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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • ALGUNAS PENAS DEL JUSTO EN EL CAMINO DE LA PERFECCION
      • CAPITULO 6 - Cómo alejándose los justos de sí propios y acercándose a Dios, menos se conocen y entienden, y desean en tal ocasión un padre de spíritu que sepa y les enseñe. Y de una pena en particular que tienen cuando sienten algún desamparo de Dios, y de su remedio
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CAPITULO 6 - Cómo alejándose los justos de sí propios y acercándose a Dios, menos se conocen y entienden, y desean en tal ocasión un padre de spíritu que sepa y les enseñe. Y de una pena en particular que tienen cuando sienten algún desamparo de Dios, y de su remedio

 

            1.         El modo que tiene Dios de tratar con las almas, siendo cada una de por sí diferente, acommodándose Dios según el natural, inclinación y diferencia que cada una en sí tiene, es fuerza que los modos y tratos [24v] sean diferentes, no agotando la inmensa sabiduría de Dios la inmensidad en número de almas que hay, que cada una de por sí pide diferente enseñanza y modo para tratarla Dios y communicársele. Pero siendo nuestro saber tan corto y limitado, cada día queda de nuevo asombrado y, dando quince de corto, se halla atajado, advirtiendo las nuevas dificultades quea en estos caminos y lugares secretos donde un alma trata con Dios se le ofrecen.


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            2.         Yo confieso que, tratando con muchas personas que leen libros y atienden a estas doctrinas ordinarias que enseñan estas cartillas y abecésb que scribenc los padres spirituales, que he experimentado coincidend muchas destas personas en unas propias dificultades, ponen unas propias cuestiones y, quizá, con unas propias respuestas muchas podrán quedar satisfechas. La razón es porque, usando todas de unos propios medios aprendidos, procuran engendrar y producir un propio spíritu en los principios y medios no obstante que, entrando allá dentro, le quite Dios esos modos y lo ponga y acommode a lo que él fuere servido.

 

            3.         Llano es que si en dos hazas sembramos una propia semilla y trigoe, una propiaf cosecha se hará y un propio trigo se cogerá; y siendo un trigo, de una manera se siembra y se coge. Pero si entrásemos en prados diferentes, es cierto hallaríamos millares de diferencias de floresg, hierbas y matas, cada una de diferente propiedadh, chalidad y hermosura, y que cada una pedía sciencia de por sí para aprovecharnos de ella, porque una da su virtud en agua, otra majada, otra en la flor y otra en la simiente, una seca, y otra verde.

 

            Pues digo que yo hallo dos diferencias de almas: unas que eni sus principios y medios son, como decimos, dej un trigo que se siembrak en diferentes hazas, que de una manera da el fructo y con una sciencia se dispone. Otras almas hay que, no sujetas a esos medios ni principios, o que ya pasaron de ellos, se perdieron en Dios de suerte que, sin sembrar en sí al modo que leyeron en el librillo, ni labrando como las aconsejaron, se hallaron hechas unos prados y campos de diferentes gracias y virtudes que ellas propias no saben qué hierbas son, en qué tienen su virtud y propiedad; de suerte que, abobadas ellas propias, desean un divino herbolario que las enseñe y diga cómo se han de ver en ellas, cómo las han de coger el fructo y dejarlas crecer. Estas tales almas hallamos por experiencia que hacen preguntas de repente que al más estirado theólogo le tendrán confuso. [25r] No menos que anoche, un hermanito que se trata de oración y con muchas veras con Dios, habiéndome propuesto una duda en que él tenía dificultad -y yo mayor, porque si no conoce una flor y hierba el que la corta de su pie, mal la conocerá quien, sin olerla, de fuera la ve sacada y desasida de su principio-; pues digo que este hermano me decía: Hermano, al principio, cuando enpecé a tratar con Dios, todo me era fácil, me parece todo lo entendía, porque Dios se acommodaba a mi natural y a mi flaqueza; pero ahora que veo que me deshace y no quiere que las cosas corran a mi modo, sino al suyo, y que yo me acommode a lo que él quisiere, sucédenme cosas que no las entiendo, que me estoy abobado y como encantado viendo las mercedes que Dios hace a un alma, sin entenderlas yo ni conocerlas; y aun muchas veces descuidado, me parece que se derraman sobre mí ungüentos y licores que yo me


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confundo. No lo que es, ni lo que Dios hace y quiere de mí con aquellos medios. (Bien lo debe de saber, sino que, como es querer tan subido el que Dios quiere de un alma en aquella ocasión, parece que no sabe y que quisiera saber más, para más y mejor querer y hacer lo que Dios pretendía).

 

            Lo que esta persona dice: que en los principios se entendía, porque Dios se acommodaba a su modo, es certíssimo. Que nos saca Dios de nosotros propios y lleva a sí, ayudándonosl con particular gracia por nuestros propios pies y pasos, como si dijéramos, con nuestras propias inclinaciones, trocándoles los fines, si eran malos, en buenos y, si buenos, en mejores. Y como el alma entonces pone en aquel trato cosas que ella conoce, conoce el modo con que Dios trata con ella. Y como son dificultades ofrecidas en cosas que ella palpa y en ejercicios conocidos, no le son dificultosos. Pero, después de haber salido de sí, y habiéndose alejado de su tierra, no quiere Dios caminar a paso tan corto. Enbarcándola en navío o puniéndola sobre alas de vientos que ella no sabe ni conoce, fuerza es viva asombrada y que cada día se le ofrezcan nuevas dificultades, en las cuales me parece yo me habría viendo, oyendo y callando y obedeciendo a Dios, que por aquel camino que yo [no] me lleva. Porque si yo no he navegado en mi vida y me metieran en un navío que tiene patrones y marineros, ¿de qué me sirve a mí poner dificultades de los vientos contrarios, de la mar alta, de la calma o borrasca? [25v] Cuando yo camino por mis pies y a solas, norabuena preguntar y dificultar; pero cuando me llevan a más de mi paso y veo claro que otro rige el navío, callar y obedecer, que en tal caso las preguntas me parece serían curiosidades inpertinentes.

 

            4.         He visto que los labradores, en las hazas que están orilla de los caminos y puestas en daño, que siembran en sus orillas unas semillas de menos consideración, como es cebada, centeno, scaña, cosas que quien quiera las conoce. Y aun lo propio hacen los hortelanos y jardineros, dejando las ricas semillasm, flores y hierbas preciosas para lo más escondido y retirado. Los principiantes estánse como orilla el camino, por donde aún se pasan los propios pensamientos que denantes, cuidados e imaginaciones. Y así siembra Dios en ellos unas gracias y dones conocidos que consigo trainn facilidad. Pero allá en lo retirado y apartado, donde Dios sienbra lo precioso, de valor y de estima, allí es donde yo digo ver, callar y obedecer, porque me parece como imposible poder satisfacer a las dudas y preguntas que un alma que ahí llega hace, porque ahí ya un alma se acommoda a los modos que Dios quiere y es servido. Y como esta sabiduría de Dios es infinita e inmensa, no yo quién irá tras ella que no se quede corto y vencido y bien necesitado de que Dios le luz para entender y haberse en tantas dudas y dificultades como cada día se le ofrecen.

 

            5.         Puesto caso que en este tratado he profesado descubriro algunas de las dificultades y mortificaciones que a un alma que camina para


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Dios se le ofrecen, no será bien dejemos en este capítulo de decir alguna. Y la que ahora se me ofrece no es de las mayores ni de las más dificultosas, no obstante que la mayor o menor dificultad de la cosa no siempre proviene de la que en sí tiene encerrada, sino de lo que Dios quiere padezca yo en tal caso con lo que Su Majestad es servido. Que ya vemos y sabemos venció Dios poderosos ejércitos con ruido de cántaros quebrados y con un menear las hojas de los árbores. Y entonces no estuvo la dificultad y el vencimiento en las hojas y cántaros en cuanto en sí eran, pues eran, las unas, hojas que el aire las menea, y los otros, cántaros que una piedra [26r] los quiebra, sino en que Dios puso la fuerza de su querer en cosa tan flaca en aquella ocasión1. De esa misma suerte se le ofrecen a algunas almas ocasiones de que otras se ríen y ellas lloran y se afligen como si ya el mundo fuera acabado y no hubiera Dios para ellas. Y es el caso que Dios hizo la fuerza en aquello que de suyo pareció fácil, aunque fuesen hojas de árbores y cascos de cántaros.

 

            La mortificación es ésta: suelen muchas veces almas que ya llegaron a algún grado de unión, enbebidas y ocupadas en ese bien, ir su poco a poco olvidando las mortificaciones, penitencias y devociones que antes hacían, porque como ésas eran medios, mientras más se acercaron al fin, más se alejaban y desasían de los medios. Estas tales almas, el tiempo que gozan de ese bien y así son elevadas y entretenidas, nada les da cuidado ni pena, no se acuerdan de cosa alguna, ni aun, como dicen, de rezar un rosario; antes, por no divertirse, algunas veces parece andan huyendo de las cosas que antes amaban. Pero cesando esa suspensión en cuanto al gozo y entretenimiento -y adviertan que digo cuanto al gozo, porque, en realidad de verdad, cuanto a ser o asimiento que esta alma tiene con Dios, siempre se le queda, pero tan abscondido que en muchos ratos ella no lo conoce, antes piensa lo contrario cuando ve que le falta el jugo, devoción o gozo que antes tenía-, ahora pues, viéndose esta alma en esta ocasión sin sus antiguas penitencias y devociones, y por otra parte sin el gozo o sentimiento que otras veces tenía y que la entretenía, aflígese demasiado, piensa que todo está ya perdido y que la causa ha sido el haberse descuidado de sus antiguas devociones; procura volverse a ellas y dejar totalmente el recogimiento interior, oración y continua presencia de Dios que antes tenía, hácese fuerza, desaficiónase de lo que tanto valía y en lo que tanto interesaba, procura poner su gusto, afición y enbebecimiento otra vez en los medios antiguos y apartarse del puesto donde, con paciencia y sufrimiento, debía aguardar a Dios, que muda los tiempos y trueca las ocasiones.

 

            6.         [26v] Aunque acerca desto en otras ocasiones tengo scrito lo que se debe hacer2, pero con todo eso, aunque de paso, pues este notable lo pide, digo que quien de veras ama a Dios y se procuró unir con Su Majestad, aunque es verdad que llegándose al fin se alejan de los medios, pero como quiera que los fines que en este mundo alcanzamos


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no son tan subidos que no confinen y estén como asidos y trabados con estos medios, y aun se han como las casillas del panar donde está encerrada la miel, jamás del todo se deben dejar, salvo si la fuerza del amor de Dios espiritualizó tanto a un alma que le hizo olvidar todo eso. Que en tal caso, si algún rato la dejare Dios padecer algunas sequedades y desamparos, debe tener paciencia, como decimos, y aguardar a Dios en el mismo lugar, desembarazada de todo cuidado. No debe distraerse ni hacer fuerza para divertirse de la vida pasada. Bien es que se entretenga en algunas penitencias, pero no me parece seríe bien las tomase como último fin, puniendo en ellas particular gusto y afición, como quien se determina de jamás desasirse de ellas, como si en lo pasado hubiera recebido algún engaño.

 

            7.         No es dificultoso de entender en esta ocasión si el desamparo que un alma siente le ha venido por tibiezas, flojedades o pecados. Que en tal caso bien es tornar al principio y echar mano de los medios antiguos, donde primero halló el bien que por entonces echa menos, y que, como medios proporcionados, los ame y desee en ellos perseverancia, hasta que Dios torne con amor de padre a levantarnos al estado antiguo.

 

            Pero si el desamparo es de las mortificaciones ordinarias que Dios suele enviar a quien más ama, yo pienso que la mayor penitencia y más agradable que entonces puede hacer es sufrir y aguardar a Dios y llevar con paciencia aquel desamparo, que no es esto mala disciplina ni cilicio, pues es cierto en esta ocasión trocara esta alma esta pena que recibe en esta ocasión por todas cuantas penitencias hay en el mundo. Bien es que esta pena que siente la muestre y descubra a Dios con algunas penitenciasp y mortificaciones, que tanbién pudo ser diese Dios lugar en ese rato [27r] para que delq todo no se dejasen las obras penales de que siempre tiene necesidad la carne. La cual, aunque en las elevaciones que el alma padece parece que no da pena, no duerme ni está muerta del todo, y es menester volver sobre ella para que, sin pensar, su poco a poco, no cobre fuerzas y nos coja descuidados r. Y tanbién en esta ocasión estas penitencias nos tornan a dispertar a Dios y a meterlo otra vez por nuestras puertas, según las suspensiones pasadas. Bien ansí como hacen los colmeneros: que si se les fue alguna injambre y la ven volar por el aire, haciendo ruido en el suelo y dando palmadass, se baja y entra en el corcho vacío que le tiene aparejado. De esa misma suerte, si Dios se ha absentado de un alma, según la consideración dicha, humíllese, vacíeset y prepare sus potencias desembarazándolas de las cosas de la tierra, y luego haga ruido con las mortificaciones y penitencias; que ellas, como golpes a la puerta, trairán a Dios a que segunda vez nos abra y entre en su retrete y bodega, donde el alma, enbriagada con la posesión deste summo bien, torne a olvidar lo que es menos.


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            8.         Pero debe siempre esta alma ir con esta advertencia: que no se asga a estos medios con tanta afición y gusto como si otra cosa no hubiese mayor y como quien no piensa dejarlos, aunque más fuerza le hagan para cosas superioresu.

 

            El que con una piedra quiere matar un pájaro, soltar tiene la piedra para hacer su tiro y contentarse con haberle muerto con uno o dos golpes, según los que fueron necesarios; que si después de muerto estuviese machacando el propio pájaro, no valdríe nada la carne molida. Las penitencias buenas son hasta matar y sujetar la carne, pero no hemos de poner en ellas nuestro último fin y felicidad de suerte que, una vez rendido el cuerpo, no entendamos que hay otra perfección mayor que estar machacando el cuerpo con disciplinas y cilicios; que tantos tiros y pedradas le podemos dar y tirar, que no nos pueda servir para otra cosa. Tirada la piedra de la penitencia y acertada, y habiendo cogido y asido a Dios en la forma que Su Majestad mejor ordenare y dispusiere, se deben soltar esas penitencias y mortificaciones para dar lugar al alma que vuele y que camine con mayor ligereza a Dios. [27v] La grulla, cuando está parada, toma una piedra en la mano para que, si se durmiere, el golpe de la piedra que diere en el suelo la dispierte; pero, dispierta y volando, esa piedra antes la pudiera inpedir. Digo, pues, que cuando un alma se viere parada en el camino de la perfección, tome la piedra y asga la disciplina y con ella dispierte y vuele. De suerte que si para la contemplación le inpidieren esos cilicios y disciplinas, los suelte y deje, puniendo de veras y a solas su corazón en Cristo crucificado. El nos luz en todo para que siempre acertemos a hacer su voluntad.




a  sigue es tach.



b sigue enseña tach.



c  sobre lín.



d ms. cohincidum; sigue en tach.



e  sigue y tach.



f  sigue y tach.



g  sigue y tach.



h  sigue y tach.



i   sigue sus tach.



j corr. de del



k corr. de siempra



l   sigue p tach.



m sigue y tach.



n  ms. trai



o sigue las tach.



1 Cf. Jue 7,16-22.



2 Cf. IV, ff.72r y ss.



p ms. penitencia



q ms. de



r  ms. descuidado



s  corr. de palpemadas



t  corr. de pacíese



u  corr.






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