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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 46 NUESTRO PADRE, FUNDADOR Y VIDA

 

1.         Dios, prototipo y modelo

 

            [308v] Otras dos muertes en este propio convento nos están aguardando. Que confieso: si esto hubiera de ser para sólo los que ahora viven a, no lo scribiera, porque ya a mis hermanos les pareciera me daba por pagado y ellos por contentos sin buscar otro plus ultra, y que no habíe que tirar más la barra. Esto se apunta para los siglos venideros, cuando la charidad esté resfriada, y para seglares que visten holandas y andan tras sus antojos. Que no pretendo yo en esto poner a sus charidades dechados ni dibujos, pues saben dende el primer día les tengo dicho: una de las razones por qué ésta es Religión de la Sanctíssima Trinidad y por padre y fundador tenemos al mismo Dios, es porque a la letra entendamos hablar Cristo inmediatamente con nosotros cuando dice: Estote perfecti sicut Pater vester perfectus est 1. Que, en fin, no tiniendo fin la perfección de este buen Padre, nunca nos veremos ni conoceremos por pagados, sino, por mucho que hayamos hecho, es infinito lo que falta respecto de nuestro tipo y dechado, padre, señor y fundador.

 

2.         Salmo 76,20

 

            Y no carece de misterio el decir que la vida o muerte que escribo de algunos siervos de Dios en esta sagrada Religión no los scribo para mis hermanos, porque, si bien me acuerdo, un día en un capítulo expliqué a mis hermanos de nuestra sagrada Religión aquellos lugares de los prophetas donde dice Dios que a sus siervos scogidos les puso sus caminos en la mar y sus sendas en aguas muchas 2. Muchas diferencias tienen los caminos de la mar y las sendas en las aguas que no en b tierra, poblado o campo. Cuando caminamos por tierra, hay muchas


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señales en el camino para lo conocer: hay huellas, pisadas, señales. Por malo y fragoso que sea el camino y lleno de nieve, nunca falta una piedra levantada, un ventorrillo. Pues ¿qué si se camina por poblado? A cada paso hay la señal por do tengo de ir, la piedra, el cantón. Los que van por el mundo al cielo, digo los que viven en él y están en casa de padre con su commodidad, cada hora y cada momento halla quien le diga por do ha de caminar: el sermón, el predicador, el exemplo del religioso, la vida del sancto, etc. Los que viven en las religiones van por el desierto y por dificultoso, fragoso o lleno de nieve. En fin, parecen tientos, torres, piedras levantadas, un Francisco, un Domingo, un Buenaventura, etc.

            Pero el que camina por la mar tiene un trabajo más y un premio más. El trabajo, que ni tiene, por mucha gente que pase, [309r] no tiene pasos señalados; no tiene acá abajo guía, sólo el norte del cielo, y en el navío, la aguja y carta de marear, que descubre los altos y bajos. Este es el trabajo. El premio, que en menos tiempo se camina más.

            Y así, estos caminos que tiene Dios puestos para sus siervos en la mar y las sendas en agua, muchas las splico yo muy literalmente de nuestra sagrada Religión. Por los caminos, los preceptos que estamos obligados a guardar. Por las c sendas, los consejos. El haber Dios puesto estos caminos y sendas de nuestra Religión en la mar y en muchas aguas, es porque por este nombre de aguas se entiende en la Escritura los trabajos, penitencias, mortificaciones y rigor d de regla; y, siéndolo tanto lo de la nuestra, que no consienta comprar un poco de pescado ni una gota de vino, añidiendo a eso la maceración del cuerpo, me parece nos puso Dios nuestros caminos y sendas sobre la mar.

            Lo segundo, que, por muchos sanctos e que de esta sagrada Religión han pasado, parece se verifica caminamos por la mar: et vestigia eius non cognoscentur 3, que no dejan huellas ni pisadas. Que sólo nos queda el norte del cielo, que es nuestro Dios y Padre por fundador, por cuya perfección, como por norte, nos hemos de regir y gobernar; y por la cruz que traemos en los pechos, que es la aguja por do hemos de tirar el derecho de nuestras obras; y nuestra regla, que nos sirve de carta de marear, que descubre los altos del cielo estar en los bajos de la redención del captivo y regalo f del pobre.

 

3.            Muchos santos, pero desconocidos

 

            Dicen algunos: Padre, ¿cómo no tenéis sanctos? Digo: Hermano, que una cosa es no tenerlos y otra no verlos. Bueno sería que, asomándome yo al camino de las Indias y no viendo pisadas, que diga que nadie


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ha pasado a las Indias. Muchos hay allá, pero, como caminan por mar, no se ven. Porque ésa es propiedad de los que caminan por la mar: que no se conozcan los que pasan por las pisadas g. Hasta que estén allá todos juntos, sólo la mira se ha de tener en el norte, y ése basta con la carta de marear por guía, por camino, por torre, por señal, por pisadas.

¡Oh Dios de mi alma!, dame a entender estos tus secretos: que pienso h nos quieren sanctos sin fin. Quiero decir que, para los por venir, quieren que tiren la barra y caminen por caminos sin fin, pues tú te les das por guía y por norte. Que, en nuestra sagrada Religión, donde tantos sanctos habrá habido, nos cubres los Franciscos, Domingos y Buenaventuras [309v], que es decirnos: No me contento con que alcancéis esas postas que como gayanes corrieron y pasaron sus caminos; ¡adelante, alargad el paso!, que, por mucho que corráis, más sin comparación corren las strellas del cielo, que son y han de ser vuestra guía, porque vuestros caminos y sendas los he puesto en aguas muchas.

            ¡Qué de ellos habrá habido en el mundo que, tomando por dechado y guía la vida de algún sancto, le haya procurado seguir y imitar! ¡Y qué de veces les habrá tentado el demonio que lo han alcanzado, para que aflojen y vayan a espacio en su jornada! Libres estamos, mis hermanos, desta tentación. Largo nos pone Dios nuestro i refugio, pues él se nos da por padre y por fundador.

            Yo prometo cierto, ello yo no de dónde nace, pero que es tanta la pena que a mí me da de algunas veces que he oído decir que, porque el P. Fr. Elías nos lo dieron por nuestro j visitador y que estuviese entre nosotros unos pocos de días, algunos, movidos k de presunción o ambición o gloria barata que querían ganar o ignorancia o desestima o poco conocimiento del valor de las obras de Dios, le llamaban y escribían: «Al P. Fr. Elías fundador». A mí me mortificaban grandemente, aunque Dios, bien veía yo, no reparaba en ello, como quien dice: Pase, que, si como es fray Elías fuera Elías, fuera l en esta religión como el Elías que fue arrebatado en fuego: que, quiriéndolo buscar los hijos de los profetas, no hallaban camino, porque fue arrebatado por los aires 4, donde tampoco las aves del cielo dejan huella ni camino.

            Y cuando los primeros sean tan sanctos como quisieren, a cabo de pocos días quaeres locum eius, et non invenies 5. Porque esta plaza, este lugar, este sitio y fundación la quiere la Sanctíssima Trinidad para sí. Que, sin ella, está Dios como afrentado, diciendo: nunquid ego, qui alios parere facio, ipse non pariam? 6 ¿Será bien que los sanctos sean fecundos y yo estéril? ¡Bueno fuera que san Francisco tenga hijos y sancto Domingo, y esté la Sanctíssima Trinidad sin ellos!

           


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Esto supuesto, atrevimiento es el que, en mar tan grande y tan sin suelo, quisiese echar un cantillo diciendo: Echá por allí. Pues, tonto, ¿no veis que canto y aun torres se sumen en esta mar? No hay cuenta sino con lo dicho: ¡Ojo al cielo, a nuestro norte, a nuestro Padre! de suerte que advirtamos [310r] nos está Cristo diciendo y hablando con nosotros en particular: Estote perfecti sicut Pater vester, etc. 7

            Podría quejarse alguno de que, en alguna manera, parece deshago los que viven y los sanctos muertos. Es verdad que, en comparación de la Sanctíssima Trinidad, todo queda deshecho y añublado. Yo no dudo sino que, según lo que he dicho, de querer Dios para sí esta sagrada Religión y él solo como fundador querer campear en ella, por muchos sanctos que en ella llovieran, fueran como las gotas de agua que cain en la mar: que ni ellas ni los ríos grandes que le entran, una vez dentro, no parecen. Si la Sanctíssima Trinidad es la que en la mar de esta sagrada Religión quiere parecer, presidir y llevarse el nombre, a mi ver, aunque le entrara un Francisco y un Domingo, no se pareciera quia tota Trinitas ferebatur super aquas 8.

            Acuérdome haber oído decir que un día riñó don Carlos, hijo de nuestro cristianíssimo rey Phelipe II, con don Juan de Austria m, hijo del enperador y padre de don Phelipe II. Díjole el don Carlos una palabra rigurosa al don Juan. El don Juan le respondió: Si no soy hijo de tal madre, soy hijo de mejor padre que vos. El don Carlos fuese a quejar a su padre, pareciéndole que habíe de vengar aquel agravio y palabra de haberle dicho que era hijo de mejor padre que él y que, siendo vivo el don Felipe, no se habíe de decir tal palabra. Respondió el don Phelipe con gran cordura y dijo: Tiene razón, que es hijo de mejor padre que no vos, porque mi padre, de quien él es hijo, mejor era que yo, que soy vuestro padre. En todo lo que he dicho, sólo digo que n esta sagrada Religión es hija de mejor padre que las demás. Váyanse a quejar a san Francisco y Sancto Domingo, y oirán un: Tienen razón, que mejor es nuestro Padre Dios que no nosotros.

            Ahora, pues, viniendo a nuestro propósito por que esto se enpezó, si los muy sanctos aquí no parecieran porque nos quiere Dios perfectíssimos y que la mira la tengamos en la perfección de nuestro Padre que está en los cielos o, no viene fuera de propósito decir que, si algo digo de los hermanos muertos p, sólo lo digo para los siglos venideros y para seglares. Que, como viven en poblado, han menester muchas señales por do caminar: han menester q ver y conocer el ayuno del que es hombre como él, la rigurosa [310v] penitencia del que vive en carne flaca y delicada como el que se regala, la oración de ángel del alma puesta en carne y cuerpo, etc.

           


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Pero nosotros, que hemos de alargar el paso, apretar la espuela y que caminemos por la mar, sólo digo que sursum corda, quia habemus r ad Dominum. Que, en fin, si por caminar por la mar y tener nuestras sendas en las aguas, un bien tenemos que llevamos a los demás: que llegaremos más presto al puerto deseado que los que caminan por tierra; que ellos es necesario se cansen más y gasten más. Así, los del mundo van cansados, afligidos, molidos, porque llevan el hato a cuestas. Que eso merece quien, por el gustillo de comer cada día pan fresco y fructa nueva, etc., se van por tierra. Y les ha de salir al cabo el camino más costoso. Que, a buen librar, sin las borrascas de la mar que en sus penitencias padece el justo, allá me lo dirá en el purgatorio, en el fuego y dilación de la vista de Dios. Pero nosotros hemos de ir muy contentos, que, a trueco del marearnos y dar cuatro arcadas, ansiosos, afligidos, descontentos s, a bizcocho y pobres coles, en fin vamos a las quince, vamos por la mar, que, a buen temporal y soplo del Spíritu Sancto, llegaremos presto a las Indias y puertos deseados con poca costa de las virtudes, porque habremos ahorrado mucha charidad, mucha templanza y castidad, que son virtudes que en el camino del mundo se gastan.

            Así lo veremos de nuestros dos charíssimos hermanos, que t corrieron y llegaron en breve, pues su vida fue u del uno de menos de un año de hábito y del otro de cosa de dos; viaje próspero, breve, acertado, buen enpleo, con notables bienes gananciales.

 

4.            Muerte de fray Francisco de la Madre de Dios v

 

            El uno se llamaba fray Francisco de la Madre de Dios y en el siglo Francisco de Loaysa, natural de Villanueva, de hasta 20 años. Tomó allí el hábito. Vivió en la Religión cosa de diez meses, en los cuales alcanzó tal resignación, tal virtud y en breve se mostró tan endiosado, que parece estaba Dios hambriento, deseoso o goloso del fructo que habíe de dar esta Religión, que en tan poco tiempo los sazonaba y purificaba y llevaba. Este hermano la mudanza del regalo y estremo de [311r] penitencias, con que se abrazó sin mirar el sentimiento que había de hacer la carne, dieron con él en la sepultura.

            Yo no me paro a decir de cada uno destos hermanos lo que cada uno de los que viven hacen, porque fuera eso nunca acabar y fuera necesario decir de todos los que viven y mueren.

            Este hermano, habiéndole dado una grande enfermedad, por el poco regalo que en el convento le podían dar, por estar tan en sus principios, lleváronle a casa de su madre a curarle. Y lo primero que le pidió de charidad y merced [fue] que el regalo que le hiciese no fuese como a su hijo, sino como a un pobre, hecho por amor de Dios w. ¡Qué verdadera x negación! ¡Qué dicho de hombre bien aprovechado! No quiere


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lo que los padres deben a sus hijos de fuerza y de derecho, por tenerlo él tan renunciado dende el primer día. Díjole su madre que presto estaría bueno para ser su consuelo. Respondióle con particular luz del cielo: —Madre, presto estaré muerto y seré su predicador, porque dende las andas le pienso presto hacer un altíssimo sermón.

            Y habiendo de ser así, envió al hermano ministro le hiciese charidad en limosna aunque indigno, por gozar de los previlegios de la Religión y morir hijo de ella y ser recebido en la otra vida como hijo de la Sanctíssima Trinidad, le diese la profesión. Y, dada y recebidos los sacramentos, como buen soldado, acometió la batalla y se echó a nado en la mar de las inmensas misericordias de Dios, y pasó el golfo y llegó a puerto seguro.

            El último día de su enfermedad, a las tres de la tarde, dijo a su madre: —Ea, madre, que me llaman; ya han acabado vísperas, vayan y llamen mis hermanos. Y entrando en el convento, estaban diciendo benedicamus Domino. Y fueron y, habiéndole dicho algunas cosas, diciéndole el credo, en llegando a aquella palabra carnis resurrectionem, spiró y.

 

5.         Fray Miguel de la Virgen z

 

            El otro fue fray Miguel de la Virgen, natural de Valdepeñas, de gente humilde. Fue lego. Tomó el hábito el año de 603 a. Tomó el hábito día de Nuestra Señora de agosto. Este hermano trabajó tanto y hizo tan estrañas penitencias, que no si seríe fraile dos años y en ellos alcanzó de cuenta a la naturaleza, de suerte que más los quiso vivir con Dios que andar cada día en pleito con ella.

            Demás de las strañas penitencias, fue devotíssimo de la Madre de Dios y de los pobres. Hízose pechero de ella y de ellos: a la Virgen daba gran parte b del día en oraciones; a los pobres los buscaba y de rodillas cada día les enseñaba las oraciones. Donde estaba, tenía por su gloria y cielo ser el limosnero de ellos. Y Dios se lo pagaba al convento donde estaba los pedazos de pan que él repartía, porque sólo verlo en los pueblos, era bastante c para se mover y dar [más] grandes limosnas de las ordinarias que ellos solían dar.

            Murió en Villanueva con esta continuación de penitencias y mortificaciones, y fuese donde goza los premios eternos, etc.

 

6.         Fray Manuel de Jesús

 

            En esta propia casa murió otro hermano que se llamaba fray Manuel de Jesús, [311v] natural de Cebreros. Tomó el hábito en Alcalá día del Angel de la Guardia, 1.º de marzo de 603 d. Y así, fue él ángel en su entereza e inmutabilidad, que e, en once meses que tuvo el hábito, los


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dos fueron de graves penitencias y ferviente oración, señalándose entre todos. Y luego cayó en una cama, donde estuvo nueve meses con una paciencia que era asombro de los que lo miraban. Padeció y diole en ellos a sentir nuestro Dios, como a soldado fuerte, una vehemente sed. Y, espantado como no amohinaba a los enfermeros pidiendo de beber, decía que nunca ni en ningún tiempo se había de pedir ni tomar cosa que le estuviese bien ni fuese refrigerio a la carne f. Que no yo en qué escuela estudiaban unos niños que en tan poco tiempo aprendían sentencias tan graves para decirlas y hacerlas, en tiempo que los muy spirituales, compadecidos de su flaqueza g, han lástima a su pobre cuerpo y gustan de darle algún alivio, pareciéndoles es buena h y suficiente carga las calenturas, dolores, ansias, fatigas y penas de verse a la puerta de la muerte.

            Pues, en ese tiempo, todo le parecíe poco. Y a esos dolores añidió él el sufrimiento de la sed de nueve meses. Al cabo de ellos, fue a remojar sus labios a la gloria, do bebe de aquel río caudaloso que sale de la silla de Dios 9.

 

7.         Es lícito, por Dios, abreviar la vida con penitencias

 

            Dirán algunos cómo no me alargo más en la vida destos hermanos. Para me alargar, era necesario decir todo lo que al presente hacen los vivos; y de eso no es lícito tratar. Y [a] eso, según la disposición que ahora la Religión tiene i, añedir cualquier cosa, por pequeña que sea, me parece a mí es caminar fuera de paso y llegar más presto, de suerte que, no digo yo los muertos, pero los vivos tengo por singular misericordia de Dios que no fuesen todos de veite en veite a hacer profesión al cielo, según el rigor de la regla y la poca ayuda de fuera. Dirán para qué los recebíamos. Digo los recebíamos para lo que Dios hacía de ellos: dejar unos para penitentes y otros llevarse al cielo temprano por inocentes j. Que, a mi parecer, lícito le es a un hombre en la penitencia hacer una verdadera entriega de sí propio al mismo Dios, en la cual penitencia un hombre muchas veces enbebido, no advierte de sí propio y sin pensar en breve halla haber sacrificado a Dios su vida.

            El varón penitente, que llora sus culpas y por penas voluntarias pretende satisfacer por ellas, a mi parecer, es como el que quiere correr una cuesta abajo: que todo fue hasta enpezar y luego se veía como k conpelido a más andar y correr, sin parecerle se podía [312r] detener. Así, el penitente enpieza a llorar y a gimir sus peccados y a saborearse de sus propios dolores, que unos llaman a otros; y llega a tiempo que


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no está en sí cuando no macera ni castiga su carne; y cuando quiere hacer pie y parar, no para ni se detiene hasta llegar a la sepultura.

            Como en el diluvio: que se abrieron las cataratas del cielo y fuentes del abismo y no cesaron hasta que cubrieron la tierra y la anegaron toda 10. ¡Qué es ver un siervo de Dios romper sus entrañas y derramar suspiros y sollozos, que no hay parar hasta anegar la vida de la culpa y aun la de la carne y dar consigo en la güesa o sepultura! Así fue nuestro hermano l: que a la aspereza de vida de regla añidió, aunque en poco tiempo, turbiones, que anegó su vida. Y el que negaba a su cuerpo una gota de agua, tuvo tantas de sobras de penitencias que pudo decir: intraverunt aquae usque ad animam meam 11.

            Díganme por charidad: si el regalo de el más regalado era una manta sobre una tabla, y no era mal librado m el que esto alcanza n, pan y yerbas, tres horas y más de oración, silencio y coro perpetuo, etc., ¿cuál seríe la vida del que menos se regalase? ¿Cuál sería la vida del que más se particularizase? No hallo qué decir más de lo que el otro maestro en Salamanca dijo, viendo la vida ordinaria de mis hermanos. «Muriósedice de un fraile destos hermanos—, no hay que decir más de “vivió en la Orden tanto y murióse”».

            Yo pienso que sancto Thomás pone en cuestión si es lícito, por evitar un peligro de muerte y librar la vida, consentirse cortar una pierna o un brazo, de donde peligra toda la vida del hombre 12. Y pienso que cualquier cosa se puede hacer: cortar la pierna por redimir la vida y dejarse morir por no ver cortar una pierna. Que esto es un asombro: que pueda el otro dejarse morir en más breve por no verse cortar una pierna, por aquellos pocos dolores.

            Díganme por charidad: si un religioso nuestro, tomando nuestro hábito, guardando nuestra regla, ve que se le abrevia la vida y gusta de ello por evadir un infierno, unos eternos dolores, por no verse despedazar y consumir de los remordimientos de conciencia de los ayes y miserias de la culpa, ¿por qué no le será lícito, si el que vive vive con conocimiento de su vida flaca, que vive en peligro [312v] de ofender a Dios, por qué no la podrá trocar aquella vida por otra vida de penitencia con peligro de morir por no ofender a Dios? Cuánto más que, el que se abraza con la cruz de Jesucristo, poderosa es para dar vida en la propia muerte. Y muchos piensan aun en lo natural que, tomando o este hábito de aspereza, se echan a morir. Y se ha visto y palpado haber hallado en esta cruz la propia vida; y el que con otro hábito vivía muriendo, con éste muriendo vive.

 


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8.         Dios sana y alarga la vida de muchos religiosos

 

            Y porque no entiendan que el que se echa a nado en este mar hondo, se echa a ahogar y a desesperar, tengo de probarlo con las misericordias que Dios ha usado con muchos que lo han tomado p, para que de esas premissas se saque de dos cosas contrarias una misma razón. Porque, si los que viven en el hábito viven librándolos Dios de muchas y graves enfermedades, porque Dios quiere, la misma razón hemos de dar de los que entran sanos y, habiendo de vivir, mueren: decir que es porque Dios quiere, y no porque ellos, entregándose al rigor, quisieron.

            En la prueba q de esto, no me detendré en traer todos los exemplos que pudiera. Y cuando no hubiera sino el que Dios ha usado conmigo en darme vida: que quien me conoció podrá decir es un epílogo de milagros los que Dios ha usado conmigo r En cosa de diez y ocho años que tuve el hábito de paño, los doce años fue tanto lo que padecí que un libro entero se pudiera scribir, con que enseñáramos a los propios muertos a confiar y aguardar vida, —estando actualmente no libre de esas enfermedades— con calentura continua, que ni las holandas y regalos superfluos no me las habíen podido quitar; y tan flaco que casi había menester muletas para andar. Tan imposibilitado a los ojos de los hombres a hacer esta mudanza que, tomando [313r] este sancto hábito y enviando los de paño que desechaba a mi madre y hermanos, a voces y a gritos decían que era mentira el s ser yo fraile descalzo, sino que me había muerto y que aquéllos eran los despojos de la vida. Pues fue Dios servido que, tomando el hábito, arrecié, sané y cobré fuerzas para hacer lo que no quién pudiera, sino sólo aquel en quien Dios quiere probar la virtud que este sancto hábito tiene.

            De los primeros, otro, que se llamaba el P. Porras en el hábito de paño —que no si lo dejo dicho atrás 13—, estaba enfermo de muchas y asquerosas enfermedades y, entre ellas, mal de orina, ijada, etc. Dentro de muy poquitos días quedó sano. A otro hermano di yo el hábito en Alcalá con mal de ojos, corto de vista, que otro acabara de cegar t en dos días comiendo sólo unas pobres yerbas. Hoy está bueno y me dice ve muy bien.

            ¿Qué hay que decir acerca de esto? ¿Quién vido tanta muchedumbre de enfermos en Valdepeñas, más de cuarenta o más de cincuenta, que, tiniéndolos héticos, cuartanarios, tercianarios, etc., las medicinas de los médicos, los sanó Dios sólo porque quiso?

            Cierro con u una cláusula de una carta que un sancto viejo me envió habrá 15 días. Tendrá cosa de 70 años, mill enfermedades y achaques. Pretende nuestro hábito y dice en su carta: «Vuestra paternidad no me


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niegue esta charidad y merced ni por mis años ni por mis enfermedades, que yo veo los milagros y maravillas que Dios cada día usa con los que toman ese sancto hábito. Y habiéndolos visto y conocido en otro enfermos de muchas y graves enfermedades, ahora los veo sanos y buenos, con la penitencia y poco regalo que en esa Religión tienen».

            Ahora, pues, díganme v por charidad: si el viejo espera remozarse y el enfermo sanar y el muerto resucitar, por la virtud de Dios y por disponerse para recebirla con el entriego que hace de sí propio al mismo Dios, ¿por qué hemos de entender que, cuando un sano toma este sancto hábito y muere, muere w porque desespera entregándose al rigor de la penitencia? [313v] Siendo falso. Que no es sino porque Dios quiere que muera para que, muriendo, viva; y el otro quiere que viva para que de veras muera al mundo.

            Otra razón podré dar probando lo propio —cuán lícito es entregarse uno al rigor y penitencia, sígasele la muerte o la vida—, sacada de un sermón que hoy he oído predicar, admirable, sobre aquellas palabras que Cristo dice: «Yo soy pastor bueno; el buen pastor da su vida por sus ovejas» 14. Y cómo Cristo la dio. Y que, cuando no hubiera quien se la quitara, buscara Su Majestad modo cómo dar y hacer entriego de su propia sangre. Y así, en su pasión y muerte, todo era mostrar la libertad y graciosa y voluntaria dádiva que hacía y daba a los hombres en darles su vida y sangre. Dice, y dice muy bien, que el varón apostólico y perfecto prelado que ha de dar su vida, que la ha de ofrecer voluntariamente una y mill veces al peligro por sus súbditos. Como se vido en el glorioso Thomás Canturiense y en otros muchos que se han puesto al peligro y hecho escudos para recebir los golpes por sus súbditos 15. Y eso es lo que Cristo les dio a entender en las tres comparaciones y epítetos que les dio 16: sal, que se deshace y pierde su vida por darla perfecta a las carnes que se quieren corromper; luz, que se quema y se deshace por alumbrar a los que están en tinieblas; ciudad, que, por guardar a sus ciudadanos, la desportillan y combaten mill veces.

            Ahora, pues, digan por charidad: si le es lícito a un prelado por sus ovejas ofrecer su vida y darla voluntariamente, ¿por qué por mi alma, por mi salvación, por huir la culpa, por apartarme del infierno y llegarme a Dios, no podré yo dar y ofrecer mi vida? Que aquella palabra dat quiere decir que el buen pastor no aguarda a que su vida se la quiten por fuerza a enpellones, sino que él voluntariamente la da y la ofrece por el bien de sus súbditos. [314r] Así, digo yo que aquel será verdadero religioso que diere su vida por su Dios, por más le amar y querer, por no le ofender y por satisfacer por sus culpas.

            No tengo yo por buena señal al hombre que da de mala gana su vida, que le pesa morirse, que es necesario sacarle el alma como por


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fuerza. Linda cosa entrar entregándose voluntariamente a las penitencias rigurosas, aunque en ellas pierda mill vidas. Así fue nuestro hermano y hermanos, que se entregaban tan de voluntad a las penitencias y en ellas daban de tan buena gana la vida que, pudiendo por ser novicios salirse, volver las spaldas x a la muerte y a la ocasión, no querían, sino perseveraban, quiriendo más un rinconcito en una sepultura en la casa y Religión de la Sanctíssima Trinidad que la vida en casa de sus padres con regalos.

            A ésta la hallo yo verdadera resignación y negación del mundo y de lo que en él hay, y verdadero conocimiento de lo que es la Religión. Que está un niño malo en una religión tan áspera y el mundo se le está ofreciendo y dándose con una añadidura de vida, ¡y no quiere mundo con vida, pues no se tienta ni se sale, sino sepultura y muerte en la casa de Dios! Eso es dar su vida libre y voluntariamente por su Dios y por no le ofender. Y así, yo soy de este parecer: que aquel a quien Dios trai a la Religión, se reciba; y no se repare de no tener ni aun una manta con que se abrigue. Lo que yo es que a religión de tanto rigor no los llamará ninguno de los tres enemigos del hombre, luego Dios. Si Dios los trai, abríguelos con su gracia y caliéntelos con su amor; y si murieren, dichoso fraile que en once meses mereciste irte al cielo. Quiera mi Dios allá te veamos.

            Y cuando, en esto del peligro de la vida, como digo, hubiera alguna certidumbre, pregunto yo: ¿Por qué le puede ser lícito al otro pasar la mar con tantos peligros, por unos pocos de dineros [314v] y por no pasar y vivir una vida ordinaria, sino, como ellos dicen, por vivir como hombre de bien con algún descanso y honradamente, sin andar vida aperreada? ¿Por qué un hombre, por vivir vida más perfecta, que es la más honrada, más quieta, más segura, no podrá ponerse a algún peligro arrojándose a los conbates y peligros que se le pueden ofrecer en este mar sagrado? Que, aunque mar, bien lleno de riquezas y en él una vida bien trocada de la aperreada que un hombre trai el día de hoy en la vida común, sujeto a tantos contrastes y peligros de perder la vida del cuerpo y y la vida del alma.

            Díganme z, los que quieren scrupulear la vida del religioso y el rigor de su regla, pareciéndoles a que la abstinencia es sangría que acaba de flaqueza, díganme de b charidad, ¿cuántos más mueren en el siglo de gordos que en la religión de c flacos? ¿Cuántos más mueren por hartos y de opilaciones en el mundo que en las religiones de desmayo? ¿Cuántos, por haber bebido sin hora una jarra de agua? ¿Y cuánto menos cierto es morir porque, con hora y con sed, por la obediencia no bebió?

            En esto no hay que detenernos, que fuera necesario traer las excelencias del ayuno y los daños de la gula. Digo más: que, si las guerras civiles y corporales, donde a millaradas se matan y mueren, son lícitas por volver por su tierra, por su ley y por su rey, Dios mío, ¿por qué


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no lo ha de ser más lícito entregarme a una guerra spiritual sangrienta, peligrosa de la vida del cuerpo, por mi Dios, mi alma, por mi ley de Dios y por mi cielo, que tantas veces los enemigos del alma me lo tienen arrebatado de las manos?

            Díganme: si es lícito a un amigo, que me ha hecho presente de valor de mill ducados, y cabe en buena crianza y aun so pena de ingratitud, hacerle algún retorno con algunas cosas que valgan; y aun suelen decir que la mejor paga, en género de agradecimiento, es la que se hace en la propia moneda. Si yo he recebido la vida de Dios, puesta y dada en una cruz, ¿por qué no le podré yo dar en retorno, en penitencia rigurosa, mi propia vida?

            Y si acá se dice [315r] que a quien dan un capón, no es mucho que un alón, lo que hasta ahora he vivido son 40 años, lo que me queda por vivir, respecto de su incertidumbre, es como un alón en comparación de lo que he vivido, pues ¿por qué no podré yo dar a Dios, que me ha dado 40 años ciertos y vividos, esta miseria que me queda, aunque sepa que, moralmente hablando, apretando el rigor ha de aflojar la salud? Cuánto más que, como tengo dicho, estas moralidades, sacadas de discursus humanos y de reglas de medicina d, yo no creo en ellas.

            En este año me decía un médico en Valladolid: —Padre, yo no con qué preserva a sus frailes de enfermedad, que veo que e se mueren en la ciudad como chinches y no hay hombre que tenga salud y en esta casa todos están sanos y, si alguno enferma, sin médicos se cura y sin medicinas sana. Verdad es que respondí que Dios los curaba, que es buen médico, que hace a dos manos y cura y sana con medicinas y sin medicinas. Y como todo lo sabe, todas las curas acierta. Pero los médicos las acertadas yerran, porque van atentando y no hacen más de a una mano.

            Pero, puesto caso que no hemos de andar buscando milagros a cada cosita, hemos de entender que esto, moralmente hablando, que dice el más docto del mundo que, entrando un hombre regalado en una religión áspera, se le acorta la vida, manca la salud, etc., es falso f. Sino que antes por ese camino vive y le alarga y conserva Dios la salud.

            Vemos acá un avestruz, que se traga un hierro abrasando. Quien no sabe la calidad de aquel estómago, entenderá que se ahoga y muere. Y hay animales y pájaros de quien se ve que se sustentan con g cosas mortíferas y venenosas. ¿Por qué no tengo yo de entender darle Dios al justo tal fuego, tal calor en su alma que digiera h penitencias, rigores, asperezas que, viéndolo el ignorante de fuera, entienda que se muere? Un Pablo ¿no dice: [315v] Certus sum quod neque mors, neque vita 17, etc.; que digirirá la muerte, si fuere necesario, y vomitará la vida y se tragará


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y sustentará con puntas de lanza, neque gladius, etc. 18, y todo aquello que en aquella epístola va diciendo? ¿Por qué, con la misma ayuda de Dios, no entenderé yo que, quiriéndole servir, no podré digerir también todas las incommodidades que acerca desto se pueden ofrecer?

            Verdad es que estos hermanos, que con tanta presteza murieron, quísolos en fructa temprana y porque a él le pareció darse por pagado de lo mucho en la corta vida que vivieron, ofreciéndole a Su Majestad la larga que pudieron vivir, para que, ya que sea larga, no sea larga en compañía de tantas miserias y trabajos i, sino larga con los largos años j de bienes del cielo, que tiene Dios para los que con él viven por los siglos de los siglos. Amén.

 

 




a            sigue lo tach.



1         Mt 5,48.



2         Sal 76,20: «In mari via tua, et semitae tuae in aquis multis, et vestigia tua non cognoscentur».



b            sigue pos tach.

 



c            corr. de las, sigue consejos tach.



d            al marg. estote perfecti sicut Pater vester de 2m.



e   ms. sancto



3         Sal 76,20.



f             sigue del tach.

 



g            sigue y tach.



h            corr.



i            sigue se tach.



j            sigue fundador tach.



k            ms. movido



l sigue co tach.

 



4         Cf. 2 Re 2,11.



5         Sal 36,10.



6            Is66,9.



7         Mt 5,48.



8         Cf. Gén 1,2.



m           ms. Autria



n            sigue soy hijo de mejor padre tach.



o            sigue nos tach.



p            ms. Muerto



q         sigue ver y tach.

 



r            ms. abemum



s            sigue esto tach.



t            sigue llega tach.



u            corr.



v            original, al marg.; muerte de de 2m.



w           al marg. nótese esto de 2m.



x            ms. verdara

 



y            ms.El últimospiró al marg.



z         fray Miguel orig. de la Virgen de 2m. al marg.



a         ms. 6003



b            sigue de d tach.



c            sigue as tach.



d            ms. 6003



e            sigue dándole tach.

 



f             al marg. nota de 2m.



g            sigue se tach.



h            sigue co tach.



9         Cf. Ap 22,1.



i            sigue aq tach.



j            por inocentes al marg.



k            sobre lín.

 



10        Cf. Gén 7,1720.



l             sigue al tach.



11        Sal 68,2.



m           sigue est tach.



n            sigue qua tach.



12        Cf. Sum. Th., 22, q.33 a.7; q.65 a.1.



o            sigue ávito de tach.

 



p            ms. tomando



q            al marg. ojo de 2m.



r            me conoció‑conmigo subr. de 2m.



s            sigue señor tach.



13        Cf. pp.105106.



t            sigue co tach.



u            sigue esto tach.

 



v            corr.



w           rep.

 



14        Jn 10,11.



15        Cf. RIBADENEIRA, P., Flos Sanctorum, vida de santo Tomás Becket, 29 de diciembre (Venecia 1614, 625).



16        Cf. Mt 5,1315.



x            sigue y tach.



y            sigue que la vi tach.



z            sigue a quanto más tach.



a  ms. pareciéndole



b         sigue d tach.



c            sigue hartos tach.

 



d            corr. de medicinas



e            yo no ‑que subr. de 2m.



f             es falso subr. de 2m.



g            sigue pa tach.



h            ms. dijera



17        Rom 8,38.



18        Cf. Rom 8,35.



i          sigue sino tach.



j            sobre lín.

 






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