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CAPITULO
2 - Cómo, entre esas dificultades de contentar al mundo, la mayor es la que se
ofrece en la virtud de la humildad por ser virtud secreta y escondidaa
1. Y aunque
es verdad que en cualquier género de virtud es cosa trabajosíssima cumplir con
los hombres, particularmente con la virtud de la humildad. Quiero decir que es
dificultosíssimo ser uno humilde ante los ojos de los hombres y quererles
satisfacer acerca de esta virtud, porque por el propio caso que quiera dar
muestras de humildad ya no es humildad, sino soberbia. Todas las otras virtudes
tienen con qué vestirse y con qué poder parecer por de fuera. Y yo no le hallo a la humildad ningún
género de vestido que el propio vestido no la deshaga. Debe ser como la nieve,
que si la arropamos se deshace y, si la manoseamos, se derrite. Y así, como
virtud desnuda, no quiere parecer afuera sino siempre anda escondida y metida
en los rincones y en lo más profundo del corazón, sin se atrever a sacar la
cabeza afuera. Y,
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si no, mirémoslo en el publicano y fariseo1, que
quiriendo el phariseo dar muestras de su humildad diciendo qué hacía, salió sin
ella y vestido de soberbia. Y el publicano, que bajó sus ojos sin se atrever a
los levantar metido en los rincones del templo, salió justificado y con buen
despacho.
2. Yo considero
a la humildad y a las otras virtudes como árbores diferentes; que unos tienen
la virtud en la hoja, otros en la fructa, otros en lab corteza y otros
en el corazón y raíz del mismo árbor, como lo vemos en el palo sancto y en la
zarzaparrilla. Hay virtudes que su asientoc o virtud la tienen en la
lengua, en las palabras o en las obras, pero la humildad tiene su asiento y
virtud allá en lo escondido del corazón, en las raíces del alma: Cor contritum
et humiliatum, [3r] Deus, non despicies2. No hay que andar buscando la
humildad en las palabras ni obras exteriores, porque muchas veces salen y nacen
de un corazón soberbio y presumptuoso. Hase de buscar en el corazón, y no en
corazón entero sino en un corazón deshecho. Pues, válame Dios, si el corazón
está deshecho, ¿cómo en él conoceremos esta virtud o la hallaremos? Porque lo que está deshecho no es y por el
consiguiente nada tiene. Pues esto es lo propio que yo digo: que la humildad,
como está en corazón deshecho, no la halla el hombre ni la conoce. Sólo Dios es
el que penetra esas profundidades, ese no ser, y así halla y conoce cuál es la
verdadera humildad y el verdadero humilde.
3. La humildad es como el agua que tiene
su asiento en la tierra y en ella se empapa, se esconde y amasa, de suerte que
derramando mucha agua sobre la tierra ninguna parece, porque toda se la traga y
esconde. De esa misma suerte la humildad se sujeta y halla en unos hombres hechos
tierra, desechados, abatidos, despreciados en sus ojos y en los de los hombres;
y en el punto que ahí entra la humildad, aunque sea grande, como cai sobre
tierra, toda se hunde en esos hombres hechos tierra, se esconde y amasa en
ellos de tal manera que nada parece sino tierra, deshecho y desprecio. Lo cual
los hombres no lo tienen por humildad, sino por necesidad, por suelo y tierra,
porque nunca jamás ellos acabaron de entender qué fuese y en qué consistiese la
verdadera humildad.
4. Para
confirmación de esto trairé dos dichos que por mis orejas oí y con mis ojos vi.
En Roma conocí un rústico labrador, en lo natural hombre ordinario, a quien por
su singular sanctidad y virtud nuestro muy sancto padre Clemente octavo, de
felice recordación, mandó venir y asistir en Roma, porque era de un pueblo o
aldea de cerca de Nuestra Señora de Lorito. A este labradord le traían
los cardenales y grandes de la corte romana sobre sus cabezas, de suerte que el
que lo llevaba a su casa un día a comer hacía cuenta que Dios le había hecho
singulares mercedes. Un
día, viéndolo así ocupado y entretenido, un
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hombre docto que trataba y sabía de spíritu (pudo ser
que por mortificarlo o probarlo) le dixo: "Bueno se anda, hermano Jácomo
(que así pienso se llamaba), entre príncipes y cardenales, buena andará ahora
la vanagloria". El sancto le respondió delante de mí: "Has de saber,
padre, que por muchos años del principio de mi vida spiritual no podía ver
hombres, tratarlos ni conversarlos, tanto que, si arando o cavando en el campo
pasaba algún hombre junto a mí, dejaba las mulas y echaba a huir y me apartaba
de ellos. Y aquel propio Spíritu que entonces me daba aquel aborrecimiento y
desasimiento de los hombres, ese propio Spíritu me trai ahora entre ellos [3v]
sin parecer ser señor de mí, sino que el alma y la vida se me va por su aprovechamiento,
por responderles y preguntarles cosas de Dios".
Y tengo yo por cosa evidente ser aquella la voluntad de
Dios y no sólo no ser para aquel su siervo soberbia o presumción, sino
grandíssima mortificación, verse un hombre rústico, pobre y maltratado entre
tantos príncipes; porque era fuerza tener grandíssimo conocimiento de los dones
que de Dios había recebido, pues a un hombre desechado entre los del mundo le
daba palabras dignas de estimación entre los muy poderosos, de quien la divina
gracia en aquellos dones y talentos no hizo caso, pues para ellos habíe
escogido los pequeños y escondídolos a los grandes3. Conocimiento que
de veras habíe de obligar a más se humillar y rendir las armas (pues eran
ajenas) a sólo Dios. De esto que voy diciendo vi la verdad, porque, cuando le
preguntaban u obligaban a que hablase, era la confusión y mortificación tan
grande que parece se quería deshacer y meter debajo de la tierra.
De suerte que el muy discreto, el que sabe y trata de
spíritu juzga por soberbia, vanagloria y presumción lo que al otro pobre le era
mortificación y ocasión de conocer su bajeza, miseria y misericordia grande de
Dios en haber escondido en semejante muladar de trapos viejos thesoros tan
grandes, viendo delante de sus ojos arcas doradas en que los pudiera encerrar.
5. De suerte
que podremos decir en esta ocasión que si la soberbia, para taparse y
encubrirse, se viste de los trapos viejos del humilde, de los sayales y
desnudez del pobre, la humildad se tapa y esconde de los ojos de los hombres
entre los brocados, tapices y grandezas de los príncipes; y entre ellos,
pareciendo soberbia y presumción, para el justo es mortificación, conocimiento
y humildad. Y yo no lo
dificulto sino que lo es, parezca al hombre lo que quisiere, porque el humilde
todo lo de la tierra lo desprecia y estima en nada y en el mismo lugar tiene el
todo del mundo que lo que es nada y, siendo para él todo uno, eso pone en su
imaginación lo mucho en que se ve que lo nada que tiene y posee. Digo también
que el humilde tiene a Dios y sólo eso estima y reverencia; y a quien de veras
tiene este summo bien nada puede hacer ni variar en él todo lo criado si todo
se lo diesen.
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Y, si
no, mírenlo en los sanctos mártires a quien los emperadores ofrecían riquezas,
majestad y grandeza; [4r] y todo lo despreciaban como si fuera un poco de
estiércol, estimando a sólo Dios a quien ofrecían sus vidas. A quien Dios ha
dado este conocimiento ¿por qué tengo yo de entender, porque lo veo entre
príncipes, que ya se ensoberbeció y que esos favores sólo los estima y
pretende? Antes, muy al contrario, debo pensar que allí al tal justo lo metió
Dios para sólo granjear a los príncipes y grandes, a quien nadie se les atreve
de fuerzas y poder igual. Y un humilde que entra hecho gusanillo, como dijo el
Spíritu Sancto de la salamanquesa: que, sin tener alas y siendo un animalejo
así desechado, vive en casa de los reyes4. Ahí se entra sin pensar el
humilde y, dándole Dios gracia y apoyo, entre esos poderosos habla y dice
palabras con que los edifica, enseña y convierte y trueca a nueva vida.
6. No
está lejos el exemplo pues ayer vimos al hermano Francisco, religioso lego
carmelita descalzo5, en lo natural hombre rústico e ignorante y en lo
sobrenatural celestial, divino, sabio, discreto y con tantas y tan buenas
propiedades, que tenía cabida con los reyes en lo más secreto de sus negocios y
determinaciones para las encomendar a Dios y alcanzar luz de Su Majestad para
sus aciertos. También digo que vi murmurar de este sancto a quien Dios no
descubre y enseña. ¿Cómo pies descalzos y hombres humildes son aquellos que
todo lo tienen y poseen sin que entre esas majestades tenga lugar el
pensamiento de otras altiveces y soberbias? El gusano de la seda envuelto en el capullo de la misma seda muere
y en esa propia seda tiene su sepultura y entierra. ¡Ojalá nos abriese Dios los
ojos para que de veras conociésemos cuántos sanctos hay que entran y salen en
las casas de los príncipes, ora sea porque es obediencia o porque es necesidad para
sus religiones o para alguna obra grande de charidad! Los cuales, aunque los
ven con rostro alegre y risueño, si dentro en su corazón entrásemos,
hallaríamos cuán sepultados andane en ese trato exterior con seglares,
cuántas y cuán grandes son sus tristezas, melancolías y aún no sé si llegan a
palosismos, pues sé de cierto que para ellos no hay garrote que tanto los
apriete como verse obligados al trato común y al cumplimiento de gente de
palacio; pero, como no pretenden sino la mayor honra y gloria de Dios, entre
esas sedas y brocados hallan su sepultura, su muerte y consideraciones de mayor
desprecio suyof.
7. Bien es verdad que esto no lo percibe
el ignorante ni el soberbio, porque piensa como ladrón [4v] que todos son de su
condición. Y, si no, dígame por charidad: cuando van a enterrar a un cuerpo
muerto de un hombre poderoso o de un príncipe, cargado de brocados el ataúd,
acompañado con tantos lutos veitidosenos6, cercado de tantos poderosos
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que hacen sus sentimientos, con mill bálsamos y
olores, lleguemos y preguntémosle [a] aquel cuerpo si tiene alguna parte por
donde le entre la soberbia y presumción, altivez o vanagloria; y veréis lo que
nos responde y dice: que de qué le sirve aquella ropa pues no le abriga, aquellos
bálsamos pues no le escusan y quitan la corrupción, que para qué quiere aquel
acompañamiento si a la tarde lo han de dejar solo y cuando mucho acompañado de
gusanos, metido en una triste y obscura bóveda. Es cierto se reiría de los que
lo notasen de soberbio y haría burla y tendría por locos a los que imaginasen
en él habíe quedado lugar de pensamiento altivo. Lo propio digo yo del
que es verdadero siervo de Dios, del que ya murió al mundo y vive para sólo
Dios: que de nada le sirven todas las cosas que le cain por de fuera, porque
nada le abriga la ropa y mantasg ajenas; nada le levantan y
ensoberbecen los acompañamientos y aplausos que le hacen en los palacios de los
grandes, porque, después de todo eso pasado en un breve rato, se vuelve a su
rincón y retrete donde se halla solo con sus remiendos y piojos, y todo lo
demás le cai tan por de fuera que fuera se queda.
8. Quien a
mi parecer podría yo juzgar por soberbio y presumptuoso es al que, como el
gusano de seda, no contento con lo que en su capullo labró, cría alas y rompe
su casa y capullo y quiere volar buscando otra vida más alta y levantada. ¡Oh,
válame Dios! y que hay de hombres en el mundo que, no contentos con lo que Dios
y la naturaleza les dio, rompen los límites de su poder y cobrando alas, ya que
no se han en las fuerzas, en las imaginaciones, y con ellas vuelan y entran en
lo vedado codiciando lo ajeno y haciendo diligencias para que venga a sus
manos; y lo que no pueden haber a ellas lo murmuran, desprecian y desestiman. Siendo como el gusarapillo de agua que, no
contento con aquella vivienda, le nacen alas, pico y aguijón, con que se entra
do quiere, pica y canta y molesta al mundo. ¡Oh, buen Dios!, cuántos hay en él
que se pudieran [5r] quedar hechos gusarapos por ser gente de poca
consideración, y no quieren, sino que a su pequeñuelo cuerpo le pegan grandes
alas y pico mayor con que atruenan al mundo tratando de su linaje y
descendencia. Y aun si parase ahí, vaya, pero tienen aguijón agudo con que
rompen honras y vidas ajenas. Pues como dice David: Acuerunt linguas suas sicut
serpentes7; que tienen lenguas llenas de ponzoña. A éstos llamo yo y se
deben canonizar por soberbios y altivos, pues son como la rana de quien fingen
las fábulas: que dio en que quería ser tan grande como el buey y, para
engrandarse, no hacía sino beber agua y luego preguntaba a sus hijos si estaba
ya tan grande; bebió tanta, sin poder llegar a lo que pretendía, que reventó
primero quedándose rana muerta antes que buey vivo8. Hartos hay de éstos
en el mundo que, siendo menores que ranas, quieren ensancharse tanto
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que quieren igualar a los príncipes y poderosos y,
para llegarles, sólo tragan viento y beben agua; y vienen a hincharse tanto
que, sin alcanzar lo que pretendían, revientan primero quedándose hombres
humildes, bajos y aun despreciados de todos, porque su edificio no llegó donde
él imaginó.
9. Pero el justo, a quien Dios le ha dado
su grandeza y tamaño, todo un mundo entero que se lo arrojemos a los pies
noh será bastante a le añedir de grandeza un dedo, como Cristo dice
tratando del poco poder de los hombres: Quis poterit adere ad estaturam suam
cubitum unum?9, ¿qué hombre habrá que se atreva a añedir a su cuerpo y
tamaño un cobdo y a levantarse más del suelo con cuerpo más grande? Nadie, porque sólo
Dios es el que eso puede y hace. Pues, como el cuerpo del humilde es Dios el
que lo formó y hizo (digo cuerpo a la virtud interior de la humildad a
diferencia de la sombra y cuerpo fantástico del soberbio), nadie podrá añedirle
un cobdo con cuantos oros y tesoros hay en el mundo, pues no es el tener quien
sube la humildad, sino el despreciar y desasirse de todo.
Así pienso yo en las ocasiones que vamos tratando (de
cómo la humildad del justo entre poderosos y grandes se zabulle y esconde a los
ojos de los del mundo). Que es el humilde como la anguilla, que mientras más la
aprietan más se desliza y escurre; y aun como la culebra, que si pasa por
angosturas y estrechos se sale, aunque se deje la camissa y salga desnuda.
Apreturas son para el justo las cosas de la tierra, y donde otros ensanchan el
corazón a él se le encoge y estrecha; y tanto que, aunque sea [a] costa de su
vida y de su honra, cuando pensamos que está dentro [5v] de las cosas de la
tierra y metido entre poderosos y grandes, está fuera, aunque como otro Joseph
se deje la capa en manos de la adúltera10; que así podemos llamar a la
majestad y grandeza del mundo, pues habiendo de reconocer por sólo su Señor
verdadero a Dios quiere honrar y engrandecer al hombre, que es un poco de polvo
y ceniza. Pero el justo, que de veras reconoce que todas estas cosas son de
Dios, a él se las deja y para Sui Majestad guarda su corazón a solas.
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