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CAPITULO 10 - Cómo el hombre, deseando naturalmente
librarse de un trabajo y mortificación interior divirtiéndose de él y saliendo
acá, fuera de sí, halla otro que le suele ser más penoso y de menos provecho
1. Natural cosa es nuestra flaca
naturaleza aborrecer cualquier género de mortificación, desear y amar el descanso
para que el hombre fue hecho y formado. Porque si los trabajos ya penas
se han connaturalizado con los hombres, en nuestra casa nos las entraron las
culpas y pecados que los hombres cometieron, porque al principio del mundo,
cuando Dios crió a nuestros primeros padres en gracia, en el paraíso los puso
para que gozasen. Y si los ocupó en que lo guardasen, trabajo era sin pena,
antes lleno de mill entretenimientos y gustos, pues entonces no habíe otros
ladrones de quien lo poder guardar, sino de las propias guardas. Que por ser tan poco de fiar, si Dios puso
al hombre por guarda del paraíso, Dios se hizo guarda del mismo hombre. Todo lo
cual se entiende de aquellas palabras que la Sagrada Scritura dice en el
Génesis, capítulo 2, donde dice que puso Dios al hombre en el paraíso para
guardarlo: Ut custodiret illum1. En las cuales palabras entienden los
sanctos la guarda que Dios encomendó a Adán del paraíso y la guarda que Dios
había de hacer del hombre, refiriendo aquel pronombre illum al paraíso,
respecto del hombre, y refiriéndolo tambiénb al hombre, respecto de
Dios. De suerte que las penas, trabajos y mortificaciones entráronse en casa por
respecto de los pecados2. Y aunque es verdad que el hombre apetece la
culpa debajo del bien deleitable que halla en ella, pero aborrece la pena y
trabajo que por ella contrae. Y así, cuandoc tiene y le viene esta
penad, lo siente y naturalmente desea desasirse y apartarse de ella; y
no le es posible de suerte ninguna, porque, amando Dios tanto al hombre, como
hemos dicho, enllenó el mundo y la vida del justo de penas y trabajos, para que
éstas le estén espoleando y desaficionando de esta vida y dispertando el
apetito para la otra, donde [37v] solamente se halla descanso de veras, sin
ningún género de mezcla de penas. Así, por donde quiera que el justo eche, ha
de hallar cuatro leguas de mal camino y un acíbar amargo que lo destete y
aparte de los pechos del mundo. Pero, como quiera que sea natural cosa el aborrecer las penas,
naturalmente, cuando está en unas, desea echar por otro camino, pareciéndole
las ha de hallar menores. Y, como es Dios el que las da, por donde quiera que
echa las halla preparadas a ese mismo talle hasta que, a las unas o las otras
rendido, sólo desea aquello que sea más y mayor gusto de Dios.
2. Esto
presupuesto, digo que sintiendo el justo mucho la mortificación, apeteciendo
naturalmente apartarse de ella, procura u ofrécesele
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ocasión,
ordenándolo Dios así, para que se divierta y salga acá fuera, donde, aflojando
su poco a poco las cuerdas interiores y desahogando el alma, halla acá fuera
otra mortificación exteriore que, su poco a poco y muy sin pensar, se
le va pegando, no de menos consideración o pesadumbre que la interior de que se
apartaba. Habiéndose en esto como el hombre que desea salir del valle porque
tiene lodo, y apenas ha salido cuando empieza a subir la cuesta, siendo lo uno,
cuál más cuál menos, trabajoso que lo otro, y aun quizá bien arrepentido por el
trueco. Y aun, sin duda lo afirmo, que pesados los trabajos y penas interiores
con los exteriores, aunque pesan más los interiores y más se sientenf,
por mejor tienen el llevarlos y el sufrirlos que no los exteriores, porque
éstos están en sujeto más flaco que los interiores, que están en el alma, y
ellos, de suyo, son más bajos, de menos provecho y consideración.
Que por este exemplo lo
entenderemos: el oro es el metal más pesado de todos y, con ser más pesado, más
querríades llevar veinte ducados en oro que no en cuartos, porque el oro,
aunque pesa más, en menos cantidad tiene más precio y más valor que si
estuviese en cuartos, los cuales enbarazan más, dan más pesadumbre y valen
menos. Así son los trabajos exteriores: que en ellos está un hombre más enbarazado,
más cargado y molestado que no con los interiores, como, digamos, [38r] una
calentura o enfermedad corporal, cansancio o tribulación destas que se quedan
por acá fuera. Y estas tribulaciones y trabajos tienen menos valor que
los interiores. Pero estos interiores son como el oro: que, enbarazando poco,
son de mucho provecho, no obstante que de su naturaleza pesen más que todos los
trabajos exteriores. Pero como quiera, según vamos diciendo, que el hombre en
ningunos trabajos se halle bien, cuando siente los interiores procura
divertirse y apartarse de ellos saliendo acá fuera, donde halla otros, en los
cuales siente una nueva mortificación: y es el ver que en estos
trabajosg exteriores es más flaco y que le son de más pesadumbre y de
menos valor, lo cual le trai confuso y atribulado por ver cuán sin malicia se
halló burlado en lo que entendió hallarse más aprovechado.
3. Uno de los menoscabos que siente en
esta ocasión (que ésta ha de ser la mortificación que en este capítulo hemos de
tratar en particular) es que con la mortificación interior, tiniendo recogido y
mirando adentro con todas sus potencias, con ellas hablaba y hacía lo que
quería. Salido acá
fuera, con estotros trabajos hállalas divertidash y como
desperdiciadas, de suerte que, si en ellas quiere buscar algo, no lo halla con
esa facilidad -así como es más fácil en un aposento pequeño buscar una cosa que
no en un campo grande-, donde por mucho tiempo no hará o conocerá lo que en
breve pudiera, cuando padeciendo la tribulación interior estaba adentro
recogido. De suerte es esto que, sintiéndose un hombre por una parte más
descansado y aliviado, por otra parte se siente y ve más penado y afligido, con
un dolor y sentimiento inmenso
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de verse así flojo y como tibio y descaído en las
cosas de Dios, las cuales no entiende ni percibe con aquella cuenta y facilidad
como cuando padecía el trabajo interior, según el cual el entendimiento vecxado
le daba la ciencia de que tenía necesidad para tratar con Dios, ofrecerle su
vida y sus trabajos.
4. Y porque de la diferencia de estas dos
mortificaciones tengo ya dicho en muchas partes, no tengo ahora en que
detenerme en ellas. Basta saber que de las interiores ordinariamente es Dios su
autor y maestro; y basta que pasen por aquellas soberanas manos [38v] para que
traigan mill gustos y sabores divinos, aunque de suyo sean amargas y traigan
cuantos acíbares quisieren.
Pero
estos trabajos exteriores -aunque es verdad, como dice el propheta
[Amós]3 que ningún mal (de pena, se entiende) hay sobre la tierra que
no haga el Señori- inmediatamente vienen labrados, hechos y machacados
por las manos de las criaturas, que en todas sus obras son toscas y bastas, y
así lo son en el desbastar al justo en el tiempo de la tribulación. Pues, como
quiera que la imaginación acuda con más atención donde la llaman con el dolor o
mortificación, llamándola afuera, sale afuera, donde las cosas las conoce con
más tardanza y con menos certeza y sutilezaj.
5. No
parezca esta doctrina de poca consideración, ni mortificación pequeña la que
vamos diciendo. Y pluviera a Dios yo pudiera scribirla como la siento, de donde
podría ser sacásemos un documento para los padres spirituales en el modo que
tienen de regir y gobernar almas sanctas. Sucede muchas veces que, tratando o
rigiendo alguna persona de quien entienden o imaginan tiene alguna luz
extraordinaria de Dios, mortificarla exteriormente, penarla con muchas cosas de
pesadumbre, unas fingidas y otras verdaderas. Y esto con buenos intentos,
pareciéndoles que en medio de esta tentación o mortificación han de ser más
iluminadas o han de tener más claro conocimiento de lo que desean que tengan,
según las cosas en que se ocupan. Y es cierto muy de ordinario suceder al revés
de lo que ellos pretendieron, porque, divirtiéndose con las penas exteriores,
no sólo no adquirieron nueva luz o conocimiento, antes perdieron el que
interiormente tenían y por gran rato de tiempo, según duró la aflicción
corporal, quedaron necesitadas de quien, en lo común y particular, guiase a las
tales personas como a gente que en aquella ocasión será harto sepan callar y
sufrir el trabajo que de nuevo se les ha ofrecido.
Declaremos esto más, aunque no me parece
dificultoso. En estos trabajos exteriores cánsase y aflígese mucho el cuerpo; y
el cuerpo cansado, aduérmese el alma en sus propios pensamientos, porque,
siendo tan delicados como son los que adentro tiene, cualquier cosa los
enturbia y perturba hasta que, pasada la tribulación, se torna a serenar el alma
y vuelve a sus ciertos y determinados juicios.
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En esto creo podré
poner [39r] exemplo en mí, en cosas que me han sucedido. Hame acontecido ir a
hacer algún negocio del bien de nuestra sagrada religión y llevarlo bien
pensado, entendido y conocido lo que había de hacer, tratar y negociar; y
llegado al puesto -no sé yo si el demonio por inpedir, o los hombres por
probar, o los unos y los otros, permitiéndolo Dios así, para más mortificar-
levantar una tribulación, una aflicción tan grande que, turbado exteriormente,
nada sabía ni entendía de lo que interiormente llevaba pensado que tratar y
negociar, más que si yo no fuera a aquello; y venirme sin hacer nada. Y después
de serenada el alma, y quieto en aquellos trabajos, conociendo lo que conmigo se
habíe hecho, y cómo enk ello me había dado como por vencido entonces y
vuéltomel sin hacer nada, decía: ¿Es posible? ¿Estoy loco? ¿He tenido juicio? ¿Yo, a qué vine? ¿Qué he hecho? ¿Cómo me vuelvo? Y padecer tan grande
mortificación de la ceguera que había tenido y la cortedad con que había
procedido, que me parecía jamás podía llegar la mortificación a lo que aquélla
llegaba. Y conociendo de mí esto, me ha sucedido decirle al compañero: hermano,
si yo olvidare o contradijere esto, acuérdeme su charidad que no debo hacerlo,
que lo contrario es lo que conviene.
Digo que esta dispusición de
cuerpom, que inquieto y turbado no me da lugar para conocer lo que
deseo o conviene, me ha costado hacer muchos caminos a hacer cosa que del primero
pudiera, si fuera Dios servido. Que sólo con razones hubiéramos todos de
proceder dejando al alma, como dicen, quieta en su lugar. La cual en los que
tratan de virtud (ya que en mí no sea) sólo goza de los tales conocimientos en
su quietud y reposo, donde, por estar recogida en su pequeño retrete, le es
fácil de hallar adentro y en sí lo que de fuera busca y no halla.
En el
río y en la mar, cuando están quietos y sosegados, por grande golfo de agua que
haya, se ven hasta las más pequeñas guijitas que están en el suelo, y aun en el
medion se ven andar los pececillos y gusarapillos más pequeños que allí
hay; y si se enturbia un poquito el agua, o se alborota la mar y el río con
algunas olas, nada se ve, por grande que sea. Y así, el alma perturbada, aunque
sea con cosas justas y lícitas, no ve lo que antes, en su quietud y sosiego,
veía.
6. Y porque me parece esto no puede dejar
de tener dificultad, me parece será bien declararlo de suerte que no deje duda
alguna. No deja de haber [39v] alguna razón de dudar cómo pueda ser que un alma
de lejos vea y conozca la verdad, certidumbre y conveniencia de una cosa y que
después se le esconda cuando está, como dicen, de manos en la labor, de suerte
que entonces dude y, si no duda, por lo menos tema o no se muestre con aquella
fortaleza que en otro tiempo tenía cuando de fuera veía y conocía su verdad.
En este capítulo y acerca desta
mortificación que ahora yo iba tratando del alma, no trataba yo esta doctrina
con tanta universalidad
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como pide
este capítulo. Pero, con todo eso, procuraré responder con la facilidad que yo
pudiere. Digo, lo primero, que muy bien puede ser y hacer y causar Dios esta
mortificación para mayor mérito de esta alma en el tiempo del obrar: que la que
vido o conoció de lejos la conveniencia de una cosa, después caiga en tinieblas
al tiempo del obrarla, tiniendo necesidad de aprovecharse de fee, consejo y
prudencia de los hombres, en que la tal alma halla mayor mérito por causa del
rendimiento que tuvo de parte del entendimiento a la fee y de parte de la
voluntad al consejo.
No quiero yo aquí decir ni tratar de
las cosas que, por razón de ser obiectos desiguales y desproporcionados a
nuestras potencias, cuando estamos más apartados de ellos los percebimos mejor
que cuando estamos muy llegados a ellos, como un grande sonido o una grande
luz. Y lo propio pudo hacer el conocimiento de la cosa que dende fuera
percebimos: que llegados a la misma cosa en que venía envuelto, parece se nos
enturbió.
De entramas cosas
pudiéramos poner exemplo en los Reyes, los cuales, lejos y apartados de
Jerusalén y de donde Cristo estaba, en Belén, siempre tuvieron su estrella
clara, visible y de suerte que les fuese guía agradable; pero en llegando a
Jerusalén, se esconde. La
razón: porque allí estaba la fee del Mesías verdadero que aguardaban, y
ésao era sobre la estrella. También se les encubrió la estrella en el
pesebre porque la luz del sol que allí estaba tapaba y encubría la luz de la
estrella. Y si la
estrella mostraba a Cristo, mayor, mejor y más verdadera estrella era la
benditíssima Virgen, que tenía a Cristo en sus regazos. Digo más: que si la
estrella venía a enseñar y mostrar a Cristo, después de lo haber hallado fue
otra, y en vano estaba allí la estrella4.
7. Yo
no trato de ésta ahora, de esta fee que aumentó el mérito de la hechura de la
obra en absencia del primer conocimiento que de ella primero se tuvo, ni trato
cuando una luz grande encubre y tapa la pequeña, y que en presencia de un
grande conocimiento se tapa el menos y más imperfecto, ni del conocimiento
especulativo que se absentó por haberse llegado ya el prático. [40r] Sólo trato
cuando, por algunas mortificaciones no acertadasp de los maestros o
personas que rigen y gobiernan un alma, suele quedar llena de dudas y tinieblas
en la obra la que, estando apartada y retirada de ella, en su quietud percebía,
entendía y conocía con certidumbre y claridad. Y porque esto parecerá
dificultoso a quien trata estas tales almas, me parece será acertado facilitarlo
y tratarlo con algunaq claridad, para que no parezca conocimiento
fantástico, ilusión o sueño el que un alma tuvo antes, cuando vean que en la
obra se le añubló o escureció.
Lo primero, digo que si el
conocimiento que de la tal cosa el alma tuvo fue extraordinario y sobrenatural,
es fuerza que éste sea más claro
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que el que después tiene de manos en la labor, porque,
cuando obra, obra con conocimiento natural que, por claro que sea, tiene más
tinieblas y obscuridad que el sobrenatural respecto de las especies en que lo
natural representa su tal conocimiento. Y pudo ser el sobrenatural infundirlo Dios sin especies, retratos
o semejanzas. Y cuando el conocimiento sobrenatural fuese en especies, son más
claras las que Dios o algún ángel representa que no las que yo formo con la
abstración de la cosa cuando la venga a obrar. Y si no, digámoslo en una
palabra, mejor y más claro por sí sola conoce el alma cuando Dios la ayuda
sobrenaturalmente que cuando ella se ayuda de los sentimientos tardos y
engañosos.
8. Tampoco
trato de estas tinieblas que el alma padece en esta ocasión, sino de las que le
causan con las mortificaciones exteriores, las cuales al alma le sirven de
niebla que de cerca escurecen lo que de lejos se veía con claridad. Así como
sucede estar dos o tres leguas de una ciudad, ver sus torres, chapiteles,
edificios y las demás grandezas que tiene con particular distinción y,
llegándose cerca, ser tanto el polvo de los que entran y salen r y de
las bestias y carros que entran cargados, que vemos menos que cuando estábamos
lejos. Lo propio sucede al que metido en un pozo mirase el cielo: que lo vería
con más claridad y distinción, él y las strellas, que si estuviese fuera.
Verdad es que tanbién seríe la causa el estar la vista recogida en aquella
profundidad y el estar menos inpedida con otra claridad intermedia que la
pudiese impedir. Pero a mi propósito digo que la causa sería [40v] el estar
menos inpedida la vista con las nieblas y vapores intermedios, los cuales, si
estuviesen sobre mis ojos, no me dejarían ver lo que pretendía.
Paréceme que en esto
no habíe que buscar más razón de la que los médicos, como philósophos, nos
diesen de por qué hay hombres que, siendo de larga vista, no ven las cosas de
corta y, viendo lo lejos, son inpedidos para lo cerca. Este es el mal que hacen
los maestros a estas tales almas de quien vamos tratando: que, no dejándoles
aquella libertad de cerca al tiempo de la hechura de la obra, padecen más
tinieblas y obscuridad con sus mortificaciones, sirviéndoles de niebla y
polvareda que les levantan a quien, retiradas y dende afuera, gozaban en su
quietud y reposo del conocimiento que Dios habíe sido servido de darles. De
donde el demonio podría en esa tal ocasión hacer fuerza y dar a entender que
los primeros pensamientos fueron falsos y engañosos, pues se enturbiaron cuando
habíen de tener más claridad y certidumbre.
Yo sé
que si, así como acá al ladrón lo azotan y hacen restituir lo que hurtó,
hubieran de hacer lo propio con los padres espirituales que menoscaban a
algunas almas y les hacen perder hartos bienes que después podría ser en mucho
tiempo no ganarlos, que habíe de haber cada día azotados y restituciones de
cosas, que sus haciendas spirituales quizá no alcanzaran a satisfacer lo que
hurtaron o hicieron perder en
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un breve rato que pretendieron hacer torciese el camino
el alma que quizá caminaba bien el que llevaba.
Denos
Dios su gracia y a todos nos enseñe lo que más nos conviene para obrar y
enseñar. Que esto de enseñar espíritus es materia tan dificultosa que bien es
dejarla al Spíritu Sancto. Que él infunda este dons y conocimiento de
spíritu al que él fuere servido, dándonos a todos su gracia. Amén.
[201r] Jhs.
Mªa
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