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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • ALGUNAS PENAS DEL JUSTO EN EL CAMINO DE LA PERFECCION
      • CAPITULO 34 - De cómo el justo junta los negocios exteriores con los interiores. Y cómo los hombres, por no entender el modo prudente que los tales tienen en el obrar, los mortifican y molestan de muchas maneras
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CAPITULO 34 - De cómo el justo junta los negocios exteriores con los interiores. Y cómo los hombres, por no entender el modo prudente que los tales tienen en el obrar, los mortifican y molestan de muchas maneras

 

            1.         El camino de la perfección no tiene fin ni cabo, porque no lo tiene Dios, en quien el alma cada día se debe ir perficionando. Y, así como el que cada día descubriese tierra nueva, cada día descubriríe nuevas dificultades, como lo scriben los que han conquistado y descubiertoa nuevos mares y tierras, de esa misma suerte los sanctos tanto cuanto más ahondaban en el conocimiento de la grandeza de Dios, tantas [267r] más dificultades iban descubriendo, no obstante que Dios, en quien iban mejorando, se las iba apeando todas y resolviéndoselas. De suerte que, siendo las dificultades mayores mientras más un alma sube respecto de las que al principio deja vencidas, pero son menores respecto de los mayores favores que de Dios recibe un alma en aquel estado de perfección. Y no hay dudar que en mayor fuego hay menos dificultad de derretir el bronce, que en pequeño quemar un leño verde.

 

            2.         Las dificultades que en este tratado hemos ido descubriendo han sido respecto de la misma criatura, que es la que camina, o respecto del padre y maestro que guía, habiendo de la una y otra parte grandíssima ignoranciab acerca del estudio de cosas de tanta consideración. Porque yo pienso que ésta es sciencia que pocas veces o ningunas se estudia o se apriende de maestro, ni aun se pueden estas dificultades reducir a reglas generales, por ser todas singulares respecto de los singulares spíritus a quien se les ofrece, no obstante que muchas hay


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communes que se puede conjeturar de ellas de cualquier género de spíritu. Esto con discreción y prudencia, según arribac, en otros capítulos, queda dicho, como hace el médico discreto que estudió en Galeno y Avicena: que procura aplicar aquellas cosas comunes según el singular que cura, que es donde entra la discreción y prudencia del médico.

 

            3.         En este capítulo querría declarar unas palabras que san Bernardo dijo acerca de los que gozan y tienen consolaciones divinas, las cuales dice el sancto no se compadecen con las humanas: Consolacio divina non compatitur cum consolacione humana1; que, bien entendidas, hallaremos en ellas una mortificación encerrada no pequeña, causada de los que no las entienden. Digo, pues, que el sancto dice que quien goza de los consuelos divinos no puede gozar de los humanos, que es decir que quien tiene íntimo trato interior con Dios parece que no admite trato con las gentes. Este dicho de este sancto tiene alguna dificultadd, puniendo exemplo en el propio glorioso san Bernardo, el cual tuvo trato tan íntimo con Dios, como todos sabemos -sus scritos y coloquios con Dios lo muestran-, y juntamente acudió a las cosas más graves exteriores que se pudieron imaginar, en las juntas, en los concilios, apaciguando cismas y discordias que en su tiempo hubo en la cristiandad, y aun siendo y ejercitando officioe de general en junta de dos o tres ejércitos poderosos, por vía de concierto y por tercero, para quitar pendencias y porfías entre poderosos reyes. Fuera nunca acabar tratar de las ocupaciones sanctas y ejercicios virtuosos que el sancto tuvo entre las gentes, juntamente con conservar su alta oración y contemplación. Pues veamos qué quiere decirf que los [267v] consuelos divinos no se compadecen con los consuelos humanos.

 

            Digo, pues (salvo mejor juicio; que siempre que tengo de dar parecer o responder a alguna dificultad tiemblo, y con razón, por ser tan corto en cosas semejantes. En todo deseo conformarme con lo que los sanctos y los doctores nos enseñaren. Y, como esto lo remito a enmienda, no reparo en hablar con alguna libertad): los consuelos divinos de quien allí trata y habla el sancto, entiendo por ellos el recogimiento interior, una continua presencia de Dios, cuando en ella ya llega un alma a echarse a nado en aquel piélago de inmensa bondad donde ya su trato es más con Dios que con los hombres, padeciendo algunas elevaciones o enajenaciones; que todo es uno: absentarse de las criaturas y anegarse en Dios y padecer elevación o enajenación. En esta ocasión está un alma de suerte que, habiendo tenido pies, que son los afectos, para buscar lo que tiene y posee, no los tiene para buscar criaturas ni otros negocios diferentes, sino que allí se está, do quedó, sentada, gozando y poseyendo aquel sumo bien, el cual no le da lugar para que de allí se aparte un momento. Aquí es donde no se compadece el consuelo divino


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con el humano. No se compadece tener este bien y apartarse de él para buscar trato y conversación entre los hombres o hacerse tratante y procurador de ellos.

 

            4.         Pero si a este espíritu, junto con este bien que posee, le ofreciesen negocios de consideración y de bien de las almas que tratase y hiciese, podría muy bien. Lo cual por un exemplo se verá: hay aquí un brasero de lumbre muy encendido y sin llama. Esta lumbre podrá quemar la leña o carbón que le echaren encima o que le aplicaren; pero, puesto caso que no es fuego que tenga llama, no podrá ir a buscar leña apartada que pueda quemar. De esa misma suerte, esta alma de quien vamos tratando es un fuego encendido, reposado y sin llama. Cualquier negocio que se le aplique y encomiende a quien tal fuego y charidad tiene, lo hará y ejercitará divinamente; pero no los podrá ir a buscar el que no le dan lugar ni tiene pies, antes reposo y quietud. Así el glorioso Bernardo: encomendábanle grandes negocios, todos los consumía y acababa, como tan grande sancto que era, y con su espíritu todo se compadecía.

 

            5.         De aquí, pues, nace una mortificación para los que tienen y gozan de este bien y de la grandeza de este spíritu. Y es que, pareciéndoles a los que de esto no saben que no se compadece lo divino con lo humano en el sentido que hemos dicho, si acaso ven ocupado algún siervo de Dios en algo, luego murmuran y dicen que aquel spíritu no es [268r] bueno, pues trata con seglares y se ocupa de cosas exteriores; antes se las quieren quitar las queg tienen, diciendo: los tales no son para ocuparse en aquello, que es menester buscar hombres activos, dispiertos y deselevados; llamando a los tales para cualquier género de negocios ignorantes, tontos y necios, valiendo destos tales más una palabra y parecer que cuanto otros pueden hacer y obrar. De suerte que la dificultad en estos tales no es más de que los negocios se los apliquen y den de suerte que ellos con quietud puedan acudir a ellos. Quiero decir que, si son negocios que se han de pleitear o intervenir cosas de pesadumbre, riñas o poca paz, huirán cielos y tierra de los tales negocios. Y lo propio es si train consigo trabajo corporal que sea suficiente para entibiar o apagar su spíritu.

 

            Finalmente, huyen de todo aquello que les puede contradecir al bien que tienen y poseen, pero nada les contradice que sea de virtud y trabajo por las almas; sólo desean que estos cuidados y trabajos, cuando se los dieren, se los den spiritualizados. Porque, así como un licuor se mezcla con otro licor, pero no una cosa dura con una blanda, de esa manera todas las obras spirituales que se les ofrece a estos sanctos siervos de Dios las mezclan, ejercitan y hacen con el propio spíritu que Dios les dio; pero no lo podrían hacer con esas veras si las obras que les encomiendan son puras y meras corporales y de trabajo.

 

            6.         De esto podría poner un exemplo que leí, en la corónica de sancto Domingo, de un gran sanctoh. Pienso se llamaba Ludovico


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Lusón2. Y fue que, siendo este gran sancto y siervo de Dios ocupado interiormente en las obras interiores del spíritu que decimos, hiciéronloi prior de un convento. Los frailes, viéndolo que todo era rezar y tener oración, enpezaron a hacer burla de él, diciendo que ¡con eso comerían ellos!, que se desenvolviese y buscase lo necesario para los frailes. Sucedió que un día tenían grande necesidad de trigo y de dineros. Comunícanle su necesidad al prior, para que lo busque y remedie. El buen prior júntalos a capítulo y exhórtalos a la oración y pídeles que aquel día digan una missa a Nuestra Señora, ofreciéndole su necesidad. Los frailes unos con otros enpezaronj a murmurark y a llamar a su priorl tonto, necio, ignorante, pareciéndoles que sólo su provisión estabam en que el buen prior fuese a buscar la comida por las calles. Fue Dios servido en que, estando diciendo la missa, entra por sus puertas un canónigo con ciertos descargos de conciencia, que los habíe aplicado al prior y convento en satisfación, con que tuvieron muy suficiente con que remediar sus necesidades. De manera que este buen prior mezcló la necesidad que el convento tenía con el trato interior y recogimiento de spíritu, espiritualizándola primero y haciéndola den un propio jaez y género que con lo demás en que interiormente se ocupaba. Y si este prior quisiera remediar la tal necesidad tomando su capa y buscando por las calles, es cosa muy cierta que no viniera [268v] lo uno con lo otro, lo interior con lo exterior, ni su espíritu con el negociar de la manera que otros negocian.

 

            7.         De donde sacamos cuán mal hacen los que con libertad no dejan obrar a los varones spirituales a su modo y conforme Dios les dita, quiriendo hacer fuerza por la parte contraria o por vía de mortificación o por vía de prueba que cada día pretenden hacer.

 

            Que, a mi parecer, es esto como si un carpintero fuese buen oficial y, quiriéndole probar o mortificar, quisiésemos nos hiciese un banco o mesa con la herramienta de un arbañir y le quitásemos su azuela, asierra y cepillo. Esto fuera grandíssimo yerro y aun necedad, porque cada uno en su officio tiene sus instrumentos propios y acommodados. De esta misma suerte, el siervo de Dios y varón espiritual que siempre anda ocupado en su recogimiento exterior, todo lo que se le ofrece de negocios exteriores o necesidades corporales, todo lo va a buscar allá dentro y pretende alcanzarlo con los mismos instrumentos cono que procura los bienes que son puramente spirituales, porque él no sabe labrar de otra manera, como negocian los seglares: trampeando, mintiendo, solicitando, adulando e inquietándose a sí y perdiendo su recogimiento.


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De aquí nace la mala opinión que estos tales tienen para con quien de este trato exterior no sabe. Que, como no los ven negociar como ellos, los llaman tontos e ignorantes. Habiendo de ser al revés, puesp más a lo fácil y a lo ligero buscan y alcanzan lo que pretenden; que Dios, como está en todas partes, llamando a la puerta interior y secreta el justo en su oración, le responde Su Majestad en lo exterior, acudiéndole a su necesidad. Lo cual muchas veces no hace Dios con los que le llaman exteriormente, porque lo buscan en tratos y negocios donde Dios no está.

 

 

 

 


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[Página blanca]




a  corr. de desculbierto



b sigue pa tach.



c  sigue queda tach.



1 Cf. In Ascensione Domini, sermo III,7, y sermo V,8 (ML 183,307-308,319); In vigilia Nat. Domini, sermo IV,1 (ML 183,100).



d sigue porque tach.



e  sigue ge tach.



f  sigue quando tach.



g  sigue las tach.



h  al marg. vide en la corónica de sancto Domingo



2 Se trata más bien del místico alemán Enrique Susón (1295-1366), del que se refiere el episodio en cuestión, con la salvedad de que, para resolver las necesidades materiales del convento, mandó que se cantase una misa en honor de santo Domingo (no de la Virgen). Cf. Segunda parte de la Historia General de Sancto Domingo y de su Orden de Predicadores, por el Maestro Fray Hernando de Castillo, Valladolid 1592, cc.8-18, pp.182-189.



i   sigue p tach.



j  corr. de enpecçaron



k corr. de murmuran



l   corr.



m sigue el o tach.



n  corr. de ge



o rep.



p sigue po tach.






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