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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 25 DOS MESES EN GAETA

 

1.            Insomnio pertinaz

 

            Con estas cosas a que por mí pasaban y alguna más quietud que tenía, parece que los que trataban en mi negocio se descuidaban, pareciéndoles


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yo estaba o debiera de estar pagado por alguna quietud que interiormente tuviese. Y como estas cosas Dios las debiera de enderezar para su obra, y no para menoscabarla, tuerce Dios esta mi quietud b. Que pues ya yo debiera de ser el obligado, a cuenta y costa de Dios se había de hacer, padeciendo yo un poco más o un poco menos.

            Torna Dios a afligirme de tal manera que ya parece me volvía a mis primeros c duelos y aprietos. Y como me parecía estaba el faltarme estos trabajos en que nuestro negocio se concluyera, daba priesa, afligíame, lloraba, clamaba, zarceaba, pero nada me prestaba, porque, como no era yo el que lo había de hacer, después de haberme afligido se quedaba de la misma manera.

            Con estas penas y aflicciones, yo me consumía. Vine a perder el sueño de tal manera que, sin saber qué fuese la causa, [120r] muchos meses me vi que no si en todos ellos me vi dormido. Y estaba tal que ya parece era más necesario mirar por mi vida que por el negocio.

            Tratélo con el P. Bruno que digo. Díjome que me inportaba salir de donde estaba. Que, aunque me hiciesen tanto regalo y honra, algunos fines sanctos pudo haber para que dijese esto: ora fuese porque me divertiese o porque, mudando lugar y aire, estaría más fuerte; o porque, viendo resistía la vida de la celda, negociarían y sacarían nuestro motu propio. Convidóme mi buen padre de la Compañía con que me llevarían a San Andrés, una casa de noviciado que ellos tienen allí en Roma 1. Que yo bien lo estimé por ver lo poco que yo lo merecía y lo mucho que me inportaba.

            Tratélo con el señor don Andrés de Córdoba 2, que lo tenía por padre y por amparo en todos mis negocios. Parecióle bien, aunque, viendo que el P. Fr. Pedro, prior d de los padres carmelitas do estaba, lo habíe sentido, procuró no tuviese efecto.

 

2.         Salida de Roma

 

            Pero, viendo que estando yo no mejoraba y que mi negocio dormía, yo me vi tan afligido que determino de buscar dineros. Y hablando en confesión al P. Fr. Juan de san Jerónimo, me dio diez y ocho reales, aunque yo no le pedí más de doce, que no tenía ánimo para enpeñarme en más.

            Y con estos diez y ocho reales voyme al río Tíber a ver si había algún barco que me llevase donde quisiese y me echase fuera de Roma, donde a mí me apretaban de manera que yo no sentía remedio e para mi vida ni para mi consuelo, si no era que me sacasen y diese el motu propio de Su Sanctidad que se negociaba para nuestra reforma (y esto


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no creo había cosa más [120v] olvidada en el mundo) o irme fuera de Roma a acabar mi vida. Que todo esto lo debiera Dios de hacer o permitir lo hiciese el demonio, apretando los cordeles o por los medios que Dios se sabe, para que, viendo la rabia de satanás f y ladridos del demonio tras unos pobres trapos viejos que yo traía, los que estaban a la mira g viesen y se les manifestasen sus virtudes y grandezas (del sayal del hábito, digo).

            Puesto de esta manera, así afligido, voyme al río a ver si habíe algún barco que me echase de Roma, no para España, que tal no me pasaba por la imaginación, sino alguno de los puertos de Italia o reino de Nápoles.

            Veníame a la imaginación de decir quizá me captivaran moros y me llevaran. Holgábame con este pensamiento, tiniéndome mill veces por dichoso y bienaventurado en que me captivaran y vendieran mill veces. No era para mí de sentimiento pensar las crueldades con que los moros tratan a los cristianos cuando captivos los echaban al remo y los azotaban con tanta crueldad h; y más que hacen los cristianos en sus galeras, que yo había visto; el pensar que había de ser vendido a buen librar mill veces; y otras cosas, que entonces acerca de esto se me ofrecían. Todo lo tenía por dichoso trueco, por dejar el motu propio y no tratar más de mis negocios. Decía yo: Si me captivan, no tiene Dios que quejarse de mí de que no he hecho lo que debía i, pues ya no será en mi mano negociar más. Esto decía por parecerme por ningún camino quedaba escusado ni eximido de mi negocio, si no era por aquél.

            Llegando al río, hallo que un barco quiere echar velas para irse a Nápoles. Conciértome con él en nueve reales. Hice mi alforja con un panecillo solo que compré y una libra de guindas; y con esto me entré en el barco. Que no eran mis mayores cuidados el comer, que yo creo que, aunque en el viaje [121r] no comiera, no lo echara mucho menos. Y así, con aquello me di por muy contento y abastecido.

            Supe que el barco había de pasar por j cerca de Gaeta, do estaba don Juan de Gante, obispo, conocido del viaje que yo había hecho a Roma; y en el camino me había oído predicar y cobrado afición 3. Era hombre honradíssimo, llano, cumplido aun con los que no lo merecían. Con esto me consolé yo harto, y rogué al barquero que me echase en tierra cuando por allí pasase; y así me lo ofreció.

            No iba yo del todo bueno, pero algo aliviado de mis aflicciones por ver no eran tan eficaces mis cuidados, y mi persona bien ahorrada de cosa que me lo pudiese dar, porque a mí sólo me habían quedado


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nueve reales y el breviario. Y algo me afligía el ir sin licencia en scrito para cumplimiento siquiera. Que, en verdad, yo no tenía necesidad ni k tenía quien me la diese, por estar yo con voluntad de Su Sanctidad en aquellos negocios. Pero podía dar harto cuidado el ver que habíe en aquel tiempo summo rigor contra los frailes; y al que topaban sin licencia, le hacían hartas molestias y aun, si lo l echaran en galeras, no había quien se lo impidiese m.

 

3.         Rumbo a Gaeta

 

            Caminando de esta manera aquel día que partimos, que serían cosa de las diez del día con buen tiempo, metímonos por el río en la mar y, con la bonanza, el barquillo no reparó en hacer velas bien a la mar. A la noche yo recostéme sobre una tablilla bien angosta. Y aunque no dormía, dormitaba, porque pienso n había ya más de seis meses no me había visto dormido de veras. Oigo que el patrón y los officiales daban unas voces muertas, bajas, ahogadas, que decían: ¡Tierra!, ¡tierra presto! Y otras palabras semejantes a éstas. Y, aunque yo las oía, no reparaba la causa ni me levantaba o.

            Llegados a tierra, al tropel de saltar en tierra y sacar lo que llevaban de más consideración, yo levantéme: —¿Qué es esto? Dicen: —¡Moros, padre, presto, presto, saltar en tierra, a la montaña! Yo, cuando lo , dime tanta priesa a saltar, que no aguardé a tomar la capilla negra, que llevaba quitada, y unas suelas que traía por alpargates (que se usan en Roma). Yo salto en tierra y, con mi breviario debajo del brazo p y descalzo, enpiezo a correr por aquellas montañas arriba [para] me esconder, que pienso [121v] había bien menester alargar el paso el que me hubiese de alcanzar. Que q, aunque, es verdad, yo había tenido aquellos pensamientos antes de que me holgara de que me captivaran, bien se echa de ver ser tentación y sugestión de satanás, que a cualquier mal me persuadiera por menor a trueco de evadirme del que yo padecía. Y así debiera de ser otro cualquiera menor, pues, por graves que fueran, fueran de hombres y causados en el r cuerpo; y los que yo padecía, eran de los demonios sentidos en el alma.

            No quería ser captivo, ni en el hecho y verdad tal cosa me pasó por la imaginación, sino que, como si fueran en mi alcance mill demonios en figuras de hombres, huía y buscaba mi seguro. Y me metí bien adentro en el bosque y montaña. Y estuve hasta la mañana metido entre unas zarzas, con harto miedo si habían de topar conmigo, porque, aunque era en medio de la noche, nuestro hábito blanco, que del todo no lo podía tapar con la capa, y se echaba de ver. Y demás que yo, como estaba descalzo y los pies puestos sobre el arena mojada, con el rocío de la noche estaba bien arromadizado y estornudando, de 20 en


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20 los estornudos. Que cierto yo tuve harto miedo y tragado el ser captivo aquella noche, porque con lo blanco de hábito me mostraba y con los estornudos los llamaba.

            A la mañana, fue Dios servido todo fuese nada, porque quien ellos pensaron eran moros, eran cristianos que se llegaban a tierra a la misma parte que nosotros, por asegurar la noche de moros y enemigos. Lo que yo hallo, entre otras cosas, de qué dar mill gracias a Dios, fue que, habiendo corrido más de tres cuartos de legua s descalzo entre camprones 4 y monte, no me hincase un espina ni me hiciese cosa alguna, sino que nuestros pies salieron a la mañana tan buenos como si hubieran estado en una cama entre sábanas.

 

4.         En Gaeta

 

            Acabamos de hacer nuestro viaje, y echáronme en tierra junto a Gaeta. Y yo me entré con harto miedo a hablar al obispo, por ver yo lo merecía poco que él me hospedase, a un frailecillo de tan poca consideración, y él un obispo ya tan sin respectos, a mi parecer, para quien no lo merecía. No se había levantado. Un su capellán entróme donde yo reposase [122r] un rato, echado sobre una cama. Séase lo que se fuere, allí echado y medio dormido, yo vi claramente cómo el clérigo t entraba a hablar al obispo y lo que le decía y lo que el obispo hizo: aunque no diciendo palabras, pero haciendo particular desdén con la mano y rostro, mostrando enfado de que le viniesen güéspedes. Que, aunque yo no era de consideración, por ser él quien era, parece se daba por obligado a hacer algo; que, por poco que hiciese, era más de lo que sufría la poca renta y mucho enpeño que tenía.

            Lo que Dios pretendió en mostrarme lo que el obispo hizo, Su Majestad de Dios lo sabe. Yo sospeché debiera Dios de quererme decir me volviese presto a Roma a mi negocio, no obstante que el obispo en lo esterior me mostrase buen rostro, como en realidad de verdad lo hizo. Aunque el fin que aquello que yo vi tuvo, fue que, por convertir al buen obispo, según lo que yo había visto, le dije razones y palabras que, cuando él tuviera otra condición, lo convirtiera. Díjele: —Reverendíssimo señor, yo me he salido de Roma por rescatar mi vida, que de trabajos esteriores y interiores se me va acabando. En toda esta tierra a nadie conozco, sino a sólo vuestra señoría. Suplícole no mire mi poco merecer, sino la obligación que vuestra señoría tiene de sustentar pobres. En un rinconcillo de casa me pondré y, con las migajuelas que de la mesa de vuestra señoría cayeren, me sustentaré, sin dar ni hacer ruido.

            Mi buen obispo, como él me había visto de otra manera en el pasaje de Italia, dolióse de mí y compadecióse y con particular ternura


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dijo: —Yo me huelgo, padre mío, haya venido. Yo le serviré y le regalaré en mi mesa en todo lo que pudiere. Descanse y huélguese. Y nos predicará el día de la Sanctíssima Trinidad u en el monasterio de la Sanctíssima Trinidad tan sonado de Gaeta, que es de padres benitos v 5. Que esto era por la Acensión 6.

            Con esto yo quedé consoladíssimo. Y pasé allí en muy buena vida más de un mes 7. Sólo hice dos sermones. Aunque no el de la Sanctíssima Trinidad, hice uno del Sanctíssimo Sacramento el día de san Erasmo, patrón de aquella iglesia, que cayó en la infraoctava del Sanctíssimo Sacramento 8. Fue Dios servido saliese ese sermón tal que todos los [122v] castellanos que allí estaban se andaban tras mí y se me ofrecían otras nuevas commodidades. Por si acaso no fuese tan a mi gusto la del obispo por haber mucha gente, dábanme regalo en casa sola. Salíame commodidad y commodidades particulares para Nápoles.

            El demonio, en lo que era afligirme, me dejaba descansar. De donde yo escribí una carta a Fr. Pedro de la Madre de Dios, prior descalzo carmelita de do yo había salido —pero nadie había sabido de mi ida ni dónde había aportado—, en que le daba cuenta de mi vida y, entre otras razones, decía: «Yo estoy bueno y descanso y predico, porque pienso el demonio que me atormenta, sólo w se debe de estender su juridición para dentro de las murallas de Roma; no le deben de pagar a este demonio para fuera; y así descanso».

            Esto lo decía porque sabía yo había gente en Roma que por cuatro reales arrimaban un demonio a un hombre, que por tantos días le atormentase. Y había demonios de mayor cuantía, de a ocho reales, que atormentasen a quien el enemigo pretendía. No qué me diga: si ese juicio hubiese de echar, el que a mí se me pegaba, de doblón debiera de ser. Pero ni si se quedó en Roma ni lo que se fue: yo descansé muy bien en Gaeta. Pero siempre bien asido mi corazón a mi negocio, porque, cuando el cuerpo descansase, el alma más libre más libres tenía sus ansias y deseos para siempre los enplear y hacer captivos de la obra enpezada.

 

5.         De nuevo en Roma

 

            Así todas aquellas comidas y ofertas de llevarme a Nápoles, no me entraban de los dientes adentro, pues no sólo no acepté aquella ida, pero, en medio x de los calores y meses vedados de entrar en Roma


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(porque el que en aquel tiempo entra tiene muy cierta la muerte), determiné de venirme, sin que obispo ni otra persona fuese poderosa a detenerme con palabras, ofertas, exemplos de [123r] que muchos que en aquel tiempo habían entrado, habían muerto. Decíanme era clara y manifiesta tentación, que el demonio me pretendía quitar la vida para que el negocio no se acabase y que yo no aprovechase a las almas. Y que lo propio le había sucedido a un padre francisco descalzo, gran predicador, que, viniendo a Roma el año antes, luego murió. Pero, como no era yo el que debiera de hacer aquello, sino Dios, diome ánimo para quitar todos aquellos miedos y temores.

            Y determino de volverme a Roma y por Sanctiago, fin de z julio a el año de 1599 b. Fue Dios servido no me muriese, porque Dios no me traía a eso. En Roma todos me tenían por loco en ver tal atrevimiento que pusiese mi vida tan al tablero y la jugase con tanta facilidad.

 

 




a            al marg. prosigue aquí de 2m.

 



b            corr. de inquietud



c            sigue y tach.



1         Sant'Andrea al Quirinale, aún hoy existente, sin ser casa de noviciado.            

2  Andrés Fernández de Córdoba, sacerdote de la Congregación de Santiago de los Españoles, ya mencionado anteriormente.



d            corr. de brior



e            sigue sino tach.

 



f             ms. sanás



g            sigue se tach.



h            ms. crueldas



i            corr.



j            sigue Gaeta tach.

 



3         Juan de Gante, nombrado, a propuesta de Felipe II (16III1596), para la sede de Gaeta el 25V1598. Siendo trasladado a Mazara (28IV1604), falleció en Gaeta el 24IX1604, antes de entrar en su nueva sede. Era hermano de Martín de Gante, secretario del rey para los asuntos de Sicilia. Cf. GAUCHAT, P., Hierarchia Catholica, IV, Monasterii 1935, 127, 235; DHGE 19 (Paris 1981) 642643.



k            corr.



l            corr. de los



m           ms. pidiese



n            corr.



o            corr. de levantando



p            sigue en tach.



q            corr. de porque



r            sigue alma tach.

 



s            sigue meti tach.



4         Por: cambrones.



t            al marg. ojo de 2m.

 



u            sigue en Gaeta tach.



v            sigue con esto yo qued tach.



5         Monasterio benedictino de origen medieval (se habla de él ya en 1100). Cf. DHGE 19 (Paris 1981) 640. Era «tan sonado», que lo menciona Cervantes en El Quijote, II, 22.



6 La fiesta de la Ascensión cayó en 20 de mayo y la de la SS. Trinidad el 6 de junio.



7 Volvió a Roma, como dirá en seguida, «por Sanctiago, fin de julio», es decir, dos meses después de llegar a Gaeta. No conocemos el modo y el tiempo del viaje.



8  La dominica infraoctava del Corpus fue el 13 de junio. La fiesta de san Erasmo mártir es el 2 de junio.



w           sigue tiene licencia tach.



x en medio subr.

 



y            sobre lín., en lín.Gaeta tach.



z            sigue 6 tach.



a  corr. de junio



b            subr.

 






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