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CAPITULO 26 - Cómo en muchas ocasiones muy justas los
siervos de Dios no deben ser mortificados, por no tener la disposición que se
requiere, corporal o spiritual, para acudir a las tales mortificaciones; antes
en tal ocasión con ellas les hacen mal e inpiden otros mayores bienes
1. No es posible guardar orden en estos
capítulos acerca de las mortificaciones y trabajos que se le ofrecen a un alma
en el camino de la perfección, sino que las cosas se han de decir cuando Dios
las diere y la ocasión se ofreciere. Y así no se pondrá por culpa tratar en este libro algunas cosas
que parecían pertenecer más para el principio que no para el fin de la materia.
Tratado hemos de los
provechos que a un alma le acarrean las mortificaciones y trabajos, séanse
interiores, séanse exteriores, vengan por donde vinieren; que, como quiera que
sea, ellos ablandan, purifican y linpian un alma. Como fuego la derriten, como con dedos la
maznan, como con jabóna la jabonan y, como si fueran postas o caballos,
de sí propia la alejan y la entran por la casa de Dios. Son nubes que
llueven, sol que alumbra y da luz a los ojos ciegos y dormidos, strellas que la
hermosean, y planetas favorables que ordenan las cosas como más nos convienen.
Son estos trabajos y mortificaciones arcaduces que sacan agua de lágrimas de lo
más abscondido del alma, azadab que cava la haza para que dé buen
fructo, podadera que corta lo inperfecto de la vidc para que más crezca
y doble la cosecha. Fuera
nunca acabar
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querer acabar de traer exemplos y propiedades de cosas a
que se comparan. Basta, pues ya hemos dicho harto por ahora, decir que, si
aprietan a un alma, la ensanchan; si desconsuelan, alegran; si afligen,
entretienen y tienen en sí encerrados millares de bienes.
2. Pero quiero ahora decir que, cuando los
trabajos y mortificaciones se administran por manos de siervos de Dios, que los
dan y los preparan cuando quieren, como el médico y boticario la purga, que
adviertan que si el spíritu con quien tratan es spíritu quieto, tranquilo,
sosegado y que ya ha enpezado a gozar algo de lo que Dios, en lo escondido de
su bodega, da al alma [en] que éld entró, que no siempre están estas
tales para las [246v] mortificar y trabajar. No porque no tengan ellas
obligación siempre de estar aparejadas a sufrirlos y llevarlos con paciencia,
sino porque, en lugar de aprovecharle su espíritu, podrían desaprovecharlo y
hacerle perder tiempo, y aun podría ser volver atrás.
Esto no se puede declarar si no es con
exemplos. Tiene un hombre un vaso de vino en la mano lleno que lo va a beber.
Llanoe es que, si le menean la mano o lo alborotan, se le verterá y no
beberá cuanto habíe de beber. Almas quietas, que gozan de Dios y beben del vino
de su gracia en lo quieto y escondido de su corazón, turbarlas y perturbarlas,
aunque las mortificaciones y trabajos sean cuan buenos ellos quisieren, no es
buenof.
Digo que hay muchas almas para quien
eso no es acertado en muchas ocasiones. Que eso tiene el agua quieta y
sosegada: que se enturbia con facilidad y por gran rato no está para beber, si
no es que convenga enturbiar el agua de algún pozo para mondarlo, que por el
beneficiog que después recibe puede pasar esa poca de molestia de tener
el agua turbia por un rato. Y así puede un alma pasar los trabajos que Dios le
enviare por el beneficio que con ellos recibe cuando Dios, de los propios
trabajos, hace garabatos y calderos con que la limpia de millares de
inperfecciones. Pero cuando no hay esa necesidad y el agua está clara y los manantiales
limpios, es imperfección alborotar ni enturbiar la piscina.
Diránme: Hermano, si está limpia y
pura, la tal alma no se enturbiará. No vale nada esa réplica, porque no siempre
son culpas las que enturbian un alma. Que el natural, la complesión, los humores y
la flaqueza y pocas fuerzas de la persona en el padecer, suele enturbiarla y
perturbarla, sin que en ello haya culpa más de la que tiene el desorden natural
de nuestras pasiones o humores. Tanbién hemos de advertir que tenemos estas
nuestras almas en vasos de barro1. Y si el suelo es de barro, el barro con poca ocasión se alborota e
inquieta; y el polvo sentado con poco aire se levanta.
3. Digo más: que esta nuestra alma, para
sus discursos y meditaciones, aprovéchase mucho de [247r] los sentidos y de la
imaginación.
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Toda es gente delicada que con facilidad se arromadiza
y se les tapan las vías ordinarias por donde entra el manjar al entendimiento
posible.
Del topacio dice una cosa maravillosa
Plinio. Y es que, si lo labran o quieren alisar y pulir, lo escurecen y le
hacen perder el lustre y resplandor natural que tiene2. ¿Qué más divino
símbolo del stado del spíritu que vamos hablando? Porque, en llegando a este
estado en que goza con aquella paz, quietud y sosiego de Dios, no hay topacio,
piedra preciosa ni esmeralda de tal valor, ni que dé tal resplandor de sí. Pues
este espíritu, que ya es más sobrenatural, si quiere el prelado o padre
spiritual alisarlo, pulirlo o labrarlo con artificio, con escoda y martillo, es
certíssimo, mientras más lo labrare y con sus imprudentes mortificaciones más
lo alisare, más lo escurecerá y lo enturbiará para que no dé su fructo y tenga
su acostumbrada contemplación.
Los ojos del alma en algo me parecen
a los ojos del cuerpo, los cuales nada admiten para guardar y conservar su luz.
Un poquito de polvo y una pequeña mota los priva de cosa tan admirable como es
la vista, a cuya causa les dio Dios esas fundas que tienen para que de noche y
de día los guardasen y defendiesen de cualquier cosa que les pudiese impedir el
bien que tenían. De esta misma suerte son los ojos del alma: que son tan claros
y resplandecientes que, puestos en su quietud, cualquier cosa los enturbia y
escurece, aunque no sea sino una pequeña y liviana mortificación que inquiete
aquel reposo interior de que goza allá en lo secreto del corazón. Por eso
debiera de decir Cristo que, si nuestro ojo fuere simple, todo nuestro cuerpo
será resplandeciente3. Aquí pareceh que llama ojo simple al del
entendimiento, con que se contemplan los misterios de Dios, porque no admiten
ninguna composición, que todo debe ser simple y llano. Y por eso a los que
han de ver a Dios les piden limpieza de corazón4. Y aun a los
quei entranj en el cielo les limpian las lágrimas y quitan los
trabajos5, porque aunque [247v] es verdad que los trabajos y
mortificaciones de suyo son buenos, no para aquel stado en que se goza de Dios
en la bienaventuranza. Pues digo que aun en esta vida hay almas que se asemejan
grandemente a ésas y, en su modo que pueden, contemplan a Dios. Y es necesario,
aun en ese estado, quitarles los impedimentos y cosas que les pueden perturbar
ese bien. Y digo que pueden ser trabajos y mortificaciones no acertadas, o
indiscretas, o trabajos desordenados.
El agua
buena es para que nazca el trigo, y el hielo para que arraigue. Pero si el agua o hielo viniese por san
Juan no sería bueno, porque ya por entonces quita vino y no dak pan.
Como entonces grana, más ha menester tiempo sereno que otra cosa. De esa misma suerte,
mortificaciones y trabajosl que en un tiempo hacen crecer las virtudes,
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tiempo hay, cuando ya esas virtudes granan y reciben
su fructo en la contemplación, quem los trabajos y
mortificacionesn haríen daño a esta tal alma. Porque, así como el daño
del granar el trigo con el agua proviene de que, enllenándose aquellos vasillos
de agua, no deja el aumento del grano crecer, de esa misma suerte el alma,
cuando en la oración recibe estas creces y aumentos del cielo, si en ella se
ponen trabajos o algunas cosas que la perturben, ocúpanla y inpiden lo que en
aquella ocasión es más propio suyo, quitándole, como denantes decíamos del
topacio, el resplandor que natural tieneo con las nuevas labores que en
él quiso hacer el platero usando de buril y martillo.
Parece
que se me ofrece ahora la explicación de un verso del psalmo 118 a este
propósito, donde parece que usó David de la propiedad que hemos dicho del
topacio: Tempus faciendi, Domine; disipaverunt legem tuam. Ideo dilecxi mandata
tua super aurum et topazion6; que fue decir: Cuando tú, Señor, gastabas
el tiempo en hacer bien a los hombres, ellos se ocupaban en deshacer y
desbaratar tu ley, en despreciarla, romperla y desbaratarla. Que eso parece quiere decir aquella
palabra: disipaverunt. Por tanto, Señor, yo amé tus preceptos y mandamientos
sobre el oro y el topacio; cumplí tu ley y guardé lo que tú me ordenabas sobre
el oro y el topacio.
Pues veamos por qué,
entre todos los metales, escogió el oro y, entre las perlas y piedras
preciosas, el topacio. Digo que, entre los metales, el oro es el más subido;
entrep las perlas y piedras [248r] preciosas, el topacio es el que,
labrándoleq, amartillándole o alisándole, pierde el resplandor. Y como
los malos habíen disipado los preceptos y mandamientos de Dios, los habíen
despreciado, desestimado y rompido, los habíen desportillado r de
suerte que, como si no fueran más que el oro, sino estiércol, así los echaban
por tierra y, como a celestiales topacios, les quitaban su resplandor
cons los commentos que les daban, labrándolos y entendiéndolos a su
modo. Eso, Señor, hacen los malos, y ése es el pago que te dan cuando tú
actualmente les estás haciendo bien. Pero yo, Señor, estimo tu ley más que el
oro, póngola en ejecución sin le tocar, como al topacio, sino entendiéndola
como suena y esplicándola como las palabras dicen, dejándola en su fuerza y
vigor. De esa manera la cumplo.
De donde
queda suficientemente probado y entendido que, así como el topacio no quiere
ser labrado ni alisado, de esa misma suerte el alma, cuando Dios la ha hecho
tan singular merced de haberla hecho un topacio y perla preciosa quet
goce y guste de aquella luz sobrenatural y contemplación admirable, no la deben
inquietar ni perturbaru conv algún género de prueba o
mortificación que le cause algún desasosiego espiritual.
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No parezca esto imperfección en un alma
que está en aquel estado. Que los que de esto poco saben luego piensan que,
pues se inquietan con aquella facilidad, que hay poco que fiar de las tales
almas y que no deben de tener buen espíritu o que van erradas, por parecerles
que Dios da quietud y fortaleza para todo. A los tales quería yo que
entendiesen que a Dios le llaman losw sanctos delicadox, y a
sus fiestas delicadas: Sabbatum delicatumy7. Y Dios es tan
delicado que con cualquier cosita, por pequeña que sea, se ofende; y aun a la
fiesta ofendían con unas pocas de serojas que cogían el día del
sábado8.
Si un hombre delicado se arromadiza
y destempla con un poquito de aire que le da, y el sábado se quebrantaba y
ofendía con dar unos pocos de pasos, ¿qué mucho que en aquel estadoz
que tiene un alma, según hemos dicho, sea tan delicada que la perturben cosas
muy pequeñas? Es muy lindo que está el otro en oración vocal rezando el
rosario, o en otra oración ordinaria, y se inquieta y perturba de un gato que
hizo un poco de ruido, y no quieren que se perturbe un alma pacífica y quieta
que goza de particulares favores de Dios, cuando llega cada uno a tentar y
catar con sus pruebas y mortificacionesa.
4. Ya
yo tengo dicho que los trabajos y mortificaciones disponen para la vida
perfecta, pero después estoy cierto que la perturban. Que ya sabemos cuando
Dios se le mostró a Eliseob a la puerta de la cueva, que se le mostró y
vino en un silbo amoroso de una marea delicada. Porque, aunque es verdad que
primero habíe pasado un torbellino y ventisca que sacaba las piedras de cuajo y
las desencajaba del monte y arrancaba los árbores, non in turbine Deus, no
venía allí Dios9. El exemplo está claro en lo que acá vemos cuando
llueve: que primero hace vientos y luego, al echarse y sosegarse, viene el
agua, según el refrán del labrador que dicec: lloverá, pero primero
venteará. Los trabajos sacan el agua y disponen los ñublados; pero, para que el
alma [248v] goce de esta quietud interior, es necesario se echen esos vientos y
sosieguen esos trabajos.
5. Otra razón natural hallo yo. Y es que,
en esta ocasión y estado que el alma tiene, para nada los tales trabajos le
pueden ser de provecho. Lo cual constará de un exemplo natural: los médicos
prohíben las sangrías y cualesquier evacuaciones en los enfermos cuando tienen
desmayos, crecimientos, sudores, y en otras ocasiones semejantes a éstas. Lo
uno, porque la naturaleza tiene harto en que entender en acudir a aquel trabajo
que se le ha ofrecido, sin que tenga fuerzas para acudir a dos trabajos juntos;
y podría [la] naturaleza salir con victoria de uno, y ser vencida en dos. Lo otro, porque al cuerpo flaco no se le
ha de
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dar más de lo que puede llevar, y entonces puede muy
poco, cuando padece alguna de estas enfermedades que hemos dicho.
El alma, en el estado que vamos hablando,
es certíssimo padece desmayos interiores, como los padecía la esposa cuando
decía: Amore langueo10. Y entonces el cuerpo son muy pocas las
fuerzas que tiene para resistir o vencer cualquier trabajo que se le ofrezca. Y
ésa es ocasión antes de regalar y favorecer que de sangrard. En este
estado pedía la esposa flores y manzanas con que la cercasene, antes
que trabajos y mortificaciones, diciendo: Fulcite me floribus, quia amore
langueo11. En
esta ocasión todo sea bonanza, porque el cuerpo desmaya y desfallece en un
estado tan levantado como éste.
Yo vi lo que diréf: cierto
religioso padecía algunas elevaciones; y, estando enfermo, mandólo sangrar el
médico. Y al tiempo de salir la sangre se hubiera quedado muerto, porque, como
el cuerpo estaba desmayado y sin fuerzas en aquella ocasión y el alma ocupada
en otras cosas, fue favor de Dios que no acabase allí. Donde se echará de ver
cuán poca disposición tiene entonces un hombre para que le inquieten, perturben
o envíen y inpongan trabajos sobre él.
6. Muchos hay que, en estos estados que
estas tales almas tienen, mortifican porque dicen quieren probar a los tales.
No me parece justa cosa que se hagan pruebas con detrimento de los tales
varones espirituales, porque, si tienen por buena prueba que los tales no
sientan las mortificaciones en la tal ocasión, después de pasada podrían sentirla
con algún daño suyo.
Y
adviértase que ahora yo hablo de mortificaciones más corporales que
espirituales. Pondré un exemplo. Oí decir que el sancto fray Nicolás Fator un
día quedóse arrobado en su güerta. Llegó a él un fraile y, quiriendo probar si
eran verdaderos arrobos, metióle por un muslo un alfiler muy largo. El sancto no lo sintió; pero volviendo
después en sí, el siervo de Dios sintióse herido y vertiendo sangre; y en parte
le pudiera dar o herir que lo dejaran cojo12.
Si vos queréis probar un pollino a
ver si es de carga y lo veis flaco, no lo probáis entonces, sino lo engordáis y
dejáis tomar fuerzas. Lo propio digo yo [249r] en los que mortifican: que, si
las mortificaciones son corporales, tanteen primero las fuerzas del cuerpo; si
son spirituales y el alma está atenta y ocupada en otra cosa, será bien
dejarla, que podría ser con el desabrimiento que siente de que la dispiertan y
hacen atender a otras cosas de menos gusto, que responda algunas palabras que,
no siendo en ellas culpable, la tengan por atrevida o no tan modesta como
debía, juzgandog esto de ella quien de este trato y materia no sabe.
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