- 957 -
INTRODUCCION
1. Este
texto se extiende a lo largo de los 48 primeros folios del tomo I autógrafo de
san Juan Bautista de la Concepción. Es, obviamente, el primero de los 10 breves
"tratados" de que consta el volumen (así son indicados), todos ellos
agrupados, ordenados y empaginados, con numeración progresiva de los folios,
por el mismo autor. Todo el volumen consta de 226 folios (formato 30 x 32,5),
de los que figuran completamente en blanco algunos (ff.75, 77, 79, 80) y faltan
dos (ff.76 y 78), a no ser que hayan sido saltados en la numeración. Además, al final hay tres hojas del mismo
papel no escritas ni foliadas.
A falta de pistas internas en el
tratado, útiles para calcular el tiempo y el lugar de su composición, ese dato
global del manuscrito hace pensar, a partir de alusiones rastreadas fuera del
tratado, que éste fue escrito hacia finales de 1609. ¿Dónde? Tal vez en
Salamanca1. Anotemos
también que, como en otros casos, al reformador trinitario no se le ocurrió
formular un título específico, cosa que hemos hecho nosotros en fácil sintonía
con el contenido de la obra.
2. Al
comienzo del tercer capítulo, se nos desvela la ocasión y el motivo principal
del tratado:
"No es mi intento hacer de ella
(la humildad) tratado principal ni tomar este asumpto de propósito. Sólo me fue
ocasión a tratar de ella el segundo dicho que prometí decir en este capítulo
pasado, de que dije haber sido testigo, y fue que un religioso, viendo que otro
con algún celo de más agradar a Dios se había entremetido en algunas cosas de
gobierno, le scribió: "Su charidad, hermano, tiene necesidad de dar
grandes muestras de humildad, porque lo que ha hablado y dicho descubre mala
hilaza y grande soberbia". Lo cual sabiéndolo yo, me puse a considerar
cómo era posible que un hombre diese muestras de humilde y que eso fuese
humildad...".
En opinión de un buen conocedor del
Santo, "es muy verosímil" que uno de esos dos religiosos -el
"entremetido en algunas cosas de gobierno"- fuera el propio
reformador trinitario, y el otro -el de la carta-, Francisco de Santa Ana, su
sucesor en el provincialato2. El objetivo primario del escrito es, como
se ve, demostrar el sinsentido de una humildad de la que se pretenden signos
externos; poner en evidencia que la humildad es una virtud interior, oculta,
silenciosa. A partir de ahí el autor ahonda en la sustancia
teológico-espiritual de esa virtud basilar del cristiano.
3. La
humildad es una actitud fundamental del hombre que comprende y vive su
existencia desde y ante Dios. Se sustenta en la conciencia de la verdad:
"El
- 958 -
conocimiento de Dios, conocimiento de sí propio y
conocimiento de que lo poco o mucho que en él hay nace de la majestad y grandeza
de Dios" (c.16,1). La
persona humilde es la persona llena de Dios. Absorta en la contemplación del
Ser absoluto, omnipotente, creador universal, infinitamente perfecto y fuente
de todo bien, en su propio terreno, de su cosecha, no halla más que el pecado. Fascinada por la
bondad y la misericordia de Dios, abre de par en par su corazón al amor divino.
Al paso que va
penetrando en el misterio de la íntima comunión con el Señor, va perdiendo la
estima de sí misma y de las cosas terrenas, hasta llegar a considerarlas sin
valor alguno cuando se las desliga del Creador. Juzga que sólo Dios es digno de
su amor y de su obediencia incondicional y desinteresada, deseando servirle y
glorificarle en todo momento. El humilde "ya murió al mundo y vive para
sólo Dios" (c.2,7); "para Su Majestad guarda su corazón a solas"
(c.2,9).
La frase atribuida a san Francisco:
Deus meus et omnia, sintetiza, según el autor, la íntima realidad del hombre
humilde. En efecto, Dios es el único bien y lo único deseable para el corazón humilde.
Su despojo radical le permite gozar del sumo bien; es el más rico de los
hombres. Si ante los ojos de los demás parece débil e ignorante, ante la mirada
de la fe es fuerte y sabio, ya que "sabe quién sea Dios y... de todo Dios
se apodera" (c.9,1). "De aquí es que el humilde hace de Dios todo lo
que quiere y parece lo tiene a su mandado. Porque, como lo entiende y conoce, sabe cómo lo ha de tratar y
llevar o cómo se ha de haber con Su divina Majestad... Todo anda junto para el
verdaderamente humilde: conocimiento de Dios, rendimiento de corazón y tener a
Dios a su mandado" (c.9,1). Ahí radican la eficacia y la fecundidad
extraordinarias de la oración y de toda la vida de los santos, es decir, los
humildes: los apóstoles, un Pablo, un Francisco, tantas personas ignoradas por
la historia...
4. La desestima propia, unida a la
incapacidad de autodefensa y de autoexaltación, es una de las notas de la
humildad. Polarizado en Dios con todos sus afectos y aspiraciones, el corazón
humilde arde en deseos de publicar el amor de Dios; "no teniendo palabras
para descubrirse a sí, tiene muchas y misteriosas sentencias para descubrir
quién es Dios" (c.7). Siente
un ímpetu irresistible para pregonar que "no es él quien vive, sino Cristo
en él" (Gál 2,20); que todo lo bueno que pueda detectarse en su vida es
puro don gratuito del Señor. El autor observa a este respecto que el cristiano
humilde, cuando habla de Dios, no es un charlatán retórico y afectado; sus
palabras -no importa si pocas o muchas- brotan del corazón y van transidas de
espíritu y vida, por lo que impactan benéficamente a los oyentes.
"La humildad tiene su asiento y
virtud en lo escondido del corazón, en las raíces del alma... No hay que andar
buscando la humildad en las palabras ni obras exteriores, porque muchas veces
salen y nacen de un corazón soberbio y presuntuoso" (c.2,2). Es una virtud desnuda y oculta, no se
exhibe. Nuestro santo llega a compararla con el alma separada del cuerpo, en
cuanto ésta es invisible. No existen signos y manifestaciones externas
inequivocables de la humildad, pudiendo ser humilde quien detenta cargos
importantes y se relaciona con los grandes del mundo, y soberbio quien se
presenta pobre y modesto. Es soberbio no sólo el que pretende demostrar con
hechos y palabras la propia humildad, sino también quien cae en la cuenta de
que la tiene. Recurre el autor a hermosas imágenes naturales
- 959 -
para ejemplificar la condición de la humildad: es como
la nieve, que, si la arropamos, se deshace, y si la manoseamos, se derrite;
como el agua que empapa la tierra ocultándose en ella; como la rosa, que no
soporta ser manipulada; como el árbol, cuya sustancia y vigor residen en el
corazón y en las raíces...
Amenazada
constantemente por peligros internos y externos al hombre, la humildad reclama
grande vigilancia. El afecto desordenado de las cosas, que pretenden el corazón
humano, es una de las amenazas habituales. La tendencia pecaminosa innata del hombre ("un principio de
perdición heredado de nuestros primeros padres" [c.5,1]) es otra de las
amenazas. Está siempre al acecho la grandeza y majestad de este mundo, que es
"el gusano que la roe, la polilla que la come, el gorgojo que la consume y
el aire que la desbarata" (c.6,1). En fin, "no hay nieve tan fácil de
derretir ni licor que tan presto se corrompa como la humildad"; basta
"un pensamiento altivo" para, "como zángano, comer, desbaratar y
desperdiciar lo que el alma humilde ha labrado en mucho tiempo" (c.5,1).
De ahí que el verdadero humilde lleva con santo temor los cargos honorables,
evitando aficionarse a ellos, y no se apena, sino más bien se siente liberado
de un peso, al dejarlos.
5. El
autor reitera vigorosamente la importancia esencial de la humildad en la vida
cristiana, sin la cual no se puede acceder al reino de los cielos (cf. Mt
18,2-3). Subraya que sólo el humilde conoce de verdad a Dios y que Dios sólo al
humilde otorga sus gracias, se da a Sí mismo y lo hace partícipe de la propia
gloria. De hecho, sólo el corazón humilde se hace permeable a su amor, mientras
que la autosuficiencia impermeabiliza el espíritu humano frente a los dones
sobrenaturales. El carácter indispensable de la humildad emerge asimismo
de su colocación en el conjunto de las virtudes, porque "donde ella no
vive, las demás no habitan y donde ella se deshace, las demás se
destruyen" (c.15,1). El corazón desembarazado y deshecho, al que Dios
reserva sus comunicaciones, es el terreno donde florecen todas las virtudes.
"Así como la soberbia es principio y origen de todo pecado, principio y
origen de toda miseria y pena, de esa misma suerte la humildad es el cimiento,
el fundamento, la casa y estabilidad de las otras virtudes; y ella propia tiene
su fundamento en el mismo Dios, de cuyo conocimiento le nace al hombre el echar
de ver cuán nada sea" (c.15,3).
Una parte considerable del tratado
discurre en torno a los premios de la humildad (c.5). Tras excluir
eventuales premios materiales y compensaciones humanas para el humilde, se pone
sólo en Dios su paga. Tal recompensa, más de lo que se pueda esperar, se da ya
en esta vida: Dios revela sus misterios a los humildes (cf. Mt 11,25).
El autor
desarrolla con similar amplitud la idea de que Cristo es el único maestro y
"modelo perfecto de humildad", como El mismo ha querido enseñarnos:
"Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29) [c.5
y 15]. Como era de
esperar, el místico trinitario pone también a la Virgen Santísima en un
pedestal especial, viéndola como la criatura humana más aprovechada en la
escuela de la humildad, incluso, como la única persona discípula perfecta de
Cristo humilde.
6. Las
pinceladas precedentes nos indican que estamos ante un tratado más doctrinal
que ascético: la atención del autor se centra casi exclusivamente en los
- 960 -
fundamentos y en la sustancia de la humildad, vista
como actitud interior característica del hombre que vive en comunión con Dios.
He ahí, a nuestro entender, su mayor originalidad frente a tantos otros
"tratados sobre la humildad" (ascéticos y moralísticos, que versan
sobre el ejercicio de la humildad y la aceptación de las humillaciones) que
produjo la literatura religiosa española de los siglos XVI y XVII. Es
significativo que san Juan Bautista de la Concepción, habiendo leído muchos
textos importantes sobre la humildad, sea de los santos Padres como Agustín,
Gregorio Magno, Bernardo, sea de renombrados escritores espirituales como el
Kempis, Luis de Granada o Alonso Rodríguez, no los cite apenas.
"Me ha impresionado fuertemente este
breve tratado sobre la humildad", confiesa el mercedario Luis Vázquez,
resaltando su impactante contenido y su "belleza literaria"3.
"Son tan incomparables las preciosidades que nos escribe, que no es
fácil hallarlas en otros autores", declaraba hace muchos años Nicolás de
la Asunción4.
- 961 -
TRATADO
DE LA HUMILDAD
[f.1r] Jhs. Mª
|