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CAPITULO 13 - En que se satisface y concluye con lo que
se había propuesto en los capítulos superiores: que el humilde sólo tiene ojos
para contemplar y meditar la grandeza de Dios, de cuya presencia los saca
encandilados para no ver en sí algo que de conside- ración sea
1. En los
capítulos pasados habíamos dicho cómo el humilde ni tenía palabras para volver
por sí, ni ojos para mirar cosa buena ni de entidad que en él estuviese; y cómo,
por mudos que fuesen para sí, tenían una y muchas lenguas llenas de palabras
misteriosas para hablar de Dios. Hemos dejado ya probada esta parte. La segunda, cómo no tiniendo
ojos para sí, los tienen para contemplar los secretos y encumbrados juicios de
Dios, causa por qué cobran y tienen grande amistad con el mismo Dios
haciéndolos señores de grandes bienes y tesoros, porque con su humildad y
conocimiento le saben tan bien llevar a Dios su condición.
2. Ahora,
en este capítulo, nos falta por probar la cortedad de vista [36r] para sí y
para ver en sí cosa que sus ojos enamore. Y la prueba de esta verdad pienso que
la podremos sacar de las palabras, que denantes decíamos, del glorioso san
Francisco, cuando gastaba días y noches en llamar a Dios "suyo y todas las
cosas". Porque, si Dios es todas las cosas, argumento es llano que
Francisco será nada en sí, que lo será todo en Diosa, porque Dios es
Francisco, y Francisco Dios. Bien pudiéramos [traer] a este propósito y para
probar esta verdad, la burla que dijo Isopo cuando su amo lo vendía entre otros
sclavos en la plaza. Preguntó un merchante a uno de los sclavos que se
vendían, qué sabía hacer. Respondió que todas las cosas. Preguntándole otro
tanto a Isopo, respondiób que él nada sabía. Tornándole a preguntar: "Pues ¿cómo
sabes nada?", respondió segunda vez: "Porque éste lo sabe
todo"1.
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Decidme,
glorioso Francisco, ¿quién sois? Dirá que nada. ¿Por qué o cómo sois nada?
Responderác con verdad que porque Dios es todas las cosas, y si Dios es
la vida, el ser y la perfección de todo cuanto hay, nada hay que sea, valga,
tenga ser y perfección de todo cuanto hay, nada hay que sea, valga, tenga ser y
vida que no sea Dios, y las mismas cosas por sí sean nada. Más dice Francisco:
que Dios es suyo, Deus meus et omnia, Dios mío y todas mis cosas. ¿Qué ha de
ser Francisco en presencia de un Dios tan grande que es suyo?
Cuántas veces sucede a una señora noble y bien casada,
que ama, quiere y conoce las prendas de su marido: si le piden dé o haga alguna
cosa ella por sí solad en absenciae de su marido, remitirlo
todo a él; y, si le inportunan, responder que no hay en casa nadie que a ello
pueda acudir, que se vayan con Dios, pareciéndole que su marido es todas sus
cosas y sin él todo es nada. ¡Oh, qué casamiento tan alto y spiritual el de
Francisco con Dios! ¡Oh, qué conocimiento de Francisco de quién es Dios!, pues
dice que Dios es todas las cosas, y siendo él tan humilde en su consideración y
considerándose por tan nada, esa nada la halla en Dios hecha algo y tan algo
que dice que Dios es de Francisco: Deus meus et omnia. Pues a quien tanto ve, a quien tanto mira,
lleguémosle a preguntar ¿quién es Francisco? Dirá que nada. Si la
presencia de un rey acá, que es hombre como los demás, algo más subido por la
dignidad y majestad [36v] del rey, deshace y apoca a un grande de su reino,
¿qué hará la majestad y grandeza de Dios presente en un Francisco, en medio de
tan alto conocimiento? Quien
miraba un abismo de tan infinito ser ¿qué había de hallar cuando se mirase a
sí, sino un abismo de no ser? Llano eraf que del conocimiento de tanta
grandeza había de nacer el desprecio de tanta humildad.
3. Retrato
es esto de lo que san Pablo dice, o dechado fue lo que san Pablo consideraba de
lo que Francisco decía, cuando san Pablo, considerando a Cristo en él, él se
disparecía de entre las manos diciendo: "Ya no yo sino vive en mí
Cristo"2, porque en tal presencia no hay yo porque hay Cristo.
Ojalá yo acertase a declarar a este propósito aquello que el propio Pablo dice
en otro lugar: Eramus aliquando tenebrae, nunc autem lux in Domino3;
nuestro ser, cuando de antes le teníamos, era tinieblas, ahora somos luz en el
Señor. Luego si el hombre, cuando es, es tinieblas, y estas tinieblas dejan de ser
en presencia de la luz, bien dice san Pablo que no seremos, sino que seremos
luz en el Señor. Que fue decir más claramente que, apartado un hombre de Dios,
es tinieblas. Ese es el ser que tiene, y ése se pierde y deja de ser cuando nos
llegamos a Cristo y somos luz. Pero
esta luz no la podemos llamar nuestra, sino del Señor, de suerte que en su
presencia lo que era nuestro se deshace y desparece, y sólo queda lo que es
Dios.
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4. Bien claramente nos muestra esto el
propio san Pablo en aquel rapto en que fue llevado al impéreo, donde vido y oyó
cosas que no las puede hablar; que tratando de este rapto, de esta subida, dice
que no sabe si fue con el cuerpo o sin él, que no sabe si le tenía o si no le
tenía: Sive in corpore sive extra corpus nescio, Deus scit4. Decidme,
glorioso sancto, ¿cómo es posible que un hombre no se conozca a sí mismo? ¿No teníades en
aquella ocasión ojos? Si los teníades, bien echaríades de ver que teníades
cuerpo y, si no los teníades, echaríades de ver que no lo teníades. Fue el caso que, como estando en el cielo
engolfó la vista en aquel abismo del infinito ser, en aquella luz inaccesible
de la majestad eterna de Dios, quedó de tal manera deslumbrado y encandilado
que, cuando volvió los ojos a mirarse a sí mismo, no se halló ni echó de ver; y
así no se pudo determinar si llevaba su cuerpo consigo o si lo dejó acá abajo.
Testigos son
de esta verdad, y testimonio [37r] nos dan bien claro, aquellos venerables
viejos que, en presencia del Cordero, después de les haber abierto aquel libro
cerrado con siete sellos, de quien habla san Juan en su Apocalipsi, se quitaban
las coronas que tenían sobre sus cabezas y soltaban los instrumentos músicos y
echaban pecho por tierra5. Dándonos a entender que en presencia de
Dios, libro en quien el humilde lee y contempla tantas maravillas, no hay
majestad ni grandeza, no hay coronas ni reinos, no hay majestades ni grandezas,
no hay lenguas que se atrevan a hablar, ni manos que toquen instrumentos; todo
es silencio, todo sumisión y confusión de verse ante tan grande majestad. Que
es lo que dice David en el psalmo [64,2]: Te decet ipnus in Sion; y según otra
translación: Te decet silencium in Sion; que se enmudecen las lenguas más
cortadas y habladoras, y ponen silencio en sus lenguas.
Esto nos
significaban aquellos serafines que Esaías vido delante de Dios, que tenían
seis alas: con las dos cubrían el rostro, con las dos tapaban los pies y con
las dos de en medio volaban6. Como quien dice: ojos que están en
presencia de Dios, tápense y nada vean, cúbranse y desaparézcanse los pies,
porque delante y en presencia de tanta majestad no pueden parecerg
bajeza; sólo el corazón palpite y se menee con unos pasos compasados, meneando esas
alas de en medio, entregándole a Dios el deseo que un spíritu tiene delante de
él de le alabar y bendecir.
5. ¿Qué otra cosa significó aquel caer en
tierra los tres apóstoles en la transfiguración, cuando oyeron la voz del Padre
que dijo: "Este es mi hijo muy amado"7, sino arrojarse en
tierra, como quien por tierra y nada se confiesa en presencia de tal testimonio
y tal hijo? ¿Qué significaba aquel abatir las alas aquellos misteriosos
animales que vido Eczechiel, cuando volando al firmamento oían una voz y grito
(Eczech.
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1º et 10h): Nam cum fieret vox super firmamentum,
stabant et sumitebant alas suas8? Era éste el caso: que sobre el
firmamento que venía a caer sobre las cabezas de los animales estaba Dios,
sentado en su trono de saphiros, echando de sí rayos de luz; oíase la voz que
bajaba de arriba y al punto se levantaban los animales sobre sus pies para
escuchar la voz y prestarle atención. Y como al levantarse ponían [37v] los
ojos en Dios, luego se les caían las alas como quien las humillaba y encogía su
vista9.
Declara
esto el glorioso Gregorio en sus Morales diciendo: el estar estos animales en
pie no es otra cosa sino estar los justos atentos a la contemplación de Dios y
de las cosas del cielo10. Y entonces, cuanto más se levantan por la
contemplación, tanto más se les cain las alas por la humildad, que la
contemplación de Dios y su grandeza y majestad es la que humilla a un hombre y
le hace reconocer su poquedad y bajeza; y que quien tiene corazón para amar y
descubrir quién es Dios, no tiene ojos para mirarse a sí, y su poquedad la
considera por tan grande que gusta de taparla, desparecerla delante de un tan
infinito ser, como decíamos nos representaban aquellos seraphines que vido
Esaías.
6. ¿Qué
tienen que decir a esto los soberbios y presumtuosos del mundo, aquellos que su
majestad y grandeza la dilatan de tal manera que, no cabiendo en sí, se les
hace strecho el mundo, aquellos para quien faltan títulos y ningunos nombres
enllenan su soberbia y presumción, aquellos que, por hacérseles corta y chica
la tierra, quieren vivir y volar por el aire y descubrir nuevas regiones donde
establecer nuevas dignidades? A éstos no hay que decirles sino que están y
viven lejos de Dios, tienen ser y asiento en las tinieblas, que no les ha
amanecido el día claro en que conozcan y escudriñen los misterios de Dios. No
hay que decirles sino que viven entre ciegos, pues siendo ellos y tiniendo tan
tuertos y torcidos sus pensamientos, se quieren hacer reyes, y reyes sin Dios,
que es un abismo de miseria, una sclavonía y tormento de sus inquietos y
perturbados pensamientos, un eterno tormento, una aflicción y descontento sin
fin y una muerte que dura para siempre. ¡Oh, qué bien dijo el Spíritu Sancto!
(Eccle. 10i): Inicium superbiae est nescire Deum11; el
principio y origen de la soberbia es no conocer a Dios, no scudriñar sus
misterios, no penetrar sus secretos, no mirar a Dios sino mirarse a sí.
Loquar
ad Dominum meum, cum sim pulvis et cinis12, hablaré con mi Señor, dice
Abraham, como quiera que yo sea polvo y ceniza. [38r] Ahora pues, sancto, no
sois más que polvo y ceniza, pregunto yo: ¿En lo naturalj y temporal no
sois hombre rico, poderoso en persona, criados y ganados? ¿No os ha hecho Dios
señor de grandes y de inmensas posesiones? ¿No os ha prometido multiplicar vuestro linaje como las strellas
del cielo y el polvo de
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la mar, y haceros principio de gente grande,
acompañando esto con otros inmensos bienes sobrenaturales que de tal amistad
como la de Dios os vienen?13 ¿Cómo decís que sois polvo y ceniza? Sí, que en presencia
de tal Señor con quien yo hablo, todo eso y más que fuera se vuelve polvo y
ceniza y se deshace entre las manos.
7. Lo propio parece dice el sancto Job,
cuando hablando con Dios le dicek: Contra solium quod vento rapitur,
ostendis potenciam tuam14. Y en otro capítulo: Memento, queso, quod
sicut lutum feceris me15. ¿Cómo, pues, pregunto yo, sancto patriarcha,
hojarasca es el que tan bien se las tiene y defiende a un poder tan grande como
el del demonio, a quien no han derribado tantos y tales tiros como se asestaron
y enderezaron contra vuestra hacienda: posesiones, casas y hijos? A quien tan
bien acertaron los golpes en vuestra persona, quitándole la salud, el contento
y descanso que tenía, enllenándolo de lepra y poniéndolo en un muladar, ¿ésta
es hojarasca? ¿La hojuela del árbor no la derriba el aire, no la consume el
hielo, no la marchita el tiempo? Yo veo con cuanto ha pasado con vos: con
cuantos vientos, borrascas y tempestades ha dispertado el poder del demonio,
que no os ha desasido del árbor de la vida, que es Dios. En él os estáis y con
su compañía tenéis fuerte. ¿Por qué, pregunto yo, os llamáis hojarasca? Debe de
ser porque todo ese ser, que es tan grande, en presencia del poder de Dios es
hojarasca, aun se deshace entre las manos y se vuelve nada. Y en presencia del
acuerdo de Dios, una tan admirable compostura, como la que David halló en el
hombre conociendo de ella altíssima sabiduría de Dios, diciendo: Mirabilis
facta est sciencia tua ex me16; eso todo lo halla en presencia de Dios
el sancto Job un poco de lodo: Mementol quod sicut lutum feceris mem,17
et sicut caseum me coagulasti18. Con tener en aquel muladar tantos ojos
como llagas, y como queso con ojos, [38v] no los tiene para ver en sí más que
un poco de lodo.
8. Lo propio significa David diciendo:
Quid michi est in celo?; et a te quid volui super terram?19 Que ni en
la tierra hay nada ni en el cielo algo sino Dios a quien ama y quiere, en cuya
comparación y presencia las grandezas del cielo dejan de ser; y las riquezas,
reinos, mandos y señorío con todo lo demás que contiene la tierra, no lo estima
ni quiere, sino a solo Dios. Pues, si David no estima ni hace caso en presencia
y comparación de Dios [de] tantas cosas como en el cielo y sobre la tierra
consideraría y con ojos proféticos y luz del cielo miraría, ¿qué mucho que,
poniendo los ojos en la grandeza de Dios, caído en la cuenta después de su
peccado, en sí no hallase más que nada? Como por muchos modos lo da a entender
en los psalmos penitenciales20, en quien se lamentaba con tanto
sentimiento de su desastrada caída.
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