veinte en veinte folios- por el autor del texto.
Tomo
III: Señalado como "exortatorio", agrupa 247 folios -cuatro de ellos
en blanco (191-192 y los dos últimos)- conforme a la paginación
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actual, que
sustituye a una precedente defectuosa. El autor del manuscrito numeró los ocho
primeros cuadernillos y los veinte folios iniciales. Este volumen posee un
título general en los siguientes términos: "Tratado de algunas
exortaciones que se hacen a los hermanos en los capítulos ordinarios de los
domingos, y muchas de ellas de repente" (f.1r).
Tomo
IV: Catalogado como "mystico", se compone de 313 folios, del tamaño
conocido, numerados de segunda mano; en blanco, los ff.131, 253, 275, 301-303.
No se indican los cuadernos.
Tomo
V: Caracterizado, sobre la cubierta, como "miscelláneo", agrupa 360
folios, cuya paginación es debida a la misma segunda mano que apreciamos en la
foliación de otros volúmenes; esta numeración saltó diez cifras, de 269 a 280,
por lo que fue corregida posteriormente. Es curiosa una añadidura hecha por el
autor en un trozo de papel aparte, ahora pegado al folio 184. El f.286v termina
con un periodo gramatical incompleto y sin continuidad a pesar de que se
escribe la palabra que debía iniciar el folio siguiente; y se comprueba que el
cuadernillo comenzado en el f.280, excepcionalmente de sólo siete pliegos, fue
dividido por la mitad de manera que al presente no tiene más que siete folios
en lugar de catorce. Queremos pensar, en el mejor de los casos, que el autor,
deseando aprovechar algunas hojas dejadas en blanco, arrancó inadvertidamente un
folio escrito, que después se ha perdido.
El encabezamiento del tomo reza así:
"En estos quadernos me ha parecido apunctar algunas cosas sueltas que, por
no poder dar a cada una su debido lugar, para mi consuelo sólo, las pondré aquí
por memoria" (f.1r).
Tomo
VI: Indicado en la pasta como "doctrinal", se compone de 213 folios,
siempre de 30 x 21 cm., numerados por la segunda mano a la que ya nos hemos
referido; quedaron sin anotar dos folios: los comprendidos entre el 107 y el
108, y el 204 y el 205 respectivamente3. Al querer igualarlos tras ser
cosidos, la tijera se llevó algunos números de la paginación. El volumen está
perfectamente conservado.
Tomo
VII: Definido también como "doctrinal", contiene 228 folios, entre
los que se encuentran en blanco los ff.15 al 20 inclusive, 46, 104 y 211;
figuran asimismo numerosos espacios sin rellenar. Las cifras de las hojas han
sido escritas en este caso por una mano no sólo distinta a la que revela el
manuscrito, sino también diversa a la que observamos en la foliación de otros
tomos. En el margen superior del f.97r leemos esta nota: "está
trasladado", sin correlación aparente con lo que se escribe en tal página.
También este volumen tiene un epígrafe general: "Breves tratados
acerca de los officios más communes de nuestra sagrada religión de los
descalzos de la Sanctíssima Trinidad" (f.1r).
Tomo
VIII: Al ser encuadernado se le clasificó como "histórico-moral". Es
el más extenso, con 541 folios enumerados por el propio autor del
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manuscrito;
en algunos casos fue cortada la primera cifra al intentar igualar los pliegos,
teniendo que ser sustituida por números de segunda mano. En una hoja añadida se
lee el siguiente título de autor desconocido: "Libro escrito todo por mano
del apostólico varón Ntro. Venerable P. Fr. Juan Baptista de la Concepción.
Trátase en él de la fundación de nuestra Descalcez y Reforma y de los primeros
conventos y religiosos de ella, con mucha doctrina espiritual en que descubre
nuestro Sto. P. su lebantado espíritu y eroicas virtudes". Sabemos sin
embargo a quién se deben los títulos del prólogo y de los 35 primeros
capítulos, títulos añadidos en los márgenes: se trata del cronista P. Juan de
San Francisco (+ 1700)4. La parte histórica presenta no pocas
anotaciones marginales hechas por el mencionado cronista y otras diversas
personas. Este dato, junto con la pasta de pergamino rota y muy manoseada,
revela que el octavo tomo, por razones obvias, ha sido el más recurrido por los
cronistas y demás hijos de Juan Bautista de la Concepción.
Tomo
IX: Encuadernado como los otros ocho, no lleva sin embargo título alguno en la
pasta. Son 240 folios, escritos todos ellos por una segunda mano. Que se trata de una
copia se desprende también de la ausencia total de correcciones y añadiduras y
de los términos en que se expresa el título: "Pláticas que nuestro hermano
Provincial a hecho de repente..." (f.1r). En lo que queda de introducción
general nos desinteresamos de este tomo apógrafo.
2. Autenticidad
de los ocho primeros tomos
Juan Bautista de la Concepción eludió
poner la propia firma a su obra literaria y evitó otras indicaciones precisas
(tiempo y lugar de composición, etc.) -alusiones esporádicas, sí- que
manifestasen directamente su paternidad. Pensaba que tanto la obra de la
reforma como los escritos derivantes de la misma debían atribuirse a la
providencia de Dios en favor de la orden trinitaria. Todas las declaraciones de propiedad
personal en este campo le parecían, si no indebidas, al menos inconvenientes.
De ahí la estima que tuvo siempre del anonimato. "Conociendo Dios mi
soberbia -confiesa-, ha querido usar de tantas misericordias conmigo, de que mi
nombre ni persona no venga escrita en letras apostólicas ni en otras partes que
me puedan ser ocasión a levantarme a tomar lo que no es mío, sino sólo de
Dios"5.
Esta
carencia de autoatribuciones explícitas nos obliga ahora -por primera vez- a
plantearnos seriamente el problema de la autenticidad
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de los escritos. Que el autor de los ocho tomos en
cuestión6 es el reformador trinitario salta a la vista del lector menos
avisado: es san Juan Bautista de la Concepción el que narra la propia
experiencia religiosa y los orígenes de la reforma, en que se ha ocupado
personalmente. Relata la historia de la descalcez trinitaria (VIII) en calidad
de artífice material de la misma, entretejiendo la trama histórica con el hilo
de las propias vicisitudes interiores. Sólo él puede hablar en primera persona, como lo hace.
También
en los demás volúmenes es fácilmente individuable su paternidad: tratados
doctrinales sobre la humildad, la observancia religiosa, el ejercicio de la
autoridad en la vida religiosa (I) y el recogimiento interior (II) con
frecuentes alusiones a la propia experiencia y con aplicaciones precisas a la
conducta que él quiere de los reformados; exhortaciones a la perseverancia
dirigidas a sus hijos (III); páginas místicas salpicadas de referencias
históricas concretas -desahogo del espíritu probado en la lucha por la
descalcez- y defensa de la reforma ante las objeciones de un visitador
extraordinario (IV); nuevos hechos protagonizados al frente de la reforma, con
respuesta autorizada a varias cuestiones sobre la misma (V); comentario a la
regla primitiva y recomendaciones, henchidas de doctrina, a sus propios hijos
(VI), con un substrato de episodios experienciales vividos y contados en
primera persona; finalmente, descripción detallada del estilo de vida por él
promovido, con profusión de anécdotas personales inconfundibles (VII). Muchas de las cosas
referidas en el tomo VIII se vuelven a encontrar en los otros siete. En una palabra, una lectura atenta revela
que el autor de los ocho tomos -luego veremos si son o no autógrafos- es san
Juan Bautista de la Concepción.
Nadie,
que se sepa, ha puesto en duda -a lo largo de casi 400 años que nos separan de
él- la paternidad de los escritos, lo cual avala fuertemente su autenticidad.
Tras
estas consideraciones obligadas, ofrecemos en orden cronológico los testimonios
históricos más importantes.
a) Testimonios procesales
El
28 de julio de 1616, a sólo tres años de la muerte del Santo, declaró de él su
confesor e hijo predilecto, el P. José de la Santísima Trinidad: "Si
hubiera de decir los innumerables e incomprensibles trabajos que padeció en las
fundaciones de los conventos, se pudiera hacer un largo tratado. Mas remítolo a
lo que él mismo escribió de su propia mano". Y también: "El rato que
pudiera descansar, lo gastaba en escribir
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el suceso de las fundaciones y la vida de los religiosos
que morían de singular virtud"7.
El P. Adrián de la Santísima Trinidad,
que había recibido el hábito de manos del Reformador, depuso el 10 de diciembre
de 1624: "En unos papeles suyos se halló escrito que en una grave
enfermedad, estando muy apretado y con varios pensamientos del progreso de esta
su congregación [= la descalcez trinitaria], quedándose como dormido, decía le
parecía que tenía a su cabecera a la santa madre Teresa de Jesús que, como
piadosa enfermera, estaba asistiendo a su enfermedad; con lo cual le pareció
que se había aliviado y mejorado mucho"8. Y poco antes: "Tuvo
particular ilustración y don de N. Señor para hablar; y movía tanto con sus
pláticas que en Alcalá se llevaba todos los estudiantes a pedirle el hábito.
[Trató] de las materias espirituales, como lo testifican sus escritos y
papeles, los cuales fueron tantos que, con haberse perdido muchos, excediera a
los escritores mayores que ha tenido España"9.
Las informaciones canónicas con
autoridad ordinaria sobre la vida y virtudes de san Juan Bautista de la
Concepción datan del bienio 1646-1647. En ellas se recogen sobre todo las
deposiciones de varios trinitarios reformados que convivieron algún tiempo con
él. La mayoría de ellos, es verdad, hablan únicamente de la parte histórica del
tomo VIII -con referencias precisas coincidentes con el manuscrito-, pero no
hay que olvidar que los otros siete infolios son hermanos inseparables -por el
contenido y la forma- de éste y que todos ellos por igual han sido atribuidos
al mismo padre.
Algunos
testimonios de interés nos los proporciona el proceso ordinario de Madrid. El
P. Hermenegildo de San Juan, que "conoció y trató al siervo de Dios desde
últimos del mes de abril de 1602 hasta el año de 1613", refirió el 5 de
mayo de 1646 algunos pasajes de la vida del Santo casi literalmente copiados
del tomo VIII: la tempestad de Ecija y la decisión de abrazar la
recolección10; el viaje a Roma, la obtención del motu proprio y el
regreso a España11; el asalto de los calzados al convento de
Valdepeñas12; etc. Cuatro días más tarde fue oída la deposición del P.
Martín de San Cristóbal -67 años de vida y 43 de reformado-, "muy íntimo y
amado hijo de nuestro venerable Padre"13: "Levantávase a
maitines a media noche. Y muchas veces [...] a las dos de la mañana se ponía a
escribir; buena parte del tiempo que había de reposar y dar descanso a su
cansado cuerpo, flaco y extenuado, lo gastaba en escribir. Que es cosa de
admiración que, estando tan ocupado en el oficio de prelado el tiempo que lo
fue y
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ordinariamente en fundaciones de conventos el tiempo que
vivió en la reforma, y habiendo vivido en ella, después que la fundó, trece años,
dejó catorce tomos escritos, casi todos de su mano, de diversas materias. Y en
algunos de ellos mostró el don que le dio Dios de explicar la Sagrada
Escritura. Y esto dice
este testigo lo sabe por haber visto algunos de ellos. En otros mostró cuán ilustrada
estaba su alma, porque trató en ellos cosas altísimas de espíritu con grande
claridad. Y dice este testigo que en una ocasión le dijo [al Reformador] que
cómo se ocupaba de escribir cosas tan altas de espíritu, que por qué no
escribía cosas de principiantes; y respondió que para éstos estaba Fr. Luis de
Granada, y otros"14. También este testigo, a deducir de una simple
comparación de lo que dice con el tomo VIII, había leído precedentemente el
manuscrito.
Toca
ahora el turno a la importante declaración del P. Ambrosio de Jesús, fechada en
Madrid el 14 de mayo de 1646. El P. Ambrosio, que contaba 65 años de edad y 45
de hábito al ser citado por el tribunal examinador, fue uno de los predilectos
del santo Reformador; le sirvió de compañero en varios viajes e incluso de
secretario15. "En cuanto a las revelaciones divinas [...] -leemos
en su deposición- se remite en cuanto a esto a lo que el V. Padre dejó escrito
de su letra con grande verdad y humildad, en que le conoció siempre muy
extremado"16. "Y añadió al artículo 19 arriba referido -se
nos dice un poco más adelante- que el siervo de Dios ordinariamente, el tiempo
que le sobraba después de haber cumplido con sus obligaciones, lo gastaba en
escribir y en oración, quitándole a su cansado cuerpo el alivio que había de
tener en el sueño: unas veces a prima noche, otras, después de haber estado en
maitines hasta las dos, todo lo que quedaba de la noche. Y cuando iba camino,
no reparaba en llegar cansado, poniéndose luego a escribir, o encendía la luz
muy de mañana para hacerlo. Y algunas veces hacía a este testigo escribiese,
dictándole el siervo de Dios. Y es cosa de notar que, habiendo andado el tiempo
que vivió en la Reforma tan ocupado, dejó tantos tomos escritos que pone
admiración. Catorce tomos es público dejó escritos, la mayor parte de su mano.
Los más de ellos ha visto este testigo. Y en algunos se ve el don que le dio Dios de
explicar la Sagrada Escritura y cuán ilustrada estaba su alma, porque trata de
cosas de espíritu altísimamente"17. Al P. Timoteo de la Madre de
Dios, interrogado en Madrid el 16 de mayo del mismo año, pertenece esta
afirmación: "Al undécimo artículo respondió este declarante que, entre las
cosas que el siervo de Dios dejó escritas de su letra, tratando de los
principios por donde fue recoleto, una fue que, habiendo salido de
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Sevilla para
Andújar a visitar al P. Visitador de la Orden [...]"; y cuenta
seguidamente el episodio de la tempestad que obligó al Santo a decidirse por la
recolección18.
Los
dos únicos trinitarios que comparecieron en el proceso ordinario de Valdepeñas
aportan también su granito de arena en favor de la obra literaria atribuida al
místico trinitario. "[El Reformador] no dormía, como dicho tiene en otra
parte -recuerda el 22 de agosto de 1646 el P. Basilio del Santísimo Sacramento,
buen conocedor del Santo-, desde que a las doce de la noche se levantaba a
maitines, sino que estaba en oración en el coro hasta la mañana o iba a la
celda algunas veces a escribir tratados místicos y espirituales, en los cuales
daba muy bien a entender cuán ilustrado era de Dios; y otras veces escribía
cosas tocantes a la Escritura divina, de todo lo cual fue mucho lo que dejó
escrito de su mano"19. Por su parte, el P. Matías de San
Francisco, quien trató al siervo de Dios durante los últimos seis años de vida,
se expresó ocho días más tarde en los siguientes términos: "Y si alguna
cosa cercenaba de estarse en el coro a estas horas [de la noche, después de
maitines], era para irse a la celda a escribir algunos tratados místicos que
escribió, en que tuvo singular luz del cielo, o alguna cosa sobre la Escritura
Sagrada, acerca de lo cual fue mucho lo que escribió. Y todo ello que parece haberle
sido dictado por orden y disposición del cielo, porque hablaba con tal luz y
claridad que da luz con su doctrina al más ciego y pertinaz"20.
El
proceso informativo de Granada nos brinda algunos testimonios del máximo
interés para nuestro caso21. El primero de ellos, y el más importante, lo
suscribe el P. Gaspar de los Reyes el 13 de noviembre de 1646. El P. Gaspar,
uno de los religiosos más insignes de los primeros decenios de la descalcez
trinitaria, "comunicó familiarmente por espacio de diez años" con san
Juan Bautista de la Concepción22. Después de haber descrito minuciosamente -repitiendo a veces a la
letra el relato del tomo VIII23- el episodio de la tempestad y del voto
consiguiente de pasar a la recolección, nos sigue proporcionando los siguientes
datos: "Y siéndose preguntado este testigo de dónde le consta todo lo que
en este artículo ha referido no habiéndose hallado presente a el suceso dicho,
respondió que de todo esto tiene noticia por haberlo así este que declara oído
en algunas ocasiones al mesmo siervo de Dios [...], fuera
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de que dice también haber leído esto mesmo en un libro
que escribió el siervo de Dios, escripto por su mesma mano, donde, entre otras
cosas que refiere, propone el suceso dicho; el cual libro, dice, se conserva el
día de hoy en la relixión por haber dejado en él escripto este siervo de Dios,
por orden de la obediencia, todo lo que le sucedió en la fundación de esta
descalcez"24. Una
respuesta semejante dio el testigo cuando se le preguntó cómo conocía tantos
particulares del viaje del Santo a Roma25: "Respondió que todo lo
que en esta parte dicho tiene, lo ha oído comúnmente por cosa cierta [...],
fuera de que dice asimismo que todo esto lo dejó escripto el siervo de Dios en
el libro que dejó escripto de su mano de las cosas notables que sucedieron en
la institución de la Relixión, que es el que arriba deja referido y el que se
conserva el día de hoy en la Relixión"26. Evidentemente, el P.
Gaspar alude al tomo VIII manuscrito, donde se relatan puntualmente los
episodios mencionados.
Los
trabajos padecidos por el Santo en Roma encuentran idéntica confirmación:
"Todo lo que aquí deja referido tiene noticia de ello por ser cosa pública
y sabida en la relixión, y por haberlo así dejado escripto este siervo de Dios
en el sobredicho libro que dejó escripto de su mano [...]; el cual libro dice
este que declara que ha leído algunas veces por su consuelo y edificación,
porque en él se manifiesta muy bien lo mucho que Dios ejercitó a este siervo de
Dios"27.
Unos
renglones más adelante leemos: "Vídose también esta providencia que Dios
tenía de acudir a la fee grande de este siervo de Dios en una cosa singular que
él mismo refiere en el libro que dejó escripto de su mano [...], donde dice que
en una cierta ocasión, hallándose con muy pocos dineros para el remedio de su
convento y para ciertos caminos que hizo [...], dice que se los multiplicó Dios
[...]"28. Hablando de su observancia religiosa, dice el P. Gaspar
"que favorecía Dios tanto este celo religioso de este varón apostólico que
dice él con humildad de sí mesmo en el libro, que -como dicho tiene- dejó
escripto de su mano por orden de la obediencia, que le solían dispertar algunas
veces para que pudiese veer los defectos de los religiosos y así, como prelado
suyo, pudiese reprehenderlos y enmendarlos; lo cual dice haberlo leído en dicho
libro este testigo"29. Asimismo, tras alegar en favor del espíritu
profético del Reformador dos hechos extraordinarios que le ocurrieron en su
viaje a Roma30, "respondió que esta noticia la tiene por haberlo
así visto y leído en el libro que, como dicho tiene, dejó escripto de su mano
por orden y mandato de la obediencia, donde [...] refiere los sucesos que aquí
deja referidos, de cuya verdad no se puede
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dificultar,
siendo el autor que esto escribió en todo tan calificado como lo fue este
siervo de Dios"31. Y prosigue la declaración: "Y dice más,
que dice el mesmo venerable Padre en el libro referido que, cuando salió de
Valdepeñas para enbarcarse este viaje [...], pidió a muchas personas siervas de
Dios para el día de Nuestra Señora de setiembre siguiente las comuniones y
oraciones32 [...] Iten dice haber escripto este siervo de Dios otros
muchos libros fuera del referido, en que manifiesta muy bien, en las cosas
místicas y realçadas que en ellos trata, la abundancia de la luz divina de que
gozaba su dichosa alma. Y en los cuales libros dice que ha leído mucho este que
declara, y que ha hallado en ellos escriptos y explicados en ellos cosas más
místicas y realçadas que en autor otro alguno jamás ha visto, porque toca en
dichos libros y tratados las cosas más interiores y más delicadas a que suelen
en la oración llegar las almas que son más favorecidas de Dios y de Su Majestad
más ilustradas; lo cual, dice, hace con una distinción y claridad tan grande
que es a su parecer indicio cierto de que estaba en esta parte bien ejercitado
y que tenía especial luz del cielo"33.
Son
dignas de interés igualmente las frases que el segundo testigo del proceso
granadino, el P. Juan de San Felices, dedicó el 19 de noviembre del mismo año a
los escritos de nuestro santo: "Después de haber asistido a los maitines
de media noche -refiere el P. Juan, quien en Madrid atendió como enfermero al
Reformador por espacio de año y medio34-, era ordinario en él el
quedarse en el coro en oración hasta la mañana; y si alguna cosa de este tiempo
cercenaba, era para irse a la celda a escribir algunos tratados místicos y
espirituales, y tan realçados en todo que dan a entender muy bien lo mucho que
los ejercitó este gran siervo de Dios y cuán ilustrado fue de Su Majestad en su
trato místico de oración. Los cuales tratados, dice, juntamente con otras
muchas cosas muy provechosas y útiles que escribió, se conservan escriptas de
su misma mano en la Religión el día de hoy, de las cuales dice este testigo
haber visto y leído algunas, dignadas [sic] todas de un tan gran varón y muy
útiles para los religiosos"35. Este mismo testigo cuenta después
un episodio de la vida del Santo36 "por haberlo así leído en un
libro que dejó escripto de su mano este V. Padre, donde refiere por menudo, por
orden de la obediencia que así se lo dispuso y mandó, todas las cosas que le
sucedieron en la institución de la Religión, donde entre otras cosas dice con
humildad y encogimiento lo que en esta parte ha referido"37.
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No podemos dejar de añadir a esta ya larga cadena de
testimonios algunos pasajes de la deposición firmada por el P. José de Santa
María, buen conocedor del Reformador, el 7 de diciembre de 1646 en Granada:
"Llegó a tanto esta persecución que Su Majestad le ofreció que aun los
mesmos escriptos y libros que escribió, por ser de este venerable padre, muchos
de ellos los quemaron, con ser como eran escriptos y libros de grande ejemplo y
edificación y para exortar a las almas a el trato de virtud y perfección: tanto
como esto, dice, persiguieron a este siervo de Dios que aun les daba en rostro
sus escriptos. Y siendo repreguntado este testigo de dónde tiene noticia de el
caso dicho..., respondió que tiene noticia de todo por haberlo así oído
comúnmente en la Religión, en la cual se sabía lo que dichos libros y escriptos
contenían"38. El P. José conoció algunas incidencias del viaje
marítimo del Reformador a Roma "por haberlo así visto y leído en un libro
que este V. P. dejó escripto de su mesma mano, el cual escribió por mandato de
la obediencia, donde, entre otras muchas cosas que escribe de cosas muy
singulares que le sucedieron en la fundación de la Religión, refiere las dos
cosas que aquí en este artículo deja dichas. Y dice que el sobredicho libro es sin duda alguna escripto por
mano de el siervo de Dios, porque conoce su letra como la suya propia por
haberle muchas veces visto escribir y por tener consigo un quaderno de letra de
el V. Padre, que le guarda por reliquia suya; y dice que la letra de este dicho
libro es la mesma de el quaderno que trai consigo"39. "Iten
más -se nos informa todavía- dice este testigo que declara que tiene un
quaderno de la letra de este siervo de Dios, y que es tal el afecto que le
tiene que le trai siempre por reliquia consigo"40.
Concluimos
el elenco de pruebas procesales con un testimonio particularmente convincente,
que tenemos que agradecer al P. Gabriel de Santa María, citado en el proceso
canónico de Córdoba. Su declaración, datada el 7 de diciembre de 1647,
contiene las siguientes palabras: "Esta fee viva en Dios que tuvo este V.
P. se manifiesta muy bien [...] en una cosa singular que dejó escrita este
siervo de Dios, entre otras muchas, en un libro que dejó escrito de su mano, en
donde por mandado de la obediencia refiere muy a la larga todo lo que le
sucedió en la consecución de la Reforma y en las fundaciones de los conventos
que fundó. Dice, pues, en este dicho libro este V. P., en un párrafo que está
en la hoja 268 del dicho libro, que, como Su Majestad traía religiosos nuevos a
su nueva Religión y que en todo eran nuevos, así en el hábito como en edad, que
eran pocos para el trabajo y pocos para buscar el sustento necesario para el
convento donde estaba este siervo de Dios, no sabía de dónde le provenía el
sustento necesario para los religiosos sus hijos [...]. Y añade en el dicho
párrafo este V. P. estas palabras formales: "Yo confieso -dice- que nos
sustentaba
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Dios y proveía
como a los pajarillos del nido""41. Relata a continuación el
P. Gabriel dos casos singulares: multiplicación espontánea de vino y de dinero.
"Todo esto dize este que declara que dexó escripto el siervo de Dios en el
dicho libro42, de cuya verdad no se puede de ninguna suerte dudar, pues
no puede caber cosa que contraria sea en un varón de tan ilustre santidad y que
escribía el dicho libro forçado de la obediencia para edificación y consuelo de
su relixión"43. Y aún
se precisa más: "Y siendo repreguntado este testigo cómo sabe que fue
escripto por este venerable padre el dicho libro, respondió que esto le consta
porque conoce la letra de el dicho libro y sabe ser suya porque concuerda con
la letra mesma que este que declara vido deste siervo de Dios; fuera de que
dice que es cosa indubitable en la Religión que el dicho libro es escripto por
mano deste siervo de Dios, y por tal se conserva y guarda en ella con gran
cuidado y afecto por ser cosa escripta por mano deste su
siervo"44. "Iten más dice este testigo que, estando este que
declara en una cierta ocasión, después de ya muerto este siervo de Dios, en el
convento de Valdepeñas, halló en la librería de dicho convento un papel
manuscrito de letra deste siervo de Dios, en el cual leyendo este que declara
por curiosidad, halló que en él decía lo siguiente: "Estando yo en una
gran tristeza o enfermedad corporal echado en la tarima, me hizo presencia la
santa madre Teresa de Jesús y se estuvo un gran rato conmigo sin decirme ni
hablarme cosa alguna, sólo consolándome con su presencia". Hasta aquí dice este
testigo que son las palabras que halló escritas de mano de este venerable padre
en el sobredicho papel"45. El P. Gabriel estaba persuadido de que
el beneficiado de la aparición de santa Teresa fue el Reformador por "dos
principios: el uno dice que es porque, como este siervo de Dios escribía por
orden de la obediencia las cosas que le habían pasado [...], dice que, como en
el libro que arriba deja referido dejó escrito de su mesma mano otras visiones
que a este modo le pasaron, juzga prudencialmente que, pues el otro papel era
escrito de su mano y que en él hablaba como persona propia, como de sus
palabras se colige [...]; el otro principio [...] es que la santa madre Teresa
de Jesús tuvo singular afecto a este siervo de Dios"46.
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b) Otros
testimonios
Escuchamos en este párrafo a algunos
autores del siglo XVII, todos ellos fidedignos, que abogan inequívocamente por
la autenticidad de los escritos de S. Juan Bautista de la Concepción.
El primero -y quizá el más
autorizado- es el P. Justo de Jesús, discípulo entusiasta y conocedor directo
del santo Reformador47. En su obra, todavía inédita, Ramillete de
flores virtuosas48, dedica los primeros 64 folios, redactados hacia
163249, a la vida del Santo. Leemos en ella, después de una carta del
interesado: "Otras muchas cartas de mucha erudición y consuelo escribió
nuestro venerable Padre, así a prelados de la Religión como a particulares
súbditos y a seglares, que muchas de ellas tuve yo en mis manos, las cuales
dejó olvidadas en Pamplona el venerable P. Joseph de la Santísima Trinidad; y
yo, ignorante de lo que ahora hago, se las envié a Madrid, de lo cual me pesa
harto. En la historia general de la Religión juzgo saldrán, con otros muchos
tratados que nuestro venerable Padre escribió, que están en el archivo de
Madrid"50. En el elenco de fuentes para la biografía del
Reformador, alude el P. Justo a "cartas y tratados que escribió, que tuve
suyos, pero muy mucho se me ha olvidado"51.
Otra
confirmación de lo que venimos diciendo nos la proporciona el primer cronista
de la descalcez trinitaria, el P. Diego de la Madre de Dios, contemporáneo del
Santo en la Orden durante seis años52. Nos informa, en el prólogo a su
Crónica, editada en 1652 pero preparada desde 163553: "De los
[religiosos] que escribo, parte he sacado de los papeles de nuestro venerable
P. Fr. Juan Baptista de la Concepción"54.
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Luego, hablando de la facundia del Santo, confiesa:
"En esta materia podría referir mucho; baste decir que tuvo tal abundancia
y facilidad que, con haberse perdido cantidad de sus escritos, han quedado ocho
tomos, que se guardan en el archivo de nuestro convento de Madrid, de varios
tratados, todos de su letra; y apenas se halla borrada en ellos una palabra,
habiendo escrito lo más en medio de sus continuas ocupaciones y enfermedades. Estos tratados adornó
de innumerables lugares de Escritura, explicados con notable
propiedad"55.
Al jesuita Alonso de Andrade pertenecen
las siguientes palabras sobre la producción literaria de S. Juan Bautista de la
Concepción: "Escribió muchas obras eruditas, y de las que se han podido
recoger hay ocho tomos de sermones y varios tratados espirituales, que se
guardan en el convento de Madrid; y si se dieran a la estampa, fueran de grande
utilidad, así para los predicadores como para las personas que desean
aprovechar en espíritu, que no es justo que de varones tan señalados estén sus
tesoros escondidos"56.
El célebre historiador sevillano
Nicolás Antonio informa en 1672 sobre el santo trinitario: "Hombre muy
insigne por sus letras, elocuencia y virtudes cristianas y religiosas; de tal
excelencia y abundancia de doctrina estuvo dotado que llegó a escribir muchos
tratados, de materias muy varias, dejándolos manuscritos y casi sin tacha
alguna, los cuales se conservan autógrafos en la casa de Madrid"57.
Y ahora un pasaje publicado en 1676 por
el P. José de Jesús María, excelente biógrafo de S. Juan Bautista de la
Concepción: "Los materiales de que para el intento me he valido son muchos
y diversos, y todos de toda autoridad y crédito. El primero y principal son los
originales mesmos escritos de mano de N. V. Padre, en especial un libro en que,
instado de sus hijos y obligado de la obediencia, escribió, después de más de
tres años que se anduvo escusando y dilatando, los principios de la
recolección, la erección de la reforma y descalcez, sus progresos y estado
hasta los fines del año 1607 y lo que a él mesmo en todo este tiempo le
sucedió58. De la identidad y autor de este libro no hay razón alguna de
dudar, pues, cuando no tuviera a favor suyo la tradición de la religión, que
como de su venerable fundador le guarda con otros
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manuscritos
suyos en el archivo general de nuestro convento de Madrid -prueba tan
convincente, según Chrisóstomo, que en lo que es tradición no quiere que se
busque otra-, cuando esto, digo, no fuera así, la letra manifiesta la mano.
Pues, cotejada con firmas que se hallan del bendito padre, se conoce con
claridad ser suya. Los testigos que le conocieron lo deponen así, y algunos de
ellos refieren cláusulas enteras del mesmo libro citando los folios de él,
donde yo las he hallado"59. Cuando es deudor de las noticias y
textos contenidos en el tomo VIII de los escritos del Santo, el P. José menciona
siempre al margen, con toda precisión, el folio correspondiente60.
Cerramos
la presente sección con unas líneas del P. Alejandro de la Madre de Dios,
cronista de la descalcez: "Desde que [el Reformador] dejó el oficio de
provincial, había estado retirado, primero en La Solana y después en
Valladolid, entregado a la oración, en que era versado sobremanera. Y en este tiempo, se
entiende, escribió unos libros admirables, en que se trata de la fundación de
la descalcez y otras materias espirituales promiscuas, aunque no las dejó
perficionadas y enteras, y esto les quita el gozar de la luz
pública"61.
3. Autógrafos del Santo
Con
lo dicho ha quedado probada, más que suficientemente, la autenticidad de los
ocho tomos ya descritos, esto es, que el autor de todos ellos fue S. Juan
Bautista de la Concepción, reformador de la orden trinitaria. De esta
conclusión, sin embargo, no se sigue necesariamente que los manuscritos hoy
existentes se deban a su pluma, al no poderse descartar a priori la posibilidad
de haberse perdido los originales en el largo periodo de tiempo que nos separa
de su muerte. De ahí que, a pesar de haber ofrecido ya, en los párrafos
precedentes, no pocos elementos en favor de la autografía de los manuscritos
analizados, nos planteemos ahora explícitamente tan importante cuestión.
Una
simple ojeada a los manuscritos -véase la fotografía- coloca al lector
entendido ante escritos no más tardíos de la primera mitad del siglo XVII: la
caligrafía y la ortografía (especialmente las abreviaturas) y ciertas formas de
expresión se remontan, en efecto, al tiempo indicado.
Una
segunda consideración que se nos impone de entrada es que la tradición, rica en
testimonios explícitos, atribuye unánimemente a S. Juan Bautista de la
Concepción la redacción del manuscrito; no hay
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nadie que ponga en duda esta verdad, pacíficamente
aceptada y confirmada desde el principio. Ya hemos visto cómo muchos de los
testigos aducidos afirman machaconamente que el Santo dejó varias obras
escritas de su puño y letra; e, incluso, declaran haber leído en ellas la
historia de la descalcez trinitaria, descrita, como sabemos, en el actual tomo
VIII. Y no se olvide que todos los testigos procesales y varios de los autores
llamados en causa conocieron personalmente al Reformador y conocían, por ende,
su caligrafía. No es el caso de repetir la lista de fuentes utilizadas, pero sí
dos de ellas. El P. Gabriel de Santa María, después de asegurar que el Santo
-al que conocía muy bien- dejó muchas cosas "escritas de su mano",
refiere "un párrafo que está en la hoja 268 del dicho libro [tomo
VIII]", citando, incluso, varias frases textuales del mismo; pues bien, el
párrafo y las frases recordadas se hallan efectivamente en el f.268r del tomo
VIII manuscrito que hoy conservamos. Y el biógrafo P. José de Jesús María precisa en 1676 hablando de
la autenticidad del mencionado tomo: "Cuando esto [la tradición], digo, no
fuera así, la letra manifiesta la mano; pues, cotejada con firmas que se hallan
del bendito padre, se conoce con claridad ser la suya. Los testigos que le
conocieron lo deponen así, y algunos de ellos refieren cláusulas enteras del
mesmo libro citando los folios de él, donde yo las he hallado"62.
Aparte
esa serie de pruebas externas, ante ocho voluminosos infolios manuscritos,
redactados sin pensar en la imprenta, la hipótesis inicial más lógica parece la
de su originalidad autográfica: es muy improbable que un copista se tomara la
molestia de transcribir esa montaña de folios. Pero dejémonos de
conjeturas y vayamos a las pruebas internas, que no faltan.
Llama la atención la limpidez y
claridad que revisten, aún hoy, los ocho tomos del manuscrito, limpidez y
claridad inusitadas en otros autógrafos de los siglos XVI y XVII: pocas
palabras tachadas, márgenes regulares, folios más o menos del mismo formato. No
es difícil dar una explicación satisfactoria a este primer dato de observación
sin atentar a la tesis que intentamos probar. La uniformidad de los folios
-para comenzar con lo más fácil- se debe al hecho de que el autor utilizaba,
como hemos indicado ya, cuadernillos de diez pliegos doblados por la mitad. En
cuanto a la regularidad en dejar espacios marginales -cosa que no hay que
exagerar, pues no faltan líneas más largas que otras-, nos parece lo más normal
en un escritor que usa folios iguales63.
El bajo número de tachaduras y correcciones
pone en evidencia dos cosas: la gran facilidad de expresión del autor,
atestiguada por una infinidad de contemporáneos suyos; y la falta material de
tiempo para poder releer y revisar lo que iba escribiendo. De hecho, el propio Santo confiesa que no
vuelve sobre lo escrito; y muchas veces se lamenta de
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haber perdido el hilo de la historia o del
tratado sin poder remediarlo64. Aunque prueba días de sequedad para la
pluma, escribe mucho en poco tiempo65: las ideas y los ejemplos -todo
ello alimentado por inagotables vivencias espirituales- le brotan con la
fluidez de un torrente. No se preocupa del orden y de la sistematización de las
ideas: el caudal que salta de su corazón -más que de su cerebro- le roba toda
la atención que podría prestar al aspecto formal de sus obras. Es normal, por
tanto, que en el autógrafo escaseen retoques que denotarían una relectura del
mismo.
Es
oportuno recordar, por otra parte, que a nuestro autor no le constreñía ninguna
circunstancia externa a examinar los manuscritos. Deseaba, sí, someterlos al
juicio del visitador apostólico (sólo el vol. VIII, que el P. Elías de San
Martín se lo había ordenado) y a la genérica corrección de los hermanos, pero
justamente por eso -es decir, porque espera que otros ordenarán y pulirán lo
escrito- desatiende la revisión de sus papeles. No pensaba en editarlos ni
temía el látigo de la Inquisición. Sabía que su lectura quedaría por mucho
tiempo circunscrita a un puñado de trinitarios descalzos.
A
pesar de lo que acabamos de decir, no faltan en el manuscrito tachaduras,
correcciones y añadiduras efectuadas por el autor, dato que aboga en favor de
la genuinidad del autógrafo. El tomo I y la parte histórica del VIII ofrecen mayor
número de correcciones que los otros volúmenes. La descripción de los orígenes
de la reforma estimulaba, lógicamente, el sentido crítico del Santo, que se nos
revela deseoso de objetividad hasta el escrúpulo. No se olvide tampoco que
estos dos volúmenes fueron paginados desde el primero al último folio por el
autor, el cual, al dar un nuevo vistazo al manuscrito, se sentiría impulsado a
perfeccionarlo con algunos retoques. Entre las añadiduras marginales hay frases
e, incluso, periodos gramaticales; y hay casos en que se agrega un párrafo
bastante amplio al final del capítulo.
Alejan
aún más la sombra de un copista numerosas lagunas significativas que apreciamos
en el manuscrito66. Faltan con frecuencia los títulos de los capítulos:
el autor ha ideado una cierta división del texto, pero no pierde tiempo en
formular un epígrafe que no sabe si corresponderá al contenido del capítulo;
deja por lo mismo espacios de siete
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u ocho líneas en blanco, con la simple indicación, en
ocasiones, de capº La separación de capítulos viene señalada a veces, en un
segundo momento, con la llamada marginal: aquí se divida capº Encontramos aquí
y allá huecos destinados a nombres o referencias que el autor no recuerda y
espera que alguien los rellene. Hay capítulos que, pensando en completarlos más tarde, se
abandonan inconclusos con un espacio final no utilizado. Así, por ejemplo,
hablando de las oraciones que debe recitar el religioso a la salida y a la
entrada del convento, termina con estas palabras: "Y porque no me acuerdo
de los versos y oraciones que se dicen, dejaré aquí blanco donde se pongan
cuando se hallaren, o se compongan y acomoden otras; los versos y oraciones son
los siguientes"; y reserva medio folio para tal fin67. En otro
lugar, después de elencar catorce razones alegadas por algunos descalzos en
contra del traspaso de calzados a la reforma, añade: "Escríbanse más si
las dieren", y deja media hoja disponible68. "El decreto que
se hizo en el ayuntamiento es de esta manera", leemos al final del
capítulo 7º del tomo VIII, pero sigue medio folio en blanco en lugar del
decreto, que el autor evidentemente no tuvo a mano cuando quiso copiarlo.
Las
interrupciones en la escritura, detectables por el tipo de letra -mayor o
menor- y la calidad de la tinta, nos brindan una demostración clara de que el
manuscrito es de primera mano: el Reformador trinitario, como sabemos, se vio
obligado a escribir aprovechando breves periodos de tiempo discontinuos y robando
horas al sueño. A veces69 interrumpe bruscamente la escritura sin
concluir el razonamiento o el periodo gramatical y sin colocar un signo de
puntuación final, y prosigue luego -en otro momento, quizá distante- dejando lo
anterior mutilado.
Pongamos
algún ejemplo del tomo VIII. El análisis grafológico revela una interrupción en
el f.72v; pues bien, se nos ratifica en el texto al retomar la escritura:
"Hasta aquí fue Dios servido escribiese en espacio de cinco días hará presto
un año". El f.105r presenta dos tipos de tinta y grafía. Con el primero
concluye: "Me he hado priesa a escribir seis pliegos de papel entendiendo
dar fin a todo lo que pasó en Roma, por haberme de partir mañana camino largo,
y sabe Dios cuándo tornaré a proseguirlo, que en otros dos días que escribiera
como hoy pudiera ser lo acabara, que hasta entrar en España lo deseo
grandemente". Estas frases están escritas en febrero de 1605. En abril
de 1606, sin embargo, continúa en el mismo folio con tinta y letra ligeramente
distintas: "Sean siempre conmigo Jesús y María, que yo no sé cómo tengo de
poder proseguir esta historia más de un año en que lo dejé aquí". Termina
una digresión doctrinal en el f.204v, y luego, en el f.213r, dejando en blanco
los anteriores, vuelve a escribir en otro tiempo -y
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la
caligrafía lo delata- queriendo engancharse al hilo de la historia abandonado
folios atrás: "Yo confieso que tornar a proseguir esta materia me es de
harta mortificación"70.
Las
partes del manuscrito escritas de segunda o tercera mano corroboran lo que
venimos sosteniendo. Los ff.57v-58v del tomo VIII están escritos y firmados por
el P. Agustín de los Reyes. Se trata de una reseña biográfica del hermano
Esteban de la Santísima Trinidad solicitada por el santo Reformador al P.
Agustín71. Ya antes, en el f.23v, advertimos una frase escrita por
dicho religioso, del tenor siguiente: "Digo ser verdad la cláusula de
haber trocado las palabras como se contienen. Yo firmo de mi nombre. Fray Augustín de los
Reyes". Y coincide la caligrafía de ambos pasajes.
Las restantes secciones no autógrafas
-redactadas al parecer por una misma persona y ésta distinta del P. Agustín de
los Reyes72- son las siguientes: I, f.49, salvo el título y las dos
últimas líneas, escritos por el Santo, quien, además, ha leído y corregido la
parte confiada al amanuense; VI, f.150, también releído por el autor del
manuscrito; y los ff.330, 448 (desde la cuarta línea hasta la mitad del verso)
y 494-495r del tomo VIII73.
Para
terminar, vamos a exponer una prueba grafológica de notable interés. Fuera de
los volúmenes aludidos, conocemos varias firmas del Reformador
trinitario74. Reproducimos tres de ellas: a) la que se lee al pie de su
acta de profesión religiosa75 y dice literalmente "Fr. Juan
Baptista Rico"76; b) la de una escritura del 17-VII-1606: "Fray
Juan Baptista de la Concepción"77; c) la que figura en un
documento de octubre de 1611: "Fray Juan Baptista de la
Concepción"78. La grafía
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de esas
firmas concuerda con la del manuscrito, donde, por otra parte, hallamos escrito
varias veces el propio nombre ("fray Juan Baptista"), por ejemplo, en
VIII, ff.240r (dos veces: 2ª y 7ª líneas desde abajo), 247r ("san Juan
Baptista"), 284r. Es evidente la misma mano. Se aprecia además claramente
encima de las firmas un signo extraño: una especie de cruz, pero con dos líneas
verticales en vez de una, más cortas que la horizontal79. Ahora bien,
hemos podido comprobar con grata sorpresa que el mencionado signo se repite al
inicio de la mayor parte de los capítulos que integran los ocho tomos
manuscritos, prueba concluyente de que su autor es siempre el mismo. Pero aún
hay más. Obsérvese la rúbrica que acompaña a las firmas. Una rúbrica semejante,
debida sin duda a la misma mano, la descubrimos con sorpresa nada menos que
tres veces en el actual tomo VII del manuscrito80. Vemos, pues, que S.
Juan Bautista de la Concepción no descuidó contraseñar de alguna manera sus
autógrafos, a pesar de no firmarlos. Lo haría quizá con el deseo de ofrecer una
garantía a sus hijos presentes y futuros, a quienes en primer lugar dirigía su
obra literaria, y dentro de ella, muy especialmente, el tomo VII, que trata del
estilo de vida implantado en la reforma.
Ponemos
punto final a estas líneas con la satisfacción de haber comprobado por primera
vez la veracidad de una convicción jamás declinada en la mente de los
trinitarios descalzos: que los escritos atribuidos a S. Juan Bautista de la
Concepción y hoy conservados son efectivamente suyos y han sido redactados de
su puño y letra.
4. ¿Dejó el Santo catorce volúmenes de
escritos?
Los
dos únicos testigos procesales -aducidos en el párrafo segundo de esta
introducción- que especifican la cuantía de los escritos del místico y
reformador trinitario hablan de catorce tomos; y nosotros conocemos sólo ocho.
Puesto que no podemos desconfiar de testimonios tan fidedignos, queremos
ensayar aquí una explicación del problema.
Creemos
improbable que fueran computados entre dichos tomos el manual editado en 1606 y
algunos escritos menores, particularmente memoriales, que el autor redactó en
defensa de la reforma o con otros fines81.
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No
sabemos si el Santo llegó a escribir dos obras prometidas -un "libro de
apuntamientos" y un muestrario de cartas-, pero ciertamente faltan en la
producción actual82.
Es
muy posible que, según se acostumbraba entonces, S. Juan Bautista de la
Concepción, sobresaliente predicador, compusiera una colección de sermones para
uso personal83.
Pudiera ser también que fueran contadas
entre los catorce tomos algunas colecciones de cartas. Sabemos que, aún en vida
del Reformador, su discípulo predilecto, P. José de la Santísima Trinidad,
reunió un buen número de misivas autógrafas suyas84. Y siendo millares
las cartas escritas por nuestro autor, muchas de las cuales dirigidas a los
reformados85, parece lógico pensar que a más de uno se le ocurriría
coleccionarlas y guardarlas.
El
actual tomo IX de los manuscritos es copia del autógrafo original. Dicho
autógrafo formó parte tal vez de los seis primitivos volúmenes perdidos o
destruidos. Y decimos "perdidos o destruidos" porque, según la
deposición de varios testigos en los procesos, muchos escritos del santo se
perdieron86 o fueron quemados87.
Cuando
se procedió a la primera revisión oficial de la obra (1721-26) se insistió en
una explicación que también puede dar razón, al menos en parte, de la reducción
numérica de los volúmenes: pudieron ser cosidos dos o más juntos. Hay indicios
que avalan esta hipótesis. El Santo
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folió
únicamente el primero y el octavo; los demás, a deducir de su paginación,
fueron ordenados por otra persona, que pudo no haber respetado una primera
distribución hecha por el autor. Refuerza esta sospecha el examen del contenido
de algunos. En el IV tenemos dos tratados que, no guardando relación alguna con
el resto de la materia, pudieron existir inicialmente aislados: la necesidad de
que todas las órdenes se reformen (ff.167-186) y la larga respuesta a siete
dificultades nacidas de la visita especial del franciscano Andrés de Velasco
(ff.187-313). Se da principio al tomo V para "apuntar algunas cosas
sueltas" (f.1r), a las que después se dedican sólo los primeros 135
folios; el resto (ff.136-316), después de media página en blanco, versa sobre
cinco cuestiones referentes a la descalcez trinitaria, que probablemente
formaron al principio un volumen aparte. Al título general del tomo VI
-"Una breve resunta y recopilación de la regla primitiva..."- no
corresponde más que una mínima parte (86 ff. iniciales); y, dejando en blanco
casi todo el f.86, los restantes 126 contienen cuatro tratados -sobre los
donados, los prelados, los estudiantes y los predicadores- que de por sí
constituyen un bloque independiente.
Sea
que la suerte seguida por seis de los primeros volúmenes haya sido la pérdida o
la quema, sea que se encuentren fusionados todos o algunos de ellos con los
demás que hoy poseemos, lo cierto es que ya en 1652 no quedaban más que ocho tomos88.
5. Trayectoria
histórica de los manuscritos
Pensamos que, al trasladarse a
Sanlúcar de Barrameda (1612) con el fin de gestionar allí una nueva fundación,
dejaría el Santo sus manuscritos -al menos la mayor parte de ellos- en el
convento de Madrid, donde principalmente los había escrito: recién operado y al
límite de sus fuerzas, es muy improbable que cargase en aquel penoso viaje con
un pesado fardo de cuadernos.
Hipótesis aparte, sabemos que en 1632
se guardaban en el archivo general de la casa madrileña los preciados
autógrafos89; y allí siguieron durante todo el siglo XVII90.
Fueron trasladados a Roma en 1718 juntamente con los procesos apostólicos
instruidos en Madrid y Córdoba (1715-1717). No se nos da explícitamente la
noticia en las fuentes que hemos consultado, pero se desprende de los
siguientes datos: sabían los promotores de la causa de nuestro santo que, a
tenor de las instrucciones de Urbano VIII, en Roma debía preceder el examen de
los escritos a
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la discusión de las virtudes; el 29 de julio de 1718
llegaron al convento romano de S. Carlos "alle Quattro Fontane"
cuatro trinitarios descalzos con los procesos super virtutibus et miraculis
fabricados en Córdoba y en el arzobispado de Toledo91, y no se ve por
qué habían de ser cuatro para llevar solamente las actas de los procesos (tres
volúmenes en total). Creemos, pues, que los autógrafos del Santo pasaron a Roma
en la fecha indicada.
El 9 de agosto de 1721 -como veremos
más adelante- decretó la Congregación de Ritos el examen oficial de los
escritos. Y días antes habían sido encuadernados en la forma que hoy los
tenemos, es decir, con pastas de pergamino acompañadas del título y número de
orden. Nos lo indica el Libro de cartas cuentas de la Procura general (1711-37)
con la siguiente partida del año 1721: "Más, en enquadernar bien las obras
de nro. V. P. para darlas a examen, doce julios -0012". La lista de gastos
de dicho Libro obedece a una mera sucesión cronológica de hechos, por lo que
podemos fijar el pago de la encuadernación entre "el ferragosto del año
1721" y la salida del "decreto de deputación de
revisores"92, conceptos respectivamente anterior y posterior a la
referida partida93.
Aprobados
en 1726, la Sagrada Congregación retuvo en su propio archivo los manuscritos
hasta al menos 1760, año en que fue proclamada la heroicidad de las virtudes
del Santo94: es ésa la costumbre del dicasterio romano, con la
finalidad obvia de conservar a disposición de los interesados un testimonio
excepcional del espíritu del siervo de Dios.
En
1769 se guardaban en el archivo general de S. Carlos "alle Quattro
Fontane" (Roma), como nos lo certifica el P. Roque de la
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Concepción, quien se propuso copiarlos en
parte95. Seguían en Roma por los años 178196 y 178997.
En el definitorio general, celebrado en Madrid el 11 de mayo de 1807, se acordó
que el P. Antonio de Jesús María, "ya que está encargado de copiar de
buena letra las obras que se trajeron de Roma de N. V. P. Reformador, de las
que cada año deberá presentar al definitorio lo que haya copiado para juzgar si
es digno de continuar con las esenciones que se conceden a los escritores, se
le dé patente de tal"98. En realidad, no fueron enviados a Madrid
-creemos que un poco antes del mencionado Definitorio- más que los cinco
últimos volúmenes; los tres primeros quedaron en Roma y fueron copiados por el
P. Joaquín de los Santos99. Salieron de nuevo para Roma los cinco tomos al inicio de marzo de
1830 "remitidos por medio del Excmo. Sr. Consejero de Estado D. Juan
Bautista de Herro"100. No sabemos quién ni cuándo los entregó en
el convento de S. Carlos, pero el dos de mayo no habían alcanzado aún su
destino101.
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Digamos, finalmente, que a partir de
la publicación de las obras (1830-31) los inestimables autógrafos de S. Juan
Bautista de la Concepción han sido custodiados ininterrumpidamente en el tantas
veces mencionado archivo de S. Carlos102.
6. Primera
revisión de las obras
El proceso de beatificación de un
siervo de Dios incluye como paso obligado el examen de los escritos -si los
hay- que se le atribuyen. Este requisito, que hoy se cumple antes de la
introducción de la causa, en el pasado precedía a la aprobación de las
virtudes, a tenor de un decreto de Urbano VIII (1625)103.
Por
lo que toca a nuestro caso, salió el 9 de agosto de 1721 el decreto que
disponía la revisión de los ocho tomos autógrafos de S. Juan Bautista de la
Concepción. La Congregación confió el asunto, como es costumbre, al entonces
ponente de la causa, cardenal Barberini, y éste, a su vez, deputó a dos
teólogos competentes para el estudio directo de las obras. Pero ¿habría que
esperar a que los encargados leyesen detenidamente los ocho imponentes
infolios? ¿No cabía la posibilidad de un procedimiento más expeditivo? Quizá
por esto, el cardenal se contentó con que los censores enjuiciaran tan sólo el
contenido del segundo volumen, todo él doctrinal y ciertamente muy
representativo en el conjunto de la producción del santo trinitario. A pesar de
no figurar los nombres de los revisores en los fondos de la Congregación de
Ritos104, hemos logrado averiguar uno de ellos en la persona del
italiano Abad Compagnizani105, a quien se entregó, para su examen, una
copia del tomo II.
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El teólogo Compagnizani, primero de
los dos censores a quien recurrió sucesivamente el cardenal
Barberini106, se declaró "insuficiente para poder dar una censura
sobre tal obra, ya que trata de ciertas vías por mí jamás practicadas"107,
pero no dejó de hacer respetuosamente algunas observaciones, que exigieron del
P. Miguel de S. José, postulador general, una atenta respuesta. El P. Miguel
pudo concluir el 23 de febrero de 1725 su esmerada apología de los puntos contestados,
y puso inmediatamente todo el material en manos del cardenal
Barberini108, quien, a su vez, designó sin tardanza el teólogo
encargado de examinar dicho material109. Exigente y celoso de su
misión, este segundo "teólogo deputado" corroboró algunas objeciones
que el postulador creía haber rebatido110, por lo que fue necesario
redactar otros cuatro folios con el fin de "discutir breve y eficazmente,
y remover" las nuevas críticas111.
El 3 de enero de 1726 tuvo lugar en
el palacio del cardenal Barberini la congregación particular "super
examine nonnullorum opusculorum a praedicto servo Dei
exaractorum"112, en la que, superados finalmente todos los
obstáculos, se emitió el juicio aprobatorio de los ocho tomos autógrafos del
Reformador trinitario113. También fue favorable días más tarde (16 de
febrero) la resolución de la congregación ordinaria. El cardenal ponente
consignó el 1 de marzo el total de los manuscritos al
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secretario,
Mons. Tedeschi114, quien, a la vista de los mismos, procedió ya a la
confección del siguiente decreto:
"DECRETUM
Corduben.
Beatificationis et Canonizationis ven. Servi Dei P. Fr. Joannis Baptistae a
Sanctissima Conceptione, Fundatoris Ordinis Discalceatorum SSmae Trinitatis
Redemptionis Captivorum.
Commissa Emo et Rmo D. Card. Barberino
praedicti Ponenti a Sac. Rit. Congregatione die 9 augusti 1721, annuente etiam
Sanctissimo, revisione infrascriptorum opusculorum ab ipso Servo Dei in lingua
hispanica exaratorum, nempe
1 Tomi incipien.: Capítulo de quán difficultosa cosa sea,
etc.; et terminan.: que no es menos que recibirlo por rey115. Pag. 226.
2 Tomi incipien.: Capítulo quán sólo es el camino de la
verdad; et terminan.: en tratos y negocios donde Dios no está. Pag. 264.
3 Tomi incipien.: Tratado de algunas
exortaciones; et terminan.: el ser vencidos en la batalla. Pag. 244.
4 Tomi incipien.: Nota que el título de este tratado;
desinen.: premiado con gloria eterna, quam mihi et vobis. Pag. 313.
5 Tomi incipien.: Estos quadernos; et
desinen.: de llevarnos a su gloria, Amén. Pag. 316.
6 Tomi incipien.: Una breve resunta y
recopilación; et terminan.: que hay en el mundo. Pag. 211.
7 Tomi incipien.: Breves tratados acerca
de los oficios; et finien.: de donde se podrán sacar. Pag. 228.
8 Tomi incipien.: Las raçones que pueden
obligar; et terminan.: nos lleve en su compañía. Pag. 541.
Habitaque
postmodum sub die 3 februarii proxime praeteriti Congregatione particulari
super examine dictorum opusculorum, in qua rescriptum fuit nihil substantiale
in operibus obstare quin ad ulteriora procedatur, ita tamen ut edi non possint
nisi praevia ipsorum operum revisione et suppletione sive emendatione in
nonnullis accidentalibus, demum, ad instantiam P. Michaelis a S. Josepho,
Commissarii Generalis Ordinis Discalceatorum SSmae Trinitatis Redemptionis
Captivorum, et dictae Causae Postulatoris, discusso in Sac. Rit. Congregatione
ordinaria examine suprascriptorum opusculorum, Sac. eadem Rit. Congregatio, ad
relationem ipsius Emi Ponentis, audito etiam Rmo Prospero de Lambertinis,
Archiepiscopo Theodosiae, Fidei Promotore, censuit rescribendum procedi posse
ad ulteriora, servato decreto Congregationis particularis sub dicta die 3
februarii habitae, si SSmo D. nostro visum fuerit. Die 16 februarii 1726.
Factaque deinde per me Secretarium de
praedictis Sanctissimo Domino Nostro relatione, Sanctitas Sua benigne annuit. Die 23 martii ejusdem
anni 1726.
F. Card. Paulutius,
Praefectus
Loco
+ sigilii
N.M. Tedeschi, Archiep. Apamenus S.R.C.
Secret."116
- 44 -
7. Búsqueda
de los "papeles perdidos"
La aprobación de los escritos suponía
la luz verde para afrontar el examen de las virtudes del siervo de Dios. Pero nuestra causa topó de improviso con
un nuevo obstáculo a salvar antes de esta segunda etapa decisiva. Al estudiar
con ojo crítico los procesos, tanto el promotor como el subpromotor de la fe
-monseñor Alberto Filipense y don Juan Pruneto- tropezaron con una considerable
laguna117: algunos testigos procesales de visu118 atribuían al
Reformador trinitario nada menos que catorce tomos de escritos, mientras que de
hecho no habían sido revisados y aprobados más que ocho; por añadidura, se
mencionaban algunas cartas y relaciones, que ni siquiera habían sido
presentadas a la Congregación. Se tendió así un freno a la causa, que
naturalmente no podía proseguir sin ulteriores averiguaciones sobre el
particular119.
Como
primera medida se celebró en marzo de 1732 una reunión entre el promotor y el
subpromotor de la fe y el postulador y procurador de la causa. El procurador
general de la Orden y postulador de la causa, P. Miguel de S. Rafael, explicó
hábilmente a los presentes cómo los ocho volúmenes aprobados contenían
efectivamente catorce tratados distintos y que dichos tratados habían existido
como tomos independientes antes de su encuadernación. Satisfizo la solución al
promotor de la fe, pero, no obstante, se vio la oportunidad de investigar la
cuestión más a fondo, especialmente por lo que tocaba a otros escritos menores
del místico trinitario; se preveía razonablemente que la Congregación no
dejaría de prescribir nuevas averiguaciones en orden a disipar la más mínima
duda120. La "dificultad era de facto y no se podía evacuar sin la
prueba de facto", por lo que se acordó "hacer en España las
diligencias auctoritate apostolica para ver si se hallaban más tomos o escritos
del siervo de Dios"121.
A
instancias del postulador, dispuso a tal efecto la Sagrada Congregación -con un
decreto del 12 de enero de 1733- la búsqueda de nuevos escritos en Córdoba,
Madrid, Valdepeñas, Salamanca y
- 45 -
Toledo122.
El secretario de la Congregación entregó al postulador una instrucción del
promotor de la fe y una carta del prefecto que debían dirigirse a los obispos
correspondientes123, y éste las envió inmediatamente al general de la
Orden, Alejandro de la Concepción, residente en Madrid, "para que las
repartiese"124.
Pudieron,
pues, realizarse con la máxima presteza las pesquisas decretadas.
Se
procedió, concretamente, de esta manera:
a) El obispo de Córdoba, don Tomás Ratto
Ottonelly, legítimamente impedido por razón de sus ocupaciones, encomendó las
diligencias (17-IV-1733) a don Francisco Miguel Moreno Hurtado, prebendado de
la catedral, provisor y vicario general. Se indagó en el convento fundado por
el Reformador y en otras partes de la ciudad, debiendo concluir: "No se
han encontrado ni descubierto papel alguno, carta ni otro género de escrito del
V. siervo de Dios P. F. Juan Bautista de la Concepción".
b) Monseñor José Sancho Granado, prelado
de Salamanca, mandó el 12 de mayo la búsqueda de posibles escritos en su
ciudad. Terminó la pesquisa el 10 de junio con resultado totalmente negativo.
c) El arzobispo de Toledo, Diego de
Astorga y Zéspedes, decretó el 10 de marzo se hiciesen las correspondientes
diligencias en la ciudad primada, delegando a tal fin a su sufragáneo y
auxiliar monseñor Benito Modveño Ramos, obispo de Sión. Se cerró el procesículo
el 20 de agosto con el resultado de "no haberse encontrado obras ni
escritos algunos de los referidos".
d) En Madrid, donde se investigó desde
el 30 de junio hasta el 20 de agosto, se constató igualmente la inexistencia de
autógrafo alguno del Santo.
e) La investigación requerida en
Valdepeñas, ciudad incardinada en la archidiócesis de Toledo, fue confiada el 9
de marzo por el cardenal Astorga a su vicario y visitador general para la
región de Ciudad Real, don Juan José García Alvaro. La búsqueda, realizada
escrupulosamente en el convento de los trinitarios descalzos, y en toda la
villa a través del bando de rigor, condujo al hallazgo de una firma del Santo,
pero no se dio con "ningún escrito de los referidos", como se lee en
el acta de clausura fechada en Madrid el 20 de agosto.
Fueron
llevados a Roma los procesículos, sellados y cerrados, por el procurador
general de la causa, el P. Juan de la Asunción125.
- 46 -
Por
fin, oída la relación del cardenal Pico, ponente sustituto del cardenal
Barberini, sobre el resultado de las diversas diligencias llevadas a cabo,
decretó el 5 de diciembre de 1733 la Sagrada Congregación procedi posse ad
ulteriora126.
Con
tal decreto, claro está, se puso fin a la intensa búsqueda de los papeles
perdidos, pero la duda sobre el volumen de escritos quedaba pendiente de
resolución hasta las congregaciones particulares sobre las virtudes, ya que era
allí donde debían ser ventiladas las animadversiones del promotor de la fe. El
procurador de santos y patrono de la causa, el sacerdote palatino Antonio
Mazzini -asistido naturalmente por el procurador general de la Orden-, al
redactar su responsio ad animadversiones Rmi. P. D. Fidei Promotoris, tuvo que
ocuparse en primer lugar de la animadversio praeliminaris sobre los escritos.
Conocemos ya su respuesta: traídas las obras a Roma en un único envoltorio de
cuadernos sueltos, habían sido cosidas y encuadernadas en ocho tomos, los
cuales, como se puede comprobar, contienen catorce tratados
distintos127. Esta explicación, con ser aparentemente convincente, no
responde, como sabemos, a la realidad de los hechos en cuanto que ya en
1652128, antes de su envío a Roma, se componían de sólo ocho tomos los
escritos en cuestión.
Con
todo, en la congregación antepreparatoria sobre las virtudes, celebrada el 26
de enero de 1740 en el domicilio del cardenal Pico de Mirándola, a la sazón
ponente de la causa129, fue aceptada como verosímil la inclusión de los
catorce tomos iniciales en los ocho aprobados, pero se constató la falta de
otros escritos menores, a saber, algunas cartas y memoriales. Las nuevas
animadversiones, redactadas a raíz de la reunión precedente por el entonces
promotor de la fe, abogado Valenti, no insistían ya como antes, aun
solicitándola, en la búsqueda de cartas y papeles sueltos, que "se pueden
perder fácilmente"; y formulaban dos nuevas exigencias: a) la localización
y copia de algunos pasajes del tomo VIII aludidos por algunos testigos
procesales como fuente de la propia información sobre la vida del Santo; b) la
exhibición de algunos libros que tratan, poco o mucho, del siervo de
Dios130. El sumario de las objeciones y las respectivas respuestas
salió de la imprenta el mes
- 47 -
de agosto de
1741131, mas hubo de esperarse a 1747 para celebrar la congregación
preparatoria super virtutibus; precisamente el cuatro de julio de dicho año
tuvo lugar en el palacio del Quirinale la esperada reunión, que, entre otras
cosas, dio por resuelto definitivamente el intrigante problema de los
escritos132.
8. La edición completa (1830-1831)
Los
escritos autógrafos de S. Juan Bautista de la Concepción no han conocido más
que una sola edición completa (Roma, 1830-1831), a la que es obligado
dediquemos un poco de espacio en esta introducción.
a) Copia de los manuscritos
Damos
en primer lugar noticia sumaria de los copistas que prepararon el material para
la imprenta.
A
raíz de la aprobación de las virtudes del Santo (10 de agosto de 1760), elaboró
un compendio del tomo IV el P. Manuel de Santa Bárbara (+ 1774); se conserva
aún inédito133.
Conocemos
una transcripción de los 19 primeros capítulos del mismo tomo hecha con muy
buena caligrafía por el P. Roque de la Concepción (+ 1803)134.
Como
sabemos, fue expresamente comisionado por el definitorio general para
"copiar de buena letra las obras" con miras a su publicación el P.
Antonio de Jesús María (1755-1824)135. Se le confiaron los tomos
IV-VIII, que con tal motivo fueron llevados al convento de Madrid, donde
residía. Desconocemos el fruto de sus sudores.
El P. Joaquín de los Santos (+ 1835 en
Roma) fue el último infatigable copista y el corrector de las pruebas de
imprenta. Conservamos
los tres primeros tomos copiados de su mano para la impresión136.
b) Segunda revisión
Juan
Bautista de la Concepción fue beatificado el 26 de septiembre de 1819; ¡y sus
escritos seguían escondidos en un humilde archivo de
- 48 -
Roma! Con tal
motivo tomó consistencia en las cabezas rectoras de la Orden la idea de que
convenía publicar cuanto antes el rico bagaje literario del nuevo beato. Mas
para ello debía cumplirse un requisito previo, decretado por la Sagrada
Congregación de Ritos al concluir el primer examen de los manuscritos: nueva
revisión y corrección del autógrafo.
Se
elevó, pues, a la Sagrada Congregación la siguiente solicitud:
"[...]
Los religiosos trinitarios descalzos quisieran imprimir las obras del siervo de
Dios, ya beato, pero no pueden hacerlo si primero, de acuerdo al decreto
aludido [del 23-III-1726], no se cumple la condición siguiente: nisi praevia
ipsorum operum revisione et suppletione sive emendatione in nonnullis
accidentalibus, como fue decretado entonces en las dos congregaciones arriba
mencionadas [3 y 26 de febrero de 1726]; ni tampoco puede darse licencia para
la solicitada edición si no se hacen antes por parte de la Sagrada Congregación
tales revisiones y correcciones in accidentalibus. Y teniendo en cuenta que
semejantes correcciones deberán asociarse a las censuras referidas en las dos
congregaciones indicadas arriba, han sido sacadas del archivo tales censuras y
ha pasado a mis manos toda la "posición". Y puesto que toda la actual
inspección se limita a tales correcciones con objeto de poder proceder después
a la impresión, se requiere que el Emo. y Rmo. Sr. Cardenal Prefecto destine a
tal fin un nuevo revisor, que, junto a las censuras antiguas, pueda hacer una
nueva revisión y corrección no sólo in accidentalibus, sino también in
substantialibus siempre que encuentre proposiciones y expresiones que merezcan
ser reformadas y expuestas con mayor claridad. Ahora bien, ya que la revisión
que suele hacer la Sagrada Congregación de Ritos no tiene otro objeto sino el
de conocer que en los escritos de los siervos de Dios no se encuentra nada que
ofenda la fe y las buenas costumbres y, por lo mismo, pueda impedir la
introducción y la prosecución de la causa, no basta esta revisión para poder
autorizar la publicación de tales escritos, para la cual deben tenerse
presentes otras circunstancias. El revisor que ha de destinarse debe ser un
buen teólogo, experto en la ciencia de las cosas místicas y conocedor de la
lengua española, pues las obras que deben analizarse y corregirse están en
dicho idioma. Creo no será muy difícil dar con alguno a propósito en una u otra
de las casas religiosas, pero quizá pueda encontrarse más fácilmente un sujeto
hábil entre los jesuitas de la casa profesa o en el colegio romano. Sea cual
fuere el teólogo deputado según el gusto de Su Ema. Rma. el Sr. Cardenal
Prefecto, podrá dignarse de enviármelo a mí, el que suscribe, con el fin de que
pueda darle las oportunas instrucciones. Y cuando el teólogo designado concluya
su trabajo, su dictamen deberá ser remitido a Su Ema. Rma. para que pueda darle
el curso que estimará más conveniente. Aloysius Gardellini, S.R.C.
Assessor"137.
En
respuesta a la requisitoria precedente, el cardenal prefecto encargó con fecha
del 15 de abril de 1826 el examen de las obras en cuestión al jesuita español
P. Ildefonso José de la Peña138. Recibió la misma
- 49 -
designación el P. José de Sto. Tomás, procurador general
de los carmelitas descalzos españoles.
Ambos teólogos presentaron únicamente,
después de tres años largos, el juicio escrito sobre el primer volumen de las
obras. Ofrecemos a
continuación la versión española de sus votos:
1. "Habiéndome sido encomendada
-por rescripto del Emo. y Rmo. Sr. Julio María de la Somalia, cardenal
prefecto de la S. C. de Ritos, fechado el 15 de abril de 1826- la revisión y
sustitución o corrección en algunas cosas accidentales de las obras del Bto.
Juan Bautista de la Concepción, Fundador de la Orden de Descalzos de la
Santísima Trinidad Redención de Cautivos, con el fin de cumplir este mandato,
honorífico y muy grato para mi pequeñez, examiné al punto atentamente el primer
volumen de dichas obras, y no hallé en él nada que parezca contradecir la
sagrada fe, la santa doctrina y las buenas costumbres. Por el contrario, resplandecen en él: la
celestial y práctica doctrina del beato autor, una santa simplicidad y un celo
admirable por la salvación y la perfección. En efecto, a base de principios
prácticos, ofrece luz a maestros y discípulos, superiores y súbditos para
suprimir impedimentos y progresar debidamente por el muy difícil camino del
espíritu y de las virtudes. Y para no faltar a mi oficio, he anotado algunas
pocas cosas accidentales que, a mi parecer, deben ser modificadas, suplidas o
suprimidas; tales cosas vienen indicadas en folio adjunto.
En fe de lo cual, etc., en Roma en la
casa de los profesos de la Compañía de Jesús el 18 de junio de 1829. Ildefonso
José de la Peña, S.J."139.
En
folio aparte, suscrito en la misma fecha, puso el P. Peña 48 expresiones del
texto corregidas, completadas o dignas, a su juicio, de ser eliminadas. En general
son retoques de poca monta, pero en la última anotación se pide nada menos que
la supresión de doce líneas del original; y los editores, claro está,
obedecieron dócilmente al censor140.
2. "Comisionado por el P. Maestro
del Sagrado Palacio Apostólico, he leído y examinado atentamente este primer
libro de las obras que escribió de propia mano el B. Juan Bautista de la
Santísima Concepción, Fundador de los Descalzos de la Orden de la Santísima
Trinidad; y no he hallado en él nada que no sea conforme a nuestra fe católica,
excepto algunas cosas muy accidentales, que pueden ser enmendadas muy
fácilmente por cualquiera que no desconozca la lengua española. A mi juicio,
parece que el Beato compuso la sustancia de este libro por inspiración divina.
Se dan en él, efectivamente: erudición con simplicidad, doctrina sin
engreimiento, magisterio con humildad y santidad sin engaño. Como soldado
excelentemente experimentado en la palestra de la vida espiritual, proporciona
en este libro a todos los religiosos,
- 50 -
tanto superiores como súbditos, óptimas reglas para
poder apartarse de los lazos del mundo y evitar las alianzas meramente
terrenas; e indica el camino para contemplar la grandeza de Dios, conocer
nuestra miseria y cuidar la propia abnegación, estimulando a todos con ejemplos
familiares y con doctrina sólida de la santa Madre Iglesia, con el testimonio
frecuente de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, testigos de la
verdadera tradición. Suministra a todos en pocas sentencias la leche y miel
celestiales de su doctrina. Vertió
lo que había bebido de lo alto, a saber, el presente escrito ascético-místico,
que, haciéndose todo para todos, legó a sabios e ignorantes como prenda de su
espíritu. Por todas estas razones, considero este volumen muy digno de que vea
la luz pública.
Roma,
casa generalicia de la Congregación Italiana, 26 de julio de 1829.
Fr.
José de Sto. Tomás, Procurador General de los Carmelitas Descalzos de la
Congregación Española"141.
No
se hizo una evaluación pormenorizada de los demás volúmenes, pero todos ellos
llevan el "nihil obstat" autógrafo de uno o dos revisores según la
siguiente distribución: el tomo I tiene el "nihil obstat" del P. Peña
y del P. José de Sto. Tomás fechado el 1 de agosto de 1829; los tomos II y III
fueron aprobados también por ambos censores el 16 (P. Peña) y el 31 (P. José de
Sto. Tomás) de octubre de
1829; el tomo IV presenta el visto bueno del P. José (6-XII-1829), y de un
nuevo censor, a saber, Dn. Romano Prieto, prior de Santa Maria della Pietà
(3-V-1830); y en los cuatro tomos restantes no figura más que el "nihil
obstat" del carmelita acompañado de estas fechas: 29-XII-1829 (V),
11-I-1830 (VI), 1-II-1830 (VII) y 28-II-1830 (VIII).
c) Licencias
de la Orden
Copiamos
en este apartado un acuerdo del definitorio general y la "licencia de la
religión" que fue impresa al frente de las obras:
1. El definitorio general, reunido en
Madrid los días 3 y siguientes del mes de mayo de 1829, tomó esta importante
decisión: "Deseando el definitorio inspirar en todos los religiosos al
amor a la regular observancia y señalarles un camino seguro y recto por el que
puedan, ayudados de la divina gracia, llegar muy en breve a un grado muy
eminente de perfección, ha adoptado como un medio eficacísimo para conseguir
este fin tan interesante poner en las manos de todos las preciosas obras que
nuestro apostólico Padre y Fundador el B. Juan Bautista de la Concepción nos
dejó escritas, milagrosamente, a nuestro parecer, y por una especial
providencia del Señor. Con este objeto ha determinado se impriman dichas obras
en Roma, en atención a estar
- 51 -
ya copiados en nuestro colegio de S. Carlos de aquella
ciudad algunos tomos de ellas y revisados por sujeto destinado al efecto,
dejando al celo y prudente disposición de N.R.P. Vicario General el modo y los
medios con que se ha de ejecutar"142.
2. En correspondencia con el acuerdo
precedente, el P. Vicario General tuvo a bien conceder la necesaria licencia de
publicación:
"Bendita sea la SSma. Trinidad.
Fr.
Ignacio de San José, Vicario General del Orden de Descalzos de la SSma.
Trinidad R. de C., etc.
Con acuerdo de nuestro definitorio
general, celebrado en este nuestro convento de la villa y corte de Madrid en
los días tres de mayo y siguientes de este presente año, damos licencia al P.
Fr. Juan de la Visitación, religioso sacerdote profeso y definidor general de
nuestra sagrada Religión, procurador general interino en la curia romana y
presidente de nuestro convento de San Carlos a las Cuatro Fuentes de Roma, para
que pueda imprimir e imprima en la dicha ciudad las obras de N.B.P. Fundador
Juan Bautista de la Concepción, contenidas en ocho volúmenes o tomos que
escribió de su propia mano dicho N.B.P., según se hallan reconocidos, revisados
y aprobados en la congregación o congregaciones tenidas al efecto; habiendo
primero presentado las dichas obras y cada uno de sus tomos a las personas que
se estila y se acostumbra presentar cualquier libro para imprimirse en la dicha
ciudad de Roma; atentos a que dichas obras han sido vistas, examinadas y
arregladas conforme al rescripto de la Sagrada Congregación por personas doctas
comisionadas al dicho fin, y de su parecer se puede conceder esta dicha
licencia.
Dada
en este nuestro convento de Madrid, firmada de mi mano, sellada con el sello de
nuestro oficio y refrendada de nuestro secretario, en quince días del mes de
noviembre de mil ochocientos veinte y nueve años.
Fr. Ignacio
de San José, vicario general.
Por mandato
de N.R.P. Vicario General,
Fr. Martín de San Juan de Mata, secretario
general"143.
d) Impresión
de las obras
"En 1829 se emprendió por primera
vez la impresión de las obras de nuestro B. P. Fundador, la cual se hizo en
menos de dos años. Es increíble cuánto debió trabajar [el P. Joaquín de los
Santos] en la corrección de las mismas, habiendo sido impresas por personas que
desconocían el español y encontrándose este padre solo en casi todas las
correcciones, y además asistiendo muchísimas veces a todos los actos
- 52 -
de la
comunidad, por lo que se vio obligado a quitar tiempo al descanso de la noche
para hacer las correcciones". Así se expresa el necrologio del convento de
S. Carlos de Roma144, refiriéndose al P. Joaquín de los
Santos145, quien, como sabemos, había copiado anteriormente los tres
primeros tomos de los escritos.
Gracias
a una relación detallada del P. Juan de la Visitación, responsable de la
edición, sabemos que la impresión "principió el día 18 de septiembre del
año 1829 y concluyó el 24 de junio de 1831"; y comportó un gasto
complexivo de 2.444 duros146. La labor tipográfica corrió a cargo de
Leopoldo Bourlié, "impresor de Propaganda Fide", como se lee en la
portada de los ocho tomos impresos.
e) Juicio valorativo
Hemos
de afirmar sin eufemismos que objetivamente la edición resultó desastrosa.
Traiciona en muchos casos su misma razón de ser: la fidelidad al pensamiento
del autor. Son incontables las expresiones mal transcritas o tergiversadas por
una puntuación defectuosa; se aprecia con demasiada frecuencia la falta de
palabras, frases e incluso periodos existentes en el autógrafo. La puntuación
es anárquica: acentos, puntos, comas, interjecciones, interrogaciones que
sobran o faltan continuamente. Es muy escasa la división y distribución de
párrafos y periodos. Todas estas notas asociadas originan un bosque literario
inextricable, que desalienta y cansa al lector más tenaz.
Son ciertamente varias las causas
influyentes en una obra tan lamentable, y es justo tenerlas en cuenta.
Recordemos en primer lugar la imperfección del mismo autógrafo visto desde
nuestra reglamentación sintáctica y gramatical: puntuación desigual e
insuficiente, periodos incompletos, cruces de ideas, anacolutos, etc.
Observamos también en el original un gran descuido en lo que toca a la
disposición de la materia: no se cuida la forma con indicaciones y epígrafes
que faciliten la asimilación de las ideas, que ya de por sí proceden con poco
orden. Volveremos
más adelante sobre el análisis literario y gramatical del manuscrito.
- 53 -
[Imagen]
- 54 -
Muchas infidelidades del texto
obedecen a errores involuntarios de los copistas, que se saltaron
inadvertidamente palabras y aun líneas. La repetición de una misma palabra en
el párrafo, cosa muy frecuente, y la sucesión monótona de líneas sin apenas
espacios en blanco favorecen esta clase de despistes a la hora de trasladar el
autógrafo.
No olvidemos tampoco otras
circunstancias desfavorables al buen éxito de la edición: el hecho de publicar
en Roma una obra escrita en español; las prisas -inexplicables- con las que se
realizó la impresión (menos de dos años para una mole de ocho grandes tomos);
el haber gravado sobre unas solas espaldas el peso de las correcciones.
f) Dedicatoria
Para
concluir esta rápida descripción de la primera y única edición completa de los
escritos de san Juan Bautista de la Concepción, reproducimos la dedicatoria y
el prólogo que la precedieron. He aquí primeramente el texto íntegro de la
dedicatoria:
"AL
APOSTOLICO CELESTIAL VARON NUESTRO B.P. JUAN BAUTISTA DE LA
CONCEPCION, Fundador del sagrado
Orden de Descalzos de la Santísima
Trinidad Redención de Cautivos
Cristianos.
BEATO PADRE NUESTRO:
Gloria
y acción de gracias a la Santísima Trinidad, que por un efecto de su bondad
inefable ha cumplido nuestros deseos. Venerando, pues, con el debido culto
religioso vuestra prodigiosa santidad y las heroicas virtudes que la adornan y
caracterizan, vamos ya a dar a la prensa vuestros deseados y admirables
escritos, lo único que restaba para vuestro honor, consuelo y edificación de
vuestros hijos. Pero si las obras que salen a la luz pública necesitan por lo
común de un sabio y un poderoso mecenas que con su poderoso valimiento las
defienda, ¿no tendrán las vuestras igual necesidad, y que un insigne patrón las
recomiende y defienda de la crítica maligna y mordaz de nuestro siglo? Es verdad que estas
vuestras obras, que están escritas por obediencia y selladas con la humildad,
tienen en su favor la recomendación del cielo y la irresistible protección
consignada a los humildes de corazón. Sí, dulcísimo Padre nuestro, en tan
sólidos principios se apoyan estos vuestros escritos, que no tuvieron más
blanco en sus producciones que la mayor gloria de la Santísima Trinidad, el
espiritual aprovechamiento del prójimo y su segura dirección por el camino del
cielo. Este ciertamente se manifestó propicio a vuestros votos; y vuestras
sólidas instrucciones, documentos y avisos para la vida espiritual acreditan y
dan testimonio de la sabiduría celestial y movimiento interior que dirigió
vuestra pluma. No, no se funda vuestra doctrina en las orgullosas quiméricas
ideas que el hombre terreno y carnal había de suscitar y fomentar en los
últimos tiempos, como lo previno el apóstol san Judas en su carta canónica. Imbuido el mundo con estas negras ideas,
que
- 55 -
en todos los
siglos ha inspirado y fomentado igualmente la ciencia terrena y carnal, desechó
su remedio y salud no conociendo a Jesús, su único Salvador, y la verdadera luz
que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Tampoco le conocen ni le
conocerán aquellos que se precian de ilustrados y sabios, pero sabios con la
expresada ciencia del mundo, que es la ciencia que actualmente reprueba la
sabiduría humilde y celestial contenida en el Evangelio. Esta divina sabiduría,
que fue siempre el norte de vuestro magisterio, os dirigió en vuestros
escritos, como en vuestras acciones, manifestando a todos con sencillez y
energía que sólo Jesús es el camino seguro, la verdad y la vida. Tan nobles y
maravillosos son los sentimientos que producen vuestros escritos, con los que
sus lectores, penetrados de una suave unción y de un poderoso atractivo, se ven
conducidos dulcemente por el camino de la perfección, a la que llegan por la
práctica de las virtudes cristianas y religiosas que persuaden e inspiran.
Pero, si a pesar de estos notorios efectos que producen, vuestros piadosos
escritos cuando ahora se presentan al público necesitan la protección y defensa
de un mecenas sabio y poderoso, ¿quién mejor que vos, Padre nuestro, podrá
desempeñar este cargo y sostener la doctrina sana que enseñan con admirable
magisterio? ¿A quién mejor que a vos podemos nosotros ofrecer, dedicar y
consagrar unos escritos que os reconocen por autor y padre?
Sí, vuestros son estos escritos,
copiados fiel y literalmente de los mismos que, con vuestra propia mano y con
tantas fatigas, sudores y trabajos, escribisteis. Nos los habéis dejado como un
rico patrimonio de vuestro amor y como un testamento eterno, en que repartís a
todos aquel espíritu divino que ardía en vuestro humilde y amoroso corazón,
cuando en este mundo erais el modelo y ejemplar que se proponían imitar
vuestros hijos.
Recibid,
Padre nuestro, esta dádiva, que se ha tomado de los tesoros de la sabiduría que
se dignó comunicaros el Padre celestial. Ya no tenéis que temer los funestos efectos
de la vanidad, ni en vuestro feliz estado tiene lugar elación alguna, por la
gloria y honor que os resulte de estos vuestros escritos. Recibidlos, pues,
bajo vuestra protección; porque, colocado en la gloriosa mansión donde reináis
con Jesucristo, asistís ante su trono y sois objeto de sus divinas
complacencias, podéis sin peligro y con seguridad ampararlos y defenderlos.
Aceptad, en fin, el celo con que
vuestros hijos dan a luz pública estos escritos que, ocultos al mundo, mientras
peregrinasteis en él, por vuestra humildad, ofrecen con su lectura un fondo
copioso de instrucción, que ilustra las almas contra las ilusiones del error,
las fortifica contra los ataques del infierno, las guía sin riesgo por las
sendas oscuras de la perfección y, encendiendo en el corazón del hombre las
llamas de aquel fuego que el Hijo de Dios vino a traer a la tierra, forma
dignos adoradores de la Santísima Trinidad, a quien sirven y aman en espíritu y
verdad. Tal es el objeto con que publicamos y damos a la prensa estos vuestros
escritos; y esperamos que no serán menos estimados ni
- 56 -
menos provechosos al bien espiritual de los fieles que
los de las Teresas de Jesús, Juanes de la Cruz y Franciscos de Sales.
Resta sólo, beato Padre nuestro,
suplicaros que con vuestros escritos nos acojáis también bajo vuestro amparo y
comuniquéis, como Elías a su discípulo Eliseo, vuestro espíritu duplicado,
siendo participantes de aquella admirable fortaleza y paciencia invencible con
que os adornó el cielo para propagar más y más la gloria de la Santísima
Trinidad. Interponed
vuestros ruegos con la Santísima Virgen María, Nuestra Santísima Madre, para
que proteja, como os lo prometió, esta vuestra familia que fundasteis con su
protección y a costa de tantos trabajos, persecuciones y fatigas. Suplicadla,
en fin, que se digne destilar el fecundo rocío de su eficaz patrocinio sobre
esta mística viña que plantó en el campo de la Iglesia la diestra del Altísimo
y en cuyo cultivo tanto os afanasteis, para que siempre se conserve en ella el
fervor de vuestros ejemplos, la práctica de vuestras heroicas virtudes y los
abundantes frutos de perfección y amor de Dios que debe excitar la lección de
estos vuestros admirables escritos.
Así
lo deseamos y así lo expresamos para la mayor gloria de la Santísima Trinidad,
honra vuestra, gozo y edificación de los que, postrados a vuestros pies, os
suplican y confiesan ser vuestros indignos y humildes hijos.
LOS TRINITARIOS DESCALZOS".
g) Prólogo
"CATOLICO
Y DEVOTO LECTOR:
La
mística teología es aquella tan noble cuanto sagrada ciencia que, entre las
muchas que el hombre puede conquistar con su estudio, merece ciertamente el más
encarecido homenaje, por ser la que más se aproxima a la sabiduría del mismo
Dios y de los espíritus celestiales. La voz mística trae su etimología de la
voz griega mistin, que significa cosa divina y secreta, como afirman san
Dionisio Areopagita y santo Tomás el Angélico; se dice divina por cuanto su
causa eficiente y final es el mismo Dios, y se llama secreta porque sus
principales efectos se verifican cuando el espíritu está reconcentrado y unido
con su Criador. Y por lo mismo san Juan de la Cruz le da el título de escalera
secreta, ya que el alma sube por ella, como por firme escalera, a tanta
elevación que llega a unirse y formar un solo espíritu con la suprema
divinidad: qui autem adhaeret Deo, unus spiritus est (1 Cor 6,17).
Esto
no obstante, conviene advertir que sin la mística teología se puede venir en
conocimiento de una primera causa que es Dios, como lo han conocido con la sola
luz natural: 1º, varios filósofos, y especialmente Platón, que por lo mismo fue
llamado el divino; y el apóstol san Pablo lo confirma en la epístola a los
Romanos (1,19) diciendo: Quod notum est Dei, manifestum est in illis; 2º, se
puede conocer también en fuerza de una luz sobrenatural de revelación sin que
concurra la fe
- 57 -
habitual ni la gracia santificante, como ocurrió a
Balaán profeta (Núm 22,23-24); y el Angélico santo Tomás dice que esto mismo
puede convenir aún a el demonio: De secretis divinis tantum revelatur
daemonibus quantum oportet, vel mediantibus angelis, etc.147.
Pero
el tener íntimo conocimiento de Dios, el penetrar la profundidad de sus
arcanos, el transformarse e identificarse con el Espíritu divino, es privilegio
peculiar de la mística teología. La cual se divide en especulativa y práctica,
o bien sea en mística de doctrina y mística de experiencia, como escribe santo
Tomás148: Duplex est cognitio divinae bonitatis et voluntatis: una
speculativa, alia affectiva sive est cognitio sperimentalis. La mística de
doctrina enseña el modo de unirse a Dios con el favor de la divina gracia y
auxilios ordinarios, con ejercitarse en las virtudes teologales, morales, dones
del Espíritu Santo, preceptos y consejos divinos; y ésta es la que se llama vía
ordinaria o adquirida, que realmente es parte constituyente [de] la teología
escolástica, que por su grandeza y sublimidad mira a las demás ciencias
liberales como a sus siervas o doncellas: Misit ancillas suas, ut vocarent ad
Arcem (Prov 9,3). La mística de experiencia constituye a el espíritu en unión
con su autor supremo mediante la divina gracia que Dios le infunde, luces
especialísimas, conocimientos y privilegios sobrenaturales con que dicho Señor
le regala; y ésta se llama vía extraordinaria, pasiva o infundida. Por lo que
una y otra producen la verdadera sabiduría, que contempla la altísima causa que
es Dios en el modo más elevado que puede convenir al hombre viador. Es
verdadera sabiduría, pero no como virtud intelectual, sino como un don del
Espíritu Santo, reuniéndose también el don del entendimiento, a quien pertenece
la penetración y conocimiento del objeto que medita. Por lo que se deduce que
el don de sabiduría nace y se forma cuando el alma, engolfada en la más alta
contemplación, recibe regocijos y placeres inexplicables gustando y aun saciándose
de la divina dulzura, como bien dice Cornelio a Lapide149: Ab interno
divinorum sapore et gustu dulcedinis summi boni dicitur sapientia. Y más mejor
en los Cantares (2,3) demuestra esto mismo la sagrada esposa cuando dice: he
reposado a la sombra de mi amado, y mi paladar probó gran dulzura en su fruto:
Sub umbra illius, quem desideraveram, sedi et fructus eius dulcis gutturi meo.
Finalmente, se debe decir con verdad que es imposible poder explicar la
grandeza, riqueza, sabiduría, perfecta paz y, para decirlo en una palabra, suma
gloria que disfruta el alma cuando, mediante la contemplación, se une con
místico y sobrenatural matrimonio con el objeto que adora y por quien arde en
afecto y perfectísimo amor: In meditatione mea exardescet ignis (Sal 38,4);
Anima mea liquefacta est (Cant 5,6); Lampades eius, lampades ignis atque
flammarum (Cant 6,8). Es tanta la eficacia del referido afecto y tanta la
violencia de fuego devorante, que viene como a disolverse el alma, divinizarse
e identificarse con su divino Esposo: Talis est quisque
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qualis est eius dilectio. Terram diligis? terra es; Deum
diligis? quid dicam? Deus eris150.
Esto bien supuesto, ¡cuán dignas serán
de lástima y compasión tantas y tantas almas que, internándose en los negocios
mundanos, viven enteramente olvidadas de cuanto conduce al conocimiento de las
dulzuras sobrenaturales! Son muy semejantes a las aves nocturnas, que siempre
huyen de los resplandores del sol. Y ¡cuánto más reprensibles serán aquellas que se han consagrado en
el modo más singular y santo al servicio de Dios, y con todo eso miran no
solamente como indiferente, sino también como despreciable la mística facultad
referida, viniéndose a privar del comercio místico, de la unión santa, de la
locución pura, de la negociación tan lucrosa que disfruta el espíritu cuando
vive en perfecta alianza con el supremo numen que adora! Y ¡cuán, finalmente,
reos delante de Dios serán aquellos confesores y directores de las conciencias
que, por ignorar la mística teología, por no conocer en modo alguno la ascética
(contentándose de una bien ligera noticia de la moral) causan más bien
impedimento y gravísimo perjuicio que provecho y alivio a las almas que
dirigen, porque ni entienden el lenguaje del penitente ni conocen el estado en
que se encuentra ni distinguen el grado en que se halla! Y así es que, como
bien dice san Juan de la Cruz, son muy semejantes los dichos confesores y
directores a los fabricantes de la torre babilónica, los mismos que, por no entenderse
unos con otros, hubieron de abandonar la obra porque, cuando necesitaban una
materia, les venía presentada otra totalmente diferente y contraria. Y lo que
peor es que todo el daño recae en aquellas pobres almas que tienen la desgracia
de ser dirigidas por confesores que carecen de tan noble ciencia teológica
arriba dicha, sin cuyo favor es imposible medicar las aflicciones, angustias y
mortales amarguras con que Dios prueba tan aventurados espíritus con el objeto
de purificarlos y acrisolarlos en aquella fragua del místico martirio.
San
Juan de la Cruz, en el proemio del libro que intituló Subida del Monte Carmelo,
dice que son tantas y tan profundas las tinieblas y trabajos, tanto corporales
como espirituales, que Dios hace sufrir antes de llegar al estado de
perfección, que no hay ciencia humana que pueda entenderlo ni experiencia que
pueda significarlo; de todo lo cual se deduce la grande necesidad que tienen de
un médico prudente que las alivie, de un juez misericordioso que las conforte y
de un maestro científico que las dirija. Por tanto, si el confesor y director no posee
estas tres dichas cualidades, causará muchos perjuicios a los penitentes que de
él se fían y esperan consuelo. Por
la misma razón o motivo san Francisco de Sales tiene por muy difícil la
elección acertada de un buen director. Avila -ait- vult conscientiae directorem
inter mille eligi, ego vero inter decem millia eligendum esse contendo:
pauciores enim quam possit exprimi huic muneri pares et idoneos reperiri est.
Illum caritate, scientia, prudentiaque refertum et plenum necesse est; si vel
una ex his dotibus
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careat, non
sine periculo eligi poterit151. Santa Teresa de Jesús, en la obra que
intituló Camino de la perfección, dice y confirma la referida doctrina; y en la
vida que escribió de sí misma confiesa que su salud espiritual estuvo en gran
peligro tanto por su antecedente miseria cuanto por la impericia e ignorancia
de sus confesores. Por lo que si tú, oh benigno lector, te ejercitas en el gran
ministerio de dirigir las conciencias que a la perfección anhelan, puedes
conocer con evidencia que el conocimiento de la mística teología te es
indispensable para el buen éxito de tu tan digna y apostólica ocupación.
Es
verdad que dicha teología es muy laboriosa y difícil, tanto en la especulación
cuanto en la práctica; y por lo mismo algunos autores que han escrito de esta
materia, apenas tocaron la ascética que, cuasi arrepentidos, dejaron la pluma
por no quererse ingerir en los secretos y arcanos de la misma. No pocos
escritores tratan la mística experimental proponiendo muchas dificultades y
dejándolas sin resolución. Varios, finalmente, maestros de la mística han
escrito relativamente a algunas partes de esta facultad teológica, dejando
otras muchas en el más vergonzoso silencio no por otro motivo que por la
obscuridad y dificultad ya referida. Ninguno ignora que esta tan generosa
ciencia es la sola que en este valle de lágrimas se aproxima más que otra
ninguna a la sabiduría del mismo Dios; y todo buen católico confiesa que la
verdadera felicidad, con que premia el supremo remunerador a sus verdaderos
siervos en la eterna vida, consiste en hacerlos poseedores de esta sapiencia
celestial y divina. Parece por tanto imposible que tan precioso tesoro no sea
estimado de los hombres y especialmente de las personas religiosas, consagradas
al inmediato culto de Dios. Porque, aun cuando, supuestas las dificultades y
obscuridades referidas, no se pudiese obtener después de un penoso y continuado
estudio si no es una bien pequeña noticia de lo divino, debería todo hombre
anhelar con el mayor empeño al conseguimiento de tan inexplicable felicidad,
por ser de suma gloria y grandeza el poseer algún conocimiento bien que tenue y
argumentativo relativamente a las cosas celestiales, como bien dijo el gentil
filósofo152: Magnum est de rebus caelestibus aliquid posse cognoscere,
etiam debili et topica ratione.
Bien
pocos son ciertamente los autores que han formado escritos tan completos y
voluminosos como exige la materia de que se trata, pero entre estos pocos se
numera felizmente el beato Juan Bautista de la Concepción, reformador del orden
trinitario, gloria de la nación española y émulo grande de espíritu de un san
Juan de la Cruz, de un san Francisco de Sales y, especialmente, de la mística
doctora santa Teresa de Jesús, la misma que, parece, le comunicase su espíritu
cuando le profetizó, siendo de muy tierna edad, que debería ser su fiel
imitador en todas las grandes impresas que dicha santa tenía premeditadas, de
las que en aquella actualidad practicaba algunas. El beato Juan Bautista
correspondió exactamente a la dicha profecía en toda su grandísima
- 60 -
amplitud, porque, si la gran fundadora reformó el
orden del Carmelo, a la reforma del orden trinitario dirigió el nuestro beato
sus afanes y, a pesar de los muchos obstáculos que a cada paso se le
presentaban, obtuvo después de infinitos trabajos la perfección y victoria a
que tanto su ardiente celo anhelaba. Si la santa madre Teresa mereció el gran
predicamento de mística doctora por las grandes y tan útiles obras que
escribió, no menos lo merece el beato reformador trinitario, que ha dejado a la
posteridad el don tan señalado de sus místicas obras, recopiladas en ocho bien
grandes tomos en folio, que contienen la más exquisita doctrina, el más
verdadero y puro lenguaje espiritual, el método más seguro y simple que de tan
difícil materia se puede desear. Es preciso convencerse que a formar dichos
escritos haya concurrido muy extraordinariamente el omnipotente Dador de luces
y dones, porque la sola potencia humana, asistida con los auxilios comunes y
ordinarios, no podía sembrar en los referidos escritos tanta divina unción que
se gusta, tanto convencimiento que tranquiliza, tanta facilidad que enamora,
tanta seguridad que incita y obliga a enamorarse del camino de la perfección.
Con estas dichas obras o escritos
encuentran las almas que sus dudas se diluciden, sus temores se desvanezcan,
sus obscuridades en lo posible se auyenten y los engaños diabólicos se
descubran. Las personas consagradas al servicio de Dios, a quienes incumbe
mayor obligación de perfeccionarse, encuentran el modo de suavizar las
asperidades de la vida religiosa, la facilidad de uniformarse a la voluntad de
quien las guía; advertirán las virtudes que son más necesarias para las
ventajas que se ganan en el camino de la perfección. Más que a alguna otra
clase de personas, es utilísima esta obra a los confesores y directores de las
conciencias, y máximamente de aquellas que se encaminan a la perfección, porque
no hay duda que puede ocurrir que no disuelva, no hay circunstancia por cuanto
sea ínfima que no sea advertida del autor, no hay error, ilusión de las muchas
que se encuentran en este camino de perfección que no venga descubierta.
Describe el Beato reglas admirables para que los referidos confesores conozcan
y distingan el estado del penitente, el grado, la vida que debe ejercitar de
las tres que admite, esto es, activa, contemplativa y mixta; cuenta el peligro
que corre de causar grave daño al espíritu si el director no conoce el estado
de principiantes, adelantados y perfectos; da reglas para conocerlo y para
saber cuándo el alma asciende a superior grado de perfección, o por el
contrario, cuándo retrocede. Enseña las medicinas, auxilios, consolaciones que
debe usar para confortar el espíritu cuando Dios Nuestro Señor le constituye en
perfecta desolación. Finalmente,
encuentra todo erudito lector en esta magnífica obra un jardín botánico,
provisto de tanta variedad de específicos cuantos pueden ocurrir en el camino
de la perfección tanto al penitente cuanto al confesor para llegar al puerto de
salvación, que todo buen cristiano desea; siendo éste el motivo esencial que
movió al beato Juan Bautista de la Concepción a fatigarse tanto
- 61 -
en la composición de estas obras. Por tanto aprovéchate de ellas si quieres
llegar a la patria donde el dicho beato se encuentra. Vale"153.
9. Perfil interno de los escritos
No
pueden faltar -en esta ya larga introducción- unas pinceladas que delimiten y
definan a grandes líneas la masa literaria que presentamos. Son simples
indicaciones tendentes a facilitar el primer encuentro con un autor tan fecundo
y original como desconocido154.
a) Motivación y finalidad
Juan
Bautista de la Concepción dio inicio a su obra literaria en 1604 con la
narración de la historia de la reforma trinitaria (t.VIII). La concluyó en 1612,
pocos meses antes de su muerte. En esporádicos y breves intervalos de esos ocho
años -tiempo de plena dedicación a la extensión de su reforma-, redactó todos
sus voluminosos infolios. Tomó la pluma, como otros muchos místicos, por
obediencia. Fue el
visitador apostólico, el carmelita descalzo Elías de San Martín, quien se lo
pidió insistentemente durante tres años hasta vencer su resistencia155.
Luego, el interés y la "golosidad" de los hermanos por los
orígenes del instituto le sirvieron de acicate.
En las primeras líneas redactadas
expone "las razones que pueden obligar a que los que trai Dios primero en
el principio de las religiones escriban y hagan memoria de los favores y
misericordias que Dios hace a la tal religión", a saber: a) el servir de
estímulo y edificación a los hermanos; b) el deseo de evitar que todo, o casi
todo, quede sepultado en un irreparable olvido a causa de la incuria del
principal y, muchas veces, único testigo directo de los hechos; c) el cumplimiento
de un deber elemental para con los hermanos, que "andan golosos por estos
papeles"156; d) la mayor gloria de Dios157.
Estas
motivaciones subyacen fundamentalmente a toda su producción literaria. Tan
elevados propósitos tienen como fuerza sustentante, que los amalgama y
garantiza su fiel cumplimiento, la "pasión por la verdad"158.
Lo declara el autor, apenas empuñada la pluma, cual ardiente deseo y sagrado
compromiso: "En todo lo que aquí dijere, pido a la
- 62 -
majestad y
providencia de Dios sea servido de me dar gracia para que en todo ande medido
con la propia verdad, no añadiendo un tilde ni punto en quien pueda tener
sospecha ser falso; sino lo que fuere dudoso lo pondré por tal, y lo que
cierto, y lo que por vistas o por oídas. De que cumpliré esto, hago
protestación a la SS. Trinidad". Es una "protestación" que
reitera en lo sucesivo bastantes veces, signo evidente de su incorruptible
sinceridad159.
La
gloria de Dios y el bien de los hermanos le impulsan a pedir al visitador y a
todos los lectores que verifiquen y enmienden, si es el caso, cuanto escribe.
"Deseo cualquier cosa que aquí diga en cualquier tiempo, se verifique en
todo con la misma verdad, no sólo en lo sustancial"160.
"Deseo no engañarme. Yo estos papeles no los escribo para que se
lean sin que primero mil veces se registren, borren, enmienden o quemen, porque
deseo en todo hacer la voluntad de Dios y conformarme en obras, pensamientos y
palabras"161. El ansia de verdad le lleva asimismo a invocar los
testigos de los hechos que refiere162.
Sin excluir otros destinatarios
ocasionales (trinitarios calzados, futuras monjas, carmelitas descalzos,
incluso los seglares), piensa principalmente en la utilidad de sus hijos, los
trinitarios reformados, y por medio de ellos en la gloria de Dios. A los reformados dirige expresamente el
relato histórico del tomo VIII163, las normas de vida del VII, las
exhortaciones del III, el comentario a la Regla y demás breves tratados del VI,
las consideraciones sobre la reforma del V, las pláticas del IX. Pero también
los tratados específicamente doctrinales y místicos -expresión de su
desbordante experiencia de vida sobrenatural- les tienen a ellos como
principales destinatarios. Para él, los religiosos -y concretamente sus
hijos- deben ser personas más que iniciadas en el camino de la perfección.
Distingue "tres estados de gentes que hay en la Iglesia": el de los
casados, que se limitan a observar los diez mandamientos; el de los
continentes, "los cuales, guardando con grande puntualidad la ley de Dios,
guardan muchos de sus consejos"; "el tercer estado es el de los
religiosos, los cuales, desembarazados de todas las cosas de la tierra, procuraron
con grandes veras llegarse a Dios con particular gracia, don y unión
sobrenatural de su espíritu al de Dios"164.
- 63 -
Pues bien, su obra se endereza a los progredientes y
avanzados en la vida espiritual, es decir, "a los religiosos y a gente que
trata de perfección", a toda "alma que de veras busca a
Dios"165.
Le
preguntó en cierta ocasión un trinitario "que por qué no escribía cosas de
principiantes. Y respondió que para esto estaba fray Luis de Granada y
otros"166. "Yo
-declara a propósito del tratado sobre el recogimiento interior- no escribo
aquí para predicadores, sino para gente devota, que pretende ser aprovechada y
aficionada a lo que es más perfecto y mayor bien de su alma"167.
En efecto, orienta su mirada al justo, al religioso, al alma aprovechada, como
sujetos de una vida espiritual intensa que tiende a la unión perfecta con Dios.
Aun los tratados aparentemente menos doctrinales están cuajados de alta
teología mística; por ejemplo, el dedicado a la humildad o al recogimiento
interior se sitúan en un plano mucho más elevado que los homónimos de otros
autores del siglo de oro español. Son páginas que no descienden al terreno de
la casuística moral o de los recetarios ascéticos.
b) Base experiencial
Los
escritos del místico y reformador trinitario llevan la impronta de la propia
polifacética experiencia. El cruzamiento simbiótico de la doctrina y la vida,
la teoría y la práctica, la mística y la ascesis dan a sus páginas el sello
inconfundible de una rica vivencia personal. No obedecen a pretensiones
publicitarias ni a esquemas intelectuales prefijados. Son jirones de una vida
para estímulo y enseñanza de los demás: "En esto yo no tengo la cuenta que
suelen tener los que escriben para imprimir libros porque, como éstos escriben
lo que estudian, estudian con concierto y orden lo que viene, pero yo escribo
lo que se me ofrece movido de los deseos grandísimos que tengo de nuestro
aprovechamiento, deseando ser como la araña, que hace las redes con que cazar
de lo que hila y teje de sus propias entrañas, y se sustenta y tiene vida a
costa de su propia vida"168.
Los
relatos históricos y las páginas relativas a la forma de vida implantada en la
reforma son de carácter netamente autobiográfico,
- 64 -
porque versan sobre unos hechos protagonizados por el
autor y, sobre todo, reflejan la tarea que ha polarizado todas sus energías. Dios le quiso por reformador, y él
respondió como tal con la entrega de todo su ser. De ahí esa densidad
espiritual y ese sabor de confesión que trazuman los capítulos consagrados al
nacimiento y a la expansión de la reforma.
También
los tratados místicos arrancan de su experiencia. Sabemos que nuestro Santo fue
objeto de predilecciones divinas -con las consolaciones y las pruebas
concomitantes- hasta ser elevado a la unión transformante o al matrimonio
espiritual. Y no es ésta una simple deducción apriorística: se trata más bien
de un dato de observación que emerge indiscutiblemente del análisis de la obra
literaria y del parangón de ésta con la vida del autor. No le basta a Juan
Bautista de la Concepción toda su habilidad en despersonalizar sus
descripciones con el uso constante de la tercera persona o con el recurso a
formas literarias imaginarias (diálogo entre personajes inventados, etc., algo
así como el camuflaje ideado por santa Teresa en su correspondencia con el P.
Gracián) para quedar efectivamente oculto tras los bastidores; hay tantas cosas
que lo delatan ante el observador atento: alusiones -si bien muchas veces
veladas- a episodios de la propia vida, correlación de cuanto dice con otros
escritos suyos, menciones en primera persona que de cuando en cuando se le
escapan. Así, se puede comprobar sin mucho esfuerzo que su primer tratado
espiritual, intitulado La llaga de amor, donde expone las pruebas purificativas
extraordinarias que preceden al matrimonio místico con Cristo, destapa sus
vivencias personales al inicio de la reforma169. En el caso de El
recogimiento interior, lo reconoce explícitamente: "Aquí pretendo más
hablar de experiencia y práctica que no de especulación" (4, 1), lo mismo
que al abordar el tema del conocimiento sobrenatural170. No es el
teólogo que hilvana fríamente unas ideas, sino el amigo de Dios que busca una
expresión a la propia experiencia. Escribe con el corazón en la mano, porque su
corazón es la fuente de cuanto nos quiere comunicar.
La
doctrina de nuestro Santo se centra en los aspectos característicos de la vida
cristiana asumida en toda su hondura de vida en Cristo: la unión con Dios
Trinidad, presente en el fondo del alma, la acción donal del Espíritu, la
configuración con Cristo paciente, la purificación radical de las potencias, el
conocimiento amoroso de Dios. Privilegia las cuestiones relacionadas con la
unión transformante. Desde la identificación con Cristo contempla las virtudes
propias del justo, en particular del religioso: la abnegación, la pobreza de
espíritu, la caridad, la humildad, la obediencia, la afición a la Eucaristía y
el amor a María, el espíritu de oración. Expone en muchas partes las implicaciones
mutuas
- 65 -
de la acción y la contemplación sin precipitarse en
soluciones facciosas. Al dictado de la propia vida, insiste en la integración
de ambas, ignora la contemplatio acquisita y acentúa fuertemente la gratuidad
de las comunicaciones divinas al alma.
De la vivencia personal de la
comunión con Dios Amor proviene en él, como en todos los místicos, una gran
libertad de espíritu y una envidiable independencia de juicio al abordar temas
espirituales. Recibió en Alcalá una formación teológica de corte escolástico,
pero no se siente demasiado condicionado por ella; su espíritu desborda el
estrecho corsé de los esquemas y métodos de escuela. Esto no obsta para que proceda siempre con
la prudencia y atención del que se considera fiel hijo de la Iglesia. Por una
parte, la conciencia de verse agraciado inmerecidamente con dones divinos
imprevisibles e insondables y, por otra, el deseo de amoldarse en todo a la
enseñanza del magisterio eclesiástico, sustentan en él una actitud constante de
humilde sujeción al dictamen de la Iglesia, de los santos y de los maestros de
espíritu. Son frecuentes las declaraciones explícitas en este sentido:
"Hase de presuponer que todo lo que en este papel y en los demás yo
escribiere, no sólo digo una y millares de veces lo sujeto a nuestra madre
Iglesia y, ligado de pies y manos, me rindo a lo que enseña, pero -como hombre
ignorante, que siempre lo fui- me sujeto a cualquier censura de todo hombre
docto, y recibo su corrección y enmienda"171. "Y si en esto
no acertare, bórrelo quien lo leyere, y entienda no alcanzárseme más,
pretendiendo en todo sujetarme a la fe de la santa Iglesia, doctrina y lección
de los santos"172.
c) Fuentes literarias
En
sus comentarios y exhortaciones relativos al estilo de vida y al espíritu de
los trinitarios descalzos, nuestro santo Reformador se inspira, lógicamente, en
la "regla primitiva", esto es, la regla de san Juan de Mata, aprobada
el 17 de diciembre de 1198 por Inocencio III. La evoca a menudo e incluso
comenta detenidamente una parte de sus cláusulas (VI, 1-117). Junto con la
regla, tiene en cuenta también la legislación vigente entre los hermanos de la
antigua observancia, sobre todo las constituciones que él mismo ha practicado
en las provincias de Castilla y Andalucía173.
- 66 -
Situado en una corriente, ya
caudalosa, de reformas regulares, leyó con interés las crónicas, los textos
legislativos y los instruccionales de novicios de otras familias religiosas
descalzas o recoletas, destacando el Carmen Descalzo, cuyo desarrollo siguió
muy de cerca. En el noviciado carmelitano de Roma tuvo que conocer a fondo los
libros básicos que manejaban los hijos de santa Teresa174. La
Instrucción de novicios175, el Ceremonial176 y las
Constituciones177 habían atraído su atención ya en la época de recoleto
(1596-97)178. Se requieren todavía precisas investigaciones para
evaluar con exactitud el espesor del influjo de todas estas lecturas en la obra
que nos ocupa, pero es incuestionable el hecho de tal influjo.
Como
podrá comprobar fácilmente el lector, el reformador trinitario revela una
cultura bíblica, teológica y humanística nada comunes. No es de extrañar, si se
tiene en cuenta su trayectoria intelectual: desde corta edad hasta recibir el
sacerdocio, el estudio fue su ocupación constante y principal, destacando sus
años de universidad (Baeza y Alcalá de Henares). A pesar de carecer de títulos
académicos, en la Orden fue reconocido como teólogo, incluso como "teólogo
de profesión"179. "Me tienen por teólogo", confirma él
mismo180. Es igualmente indicativo el dato de que, siendo novel
sacerdote, fuera nombrado predicador de varios conventos, comprendido el de
Sevilla. Poseía, según esto, un conocimiento de las ciencias eclesiásticas y de la
enseñanza de los Santos Padres amplio y notorio181.
Cita autores clásicos y contemporáneos,
espirituales182 y profanos. Estos últimos (filósofos, poetas,
historiadores, naturalistas) le robaron algunos
- 67 -
ratos de
lectura cuando era estudiante universitario y aún después, siendo predicador
entre los calzados. Pero los abandonó completamente una vez abrazada la
reforma. El espíritu descalzo que vive intensamente le induce a desestimarlos.
En este sentido, pide al neoprofeso que "huya de libros impertinentes de
astrología, medicina y otros, que no pueden servir sino de gastar y consumir
tiempo"183. Y alerta a los hermanos que han de ocuparse
de la predicación para que no cedan ante la moda de ciertos predicadores, que,
deseosos de agradar a los oyentes, "por buscar cosas extraordinarias, ni
dejan guerra de los romanos ni fábula de los emblemas ni costumbres antiguas ni
historias humanas que no les quieran dar una vuelta. Ya por nuestros pecados
están más cursadas las leyes de los emperadores que la ley de Cristo. Ya parece
que es galantería dejar holgar la Escritura y ocupar los versos de Virgilio y
otros autores gentiles y humanos". Si lo que se pretende es vestir con
palabras adecuadas a Cristo desnudo, objeto de la predicación, "¿no es
yerro, teniendo el Hijo de Dios vestidos propios en la Sagrada Escritura, que
son figuras y autoridades que se cortaron e hicieron a su medida, ir a buscar
la ley que hizo Rómulo y los versos que compuso Homero para quien a él se
antojó?"184.
Conoce bien los escritos mayores de los
Santos Padres, en especial Agustín, Ambrosio, Gregorio Magno, Jerónimo, Juan
Crisóstomo, Cipriano, Hilario, Bernardo. Alude muchas veces y con predilección a los libros de santa
Teresa, que demuestra haber leído detenidamente185. Sin embargo, no
hemos detectado en su obra huellas inconfundibles de san Juan de la Cruz que
permitan sostener, como han hecho varios autores186, que el reformador trinitario
leyó algunos manuscritos (copias) del Doctor Místico -sabido es que la primera
edición data de 1618-. Es sólo una posibilidad, no una certeza.
- 68 -
Dada su formación aristotélico-tomista, el místico
trinitario recurre con frecuencia y confianza a santo Tomás de Aquino, para él
maestro insuperable de teología187, y al Filósofo, es decir,
Aristóteles188. Son incontables sus alusiones hagiográficas.
Se nota que ha meditado con especial atención en los ejemplos y enseñanzas de los
grandes fundadores, como Benito, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Ignacio
de Loyola, Teresa de Jesús (para él, más fundadora que reformadora). Saltan a
su pluma muchos nombres más de santos y beatos, desde los mártires y eremitas
de los primeros siglos hasta los más recientes del siglo XVI. Aparte los ya
mencionados, otros que nombra varias veces son: Ignacio de Antioquía, Antonio
Abad, Hilario, Martín, Catalina de Siena, Catalina de Génova, Angela de
Foligno, Gertrudis, Enrique Susón, Francisco Javier, Francisco de Borja,
Nicolás Factor (hacia el que siente especial devoción), Juan de Dios. La lista es parcial. "La mayoría de
estas vidas las conocería leyendo algún Flos sanctorum, como los de Ribadeneira
y Alonso de Villegas, muy difundidos en la España de su época; otras a través
de la liturgia, el oficio divino y mediante la lectura de autores antiguos,
como cuando se refiere a las vidas de monjes y ermitaños, "de quien
escriben san Jerónimo y san Juan Clímaco"189; o de libros más
próximos, como los editados por Cisneros, y de los recién salidos textos
teresianos. Algunas noticias hagiográficas le llegaron por vía
oral"190. Ha leído las crónicas de las órdenes religiosas
(benedictinos, franciscanos, dominicos, mercedarios...). Menciona una serie de
autores de sermonarios, en los que se inspira para sus prédicas: Luis de
Granada, Heredia, el trinitario Ponciano Basurto, Sebastián Barradas, S.J.,
Felipe Díaz, etc. Entre las lecturas que le son familiares e inculca a sus
hijos, están asimismo: san Juan Clímaco, Hugo de San Víctor, Fr. Luis de
Granada, Francisco Arias, el libro de La imitación de Cristo o, como prefiere
llamarlo, Contemptus mundi191, también la obrita homónima de Lotario
Segni (Inocencio III), recomendada ya por las constituciones, el Prado
espiritual192. Como era de esperar, también los textos litúrgicos, que
halla en el breviario o recita en la misa, despuntan en sus páginas como
fuentes ocasionales.
Manifiesta
sobre todo un dominio sorprendente del texto sagrado, con referencias
constantes tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento. En su totalidad, el libro
inspirado se le impone como autoridad suprema
- 69 -
e
indiscutible para todo tipo de cuestiones. Frente a la inconsistencia de los
libros de los hombres, es "la fruta de dura" y "el huerto
cerrado" que debe sustentar la predicación cristiana193. "Es
verdad que a lo que se dice la sagrada Escritura le pega mucho ser y nueva
vida", afirma194. "Las referencias bíblicas constituyen el
armazón de todos sus escritos. Suprimirlas
equivaldría a desmoronar el edificio doctrinal que lo sustenta [...]. En
nuestro autor la cita bíblica es constante, tanto que a veces entorpece la
lectura, ya porque corta el relato o la exposición, ya porque las acumula en
exceso. Aunque no tenemos aún la cifra exacta del número total de citas, tras
un primer recuento hemos advertido más de tres mil, correspondiendo la mayoría
al Antiguo Testamento. Nombra casi todos los libros sagrados"195.
A ese cómputo hay que sumar centenares de referencias y alusiones implícitas.
Se diría, en frase de un testigo contemporáneo, "que tiene toda la Sagrada
Escritura en su alma estampada y esculpida"196.
Recurre
a la Escritura casi siempre de memoria y lamenta las inexactitudes, que son
bastante frecuentes: "Lo que más siento es, si traigo algún lugar de la
Escritura, no hacerlo con su propio latín y lugar, pero ya pongo esta palabra
en el que bien no me acordare: vide"197. El idilio místico del
Cantar de los Cantares es, lógicamente, su fuente principal de inspiración para
ilustrar la experiencia de la unión amorosa con Dios. Como todos los místicos,
abunda en la interpretación alegórica del texto revelado, con exuberancia de
explicaciones para acomodarlo a la doctrina que expone. No podemos esperar de
él una exégesis histórico-científica, pero tiene presente la pluralidad de
sentidos que se atribuyen a la palabra de Dios y, con relativa frecuencia,
aduce diversas interpretaciones aportadas por los Padres y comentaristas
antiguos.
Las
citaciones literales están hechas generalmente en latín según la versión de la
Vulgata clementina198. Las transcribimos, como todas las demás
frases latinas, en letra cursiva con objeto de distinguirlas mejor.
d) Estilo
Nuestro
místico escribe exclusivamente en prosa. La suya, por contenido y objetivos, es
una prosa didáctica o ensayística, en la que emplea
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diversas
formas de expresión: la prosa histórica o narrativa, el tratado, el diálogo, la
exhortación199.
El
estilo literario es reflejo fiel del modo de ser y sentir del escritor. Pues
bien, S. Juan Bautista de la Concepción plasma en su obra: la nobleza y
elevación de sentimientos de un alma endiosada; el fuego interior y el celo del
apóstol; la sencillez y el tino pedagógico del padre; el candor y la
transparencia de los limpios de corazón; la vivacidad y la fuerza descriptiva
de un observador atento de los hombres y de las cosas. Estuvo dotado
especialmente para la predicación, no sólo por su celo apostólico y su esmerada
preparación intelectual, sino también por sus óptimas cualidades oratorias:
facilidad de palabra, mente ágil, envidiable capacidad analítica, habilidad en
la selección de ejemplos. Sus libros revelan, como es de suponer, estas
mismas virtudes.
Escribe como habla, imaginándose a los
destinatarios de sus papeles reunidos en auditorio ante sus ojos. Se expresa
con cálida naturalidad. Intercala exclamaciones y oraciones espontáneas. Hace llamadas a sus hermanos para que se
detengan en contemplar una escena o sigan con la máxima atención el hilo del
razonamiento. Anticipa hipotéticas objeciones de los lectores, a las
que responde inmediatamente como si los tuviera delante.
Toma
la pluma para exhortar, convencer, estimular a vivir en comunión con Dios. La
verdad de la acción de Dios Amor claramente percibida en la propia intimidad y
la finalidad apostólica indicada le hacen veraz a carta cabal, ardoroso,
infatigable en la comunicación escrita. Su palabra está llena de vida, porque
arranca del fondo de su ser e intenta inculcar vivencias. De ahí esa convicción
y entusiasmo que brillan en todas sus páginas.
La
expresión literaria es, por ello, exuberante, rica en formas e imágenes. Su
deseo de ser claro y convincente le lleva a penetrar hasta sus últimos
repliegues el tema y a agotar la línea argumental, apoyándose por una parte en
pilares doctrinales incontestables (la Biblia, los Padres de la Iglesia, los
santos, la teología tomista...) y sirviéndose, por otra, del análisis
conceptual y de una infinidad de ejemplos. Mientras resulta de ello un cuerpo
de segura doctrina, no puede evitar en ocasiones el defecto de excesiva
conceptualización en sus disquisiciones.
Dominio del
lenguaje y de la ejemplificación
La
fecundidad de ideas y la facundia expresiva, caldeadas por el afán
comunicativo, así como la contención o limitación de la pluma por motivos
sociales y religiosos, encuadran a san Juan Bautista de la Concepción en el
Barroco de nuestra literatura religiosa200.
- 71 -
Conoce
perfectamente la lengua. Sorprende la riqueza y variedad de su vocabulario.
Acude con soltura tanto a términos populares y regionales como a vocablos
técnicos y cultos. Está muy familiarizado con la sinonimia, presente en todas
sus páginas. Utiliza copiosamente el clásico refranero español y los modismos
vulgares del idioma. "Como Cervantes, se vale profusamente de los
refranes. Fluyen de su pluma con la misma facilidad que de la boca de Sancho.
Los emplea por lo general de uno en uno, en el momento
preciso"201. Cuando cogía la pluma, robando horas al
sueño202 y aprovechando avaramente esporádicos ratos de tiempo,
rellenaba a toda prisa folios y folios, sin tomarse la molestia de repasar lo
escrito: "Confieso que esto que escribo, lo escribo con más facilidad que
lo leo. Testigos nuestros hermanos: que, para escribir siete u ocho pliegos de
papel, lo hago en menos de un día acudiendo a las demás ocupaciones; y no me
atrevería a leerlos en un día entendiéndolos, porque, aunque me parece lo
entiendo cuando lo escribo, apenas lo entiendo cuando lo leo, aunque lo lea dos
y tres veces"203. El autógrafo presenta una escritura rápida,
clara, limpia, con pocas tachaduras y vocablos sobreañadidos. En consecuencia,
por falta de memoria actual, va dejando algunas lagunas de nombres y datos
geográficos y cronológicos, se desliza en inexactitudes al citar la Escritura y
otras fuentes, que a menudo ni siquiera refiere, cae en repeticiones inútiles.
Nuestro
autor intenta traducir al lenguaje vulgar, familiar, lo inefable, sin renunciar
por ello -él que se había formado en las aulas de Alcalá- a tecnicismos
filosóficos y teológicos. Tiene un decir limpiamente castizo. Es sobrio en el uso
de epítetos y adjetivos calificativos, abundoso en el de los determinativos. Da vigor a sus afirmaciones con cadenas de
verbos, sustantivos (sinónimos o no), predicados.
No
son pocas las palabras antiguas, hoy raras o en desuso, presentes en su obra.
Anotamos su significado en aquellos casos en que resulta difícil dilucidarlo en
el vocabulario actual. Además de la última edición del Diccionario de la Lengua
Española publicado por la R. A. de la Lengua, nos sirven de pauta las
siguientes obras:
1. S.
COVARRUBIAS, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Ed. de Martín Riquer de
la Real Academia Española, Barcelona, Alta Fulla, 1989.
2. REAL
ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Lengua Castellana, 6 vols., Madrid
1726-39.
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Baste
la citación aquí de estas fuentes, que no volveremos a mencionar salvo en muy
contados casos. A pesar de esta valiosísima ayuda y otras consultas
suplementarias, no hemos podido dar con el significado exacto de algunos
vocablos, por más que el contexto nos lo desvela con mayor o menor
aproximación: atolvar, gargo, gilipliega, manijear, otorguijo, pegostre...
El
místico trinitario ejercita con maestría el arte de la ejemplificación, dotando
a su obra de una rara claridad expositiva. Preocupado de que el
lector le entienda bien, pone comparación tras comparación. Recuerda que por lo común las personas
conscientes de haber recibido de Dios alguna gracia extraordinaria,
"aunque no se declaran cuanto conviene, ponen exemplos y lo reducen a
término por do se pueda entender lo que dicen", como fue el caso de santa
Teresa de Jesús204. "Será Dios servido se nos ofrezca ocasión en
que lo demos todo a entender con ejemplos particulares y claros", declara
en cierta ocasión205, formulando así uno de sus principales criterios
didácticos y literarios. Pero, claro está, se impone luego el acierto en elegir
ejemplos adecuados, es decir, significativos y fácilmente
inteligibles206. A tono con esos principios, privilegia los
"ejemplos vivos" y cercanos, que son los más eficaces207.
No
deja idea sin su correspondiente ejemplo. La Biblia, que conoce de punta a
cabo, le proporciona abundante material ilustrativo. Aduce con notable
profusión anécdotas y símiles entresacados de los tres reinos naturales
(mineral, vegetal, animal). Muy
en consonancia con el espíritu renacentista, siente una gran curiosidad y
estima por la naturaleza208. Temperamento observador, se entretiene a
menudo en descripciones psicológicas de extraordinaria viveza. Con frecuencia
-como lo haría desde el púlpito- se fija en los aspectos más ridículos de la
vida cotidiana con el fin de atraer más la atención del lector; y no carece de
lances ingeniosamente humorísticos, haciendo honor a lo que dicen de él sus contemporáneos:
que era fácil para el gracejo y siempre de buen humor209. Hasta las
cuestiones místicas más difíciles intenta aclararlas con "un ejemplo,
aunque todos son toscos para cosas tan delicadas"210. Ello no
supone la absolutización de un recurso literario auxiliar. Nuestro místico
reconoce la insuficiencia -y a veces impropiedad- de los "ejemplos
naturales para las obras sobrenaturales que
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Dios hace"211. Con frecuencia no tendrá otra salida más
que la apelación a la palabra de Dios.
Es
continua su atención a los comportamientos humanos, los fenómenos naturales,
los hechos cotidianos, asumidos en calidad de símbolo, imagen, expresión de las
realidades espirituales212. Además de los símiles comunes a los grandes
místicos (el matrimonio y la familia, la mujer preñada, el gusano de seda, el
ave fénix, el leño encendido, la luz que penetra en una estancia, el agua que
fluye, el sol y la luna, los montes, la rosa, el mar...), topamos en nuestro escritor
con una variedad inusitada de ejemplos vivos, cuadros costumbristas,
comparaciones pintorescas y hasta peregrinas, historietas de fabricación
casera, anécdotas religiosas y profanas, episodios bíblicos, fábulas clásicas y
cuentecillos de extracción popular. Los diversos campos del saber humano
(filosofía, medicina, astrología, zoología, historia, música, artes plásticas)
están en él representados como medios auxiliares de enseñanza religiosa.
Ilustra
a veces su pensamiento con ejemplos tomados de las fiestas y entretenimientos
de la sociedad: las corridas de toros, las comedias populares, los titiriteros
ambulantes, las fiestas palaciegas, los juegos de pequeños y
grandes213. Según Cervantes, "no parece mal un refrán traído a cuento".
Lo mismo opina nuestro escritor, de hondas raíces populares, al acudir a menudo
al incomparable refranero español.
Estas
dos cualidades -rico vocabulario e ilustración de las cosas del espíritu con
imágenes naturales- combinadas dan a la obra de Juan Bautista de la Concepción
una gran fluidez y amenidad. Su prosa es armoniosa, bien articulada, también
sonora y expresiva por su riqueza terminológica.
Figuras retóricas y gramaticales
Enemigo de la afectación, nuestro autor
rehuye las formas retóricas rebuscadas y los aditivos lingüísticos de sabor
culteranista. Las figuras retóricas más socorridas, como en todos los místicos,
son la metáfora, la paradoja, el paralelismo, la antítesis, los juegos de
palabras.
Como
conviene al legado de un gran predicador del siglo XVI, su prosa se articula
más bien en periodos largos, sin dejar de caer alguna
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que otra vez en una cierta afectación retórica. En
ocasiones construye largas cadenas de frases ligadas por partículas relativas y
causales.
La
expresión oral o escrita de vivencias espirituales, es sabido, no alcanza a ser
sino un tenue reflejo de lo que se quiere comunicar. De ahí que los místicos
recurran tanto a imágenes, símbolos, ejemplos, símiles, conjuntos sinonímicos y
paráfrasis en el intento desesperado de transmitir la inefable experiencia que
les distingue214. El apego del escritor trinitario a la sinonimia, con
series de hasta cinco, seis y más vocablos, pudo ser favorecido también por dos
circunstancias particulares: el largo periodo dedicado al ministerio de la
predicación y las nuevas tendencias del barroco literario.
Pongamos
algún ejemplo. "El primer conocimiento sobrenatural tiene y lleva efectos
admirables, tiene divinas y celestiales propiedades, cría y engendra en la
persona que tiene tales conocimientos buenos humores, que son ansias y deseos
de Dios, produce un espíritu quieto, tranquilo, sosegado, pacífico, que en lo
corporal llamamos bien acomplesionado"215. A veces se agolpan
los sustantivos: "Las piedras que levantan este templo son las
mortificaciones, penas, dolores, trabajos y aflicciones"216. A
Juan de Dios le tuvieron por loco, "sólo por ver que exteriormente borraba
la raya y límites de quien los del mundo llaman razón, cortesía, pulicía,
honra, comedimiento, crianza, miramiento y otras cosas"217. Las
cadenas de verbos impactan como flechas aceradas. Ciertas pruebas "obra
Dios y hace por manos ajenas, ya de hombres ya de demonios: de hombres
persiguiendo, afligiendo, afrentando, injuriando, maltratando y mortificando;
por manos de los demonios atormentando y molestando y como ahogando, estrujando
o exprimiendo el cuerpo y el alma"218. "Todo esto hace mi ley
guardada y puesta en las manos del hombre, que es quien lo defiende, ampara,
regala, sustenta y entretiene, prospera y enriquece"219. "Que
en ella [el alma] se entra Dios; en ella, si así se puede decir, se extiende y
echa sus raíces, la abraza con ellas, la une, la pega, la liga, la
mezcla..."220. "Al punto y al instante me enamoré de la vida
de los trabajos, la que acepté, la quise, la escogí, la abracé, la amé y la
reverencié en nombre de Jesucristo"221. La adjetivación resulta a menudo
torrencial: "...en ese mundo asqueroso, inficionado, perdido, hediondo,
abominable"222; "...una ley suave, amorosa, liviana, corta,
recogida y resumida"223. Abundan los predicados en cascada: "Han
de decir que sois loco, desatinado, perdido,
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sin seso y juicio"224. "Cuando nace (Cristo), como
gusanillo, anda buscando agujero donde meterse, desechado, abatido, perseguido,
pisado, escupido, abofeteado, azotado, enclavado, espinado,
alanceado"225.
Los
sinónimos -es oportuno recordarlo tratándose de obras espirituales- no sólo
corroboran una idea, sino también la amplían y puntualizan a base de nuevos
conceptos. Son por tanto enriquecedores, y el estudioso los deberá analizar con
toda atención a la hora de calibrar el pensamiento del autor. Así, por ejemplo, los
siete verbos de uno de los pasajes citados subrayan y matizan diversamente la
idea de la opción por la vida de trabajos: me enamoré, la acepté, la quise, la
escogí, la abracé, la amé y la reverencié.
Las antítesis, las paradojas, las
perífrasis son de uso habitual en el intento de hacer comprender los
sentimientos, a veces antinómicos, del alma. "Así digo que, cuando el alma tiene este bien, conoce y
desconoce, sabe y no sabe, ve y no percibe, corre y no llega"226.
A tono con los gustos del Barroco, nuestro autor utiliza también abundantemente
la metáfora. Topamos en su obra frecuentemente con expresiones pleonásticas,
que dan vigor y sentido coloquial a la frase: "Le palpaba con las manos,
veía con sus ojos, hablaba con su boca"227.
Utiliza
hábilmente una de las figuras gramaticales corrientes en la prosa de su tiempo.
Nos referimos al zeugma, que consiste en expresar sólo una vez una palabra que
se sobrentiende en varios enunciados de un periodo. De ello resulta mayor
fluidez y viveza en el escrito. "Yo soy tu Dios y tú mi morada, yo tu
criador y tú mi criatura, tú mi hermosa y yo tu hermosura, tú mía y yo tuyo, y
entramos para en uno"228. "Si les tratáis de Dios, os
llamarán y tendrán por charlatán; si os ven recogido, hipócrita; si os apartáis
de las gentes, soberbio; si no habláis, singular"229.
Los juegos, los paralelismos y las
concatenaciones de palabras son otros recursos literarios muy socorridos, en
sintonía con las tendencias literarias de la época. "Atravesando el hombre
en el juego unos pocos de gustos al contado, de que gusta de privarse por tu
gusto y voluntad, pones tú el tanto de tu cruz, que con ser un palo, ignominia
y afrenta, le haces valer tanto que el que te gana la mano, gana tu gloria,
pues es tanto que tanto vale"230. "Por de dentro no dan pena, antes la misma pena es pena
porque no pena más"231. "Sientes porque no
sientes"232.
Refuerza
oportunamente ciertas ideas con el uso de diminutivos y aumentativos, siendo
más proclive a los primeros233. "Quién ve al doctorazo ante un
pobrecito desechado"234. "Un niño de quince o dieciséis años
en un rincón de su celda pobrecito, solo, con unos trapos viejos
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cubiertas sus carnes, sentado en un rinconcillo y suelo
de su celdilla"235. "El entendimiento debe ser un capitanazo
robusto"236. "Está el pajarillo en el nido mientras no le
sale la pluma para tapar y encubrir su corpezuelo"237.
Son
curiosas las repeticiones, de sabor teresiano, operadas no sólo con formas
adjetivales y adverbiales, sino también con las preposiciones. "En fin en fin
hallarás compañía"238. "La causa la causa de que así estén
dispuestas las cosas es..."239. "Con ésas ésas solas se
compone toda la vida perfecta de mis escogidos"240. "Ha sido tan grande y tan grande la
gloria"241. "Acerca acerca de los más altos
serafines"242. "Me hallo me hallo tan lleno de
tinieblas"243. "Por ser don que que se puede
hallar"244. "Todo junto no, no lo puede"245. "Amigos,
parientes, conocidos, padres y maestros afuera afuera"246. Es
frecuente la repetición de la conjunción que después de un inciso:
"Cierto, mis hermanos, que, según lo que hemos dicho, que yo no
tendría"247.
Incurre bastantes veces en el
hipérbaton, el pleonasmo y el anacoluto, tres defectos gramaticales según la
sintaxis regular. Así, por ejemplo, cambia el orden normal de las palabras
(hipérbaton) en estas frases: "Conocimientos que un alma tuviere
extraordinarios sobrenaturales"248; "Según que la disposición
tenemos"249; "Obras hice yo en mi vida
grandísimas"250. Citamos asimismo algunas frases pleonásticas:
"Yo por mis propios ojos lo vi"251; "Pero en los justos
ahora pone en ellos un espíritu que es de tornillo"252;
"Papeles son que los escribo por sólo mi entretenimiento"253.
El anacoluto, o inconsecuencia en la construcción gramatical, puede apreciarse
-por citar un caso- en este periodo: "Si siente es con el sentido común,
con que nos asemejamos a los brutos, porque el particular, que es el que da la
atención del alma y la aplicación de la imaginación, ésas faltan porque todas
esas partes acudieron a acompañar al alma"254.
Entre sus defectos literarios (que en
alguna medida afectan a todos los clásicos de nuestra literatura), se pueden
enumerar también un cierto desorden lógico en algunos escritos, cláusulas
mancas o de sentidos cruzados, frecuentes elisiones silábicas entre dos
palabras cuando la letra final de una de ellas coincide con la primera de la
siguiente. De ordinario
resolvemos la elipsis salvo en la unión del relativo con el artículo o el
pronombre, o de la preposición de con el pronombre: quél, quellos, dél, dellos,
destos...
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Notemos,
por último, que Juan Bautista de la Concepción emplea algunos vocablos con
género distinto al que hoy les corresponde: el arena, el alegría, el escuela,
la hambre, el corriente, el tribu, el atadura, la puente...
El
mejor crítico literario de nuestro escritor sostiene que, en su obra,
"abundan los textos antológicos, verdadera delicia espiritual y
literaria"255. Vaya aquí un espécimen de tres pasajes, en
los que el lector podrá apreciar la vivacidad descriptiva y el casticismo
lexical del autor:
"Las
obras del espíritu no han de ser como Jonás, a quien enviándole Dios a predicar
a Nínive, torció el camino y embárcase para Tarsis. Enójase Dios, altérase el tiempo,
embravécese el viento, brama la mar, rechina el navío. Las nubes arrojan agua,
piedra, truenos, relámpagos. Gritan los marineros, dan voces los mercaderes.
Todo anda alterado, confuso y a punto de perderse. Y si preguntamos la causa de
tanto alboroto, no es otra sino que sacó Dios aquella saeta de Jonás de su
aljaba para que fuese a Nínive, y torció el camino y echó por
Tarsis"256.
(Habla del religioso que va de camino). "Quien tenía y
se aprovecha en su celda de un pequeño librito de fray Luis de Granada, ya todo
le es libro: el cielo, la tierra, los sembrados, los prados, los eriales. Nada hay que (al alma) no la levante al
conocimiento de su Criador. Parece un pajarillo que se soltó de la jaula. Que,
aunque en ella tenía más segura su comida, ya parece que no se halla de
contento por verse en jaula más ancha: no para, vuela, se para, se sienta en
cada rama, canta aunque no tenga gana porque las ocasiones lo convidan a ello.
Parece que hace agravio a la otra ramilla verde si en esta florida sigue su
canto; así, lo corta y se contenta con unos silvos abreviados. Ya se junta con
otros, ya gusta de dar el vuelo solo, ya se revuelca en la tierra, ya se sube
en el arbolillo más empinado. Todo esto le es natural, causado de verse un poco
más ancho y en lugar más extendido y dilatado"257.
"Pregunto yo. Cuando el jilguerillo canta
en el verano, el pardillo y la calandria, el ruiseñor y el verderillo, ¿será
bien que, porque ellos canten bien entonados, subidos sobre los árboles copados
y floridos, que le digamos a la cigarra, que se sienta en la retama verde, que
no cante? ¿al grillo, a la golondrina y otros animalillos mansos? No por
cierto, porque, cuando amanece, para todos sale el sol. Y todos, en
dispertando, quieren cantar el jam lucis orto sidere, alabando a su Criador.
Todos se ven obligados al agradecimiento de los bienes recibidos, salga el
cántico como saliere, que tan uno es lo que el jilguerillo canta como lo que
chilla la cigarra, lo que chirla el ruiseñor como el chillido del
grillo"258.
Falta de
sistematización
El
entronque experiencial origina, lógicamente, en la obra un cierto desorden y
una relativa falta de sistematización: son páginas escritas al filo de la vida.
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"No habrá mucho que reparar en
el orden -leemos en el tratado del recogimiento interior-, porque aquí pretendo
más hablar de experiencia y práctica que no de especulación; y la experiencia,
ora sea en persona propia o ajena, hase de tomar conforme Dios la enviare y al
tiempo que la diere"259. Y esta indicación vale para toda su producción literaria.
Téngase
presente también que el reformador trinitario tomaba la pluma a ratos perdidos,
con estados de ánimo no siempre coincidentes y bajo el impulso de
preocupaciones circunstanciales cambiantes. Se muestra además ajeno a toda
pretensión literaria -"Yo no tengo la cuenta que suelen tener los que
escriben para imprimir libros", le hemos oído decir- y, por lo mismo, descuidado
respecto al orden y a la forma de sus tratados260. Así, emprende la
historia de la reforma en bruto, con un cierto orden cronológico, pero sin
distribuir los materiales de la misma en capítulos o párrafos, pensando que
otro "lo pondrá en orden y estilo de historia"261. Si a esto
añadimos su dependencia de la experiencia cotidiana, no es extraño que pase con
facilidad de un tema a otro perdiendo en ocasiones el hilo del razonamiento; o
que algunas veces incruste en el relato histórico consideraciones doctrinales
aparentemente inoportunas. La historia misma procede, a veces, por avances y
retrocesos en el tiempo, originando repeticiones innecesarias en el autor y
fatiga inútil en el lector. Consciente de ello, el autor espera que alguien
sistematizará lo que escribe. "Si en esto me alargare, el que lo pusiere
después en orden puede cortar lo que pareciere impertinente"262.
No
imaginemos, con todo, un cuerpo literario amorfo y caótico. Al contrario, posee
mayor unidad y cohesión interna de cuanto a primera vista se pueda percibir.
Hay tratados -como los que ofrecemos en este primer volumen- bien
estructurados, si no con la precisión arquitectónica de un santo Tomás, sí con
la ordenada exposición de una santa Teresa. La parte histórica está trazada,
casi toda, según una precisa sucesión cronológica. Y no faltan tomos menores
(I, VII) que presentan una notable armonía entre sus partes.
Algunas
de las carencias apuntadas, sobre todo ese desaliño en la forma literaria
externa, unidas al deseo expresado por el autor de que se revisen sus
escritos263, explican, a mi entender, la sorprendente convicción con la
que el Santo trinitario preanuncia que "esto no se leerá
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tan
presto"264. "Entiendo estos papeles no se leerán tan
presto"265. Está aludiendo a la lectura en papel impreso,
¡algo que se retrasó más de dos siglos! Piensa, con todo, para su consuelo que, si en vida su amor no es
correspondido por el de los hermanos, le aprovechará después de muerto,
"sacándome presto de las penas del purgatorio leyendo con afición lo que
con sumo gusto y trabajo he escrito"266.
10. Opinión de algunos autores no trinitarios
Son
pocos, por desgracia, los que hasta hoy han podido conocer directamente la obra
escrita de san Juan Bautista de la Concepción, pero ninguno de ellos ha quedado
defraudado. Al contrario, los que han tenido semejante privilegio concuerdan en
la expresión de juicios de valor altamente positivos, tanto del contenido como
de la forma de tales escritos. Ofrecemos a título de muestra el parecer de
algunos autores, exentos de toda sospecha de tendenciosidad en cuanto
desligados personalmente de la orden trinitaria.
1. D. INOCENTE HERVÁS Y BUENDÍA:
"Estilo peculiar y propio, candoroso y sin pulir, pero persuasivo y
convincente; habla al corazón, quiere moverlo y lo consigue comunicándole todos
sus afectos. Usando con frecuencia de imágenes, tiene rasgos verdaderamente
inspirados y aplicaciones admirablemente apropiadas; no se cuida del orden en
la narración, ni en las exhortaciones observa un método rigurosamente
didáctico, pero la doctrina abunda, y así retrata a sus hijos, dándonos a
conocer todos los secretos de su alma candorosa, como expone con lucidez y
aclara las más sutiles y obscuras cuestiones de la teología mística. No menos
que santa Teresa de Jesús, el reformador de los trinitarios merece el hermoso
título de doctor místico, pues en sus obras ha dejado a la posteridad la más
pura doctrina espiritual y el método más seguro y simple que de tan difícil
materia se puede desear"267.
2. Fr. JOSÉ MARÍA DE LA CRUZ (MOLINER),
O.C.D.: "Los dos reformadores de la orden trinitaria [Angela Mª de la
Concepción y Juan Bautista de la Concepción] son en la historia de nuestra
literatura mística dos colosos de una importancia tan grande como desconocida. Los ocho
- 80 -
gruesos volúmenes que llenan los escritos del beato
Juan Bautista de la Concepción son un auténtico arsenal de experiencias
místicas y disquisiciones teológicas llenas de agudeza y sana doctrina, como
pueden presentarse muy pocos en su siglo dentro y fuera de España. En ellos
resplandece tanto el hombre de sentido práctico y de gobierno, como el
especulativo y teórico. En el segundo volumen: En que se trata de los pocos que
entran en el camino de la perfección, prueba con testimonios de santa Teresa la
necesidad de la dirección espiritual y los peligros de guiarse por la propia
conciencia. Este volumen y el cuarto: Miscelánea mística, ascética y moral,
son, sin duda, obras tan logradas que le valieron muy bien que Lope de Vega le
llamase "el más hermoso genio de España""268.
3. D.
BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE: "Que el venerable autor escribe sin pretensiones
literarias, se advierte enseguida. Ni trata de hacer ciencia ni teoría sin más.
Es la práctica, el bien de las almas, de sus frailes, lo que mueve su
pluma. Por eso la
nota de sencillez, y hasta de descuido a veces, de su estilo. Estilo por otra
parte vivo, abundoso, rápido, animado, a ratos chispeante y hasta pintoresco,
que gusta y se pega. El lenguaje es correcto y clásico, natural y digno. El
amaneramiento, que ya cunde por entonces en la literatura española, no le
afecta a él, escritor de raigambre popular y alma de apóstol. Puede verse, entre otros muchos ejemplos,
el capítulo 84 del tomo II como modelo de estas cualidades. La doctrina no
brilla por la originalidad. Pero esto no puede extrañarnos. Los tiempos eran de
plenitud y de saturación doctrinal, como antes apuntábamos. Pero es de una seguridad, claridad
meridiana, y riqueza de contenido no muy frecuentes. El Beato conocía bien la
teología y los problemas de la vida espiritual contemplados a su luz. Y sabe
además presentarlos con una pasión espléndida, que constituye quizá el valor
más destacado de sus obras. La unión del alma con Dios, la vida en Jesucristo y
por El y con El la vida en el abismo de la Trinidad..., etc., todo ello se recuerda
y se enseña, según ese modo diluido, típico de la espiritualidad española de
aquellos siglos"269.
4. JOSÉ Mª ORTIZ JUÁREZ: "Los
valores literarios de san Juan Bta. de la Concepción son tales, que, por la
dimensión de su obra castellana limpia y bella y por la profunda calidad de su
contenido, están pidiendo un lugar de honor en nuestra historia literaria, por
muy somero y elemental que sea el manual que a estudiarla se dedique.[...] Estoy convencido de
que un mayor conocimiento y difusión de la obra de este escritor, contribuiría
a rectificar muchos juicios que sobre la mística y la ascética de últimos del
XVI se suelen repetir"270.
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5. PÍO MEDRANO HERRERO: "El P. Juan
Bautista Rico a nadie copia, asimila las corrientes culturales y espirituales
de la época y escribe, ajeno a todo sistema, una extensa obra propia que le
convierte en un valioso escritor espiritual. Persona de sólida formación
filosófica, teológica y escriturística, el santo manchego pertenece al grupo de
escritores ascético-místicos que con verbo encendido y palabra acertada
lograron expresar bellamente las maravillas de la gracia divina en las almas.
Por la heroicidad de su vida, la magnitud de su obra reformadora y la calidad y
cantidad de sus escritos, el P. Juan Bautista Rico merece, a nuestro juicio,
situarse junto a los grandes escritores espirituales del Siglo de Oro español
ya reconocidos"271. "Con las salvedades propias de la
distancia, el P. Rico no se nos muestra como un autor anticuado; antes bien, al
no ser académico ni estar encajado en una determinada escuela, es de los
escritores espirituales que menos ha envejecido. Por la frescura, sencillez,
amenidad, viveza y hasta descuido de su prosa, el místico trinitario es un
autor legible para el lector moderno. En su obra escrita, si bien no faltan
páginas pesadas y reiterativas, abundan los textos antológicos, verdadera
delicia espiritual y literaria, que le acreditan como un escritor
ascético-místico muy valioso"272.
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