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CAPITULO 6 - Cómo alejándose los justos de sí propios y
acercándose a Dios, menos se conocen y entienden, y desean en tal ocasión un
padre de spíritu que sepa y les enseñe. Y de una pena en particular que tienen
cuando sienten algún desamparo de Dios, y de su remedio
1. El modo que tiene Dios de tratar con
las almas, siendo cada una de por sí diferente, acommodándose Dios según el
natural, inclinación y diferencia que cada una en sí tiene, es fuerza que los
modos y tratos [24v] sean diferentes, no agotando la inmensa sabiduría de Dios
la inmensidad en número de almas que hay, que cada una de por sí pide diferente
enseñanza y modo para tratarla Dios y communicársele. Pero siendo nuestro saber
tan corto y limitado, cada día queda de nuevo asombrado y, dando quince de
corto, se halla atajado, advirtiendo las nuevas dificultades quea en
estos caminos y lugares secretos donde un alma trata con Dios se le ofrecen.
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2. Yo confieso que, tratando con muchas
personas que leen libros y atienden a estas doctrinas ordinarias que enseñan
estas cartillas y abecésb que scribenc los padres spirituales,
que he experimentado coincidend muchas destas personas en unas propias
dificultades, ponen unas propias cuestiones y, quizá, con unas propias
respuestas muchas podrán quedar satisfechas. La razón es porque, usando todas
de unos propios medios aprendidos, procuran engendrar y producir un propio
spíritu en los principios y medios no obstante que, entrando allá dentro, le
quite Dios esos modos y lo ponga y acommode a lo que él fuere servido.
3. Llano
es que si en dos hazas sembramos una propia semilla y trigoe, una
propiaf cosecha se hará y un propio trigo se cogerá; y siendo un trigo,
de una manera se siembra y se coge. Pero si entrásemos en prados diferentes, es
cierto hallaríamos millares de diferencias de floresg, hierbas y matas,
cada una de diferente propiedadh, chalidad y hermosura, y que cada una
pedía sciencia de por sí para aprovecharnos de ella, porque una da su virtud en
agua, otra majada, otra en la flor y otra en la simiente, una seca, y otra
verde.
Pues digo que yo hallo dos
diferencias de almas: unas que eni sus principios y medios son, como
decimos, dej un trigo que se siembrak en diferentes hazas, que
de una manera da el fructo y con una sciencia se dispone. Otras almas hay que,
no sujetas a esos medios ni principios, o que ya pasaron de ellos, se perdieron
en Dios de suerte que, sin sembrar en sí al modo que leyeron en el librillo, ni
labrando como las aconsejaron, se hallaron hechas unos prados y campos de
diferentes gracias y virtudes que ellas propias no saben qué hierbas son, en
qué tienen su virtud y propiedad; de suerte que, abobadas ellas propias, desean
un divino herbolario que las enseñe y diga cómo se han de ver en ellas, cómo
las han de coger el fructo y dejarlas crecer. Estas tales almas hallamos por
experiencia que hacen preguntas de repente que al más estirado theólogo le
tendrán confuso. [25r] No menos que anoche, un hermanito que se trata de
oración y con muchas veras con Dios, habiéndome propuesto una duda en que él
tenía dificultad -y yo mayor, porque si no conoce una flor y hierba el que la
corta de su pie, mal la conocerá quien, sin olerla, de fuera la ve sacada y
desasida de su principio-; pues digo que este hermano me decía: Hermano, al
principio, cuando enpecé a tratar con Dios, todo me era fácil, me parece todo
lo entendía, porque Dios se acommodaba a mi natural y a mi flaqueza; pero ahora
que veo que me deshace y no quiere que las cosas corran a mi modo, sino al
suyo, y que yo me acommode a lo que él quisiere, sucédenme cosas que no las
entiendo, que me estoy abobado y como encantado viendo las mercedes que Dios
hace a un alma, sin entenderlas yo ni conocerlas; y aun muchas veces
descuidado, me parece que se derraman sobre mí ungüentos y licores que yo me
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confundo. No sé lo que es, ni lo que Dios hace y quiere de mí con
aquellos medios. (Bien lo debe de saber, sino que, como es querer tan subido el
que Dios quiere de un alma en aquella ocasión, parece que no sabe y que
quisiera saber más, para más y mejor querer y hacer lo que Dios pretendía).
Lo que
esta persona dice: que en los principios se entendía, porque Dios se acommodaba
a su modo, es certíssimo. Que nos saca Dios de nosotros propios y lleva a sí,
ayudándonosl con particular gracia por nuestros propios pies y pasos,
como si dijéramos, con nuestras propias inclinaciones, trocándoles los fines,
si eran malos, en buenos y, si buenos, en mejores. Y como el alma entonces pone en aquel
trato cosas que ella conoce, conoce el modo con que Dios trata con ella. Y como son
dificultades ofrecidas en cosas que ella palpa y en ejercicios conocidos, no le
son dificultosos. Pero,
después de haber salido de sí, y habiéndose alejado de su tierra, no quiere
Dios caminar a paso tan corto. Enbarcándola en navío o puniéndola sobre alas de
vientos que ella no sabe ni conoce, fuerza es viva asombrada y que cada día se
le ofrezcan nuevas dificultades, en las cuales me parece yo me habría viendo,
oyendo y callando y obedeciendo a Dios, que por aquel camino que yo [no] sé me
lleva. Porque si yo no he navegado en mi vida y me metieran en un navío que
tiene patrones y marineros, ¿de qué me sirve a mí poner dificultades de los
vientos contrarios, de la mar alta, de la calma o borrasca? [25v] Cuando yo
camino por mis pies y a solas, norabuena preguntar y dificultar; pero cuando me
llevan a más de mi paso y veo claro que otro rige el navío, callar y obedecer,
que en tal caso las preguntas me parece serían curiosidades inpertinentes.
4. He visto que los labradores, en las
hazas que están orilla de los caminos y puestas en daño, que siembran en sus
orillas unas semillas de menos consideración, como es cebada, centeno, scaña,
cosas que quien quiera las conoce. Y aun lo propio hacen los hortelanos y
jardineros, dejando las ricas semillasm, flores y hierbas preciosas
para lo más escondido y retirado. Los principiantes estánse como orilla el
camino, por donde aún se pasan los propios pensamientos que denantes, cuidados
e imaginaciones. Y así siembra Dios en ellos unas gracias y dones conocidos que
consigo trainn facilidad. Pero allá en lo retirado y apartado, donde
Dios sienbra lo precioso, de valor y de estima, allí es donde yo digo ver,
callar y obedecer, porque me parece como imposible poder satisfacer a las dudas
y preguntas que un alma que ahí llega hace, porque ahí ya un alma se acommoda a
los modos que Dios quiere y es servido. Y como esta sabiduría de Dios es
infinita e inmensa, no sé yo quién irá tras ella que no se quede corto y
vencido y bien necesitado de que Dios le dé luz para entender y haberse en
tantas dudas y dificultades como cada día se le ofrecen.
5. Puesto caso que en este tratado he profesado
descubriro algunas de las dificultades y mortificaciones que a un alma
que camina para
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Dios se le ofrecen, no será bien dejemos en este capítulo
de decir alguna. Y la que ahora se me ofrece no es de las mayores ni de las más
dificultosas, no obstante que la mayor o menor dificultad de la cosa no siempre
proviene de la que en sí tiene encerrada, sino de lo que Dios quiere padezca yo
en tal caso con lo que Su Majestad es servido. Que ya vemos y sabemos venció
Dios poderosos ejércitos con ruido de cántaros quebrados y con un menear las
hojas de los árbores. Y entonces no estuvo la dificultad y el vencimiento en
las hojas y cántaros en cuanto en sí eran, pues eran, las unas, hojas que el
aire las menea, y los otros, cántaros que una piedra [26r] los quiebra, sino en
que Dios puso la fuerza de su querer en cosa tan flaca en aquella
ocasión1. De esa misma suerte se le ofrecen a algunas almas ocasiones
de que otras se ríen y ellas lloran y se afligen como si ya el mundo fuera acabado
y no hubiera Dios para ellas. Y es el caso que Dios hizo la fuerza en aquello
que de suyo pareció fácil, aunque fuesen hojas de árbores y cascos de cántaros.
La
mortificación es ésta: suelen muchas veces almas que ya llegaron a algún grado
de unión, enbebidas y ocupadas en ese bien, ir su poco a poco olvidando las
mortificaciones, penitencias y devociones que antes hacían, porque como ésas
eran medios, mientras más se acercaron al fin, más se alejaban y desasían de
los medios. Estas tales almas, el tiempo que gozan de ese bien y así son
elevadas y entretenidas, nada les da cuidado ni pena, no se acuerdan de cosa
alguna, ni aun, como dicen, de rezar un rosario; antes, por no divertirse,
algunas veces parece andan huyendo de las cosas que antes amaban. Pero cesando
esa suspensión en cuanto al gozo y entretenimiento -y adviertan que digo cuanto
al gozo, porque, en realidad de verdad, cuanto a ser o asimiento que esta alma
tiene con Dios, siempre se le queda, pero tan abscondido que en muchos ratos
ella no lo conoce, antes piensa lo contrario cuando ve que le falta el jugo,
devoción o gozo que antes tenía-, ahora pues, viéndose esta alma en esta
ocasión sin sus antiguas penitencias y devociones, y por otra parte sin el gozo
o sentimiento que otras veces tenía y que la entretenía, aflígese demasiado,
piensa que todo está ya perdido y que la causa ha sido el haberse descuidado de
sus antiguas devociones; procura volverse a ellas y dejar totalmente el
recogimiento interior, oración y continua presencia de Dios que antes tenía,
hácese fuerza, desaficiónase de lo que tanto valía y en lo que tanto
interesaba, procura poner su gusto, afición y enbebecimiento otra vez en los
medios antiguos y apartarse del puesto donde, con paciencia y sufrimiento,
debía aguardar a Dios, que muda los tiempos y trueca las ocasiones.
6. [26v] Aunque acerca desto en otras
ocasiones tengo scrito lo que se debe hacer2, pero con todo eso, aunque
de paso, pues este notable lo pide, digo que quien de veras ama a Dios y se
procuró unir con Su Majestad, aunque es verdad que llegándose al fin se alejan
de los medios, pero como quiera que los fines que en este mundo alcanzamos
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no son tan
subidos que no confinen y estén como asidos y trabados con estos medios, y aun
se han como las casillas del panar donde está encerrada la miel, jamás del todo
se deben dejar, salvo si la fuerza del amor de Dios espiritualizó tanto a un
alma que le hizo olvidar todo eso. Que en tal caso, si algún rato la dejare
Dios padecer algunas sequedades y desamparos, debe tener paciencia, como
decimos, y aguardar a Dios en el mismo lugar, desembarazada de todo cuidado. No
debe distraerse ni hacer fuerza para divertirse de la vida pasada. Bien es que
se entretenga en algunas penitencias, pero no me parece seríe bien las tomase
como último fin, puniendo en ellas particular gusto y afición, como quien se
determina de jamás desasirse de ellas, como si en lo pasado hubiera recebido
algún engaño.
7. No
es dificultoso de entender en esta ocasión si el desamparo que un alma siente
le ha venido por tibiezas, flojedades o pecados. Que en tal caso bien es tornar
al principio y echar mano de los medios antiguos, donde primero halló el bien
que por entonces echa menos, y que, como medios proporcionados, los ame y desee
en ellos perseverancia, hasta que Dios torne con amor de padre a levantarnos al
estado antiguo.
Pero si el desamparo es de las
mortificaciones ordinarias que Dios suele enviar a quien más ama, yo pienso que
la mayor penitencia y más agradable que entonces puede hacer es sufrir y
aguardar a Dios y llevar con paciencia aquel desamparo, que no es esto mala
disciplina ni cilicio, pues es cierto en esta ocasión trocara esta alma esta
pena que recibe en esta ocasión por todas cuantas penitencias hay en el mundo.
Bien es que esta pena que siente la muestre y descubra a Dios con algunas
penitenciasp y mortificaciones, que tanbién pudo ser diese Dios lugar
en ese rato [27r] para que delq todo no se dejasen las obras penales de
que siempre tiene necesidad la carne. La cual, aunque en las elevaciones que el
alma padece parece que no da pena, no duerme ni está muerta del todo, y es
menester volver sobre ella para que, sin pensar, su poco a poco, no cobre
fuerzas y nos coja descuidados r. Y tanbién en esta ocasión estas
penitencias nos tornan a dispertar a Dios y a meterlo otra vez por nuestras
puertas, según las suspensiones pasadas. Bien ansí como hacen los colmeneros:
que si se les fue alguna injambre y la ven volar por el aire, haciendo ruido en
el suelo y dando palmadass, se baja y entra en el corcho vacío que le
tiene aparejado. De esa misma suerte, si Dios se ha absentado de un alma, según
la consideración dicha, humíllese, vacíeset y prepare sus potencias
desembarazándolas de las cosas de la tierra, y luego haga ruido con las
mortificaciones y penitencias; que ellas, como golpes a la puerta, trairán a
Dios a que segunda vez nos abra y entre en su retrete y bodega, donde el alma,
enbriagada con la posesión deste summo bien, torne a olvidar lo que es menos.
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8. Pero
debe siempre esta alma ir con esta advertencia: que no se asga a estos medios
con tanta afición y gusto como si otra cosa no hubiese mayor y como quien no
piensa dejarlos, aunque más fuerza le hagan para cosas superioresu.
El que con una piedra quiere matar
un pájaro, soltar tiene la piedra para hacer su tiro y contentarse con haberle
muerto con uno o dos golpes, según los que fueron necesarios; que si después de
muerto estuviese machacando el propio pájaro, no valdríe nada la carne molida.
Las penitencias buenas son hasta matar y sujetar la carne, pero no hemos de
poner en ellas nuestro último fin y felicidad de suerte que, una vez rendido el
cuerpo, no entendamos que hay otra perfección mayor que estar machacando el
cuerpo con disciplinas y cilicios; que tantos tiros y pedradas le podemos dar y
tirar, que no nos pueda servir para otra cosa. Tirada la piedra de la
penitencia y acertada, y habiendo cogido y asido a Dios en la forma que Su Majestad
mejor ordenare y dispusiere, se deben soltar esas penitencias y mortificaciones
para dar lugar al alma que vuele y que camine con mayor ligereza a Dios. [27v]
La grulla, cuando está parada, toma una piedra en la mano para que, si se
durmiere, el golpe de la piedra que diere en el suelo la dispierte; pero,
dispierta y volando, esa piedra antes la pudiera inpedir. Digo, pues, que
cuando un alma se viere parada en el camino de la perfección, tome la piedra y
asga la disciplina y con ella dispierte y vuele. De suerte que si para la
contemplación le inpidieren esos cilicios y disciplinas, los suelte y deje,
puniendo de veras y a solas su corazón en Cristo crucificado. El nos dé luz en
todo para que siempre acertemos a hacer su voluntad.
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