- 720 -
CAPITULO 49 - Tres grados de recogimiento representados
en tres estados de gentes que hay en la Iglesia. Grandeza y conservación del recogimiento del alma
1. Verdad
es que aquí en estos capítulos hemos ido tratando de mayor y más estrecha
clausura que ésta, que es de la interior y secreta que Dios pone en un alma
cuando la recoge dentro de sí, atándola y ligándola con ataduras de amor y
charidad estrecha, metiéndose Su Majestad primero allá dentro en lo más
profundo y centro de nuestro spíritu. Allí, como pastor amoroso, da un silbo
suave con que llama a la esposa y su querida el alma para que, desembarazada de
todas las cosas de la tierra, vaya a recogerse y recostarse en sus amorosos
regazos.
2. Verdad
es que esto no es para todos, ni con todos habla esta plática, pero hase de
advertir que, así como en las casas de los reyes hay salas y aposentos más
retirados y secretos de los cuales gozan los privados y amigos de los reyes, de
esa misma suerte en esta Iglesia militante el príncipe de la gloria, Cristo,
redentor nuestro, tiene diferentes aposentos y retretes donde pone a cada uno
según su condición y privanza. Lo cual podríamos considerar en los tres estados
de gentes que hay en la Iglesia: el primero esa de los casados, los
cualesb están en el zaguán y primer recebimiento. Estos están recogidos
y guardados con los diez mandamientosc. Y, por estar tan acá fuera,
tratan y gozan menos de la [163r] vista o conversación del señor de la casa,
sólod cuando entra y sale, como dicen. El otro estado es el
de los continentes. Estos están en otro más adentro, los cuales guardando con
grande puntualidad la ley de Dios, guardan muchos de sus consejos, por cuyas
obras se acercan más y les es dada mayor gracia.
3. El tercer estado es el de los
religiosos, los cuales desembarazados de todas las cosas de la tierra,
procuraron con grandes veras llegarse a Dios con particular gracia, don y
unióne sobrenatural de su spíritu al de Dios. Este recogimiento le
ponemos en el alma. Que, aunque es verdad que en lo material lo podríamos poner
en la clausura de los
- 721 -
conventos y obediencia de los prelados, pero
pretendiendo y deseando que un alma pase adelante no ponemos esta clausura y
recogimiento en tapias ni cercas de cal y canto sino en ataduras y ligaduras de
amor, con que, obligada un alma a buscar a su Dios, se determina de buscarlo
dentro de sí en lo más secreto y escondido de su propia alma. Así como el que
buscara el fuego en su centro habíe de subir más y más por esos aires hasta que
perdiéndose de vista llegara donde se convirtiera en el mismo fuego, de esa
misma suerte, aunque es verdad que el alma halla y puede hallar a Dios por
presencia, esencia y potencia y aun por gracia en algunas obras exteriores
suyas, pero como lo desea en su centro y tenerlo con una unión estrechíssima,
así como el que busca el fuego más sube, de esa misma suerte el que busca a
Dios en su alma más baja con pensamientos humildes en la profundidad de su
spírituf y no para hasta que le da un alcance; y lo halla con tal
fuerza (como el fuego en su elemento) y convierte el tal espíritu que de este
spíritu [163v] anda en su busca y hallado lo convierte en sí, digo el Spíritu
divino al de nuestra alma, de suerte que por todas partes se desparece lo que
somos y se descubre solamente lo que es Diosg.
4. Aquí
he deseado entrar un alma, que haga aquí morada y asiento, donde le
prometoh grandes seguridades, grandes tesoros y que, si una vez entra,
no ha de querer tornar más a salir y, si saliere, ella saldrá de suerte que
toda su mira se quede adentro, donde con presteza pretenda tornar. Que bien
dijo el cumplimiento de todo esto el sancto rey David en el psalmo 124: Qui
confidunt in Domino, sicut mons Sion, non commovebituri in eternum, qui
habitat in Gerusalem1. Son unas palabras misteriosas, las cuales procuraré
declarar según la lección de muchos sanctos con la mayor brevedad que pudiere,
no alargándome a citaciones ni traslaciones, puesto caso que yo no escribo aquí
para predicadores sino para gente devota que pretende ser aprovechada y
aficionada a lo que es más perfecto y mayor bien de su alma.
Dice, pues, David, según loj
entiende san Agustínk2: el que confía en el Señor, será como el
monte de Sión, que no se moverá para siempre jamásl. ¿Quién son esos
que se fían de Dios? ¿Quién? Los que habitan en Jerusalén. San
Theodoreto3 las aplica de esta manera: los que se fían en Dios serán
como el monte de Sión; que así como aquel monte es tan fuerte, tan
incontrastable y seguro que todo el mundo que contra él se levante no le moverá
de su asiento, así serán los justos incontrastables aunque contra ellos se
levante todo el mundo. Y ¿qué más? El que en la Iglesia vive no será para siempre movido. Pues
- 722 -
pregunto yo:
¿no vemos mill mudanzas cada día en los justos y aun en los predestinados, caer
hoy y levantarse mañana y tornar esotro día a dar de ojos y después levantarse
a la perfección en que antes estaban? Sí. Pues ¿cómo dice que [164r] no se
moverá para siempre jamás, non commovebitur in eternum? Rabí Salamón4
declaró esto diciendo: In eternum, id est, no siempre. Como si dijera David: no
durará su mudanza para siempre. Bien pueden caer, ser acosados, perseguidos y
andar a sombra de texados, pero esto no será eterno.
Otro grave autor
dice: los que confían en el Señor serán como el monte de Sión. Las últimas
palabras san Agustín las entiende de los bienaventurados que en la celestial
Jerusalén habitan, los cuales no se mudan ni son contrastables. Y, según esto,
David compara a los justos que confían en el Señor a dos cosas: al monte de
Sión, firmíssimo; y pareciéndole habíe dicho poco, los compara también a los
que están en el cielo. Y así querrá decir: no penséis que un justo que se fía
de Dios es poco fuerte, que no sólo es como un monte, que ése en fin no es tan
fuerte, que, en finm, cuñas y martillo lo deshacen; no sólo es como un
peñasco duro, pues ése se puede deshacer, ni como un pedernal, que de ése el
eslabón le hace dar centellas; más es que todos ésos: es como los que, puestos
en posesión, gozan la corona y de la bienaventuranza; que es decirnos que, si
por ti no falta, jamás ten faltará el ayuda de Dioso sino que
será eterna.
5. ¡Ay, Dios mío! ¿Quién esto oye que de ti, sancto Dios, no
se fía? ¿Quién no pierde el miedo y cobra el brío? ¿Quién no se desnuda de su
flaqueza y se viste de tal fortaleza como la que Dios está ofreciendo? Y
sip parece, dice David, que heq dicho poco, oíd lo que ahora
añado: Montes in circuitu eius, et Dominus in circuitu populi sui ex hoc nunc
r et usque in seculum5. Como si dijera: cerquen a los
bienaventurados montes, que son esos cielos incorruptibles, firmes,
incontrastabless y macizos, y nosotros sin cerca ni defensa ni seguro;
ellos cercados de montes, cielos, estrellas, planetast, et Dominus in
circuitu populi sui, que el Señor cerca al justo y lo defiende, de suerte que,
si por él no falta, no faltará por Dios para siempre jamás; y por esa parte
tienen [164v] el seguro que tienen los que tienen el cielo y los que dél gozan.
6. Si
este seguro, este bien y esta gloria tiene el alma que en sí tiene a Dios, bien
digo que nadie querrá dejarlo ni apartarse de él si tiene juiciou y no
es loco; y si, a necesidad, acudiendo a las cosas exteriores algún ratillo se
divirtiere, el corazón dejará donde tiene tal thesoro, procurando enderezar
todas sus acciones a ese blanco, habiéndose como los que entraban en el
labirinto de Creta, que tiniendo tantas calles, entradas y salidas y todo él
siendo una confusión, a la
- 723 -
entrada fijaban un clavo y de él asían un cordel y
hilo, y atado al dedo jamás lo perdían, porque ése era el camino, senda y calle
por donde se habían de volver al primer puesto; y si éste perdían, no sabían
tornar, antes perecían dentro siendo sustento y mantenimiento de una bestia que
decían estaba dentro, a quien llamaban minotauro. Y aún hoy se usa en Roma, y
yo lo he hecho, entrando a las cuevas donde vivían los sanctos y hoy están
sepultados, que llaman grutas o cementerios6, que por estar tan
obscuros y tener tantas calles o bocas, es necesario llevar una cuerda, como
digo, para acertar a salirv cuando quieran tornar. Digo, pues, que el
alma sancta que jamás quiere perder este recogimiento, en las veces que se le
ofrezca salir acá fuera a este mal mundo, que fuerza le será muchas veces
tratar con las criaturas de la tierra, debew asirx una cuerda o
hilo de su espíritu al de Dios, que es el clavo fijo y por quien decimos jamás
faltará; y este hilo ha de ser la presencia que siempre debe traer dey
este gran Dios, esta mira y continuo respecto que debe haber de su alma al
Spíritu divino, de suerte que por mucho que le parezca que se aparta jamás la
ha de dejar ni quebrar el hilo de sus devociones, lección, oración y
contemplación, la cual [165r] la hallará en cualquier cosa que tratare si todas
sus obras las dirige y endereza a Dios. Porque, si esta presencia y oración
pierde, tarde, mal o nunca acertará a tornarse a su primer retrete y recogimiento,
porque ni hay grutas, cuevas o sepulcros de muertos, ni labirintos que tengan
tantas entradas y salidas como tiene este mal mundo donde cada día vemos
perecer tantas almas y personas perfectas que en él entraron dejando su
recogimiento primero y perdiendoz la oración y presencia de Dios que,
decimos, había de servir de hilo, y como gente que perdió el hilo que llevaba
de sus devociones, penitencias y mortificaciones, vinieron a dar en la boca y
dientes de la gran bestia que en este mundo vive, donde perecieron para siempre
jamás.
|