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CAPITULO 8 - De otra mortificación y pena interior que
suele ofrecerse a un alma que anda absorta en Dios, y de su remedio
1. Parece
en este capítulo pasado hemos tratado de una mortificación que a un alma se le
ofrece, ocasionada de alguna perturbación o inquietud que tuvo de alguna cosa
justa o no advertida que de repente se le ofreció. Que aunque es verdad el
golpe fue exterior, laa pena y mortificación se sintió interiormente,
siendo en una parte el golpe y en otra (como dicen) la resultida.
No hace el justo cosa alguna,
pequeña o grande, sea pensada o no pensada, u ofrecida de repente, como la que
acabamos de decir, que antes o después no entre muy en el alma a tomar su
registro, a sacar su sello y marca y a pesarse conforme la razón lo pide. Pues
¿quién puede quitarle la pena a un alma temerosa de Dios cuando hizo alguna
cosa, según hemos dicho, no tan pesada y medida como debía y ella quisiera,
cuando, después de hecha, entra allá dentro y reconoce que es obra suya y que
ya no puede dejar de haberla hecho? Como dicen los artistas: que a lo pasado no
hay potencia1. Cuando se vea esta tal alma obligada a decir: Ego feci,
a marcarla con su sello y que se conozca por obra hecha por un alma muy
obligada de Dios, llena cada día de nuevos propósitos y pensamientos, y que si
en lo hecho estuvo larga, en lo interior hila tan delgado que se ahogará con un
garbanzo, porque su puerta y entrada es más angosta que el ojo de una
aguja2, pues, ¿quién le quitará la pena, [31r] viendo la obra pasada en
su consideración mayor que un camello?
2. Hemos dicho que esta pena Dios es el
que la quita y mitiga, buscando en la propia tribulación ocasión en que ahogar
esas faltillas
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y poco
recatob que quedó a esta alma. En este capítulo me parece será bien tratemos
de otra mortificación que se les suele ofrecer a estas tales personas. Y aquí
tengo avisado que por la mayor parte voy tratando de almas que andan absortas,
unidas, pegadas y ocupadas con Dios. Tengo también advertido que éste es un
estado donde cualquier cosita que desdiga de pena o aflija el interior no se
puede llamar pequeña, porque, en labor tan delicada y escritura tan sutil como
allí hace, cualquier punto errado o borrón caído es no de pequeña
consideración, sino de grande pena y mohína. Esto digo porque podría ser poner
aquí algunas penas interiores o mortificaciones que hombres de ancha vida y conciencia
dilatada no hiciesen caso de ellas. Y así, me parece, con esas tales personas
apenas me podría yo entender en estos escritos, pareciéndome sólo son liciones
para quien desto sabe y entiende.
3. La mortificación que ahora diré que se
ofrece a estas personas tanbién es exterior, no obstante que adentro cause su
pena y haga su ruido. Y es que, como estas tales almas de nada juzgan mal, todo
lo que oyen, particularmente si es contra ellas, lo creen, por sentir siempre
bajamente de sí. Los que con ellas tratan, particularmente si son satíricos y
maliciosos, propónenles mill parábolas y por mill rodeos las mortifican,
llamándolos soberbios, mentirosos, gente engañada, parlera, que train a Dios en
la lengua siendo por otra parte grandes peccadores, que si algúnc bien
tienen y poseen, por su soberbia y pecados lo perderán presto y se lo quitarán.
Estas y otras cosas les dicen, unas veces claras, otras por rodeos. Pero, por
muchos que lleven, son ellos más tardos de decirlos y pronunciarlos que estas
tales almas que los oyen de aplicarlos a sí y contra sí. Pues como son cosas
graves las que deponen de ellas, y no es gente que sabe de burlas, porque de
veras sienten todo aquello, y más, de sí, persona tan mala que cada hora le
parece se la hace Dios de cortesía para no la echard al infierno, [31v]
considera a sus hermanos mejor que ellae y que así, en todo lo que
hablan, dicen verdad. Pues díganme por charidad: ¿dónde podrá llegar la
mortificación interior que esta alma recebirá cuando se ve sentenciar
exteriormente de las cosas que ella de sí interiormente siente y juzga? Y que
sus pensamientos interiores de que bajamente sentía de sí y se consolaba con
sólo pensar quef a los juicios de Dios estaban sujetos, que por ser
tribunal tan lleno de misericordia confía en que su vida torcida la enderezará
y mejorará sus costumbres, y que sólo esta confianza sustenta pensamientos tan
caídos como tiene, pensando que trai engañado el mundo y que toda su vida es
falsa y aparente. Pues viendo (como digo) estos pensamientos ya no sujetos sólo
a Dios, sino a los hombres, que a nadie perdonan, yg ah hombres
que luego sentencian y pronuncian, luego vomitan y publican lo que se les
antoja; y que siendo pregoneros los tales que así hablan, tras ellos viene el
verdugo que ha de apretar los cordeles y poner en execución lo que están
oyendo.
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4. Ven también que no es en su mano
remediarlo ni quitar la causa para que no digan aquello, porque sólo consideran
ser el motivo de la tal conversación su vida, de quien ellos pori
entonces presumen y son de la propia opinión que tienen los que entonces dicen
mal. Y esta vida les parece por entonces no quisieran tenerla, porque no fuera
motivo del scarnio y burla que al presente se hacej. Bien quisieran
ellos por entonces preguntar a los que así hablan les dijeran claro el
fundamento que para ello tenían. Sujetáranse de buena gana a que lesk
enseñaran otra vida, otros medios y modos de buscar a Dios, pareciéndoles que,
como gente que ha visto y conocido sus faltas, se las supieran remediar, curar
y guiar por camino más cierto y verdadero. Pero en aquella ocasión hállanse tan
estorbados en el hablar o preguntar que, si les fuera la vida en sólo hablar
una sola palabra en que mostraran haber entendido la conversación, no la
hablaran, antes otras muchas contrarias en que hacen el disimulo de que no lo
entienden; pero no podrán decir que no lo sienten, porque es certíssimo reciben
una pena y visten una cruz que si Dios, que en aquella ocasión la hace pesada,
en breve tiempo no la [32r] aliviara, diera con nuestro soldado en tierra,
porque es terrible cosa ser muchos a uno y este uno no sólo no huye el golpe
que le tiran, antes los torcidos los endereza y todos los siente, aplica y
explica de sí propio.
5. El
remedio que hay para esta pena y mortificación no está en el maestro, porque es
muy ordinario haberse quitado antes que lo vaya a buscar para darle cuenta de
lo que pasa; y si le dura la mortificación, ya no dura en cuanto los otros
dijeron si era indimoniado o loco, falso o soberbio, sino dura debajo de la
continua mortificación que Dios le tiene ofrecido, siendo él ell
verdugo más cruel para sí propio que todos los otros que contra él hablaban.
Así digo que, cuando oyere estos baldones, se los dijeren claros o él los
aplicare, tenga paciencia, lo sufra, calle y aguarde, que tanto tardarán los
otros de irse de la conversación cuanto esta tal alma tardará en olvidar lo que
allí se dijo. Señal cierta que todo fue de poca consideración y que sólo el
demonio es el que incita, perturba o mueve las tales lenguas, por ver si puede,
en algo siquiera, perturbar al alma que allí dentro reposa. Bien así como los
muchachos traviesos que pasan por la calle y, sólo movidos de sus travesuras,
tiran pedradas a las ventanas de la gente recogida, tiniendo por fiesta que se
asomen los otros a las ventanas, les echen maldiciones, digan mal o se venguen.
Y no hubiera fiesta semejante para estos murmuradores o picantes que en la conversación
paliada que tienen, en que al siervo de Dios le motejan de soberbio, falso o
engañador, sim el tal siervo de Dios se diera por entendido, que les
saliera al encuentro, les replicara o contradijera lo que dicen. Ahí fuera la vaya, la
risa, la mofa y el decir decían verdad, pues se picaba y respondía. No hay
entonces que usar de humildades, sino de silencio y callar, que con eso los
atajarán y se verán confusos. Y si,
con el tal callar, no se
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confiesan por mentirosos y gente que en sus pensamientos
se habíe engañado, por lo menos confiesan que se burlaban y entretenían. Y digo
que el siervo de Dios en esta ocasión no debe usar de humildades, según lo que
tengo dicho del conocimiento que en la tal ocasión Dios le dio de parecerle que
aquello es lo de menos que pueden decir de él y que, siendo siervos de Dios, en
todo dicen verdad, y que quisieran fueran sus maestros [32v] aquellos que los
murmuran, y los enseñaran.
Con este
conocimiento, parece sienten alguna fuerza nacida y producida de la humildad
interior, que les obliga a decir: Enséñenme, hermanos, si soy soberbio; y si
estoy engañado, desengáñenme. Estas y otras palabras, las cuales digo que en
esta ocasión no hay que decirlas, porque de nada han de servir ni aprovechar, antes
tomar ocasión para llevar adelante su porfía. Y quien hablando a lo secreto y
disimulado hablaba poco, cuando vean que los han conocido y que pueden hablar
al descubierto, hablará mucho y más atrevidamente. Y cosa ninguna tanto (como he dicho) los
puede hacer refrenar su lengua como ver que dan golpes en el aire, o no dándose
por sentido en cuerpo fantástico. Y así como un golpe con fuerza dado en vago
suele desconcertar un brazo, de esa misma suerte, dentro de breve rato se
conocen por hombres que han andado desconcertados y errados.
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