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CAPITULO 24
- No hay motivo para desconfiar de la infinita bondad y misericordia de Dios,
que está siempre presto a acudir en remedio de nuestras necesidades y
aflicciones
1. Estaba
el pueblo hebreo afligidíssimo en tiempo del rey Acab por falta de agua, que
Elías habíe cerrado el cielo y detenido las nubes para que no lloviese por los
grandes peccados e idolatrías que entre aquella gente había. Después, cuando ya
se llegó el tiempo que Dios los quiso socorrera, dice Elías a su criado
que se asome a ver el cielo si tiene nubes. No las vido por seis veces que
salió. A la sétima dice que vido hacia la mar una nubecilla como una huella de
un hombre1. Veamos, Señor, qué misterio tiene el querer llover y enviar
agua [95r] y dar principio a tanto bien con una nubeb que tiene figura
y tamaño tan pequeño que es como una huella de un hombre. ¿Saben qué es?
Decirnos que con pocas cosas se da Dios por obligado para acudir al remedio de
nuestras mayores necesidades y aflicciones. Aquella nube significaba aquellos
pasos que por la obediencia daba el criado de Elías cuando salía a mirar el
cielo, o podría ser los que hubiese dado algún alma devota en tiempo de tanta
tribulación, y conc esos pasos y las lágrimas que habíe derramado habíe
amasado aquella nube que, subida al cielo, la desplegó Dios y fecundó de tal
manera que regó la tierra de Israel y le dio lo que tenía necesidad. ¡Seas tú,
Dios mío, mill veces bendito, de qué poco te das por obligado! Con sólo un
cabello que se le cayó a tu esposa del trenzado y con un guiñar del ojo te
diste por herido en el corazón para salir, como otro ciervo, a buscar las
fuentes de las aguas que el justo derrama en la tribulación2. ¿Quién con esto no vive muy consolado en
medio de sus ahogos y congojas, pensando que no ha de ser desamparado de la
mano de Dios?
2. Y
si con todo eso se desconsolare por ver que en él no ha habido ni hay cosa que
obligue a Dios para que de su poderosa mano
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reciba consuelo, considere que tenemos un Dios que
hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e
injustos3, y que para todos tiene día yd amanece para buenos y
malos, y que no hay corazón tan duro sobre quien no llueva para lo ablandar.
Tanbién digo que, como la sabiduría de Dios es infinita y todo lo tiene delante
sus ojos -lo pasado, presente y por venir- si en mí nada hay que a Su Majestad
obligue de lo ya pasado o de la vida presente, podrá ser que antemano se quiera
Dios dar por obligado de lo que yo no sé y Su Majestad ve que en lo por venir
con su gracia y favor yo obraré, y que para esa buena obra saque mi vida del
peligro presente y la ponga en el seguro que aguarda.
3. Concluyo, Señor mío, que yo no hallo
por qué o por dónde una alma haya de desconfiar de vos [95v], que sois infinita
bondad y misericordia. Esta es tan fecunda y abundante de suyo que no ha
menester para parir y criar mill mundos más de querer. Porque, cuando los
hombres de su parte pongan todo cuanto quisieren y tuvieren, todo es nada
delante los ojos de Dios para moverle a cosas tan grandes como cada día hace
por los hombres. ¿Quién, Dios mío, te pudo obligar a que nos dieses tu Hijo
puesto en una cruz y en tiempo que el mundo estaba tan perdido? Sólo tu
charidad y bondad. Así
lo dice san Pablo: Propter nimiam charitatem, cum essemus mortui peccatis,
convivificavit nos in filio suo4. De nuestra parte no habíe sino
peccados y muerte, pero de la parte de Dios habíe una sobrada charidad, un amor
infinito que no tenía necesidad de que le toreasen para salir al coso y hacer
de las suyas entrándonos en medio de una plaza y campo de afrentas e injurias al
Hijo de Diose, y que allí fuese agarrochado y herido con tantos
aguijones y clavos. No tuvo este amor necesidad de fuego de acá abajo para que
se vertiese sobre los hombres. En el pecho del Padre hervía y bullía por salir
a hacer estas impresas. Era este amor un mar grande no sujeto a leyes ni
estrechado con límites y términos, porque fuera de toda ley allá dentro de Dios
buscó razones ascondidas que nosotros no alcanzamos, que le movieron a
arrojarse este mundo abajo y enllenarlo de misericordia y amor de Dios, de
suerte que no hay rinconcito por escondido que esté donde con sus rayos no
entre a derretir y ablandar el corazón más enpedernido de todos los hombres.
Pues si este amor sabe tan bien
rondar lasf calles y buscar gente perdida a quien aprisionar y
encarcelar, como lo hizo con la Madalena, Samaritana, san Pablo y el ladrón
puesto en un palo, ¿por qué tengo yo de desconfiar? ¿No ha de topar conmigo,
cuando mi ventura, desgracia o envidia de los hombres me escondieren y
enpozaren en una sima y caverna de miserias y aflicciones?
4. En
un pozo estaba Joseph para en él acabar con sus sueños y revelaciones pero,
como no está Dios sujeto a las leyes [96r] ordinarias,
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si entre sus hermanos no hay sino quien le aborrezca y
quiera quitar la vida, bien sabe Dios hacerse arriero, sonar campanillas, no
para ahorcar al justo, sino para librarlo de la horca, sacarlo del pozo y
engañar a sus hermanos con que se contenten con venderlo y hacerlo siervo y
esclavo, que es el officio más opuesto y contrario que se podía imaginar a los
sueños que habíe tenido de que habíe de ser señor y le habíen de servir y
adorar sus padres y hermanos. Y aún
no se contentó con esto el demonio para tenerlo seguro no saliera con los
intentos de Dios, que en una cárcel lo metió, encarceló, aprisionó y dejó bien
olvidado por mucho tiempo5. Mirad por charidad qué camino ése de ser rey
y señor, de mandar el mundo y que lo adoren sus hermanos fratricidas y venteros
de la sangre del justo. Con todo eso, no hubo cárceles tan secretas y
escondidas para Dios que lo pudiese olvidar, ni esclavonía tan opuesta y baja
que no fuese poderoso para la trocar en libertad y señorío, pues vemos que,
cuando las cárceles están más cerradas y los hombres más olvidados y dormidos,
arroja Dios una piedra en el sueño de Faraón que despierte la ventura sepultada
de Joseph y la saque a plaza. ¿Qué digo? Los manojos de espigas, que tantos
años antes habíe mostrado Dios a Joseph que venían a adorar su manojo y
manípulo, ésos se tenía Dios guardados para con ellos propios u de ellos sacar
ciertas espigas que en sueños mostrase a Faraón y él se viese necesitado de la
interpretación y conocimiento del misterio que allí estaba encerrado; y,
buscando quien lo interpretase, dieron con Joseph, que, como ya para él era
viejag interpretación de manojos de espigas, dio la que convenía para
que viniesen sus hermanos a reverenciar y adorar a quien tanto bien hacía al
mundo proveyéndole de sustento6. ¡Oh Dios eterno, y cómo nadie está de
ti tan lejos que tu bondadh y misericordia no lo alcance! Y, pues no se
te van por pies los peccadores que tan veloces los tienen para correr por el
camino de la maldad, ¿por qué se te habíe de ir de la vista de tus ojos un niño
afligido, vendido y encarcelado? ¿Por qué se te ha de trasponer un hombre [96v]
que, si perseguido, trabajado o penado de los hombres y sin parte para que haga
las de esta tal persona, las partesi que tú tienes en él puestas te
llaman y piden que no desprecies ni deseches las obras de tus manos?
5. ¡Oh,
qué gran cosa es aguardar a Dios y esperarlo!, que no hay tan punto crudo que
para Su Majestad no sea muy sazonado. Y si en este estado le parece a un alma
que no reza, que no tiene spíritu ni vida, no le dé pena, que no ha menester
ella saber todos los modos que tiene Dios de darla y los caminos por donde
guía, vivifica y levanta un spíritu. Bueno fuera que el grano de trigo, cuando
el labrador lo arroja en la tierra y lo deja allí sepultado, viendo que en uno
ni dos meses nace, que dijera que se quería salir de allí y que no quería
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aguardar más, que ya estaba podrido, pisado de las
bestias y sin virtud. Si eso hiciera, sólo se quedara, por querer salir antes
de tiempo a gozar del sol y luz del cielo. No hay sino decirle: paciencia, señor grano de trigo -que él no
entiende los secretos de la naturaleza-, aguarde un poco, que no lo tiene
olvidado sino que no se ha llegado el tiempo en que saldrá verde y florido acá
fuera y dará fructo centésimo, que eso se debe a quien muere y da su vida
sujeto al querer y mandado del labrador. Paciencia, mis charíssimos hermanos, en las
ocasiones que se nos ofrecieren vernos sepultados, enterrados, podridos,
pisados. No queramos antes de tiempo sacar la cabeza, que ya Dios tiene
determinado cuándo lo verde de nuestras esperanzas saldráj acá fuera. Y
quien tuvo paciencia en cosa tan grave como era dar la vida por la obediencia,
consejos y mandamientos de Dios, aguarde fructo centésimo y entienda que en ese
abatimiento cogek carrera para más alejarse del mundo y acercarse a
Dios por gracia y después por gloria. Etc.
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