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CAPITULO 12
- De los sentimientos que hace un alma cuando por obediencia la apartan de este
trato estrecho que tiene con Dios. Y de la obligación que tienen los prelados y
padres spirituales de que sus mandatos y ordenaciones sean muy acordados y
mirados
1. ¡Oh sancto Dios y Cristo mío, y si los
hombres supiesen qué es sacar un spíritu de su quicio y lugar y quererlo echar
por otras partes, y cómo se compadecerían de él!
¡Si la
piedra pudiera hablar cuando la sacan de su centro y la tiran hacia arriba, y el
fuego cuando lo bajan y entran debajo de la tierra; cuando sacan los peces del
agua y las aves del aire! Verdad es que las unas cosas no sienten, y las otras
sienten sin discurso ni razón; pero las unas y las otras muestran su
sentimiento y con él hablan [207r] y dicen, como si en estasa
diferencias de cosas tuvieran entendimiento, a dónde llega su molestia y afán
por sacarlas de sus propios asientos y lugares. ¡Qué es ver la piedra la
pesadumbre con que sale, la fuerza que ha menester para subir por ahí arriba,
que reventando va y de
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mala gana!
La cual, con llevar una virtud y fuerza inpresa del brazo que la tira, la va
consumiendo y enfriando su poco a poco de suerte que, mientras más sube, más
cansada y a espacio se va, no viendob la hora de volver atrás su
camino, el cual cuando lo toma se echa de ver la buena gana con que desciende,
que parece viene dando crujidos por llegar presto a su morada. Y ¿qué diré del
fuego? Que si
alguna vez violentado lo arroja algún ñublado, parece que con el trueno hace su
sentimiento y da sus gritos de que baja de mala gana. Y en señal de esta
contradicción que le hacen, si alguna cosa material topa, temiéndose que unido
y vestido con ella lo quiere detener, la deshace, mata y consume, como quien
lucha con su contrario, no sólo para que no lo detenga acá abajo, sino para
subirse entramos arriba, donde el fuego tiene su asiento. Lo propio sucede en
los pajarillos enjaulados y en los peces fuera del agua. ¡Qué es ver a un
jilguerillo, a cabo de seis años que allí está preso y captivo, dar mill
vueltas por la jaula, abajo y arriba, buscando por do salirse, y a puro golpes
y porrazos piensa que ha de salir con la suya! Y el pobre pececillo, ¡qué es
verlo alear y abrir la boca buscando el agua, su compañera, dar golpes y
porrazos en el suelo a ver si puede romper la tierra y entrarse donde halle su
descanso!
Pues
pregunto yo: si tanta fuerza hace la naturaleza y una inclinación natural a una
piedra insensible y a un pajarillo sin entendimiento, ¿qué hará la gracia y don
sobrenatural en un hombre, que tiene conocimiento, uso de razón [207v] y luz
sobrenatural, las cuales cosas son tanto más fuertes que las naturales cuanto
va de lo vivo a lo pintado? ¿Cuál será el sentimiento de una persona que, ligado
y atado con lazos fuertes de charidad y amor con el mismo Dios, centro propio,
descanso y paradero del hombre, cuál, pues, digo, será el sentimiento de un
justo, cuyo espíritu topó con lo que deseaba, cuando de aquí lo quieran apartar
-no digo por la culpa, que como ésa ciega para que no se vea lo que se pierde
apartándose de Dios, ni los daños y males que se ganan convirtiéndose a las
criaturas, no suele ser grande-?
2. No trato de ese sentimiento, sino del
que tiene un justo cuando, o por el bien de sus hermanos, o porque Dios se lo
manda -como le sucedió a Moisés en el desierto, cuando lo mandó Dios bajar de
su compañía al reparo de su pueblo1, y a san Juan Baptista, cuando
estaba en el desierto2-, o porque los prelados y padres spirituales así
se lo ordenan, en cuyos brazos puso Dios tanta fuerza y en los varones
perfectos tanta sujeción, que son bastantes a desencajarlos, desasirlos,
desligarlos y sacarlos de ese reposo y descanso y traerlos, aunque de propia
voluntad, violentados por salir de su centro. Que todo eso puede y hace una verdadera resignación: que yo,
obrando libremente, vaya contra mis gustos espirituales, por cuya privación mi
alma va como violentada y fuera de sus casillas (como dicen).
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¡Oh,
si ella pudiera descubrir en tal caso sus penas, y cómo mostrara ser bien
semejante a las piedras! Que mientras más obra en estas cosas exteriores, más
se entibia y más lentamente trabaja, deseando se le acabe su tarea. Y en acabándose, ¡oh,
qué fuerza lleva! ¡Oh, con qué
presteza se torna! Que parece vuelve dando crujidos y haciéndose
zañicosc, puniendo todos sus affectos y fuerzas [208r] para tornarse
presto y llegar con brevedad donde le aguarda su sitio y lugar antiguo. Es
certíssimo hallaríamos en ella la propiedad del fuego fuera de su esfera: que
parece a quien topa lo querría hacer una misma cosa consigo, no sólo para que
no lo detenga, sino para subirse entramos a Dios, donde antes estaba unido con
gustos y sentimientos particulares. Sacado de ahí, es como el fuego que truena
y relampaguea porque lo violentan.
3. ¡Oh,
qué quejidos da san Pablo cuando se ve acá abajo en la tierra y que le han
quitado de las uñas la gloria en que había hecho presa cuando lo subieron al
tercer cielo, diciendo: Cupio disolvi, et esse cum Christo; mori
lucrum!3 Paréceme a las aves de rapiña cuando cogen la presa y los amos
se la quitan para que se desestorbe y cace más. En tal caso, da mill graznidos
y mill golpes con sus alas, del sentimiento que tiened. Voló Pablo al
cielo, asió la gloria y vido cosas que no pudo hablar4. Y para desestorbarlo
Dios y que cazase más, le quitan la presa de las manos. El gusta y quiere
privarse de aquel bien por el mismo Dios y aprovechamiento de sus
hermanos5; pero no hay quien le quite su sentimiento, el dar gritos,
voces, graznidos, acordándose de aquella inmensidad de bienes. Y si él pudiera,
batiendo las alas del deseo, romper las cárceles del cuerpo, no le
quedarane, que bien grandes eran, pues en tantas partes se
quejaf porg ver cómo se dilata su peregrinación. Eso es tronar
y relampaguear, porque hacen las nubes bajar el fuego acá abajo; eso es
estremecerse la tierra cuando al fuego lo sepultan, que aunque lo tienen allí
por obediencia, sepa todo el mundo que aquél no es su asiento y que desea le
den licencia para salirse de allí.
4. ¡Oh justos sanctos que en esta tierra
andáis apartados del que de veras amáis, fuera del descanso y reposo que la
gracia os ha enseñado que tenéis en Dios!6 ¿Quién pudiera decir
vuestras mortificaciones, molestias, penas y aflicciones por verse [208v] aquí
estorbados? ¡Oh esposa sancta que por las calles y plazas buscabas a tu esposo
que tanto amabas! ¿De qué me espanto que te dejes el manto en manos de los que
guardan la ciudad y que de sus manos salgas desnuda?7 Mill cuerpos
despedazados dejaras a trueco de no detenerte ni pararte entre ellos, sino que,
dándote pasaporte a costa de todo lo que te pidieran, te dejaran ir adelante a
buscar al que era tu descanso, centro y paradero. ¿De qué me espanto, sancto
Dios, de que Bartolomé deje el pellejo y Pablo la cabeza? Mill dieran que en el
cuerpo tuvieran porque dejaran
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pasar el alma a su dueño y señor. ¡Oh Madalena
sancta!, vestida de este celestial amor, de quien el Spíritu Sancto en los
Cantares dice que tiene alas de fuego: Lampades eius, lampades ignis8. Dice otra
translación: Alae eius, alae ignis; que el amor tiene alas de fuego. Pues si el
amor que teníades tenía alas de fuego y sus propiedades, ¿qué mucho que, como
quien vuela y del perro enemigo no tiene miedo, vos os entrásedes por medio de
las guardas?9 O ¿quién os pudiera estorbar llegar donde estaba vuestro
sposo? ¿Qué mucho, cuando Cristo, en figura de hortelano, se os parece, riñáis
con él por sospechas si os lo habíe hurtado?10 ¿Qué mucho, si tenéis
alas de fuego, voléis en esos aires en altíssima contemplación, y aun os subáis
sobre los ángeles?
¡Oh
padres spirituales que regís almas! Abrid los ojos y mirad de qué está enferma
el alma que tratáis y curáis. Que no es razón, si la enfermedad es desmayo, que
curéis con abstinencia, que eso es aumentar el dolor; si sed, no curéis con
fuego. Tomad bien el pulso, aplicad con justicia, rectitud y verdad las
medicinas. Que si Dios
llama adentro a un alma, no [209r] es razón sacarla afuera.
Ahora notemos un
lugar de los Cantares para saber cómo se han de curar enfermedades. Que ya se
sabe que no hay mejor zurujano que el bien acuchillado y que el parecer del
enfermo, si es discreto, no es el peor. Está la esposa enferma de esta dolencia
de que vamos tratando que suele tener el alma sancta, y dice: Fulcite me
floribus, estipate me malis, quia amore langueo11. Dice a sus
compañeras: Advertid, hermanas y queridas mías, que estoy enferma de amor,
cercadme y rodeadme de flores y manzanas. Pues veamos, esposa sancta, qué
tienen que hacer floresh y manzanasi con vuestra enfermedad,
que es de amor divino, y esa pena que tenéis por veros herida del mismo Dios y
en absencia suya, cómo os lo pueden mitigar las rosasj y flores y
manzanas. Ahora adviertan, por charidad, que el mismo Dios, en el propio libro
de los Cantares, ha dicho que es flor y rosa: Ego flos campi, et lilium
convalium12. Y la
esposa lo ha comparado al manzano: Sicut malus inter ligna silvarum, sic
dilectus meus inter filios13. Luego si la esposa ha comparado a su
esposo al manzano y él se llama rosa y flor del campo, pidiendo por remedio
para su enfermedad de amor rosas, flores y manzanas, pide que le den sus
compañeras a aquél de quien está enferma de amores, pide que curen su hambre
con el que es pan vivo y Dios verdadero14, que le maten la sed con el
que es agua de gracia15 y que le den aquél por quien suspira. Porque
recia cosa es que un alma cada día desee más a Dios, más recogimiento, más
oración y contemplación, y que la quieran curar con exterioridades. Eso me parece
que es poner un enplasto a los pies de la cama para que se le quite al enfermo
la calentura. Que desee el otro convertir un mundo y lo encierren en un
aposento, en
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verdad que ha de hacer lo que san Pablo: que se cuelga
una murallak abajo [209v] en una espuerta16, y que ha de apelar
de quien le diere la sentencia para le quitar la vida17. Que si su enfermedad es conversión de
almas, no se cura con muerte; y si es de gozar con tiempo del cielo, no se cura
con la vida18.
5. Y
si en estas enfermedades se trueca la mano y yerra el golpe, un justo parecerse
tiene al pajarillo enjaulado, de quien decíamos denantes parece que a fuerza de
golpes quiere quebrar y romper su cárcel y aun, como por experiencia vemos, a
muchos les cuesta la vida. Y que el justo la pierda cuando lo arrancan de
apacible trato con Dios y lo inclinan y enderezan por otra parte, yo no me
espantara, o por lo menos que hiciera mill cosas que a los ojos de los hombres
parecieran disparates, pagándolo todo el cuerpo (como si él lo debiera) a puros
golpes de penitencias y mortificaciones; o, por mejor decir, parando todo en
golpes y movimientos descompasados de nuestro corazón, porque echa menos a
quien tan de cerca le daba dos vidas, la spiritual y corporal, y, juntamente,
muchos contentamientos. Parecerse tiene este tal justo en esta ocasión al
pececillo fuera del agua: que abre la boca, estiende las agallas y dilata las
alillas a ver si topa en la seca tierra quien deantes le daba vida; y, a más no
poder, a golpes y a porrazosl, en la tierra muere, no porque pretenda
la muerte, que la vida busca; y deseando manos con que hacer agujero en la
tierram, en cuyas cavernas está el agua, viendo que no las tiene,
descubriendo los grandes afectos con que eso hace, trabaja con todo el cuerpo y
a todo él lo atormenta.
6. ¡Oh
justo sancto!, que ya una vez gustaste de Dios, en quien, como en mar grande,
te espaciabas, dilatabas y gloriabas, sin reparar que el gozar de Dios en la
tierra es como quien goza del mar salado y amargo: que si amargo y desabrido,
buenas carnes hace. Asín eres tú, Señor, [210r] al que en este mundo
te goza: que aunque engendras y produces mill dulzuras y entretenimientos en
las almas que contigo están, todo es a costa de grandes trabajos y amarguras
que en este mundo sienten. Que por eso tú dices en los Cantares, donde tratas
con el alma devota, que tus manos y dedoso distilaban mirra19,
dando a entender que el que hubiese de gozar de las obras que hicieron tus
manos y formaron tus dedos, ha de gozar de mill amarguras, que ésas tiene la
mirra. Y el decir que manos y dedos distilan mirra es decir que las obras
grandes, entendidas por las manos de Dios, y las pequeñas se venden a ese
precio y por esa moneda. Y así, si consideramos las obras de la redención, no
hemos de entender que se nos han de communicar de balde, que san Pablo dice:
Adimpleop ea que desuntq pasionis
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Cristi, in
corpore meo20. Si las obras pequeñas que fueron las de la creación,
significadas por los dedos, tanbién distilan mirra de suerte que gracia grande
y pequeña, bienes spirituales o temporales que queramos de las manos de Dios,
hemos de entender, mientras en este mundo estuviéramos, que las hemos de gozar
como en agua de la mar: salada y desabrida.
7. Pero el justo no sólo no repara en eso,
pero echa de ver que esa sal y trabajos que le cuesta el bien que tiene y
posee, le cría muy buen humor y sangre, pues ahí tiene sus gustos y contentos.
Y así se precia de lo uno y de lo otro la esposa en los Cantares, de lo que
goza y de lo que le cuesta, diciendo: Fasciculus mirrae dilectus meus
michi21. En decir que es su esposo y para ella, significa sus bienes
que con él tiene. En decir que es hacecillo de mirra, es que por todas partes
le cuesta amarguras. Estas son las que un alma sancta busca cuando busca a
Dios, y en ellas no repara por reparar su vida con el que tanto desea. Y así
digo que sea como el pececillo fuera del agua: que abre la boca, estiende las
agallas y dilata las alas [210v] y da golpes en el suelo, como quién quiere
cavar y hacer agujero en las entrañas de la tierra, que su inclinación y
naturaleza le enseñó que por ahí hallará agua.
8. ¡Ay, Dios mío, y cómo no sé a quién comparar
al justo en esta ocasión que se vido tantico apartado de estos primeros gustos
o ejercicios sanctos que Dios le habíe enseñado, cuando se ve sin ellos, para
hablar con propiedad, si no es a la culebra! Que, cuando está en su agujerillo
y cueva, se enrosca y aprieta consigo propia; pero cuando sale fuera y va
huyendo del que la quiere hacer mal, ¡qué es verla arrojar el cuerpo tan sin
pies que, si los tuviera, no pudiera correr más, tirando el cuerpo y
alargándole! De suerte
que nos asombra ver un animalillo tan pequeño, como lo vimos cuando estaba
enroscado, y después tan largo y grande, cuando lo vimos huir por la tierra
buscando su madriguera. Y todo esto lo hace para llegar presto a su reparo y
topar con brevedad su cueva.
Valga esta semejanza, en lo que
pudiere, para el justo en la materia que vamos tratando. Cuando el justo está
con Dios, que es su abrigo, ¡qué es verlo encogido, apiñado, que casi no se
parece quién sea! Pero si de ahí lo apartan y sacan, ¡qué es verlo correr,
aguijar con los afectos y deseos! Que si tuviera pies de galgo, alas de águila,
no parece pudiera llevar tanta priesa como lleva, arrojando siempre adelante
los afectos, como la culebra su cuerpo, todo por llegar presto a su seguridad y
antiguo retrete. Esto es lo que digo de los peces: que dilatan las agallas y
estienden las alas y abren la boca, como el galgo cansado y caluroso que busca
aire con que refrescar las entrañas. Y tanbién eso hace el justo, el cual,
sabiendo que el Spíritu divino es un soplo celestial, siempre procura traer
abiertos los senos del alma, para que [211r] por ellos
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entre a refrescar los ardores y calores que las cosas de
la tierra engendraron.
Lo
último, también hacen [lo] que los peces: que sobrenaturalmente enseñados que
en la humildad y en el abatimiento está la mayor comunicación con Dios, en lo
profundo de la tierra querrían hacer cavernas donde meterse; y ya que no pueden
ni los dejan, debajo de los pies de los hombres se ponen, como decía san Pablo:
Facti sumus omnium peripsema usque aduc22; que se hacían el estiércol,
las cortezas arrojadas, y aun las suelas de los zapatos, todo esto por buscar y
hallar a quien su alma desea r.
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