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CAPITULO
6 - Del miedo y temor con que el humilde se emplea en cosas de honra, causa por
qué los officios no le menoscaban la virtud; y cómo los peccadores en ellos se
desvanecen y deshacen
1. De lo
dicho en este capítulo pasado se colige que, si de la humildad las honras y
alabanzas no son premios, si la majestad y grandeza no es el fuego que la
vivifica, antes el gusano que la roe, la polilla que la come, el gorgojo que la
consume y el aire que la desbarata, ¿quién podrá decir ni qué entendimiento
podrá entender el miedo, el asombro y el temor con que un humilde verdadero
acomete las cosas de honra, los officios y mandos, el arrojarse en esos fuegos
para de entre ellos sacar, como de las llamas y horno de
Babiloniaa1, almas para Dios?
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¡Oh, corazón desnudo y pies descalzos, con qué tiento
debes pissar las honras, en quien hallas abrojos y espinas que punzan el alma!
¿Quién no ha oído decir las lágrimas que derramaba el glorioso Gregorio electo
en pontífice, officio dado por el cielo, pero no tan sin enbarazo y peligro que
no le punzase hasta desaguarle el corazón y penarlo como quien se veía cargado
de peso tan sin peso y medida?2 ¡Oh, qué poco sabeb de estos
sentimientos quien poco sabe de humildad! ¡Oh, qué vanos son los ojos de los
hombres que miran al justo, como este sancto de quien ahora decíamos, cargado
con los officios, y no miran la soltura del corazón y el despego que para ellos
tiene! ¡Cuán enteros están en sus personas y cuán sin almas sus officios porque
sólo las guardan para Dios dando al officio y dignidad lo que para ella se
requiere! ¡Oh, juicios humanos que miráis las florecillas que consigo trai el mando y
la dignidad!, abrid los ojos y juzgad que son flores de espinas y cambrones que
en este mundo no se vuelven en fructa, antes se acompañan con spinas que a
quien aprieta la mano punzan y sacan sangre. Por eso le mandó Dios a Moisés, al
tiempo dec darle el officio de caudillo de su pueblo, que se descalzase
para que pisase con mucho tiento3 y, en posesión de cosas semejantes,
apretase poco la mano para que con el officio [14r] no recibiese daño.
2. De aquí
notaremos dos cosas. La
primera, la causa por qué los justos dejan los officios con tanta facilidad no
recibiendo pena ni dolor a la despedida. La causa es por el desasimiento tan
grande que de ellos tienen, porque a ellos no están atados ni con ellos están
conglutinados. Cada uno juega y vive de por sí siendo señor sobre ellos; que,
como criado que ya cumplió y se va de su casa, le echa la bendición y no repara
en ello.
Lo segundo,
digo que la causa por qué el pecador no siente estos cuidados y afanes que
train consigo los officios es porque no los pisan, tienen y poseen con corazón
desnudo y pies descalzos. Pasan sin sentimiento por todo, porque no penetran
sus dificultades, y sus obligaciones no les punzan el corazón. Visten y calzan
interés. Ahí es donde se rompen todas las dificultades, ahí es donde se despuntan
todas las sutilezas, donde se quiebran las olas. Calzan hierro y train manoplas
de malla. Y, si ese interés no buscan y con todo eso no sienten los aguijones que
esos officios train consigo, deben de ser bestias, que comiendo cardos
espinosos no lo sienten. Pero
el justo siente tener el officio y no siente el dejarlo por la entereza con que
vive y queda.
Pero el
peccador, que en él puso su alma y en él tuvo su vida, quitándoselo, le
desencuadernan y sacan la vida y el alma; y queda desalmado, no sólo porque
allá fue pegada con el officio, sino porque se la dejaron tal que valiera más
no la tuviera que tenerla perdida y
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jugada por precios de honras tan baratos y de tan poca
consideraciónd. Esto propio es lo que san Pablo (ad Rom. 1e)
dijo de los soberbios y presumptuosos: que evanuerunt in cogitacionibus
suis4, que se vaciaron y deshicieron en sus pensamientos. El justo
desembaraza los pensamientos y échalos de sí, pero el soberbio y ambicioso
desvanécese y deshácese en sus propios pensamientos; el alma, la vida, la salud
y la honra se desagua, vapora y sale hecha humo en pensamientos y quedan vanos,
vacíos, no sólo sin Dios, sin conciencia, pero aun sin alma y sin salud y
honra. No sólo perdieron y echaron en pensamientos los bienes sobrenaturales y de
la gracia, pero aun los naturales los apocaron y estrujaron de suerte que todo
salió en pensamientos: evanuerunt in cogitacionibus suis. Quedaron vanos,
desvanecidos y güecos por haber hecho el enpleo de todo cuanto en ellos había
en pensamientos. Y, para lo que ellos pretendían, así convenía que estuviesen
porque, como con sus pretensiones no buscaban en el mundo más que nombre y voz,
para tenerla cual ellos deseaban, habían de estar güecos como campanas, vacíos
[14v] como almireces y trompetas.
3. ¡Oh, qué
de exemplos pudiéramos poner de esta verdad! De muchos que, vaciados en
pensamientos, güecos y desembarazados de todo ser de virtud, se hinchaban para
que su sonido y nombre saliera por todo el mundo y el eco de sus invinciones
sonase en las orejas de los venideros. Esto es lo propio, dice el glorioso Agustino5, que
pretendió Simón Mago y tantos herejes como cada día salen en el mundo
publicando nuevas invenciones. ¿Qué pretendió el otro ciudadano de Rodas que,
por sólo eternizar su nombre, según dice Rabicio6, quemó el coliseo
perdiendo juntamente la vida? ¿Qué más vano que Homero que, por henchir un
pensamiento en que no habíe quedado corto, en cierta ocasión se vació y perdió
la vida?7 ¿Qué más vano que Aristóteles, que la especulación de los
flucxus y reflucxos de la mar le fue causa de la muerte y quitó la
vida?8. Es finalmente una gente que vida, alma, honra y salud y
pensamientos es todo una misma cosa y, en perdiendo los pensamientos, todo se
acabó juntamente.
No soy yo,
dice David, de esa manera neque elati sunt oculi mei, no me dejé llevar la
vista del viento, no levanté los ojos por quien el corazón se desagua y
desvanece; bajélos y recogílos de suerte que, no mirando a lo alto, se
contentasen con lo poco que dentro de ellos había. Si non humiliter senciebam,
sed exaltavi animam meam; sicut ablactatus super matre sua, ita retribucio in
anima mea9; échase una maldición si no
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pensó de sí con humildad, que es la que les viene a
los soberbios y de la que vamos hablando, y es que dice que, si de sí no pensó
y sintió humildemente, que le suceda lo que al niño chiquito que le quitan el
pecho antes de tiempo, que como no come otra cosa, faltándole la leche, no
crece, sino desmedra y muere. Esto es lo que les sucede a los soberbios y
hinchados del mundo, que, como se sustentan con sólo pensamientos, el día que
esa leche les falta, ese día perecen, mueren y acaban o por lo menos quedan
desmedrados y deshechos sin tener ni alcanzar lo que pretendían. Y con esto sienten y deben sentir tan
grandes pérdidas cuando dejan o no alcanzan los officios. Pero el justo, cuando
los pretende, nof desvanece y deshace el alma, sino la desenbaraza de
los intereses y mejoros de la tierra que por allí le pueden venir y, como
hombres que se quedan enteros y desenbarazados, cuando los dejan hacen cuenta
que no les quitan nada ni les llevan lo que antes, de su cosecha, tenían; antes
los dejan [15r] libresg y desocupados de cuidados ajenos, enteros en
sus personas, para más y mejor atender a sus particulares necesidades.
4. No sé yo en qué mejor me pueda pintar
esta diferencia de personas en el gobernar y mandar, sino en el buen o mal
nadador. El que bien nada ni la mucha aguah ni el corriente y ímpetu
del río le estorba, porque sabe muy bien reparar las olas, bracear el agua,
subir arriba y bajar abajo a su tiempo sin tragar una sola gota de agua. Pero,
el mal nadador, en no hallando pie y tierra firme, allá va agua abajo con el
corriente sin se saber dar mano, ni correr o evitar los peligros; traga agua
por mill partes como si con aquello hubiera de agotar el río, quedar en seco y
librar su vida. A estos tales yo aconsejaría que no se burlasen con el agua,
que fuesen por la puente o que no pasasen por el vado.
¿Qué otra cosa son los officios y dignidades sino ríos
caudalosos, avenidas que a muchos les vienen por su mal, con quien muchos ignorantes
se burlan? Y, si las burlas mostraran sus veras afuera y en la cara, yo sé
decir que halláramos en esos officios más ahogados que vivos; pero, como la
muerte es del alma y el ahogo es del spíritu, y no hay quien lo conozca, nadie
repara en esta entrada y todos se burlan, dejándose llevar del corriente porque
en él no entraron desnudos y desenbarazados. Tragaron agua y bebiéronse las
dignidades como si el officio y cuidado de almas lo hubieran de agotar y acabar
para andar ellos libres y en seco; acabando tristemente sin saber huir el
cuerpo a los peligros ni evitar los daños quien fuera más dichoso si no probara
semejantes burlas o entretenimientos y se contentara con su moderada pasada,
que ésa era paso de puente seguro por donde llegara más presto al descanso y
bienaventuranzai; a quien una y mill veces se le ha de haber más
lástima que envidia.
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5. Pero
el humilde verdadero, como liviano y desembarazado en este officio, puede decir
que nada porque de él nada quiere y de él ningún agua traga; antes, como
discreto nadador, bracea el agua, desvía y repara las olas, sube y baja a su
tiempo dando a cada hora lo que es suyo, y al fin, al fin, sale libre y desnudo
[15v] como entró en él. Este tal, que así obra y pasa su officio cumpliendo con
él y no menoscabando su persona (pues lo hemos comparado al que nada y
libremente pasa río), me parece un san Cristóbal que, por ser grande de cuerpo
y lleno de charidad, tomó por officio pasar gente por los ríos, pasándolos a
sus cuestas como si fuera barco y puniéndolos en seguridad. Grandes son los
prelados que enseñando obran, a los [que] llama Cristo: qui fecerit et
docuerit, hic magnus vocabitur in regno celorum10; no grandes en el
cuerpo sino en el spíritu, en la sabiduría, prudencia y consejo con que a los
súbditos guían y pasan a sus cuestas y como en barco a seguridad eterna,
librándolos de los peligros y corrientes de este mal mundo. Como el sancto Job
dice que fue ojos para el ciego y pies para el cojo11, porque de todo sirve
el buen patrón de la nave al pasajero.
¡Oh, qué de ellos perecen en este mundo atreviéndose a
sus fuerzas, rigiéndose por su parecer, por despreciar el paso y ayuda de este
gran prelado que llamo san Cristóbal! ¡Qué de ellos ahogados en sus tratos y qué de
ellos agonizando en el ejercicio de sus officios! ¡Oh, si supiesen de cuánta
consideración es el consejo y parecer del siervo de Dios yj cuánto le
importa que eso corra por otras manos y que yo vaya a cuestas ajenas! ¡Qué pocas veces (atribulado y con peligro
de perder no digo la vida del cuerpo, que ésta no es navegación temporal sino
spiritual) llamaríe a Santelmo12 buscando bonanza de la borrasca que él
con su poco saber buscó y levantó! Cuanto estos tales son de desdichados porque
siendo nada quieren nadar, tanto son de dichosos y bienaventurados aquéllos,
que, por haberles Dios dado el caudal y grandeza de spíritu, se ejercitan en
pasar almas a sus cuestas de este mundo puesto en maldad13 a un cielo
seguro donde se trata y conversa con el mismo Dios.
6. Y
porque en todo estosk tales prelados sean semejantes a san Cristóbal,
que pasando gente entre ella pasó a Cristo14, que parece se le iban los
ojos por gozar de tan buen barato, cuyo premio y paga a Su Majestad le costó
bien caro. Y también porque en algo quiso topar [16r] un hombre semejante a sí,
que a sus cuestas y sobre sus hombros, stribando en el báculo de la cruz, pasó
a todo el género humano no porl corriente de río sino por el mar
profundo de sus penas, trabajos y afrentas. Así quiso honrar a este sancto,
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haciendo que sirviese de paso y puente pasando Su
Majestad sobre sus hombros. De esta manera quiso honrar nuestro gran Dios a los
verdaderos prelados, no sólo asemejándolos a san Cristóbal, pues, entre los
muchos que pasan, pasan al mismo Cristo, pues él dice que el bien que se
lem hace a uno de sus pequeñuelos él lo recibe15. Y aun suele
en propia persona, como se ha visto muchas veces, pues sancta Catherina de
Sena, ejercitando el officio de limosnera, acudió también el mismo Cristo por
su limosna16; lo propio sabemos de san Martín, que dio su media capa al
pobre17, y de san Gregorio que, hospedando peregrinos, entre ellos
hospedó un ángel18. Porque así merece honre Dios sanctos que ejercitan
tales officios con tanta charidad. Y no sólo merecen los haga semejantes a san
Cristóbal, pero al mismo Cristo, pues los hace cristos y vicedioses en la tierra,
de suerte que viviendo crucificados en sus officios y dignidades son puentes,
pasadizos, barcos y aun hombros fuertes sobre quien pasan los flacos.
7. Quien a estos tales prelados juzga por
soberbios y ambiciosos, bienn poco sabe el trabajo que es gobernar un
navío por la mar en tiempo de borrasca y aun en tiempo de bonanza, a quien
hemos comparado los prelados que hacen sus officios como deben. No hay cosa más
sabrosa que mirar la mar dende afuera y los que en ella andan, dice san Crisóstomo,
ni cosa más amarga que gustar de sus alteraciones y mudanzas19. Estos
que juzgan a carga cerrada y dende afuera y les parece que el siervo de Dios,
cuando ejercita el officio que el cielo le dio, se entretiene, se huelga [16v]
y toma solaces, ruégole que se llegue cerca siquiera con la consideración y vea
los grandes y terribles afanes que tienen y padecen en su vida común, aun sin
sobrevenirles viento contrario ni mar alta. Consideren el dormir sobre una
tabla sin quietud ni reposo porque no lo tiene la mar, aquel estar con
sobresalto sujeto a la variación de los vientos y alteraciones de la mar,
subiendo y bajando velas, comiendo con mill zozobras un poco de pan bizcochado
y lleno de moho; y aun el bocado en la boca no le dan muchas veces lugar para
que lo trague porque es menester acudir con priesa a desaguar el navío,
aligerar el paso y torcer el viaje.
Es inposible poder cifrar los peligros, afanes, trabajos
y muertes tragadas que tienen y padecen los que en esos officios andan. Basta saber que para hacer Cristo prelados
en su Iglesia fue por ellos a la
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mar, porque supiesen que sólo les trocaba el officio
de temporal y corporal en spiritual20; y que ya no habíe de haber cama
blanda, sueño reposado, porque no lo sufreno las inquietudes y mudanzas
del officio, y que la comida no habíe de ser con ahorro de cuidados, pues éstos
y las necesidades que consigo train los officios piden muchas veces no pasar el
bocado que ya está en la boca. En fin, en fin, son officios en la tierra, donde
los aires se mudan y truecan tantas veces a quien, sujetos, es necesario subir
y bajar velas, torcer caminos, mudar pláticas y torcer consejos, de suerte que
si hoy con ellos premiábamos, mañana es necesario castigar y, si hoy entramos
gente en nuestro navío, mañana será necesario echarla a la mar.
8. Esto
quisiera yo que gustaran y miraran los que de fuerap juzgan y les
parece viven los prelados que a estos officios acuden como deben, que deben de
vivir, como dicen, de mogollón echando [17r] mano solamente de las honras,
desfructando los officios para su mayor regalo. Esto verdad es que lo hace
quien es semejante al que entra en la mar aguardando el buen tiempo y con una
caña en la mano a pescar lo que se ha de cenar en la noche; y que hay prelados
que sólo quieren ejercitar sus officios en bonanza y en ellos no quieren entrar
en tiempo de borrasca cuando anda la mar alterada, cuando es necesario hacer
las paces, reprehender los peccados, remediar las necesidades. En estas
ocasiones, la mar y los officios miran dende afuera, durmiendo con quietud en
sus camas, paseando las calles y tierra firme; y, si algún día se ofrecen a
entrar en este piélago y mar grande del officio, aguardan buenos temporales y
entonces entran con una varita de justicia si el officio es secular y, si
eclesiástico, con un báculo pastoral, que podría ser (quiera Dios que no)
serq más caña de pescar la buena cena y comida que palo para castigar o
cayado para defender. En estas tales ocasiones bien se puede dar licencia a los
murmuradores que digan y juzguen, pues las tiranías y descuidos de los tales
prelados les hacen y mullen las camas a sus lenguas. Y aun pluviera a Dios
fueran tan poderosas que fueran como la espada que dicen trai en la mar un pez
en la frente con que rompe y detiene un navío; pluviera a Dios este decir de
las gentes fuera para estos prelados tan eficaz que los detuviera y deshiciera
para que no pasaran adelante con sus torcidos pensamientos. Que éstos más me
parecen navíos que salen a la mar a robar, capear y captivar que no a librar
gente y pasarla a puerto seguro y tierra firme.
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[17v] Jhs. Mª
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