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CAPITULO 31
- De otras condiciones que debe tener el maestro de novicios. Qué es lo que tienen
de él los novicios cuando más aprovechados están, y cómo se les ha de agradecer
el bien que de ellos reciben
1. No
quisiera haberme metido en esta materia. Y ya que entré, siendo tan falto de
palabras y de doctrina, quisiera hablar con los afectos y inprimira en
el corazón y [260r] entrañas de cada maestro y padre spiritual un deseo
ardiente, una ternura suave, con que en breve y en verdad enseñaran a cada uno
de sus discípulos aquello que a cada uno convenía. ¡Oh buen Dios! Abreles tú los ojos
para que sepan y entiendan que son unos moldes, sellos, retratos y dibujos,
conforme han de salir los que con él tratan y de él aprienden. ¡Oh, si valiera y se pudiera enseñar con
sola el alma, con sólo lo interior, como enseñan los ángeles, para que se
conociera quién dice y enseña verdad y quién no! Y más que estas verdades
interiores, cuando pasan por estos nuestros sentidos, que explican y
manifiestan nuestros conceptos, suelen muchas veces malearlos, ora sea porque
la lengua y los demás sentidos son más cortos para explicar que el
entendimiento para concebir, y el alma más larga
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y dilatada para desear que las obras para inprimir en los
corazones de los que aprienden.
Digo yo
queb lo que el alma concibe y desea inmediatamente se habíe de imprimir
en el alma que se enseña, sin que el cuerpo, tosco y rudo, metiera su
cucharada. Hubiera en esto también otro bien: y es que muchas veces piensan
habla su alma, y no hablan sino sus afectos exteriores y engañosos, y persuaden
unas ternuras que pudiera ser fueran mejores durezas. Quiero decir (no sé,
podrá ser que me engañe, pero, si no hay quien lo haga, porque no lo haya):
enseñan un modo de oración sin consideración, sin pensamiento en alguna cosa
sancta determinada, estándose ellosc revolcándose en sí propios, en sus
propios gustos, como otros narcisos enamorándose de sí propios, de que van
bien, caminan acertadamente, con que engendran una vanad y engañosa
seguridad con que se enternecen y lloran. Y después, cuando se les antojan,
ríen más de lo que es menester, hasta que destemplan su flaco natural y dan
consigo en alguna enfermedad corporal o engaño spiritual, que para sacarlos de
ahí son menester ochenta palancas.
No digo
yo que las ternuras y blandura de corazón sea mala absolutamente, que no es,
sino muy buena. [260v] Pero digo que ésta no sea yo el que la engendro
estrujándome a mí propio, deleitándome en mí, sino que, si la tuviere, sea
causada de un verdadero, cierto, fijo y ardientee amor de Dios, del
conocimiento de sus grandezas, del dolor y pena que concibo considerando lo que
Cristo padeció por mí; que aquí llore y me deshaga en lágrimas y que, viendo
los provechos que me vienenf del inmenso amor que Cristo me tuvo, me
ría, me huelgue, me alegre y entretenga con un Dios tan bueno. Eso es
boníssimo. Este es un amor que, juntamente con derretir y ablandar, fortalece y
pone correa a un alma para que dure en el camino de la perfección.
2. Para
que esto consiga un discípulo con veras, quiero dar un consejo (aunque siempre
tiemblo, que en esto de consejos meto mi cucharada). Y es que los maestros,
atento que son hombres exteriores y pueden ayudar con solas exterioridades, que
procuren poner a sus discípulos en este camino que es Cristo, de quien vamos
tratando, y se lo den y entrieguen a Dios para que en lo invisible, donde él no
alcanza con su mano, Su Majestad ponga la suya, y donde el maestro falta entre
Dios, que es el verdadero, procurando el tal maestro servir de valladar y cerca
exterior para que el discípulo no se salga del recogimiento interior. A mi
parecer, deben ser estos tales padres como los ayos de algunos caballeritos:
que los llevan al escuela o al estudio y, en entrándolos en el aula y
entregándolos a su maestro, los dejan. Esto deben hacer estos maestros:
entregar a sus discípulos a Cristo, que es el que sólo de veras lee y enseña
esta cartilla de la perfección religiosa; y, en entregándoselo, dejarlos y no
querer ellos, donde su saber no alcanza, estar machacando y aun quizá
descompuniendo.
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3. La experiencia me ha enseñado que
siempre salen mejores novicios, más sanctos y perfectos, unos religiosos
desechados de sus maestros, que nadie hace caso de ellos si no es para
mandarles, cargarlos de officios y que traigan a cuestas lasg cargas y
penas del noviciado, que no se [261r] acuerdan de ellos sino para echarlos de
la recreación, para que recen y aguarden la campana mientras los demás
meriendan. Y, por el contrario, hallo que los novicios más desmedrados, más
flojos, y aun no sé si diga los más relajados, son aquellos que llaman los
benjamines de los maestros de novicios, aquellos que se han de hallar a su lado
en todas las ocasiones, aquellos que, si tienen un adarme de virtud, tienen
siete libras porque su maestro lo dice y los apoya. Lo que yo juzgo de estos
tales y de estas ocasiones es que el maestro es amador de sí propio, lo cual lo
descubre el perrillo de falda que trai tras sí (digámoslo así), porque aquel
religioso que acertó a frisar con él en la condición, en el natural y en el
humor, allí inclinó el suyo para lo amar conh desigualdad y
singularidad. Pregunto yo: si aquél ama con demasía porque le es más semejante,
¿cuánto será el amor que a sí propio se tendrá, pues nadie es más
semejantei aj sí propio que él mismo? Ahí será la
desproporción, la demasía y la singularidad. Si no sabe despegarse de un
religioso porque frisa con su condición, ¿cómo se despegará de sí propio y
desasirá de sí mismo?
Digo, pues, que no tengo por más perfecto
el religioso más llegado ni más pegado a su maestro con estas aficiones que acá
de fuera se parecen. Si la perfecciónk se hubiera de pegar como las
gallinas enpollan los güevos, creyera yo que el fraile y religioso que llaman
ellos más de su corazón, ése fuera más perfecto; porque del águila dicen que el
güevo que acertó a caer a aquel lado, sale más conforme a la madre. Y también
digo que, si les maestros hubieran de ser como Cristo, que es el verdadero e
inmediato maestro, fuera lo propio: que el más llegado, el más de pecho y del
corazón, ése era el más perfecto y parecido, como decimos de san Juan, que fue
el dicípulo del pecho y costado de Cristo1. Que, en fin, la perfección
del hombre nace del amor que Dios nos tiene; y a quien más Su Majestad ama, en
ése hemos de poner mayor gracia, perol no en quien más ama el padre
spiritual y maestro de novicios, que ése es hombre solamente, y amando no da,
sino antes quita y priva de algún bien que la criatura tiene, por cuya codicia
quiere y ama. Y tampoco es perfección que se comunica con el calor natural,
sino con la gracia y calor del Spíritu Sancto. Y ésta se da a quien está [261v]
más solo y apartado de las criaturas y sin algún respecto se ha entregado a su Criador.
4. De
grande inportancia es saber un religioso que lo bueno que tiene sólo es Dios el
que se lo dio, que de Su Majestad tiene todo
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género de
aprovechamiento, ym de su maestro no tiene más que lo que
tienen un coro o capillao del acólito o muchachop que
apunta al libro de canto con una varilla enseñando la letra, la solpha y el
puncto; que, bien visto y pesado, es nada o casi nada lo que hace para que con
amor desordenado se le pague el servicio que hizo a las vísperas bien cantadas.
Esto propio hace el maestro de novicios y padre spiritual: que apunta el canto
y solpha de la vida perfecta en Dios, que es el librillo en quien leemos y
cantamos, de suerte que al buen canto que yo hago o debo hacer sólo se le debe
al padre spiritual el ser un puntero, un índice o varilla que me fue
descubriendo la letra y el punto. Y según esto, mi virtud o perfección, si la
alcanzo, sólo es porque la hallé en Dios, por quien me regí, y no porque me dio
el maestro la que él tenía. Bien es de agradecérselo y pagárselo, pero
paréceme a mí que la mejor paga es cantar bien y salir bien aprovechados, y no
querer que se lo paguen con darles y entregarles el amor que a sólo Dios se le
debe y con gastar tiempo andándome yo tras él.
Cualquier
género de particularidad entre los tales la tengo muchas veces condenada,
pareciéndome que eso más es según la carne que según el spíritu. Porque si
fuera afición espiritual, por el propio caso que yo le quería bien, lo había de
dejar en su recogimiento y soledad a que con mayores veras se diese a Dios. Con
esto queda dicho que yo no excluigo el amor particular entre los tales a la
mayor virtud. Lo que digo es que este amor, pues es a la virtud, sea amor puro
y sin mezcla, deseándole mayor bien y aprovechamiento spiritual al tal
discípulo, gozándonos mucho en Dios porque Su Majestad más se ha
particularizado con aquél que con otro, pidiéndole con grandes veras la
perseverancia y aumento en la virtud y que Su Majestad haga lo propio con los
demás; y que, si de parte suya tienen algunos estorbos, los quite y a él le dé
luz para que, de veras y en verdad, les pueda enseñar el camino de la
perfección.
5. Debe este tal maestro tener grande
cuenta y atención conq que Dios r es el principal en esta obra
y él un pobre gusanillo; y que si Su Majestad no anda de por medio, todo lo que
él puede hacer es nada. Considere si un niño guardase una manada de toros
feroces y bravos, y que, siendo tan corta y pequeña [262r] la defensa, no se le
entraban en los senbrados ni hacíen mal a nadie: que ésta más era obra de Dios
que no del chiquillo que los guardaba. Pues ¿qué si, al cabo del año, salían gordos y lucidos? Eso menos
era del niño, sino del buen pasto que Dios habíe dado en los pradoss, enviando
buenos temporales. Harto más indómitos son los hombres, más feroces, más
indomables y más inclinados a lo malo que las bestias a lo vedado. Y que, con
todo eso, un hombre como los demás sea custodia, guarda y maestro que refrene,
detenga y estorbe para que semejantes criaturas no hagan mal a nadie, esto es
obra de la gracia y de la poderosa mano de Dios. Y que, junto con eso, al cabo
del año salgan aprovechados, mejoradost, aumentados
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y crecidos en el spírituu, parte tiene el
maestro que enseña, pero muy pequeña, porque el todo es Dios, que le dio buen
pasto y puso mesa espléndida, envió buenos temporales y acudió con su gracia.
6. No
es pequeña la paga que al padre spiritual o maestro de los tales novicios le
cabe de ver a su ganadillo gordo, fresco, lucido, bueno y que sin falta anda
Dios de por medio. ¿Qué mayor dicha se puede imaginar que saber que el tal
maestro es peón y jornalero del edificio que hace Dios en las tales almas y que
andan sus manos arrivueltas con las manos de Dios? ¿Qué peón hay que sirva a un
arbañir, que aunque es officio sin comparación más bajo el del peón, pero con
todo eso andan juntos: el uno pide y el otro administra los materiales?
Dichosos maestros y padres spirituales en cuya obra es Dios el que edifica y el
principal maestro. Que me parece a mív entramos andan a daca y toma y
como trabadas las manos para asir y eslabonar los súbditos en una perfecta
charidad.
Aquellas
cortinasw que estaban delante del arca y propiciatorio estaban asidas
con tal orden que, siendo la de encima de jerga y sayal basto y las de adentro
de seda y holanda fina, en trabando de la una de arriba, corría la de dentro, y
todas estaban como eslabonadas2. Dichosos maestros que, aunque sean cortinas
de jerga y sayal tosco y sus obras son muy por de encima, con todo están tan
eslabonadas y trabadas con las del mismo Dios, que son las manos que obran
adentro y en lo secreto del corazón; que trabando de esto de afuera, allá va
Dios tras lo que hace y ordena el maestro, y todos andan como a un compás. Bien poco hace el que suena los fuelles en
el órganox en comparación del organista que toca las teclas;
peroy de tal manera está ordenado lo uno con lo otro que todo es
necesario. Conozca el padre spiritual que todo es poco lo que él hace en la
perfección de los súbditos en comparación de lo que Dios pone, pero le es
necesario que obre y trabaje con ellos; y que, de ese bien que de su parte
pone, lleva por muy buena paga gozar de la acordada mússica que Dios hace en
los tales súbditos tocándoles sus corazones, etc.
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