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CAPITULO 54
- Que Dios quiere a un alma en la soledad para de veras comunicársele, y cómo
esta soledad se alcanza sólo en el recogimiento interior
1. Siempre
vamos en estos capítulos probando este intento: que Dios ama y quiere a un alma
en la soledad para de veras communicársele, porque ése es el lugar dondeb
obra Dios con ella sus extraordinarias maravillas. Como hizo con los hebreos
con quien, aunque es verdad que en Egipto hizo hartos y harto prodigiosos en
ellos y por ellos, pero los másc de los milagros eran asombradizos,
para ellos costosos y de rigor para los egipcios, que aunque es verdad que no
les empecieron a los justos, mas no les podían dejar de atemorizar aquellos
rigores, asombros y castigos que con los egipcios obraba Dios. Job pregunta
dónde se esconderá mientras pasa el furor de Dios al tiempo que tome venganza
de los peccadores1. Y si David dice que el justo se holgará cuando
viere a Dios castigar2, holgura es que estando en los más justos, dice
el evangelio que en aquella ocasión se estremecerán las columnas del
cielo3. Y así no les podía dejar de causar algún asombro a los
egipcios ver a Moisés enojado arrojar su vara en el suelo y que se
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hiciese serpiente, ver hechas las aguas de los ríos
sangre y llover pedrisco y granizo que acababa con todos los sembrados y
campos, y las demás señales que allí se vieron4. Pero donde con ellos se mostró Dios
afable, manso, benigno, sufridod, era en el desierto y en la soledad.
Allí parece que se iba Dios holgando
con ellos lloviendo maná, codornices y dándoles lo que gustaban y querían. Como
acá decimos ¿qué quierese, boca?, no reparaba en dificultades, de
suerte que lo que no se alcanzaba vía ordinaria, allí iba Moisés con la vara de
justicia haciendo calle, aunque fuese en medio del mar Bermejo, dando
coscorrones a los guijarros para que les sirviesen a su costa en el pasaje que
llevaban y les hacía dar agua. Y cuando esto no bastara, allí iba Dios para las
mayores dificultades [172v] aguardando preguntas y dando respuestas, que parece
el lugar de la soledad convidaba a todo5.
2. Y
así digo que lof ordinario que en estos capítulos probamos es esto,
cómo Dios a solas gustag de un alma donde el lugar le convida haga con
ella lo que con este pueblo: tratarla amigablemente al descubierto enllenándole
sus deseos aunque sea a costa de las nubes que lluevan maná y manjar que no
acostumbran, y a costa de rigores y castigos de piedras a quien hace Su
Majestad sirvan al alma sancta y le den agua de consuelo y de recreo. Aquí es
donde Dios da a un justo un poder que le sirve de vara de justicia, pues me
parece que no la hay que con tanta fuerza saque prenda como el justo saca y
alcanza de Dios y de los hombres lo que ha menester; y si esa vara y poder no
basta, allí está el de Dios, pues en él y con él, como dice san Pablo, todo lo
pueden6.
3. Lo
segundo que aquí vamos tratando en estos capítulos es que esta soledad, que es
tan necesario para alcanzar lo dicho, no se alcanza de veras y como conviene si
no es en un recogimiento interior que dentro de sí el alma tiene. Y lo alcanza
si de veras lo busca, porque, como es retrete escondido, es necesario luz y
trabajo para hallarlo, luz del cielo y trabajo nuestro, porque es yerro,
imaginación y encanto que yo tengo de ir a las Indias, tierra tan apartada,
estándome sentado en mi casa. Mayor encanto es pensar que, estándome yo sentado
entre las criaturas de la tierra y cosas exteriores, me tengo de hallar de
milagro allá dentro recogido, estando más distante de mí cuando estoy fuera de
mí mi interior que las Indias de España. Es necesario levantarme y apartarme de
lo exterior para dar conmigo en el interior, donde decimos que solamente de
veras se alcanza la soledad necesaria y la que se busca en la ocasión presente.
4. Diránme:
Hermano, estas cosas exteriores de suyo, como muchas veces hemos dicho, son
nada para enllenar [173r] la capacidad del alma, la cual sólo Dios la puede
enllenar y satisfacer; luego tan sola se queda con ellas y entre ellas, si son
nada, como si estuviese sin ellas.
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Aun acá vemos que si una señora está en su casa sin
ninguna visita, si le preguntamos qué hace, dirá que está sola aunque estén
allí sus criadas, porque ésas son nada para su señora; sólo el marido es el que
le hace compañía o la gente de fuera de casa. Pues parece que de esa propia
suerte habíemos de considerar a un justo aunque esté en presencia de todas
estas cosas exteriores, las cuales las crió Dios para que fuesen nuestros
criados, sirviesen al hombre y fuesen, como dicen, limpiazapatos o alhombra de
pies. Omnia subiecisti sub pedibus eius7; todas las cosas las puso Dios
debajo de los pies del hombre, como siervos y criados que se hincan de rodillas
para calzar a su amo. Según esto, sola habíemos de considerar a un alma aunque
estuviera en presencia de todas las criaturas, considerando que sólo Dios, que
es el dueño y el amo de casa, es quien la enllena y ocupa. Y si esto es así,
para adquirir esta soledad que vamos diciendo no inporta estar más dentro de sí
que fuera y acompañado de estas criaturas.
Respondo
(dándome Dios su gracia) que, aunque es verdad que todas las criaturas no
pueden enllenar ni ocupar a un alma, que sólo Dios, como decimos, es el que la
enllena y hace celestial y divina compañía, y es así que todas estas cosas son
de poca consideración y que en su presencia está un alma sola, pero digo que,
aunque estas cosas exteriores no valen para la enllenar y acompañar, valen
mucho para la estorbar y ocupar de suerte que, estándose y quedándose sola
entre ellas, esté estorbada y detenida para sus fines principales. Lo cual se entenderá por este exemplo.
Hízose un arca o cajón para scritorio, para tener dineros y joyas en ellos.
[173v] No echándoles estas cosas para que se hicieron, sino enllenándolos de
trastos y trapos viejos, preguntamos qué tiene aquel arca o escritorio.
Decimos: nada. Y junto con no tener nada por no tener aquello para que se
hicieron, están ocupados de suerte que, para echar las joyas y dineros que se
pretendía, es necesario desembarazarlos, limpiarlos y echar fuera aquella nada,
la cual, si era nada en comparación de lo que se había de echar en ellos, era
mucho para estorbar la tal arca y cajón para que no se pudiese echar otra cosa
en ellos. De la propia suerte el alma se hizo para Dios; y el día que no tiene
a Dios, aunque esté llena de cuantas presencias hay de las criaturas, decimos
que está sola y vacía y que no tiene nada, pero está estorbada y detenida de
suerte que, mientras no se desembaraza de todas las cosas de la tierra, no
tendrá como debe a Dios para quien se crió y redimió.
5. La
causa por qué decimos que esta alma, para de veras estar sola, ha de estar de
veras recogida y dentro de sí, es porque todas estas criaturas son como los
pretendientes, particularmente en la curia romana, que, de quien saben que han
de tener algún favor o dignidad, se están a la puerta de la tal persona o
cardenal todo el año, aguardándolo para lo cortejar y acompañar cuando salga
fuera de casa, de suerte que, saliendo sola la tal persona de su aposento
cuando va fuera de
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casa, ya
lleva cien personas tras sí. Lo propio le sucede al hombre, con quien todas las
criaturas de la tierra son pretendientes de un asiento en nuestra alma [174r] o
de otro favor alguno, tiniendo por gran dignidad que el hombre se quiera servir
de ellas; y como pretensores, aguardan al hombre a la puerta de su casa para
cuando salga de su recogimiento acompañarlo, de suerte que, saliendo un hombre
solo de allá dentro de su propia alma, apenas ha salido acá fuera cuando ya va
acompañado de mill negocios y cuidados, de suerte que no podremos decir está un
instante solo acá fuerah.
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