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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 9 EN EL CAPÍTULO PROVINCIAL
[40v] Volvamos a a el estado de nuestra reforma y recoleción. Llegado y pasado el Domingo de Casimodo, partímonos el padre ministro y yo a Sevilla al capítulo que allí se celebraba. En aquel camino enpezó Dios a mostrar gustaba de b que perseverase en el rigor deste sancto hábito c, porque, siendo, como tengo dicho, un hombre tan enfermo; y como adelante diré, que ha de ser necesario para que más claramente se conozcan las maravillas de Dios, que da vida d a güesos muertos para que con ellos, como con quijada e de jumento, haga él las victorias que hizo Sansón f 1. Estando yo tan enfermo y para poco en aquel camino tan largo, que no sé si es de cincuenta o más leguas, llevamos unos pobres jumentos y las aguas y lodos fueron tan grandes, que no le parecerá mucho al que hubiere andado aquella tierra decir fue necesario irnos a pie la mayor parte del camino, estando tan llenos de agua como si fueran lagunas. No sé si era tentación y quería el demonio acabar con mi vida, que tenía por particular vicio y contento topar charcos y arroyos do me metiese hasta la rodilla, descalzo siempre de pie y pierna. Tanto que, viéndome unos arrieros, movidos de alguna lástima, me dijeron: Padre, no haga eso, que o morirá o se tullirá. Que de harto menos ocasiones lo estuve yo tullido muchos años antes g. Con todo eso, fue la Majestad de Dios servido llegué bueno, sano, recio, que apenas me conocían.
2. Actitudes contradictorias en el comisario
El comissario y frailes recibiéronnos muy bien. Contentíssimo el comissario de ver que todos se andaban tras nosotros, hechura de sus manos h, díjome: Vaya, P. Fr. Juan, salga por esa ciudad y véanlos; predique i algún sermón y, si se lo dan entre los dos coros, tómelo; hallen al arzobispo y al marqués de Sancta Cruz, dueño del pueblo donde viven, que está en su casa hospedado (que entonces [41r] era güésped suyo y general de algunas galeras de las de Lisboa j que allí estaban en el río). Dice más el comissario: Y si en Sivilla les dan alguna k fundación, acéptela y avíseme, lo propio si fuere de monjas descalzas.
Con una bendición tan grande, tan larga y cumplida como ésta, bien pudiéramos salir tan contentos como salió el sancto Jacob de la que le dio su padre a la hora de la muerte, que nada dejó que no le diese: De rore caeli et de pinguedine terrae; et serviant tibi filii matris tuae l (y otras muchas cosas que allí dice el testo sagrado 2). Pero fue bendición que duró poco, porque le faltó el semper m que decía Esaú a Jacob 3. Y fue bendición de hombre solo y a la muerte, porque para nosotros y para la recoleción luego enpezó a enfermar hasta que del todo murió contra ella. Y fue que algunos frailes de los que se hallaron en contorno a las bendiciones, según fui informado, ellos hicieron malos tercios todo lo que pudieron, aunque no sé las palabras formales que dijeron. Pero, sin falta, pues trujimos la historia de Jacob, dirían n: No tiene vuestra paternidad reverendíssima razón; váyase más a la mano; ya sabe en lo que han parado todas las reformas para la orden y religión de donde salen, que luego se levantan a mayores y se apartan y levantan la obediencia, y éstas son pérdidas de vuestra paternidad; y ya sabe que todas las cosas nuevas son apacibles y luego han de querer ir todos a probar, siquiera a ser recoletos por un mes, que ha de ser de inquietud para la Orden; y estos dos traza tienen de engañadores, como otro Jacob que, aunque tenía las manos ásperas de Esaú o con pellejos [41v] envueltas, las palabras eran blandas como de Jacob 4; y en esto es cosa cierta ser lo propio, que, aunque train esa aspereza p y rigor en los hábitos, en lo interior deben de tratar de blandura y regalo; probarlo hían porque el ministro fray Miguel de Reina no le pasa por la imaginación ser recoleto, como se verá; fray Juan Baptista, su compañero, cuatro meses ha que estaba aquí q comiendo y bebiendo y viviendo a sus anchuras. Y diciendo de mí otras muchas cosas que sin mentira en mí habíe habido y descubriendo en aquella ocasión para su tiro lo que en otras otros habíen tapado. Dirían más: Estos son caminos para engañar
a vuestra paternidad y que con tan larga mano dispense con ellos para ser más libres; y si esto no remedia, le ha de salir a la cara, porque con la scudilla de lantejas que dicen que comen nos han de quitar el mayorazgo y antigüedad de nuestro hábito y Religión.
Con estas r cosas y otras semejantes que dijeron, según algunas yo supe y hoy se puede de ellos probar con testigos que hay vivos y, según lo que después sucedió, le dijeron a nuestro buen comissario, salímonos el ministro y yo de allí a tratar y cumplir tan larga bendición. La primera visita fue al señor marqués de Sancta Cruz. El nos entró con grandíssimo contento al arzobispo 5. Diciéndole s el arzobispo: ¿Qué frailes y qué hábitos son éstos? Respondió: Señor, esta fruta sólo la lleva mi tierra y pueblo de Valdepeñas; agrádese de ella vuestra illustríssima señoría y favorezca a estos padres mucho. Respondió el arzobispo: ¿Qué podré yo hacer, que no están en mi arzobispado?; yo tendré cuenta en lo que se les [42r] ofreciere.
Con esto y con su bendición, harto de más dura que la pasada pues perdona peccados veniales, nos despidió. Díjele al señor marqués me pidiese un sermón para entre los dos coros. Salió a ello. Fui a visitar mis hijas de penitencias; ofrecióme una, llamada doña Isabel de Osorio, unas casas de valor que tenía en el Alameda para hacer un convento. En otra visita, de doña Ana de los Olivos, junta con su marido personas bien conocidas en aquella ciudad, que las nombro porque hoy son vivos testigos de esto. Ofrecieron juntar monjas y con dos hijas suyas hacer un monasterio t de monjas.
Todo esto bien ventilado y tratado, vuelvo a mi monasterio y casa cargado, como abeja, de todas estas buenas y honrosas flores. Mi ministro descalzo ya él andaba mohíno. No sé si, cuando murmuraron de nosotros al comissario, él tuvo alguna secreta correspondencia allá en su corazón, según venía de frío y tibio, para que se le pudiera decir: Donde las dan y donde las tañen. Pues la murmuración secreta ya habíe hecho públicos efectos en mi buen compañero.
Entramos a nuestro comissario a tornar a tomar la bendición. Hallamos que ya la vara de Moisés, con que nos echó la primera, había caído en tierra y vuéltose culebra u que nos quería tragar 6. Enpecéle a decir algo de lo que nos había pasado. Oíalo tan mal y con tanta oposición a lo primero, que tuve por bien de cortarlo y salirme fuera.
No hallaba ya a nadie de los magnatis que nos acariciase, antes quien hiciese burla y escarnio. Y, entre otros, uno muy particular, que pondré el nombre porque vean la certidumbre, [42v] que después lo pueden borrar, aunque, no siendo cosa que en la persona arguya peccado, no es cosa que inporta ponerlo, porque lo pudo hacer y decir
burlando y v para reír de grandes mortificaciones. Antes que yo fuese recoleto y descalzo, allí en Sivilla, entre otras faltas que tenía, una era jugar a los naipes, lo cual hacía yo cuando [...] w. Cuando me vieron pobre con sólo el hábito de sayal, como un saco (?), díxome el padre Fr. Joseph de Valencia riyéndose: Ea, padre Fr. Juan, que el hábito de pobreza que trai es de prestado. Y diciendo otras cosas, que necesariamente me habían de ser de harta pena, porque, como dejo dicho, estaba en esto solo y falto (?), por no haber tenido tiempo para enpezar a hacer penitencia, y así lo sentía mucho. Pero boca que aquello dijo, la hizo Dios al puncto confesar la verdad, porque, volviendo yo las spaldas x a la conversación, quedó hablando con otros. Pregunté si habíe pasado adelante la plática. Me dijeron: En continente como vuestra reverencia se apartó, dijo el propio Fr. Joseph: Esto no es posible y sino que es de Dios; esta obra, padres, es de Dios. Para que adviertan cómo Dios no se esconde de todo puncto que para el desconsolado no tenga siquiera una palabra de consuelo ex inimicis nostris, que vale tanto como muchas de los de nuestra parte z.
A estos disgustos y con estos trabajos (que para mí, que tan solo estaba, no los tenía por pequeños) a, acudió el demonio y dio un muy buen apretón. Diome una calentura y un flemón en la boca bien grande, con que se me hinchó el carrillo. Acertaron a venir dos o tres médicos graves a ver un enfermo [43r] de los capitulares b. Lleguéme a ellos y diles el pulso. Dijeron los dos: Sólo tiene vuestra reverencia un remedio, y es que se quite luego el hábito que tiene de sayal, porque vuestra reverencia es colérico, el tiempo caluroso y el sayal también; si no lo hace, le costará la vida. Otro remedio, chico ni grande, no me lo dieron, más de que me pusiese zapatos y las martingalas que yo me traía, que así se pudíen llamar, pues eran vestidos de vanidad. Sólo les respondí yo: Señores, ¿hay algunos hombres que, bien vestidos y con mucho regalo, estén enfermos y con calenturas más recias? —Sí, padre. —Pues en aquéllos no nace del hábito, en mí ¿por qué ha de proceder del hábito? Con esto, fuéronse y dejáronme harto desconsolado.
¡Oh misterioso Dios, y cómo al pie de la obra tienes quien deshaga las trazas de satanás! Uno de los médicos que allí estaba c, que por esto me acuerdo eran tres, en despidiéndose a la puerta de los otros, vuelve a mí y díceme: Consuélese, padre, y no se quite el hábito, que no es nada, que me cuadró la razón que dijo que otros más d regalados están más enfermos y se mueren, no siendo la causa el vestido; y tampoco
lo será el hábito que vuestra reverencia trai; prosiga y ayúdelo Dios. Y fuese, y dejóme consolado.
4. Decisiones acerca de la recolección
En diez o doce días que allí estuvimos, tratóse de la recoleción indiferente y tibiamente, unos haciéndola, otros deshaciéndola. En una conversación de más de veite frailes graves que estaban con el comissario en su celda después de cenar, tratóse de ella. Donde el comissario dijo e acerca de los que la habían de poblar: Esto se ha hecho sólo para los frailes de la Religión, que puedan ir allá por algunos meses y volverse; y ser todos unos los de allá y los de acá. Dios, que no quiere que se digan inpertinencias [43v] contra su sancta reforma de cosas que no han de ser, respondió el padre presentado Bastidas: Pues desengáñese vuestra paternidad, que no habrá reforma ni recoleción por esa vía; y que, mientras no vienen del siglo y se crían hijos nuevos, no tenga esperanza de nada. Testigo me será desto el propio que lo dijo, que vive hoy 7. Respondió el comissario: ¡Desharéla yo!; y no quiero reforma para los del siglo, sino para mis frailes.
Entonces f, aunque las cosas de la recoleción andaban desta manera, señalaron la casa de Ronda, que está en el desierto, para recoleción, que la tenían perdida e inhabitable por haberse mudado los frailes calzados a otra casa a la ciudad. Hiciéronse scrituras de ella en que la orden la da y dona a la reforma g, que no se descuida Dios de entender trata con gente que es necesario papel y tinta. Y esa scritura dura hoy, por la cual nuestra Religión tiene h derecho a aquella casa. Y a eso tira lo que nuestro muy Sancto Padre dice en sus letras: está informado han dado a la reforma algunas casas, las cuales gusta estén por el orden que en aquel motu propio dice 8.
Hízose el capítulo. Salió por provincial mi buen amigo Fr. Martín de Virués. Díjome escogiese si quería ir por ministro a Valdepeñas o aquella casa que daban de Ronda. Respondí: Bien me conoce vuestra paternidad y las casas y todo; yo me podré engañar; envíeme vuestra paternidad do quisiere. En esto llegó el secretario del comisario 9 y diósele cuenta de la conversación. Respondió: No hay que andar escogiendo, que nuestro Padre gusta vaya el P. Fr. Juan a Valdepeñas, que lo quiere tener cerca de Madrid, que no sé si se lo quiere llevar allá.
Dícenle al P. Fr. Miguel de Reina, mi compañero ministro que habíe venido de Valdepeñas, que vaya a Ronda [44r] por ministro. Responde que no quiere ser recoleto, sino quitarse el hábito. Como luego lo hizo en la casa de Córdoba, do se vino a quitarlo. Y se quedó fraile calzado hasta hoy. Y aquí acabamos con este i buen padre, que lo es y buen religioso. No lo tenía Dios para recoleto y descalzo, sino para de enprestado, como arriba digo; y para caseros que le guardasen aquella pobre choza hasta que fuesen naciendo hijos propios. Y si se lleva atención en el discurso de esta letura, dentro de poco tiempo verán cómo no nos queda recoleto; cuál tardó más cuál menos, según lo que Dios los obligaba a que no dejasen tan presto el hábito.