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CAPITULO
3a - En que se prosigue la materia del capítulo pasado. Y que si el
prelado alguna vez mortificare al súbdito en las cosas de virtud en que tenía
particular inclinación, tenga paciencia y obedezca, pues Dios es misericordioso
y sabrá pagar en los súbditos los yerros que hacen los prelados
1. De
grande importancia es, para que en una comunidad haya mucha paz y se sirva a
Dios como se debe, que los prelados procuren guardar esta doctrina de saber que
a cada uno de sus súbditos le han de acudir conforme su natural e inclinación
que Dios le dio, sin querer que la higuera (como dicen) lleve uvas y el guindo
manzanas, sino que, así como Dios mandó al principio del mundo que las semillas
en la tierra brotasen y reverdeciesen según su género y los árbores diesen
fructo segúnb cada uno de su especie1, de esa misma suerte en
una comunidad, donde hay tantos hombres y cada uno de diferente madre y de su
humor, después de se haber conformado todos en la vida común según su regla y
constituciones, han de dejar obrar en las cosas particulares a cada uno
correspondiendo a su natural y condición; y aun en las cosas comunes que no
contradicen al orden y conformidad de todos los demás, de suerte que lo que el
sanguíneo hace con alegría, el melancólico lo puede hacer con tristeza sancta,
que tanbién hay
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tristeza que es buena, de quien dice san Pablo que
obra y hace penitencia para adquirir mayores bienes2.
Digo, pues, que inclinándose uno a más
oración y recogimiento no se ha de hacer portero ni cocinero, y tiniendo otro
particular inclinación a servir a sus hermanos no se ha de tener en la celda,
pareciéndole al prelado que es bueno al uno y al otro mortificarlo en cosas
contrarias a su gustoc, porque ésta sería mortificación para que el uno
no rezase y para que el otro no sirviese. Como si al perro le echásemos paja y
cebada que comiese y al caballo güesos que royese: el uno y el otro morirían de
hambre. Llano es que si un padre de familiasd quisiese hacer una casa y
para ella trujese officiales, que no mandaría al peón que fuese maestro, ni al
maestroe que fuese peón, ni al carpintero que hiciese officio de
albañir y al arbañir que fuese carpintero; y cuando esto fuera en bien y provecho
de los officiales, porque mortificándolos les hacía aprender dos officios a
cada uno, pero era [86v] en daño y menoscabo de la obra, haciendo cada uno
officio que no sabía. Lo propio sucede cuando en las communidades los prelados
no proceden con grande discreción en querer dé cada religioso el fructo y
provecho para que Dios y la naturaleza lo llevan inclinado: que hacen notable
daño a la comunidad en trocarles los officios; ninguno acude al suyo como debe.
2. Esa
es la razón por qué una comunidad de religiosos es comparada a una república
bien concertada, donde proveyó Dios de hombres con diferentes inclinaciones:
que por particular gusto cada uno acude a su officio, por bajo que sea, sin ser
todos zapateros, todos plateros ni todos sastres. Y aunque es verdad que cada
religión tiene un instituto particular, como es rezar, orar y contemplar, o
redimir captivos o curar pobres, en ese trato común hay officios
singularesf, diferentes, enderezados a la vida común, en que cada uno
puede seguir su inclinación y natural.
3. Aun
en el cielo tiene Dios repartidos los officios entre los ángeles que son de su
serviciog, sin que sepamos se mezclen o truequen, pues vemos que
habiéndole Dios encomendado el officioh tocante a nuestra redención al
arcángeli san Gabriel para que trujese la enbajada y fuese el celestial
paraninfo que viniese a tratar los casamientos del Verbo con nuestra naturaleza
humana3, siempre que acerca deste negocio se ofrecía algo, a él se lo
encomendaban, sinj que otro se entremetiese o a otro se lo
diesenk, como fue enviarlo a anunciar la concepción del
Baptista4 y a confortar a Cristo en el güerto5. Causa muy
suficiente por qué nuestros sanctos padres del Paño tienen que el ángel que
bajó a revelar la fundación e instituto de nuestra sagrada Religión fue el
arcángel san Gabriel, por ser la redención de captivos en algo parecida a la
que el
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Hijo de Dios
hizo viniendo al mundo. Pues si en el cielo se guarda este orden y respecto,
bien es que se guarde en la tierra, donde hay tanto peligro y tan poca
seguridad en el acierto de las cosas.
4. Pero si, con todo eso, [a] los prelados
les parece que así conviene trocar las manos y mudar los officios, entendiendo
que aciertan en mortificar los naturales encomendándoles cosas contrarias a sus
inclinaciones (no obstante, como queda dicho, que no es bien en las obras
sobrenaturales y de gracia eso se haga, sinol sólo en [87r] obras
naturales tendría eso lugar, por hacer a un hombre de natural sobrenatural y de
carne spíritu). Pero si, como digo, todavía porfiare en mortificarlo en las
obras a que Dios y la naturaleza lo inclinan, tenga paciencia el tal súbdito,
ríndase (que aunque es verdad por ese camino no recibe ningún bien la
communidad, como queda dicho) el particular; por caminos que él no sabe, le
doblará Dios el jornal, haciendo le paguen por hombre de dos officios, pues dos
le hizo aprender el prelado: uno que él se sabía y otro que, por fuerza y
contra su natural, le hicieron aprender.
5. Y hablando de los particulares y de
este provecho que en esta ocasión reciben, digo que, así como en tiempo de
guerra es bien que uno sepa de todos los officios, porque no sabe en el peligro
en que se ha de ver, ni de lo que ha de tener necesidad, de esa misma suerte,
puesto caso que esta vida es guerra y los sucesos se mudan, es bien que un
súbdito sepa de todo y no entienda que, porque sólo el natural se inclina a
rezar, sólo ha de haber celda y oración para él; y el otro, que sólo sabe ser
sacristán, que no ha de haber otro officio que le cuadre. Que, en fin, quien
mucho trabajare y de muchas maneras, mucho le pagarán.
6. Sé decir pudiera en este caso hablar de
experiencia si con palabras pudiera encarecer el exemplo que quería poner.
Estando absente de España, me hallaba tan bien en la celda y recogimiento en
casa, con trato común entre siervos de Dios, que cuando fue fuerza dejar
aquello me puse en peligro de perder la vida, o no sé si diga perder el juicio,
quizá por no haber sabido tener oración o amar a Dios tan descalzamente como
debía, sin asirme a tales y tales medios6. Y si mi natural se inclinaba a aquello y
contradecía lo que después me mandaron, quien lo mandó tendría razones y escusas;
y yo podrá ser no las haya tenido en no haber mortificado mi natural y tenídole
siempre indiferente para aquello que Dios fuese servido.
Aunque aquí parece ya trato de la
mortificación del natural en los medios y no en los fines. Que ésta también la
podría en algunas ocasiones juzgar por lícita, cuando los padres spirituales
les parece dar otros medios con que se consigan los tales fines. Pondré un exemplo. Hemos dicho que no mortifiquen al alma
inclinada a tener oración en
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quitarle la oración y darle otro ejercicio [87v]
sancto; pero podríanla mortificar en los medios con que la tiene y la consigue
para que, siendo medios muy particulares los que ella tiene, le den otros más
comunes y universales, como, si no sabe tener oración sino en la celda,
quitarle la celda y hacerle que aprienda a tener oración y presencia de Dios en
el coro, refectorio y en la calle si fuese menester. Todo esto consolará al alma que está
sujeta a prelados o padres spirituales, que sabe la han de traer siempre contra
su gusto y natural para que viva más rendida y resignada.
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