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CAPITULO
7a - De la causa que tiene un alma para hacer sus sentimientos cuando
la perturban en el camino de la perfección que ella lleva conocido. Y cómo en
tal caso sólo se consuela con Cristo y su pasión
1. Vamos
adelante con esta tentación o mortificación que se le ofrece [93v] al siervo de
Dios en manos de quien, a soplos o echándole agua de cuidados de la tierra,
pretenden apagar la llama de los éxtasis y arrobos,
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que su poco
a poco iba (como si dijéramos) consumiendo el húmido radical para que de veras
el fuego se introdujese y apoderase totalmente, sin ningún género de
resistencia, del natural de aquel spíritu. Y digo sin resistencia, como ya
otras veces tengo declarado, que aquel quedar como absortos los sentidos en el
que se arroba no es sino como prenderlos y captivarlos para que por entonces no
inpidan el bien que el alma quiere gozar.
2. Digo,
pues, que aunque es verdad esa parte inferior padece, como padece el hombre a
quien le echasen grillos o metiesen en una cárcel, pero es padecerb tan
suave y amoroso que en esa prisión todo el hombre queda contento, y aun en
alguna manerac los sentidos pagados, porque sin trabajar ellos el
hombre interior alcanzó lo que pretendía. Digo tanbién que quedan contentos
porque del gozo y alegría interior les cabe parte, derramándose la gracia
sobrenatural como del ungüentod que se derramabae sobre la
barba de Arón, que corría hasta dar fraganciaf a las
vestiduras1. Y, en fin, hay tal trabazón entre el alma y el cuerpo que,
cayendo la mancha del aceite de la divina gracia en el alma, se ha de estender
y dilatar hasta caberles parte a los sentidos.
3. Por
esta razón y porque el alma desea llegar a su perfección, cuyo medio, como
hemos dicho de la llama, son los éxtasis que su poco a poco van consumiendo y
haciendo perder el miedo y temor natural; por estas razones y otras muchas que
se pudieran dar, es certíssimo un justo desea conservar el estado presente en
que Dios lo ha puesto, desea guardar y conservar su llama o éxtasis, medios por
quien Dios le hace particulares misericordias; y que es tanto lo que siente las
cosas con que el tal estado es conbatido y procurado deshacer, que no es
posible haya cosa a que compararlo. Y aunque es verdad que estos arrobos tienen
su causa principal en la gracia interior y recogimiento del alma, pero tanbién
tienen su disposición exterior, como es la mortificación exterior, los ayunos y
penitencias y ordinarios exercicios que ya tiene la tal persona determinados.
Los cuales si faltan y el cuerpo cobra fuerzas, es certíssimo que, aunque el
alma se tenga la propia virtud, no tendrá fuerzas para elevar el cuerpo en la
tal disposición. Así como un fuego puede tener actividad para quemar un leño
seco y no para encenderlo si está verde, y una piedra imán podrá levantar una
aguja del suelo y no dos onzas de hierro.
De donde echarán de ver cuán mal
hacen los que divierten y pervierten a estos tales siervos de Dios de sus
ordinarios exercicios, ocupándolos según sus antojos en otros contrarios [94r]
en quien no hallan el fructo que en los que ya ellos tenían escogidos.
4. Suelen
decir: Si este recogimiento o rapto es de Dios, nada será bastante a distraerlo
ni quitárselo. Y así a todas manos dan tras los pobres religiosos. Digo
que todas las cosas tienen su más y su menos
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y que a tal grado puede ya haber llegado un alma de
perfección que nada le estorbe ni inpida, y estar otras tan flacas que
cualquier niñería y pequeña ocasión la descomponga. Que bien vemos cuando Elías deseó ver a
Dios y sintió que venía el torbellino y ruido se metió en la cueva aguardando,
como dicen, a asomar la cabeza cuando pasase la marea delicada2. Y tanbién vemos que
hay hombres que nada les hace mal y otros se descomponen con una poca de agua
que beben. Y es grande engaño decir: Si este spíritu es de Dios bien sufrirá y
llevará todas cuantas mortificaciones e inquietudes le echaren a cuestas. Digo
más, que si la disposición, como hemos dicho, gran parte de ella está en el
cuerpo y mortificación de los sentidos exteriores, que éstos no son de bronce
ni de piedra, sino de carne y güeso y que ya tienen determinada la carga que
podrán llevar; y echarles más es yerro grandíssimo.
5. Yo confieso que los siervos de Dios, a
quien se les ofrecen estas mortificaciones y distraimientos contra el estado y
bien que gozan, tienen paciencia, porque a todo eso se alarga la virtud
interior. Pero que el sentimiento que tienen es grande y mayor la razón que
tienen para sentirlo, porque, como denantes decíamos, los dispiertan antes de
tiempo, los dejan desconpuestos con dolores grandes de cabeza y todo el hombre
exterior como destrabado y desencuadernado, yg como a quien le quitaron
el plato que con gusto iba comiendo y le pusieron otro de paja, siendo el
primero de faisán o comida delicada. Esta pena que en esta ocasión recibe un alma se puede considerar
por la que recibió la Madalena cuando iba a buscar a Cristo al sepulcro y, no
hallándolo, pensando que se lo habíen hurtado, topándose con el mismo Cristo en
figura de hortelano, le dio sus quejas y querellas diciendoh que, si él
acaso se lo había llevado, que se lo dijese3. Consideremos, cuando la
esposa andabai buscando a su esposo y se topó con las guardas de la
ciudad, la despojaron, hirieron y quitaron el manto que llevaba, qué gusto
podría recebir en aquella ocasión ni quién seríe bastante a la consolar o
remediar la aflicción que en tal caso tenía, sino sólo lo que ella pide después
del tal caso pasado, cuando dice en el propio capítulo 5, después de haber
contado estos agravios, que vuelta a Dios, su verdadero esposo, con cuya
presencia todos los disfavores de las buenas mujeres quedan reparados, y así
dice: Quis michi det te fratrem, etc.?4 ¡Oh, Señor mío, y quién te
viese hecho mi hermano, [94v] y hermano pequeñito acá fueraj y puesto a
los pechos de mi madre para que ahí te pudiese yo besar y abrazar y desta
manera nadie me despreciase!5
6. Por
esta petición, según declara Ruperto6, lo que la esposa pide para
reparo de sus males es ver a Dios hombre, que eso es desearlo
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ver hecho
nuestro hermano a los pechos de nuestra madre. Desearlo ver acá fuera no es
otra cosa sino desear que padezca por el hombre, porque ninguna cosa hay más
fuera de lo que es Dios que padecer, morir y tomar penas, afrentas, azotes y
injurias el que es impasible, inmortal y gloria de los ángeles. Desearlo besar
y abrazar no es otra cosa sino desear unir, juntar, pegar e incorporar sus
afrentas, su muerte y pasión con su propia persona, porque no hay mayor gloria
y honra para un justo y siervo de Dios que verse colgado de la cruz de Cristo.
Así lo dice san Pablo: Absit michi gloriari, nisi in cruce Domini nostri Jesu
Christi7; que ésa sólo era su gloria: padecer con Cristo y preciarse de
su cruz y pasión. Con esto dice la esposa que nadie la despreciará, porque se
ve tan honrada con los dolores y afrentas de Cristo que las que a ella le dicen
ya no las tiene por afrentas. Sus dolores y trabajos, considerando la inmensidad
de los que Cristo pasó y padeció por nosotros, ya no parecen trabajos.
Así digo que, viéndose un alma que
en el camino concertado que lleva buscando a Cristo se lo hurtan como a la
Madalena, o la despojan, hieren, maltratan y quitan el manto como a la esposa,
no tienen otro consuelo sino con veras, por la parte más segura que pueden o
saben, buscar a Dios, asirse a sus trabajos y pasión y cruz, pues Su Majestad
es servido los hombres la lleven por aquel camino rindiéndole su voluntad para
el padecer en los tales trabajos, dejando el gozar, pues así se les va de entre
las manos, para la otra vida.
7. Diránme:
Pues ¿qué razón es ésta para que la esposa diga que por este camino nadie la
despreciará? Demás de la razón que acabamos de decir, es otra: que el
discreto y el que sabe, más honra al siervo de Dios que le ve padecer y
compañero de Cristo en sus trabajos que al que ve gozar y compañero en sus
gustos y gozos. Y si a la esposa le quitaron el manto y la ultrajaron, señal
debiera de ser que iba bien conpuesta y aderezada. Como acá vemosk que
es más ordinario atreverse a una mujer hermosa y bien compuesta que a una que
fuese llorando y cuitándose por esos caminos rota y desnuda; antes a ésta todos
la dejaríen pasar y se lastimarían de ella. Pues esto parece dice aquí la
esposa: Señor, a mí me encontraron las guardas de la ciudad y me maltrataron y
quitaron [95r] el manto por ir yo bien compuesta, propiedad de las doncellas
que ya tienen desposados. Para que yo, Señor, no tenga necesidad de esa
compostura y adorno exterior y quite la ocasión a gente liviana, ruégoos que,
atento que yo no puedo hacer menos mientras vos fuéredes mi esposo, que os
troquéis y os hagáis mi hermano; que siendo vos mi hermano tendré yo obligación
no de componerme, sinol de ser semejante a vos, que eso es propiedad de
los hermanos: ser semejantes y, en la forma que pueden, como iguales. Así,
cuando vos, Señor, seáis mi hermano haciéndoos hombre y padeciendo
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por mí, tendré yo obligación a parecerme en el traje y en
todo a tal hermano y a vestirme de la librea de pasión y trabajos que vos os
vistiéredes. Y yo así vestida con trabajos, ignominias y afrentas, como no es
eso lo que el mundo busca y sus secuaces, nadie se me atreverá [a]
despreciarme, ultrajarme y despojarme.
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