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CAPITULO 21
- De cuán grande inpedimento es para el justo la carga pesada sobre sus fuerzas
que acostumbran a poner algunos prelados y padres spirituales, con que les
ahogan el spíritu y derriban la naturaleza
1. No,
pues, tratamos ahora de esas penas ni nuestra hilaza es tan delgada. Sólo
íbamos tratando de trabajos y cruces que hacen los hombres, con que muchas
veces un alma se ve como acabada, ahogada y penada, de suertea que, por
ser estos trabajos añedidura sobre el peso que ya Dios tiene allá dentro hecho,
suelen ser de grande estorbo a quien desea siempre ir caminando y adelantándose
en la casa de Dios. Y para que ahora respondamos a la duda que se nos puso al
principio del capítulo pasado, digo que, cuando a un alma se le ofrecen
trabajos que sobre ellos le dejen sacar la cabeza y queb pueda
resollar, ningunos, por grandes que sean, son bastantesc a estorbar ni
detener un alma. Que es lo que decía David: Non me demergat tempestas
aquaed neque absorbeat
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me profundum, etc.e1; Señor (como si
dijera), vengan trabajos, lleguen al tobillo o donde vos fuéredes servido; sólo
saco una condición: que [88v] no me sorba el profundo ni yo sea anegado de
suerte que no quede la boca de fuera con que respire, llame y pida socorro,
porque si los trabajos suben por encima, en verdad que, cuando uno sea cuan
justo quisiere, que ha de gimir.
Así
lo dice el sancto Job: que gimen los gigantes debajo de las aguas: Gemunt
gigantes sub aquis2. Que, en fin, somos de carne mientras en este
mundo vivimos, y es necesario darle sus tareas y trabajos con medida y peso; y
éste no ha de ser de suerte que la postremos y derribemos en tierra, porque, si
una vez cai, es comof algunas aves y pájaros de cortas zancas, que si
se sientan en la tierra, no se pueden levantar ni cobrar vuelo, y así la
naturaleza les proveyó el sustento en el aire y los nidos en los tejados. De
este jaez son los vencejos, o aviones que llamamos en España. De esta suerte,
digo que no es razón ahogar a la naturaleza y postrarla en el suelo, que de
suyo es tan flaca y de fuerzas tan corta que, si una vez cai, se le pasarán
muchos años sin que torne a coger vuelo, como lo hemos visto en muchos sanctos,
ora sea por excesivos trabajos que se les hayan ofrecido, o por descuidos y
faltas que hayan tenido, hasta que Dios, apiadado de los tales, los torna a
levantar y a poner en lugar que puedan tornar a volar.
2. Esta es la causa por qué un alma
queg quiere ir adelante debe siempre tener su conversación en los
cielos, buscar arriba su sustento y no bajarse ah las cosas bajas de la
tierra, las cuales muy de ordinario (siendo muchos y grandes los cuidados que
de ellas se tienen) ahogan el alma, según lo que Cristo declaró en la palabra
del sembrador de aquella parte de semilla que cayó entre las spinas, las cuales
ahogaron y consumieron el trigo cuando quiso nacer y crecer; las cuales spinas,
dice Cristo, son los cuidados y solicitud que el hombre desordenadamente pone
en las cosas de la tierra3. Y si espinas son los cuidados, espinas
[89r] y abrojos son los trabajos y mortificaciones, las cuales, si train
avenida, en verdad que se llevan hacia adelante los sembrados y vida de un alma
que desea tenerla para más agradar a Dios.
3. Y adviértase que yo voy aquí hablando
de la vida del spíritu; que la del cuerpo poco inporta que se pierda en los
trabajos y persecuciones, que, llevados con paciencia y por amor de Dios, vida
trueca por vida eterna y por vida de martirio. Sólo trato de que no apaguemos el spíritu del que procura tenerlo
siempre encendido delante de Dios. Cuando Cristo dio licencia al demonio para
que descargase su pesada mano sobre Job, le dijo: Verumtamen animam eius
serva4, guárdale el alma. Y el prelado o las personas que rigen y
gobiernan almas y no las guardan y defienden libres en cualquier género de
trabajos que les
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imponen, son más crueles que demonios y gente que sin
licencia ni orden de Dios inponen sus cargas pesadas, que ni ellos ni sus
padres las llevaran si cayeran sobre ellos. Aun acá vemos si un rústico está muy enojado con un eclesiástico y
lo amenaza, siempre saca afuera la corona diciendo: soga verde y almendro seco
de la corona abajo, porque le parece la corona sola es la bendita y la que
descomulga al que allí pone las manos. Pues si un rústico a aquello que a él se
le pone en la cabeza que es bendito lo reserva del palo, el alma del justo a
quien Dios tiene llena de mill bendiciones ¿por qué no la hemos de guardar de
nuestras crueldades y rigores? ¿Qué hombre hay en el mundo, que eche un navío a
la mar, que en él ponga tanto lastrei que no pueda llevar otras
mercadurías y riquezas, o que por la demasiada carga se vaya a lo fondo? Lo uno
y lo otro no sólo es desaprovechado, sino perdidoso del propio navío y vaso.
Consideremos un justo como un navío
que camina por en medio deste mundo al cielo. Los trabajos son el lastre que lo
asegura y pone peso para que no se lo lleve el aire donde quisiere. Pero este
lastre y trabajos [89v] no han de ser tantos quej dé con el navío en lo
fondo, lo atierre y sepulte en lo profundo del agua y dondek no pueda
servirse su amo de él, antes perderlo de todo punto; o por lo menos, siendo los
trabajos tantos, haga harto el tal navío y justo de llevarlos y sufrirlos sin
acudir a otra cosa de virtud. Porque es llano, cuando la vasija está llena de
esta mercaduría, ocupar a todo el hombre en ellal y, siendo estos
trabajos en este grado que vamos diciendo, llevarse tras sí el entendimiento,
la memoria y la voluntad sin dar lugar a un rato de oración y contemplación.
4. Verdad
es que, si estos trabajos vienen por la mano de Dios, buena oración es sufrirlos
y llevarlos con paciencia. Pero, si quien hace el flete y la cargazón de este
navío son los hombres, deben advertir que tiene Dios las almas de estos justos
para cargarlas de riquezas celestiales y para poner en ellas sanctos y divinos
pensamientos y amorosos afectos enderezados a las cosas del cielo. A Job lo
vimos en un muladar, en quien no habíe cosa que no doliese, pues la lepra era
con tanta abundancia que se raía con una tejuela5; pero, como a sancto,
a quien Dios de esos trabajos y penas le habíe defendido el alma, sus potencias
estaban libres para en medio de tantos y tan innumerables trabajos hablar con
Dios y pensar de Dios. Pues vemos que lo que obraba por de fuera tenía una
celestial, divina y prophética correspondencia adentro, como limpiarse la lepra
con una teja y canto y acordarse en ella cómo Cristo redentor nuestro, piedra
angular, era el que nos habíe de limpiar de otra mayor lepra que en el alma
teníamos heredada de nuestros primeros padres. Y no sólo en esto, pero, si con atención
se lee la vida deste sancto y se consideran sus palabras, nada en él se
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hallará que,
tiniendo el golpe visible, no tenga una celestial correspondencia invisible.
¡Oh buen Dios, y qué
de mercedes haces a quien tú das o envías trabajos! Cuando el alma queda libre, es cierto,
aunque sean tantos que no se conozca salud en este hombre exterior, no se
repara. Cuando el alma, Señor, se puede armar y vestir su entendimiento con las
muchas penas y dolores que tu padeciste [90r] en una cruz por nosotros, clavos
son aquellos que atravesaron tus pies y manos que sacan losm delgados
clavos y espinas que mi carne atraviesan; y parecen todos mis dolores saetillas
de niños en comparación de aquel costado abierto y cerebro atravesado con
tantas espinas. Pero cuando el alma queda sepultada en los trabajos, queda
hecha de la condición del cuerpo, que no hace más que gimir como bestia o tirar
coces como animal que desea soltar la carga.
5. Yo confieso que los trabajos son alas
en el justo que lo levantan en alto. Así lo dice el Spíritu Sancto: Homo natus
ad laborem, sicut avis ad volandum6; que así como las alas sirven al
pájaro para volar, de esa misma suerte los trabajos sirven al justo para lo
levantar. Pero si a
una paloma le diéramos las alas de un milano o las de un avestruz, es llano que
no volaría por ser alas descompasadas y desproporcionadas a tan pequeño pájaro.
Lo propio digo de la persona a quien no se le miden los trabajos: que, siendo
sobre sus fuerzas, no le valdrán para aquello para que Dios los tiene
enderezados. Las alas de los navíos son los vientos y, si estos son
muy grandes, se vuelven en la mar borrasca y tempestad, y no se atreven a salir
de los puertos los bajeles. Así estuvieron los discípulos de Cristo cuando su
Maestro padeció: acorralados y arrinconados sin se atrever a salir en
público7. Y Elías se
escondió en la cueva cuandon pasó aquel torbellino y viento recio, en
el cual -dice la Scritura- no venía Dios, hasta que pasó una marea
delicada8. Todo esto para nos dar a entender que no está el aprovechar
y hallar a Dios en torbellinos, amenazas y trabajos borrascosos, sino en
mortificaciones amorosas, delicadas y suaves.
6. Arriba
dijimos cómo los trabajos eran comparados al fuego, los cuales guisan y sazonan
un alma para Dios. Y vemos que los buenos cocineros, para asar una ave o cocer
una olla, no le ponen más lumbre de la que ha menester, porque con lumbre
descompasada lo asado se quemaría y la olla se saldría; y tampoco pone lumbre
de rama que va llena [90v] de hojarascas, que se vuelveo toda llama,
struendo, ruido y aun pavesas y ceniza que ensucia el guisado. De esa propia
suerte deben procurar los prelados y padres spirituales no arrimar trabajos y
mortificaciones a sus súbditos y discípulos que, en lugar de prepararlos y
guisarlos para Dios, sin tiempo los quemen y abrasen sin quedar de
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provecho para cosa, dándoles ocasiones en que se
tiznen con alguna imperfección, como ave quemada y hecha carbón, o en que
derramen algunas palabras de inpaciencia y poco sufrimiento, como olla que se
vierte y sale. Deben ser mortificaciones y penas las cuales aplican, cuando
sean pesadas, llenas de unas entrañas amorosas y paternales, no se nos vuelvan
ruido y estruendo, como decimos del fuego de hojarascas, que, no entrando las
mortificaciones adentro, por de fuera ensucien el guisado, destemplen y
descompongan a quien desea agradar a Diosp.
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