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CAPITULO 37
- Cuán vil cosa es dejar un alma su recogimiento interior por emplearse en la
bajeza de las cosas exteriores; y cómo debe, a necesidad, usar de ellas sin
detrimento suyo
1. ¡Ay, almas, y si Dios por su bondad y
misericordia nos descubriese de veras (de suerte que nosotros con esas propias
veras quedásemos
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persuadidos a la verdada) cuántos son los
thesoros que un alma descubre en la soledad y recogimiento, con cuántas veras
lo pediríamos a Dios! Y si trabajos son medios que dentro de nosotros hacen
sepulcro donde enterrarnos, desearlos y pedirlos teníamos para que, ahí metidos
y arrojadosb, fuésemos entregados al olvido de todas las criaturas de
la tierra.
No es
grande el daño que hacen los gusanos en un cuerpo sepultado, que sólo comen
carne y en el cuerpo se apacientan; y Cristo dice que no temamos a los que
matan el cuerpo1. Pero ¡ay del alma entregada a los cuidados de
la tierra y a la afición de las criaturas!, que no se contentan estas cosas
exteriores con entrarse en este hombre de afuera; asiento y afición quieren
adentro y manjar quieren ser del alma, y que en ellas, como si fueran quien la
habíen de satisfacer, quierec enplear sus afectos. Así le sucedió [a]
aquel poderoso y rico de quien dice el evangelio que, tiniendo sus trojas
llenas, hablaba con su alma y le decía: Muchos bienes tienes, alma mía, come y
empléate en ellos2. Parece que del común trato que el alma había tenido
con el cuerpo y con estas cosas exteriores ya parece se habíe hecho de su
condición; y como si no fuera criatura espirituald, cuyo manjar debe de
ser puro y semejante a su calidad, así le dicen que coma. Parecee que usaba este rico del
común refrán que acá decimos: cuando fueres en Roma, haz como en Roma. Es
imaginación [133r] pensar que el alma que estuviere acá fuera no ha de hacer
como acá fuera; el trato y lenguaje de todas las criaturas ha de tomar.
¡Oh miseria grande que haya Dios
criado al hombre a su imagen y semejanza y le haya dado un alma tan simple y
pura que su conversación sea en los cielos y su trato con los ángeles, a quien
es semejante en el entendimiento y voluntad, y que, olvidada de esa nobleza, se
abaje y abata a tratar con cosas tan bajas como estas cosas de acá, cuyo ser es
un poco de humo, un vapor y nieblecilla que por instantes sale y se desparece,
un poco de heno y una flor del campo! Y lo peor es (como decimos) que, después de
larga conversación con ellas, quedan las unas convertidas en las otras y hechas
del precio vil en que se estiman estas cosas exteriores.
2. A los niños pequeños danles los padres
y las madres juguetesf con que se entretengan. Pero, si ya una doncella
fuese de edad para se casar y sus padres le trujesen al que ha de ser su marido
para que la viese y agradase de ella y la hallase jugando y entretenida en los
juguetes y dijes de los niños, es llano que la despreciaría y no
juzgaríag por mujer capaz de su compañía. Todo esto criado juguete es y
entretenimiento que dio Dios al hombre para su niñez, para mientras se le abren
los ojos del alma, con que ha de contemplar las cosas invisibles y amar las
eternas. El aficionado y desposado de nuestras almas es
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Dios. Si al
tiempo del celebrar los desposorios y trato secreto con el alma, en el cual con
particular unión Su Majestad desea juntarse con quien tanto ama, hallase a esta
desposada ocupada y entretenida en estas cosas de niños y amor vano de estas
cosas exteriores, no dudo sino que le daríe de mano.
Por esto san Pabloh, en la
epístola, 4 a los Efesios, va descubriendo [133v] el fin de su officio y de los
demás a quien el Señor scogió: a unos para prophetas, a otros para doctores,
apóstolos y evangelistas, diciendo que es enderezado ad consumacionem sanctorum
in opus ministerii, in edificacionem corporis Christi, donec ocurramus omnes in
unitatem fidei et agnicionem Filii Dei, in virum perfectum, in mensuram etatis
plenitudinis Christi3. Que parece va diciendo que el intento todo de su
predicación es enderezado a que seamos hombres, a que se nos abran los ojos y
seamos sanctos consumados de suerte que merezcamos entrar en el edificio
místicoi del cuerpo de Cristo. Et iam non simus parvuli fluctuantes, et
circumferamur omni vento doctrinae in nequicia hominum, in astucia ad
circumvencionem erroris4; para esto nos abren los ojos con su doctrina,
para que seamos hombres y dejemos de ser niños que se dejan llevar de todos
vientos como las olas de la mar, acudiendo a los errores y engaños de los
hombres.
3. Digámoslo
en una palabra: que el que ha de entrar en este edificio spiritual que en esta
Iglesiaj militante se va edificando del cuerpo místico de Cristo, ha de
ser piedra maciza de tomo y no ha de ser hojarasca que se deje llevar del soplo
y afición de las criaturas, porque menos no se hacen estos celestiales y
divinos desposorios entre Dios y un alma.
Lo propio es [lo] que san Pedro dice
en la primera, capítulo 2: Deponentes igitur omnem maliciam et omnemk
dolum et simulaciones, etc., sicut modo geniti infantes, racionabiles, sine
dolo lacl concupiscite, ut in eo crescatis in salutem5.
Hombres, como si dijera, dejadm las cosas de la tierra, que no son otra
cosa sino engaño, malicia, simulaciónn y mentira; desead manjar
verdadero en quien no hay fraude, siquiera porque salgáis de mantillas, ut in
eo crescatis, para que seáis hombres con quien Dios tiene su trato y
conversación secreta.
4. ¿Qué
significaba, pregunto yo, aquel sacar Dios al alma devota a la soledad para
hablarle al corazón, como dice el mismo Dios por Oseas?6 Todo era
apartarle los sentidos de estas bajezas y cosas de la tierra, en cuyo
entretenimiento un alma aún se es niña. ¿Qué significaba el sacar Dios a los
sanctos, con quien quería tratar [134r] sus secretos, a los campos, a los
montes y lugares solitarios, así del Testamento Viejo como en el Nuevo; aquel
scoger tres discípuloso, los más queridos, y
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llevarlos a un monte alto donde Su Majestad fue
transfigurado?7 ¿Qué otra cosa significaba el dibujarnos el Spíritu
Sancto los amores de Dios y un alma entre un pastor y una pastora que nunca
entran en poblado? Todo esto es desaficionarnos de las cosas exteriores, para
que así desembarazados y desocupados entremos dentro de nosotros propios a
buscar a Dios a solas, sin que nada del corazón le defraudemos sino que con
todo él y con amor perfecto lo amemos.
5. No, tampoco queremosp estrechar
tanto este recogimiento que de todo punto quede un hombre según la parte
exterior absorto, privado y muerto en el trato y conocimiento de estas cosas de
acá abajo. Lo que
queremos decir [es] que de tal manera se gocen que no estorben ni hagan ruido
al silencio que se requiere para el trato secreto con Dios. A cuya causa, como
en el capítulo pasado decíamos, el sposo pedía a su esposa que lo pusiese por
sello en el corazón; que parece ésa era la pieza que procuraba reservar entera
para sí, dejando los sentidos con alguna libertad para que de cuando en cuando
se apacienten y gocen de esos prados floridos y mesa regalada que Dios les
tiene puestos en este mundo. Habiéndose Su Majestad en esto como los
capitanes en tiempo de guerra, que desamparando los campos, acuden a guardar la
puerta principal de la ciudad y la gente que en ella habita. Tiempo es de
guerra mientras vivimos; mill asaltos nos dan nuestros enemigos. Lo que hace
Dios es en estas ocasiones acudir a guardar la puerta principal del corazón,
donde se recogen las virtudes y se retiran las potencias, dejando los sentidos
a que de ellos de en cuando en cuando se apoderen las criaturas de afuera.
Advirtiendo una cosa en que se conocerá cuándo al alma [134v] le hacen daño
notable, y es que, así como la yerva del ballestero8 no hace daño
cuando no hay llaga, aunque la traigamos en las manos y la apliquemos a
nuestras carnes, y por el contrario habiendo llaga, derrama su ponzoña y
veneno, daña la sangre y acudiendo al corazón derriba y acaba a un hombre, de
esta misma suerte todas las criaturas y cosas criadas, aplicadas a los sentidos
así simplemente, no hacen daño, pero si el amor desordenado que a ellas tenemos
hace llaga o ellas vienen trabadas y asidas con saeta que rompa y entre
adentro, no hay dificultad sino que esa afición matará y derribará a un hombre
por justo que sea. Por
esoq quiere Dios que su esposa lo ponga por contrayerva y por un
epítema r que preserve sobre el corazón.
6. De
suerte que el trato común destas cosas acá fuera no repara Dios en eso, que
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bien sabe
somos hombres y hechos de tierra según este hombre exterior, y un semejante
buscar tiene otro semejante con quien tratar; y cuando en este trato haya
algunos defectos ordinarios, bien sabe Su Majestad que siete veces al día cai
el justo9 y, por justo que sea y limpio que esté, siempre tiene pies
polvorientos que lavar.
A este propósito me
parece vienen aquellas palabras que la esposa dice en los Cantares: Fulgite me
floribus, estipate me malis, quia amore langueo10; cercadme y rodeadme
de flores y [reanimadme] con manzanas porque estoy enferma de amor. Parece que
da por razón y causa de su petición la enfermedad de amor que tiene. Pues
pregunto yo: si la enfermedad es de amores y de su esposo, Dios infinito, ¿en
qué la puede sobrellevar el aplicarle flores y manzanas? Digo que me parece
que, así como una mujer enferma, que todo se le va en pensar en su dolor y
enfermedad, [135r] le da pena que en esa ocasión los niños, muchachos o hijos
de casa le den ruido, pena o cuidado, por donde llamando a la enfermera le dice
que se los eche de allí y los entretenga con darles alguna merienda, que como
muchachos y rapaces no saben lo que la pobre madre padece, de esa misma suerte
el alma, esposa de Dios, enferma de amor divino y celestial, está con tanto
dolor por verse absente de su esposo que, viendo que estos sentidos esteriores
la inquietan y perturban y les dan pena con sus voces y ruido que
hacen, pide a sus compañeras como a enfermeras que, pues ella está ocupada en
el dolor y amor interior, que le entretengan estos sentidos exteriores con
alguna merienda o cosa de poca consideración y dura, como sont flores y
manzanas, para que ellos quietos y sosegados la dejen sentir su dolor.
7. Y, si no, digamos que, así como la
enferma que no puede acudir a las cosas exteriores las encomienda a quien de
ellas tenga cuenta, no perezcan mientras ella pasa su enfermedad, de esa propia
suerte esta alma, esposa de Cristo, enferma de amor divino, encomienda a sus
compañeras este hombre exterior para que le acudan con algunas cosas, no perezca,
aunque sean flores y manzanas; que bien sabe que estos sentidos, que como
muchachos no sienten el dolor que un alma interiormente padece, han menester
(digamos) comer y entretenerse, para que, mientras ella está en la cama pasando
su dolencia, no perezca este hombre exterior con el poco cuidado que ella tiene
de él.
Digámoslo
más claro: hay almas que llegan a tal grado de perfección y a estar
interiormente tan absortas y sorbidas de este amor divino, que, si no hubiese
quien tuviese cuenta exteriormente de sus personas haciéndolas comer, beber y
dormir, [135v] que morirían. Y por eso esta esposa, viéndose así llagada, pide
a sus compañeras que entretengan a sus sentidos con flores y manzanas. Donde
debemos notar que entre las hierbas la que menos dura es la flor, y entre las
fructas, la manzana; y en pedir para su cuerpo flores y manzanas, pide no cosas
de grande consideración ni comidas espléndidas y macizas que duren mucho, como
vemos de muchos siervos de Dios que entretienen el cuerpo con unas comidillas
de poca consideración, como son unas pasas, uvas, almendras,
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hierbas y otras semejantes, que bien saben este cuerpo
ha menester eso y Dios de todo punto mientras acá vivimos no lo quiere
privaru de su ración ordinaria. Sólo pide no se le dé cosa que saque al
alma acá fuera y la distraiga de su recogimiento interior, en el cual, como
decimos, goza de bienes particulares sobrenaturales, los cuales nos dé Dios por
quien Su Majestad es y nos lleve donde los gocemos sin miedo y con perpetuidad.
Etc.
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