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CAPITULO 27 - En que se pone exemplo de lo dicho; y de lo
que deben hacer los prelados para moderar sus rigores, y los súbditos para los
llevara
1. Paréceme un convento y communidad como
una tabla y juego de ajedrez donde cada pieza tiene señalado su juego, las
calles por donde ha de venir y las casas que puede saltar. Están en las casas
de acá abajo los peoncillos. Estos
suben hacia arriba muy poco a poco y con grande miedo y peligro de las otras
piezas grandes. Pero, si por su ventura allegaron a las casas superiores donde
estaba el rey o la dama, viene a tener tanta jurisdicción que puede atropellar
y atropella al arfil, caballo, roque y a las demás piezas, dando jaques y
mates, que parece no se da manos a coger y prender unas y soltar otras; y quien
una casa más abajo no era nada, porque su ventura lo subió en una más arriba,
hace arrimo a quien quiere, coge y priende a quien se le antoja. Acábase el
juego, trabúcanse las piezas, arrevuélvense los trebejos y entáblase otro
juego, y tórnase el peoncillo a su casa humilde, donde quisiera él harto en el
juego pasado haber tenido más miramiento y cortesía con las demás piezas de
valor, porque lo estimaran en algo y no lo arrojaran tan presto en la bolsa o
rincón donde las tales piezas se guardan.
¡Oh, válame Dios!, y qué al pie de
la letra sucede esto en las religiones donde, habiendo muchos religiosos, cada
uno tiene ya conocida su jurisdicción, lo que puede y debe hacer: el sacerdote,
el confesor, predicador, maestro y presentado. Sucede que están acá
abajo algunos religiosos a quien no les han ayudado sus méritos. Estos juegan y
proceden en sus officios con tiento, temor y miedo; pero, como nuestra inclinación
es de más valer, siempre los ojos los llevan arriba a ver si pudiesen (como
dicen) enpuñar la vara. Sucedió
y quiso su ventura que vino a llegar a la casa del rey, a la casa superior y
del mando, donde, sin reparar lo que era un poco antes, a diestro y a siniestro
quiere atropellar a las demás piezas, siendo sanctas y siervas de Dios (que yo
no trato aquí de caballeros ni nacimientos); parece no se dan mano o que
antemano tenían estudiado con qué dar pesadumbres, jaque y mate a quien les
parece: a unos, haciendo espaldas y, a otros, derribando.
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2. ¡Oh padres y hermanos míos! Y si
considerásemos en ese lugar qué presto se acaba ese juego, se arrevuelven las
piezas y trabucan las cosas y se torna [104r] a entablar otro juego, donde vino
a quedar el peón por peón y cada pieza y religioso por lo que se era, qué bien
se holgara en aquella ocasión el humilde de condición no haber hecho agravio a
nadie, desconsolado a ninguno, favorecido a muchos, porque se lo puedan pagar
en la propia moneda y no lo arrinconen sin tiempo o arrojen al muladar. ¡Oh qué
exemplo de esto tenemos en Saúl, a quien levantó Dios por rey de Israel de un
zagalejo que buscaba unas jumentas; el cual, habiendo subido por tanta ventura,
cuando allá arriba se vido, no reparaba en atropellar a David, ungidob
y scogido por Dios en rey; arrojaba lanzas, amparaba a unos y destruía a otros
y, lo que más era, prendía y captivaba los preceptos de Dios atropellando su
ley; causa por qué muy presto se le barajó el juego, se arrevolvieron las
piezas, bajó él y subió David!1 Y se holgara él harto de haber hecho
obras porque siquiera lo honraran delante del pueblo. Porque permite Dios que a
uno le midan con la medida que midió y que ahogos con ahogos se paguen y
tiranías con tiranías.
3. Por esto digo yo que es gran cosa
obligar a Dios con buena moneda, con obras de piedad y mansedumbre, para que de
ese propio color hallemos al juez para nos juzgar. Una cosa he leído en las revelaciones que
tuvo la venerable María Ragi, religiosa tercera del glorioso sancto Domingo que
murió en Roma año de 1600; la cual, estando en oración mirando un Cristo
crucificado, le fue dicho, cuando a Cristo lo pusieron en la cruz, de su
voluntad y gana estendió la mano derecha para que la fijasen y enclavasen en la
cruz. Después de eso, los sayones asieron la mano sinistrac con una
soga, y con grande crueldad la tiraron para que llegase al lugar donde habíe de
ser enclavada, con inmenso dolor del mismo Cristo. Tú, María (le dijeron), por la
mano derecha entiende la misericordia, piedad y clemencia de Cristo, la cual de
buena gana y voluntad la está ofreciendo a los hombres y ejercitando con
lasd gentes; por la mano izquierda, que con violencia se la
extendieron, entiende la justicia de Dios, la cual los peccadores obstinados
cada día con sus peccados, como con sogas, la train y entran por sus casas y
llegan a sí; por los pies enclavados, entiende la paciencia y espera con que
Dios los aguarda2.
Muy linda lición es ésta para los
prelados [104v] con quien vamos hablando: que, no mirando al poder que tienen
sino a lo que el officio pide, de buena gana y con grande voluntad, sin que el
súbdito lo pida, le alargue la mano de la piedad y misericordia para lo
levantar si
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estuviere
caído, y para lo consolar y animar si estuviere afligido. Pero que, para
estender la izquierda, que es la mano del rigor y castigo, primero ha de ser
compelido y forzado y, como con sogas, con deméritos y culpas del súbdito
atraído al castigo y a la pena.
4. Una
consideración me parece a mí sería de grande importancia para el prelado
riguroso y absoluto y para el súbdito penado y afligido, para que el uno modere
su brío y el otro sufra y lleve su carga; y es considerarse en el siglo y antes
que fuesen religiosos. Qué lejos pudiera ser estuviera el prelado de ese señorío
y mando; y que no es razón que, por se haber puesto un hábito humilde, se
quieran ensoberbecer y levantar más que lo que pide su condición. Siendo como
los caminantes y venteros: que los unos y los otros fuera de su casa y natural,
puestos en lugares no conocidos, se hacen atrevidos y desvergonzados, quiriendo
tapar con el vestido enprestado, que los hizo caballeros, los remiendos y
humilde condición que en sus pueblos y casa tenían; como si el ser caballeros
les diera más licencia de la que pide la razón. Pero, en fine, son
caballeros de enprestado, que no tuvieron lugar de estudiar las muchas y buenas
leyes que los talesf profesan.
¡Oh,
válame Dios!, y qué de religiosos poco considerados y discretos, viéndose ya
cubiertos y tapados con este hábito que es más mortaja y de camino para el
cielo que no de los caminos errados de la tierra, los veremos que, disimulando
con el tal hábito y vestido el poco brío que debían tener, se les va todo en
echar bravatas, hacer asombros y fingir obstentaciones, como el que lleva
cuatro reales en cuartos en la faldiquera sin dejar más blanca en sug
casa. Todas son cosas que dicen brevedad y sola presencia, la cual pasada, se
tornan las cosas a su ser antiguo; enh el cual, para no errar, debe un
religioso traer siempre delante de los ojos que, si por una parte el officio y
hábito le pone brío y da licencia, le hagan por otra parte refrenar
losi humildes pensamientos que antes tenía en su ser antiguo.
5. [105r] Al súbdito también le es de
grande consideración acordarse del primer estado que tuvo en el siglo y de los
tiempos pasados, los cuales si en él duraran, pudiera ser tuviera más y mayores
cruces, molestias y pesadumbres. Considere las que llueven y cain en casa de
los casados y seglares: qué amontonadas les vienen, cuán pocas son las ayudas
de costa que tienen; y que, si yo llevo una cruz, es cruz de Cristo, sabrosa,
liviana y suave. Y que no quiera ni piense que, porque soy religioso, tengo de
ser hidalgo de todos cuatro costados y que tengo de vivir sin pagar tributo ni
pecho a la naturaleza y a las personas que están constituidas sobre mí.
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