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CAPITULO 23 - De los muchos modos por donde un alma se
mortifica cuando Dios la saca de su recogimiento interior, y de otros muchos
por donde Dios la anima y consuela
1. En esta alma de quien ahora íbamos
hablando en el capítulo pasado, hallo yo en aquella ocasión dos
mortificaciones, y aun tres. La primera, el haber como perdido dentro el bien
que gozaba; la segunda, el buscarlo en las criaturas; y lo tercero, el
descubrir, como dicen, el juego: que siendo tan divino, de allí en adelante,
como los bienes que antes tenía los poseía en secreto y después los ha de tener
en las criaturas, es fuerza [238r] que ya todos sepan que es rica. Como cuando acá tiene su hacienda en oro,
nadie puede saber cuán rico es fulano; pero si la tuviese en heredades, no se
podría encubrir, pues todos, poco más o menos, saben lo que valen. Y de esa
misma suerte, el que antes tenía su hacienda en Dios, y en Dios amaba a sus
prócximos, nadie podía saber dónde llegaba aquel amor secreto y sanctidad
interior; pero, enpleado aquel amor en el prócximo y puesto Dios en las
criaturas, ya se sabe adónde llega la tal virtud. Lo cual no es reputado por
pequeña mortificación de un siervo de Dios, como lo era en un san Bernardo
ya en otros muchos sanctos, en quien Dios obraba particulares
maravillas y milagros, dando salud a muchos enfermos, por lo cual, conociendo
la virtud del sancto, todos lo alababan y estimaban.
2. La
otra mortificación, de buscar a Dios en las criaturas, es tanbién inmensa,
porque, como los sanctos saben que todas ellas pesan poco en comparación de
Dios y que en cada una de ellas está derramada una gotilla de este summo bien,
todas ellas juntas se le hacen poco para lo que dentro tenía. Y aunque es
verdadb que el granjeo de un alma es un bien inmenso y como infinito,
aunque por sus medios se salvara todo el mundo, como en
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sólo Dios
tienen suc mira, ahí sólo buscan su medra. Que, en fin, es gran cosa
(como decimos acá) lo que reluce, que es Dios en Dios, y de eso sólo se precian
y todo lo demás lo olvidan.
3. La
otra mortificación, de haberles faltado el bien adentro, no creo hay que
encarecer, que bien se sabe lo que puede ser imaginación o consideración de tal
pérdida. Pues vemos acá que, por haberse secado un pozo en una casa y haberse
obligado de traer agua de fuera, que es lo que tanto se gasta y es menester en
una casa, es grande aflicción y melancolía. Pues ¿qué sentirá un alma que
dentro, en su corazón, sentía una fuente de agua viva, cosa tan necesaria para
la vida del hombre, y que se le seque y tenga necesidad (como dicen) de vivir
de acarreto y buscar a Dios en las criaturas de acá fuera?
4. Concluyo
esto: que no es dicible ni se puede considerar lo que un alma hace cuando con
gusto y voluntad se sujeta a estas trazas de Dios. Y que, si por su misericordia
no descubriese unas vislumbres obscuras del bien que está encerrado en la fee,
mediante la cual se sujeta a buscar a Su Majestad en estas cosas exteriores,
perderíe mill vidas. Pero a Dios, a cuyo [238v] cargo está consolar a las
criaturas y no afligir demasiado a sus siervos, proveed por muchas
partes de algunos saludables remedios que conforten el tal corazón sobre la
absencia de los bienes pasados. Y esto lo hace unas veces descubriendo lo hondo
del corazón, y cómo es casi pozo sin suelo, y que, por larga vista que el
hombre tenga, Su Majestad en el propio corazón se puede esconder más y más, de
suerte que no le dé alcance el hombre, sino sólo cuando Dios quisiere y fuere
servido que suban las aguas que hasta el profundo bajaron. Conviniendo así,
como denantes decíamos, para que un alma lleve fructo de sequío, que se tiene
por más sabroso, como lo eran las oraciones tan profundas que David hacía
cuando decía que estaba su alma sicut terrra sine aqua tibi1.
Aun acá vemos que cuando llueve
mucho no hay quien camine ni salga de su casa. Todos dejan sus tratos y caminos
para el tiempo enjuto. Cuando en un alma llueven los cielos favores y gustos,
todo se le va, como acá a las buenas mujeres, en coger agua llovediza, limpiar
y lavar su casa y jabonar sus tocas. En esto entiende un alma que interiormente
se ve favorecida de Dios: en enllenar sus arjibes de aquella celestial
lluviae, limpiar su alma para que, en la forma que sus fuerzas
alcanzaren, sea vasija de un tal celestial liquor, jabonarse una y otra vez,
como hacía David cuando ya sentía que sobre él caía el rocío del cielo,
diciendo: Amplius lava me2. Pero en el tiempo enjuto, cuando un alma se
siente y se halla seca, enjuta y desabrida, entonces es cuando se hacen los
caminos, aunque sean largos, cuando se hacen los tratos y enpleos en las
ferias. Y entonces es cuando un alma sale a granjear con sus hermanos y a
communicarles sus bienes.
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De
manera que suele Dios esconderse y sumirse el agua del gusto y contento en un
alma por el tiempo que Su Majestad es servido. Pero, como decimos que está a
cuenta de Su Majestad el consolar a unos y no desconsolar a otros, suele dar
unas vislumbres de que los manantiales del corazón no están tapados ni
perdidos, que allí se están para verter por ellos agua, como caños de fuentes,
cuando Dios fuere servido de subirla. Que gran [239r] cosa es echar de ver que la pérdida que al
presente siente no ha sido él la causa de ella, pues se está dispuesto, por su
parte, a recebir la gracia primera; y que, si el agua falta, la causa es los
temporales. Que quiere Dios que por un alma venga el estío para que
acuda a la mies y segar los sembrados, que es mucha la hacienda que tiene Dios
en los campos del mundo, y pocos los obreros3.
5. Digo, pues, que en esto de consolar
Dios a un alma mostrándole por vías secretasf no es aquella mudanza
porque Dios está enojado, sino porque ansí convino. Que en esto se ha Dios como un padre con
un hijo: que estando el muchacho afligido porque están pobres o porque no hay
con qué comprar de comer, saca la bolsa y, ya que no le muestra el dinero, lo
suena, que eche de ver que no hay tanta pobreza como él piensa.
¡Oh amorosíssimo Padre y Dios
nuestro! Qué de veces estas almas, de quien vamos hablando que sacaste afuera, gimen
y lloran sug pobreza y el parecerles que ya no hay una blanca de
caudal. Pero tú, Dios mío, que no estás muy lejos de su corazón, menéaslo como
bolsa en el cual, ya que la tal alma no conoce lo que hay, echa de ver que hay
dinero y que todavía, sin falta, se debe Dios de tener allí su tesoro
escondido, porque de otra manerah mill vidas perdiera el alma que tal
trueco habíe hecho.
6. Otras veces esta lumbre que da Dios
adentro en el corazón, la da y pone en las criaturas de afuera, en quien por
entonces pone todo su afecto, dándoles Dios a conocer el gran valor de un alma.
Y aunque es verdad, como denantes decíamos, el justo en todas las ocasiones con
nada se da por contento y por pagado, sino con el mismo Dios, con todo eso echa
de ver que allí está enpleada la hacienda del Dios que dentro poseía y tenía, y
que todo es oro fino, pues todo valei y sabe a Diosj.
7. Ultimamente,
la luz que se juzga por de más consideración esk la de la fee pura,
cuando mortificándose un hombre, sienta lo que sintiere, rinde su
entendimiento, su gusto, su voluntad, a que aquélla es obra de Dios y que él lo
hace, venga lo que viniere. [239v] Que si el tal trueco no le es fiesta ni
pascua, séale trabajo y purgatorio, que para todo está aparejado y para todo
tiene hecho el estómago, lo
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próspero y adverso, gustos y no gustos, aunque, como
tantas veces queda dicho, no se puede dejar de sentir el esconderse Dios, pues
el mismo Cristo lo sintió cuando, con amorosas quejas, en la cruz dijo: Padre
mío, Padre mío, ¿por qué me has desamparado?4
8. De aquí tanbién se coligirá cuánto hace
un siervo de Dios en la tal obra a que le fuerza y obliga Su Majestad que salga
fuera a obrarla, pues tiene necesidad de tantos consuelos y ayudas de costa de
parte de Dios. Y, después
de todo eso, es necesario él propio por mill caminos mortificarse, divertirse o
trascordarse de los bienes pasados. Y esto último no es pequeño remedio, antes
eficacíssimo para la obra presente: sembrar Dios en el alma que esto sucede un
olvido y trascuerdo de lo pasado. Que aun acá lo solemos decir a una persona
que está desconsoladíssima porque se le murió su marido, perdió algún hijo o
por su casa vino absencia de lo que mucho amaba: que, de ordinario, después de
todos cuantos consuelos le han dado, viendo que ninguno llega, le decimos que
se divierta, que lo olvide; y de esa manera parece que tiene algún alivio.
Toda la causa del desconsuelo y
lágrimas que el pueblo de Dios derramaba cuando lo llevaban captivo a
Babilonial era el acordarse de Jerusalén. Este pueblo tenía en
aquellam ocasión dos males insufribles: la una, verse el libre captivo,
aherrojado y sujeto a estraños; lo segundo, el acuerdo de losn bienes
absentes y perdidos5. Si a este pueblo en aquella ocasión llegara Dios
y sembrara olvido en ellos de lo que dejaban en Jerusalén, es certíssimo fuera
particular remedio, porque con eso tragaran de una vez el captiverio y
entendieran que por entonces lo habíen de llevaro como cosa que así lo
permitía el cielo para más bien suyo.
Estos dos males siente el justo
cuando, divertido de adentro, lo obligan al trato de las criaturas: lo uno, el
captiverio y esclavonía que con ellas tienep, el haber de estar como
esclavo, atareado a sus gustos y menesteres; lo segundo, el acuerdo de los
bienes pasados que el alma gozaba a solas con Dios. En la tal ocasión, Su
Majestad, acudiendo a la flaqueza de esta tal alma, suele sembrar olvido de los
bienes pasados para que, persuadida al captiverio presente, lo lleve [240r] y
sufra con paciencia, considerando que por entonces es voluntad de Dios aquello.
Que olvidar o no olvidar los bienes pasados no será causa de menores premios
venideros, siendo el olvido enviado por Dios, conviniendo así en la ocasión
presente.
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