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CAPITULO 19 - Cómo un alma unida con Dios, recibiendo
excesivos gustos, muchas veces, por la poquedad de sus fuerzas, le dice a Dios
aquellas palabras de los Cantares: Fuge, dilecte mi, asimilare caprae, inuloque
cervorum1. Y cómo se entienden a este propósito
1. Hemos dicho en los capítulos pasados la
trabazón que un alma sancta tiene con Dios cuando con ligaduras y ataduras de
amor la tiene a sí unida y junta, y cómo, cuando de los ejercicios que a un
alma le acarrean este bien un prelado o padre spiritual que la rige y gobierna
la quieren apartar, por obediencia o consejo a que ella se vea obligada a
obedecer, la ponen en peligro de perder la vida o, por lo menos, que ni acierte
ni pueda acudir a lo uno ni a lo otroa: digo al trato interior y
ejercicios antiguos y obras exterioresb o diferentes a las primeras. Porque, como la fuerza del trato interior
pide a todo el hombre entero, y aun más si el hombre más fuese, es necesario
haya grande fuerza para haberlo de desasir de allí; y entonces apenas desasirán
cosa
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que algo valga, pues el alma, la vida, el corazón y
los afectos allí es fuerza se queden asidos.
2. Decimos que la fuerza de la junta de
Dios y un alma es tan fuerte trabazón y unión que no sólo lleva tras sí el alma,
pero aun el cuerpo con todos sus sentidos, dejándolos absortos; y aun, si el
hombre más fuera, más se llevara. Que así lo mostró la esposa cuando pidió esta
unión a Dios, diciendo que la llevase en pos de sí y que ella llevaríe a otras
sus amigas, que eso quiso decir con aquellas palabras: Trahe me, post te
curremus in odorem unguentorum tuorum2; dame tú, Señor, la mano, que yo
daré la que me quedare a mis amigas, para que todas juntas, asidas y trabadas
las unas y las otras, hagamos una danza y fiesta agradable a tus ojos.
El
exemplo ordinario que se pone de esto es el de la piedra imán, que lleva tras
sí al hierro, y el hierro lleva y levanta tras sí otras cosas no tan pesadas
como él, sino más livianas, como la paja, y esto [228v] de la virtud que se le
communicó. Cuando Dios
se pone a la mira de un alma, llévala tras sí; y el alma, habiéndole Dios
communicado la propia virtud, ella lleva tras sí al cuerpo y a los sentidos
exteriores como pajuelas que las levanta del suelo. De donde, de paso, entenderemos
que quien no trujere y tuviere algún recogimiento exterior en su persona y
sentido, es señal de no haber alcanzado esta unión y trabazón con Dios, porque
el alma que de veras la tiene no deja al cuerpo en el suelo, ni los sentidos
desperdiciados, sino que, llevándose Dios el alma tras sí, el alma se
llevac al cuerpo.
3. Esto
presupuesto, digo que, cuando a esta alma que Dios así la tiene perfectamente
unida a sí, la pretenden desasir y despegar con algunos medios, no es cosa de
consideración lo que de ahí pueden sacar y desasir. Desasirán las pajuelas que
el alma se llevó tras sí, que es este cuerpo y sus sentidosd; pero el
alma es certíssimo, si la unión y junta es perfecta, se quedará allá toda
entera, porque en tal caso Dios es el que manda en casa; y en lo que aquella
tal alma no puede, no es obligada, como arriba dijimos en otros capítulos,
donde tratamos de los que ponían descomuniones para que un hombre no se
arrobase3. Pues si el alma y el corazón y la atención se queda adentro,
de poca consideración será lo de fuera, pues ha de ser cuerpo sin alma y
sentidos sin vida.
4. Ahora,
pues, se me ofrece en este capítulo una duda. Y es: si la unión con Dios tiene
tanta fuerza que es Dios el que manda en la tal casa y que no pueden cosa de
consideración los que de ahí la quieren o pretenden apartar, ¿cómo la esposa,
en los Cantares, en el capítulo 8, nº 14e, dice: Fuge, dilecte mi,
asimilare caprae, inuloque cervorum? Dice: Esposo mío, huid, idos y apartaos,
asemejándoos a la cabra y al hijo del ciervo. Déme Dios su gracia para que yo
sepa responder a
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esto. Y digo
que suele llegar tiempo [229r] en que un alma se ve tan sobrepujada y
alcanzadas sus fuerzas de cuenta de aquella inmensa bondad de Dios, de aquella
suavidad y dulcedumbre, que viéndose absorta, que en ella no cabe tanto bien y
ella en sí no cabe, que le pide a su esposo sef detenga y levante la
mano. Como si un hombre estuviese midiendo aceite y, echándolo en la medida,
echase tanto queg se derramase, es cierto diría la persona que lo
compraba: Tened la mano, señor, aguardad, que ya hay harto.
¡Oh inmenso Dios, cuánta es tu
grandeza con un alma: que, dándote a ti mismo, enllenas tanto la medida que es
más lo que sobra que lo que en ella cabe! Pues, puniendo los ojos esta alma
sancta en aquello que sobra y en aquello que se vierte, da voces y dice: Satis
est, Domine; harto hay, Señor, no cabeh más la medida. Porque ven que
sus fuerzas ya no alcanzan para más suspensión y elevación. Y este satis est,
este decir harto hay y que las fuerzas no alcanzan más, entiéndese de las que
entonces el alma juzga tener que Dios le haya dado, que no dudai
poderle Dios dar más y ensanchar sus senos. Pero entonces ve que
revientan y se descosen y está en peligro de perder la vida.
Este
exceso de amor y de unión de un alma con Dios lo quiero declarar por el exceso
de los trabajos de Cristo. Cuando [a] Cristo, en el güerto puesto en oración,
se le representaron y vido juntos y amontonados todos los trabajos, dolores,
afrentasj, ignominias, scarnios y muerte de cruz que en tan breve habíe
de pasar y padecer, la porciónk inferior y la voluntad humana hizo el
tanteo de las fuerzas humanas y, viendo para ellas el exceso de trabajos,
mostró ser verdadero hombre diciéndole a su Padre que pasase aquell
cáliz: Si est possibile, Pater, transeat a me calix iste4; aunque
luego, como conoció la voluntad de su Padre, vestida aquella voluntad de la
divina, con brío y fuerza dijo: Non mea, sed tua voluntas fiat5; [229v]
no se haga mi voluntad, Padre eterno, sino la tuya, que es que yo padezca, etc.
De esta
misma suerte, puesta un alma en oración y alta contemplación, donde Dios le
comunica por aquel rato no penas, sino gustos, no exceso de trabajos, sino de
celestiales placeres, haciendo el tanteo de la cortedad de sus fuerzas para
tanto bien, tanta gloria, tanto gusto, da voces y dice: Satis est, Domine;
basta, Señor, pase este cáliz, no cáliz de amargura, sino cáliz de vino y de
divina enbriaguez. Porque, así como los muchos y grandes trabajos y excesivas
penas y tristezas suelen quitar la vida a un hombre, de esa misma suerte el
exceso de los gustos y contentos. Pues viéndose un hombre al pie de esta cruz,
no de penas, sino teatro de glorias que le podría ser causa de muerte y acabar,
da voces y dice: Fuge, dilecte mi6; apartaos un poco, Señor. Aquí habla
la flaqueza del hombre, confesando y tanteando la cortedad de sus fuerzas para
tan grande carga de bienes.
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5. El
oro es amable, los hombres andan perdidos por él; pero tanto oro le pueden
echar a cuestas que, sintiendo no tener fuerzas para lo llevar, diga que hay
harto, que se detengan. Y esom dice la esposa cuando a su esposo le
dice que huiga, pero que se asemeje a la cabra y al hijo del ciervo. Veamos qué
quiso decir en esto la esposa. Ya de todos es muy sabido que la cabra montés,
cuando huye, huye volviendo el rostro atrás, hacia la persona de quien huye.
Pues decir la esposa que huiga como la cabra es decirle que se aparte y que le
vuelva el rostro. Y advirtamos un celestial secreto a este propósito: el rostro
del Padre eterno es Criston. Así lo dice David, hablando con Dios: Respice
in faciem Christi tui7. Y también porque, así como por el rostro
venimos en conocimiento de una persona, de esa manera, por Cristo venimos en
conocimiento [230r] del mismo Dios8.
Digo lo tercero: que a Cristo
llamámosle rostro y cara del mismo Dios porque de una persona sólo se descubren
las manos y el rostro, y así de Dios sólo conocimos sus manos, que fueron sus
obras admirables, y su rostro, que fue Cristo, porque lao persona
divina tapada se quedó debajo de aquella sanctíssima humanidad. Y así, Moisés,
pidiendo a Dios que le mostrase su cara9, pedía que nos diese y
mostrase a su Cristo. De manera que a Cristo llamamos rostro y faz del mismo
Dios10.
Pues decir la esposa
que huiga su esposo y que le vuelva la cara, es decir: ¡Ay, Dios mío, y qué
excesivos son los gustos y contentos que tú communicas a un alma que de veras
amas! Desfallece
mi corazón y mi carne (como dice David). Y ¿en quién desfallece? En Dios de mi
corazón11. Pues, Señor, eso es tan sobre mis fuerzas, toma tus gustos y
dame mi Cristo, que en él está Dios tapado, encubierto y disimulado, está el
almizcle de la divinidad enalcorzado y de suerte que se pueda comer. Vino tan puro como es Dios, a solas no lo
puedo llevar, menester es aguarlo. Cerrad, Dios mío, la ventana por donde sale
tanta luz que me deslumbra y asomaos por las celugías y detrás de la pared de
vuestra humanidad. Fuge,
dilecte mi, asimilare caprae12; toma tus gustos y dame mi Cristo. Toma, Señor mío, tus
placeres y dame los pesares y afrentas de Jesús, que es tu rostro. Toma ahora,
Señor, tus entretenimientos y dame la corona de espinas, clavos y azotes de mi
Cristo. Huid, esposo mío, y apartaos ahora, como si dijera, que esta vida más
es de imitar a Cristo que no de gozar vuestra gloria. La gloria de un alma ha
de ser asemejarse a Cristo y que sean conforme la imagen de vuestro Hijo, que
en el cielo sup gloria será gozaros. Así, san Pablo sólo se preciaba en
la cruz de Cristo13, porque en [230v] esta vida ése ha de ser nuestro
paraíso y entretenimiento.
Sabía la
esposa que más propio es al hombre trabajar que holgar ni gozar, según lo que
el Spíritu Sancto dice: Homo natus ad laborem,
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sicut avis ad volandum14. Ya sabemos que para las
cosas que nos son más naturales tenemos más fuerzas que para las que no lo son.
Pues, viendo la esposa que tiene más fuerzas para trabajar que para gozar,
quiere enplearse en obra que le luzga, en obra que obre mucho, porque los
gustos presto desfallecen y en los trabajos permanecen las fuerzas, como el ave
en el volar.
Esta seríe la causa por qué Cristo en su
transfiguración trata del exceso de su pasión. Como quien dice: no piensen
estos tres discípulos que la gloria que aquí muestro es para este mundo. No es
sinoq muestras de lo que se ha de gozar en el otro; que para aquí,
trabajos, ignominias, afrentas, pasión y muerte. En cuyo testimonio de que esto
convenía, probando Pedro aquella gloria desfallece y dice cosas que no acierta;
y todos tres cain en tierra, como a quien les dan a probar aquella gloria, y
dicen en aquel caer sobre sus rostros que no es para aquí, que las fuerzas del
hombre son muy cortas para sufrirla; que mejor cuadran los trabajos, pues en
ellos, sin desfallecer, permanecieron los apóstoles tantos años y sin caer
sufrieron tantos tormentos y tan crueles penas y muertes atroces, y sola una
gotica de la gloria de Dios r los derriba en tierra; pero Moisés y
Elías, que tratan de estos trabajos, no cain en tierra15.
¡Oh esposa sancta! Y
qué discreta andas en decirle a tu esposo que huiga, pero que eso sea de tal
manera que te dé su cara y rostro, que te trueque los gustos en que desfalleces
[231r] por trabajos y afrentas de Cristo, en que tendrás fuerza, ánimo y duración,
por ser comunicada del mismo Dios y más conforme a nuestra naturalezas.
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