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CAPITULO 33
- En que se prosigue la materia del capítulo pasado y se declara cómo, estando
juntos cuerpo y alma, se entienda estar el spíritu apartado y recogido
1. Bien entiendo yo que, si quisiésemos de
propósito tratar de los bienes del alma cuando está hecha espíritu, que sería
imposible. Y, por el contrario, de las obras del hombre cuando está vuelto
carne basta a mi parecer saber lo que dice san Pablo: Qui de terra est, de
terra loquitur; qui de caelo, super omnes est1. Que cada uno es hijo de
su padre y que el sarmiento ha de echar el fructo conforme la cepa. Que es lo que acá decimosa: cuando
a uno por sus malas obras lo queremos llamar
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hijo de mal padre, decimos que sabe a la pega. Es llano
que el que viviere según la carne que ha de hacer obras hijas de tal madre, y
el que siembra en carne de carne ha de coger, y el que en spíritu de spíritu
cogerá. Si el agua por donde pasa toma el sabor de la tierra por do correb,
¿qué mucho que el spíritu que obrare según la carne, sus obras tomen y tengan
sabor y resabios de carne?
2. Siempre parece queda esta dificultad
que otras veces hemos puesto: saber cómo el spíritu ha de obrar de suerte que
en esas obras no tenga parte la carne, porque, como entramas cosas están tan
juntas y pegadas, carne y espíritu, con dificultad parece se acaba de entender
cómo cada uno puede obrar de por sí, de suerte que las obras de la carne (digo
las naturales, en que el hombre acude a pagar lo que debe a la naturaleza
socorriéndole [123r] a sus necesidades) no dañe con ellas ni relacxe al
spíritu, y cómo podrá el spíritu ejercitar sus obras sin que la carne se las
menoscabe.
Para esto quiero que notemos que hay mucha
diferencia de estar dos cosas juntas o estar mezcladas. Si echamos un poco de
aceite sobre otra poca de agua, están juntas aquellas dos cosas pero no
mezcladas. Muchas fortalezas y puertos tiene nuestro rey en tierra de moros y
de infieles, pero no están mezcladas nuestras tierras ni nuestros cristianos y
soldados con los moros; antes, por estar juntos y no mezclarse, se dan cada día
grandes asaltos y train cada día grandes guerras, tocando cada momento a rebato
según los peligros en que se ven. Lo propio digo yo de nuestra carne y de
nuestro spíritu. Juntólos Dios pero no los mezcló, antes entre el uno y el otro
puso continuas guerras, como dice Pablo2, que "la carne está
contra el spíritu y el spíritu contra la carne", cada uno defendiendo su
partido, porque la carne del peccadorc no quiere ser spíritu y el
spíritu del justo no quiere ser carne. En esta guerra y junta se dan mill
asaltos, no hay hora segura; cuando no pensáis, tocan a rebato en una de las
dos partes: el cuerpo, si no le dan de comerd, beber, dormir, holgar y
recrearse, de suerte que cuando siente algún mal tratamiento de parte del
spíritu, a puros gritos, voces, sentimientos y dolores defiende [de] los
agravios que siente que se le hacen cuando el spíritu lo acosa, le pone
cilicios y hace ayunar. Y lo propio hace el spíritu cuando se ve maltratar de
la carne, viendo que le cautiva sus palabras, obras y pensamientos
aprovechándose de ellas para la vanidad y locura deste mundo: que se procura
defender pidiendo socorro al cielo, el cual acude viendo nuestra flaqueza y
sabiendo que por nuestras propias fuerzas no nos podemos defender de un enemigo
tan cruel. Como dice san Pablo, Romanorum 8 n.26: que Spiritus adiuvat
infirmitatem nostrame, que el Spíritu de Dios ayuda a nuestra flaqueza.
Y cómo la ayuda, ahí propio lo dice: Nam quid oremus, sicut oportet, nescimus;
sed ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus. En nuestras tribu
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laciones y aflicciones queda el spíritu tan ahogado y
envuelto enf cosas de carne que no sabe lo que se ha de pedir como
conviene, y en esta ocasión acude el Spíritu de Dios a hacer las partes de
nuestro spíritu y a dar voces y a pedir al Padre socorro para libertarg
su partido de quien lo maltrata y despoja.
3. De suerte que todo el bien de nuestro
spíritu está en no mezclarse con la carne, no obstante que entramos a dos estén
juntos en una casa. [123v]
Así como bien lleva una mujer honrada que una criada esté en casa sierva o
esclava y queh, fea o hermosa, y que ésta sirva a su marido y le
administre lo necesario. Pero, si este hombre dejando a su legítima mujer se
casase o amancebase con esta sierva y esclava, claro era que no lo habíe de
poder sufrir ni llevar, sino que de ahí habíen de nacer mil celos, riñas y discordias.
Y, si no, miren las que hubo en casa de Abrahán sobre la sclava y el hijo que
en ella habíe tenido Abrahán, que no sosegó hasta que salió fuera y la echó a
más que de paso; y de buena gana le dierai Saraj la mitad de su
hacienda porque los dejara solos y no hubiera el peligro que habíe de la mala
compañía de Ismael con Isac.
4. Yk
no hay necesidad de poner másl exemplos en la Sagrada Escritura, pues
tantos se ven cada día en el mundo, ocasiones de mill celos, riñas, discordias
y desastres en casa de los casados; figura y retrato vivo de lo que pasa entre
nuestra carne y espíritum. Que Dios, esposo verdadero de nuestra propia
alma, diole al cuerpo por su esclavo para que le sirviese y ayudase a trabajar
y a hacer buenas obras y fructos dignos de penitencia; pero no se lo dio para
que el alma se case con el cuerpo ni el espíritu con la carne porque, en el
propio caso que nuestro spíritu, engañado o persuadido de los halagos y
blanduras de una sierva tan astuta y maliciosa, deja a Dios y se mezcla, luego
salen y se muestran los enojos de Dios, sus celos, sus riñas y aun sus
extraordinarios castigos. Comon leemos haberlo hecho muchas veces con
su pueblo, entregándolo a bárbaros e infieles que lo llevasen captivo, dando
sólo por razón que lo habíe dejado y arrimádose a otros dioses falsos, haciendo
hijos y obras de fornicación; habiéndose en esto como la mujer o el marido que
coge a uno de los dos en adulterio: el castigo que le da es apartarse y entregar
al verdugo a su ingrato compañero. Esto propio hacía Dios con aquel pueblo
cuando se apartaba de él, que lo dejaba y lo entregaba a quien con castigos
crueles lo dejaba bien vengado.
Pues ¿qué otra cosa debe Dios hacer
con un espíritu que, habiendo dejado a Su Majestad, se bajó y abatió a fornicar
con una esclava tan vil como su propia carne, sino que Dios lo deje y
desampare, quitándole los bienes, joyas y adornos [124r] que de Su Majestad
tenía; quieno con gracias y dones celestiales la hermoseaba, la
entrieguep a verdugos crueles, que son sus sentidos, y al demonio,
mundo y carne, que lo
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dejen bien vengadoq? Es uno de los mayores
castigos que a un alma desdichada e ingrata se le puede dar, como por r
Jeremías amenaza a su pueblo diciendo: Dereliqui domum, dereliqui
haereditatem3; que deja y aparta las mano de su heredad para
que se dé y entriegue según los deseos de su corazón, que a mi ver no hay osos,
tigrest y leones como nuestras propias pasiones desenfrenadas y dejadas
de la razón yu del favor del cielo.
Bien
delante de los ojos habíamos de traer este castigo que Dios hace, y otros
innumerables, a los que no viven según las leyes del spíritu, sino se abaten a
vivir y tratar según los gustos y contentos de la carne, mezclando las obras
del spíritu con las de nuestro gusto y sensualidad.
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