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CAPITULO 39 - Cómo la propia naturaleza, próvida en
los animales, con ellos nos enseña este recogimiento para mayor bien y
fortaleza nuestra
1. Dijimos en el capítulo pasado cómo la
naturaleza nos fue maestra en el oro y en la plata y los demás metales,
escondiéndolos en las entrañas de la tierra, de lo que nosotros debíamos hacer
tapando y escondiendo nuestro spíritu para que así fuese más subido de estima y
de valor; pues con verdad podremos decir que es super aurum et lapidem
preciosum multum1, que no hay oro ni piedra preciosa que se compare a
una alma justa, pues ellas son con quien adorna Dios y hermosea su vestidura,
según aquello de Esaías: Hiis omnibus ut ornamento vestieris2. Toma Dios por ornato
y vestido de fiesta la compañía de los justos y el vestido que es de fiesta y
de boda. Por eso se llama "vestido de fiesta", porque está guardado
entre semana y sólo se saca y usa de él en la tal fiesta y boda. Y así quiere
Dios que el tiempo que aquí vivimos en este mundo, pues es tiempo de trabajo, tengamos
nuestro spíritu como en arca guardado, hasta que llegue el día de la fiesta y
del descanso en que Dios desenvolverá estos trapillos, que a los ojos del mundo
parecen viejos, y en ellos se descubrirán labores tan altas y tan subidas que
todos las tengan por dibujo y hechura de la mano de Dios, dignas de
componera y cumplir este vestido que Dios va cosiendo y
trabandob dende el principio del mundo con el hilo de su gracia.
2. En este capítulo será bien, para que en
esta doctrina el justo quede bien enseñado en estac materia y no se le
haga dificultoso, le dé otra lición la propia naturaleza en las aves del cielo,
bestias del campo y peces de la mar, en quien no anduvo corta en darles
cuberturas, pieles y conchas en que se escondiesen y tapasen en el tiempo del
peligro y en el discurso de su vida se conservasen. De tal suerte hizo esto que, a los
animales a quien no proveyó trujese consigo su casa y escondridijo donde
guardarse, le dio alas y pies ligeros con que buscar
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su nido en las alturasd de los árbores y montes y
sus cuevas en los profundos de los valles, de quien no será necesario poner
muchos exemplos por ser cosa clara.
Vemos
quee la tortuga, erizo, caracol y la bada vista en España y otros
animalejosf, que de zancasg y pies son cortos y en el andar y
correr tardos, les proveyó de sus conchas y vestidos de puntas con que se
adargasen y guardasen de las influencias del cielo [138v] y peligros de la
tierrah. Lo propio es en muchos pescadillos de la mar, a quien [la]
naturaleza guardó debajo de conchas duras, metidos en los cóncavos de las
piedras, para que con eso se guardasen y defendiesen de otros pescados grandes
que en la mar andan y viven de rapiña.
Por el
contrario, vemos en todos los animales que consigo tienen poca defensa tener
ligero vuelo y pies veloces, como lo vemos en los pajarillos y simples palomas,
en las liebres, gamos y corzos. Y todo esto lo hizo para que cada uno de estos animales o traiga
consigo el castillo y fortaleza de su defensa o lo busque con presteza.
3. Al hombre yo no sé a quién de estas dos
maneras de animales me lo compare. Pienso que podría a entramos a dos, porque
Dios, que tanto lo ama y desea su vida y conservación en la virtud, con él se
estremó y particularizó dándole estas dos cosas que de los animales hemos
dicho. Lo primero, viendo nuestra flaqueza y aun torpeza para el obrar y la
vigilancia de los enemigos para nos destruiri, puso en nosotros propios
la casa, aposento y cueva donde, sin correr, huir ni volar mucho, podemos
quedar muy bien guardados y defendidos de quien nos persiguiere. Esta cueva y
escondridijo está dentro de nuestra propia alma donde, si con veras nos
arrojamos desembarazados de las cosas de la tierra, viviremos con particular
seguro, porque en el alma propia consideramos partes donde el demonio, mundo y
carne no tienen licencia de entrar; y la vez que nos cogen estos enemigos, es
porque nos hallan fuera de este recogimiento y nosotros nos entregamos y
ponemos en sus manos.
De este
recogimiento interior parece que hablaba Cristo principalmente por san Matheo,
capítulo 6, cuando aconseja que para orar entremos en nuestro aposento y
cerremos la puerta y allí oremos al Padre, el cual bien sabe, dice Cristo, los
escondridijos y partes más abscondidas y dará el premio y paga3. De
esta oraciónj parece hablaba David cuando decíak: Et oracio mea
al te non est abscondita4; debiérala de guardar muy bien David
y consolábase con que no quedaba escondida a los ojos de Dios. Y en otra parte:
Et oracionem meam ad te custodiamm5; guardaba sus ruegos y
oraciones para sólo Dios.
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4. Este aposento y guarda digo, pues, que
lo puso Dios dentro de nosotros, dándonos comon a lao
tortugap una concha de charidad contra quien no puedan las criaturas de
la tierra, y una piel y vestido lleno de puntasq como al r
erizo, que es este hombre exterior de que estamos vestidos con sus pasiones
bien ordenadas, las cuales nos defienden y punzan a quien nos quiere hacer mal.
Y para que sepamos cómo, debemos advertir que las armas, cualquier género
[139r] de ellas, tomadas por una parte defienden y, tomadas por otra, ofenden. Una espada, si yo la tomases por
la punta cuando yo salgo a reñir con mi enemigo, en lugar de matarlo me mataría
a mí propio y le daría yo armas para que más presto me venciese. Y lo propio
tiene el arcabuz, la lanza y daga y todo género de armas. Pero, tomadas por la
empuñadura, defiéndennos y ofenden a nuestros enemigos.
Esto propio tienen nuestras
pasiones: que, si las empuñamos de suerte que la punta y boca de ellas esté
enderezada al contrario, es certíssimo que nos defienden y ofenden; como la
irascible, que, si yo me enojo contra mi carne, contra los vicios, contra el
mundo y contra el demonio, que ofendiendo a ellos defiendo mi alma, pero, si
por el contrario me enojase contra Dios y me airase contra mi prócximo, que me
degollaría a mí y daría armas al demonio, y lo propio es en las demás pasiones.
Estas nos dio Dios para que con ellas, como con alabardas, arcabuces y espadas,
nos guardásemost y defendiésemos trayéndolas con nosotros propios para,
si acaso alguna vez de repente y sin pensar el enemigo nos acometiere, que
hallemos cerca la guarida y armas con que defendernos ayudados con la gracia de
Dios.
5. También
nos proveyó Dios del segundo remedio, que fueron alas de ligero vuelo y pies
veloces con que pudiésemos con facilidad dar cantonada a nuestros enemigos,
acudiendo en esto Su divina Majestad a nuestra flaqueza y miseria y al deseo
que tiene de nuestro bien. Así lo dice el mismo Dios por Esaías, capítulo 40,
n.31: Qui autem sperant in Domino mutabunt fortitudinem, assument pennas sicut
aquilae, current et non laborabunt, ambulabunt et non deficient; los que
confían en el Señor, mudarán su fortaleza, tomarán alasu como de
águila, correránv y no se cansarán, andarán y no desmayarán. Adviertan
por charidad lo que dice el propheta: "Los que confían en el Señor,
mudarán su fortaleza". ¿Qué fortaleza es ésta que el justo muda? No es
otra sino la que vamos diciendo. Que, habiéndole dado Dios una defensa en sí
propio ayudado con su gracia, como hemos puesto el exemplo en el erizo y otros
animales de conchas, si la batalla fuere muy sangrienta, yo haré que mude armas
y éstas serán que tomará alas dew águilax con que corra y se
suba sin cansarse por esos cielos y se ampare en ellos, guardados del mismo
Dios.
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Admirablemente
estuvo pintado esto en el Apocalipsi en aquella mujer [139v] que estaba de
parto, la cual para su defensa traía en su persona un manto del sol y en sus
pies calzado de la luna y por adorno en su tocado muchas estrellas, que armas
eran muy suficientes para ablentar y desterrar al príncipe de las tinieblas que
venía a hacer guerra al príncipe de la luz, de quien venía preñiada. Pero como su astucia es tan grande,
procuró reparar el golpe y esconderse donde menos daño le pudiese hacer tanta
jarcia como para su defensa traía esta mujer de los astros celestiales. Y dice
el Sagrado Texto que draco stetit ante mulierem, quae erat paritura6.
Que, según la pinctura que de esta visión hace la Iglesia, estaba debajo de los
pies, donde era fuerza la luna, que allí traía por calzado, por esa parte
estuviese obscura y tenebrosa, pues por la parte de arriba le hería el sol del
manto que sobre sí traía cubierto. Así, quedaba escondido este dragón en lo
menguante de la luna para taparse y encubrirse con su sombra. Allí aguardaba a
que pariese para tragarle la criatura, pero, como sabe muy bien Dios mudar la
fortaleza y trocar las armas, recibiendo en sus manos al niño que nacía y
subiéndolo a su trono alto, a la mujer le dio alas con que volase a la soledad,
donde tenía lugar aparejado para su defensa y guarda del mismo Dios7.
6. ¿Quién
no se enciende en amor ardiente de este gran Dios, que sobre toda la naturaleza
mira y guarda al justo tapándole su vida y espíritu con un sol y con una luz y
resplandor, con que deslumbra a millares de enemigos? Y si como hombre alguna
vez se descuidare y en su vida hubiere flaqueza y menguante donde el demonio,
león rugiente que cerca buscando dónde hacer sus emboscadas8, hallare
dónde absconderse sicut catulus leonis habitans in abditis9, entonces,
confiando el justo de Dios, él le muda las armas y le da otra fortaleza nueva,
que son alas con que vuele y huiga al lugar seguro que Dios le tiene parejado
en su cielo y gloria.
Esto es encerrarnos
en nuestro aposento y echar la llave a las criaturas de afuera, no nos inpidan.
Esto es escondernos dentro de nosotros mismosy. Esto es encubrir
nuestro espíritu y recogerlo. Esto es guardarnos y defendernos. Esto es el huir
los peligros y estar en seguro, el dar marro al enemigo y quedar nosotros
libres, etc. Todo esto se hace cuando un alma, [140r] en peligro y fuera de él,
huye a sagrado y se recoge a la iglisia, que tan cerca de sí la tiene como su
propio espíritu, a quien el Spíritu Sancto llama por san [Pablo] templo de
Dios: Vos estis templum Dei10. Ahí dentro halla un justo al mismo Dios, que de su alma hace silla
y trono para defenderlo, debajo de cuyas alas y amparo se libra, según aquello
que dice David: Sub tegumento manus suae protecxit me11. Y en otro
lugar: Sub umbra alarum suarum12.
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7. Pero
es menester advertir en esta ocasión que, si Dios nos dio para nuestra defensa
dentro de nosotros propios casa y morada donde nos guarezcamos y, a mayor
necesidad, alas para volar a lo alto, que es necesario que esta nuestra alma
esté desembarazada para esas necesidades y el portero avisado que con tiempo
abra; que seríe summa desgracia si, huyendo un hombre del toro, al tiempo de entrar
en la guarida la hallase llena y ocupadaz y la puerta cerrada. ¡Oh, qué
verdad tiene estoa en muchos del siglo!: que, viéndose oprimidos por de
fuera de trabajos y males de pena y de culpa, quiriéndose recoger adentro,
hallan su alma tan llena, tan enfrascadab y confusa de la obstinación
pasada, que no le da lugar a que dentro de sí ponga siquiera un pensamiento
bueno; antes, como voluntad tan depravada, a su propio dueño y amo le da con
las puertas en los ojos; y quiriendo entrar a guarecerse adentro, el propio que
quiere no quiere y él propio se estorba y hace detenido, de suerte que a
millares de ellos los coge primero el enemigo y da con ellos en el infierno
antes que acierte a decir: ¡Dios, válamec! ¡Oh, válame Dios! ¿Qué
es ver a muchos a la hora de la muerte palpar la ropa, acudir a su mujer y
hijos y aun a su hacienda que le valga, donde ni halla reposo ni seguridad
porque ésos no son lugares donde un hombre se puede librar ni valerd de
la muerte? Todo es señal que allá dentro de sí propio no lo quieren recebir;
que, si en esa ocasión él hallara desembarazada su alma y una voluntad libre
que lo dejara entrar, en sí propio hallara con qué defenderse de la muerte
segunda, allí hallara la sangre de Cristoe cuyos méritos le está Dios
communicando, y al mismo Dios ofreciéndole gracia y perdón de peccados [140v] y
aun alas para volar a la gloria donde no entra la muerte, ubi fures non
efodiunt nec furantur13, no alcanzan ladrones. Pero ¡ay! ¿qué digo? Que de ellos llega a
tanto su desdicha que, así como dentro de sí hallan la puerta cerrada y la casa
ocupada, de esa misma manera en el segundo escondridijo y guarida que es el
cielo lo hallan tapiado y cerrado a cal y canto, diciéndoles Cristo aquellas palabras
que dice por san Matheo a las vírgines locas: Nescio vos, clausa est
janua14; castigo justo, que quien en vida no se quiso valer de tales
favores sino que antes los desestimó y despreció, sea él despreciado y no
conocido en aquella ocasión y halle la puerta de su guarida cerrada a piedra y
lodo.
8. ¡Oh,
si el hombre supiese y entendiese dónde llega esta miseria y desamparo en tal
ocasión y necesidad! Cristo de sí propio, alegando su pobreza cómo era la mayor
que jamás tuvieron los hijos de los hombres, dijo que las vulpejas tenían
cuevas y los pájaros nidos, y el hijo de la Virgen no tenía dónde reclinar su
cabeza15. Pero aquí el Hijo de Dios trataba de la pobreza corporal y
temporal, porque en lo espiritual era tan rico como Dios, pues lo era tan
grande y obnipotente
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como el
Padre; y, siendo su Hijo, engendrado del Padre, en el propio pecho del Padre
tiene su descanso y reposo; y en cuanto hombre, aquella alma sanctíssima y toda
la humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad, en sí tenía su descanso y
reposo sin andarlo a buscar acá fuera. Pero ¿qué diré de la pobreza de los
hombres de quien vamos tratando, que no es en lo corporal sino en lo
espiritual? No se podrá decir mayor encarecimiento que sentir destas tales
personasf en lo espiritual las palabras que Cristo de sí dice en lo
corporal: que tengan las zorras y vulpejas del campo cuevas y guaridas donde
salvarse y librarse de los peligros, y los pájaros del aire nidos, y que los
hombres estén tan pobres que no tengan dónde reclinar su cabeza y volver los
ojos, que no tengan dentro de sí espíritu que sirva de cueva donde recogerse
cuando se viere acosado de los enemigos, y fuera, que es el cielo, nido donde
guardarse y subirse. ¡Miseria grande! Dios nos abra los ojos para que sepamos
de cuánta inportancia es esta doctrina y tener dentro de nosotros spíritu que
nos recoja al tiempo de la necesidad. Etc.
[141r] Jhs. Mª
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