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CAPITULO 24 - En que se torna a lo tratado en los
capítulos superiores y se declara cómoa el alma naturalmente desea
alguna intercadencia en sus elevaciones y gustos sobrenaturales, para que sus
potencias acudan a sus ejercicios naturales
1. Ya parece nos podremos tornar (pues no
quedó del todo concluido) a la explicaciónb que podían tener en un alma
justa, puesta a los pechos y gustos de Dios, aquellas palabras que la esposa
dice a su querido galán y enamorado Dios: Fuge, dilecte mi, asimilare caprae,
etc.1 Porque, puesto caso que tan encarecida queda la trabazón de Dios
y un alma cuando con Su Majestad está unida mediante alguna gracia
extraordinaria y excesivos gustos de que goza, ñudo tan ciego que no tiene ojos
esta tal alma para lo ver o tornar a desatar, antes querría se desatase primero
y desasiese el alma del cuerpo que no tal bien y vida, como es Dios, de su propia
alma, paréceme es este ñudo (en el sentido que dél vamos hablando) como el ñudo
scurridizo: que tiniendo fuertemente y tirando de un lado, tanto el ñudo del
otro aprieta cuanto pesa la cosa que dél está colgado. A los ahorcados les
echan ese ñudo para mejor y más presto ahogarlos, sin que se pueda quitar, si
no es aflojando el pregonero que ahoga el cabo de arriba. Pretendiendo Dios a
un alma ahogarla y que de veras muera a las cosas de la tierra, entriégasela al
amor, que sabe muy bien apretar los cordeles y dar un ñudo scurridizo tan
apretado que, mientras más pesa el amor que la criatura tiene a su Criador, más
se aprieta el ñudo, el cual no se afloja si el amor de arriba no da esa
licencia y cuerda para deshacer el ñudo y que haya más libertad para las cosas
exteriores.
2. Digo, pues, que habiendo tanta
dificultad en deshacer este ñudo y soltar esta presa, ¿cómo esta alma que de
ella goza pide a su esposo Dios que huiga y se aparte? (Demás que luego llevaremos adelante el
pensamiento que arriba enpezamos). Digo, según topamos en el propio capítulo,
[240v] que siendo Dios una luz imarcesible, estando muy pegada esta luz a los
ojos interioresc de los hombres, suele deslumbrar su flaqueza, porque
como aún no han llegado al estado de los bienaventurados, donde eso se goza con
fortificación de las potencias puniendo Dios en ellas und don y gracia
con que no son deslumbradas al gozar aquellos bienes, no pueden acá dejar de
flaquear en los bienes que reciben cuando Dios, por su misericordia, accelera,
en la manera que se puede, aquello que allá se goza. Y como carga que así
sobrepuja a la firmeza de las columnas sobre que se pone, bambolean y,
temerosas por sus pocos méritos de no dar con tanto peso en el suelo,
pidene a Dios que se lo suspenda hasta que en el cielo, habiendo
llegada la
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plenitud de la edad de Cristo2,
tenganf comunicada por sus méritosg fortaleza suficiente del
mismo Cristo con que puedanh gozar de todo. Y eso quiere decir (Fuge, dilecte
mi3) la esposa cuando a su esposo le dice que se vaya. Como si a un
convaleciente que tiene grande gana de comer y flaqueza en el estómago para la
digestión le pusiesen cuatro o seis platos de ricos manjares: que gustara mucho
él de comerlos, pero temiendo su flaqueza dice al enfermero: Levantá, levantá
esto de aquí y traedme uno o dos bocados de un pollo o de un mazapán, que ahora
eso me basta; guardadme estos platos, que son muy buenos, para cuando tenga más
fuerzas.
¡Oh sancto Dios, enfermero divino, y
qué cuidado tienes de regalar un alma para que presto cobre fuerzas y engorde!
Con ese intento sueles tú, Señor, muchas veces darlei muchos y muy
buenos platos interiores de mill gustos y entretenimientos que contigo tiene,
en que descubres el amor que tú tienes al enfermo y convaleciente y la
solicitud que pones en su regalo. Pero el alma, satisfecha de la grandeza de
ese amor y de la grandeza del bien que recibe, no porque le falta gana de gozar
lo que goza y dentro le ofrecen, sino con temor de la flaqueza de su estómago,
dice al enfermero estas palabras: Fuge, dilecte mi4; ¡ea, Señor mío!,
levantad éstos platos, guárdense para el cielo, donde el amor, como en su
centro, como el fuego en el suyo, tendrá fuerza para lo digerir todo. En el entretanto,
asimilare caprae inuloque cervorum5; conténtome [241r] con un plato y
un par de bocados y éstos sean los que están figurados en la cabra montés y sus
hijuelos los cabritillos, hijos de los ciervos. Conténtome, como si dijera, de
quedar herida como el ciervo que desea las fuentes de las aguas y que mi alma
siempre te desee con un deseo y amor intrañable6. Conténtome que, así
como la cabra, cuando huyej, vuelve los ojos, con que esos tus ojos de
piedad los arrojes sobre mí, que sean dos luces y antorchas encendidas que
alumbren y enseñen a mis pies tus caminos.
3. En las cosas naturales decimos que
sensibile supra sensum non facit sensacionem7; que el obiecto del
sentido puede estar tan junto y pegado con el propio sentido que el sentido no
obre ni juzgue de sí ni del obiecto. Como si un sonido muy agudo se oyese muy pegado a la oreja, y el
color que estuviese muy encima los ojos, como tampoco juzga de los párpagos con
que se visten.
Bien es verdad que en lo
sobrenatural el alma, ayudada de la gracia y fortificada con el mismo
[natural], tiene altíssimos conocimientos sobrenaturales. Pero la grandeza y
desigualdad que tiene lo sobrenatural con lo natural lo deshace y apoca tanto
que, si entre lo uno y lo otro no hay distancia, se rinde lo natural con
grandíssima facilidad. Lo cual experimentamos en los quek padecen
arrobos y éxtasis, en los cuales,
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con la grandeza del bien que el alma posee, quedan las
potencias como absortas, enbelesadas, rendidas y apocadas ante cosas que así
sobrepujan su capacidad. Y aunque es verdad que nuestro entendimiento en
aquella ocasión está más ennoblecido y todas nuestras potencias, pero padecen
por haberlas sacado de sus términos y destrictos. Como si un labrador fuese convidado de un
grande y lo sentasen a una mesa cercado de criados y servidores, regalado con
mill manjares: no obstante que todo le sabe tan bien y hace tanta ventaja a lo
de su aldea con todo eso desea volverse a las ollas y coles podridas de su
casa, al trato ordinario de sus vecinos y al lenguaje antiguo de su aldea.
En la manera que puede, este exemplo
tiene en lo sobrenatural que un alma goza cuando es de Dios convidada y
banqueteada con platos de gusto excesivo: que, como ya salió del término de su
aldea, en tanta grandeza su poquedad, no obstante la honra y el gusto que de
los tales bienes tiene, está con un deseo natural, mientras no se le da más
calidad de condición, de volverse a su trato [241v] antiguo y natural, que, aunque
más bajo, más conforme a su condición. Y así en esta ocasión muchas veces el
justo, naturalmente hablando, le dice a Dios: Fuge, dilecte mi, etc.8,
porque el entendimiento naturalmente desea hacer sus discursos; y las demás
potencias, el ejercicio natural que se les dio por propio officio.
4. Y una de las cosas que un justo más
desea es conocimiento de dos cosas: suyo y de Dios. Y como en esta enajenación
quedó tan absorto el entendimientol y toda el alma tan unida con Dios,
perdióse a sí propia de vista y, quedando transformada en Dios, ni a sí le da
lugar la enajenación de conocerse, ni a discurrir y entender quién es Dios. Esto lo tengo ya declarado en otros
lugares en la formam que ahora diré, que a mí no se me alcanza otra. Cuando
a un enfermo le dan de comer o cosas que lo sustenten fuera de la vía ordinaria
por donde él puede gustar de la comida, aunque le cueste menos trabajo lo que
le dan, es cierto que ha de desear aprovecharse de aquella comida vía
ordinaria. Lo propio desea nuestro entendimiento cuando en el conocimiento
sobrenatural se le dan manjar por algún camino sobrenatural en el cual
el entendimiento, como no masca, no gusta, y así desea volverse a su modo
ordinario y ser antiguo. Que, como he dicho otras muchas veces, cada gallo
canta en su muladar. Y el villano en su aldea es alcalde y regidor, y manda el
pueblo; en el ajeno, particularmente si es la Corte, anda abobado y absorto,
que ni conoce ni se conoce. Y lo propio es un río: que en la mar, envueltas sus
pocas aguas con las muchas de aquel piélago inmenso, se desparecen; y aunque es
verdad que tienen mill mejoros allí metidas, con todo eso, si en el ser natural
tuvieran entendimiento dijeran que bueno era el campear y
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pavonear por la tierra donde, pasando por mill
pueblos, era reconocida su poquedad.
En el
sentido que voy hablando, este nuestro entendimiento y este nuestro hombre acá
en la tierra, como en su muladar, canta y gallea y, como alcalde en su aldea,
rige, propone, ordena y manda. Pero, sacado de ahí y llevado a la Corte y al
trato sobrenatural donde todo el hombre es absorto, enbebido y derramado en
aquel piélago de la inmensidad de Dios, donde él no hace de las suyas,
naturalmente desea volverse a su trato antiguo y donde, conociendo su poquedad,
con ella acá abajo es rey. Y así, en este sentidoo, habla a aquella
grandeza de Dios, [242r] diciendo: Fuge, dilecte mi, asimilare caprae, inuloque
cervorum9; dícele que huiga y se asemeje a las cabras y ciervos y a sus
hijuelos.
Parece que aquí la
esposa puso, en esta semejanza, animales fecundos, pues puso padres y hijos.
Que parece en esop nos pudo dar a entender, en el sentido que vamos
hablando, pide que de tal manera informe nuestras potencias que de en cuando en
cuando les dé lugar a que sean fecundas y que paran. Declarémoslo bien. Cuando
nuestras potencias están elevadas, conociendo y amando sobrenaturalmente,
nuestro entendimiento entonces, aunque está fecundo con la información
sobrenatural que tiene de Dios, no pare sus conceptos y discursos ordinarios; y
la voluntad, aunque está actuada amando aquel summo bien, tampoco pare actos
elícitos. Deseando, pues, estos partos naturales, pídele a su esposo se vaya y
se asemeje en su ida a estos animales que gozan desta fecundidad y que dé lugar
a nuestras potencias a que hagan sus officios.
El alma
en presencia de Dios es otra Raquel hermosa que, gozando de su hermosura, no
pare; y Líaq, que era lagañosa, tuvo muchos hijos10. Bien gusta
el alma de aquella admirable hermosura que tiene en sus arrobos y
enajenaciones. Pero como, en el sentido que hemos dicho, no paren, gusta a
ratos r Raquel sers lagañosa y que cesen esos arrobos y
éxtasis, para que pueda tenert hijos y hacer obras exteriores.
De los
ciervos se diceu quev las hembras paren con facilidad cuando
truena, y en los tiempos tempestuosos mejor que en el tiempo sereno y apacible.
Y esto pide la esposa a su esposo: que, considerando que no pare en el tiempo
agradable en que goza de estas enajenaciones, que se aparte un poco y que en
esosw desvíos truene, relampaguee, que, en fin, gozará del bien de
estos partos de que vamos tratando.
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