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CAPITULO 50
- En que se pondera el peligro que tiene el alma de perder su recogimiento
cuando trata con las criaturas
1. ¡Oh
Señor mío y bien mío!a Dame tú, Señor, una gracia grande, muy eficaz y
poderosa, para que siempre acierte a nuestra primera majada y retrete. No tenga
yo, Señor, necesidad de andar perdido entre las criaturas buscando y
preguntando por quien mi alma ama y quiere; que aunque es verdad todas te
conocen y alaban, muy roncas son sus voces y yo muy ignorante. Podrá ser que no nos
entendamos y, cuando
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yo atienda y
entienda lo que me dicen, saben poco y pocas son las señas que de ti, Dios mío,
me pueden dar, siendo tú un Dios infinito y yo tan ciego e ignorante; que no es
bien me arroje a creer todo lo que me dice quien poco de ti sabe; que podría
ser, o por el poco saber de las criaturas o por mi poco entender, ser alguna
vez engañado y yo ser obligado a no creer (como Cristo dice) a todos los que
dicen: aquí está Cristo1.
2. No
sea yo, Señor, más ignoranteb que los que caminan por la mar, que sin
tener camino señalado, y tan dificultoso el viaje, como dice Salamón cuando ése
cuenta entre las cuatro cosas más dificultosas de la tierra2, y con
todo eso, aciertan los navegantes y marineros adónde van a cabo de muchos días
que en ella andan engolfadosc. Tu misericordia no los deja desamparados
ni que anden [165v] errados o perdidos, sino que, no tiniendo tierra que los
guíe y enseñe el fin que desean, les dasd en el cielo un norte y
estrella fija por quien se rijan y gobiernen; y si de día con la claridad del
sol se tapa y encubre ese norte, otro tiene inpreso en la tierra con esa
firmeza y propiedad, que es la aguja tocada con la piedra imán, la cual
siempre, como hija del norte, le está mirando sin perderle de vistae;
cuando los ojos más claros de los marineros lo pierden, ella lo vef.
¡Oh, válame Dios, mill veces Señor
mío! No hay menores peligros en este mundo sino muchos mayores y mayores
dificultades para ir un alma a buscarte a ti, Señor, fin deseado, dentro de
nosotros propios, en nuestro secreto recogimiento. No son menores las pérdidas
del que aquí se perdiese y no acertase, sino mayoresg. El que en la mar
se pierde, el cuerpo en él se ahoga, pero el que en el mundo queda perdido, el
alma queda ahogada. No será bien, Señor, que yo viva a ciegas, en obscuridad
y tinieblas. Bien será que yo tenga otra estrella que, cuando de mí saliere,
dentro de mí me torne y dónde vos estáis, Señor, aguardándome me enseñe. Qué estrella haya de ser ésta, sea esta
gracia grande y eficaz que he dicho, sea una luz interior fija y permaneciente,
sea lo que tú quisieres. Y si alguna vez, Señor, mis ojos se encandilaren con
las cosas de la tierra para que no vea ni conozca este summo bien, toca tú,
Señor mío, con tu gracia este mi corazón, que sirva de aguja que me enderece y
encamine donde está el bien que busco y deseo.
3. ¿Es posible, Señor, que habíe yo de ser
menos que los más viles animalillos de la tierra? Vemos que el corderillo
apenas ha nacido cuandoh entre millares de ovejas conoce quién lo
pariói y, después de haber [166r] hecho sus fiestas y regocijos en los
prados verdes, cuando quiere corre a su madre, acierta con ella y se cuelga de
sus pechosj y
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toma su leche y sustento. Pues ¿cómo, Señor, habíe de ser
el hombre más ignorante, el cual, apartado por las acciones y obras exteriores
de tu divina presencia, no habíe de acertar a su primer puesto, a su
madrek propia, a los pechos antiguos donde por contemplación gozaba de
la leche y sustento del que gozan los ángeles?
Pudo ser
que este don y gracia que Dios da a estas almas devotas, cuya presencia no
pierden para acertar a este divino puesto, la comparase el Spíritu Sancto [a]
aquellos cabritillos de quien dice en los Cantares, en el capítulo 4º, que los
pechos de su esposa son como dos cabritillos cuando pacen entre los lirios,
rosas y flores. ¿Cuáles son estos pechosm de la esposa sino sus afectos
y amores? Los cuales, dice, son como los cabritillos cuando pacen en los prados
verdes, que, no obstante que ahí están apartados de sus madres, cuando les viene
la gana corren a ellas y, entre las demás, conocen las propias sin errar y
toman el sustento que han menester. Pues de esta manera son los amores de mi
sposa, sus afectos y deseos, sus propiedades y inclinaciones, que si alguna vez
se aparta del pecho de su madre la Iglesia, que es Cristo, dejando la
contemplaciónn para se apacentar entre los lirios, que son en las obras
exteriores de charidad y de bien del prócximo, cuando le parece tornarse se
vuelve y acierta a su antiguo pecho sin errar, entre todas las criaturas cuál
es su criador, señor y Dios eterno conoce.
4. La
razón, Señor, pide que esto lo hagáis con larga mano, porque yo asómbrome
cuando veo un ratoncillo acertar a su agujero, un lagarto a su
agujeroo, una sabandija a la quebradura de la paredp, una
abejuela al corchoq y un pequeño pajarillo que puso su nido r
entre matas y ramas, que el hombre más prudente de mill veces que a él lo
lleven acertaría [166v] una si fuese solo. Pues ¿por qué habíe de ser de menos
estima el hombre para cosa de tanta importancia como es recogerse el hombre
dentro de sí propio, tornarse a la posada cuando de ella sale, donde está Dios
por güésped y señor de ella? Es certíssimo está Dios muy aparejado para dar
ciertas señas y prendas con que el hombre acierte este camino que tan
dificultoso le parece. Y si el hombre no acierta, no tiene Dios la culpa, sino
el mismo hombre, que metido en este mundo, perdió el gobernalle del navío,
perdió esta celestial y divina gracia, cortó el hilo y rompió la cuerda que le
habíe de servir de nivel, que era la ley de Dios y sus celestiales consejos,
que son los que nos enseñan a negar las cosas y tornar a nosotros
propioss.
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