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CAPITULO 33
- De lo que el discípulo y novicio debe hacer cuando el maestro lo enseña con
alguna cortedad de spíritu y lo hace detenido en las cosas que él desea más
aprovecharse
1. Bien
fuera que aquí dijéramos cuatro palabras al discípulo de cómo se había de haber
en alguna de las ocasiones dichas con sus maestros, cuando, permitiéndolo Dios
así, diesen los tales padres en esa cortedada de spíritu que arriba
hemos dicho. Que no quiero yo decir ahora si diesen en culpas, que eso no lo
permitirá Dios; y si Su Majestad, por secretos juicios suyos, lo permitiere,
siendo eso cosa así rara y muy singular, no quiero yo para eso poner doctrina
ni consejos comunes. Sólo en esto que en los capítulos pasados hemos dicho
parece que es más ordinario caer los tales padres, porque no siempre en las
comunidades se topan hombres tan llenos de las cosas que son menester para
officio de tanta consideración que por muchas partes no los hallemos mancos o
cojos. Que es uno de los mayores defectos de la naturaleza, y mayor mal y estorbo
del spíritu, tener un padre manco en el obrar y corto de zancas en los afectos
para caminar: es una total destrución,
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carcoma o polillab que roe la virtud para que en
sus discípulos no crezca y se bien logrec.
Digo,
pues, que en estas ocasiones, cuando el discípulo conociere esta cortedad en su
maestro y esta cuerda corta que le da para que se aventaje en la virtud, que
procure de su parte humillarse mucho, conformarse en todo lo que pudiere,
agradar a su maestro; y en lo exterior, pues es su padre, ir por todos los
caminos que le dijere. [265r] Que ya vemos muchas veces palomas de ligero vuelo
andar en manada con tordos y otras aves tardas comiendo y sustentándose, pero,
salidas de ahí, cada uno vuela según Dios le dio la virtud.
2. Si a alguno le dio Dios gracia para
mucho, no desprecie las juntas de los demás, acuda a ellas con humildad, esté
muy rendido a las obras, palabras y ejercicios que ahí se trataren; y, en
saliendo de allí, acuda a Dios y a su interior, el cual no puede ligarlo ni
atarlo el maestro. Pídale a Su Divina Majestad que, pues él es solo el maestro
y padre de lo interior, que se lo dé tan alto, tan grande y perfecto cual
conviene para conocer las grandezas de sus misterios, para por ese camino más
amarlo y reverenciarlo. Dígale
con grande humildad:
Tú, Señor y Padre mío, que nos
mandaste obedeciésemos y reverenciásemos a nuestros padres
spirituales1, pídote encarecidíssimamente que, cumpliendo yo con ellos
como con hombres en lo exterior, que tú des a mi alma alas de paloma para que
vuele a ti y en ti sólo descanse. Estos padres sólo llega su jurisdicción a
ponerme en ti, que eres verdadero camino que nos lleva al Padre
celestial2. Camine yo, Señor, y no como los tibios, flojos y flacos.
Vaya yo muy a la posta aprovechando siempre. Dame tú, Dios mío,
con qué yo agrade y contente a mis padres spirituales, que, como hombres, con
poco están satisfechos. Pero como tú eres Dios eterno, inmenso, infinito,
muchas cosasd es necesario me des para que yo te pueda agradar: grande
humildad, grande charidad, viva fee, etc. Yo, Señor, aprenderé de mis maestros
de muy buena gana, pues tú me los das. Pero yo veo, Padre de misericordias, que
no fue la menor que con los hombres usaste que dijeses que aprendiésemos de ti
mansedumbre y humildad, y que nos diste exemplo para que hiciésemos como tú
hacíase3. Bien sabías, Señor mío, que los hombres son cortos y
se ahogan en poca agua, detienen los maestros a sus discípulos; y no permitas
tú, Señor, que sea porque no les eche otro el paso adelante. Supuesto
estof, de ti quiero aprender, de ti quiero ser enseñado y tomar
exemplo. Que si esto hago y yo tuviese todas las fuerzas de los hombres juntas,
no podría dar un pequeño alcance a algo de lo mucho que por mi amor heciste,
porque todas tus obras fueron excesos de amor. En ninguna hallo yo tasa ni medida, porque era tanto lo que se
revertía de lo que se debía, que era infinito.
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Según esto,
no hay para qué yo ande haciendo tanteos, medidas y cuentas de lo que debo
hacer. Y si por tener maestros, que son hombres, [265v] y yo en lo exterior que
soy flaco, en estas cosas me fuere a espacio, ya, Señor mío, sabes tú que en
los actos interiores no hay sobra ni yo puedo hacer algo que se le pueda dar
nombre de exceso, antes todo corto y digno de ser avergonzado cuando con todo
lo que yo hubiere hecho pareciere delante de ti, aunque lleve todas las
penitencias de los confesores y ermitaños. Alarga tú, Señor, la cuerda, dilata
mi alma, fortifica mi voluntad, alumbra mi entendimiento, para que yo todo
junto me trasponga y aniegue eng tih. Pues cojo y mido de buen
montón donde lo que yo recibo no se disminuye de las riquezas que tú tienes,
antes, si admitieras aumento, lo hubieras de ver que muchas criaturas acudían a
ti por mucho, mucho te pido, mucho quiero y mucho es lo que busco y tengo
necesidad.
3. No
hay cosa mayor y más pequeña que el pensamiento del hombre: que, estando
encerrado en una caja y cosa tan pequeña como en esta nuestra cabeza y apenas
se podrá hallar la cortedad del lugar donde habita, es tan grande que ronda y
rodea la tierra en un momento, se sube a los cielos y se pasea por esos coros
de los ángeles, forma una grandeza tan inmensa como las de las estrellas y
otras cosas, que asombra quepan, siendo tan grandes, en cosa tan pequeña. Y no
hay que decir más encarecimiento que, a no ser Dios Dios, Dios infinito e
inmenso, le diera caza el pensamiento del hombre4. Esto presupuesto, pues
el pensamiento de suyo es tan pequeñitoi y que un hombre lo puede
desplegar a la forma y manera del obiecto a quien lo pega, procurej con
ese pensamiento medirse con los padres y maestros con quien trata. Y cuando
esté con ellos, hágalo de su tamaño. Y cuando esté en la celda y trato con
Dios, déle cuerda, suéltelo, desenvuélvalo, dilátelo, déjelo correr y volar por
aquella grandeza e inmensidad de Dios hasta que él a sí propio se pierda de
vista. Sea como el gavilán y halcón: que cuando el cazador lo tiene con
pigüelas y capirote, sentadito se está en un clavo sin menearse; pero cuando se
lo quitan y sueltan, quedándose el amo en la tierra, vuela por esos aires de
suerte que fuera imposible, aunque tuviera alas el amok, poderle darl
alcance. Entonces es cuando por esos aires hace vueltas y revueltas, puntas y
contrapuntas.
¡Oh mis
charíssimos hermanos, y si estom lo hiciésemos con veras: cuando
nuestros maestros nos tienen con pigüelas y capirotes, estar queditosn,
por lo menos en el exterior; cuando nos sueltan y desasen, volar por esos
aires, dar mill vueltas por esos cielos, [266r] hacer nuestras puntas y
contrapuntas! Que si el maestro es quien debe, celestial gozo debe concebir de
ver a sus discípulos bien aprovechados y mejorados
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y que, como buenos gavilanes, train caza y hicieron
divinas presas en la majestad y grandeza de Dios.
4. Pidan a Su Majestad dé a su maestro una
grandeza de spíritu cual le conviene para que en todo les sea guía; que le abra
los ojos para que ame y quiera lo más perfecto, para que no se contente con
poco, para que sus pasos, pensamientos, palabras y obras no las mida con la
cortedad de nuestra flaqueza, sino con el poder deo Su divina Majestad
y con el deseo que tiene de que todos seamos muy aprovechados.
Si alguna vez le fuere alguno a pedir
licencia para alguna cosa extraordinaria y titubeare el maestro, temiere
nuestras flacas fuerzasp, según alguna cortedad que él tenga de
condición o spíritu, propóngale con cortas y pocas palabras no la grandeza de
su poder ni osadía con que se llega a pedir la tal licencia, sino, con
humildad, la confianza que tiene en Dios de que le ha de ayudar para todo
aquello que se dispusiere, y cómo ha sentido en Su divina Majestad una gana muy
grande de que sea muy sancto, de que le pida y le dará fuerzas y ánimo para
todo lo que aprehendiere, tiniendo a Su Majestad como último fin de todas sus
obras. Póngale delante los ojos cuán atrasado anda en el camino de la virtud,
la grande necesidad que tiene de hacer penitencia y ser aprovechado, cuán
tibiamente ha vivido hasta entonces; dígale cuán pocas veces se ha vestido y
adornado de obras y cómo todo lo que en sí ha conocido no pasa de deseos y
pensamientos; y que si él, que es su padre y maestro, no lo ayuda y anima, que
a quién ha de ir. Ofrézcale el hacerlo participante de lo que hiciere y cómo le
pedirá a Dios, muy en particular, singular gracia para agradar a Su Majestad.
Si le viere que con él se ha siempre
con grande cortedad en las licencias, así de penitencias como de oración,
dígale cómo eso le acobarda y hace desmayar, viendo lo poco bueno que dél fía,
y que sin falta debe ser más mal hombre de lo que él piensa, pues aun no se
atreven a darle las licencias que Dios y los hombres dan a los muy malos y
peccadores. Dígale cuánto se ama y quiere y cómo no se entregará a la muerte,
antes es poco osado en cosas semejantes; que aquello no es más de enpezarse a
dispertar y a disponer. Si con todo eso no quisiere, por causas que él se sabe,
pida licencia para se [266v] confesar una o dos veces con otro, y entonces
trátelo con el tal confesor. Y pues hay obediencias superiores, si este defecto
y falta es en la religión, acuda a su prelado superior. Dígale la necesidad que
tiene de alargar el paso en la virtud y cómo su maestro de novicios, por la
poca confianza que en él tiene, no se atreve a le dar licencias, sino que en
todo lo trai muy atrasado. Y esté cierto que, por una vía o por otra, no le
faltará Dios, que desea nuestro mayor aprovechamiento. Y cuando todo le falte,
advierta que bien sabe Dios hacer a un alma mercedes saltando los medios y
dando los fines. Procure (que esto nadie
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se lo puede
quitar) continua presencia de Dios, de noche y de día, y en su tarima y cama
pídale a Dios le trueque el sueño en oración pura para que siempre esté ocupado
en él. Pídale a Dios le dé todo aquello que Su Majestad puede dar sin
dependencia de los tales maestros y verá cómo, sin sentir ni pensar, levantando
una y otra vez el corazón a Su divina Majestad, cómo se halla en un grado de
unión grandíssima que no la pueden desatar ochenta maestros.
5. Atento
que esta materia de maestros y discípulos pide libro y tratado de por sí,
dejémoslo en estos poquitos ringlones y volvámonos a nuestra mortificación
interior que a un alma se le ofrece en el camino de la perfección. Que, aunque
en esta materia parece tratamos cosas abstraídas de maestros de novicios y de
sus discípulos, a ellos va todo enderezado, no obstante que se va hablando con
cualquier género de gente que camina a la perfección y con cualesquier padres
spirituales que tratan de enseñar.
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