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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 49 CONSOLIDACIÓN DE LA FUNDACIÓN MADRILEÑA
Yo quisiera dejar esto aquí, donde queda esta casa así, al parecer de los ojos de los a hombres, desconsolada. Que así estuvo y le duraron estas congojas hasta celebrado nuestro capítulo y hechas nueve casas. Pero, por no divertirme en otras cosas, que será necesario hacer larga digresión, me parece será bien acabar con esta fundación y decir lo que hasta hoy hay y las cosas que le han sucedido y los fines que tiene y posee, advirtiendo, como digo, que esta casa se estuvo así en jerga y desta manera hasta esta paschua florida de 1606 por fin de marzo b.
Pues, habiendo alcanzado la Majestad de Dios sus altíssimos fines que en sus largas pretendía, descubrió y manifestólo en la ocasión que tenemos entre manos. Cuando más olvidados, más desechados, más
perseguidos, más afligidos, más desterrados, más pobres, más necesitados, vino el cielo con su bonanza, soltáronse las presas c. Parió la paciencia obras perfectas. Y, a trueco que lo fuesen según el gusto de Dios, diole un arrimo, un brazo, un favor tan poderoso, como ahora se verá.
1. Encuentro con el duque de Lerma
Y para esto quiero que se note, para que se vea qué poco tiene de negociación nuestra, que, en fin, saliendo a plaza nuestra poquedad, será para que se borre con el lodo de ella y Dios sea bendito en sus hechuras.
Estando d en Valladolid tratando de aquella fundación, un día se nos entró por nuestras puertas el excelentíssimo duque de Lerma. Y, pues en su lugar eso se ha de decir, sólo resumiré lo que entonces me pasó. Dándole cuenta de algunos trabajos que la Religión padecía y pidiéndole ayuda y favor, sin otros rodeos ni cumplimientos e ni cortedades —que en semejantes ocasiones se suelen ir a la mano tan poderosos señores f hasta tener ciertas prendas de la cosa para que ofrecen favor y grande conocimiento de la persona con quien [333r] hablan—, a pocas palabras, me dijo: «Esté cierto, padre ministro, que, si fuere necesario darle este g brazo, se lo daré para ayuda a lo que hace». Esto dijo señalando el brazo derecho.
Yo confieso que, como estaba asombrado dende el punto que lo vi, no me causó mucha admiración una palabra como aquélla, que bien tenía qué considerar. Pero, como no se debiera de dar aquella palabra a mí ni yo debiera de ser el motivo de ella, sino Dios lo movía y a él se daba, sabe Jesucristo que, aunque he oído y visto palabras y obras semejantes, yo no sé lo que es, que ni con ellas me engrío ni me parece dicen mucho, porque todo me parece que se arroja en aquella bondad inmensa de Dios y que con él hablan y por él obran. Y así, yo no reparé demasiado en considerar la palabra, aunque sí para la guardar, porque h aquello y mucho más se debía a Dios.
2. Significado espiritual de la ayuda del Duque
El motivo que pudo tener así de repente para decir palabra semejante, por entonces en la persona que la decía, pudo por entonces ser cosa natural. Como, cuando uno va por la i calle y topa un niño caído en el lodo y llorando: naturalmente se inclina un hombre que pasa por la calle, sea cuan grande y poderoso quisiere, darle la mano y levantarlo; y, después de eso, informado que el chiquillo es gracioso y hijo de buenos [padres], ser aquella pequeña ocasión grande para después tenerlo en la memoria. Pues, entrando por nuestras puertas este buen duque,
a pocas palabras que yo le dije, debiera de conocer cuán por el suelo estaba esta nueva planta y, de compasión, darle la mano para que se levantase. Pero, como Dios es sapientíssimo y no se menea la hoja del árbor sin su voluntad, bien se deja entender que, cuando en el hombre aquella palabra fuese natural compasión, en Dios sería altíssima sabiduría: que, no destruyendo el natural en el hombre, antes perficionándolo, lo toma por compañero y ayudador para lo que él es servido.
Que, aunque es verdad que, perdiéndose el rey y dando en una choza de un pastor, a quien hizo particulares mercedes, aunque fue natural el aportar por aquella cabaña, pero fueron muy misteriosos los sucesos que de allí se ofrecieron, particularmente si a caso se llevó el rey algún zagalejo de los que allí estaban para su cámara y mesa. Y lo propio digo yo: que, aunque fuese muy a caso aquella visita y palabra, no se menoscaba [333v] en ser en nosotros natural. Que muy ordinario es en un árbor infructífero ingerirse otro de admirable fructo. Y puedo yo decir una palabra que, siendo humana, el cielo la trueca y se vuelve divina. Y, ofreciéndonos el señor duque su brazo, que es humano, ingerir Dios en él su brazo y poder divino, para que con entramos brazos se trujese en brazos la Religión, que aún de la cuna no había salido.
Y el decir que, en árbor infructífero, se ingiere el divino, que es el que da su fructo, no es contra razón. Que bien se sabe que, si esta mezcla y liga no hace Dios en todas nuestras obras, se quedarán, como dice Esaías, tamquam pannus menstruatæ 1. Y el decir que fuesen dos brazos, convino así, porque Dios no es manco en sus obras. Que, aunque nos habíe dado el divino, con que se había obrado y hecho hasta allí la Religión, convino que se mezclase el humano y que esta sagrada Religión tuviese dos brazos: uno en el cielo y otro en la tierra, para que la obra de Dios quedase del todo defendida y con paz edificada. Del todo defendida, porque, acudiendo Dios a vencer y encarcelar los enemigos invisibles, hubiese hombre visible que acudiese a los visibles a asolarlos y destruirlos.
En aquella fábrica del templo de Salamón, cuando se tornó a edificar, ninguno de los maestros que allí andaban era manco, pues dice la sagrada Scritura que con la una mano sentaban piedras y con la otra jugaban la espada, defendiéndose de los enemigos que en el contorno tenían 2. Bien al vivo representado lo que se hace en la reedificación deste sagrado templo y sancta reforma: que asentando Dios con su poderoso brazo las piedras y haciendo su fábrica, nos dio otro brazo que ciñese espada y defendiese a esta sagrada Religión para que en paz se reedificase.
Admirable es lo que la Scritura dice del cuidado que había en la guarda del rey Salamón cuando se recogía y metía en su lecho y cama, pues dice septuaginta fortes ambiunt lectulum Salamonis, omnes tenentes gladios super femur suum, propter timores nocturnos 3; que, como en la noche suele haber muchas desgracias y asombros, cuando se recogía Salamón a su
lecho, salían setenta hombres fuertes que ciñesen espada, que lo guardasen de las desgracias de la noche. ¡Seas tú, Dios mío, mil veces bendito!, que, viendo tú que tu sagrada Religión aún no había salido del lecho y cama, le proveíste de un j varón fuerte, que vale por setenta que la defiendan y guarden. Que, como el tiempo que el justo vive en el mundo es noche, podríale suceder alguna k desgracia. Y aunque es uno que vale por setenta, puerta es para que se multipliquen los favores por siete, que es el número que la Scritura pone por [334r] infinito y indeterminado.
Y aunque es verdad que aquella palabra que digo dijo así a caso el señor duque fue humana, yo la tengo por divina, según lo que va sucediendo. Y que no fue palabra a caso, que debiera de ser con consulta de toda la Sanctíssima Trinidad, pues, diciéndole yo otras veces: ¿Acuérdase vuestra excelencia de aquella palabra que me dijo en Valladolid: que me habíe de dar su brazo?, me ha respondido: «Y lo tengo de hacer». Y vemos lo hace, como ahora diremos.
¡Seas tú, Dios mío, bendito! Que no quiero dar las gracias a los hombres, pues de ti viene lo bueno. Que cuidado tienes: cuando a esta sagrada Religión se le despide el ama, que era el ayuda de los padres descalzos carmelitas, le tienes aparejados unos brazos fuertes para que no caiga ni se descalabre y para que, no pudiendo ella alargar el paso por ser niña, lo alargue conforme la grandeza del que la lleva en brazos.
Ruego no parezca inperfección el parecer hago tanto caso de esto. Que, aunque es verdad que no nos hemos de gloriar de las cosas de la tierra, pero ésta téngola yo por del cielo. Y la cosa que se recibe, dice Aristóteles que se recibe a la forma y manera del que recibe 4. Si la Religión es divina y lo que se recibe ha de ser al modo y forma de la cosa que recibe, llano es que este favor que se recibe, aunque parece humano, ha de ser divino.
3. Reflexión sobre la ayuda de los poderosos
Y el hacer yo tanto caso de este favor, dándonos este poderoso señor su mano y brazo, no contradice a la ligereza que debe tener un alma para caminar a Dios, a quien en millares de lugares de la Scritura le manda tome alas y que vuele como el águila 5 y no se canse, que manos, brazos y alas son en la Scritura de grande misterio.
Eccequiel dice que aquellos cuatro animales que volaban, que eran buey, águila, león y hombre, dice que debajo de las alas tenían manos l 6. Y no me espanto proveyese Dios de manos y de alas a una cosa tan grandiosa como aquélla. Que vuele un buey, poco son alas, ayúdenle
manos. Para que el águila se vaya al paso del buey, detengan a las alas tan ligeras manos. Y así, digo que, para cosas grandes, son menester alas y manos: alas que levanten y manos que ayuden. Que el ser y peso de una sagrada Religión es grande; y si, por ser de la Sanctíssima Trinidad, su padre le quisiere dar tanta ligereza como el águila, subiéndosela do se pierda de vista, haya manos que la detengan. Quiero decir que, si se hubiera de mirar la inclinación de los religiosos, todos se fueran a los desiertos, y tanto nos podía Dios cercenar de cosas de acá, que la Religión se despareciera por las cuevas y escondridijos [334v] de las montañas y desiertos. Pues haya manos que detengan ese m ligero vuelo y que se vaya al paso del buey por en medio de los poblados y ayude a tirar el carro de los pesos y pesares del mundo. Que menester son religiosos en medio de las cortes y que se junten con leones, bueyes y águilas, para que den con este carro pesado en lo alto del firmamento. De esto nos había de servir este buen brazo y mano ofrecido de este buen señor, como ahora se verá.
Dije denantes no pareciese encarecimiento el estimar y poner en el punto que merece este favor y ayuda, que, aunque no iguala con la divina que Dios le tiene dada, según su sabiduría y modo ordinario con que ordena y hace todas las cosas con gran suavidad, es absolutamente necesario. ¿Quién puede negar a la fructa la necesidad que tiene de la hoja, que la defiende de muchas inclemencias? Y aun, cortada del árbor, mezclada y cubierta con alguna hoja del propio árbor, le da cierta hermosura. ¿Quién puede negar la necesidad que un niño tiene de sus pañales n y trapos o viejos, que le conserven el calor natural? A la ciudad echan después de su fuerte muralla su barbacana y terrepleno, que ayuda a defender. Y la pieza rica no sólo se guarnece con el oro fino, sino se le da caja curiosa que guarde del polvo. Y al arca p del testamento, después de las ricas cortinas de holanda y seda, manda Dios que a ésas se q asga y peguen otras de jerga y sayal 7, que, aunque no son del propio valor, las unas defienden a las otras y todas a una conservan y guardan en linpieza el arca, donde Dios trai encerrada la ley scrita en tablas.
¡Seas tú, Dios mío, mill veces bendito!, pues con tan alta sabiduría has querido que la fructa que se ha de llevar en esta sagrada Religión tenga r amparo y favores en la tierra. Que, si no llegan a los del cielo, son de inmensa consideración, pues sirven de guardar y defender de muchas inclemencias. Y aun la fructa, cogida y apartada del árbor; quiero decir que un religioso pobre y desnudo parece muy bien, aunque sea a las mesas de los príncipes, porque entonces la fructa está a la mesa con su hoja adornada, y se tiene aquella tal mesa un no sé qué de hermosura.
Acuérdome mill veces de cuando leí y he oído decir que sancto s Thomás y san Buenaventura comían con san Luis, rey de Francia 8. A mí me parece era provecho para todos: amparo y honra para la virtud de los [335r] sanctos; provecho para el rey, pues, tiniendo a su mesa a Thomás y a Buenaventura, tomó en aquello más de lo que tenía y se podía: después de ser rey, tener por dichoso y bienaventurado. Cierto que no sé qué se es esto: que dende un día que supe que nuestra cristiana y devotíssima reina doña Margarita convidó al hermano Francisco a comer y, preguntándole lo que comía, respondió que t le tuviese nabos y leche, se imprimió en mi alma la grande devoción y virtud de la reina y la simplicidad del sancto. Y si ella lo convidó en la tierra, él pagará el convite en el cielo, do ahora está.
Por eso digo yo que a todos viene bien, cuando los príncipes y reyes amparan desamparados y favorecen a los que buscan la virtud: que, como es delicada, para conservar el calor de la charidad, sin el cual las demás virtudes no tienen vida, según lo que san Pablo dice 9, etc., tiene necesidad de pañales u. Que, si por ser de la tierra son como trapos viejos, trapos son que abrigan, defienden y conservan la vida a quien de ordinario la trai jugada por los muchos contrastes que en la tierra tiene.
Y no se contenta Dios con haber dado a su Religión muralla celestial, sino también barbacana y terrepleno. Que, aunque tierra, bien es que tierra plena estén a la mira para defender y detener a los v que quieren ofender la ciudad de Dios. Que, como adornada y empedrada de jacintos y admirables piedras preciosas, como san Juan la vido bajar del cielo 10, es bien que tenga cajas ricas y fundas admirables. Que, como tiene siete puertas, según el sancto dice 11, muchos porteros ha menester tener que la guarden, no entre por alguna de ellas algún propheta phalso que, disimulado con piel de oveja, siendo lobo, destruiga el ganado y pequeño rabaño 12. Que éste debiera de ser el fundamento de aquellas palabras que Cristo dice a su ganadito por san [Lucas]: Nolite timere pussilus grex, quia complacuit Patri vestro dare vobis regnum 13; no temáis, pequeñita manada, que, si sois corderos entre lobos, en mis manos están los corazones de los reyes y yo os daré el reino. No sólo se entiende el del cielo, sino el de la tierra, para que esté en vuestra ayuda y defensa. Que gente escogida que yo tengo por arca de testamento, donde yo tengo depositado el cumplimiento de mi ley evangélica y consejos, bien es que, sobre las ricas holandas con que yo los protejo y amparo, [335v] haya otras cortinas más gruesas, que es el favor de los príncipes. Que si, por ser el estado secular, hila gordo, asiéndose a las asillas o trabillas de las cortinas de seda w, donde fueren las unas irán las otras. Y si es provecho para el x justo grandíssimo, lo tiene y su
protector, porque, tirando Dios del corazón del uno, lleva tras sí el otro. Porque, si el patrón secular está asido al siervo de Dios, tirando del corazón Dios del justo, se llevará tras sí el del patrón y fundador.
Sale Jonás cansado de predicar y bien necesitado de algún refresco. Depárale Dios una yedra, que con su verdor lo defienda del sol y le sirva, a quien tan cansado viene de predicar, de paños blandos que le enjuguen el sudor. Estando en este consuelo, ve que un gusanillo está royendo la raíz de la yedra y que, según aquello, presto se le secará y acabará el regalo. Entonces el sancto propheta vuélvese a Dios: Pues ¿qué es esto, Señor, cómo hacéis esto? No será razón que me quitéis este amparo. Et petivit animæ suæ ut moriretur z 14, etc. Lo propio digo yo de la junta que hace Dios cuando con poderosos señores protege su obra: que, si con su sombra recrean y refrescan a los que, cansados y vomitados del mundo, tienen por officio o con sus palabras o exemplos predicar y convertir, los propios, viendo que el gusanillo del tiempo a les roe su yedra y sombra, y que ha de llegar la muerte, en que ellos pierdan aquel recreo, se vuelven a su Dios a formar quejas amorosas y a pedirle se lo guarde. Y así, es provecho para entramos.
Y, si no, díganme por charidad, mis hermanos, ¿qué ha sido la causa por qué en reinos estraños se acabaron las religiones y en ellas entraron ladrones, que las asolaron? No hay que responder más de lo que vamos diciendo b: faltáronles los pañales, cayóse la hoja y no hubo funda ni barbacana, que todo esto hacen los favores de los príncipes y reyes; diéronles de mano, enfrióse la charidad, perdieron la vida y, como gente muerta, enpezaron a dar mal olor. ¿De dónde la causa de que cada día o tantas veces se trasladan aquellos reinos de unas personas en otras? No tienen sanctos a su sombra, que pidan a Dios detenga el gusano que les roe las raíces c, que detenga el tiempo para que tengan larga vida.
Esta fío yo de mi buen Dios tendrán nuestros católicos reyes y poderosos en estos reinos de España, porque hechos yedra verde, [336r] amparan y favorecen a los que el mundo tiene d por e desechados. Una vida muy larga, porque, aunque es verdad que el tiempo f siempre pasa y como gusano roe, para eso son los siervos de Dios: Pues es de tanta g inportancia su vida, para que le pidamos a Dios la conserve y guarde. Y esto no es dificultoso. Que, si para vencer unos pocos de enemigos, Josué detiene el sol y movimientos de los cielos, a quien están sujetos los tiempos 15, no será mucho que, si de la vida de nuestro cristianíssimo rey dependen tantas victorias spirituales, estirpación de herejes, que alcancemos de Dios se paren los tiempos y no corran ni pasen, sino se estén quedos, viviendo los tales una vida muy parecida a la de Dios, a quien no se le menoscaban los años, sino que, después de haber pasado muchos cientos, se está de una misma manera.
De todo esto se verá que es bien que se estimen estos favores y que los que los dan sean como yedras, que siempre están verdes, y que jamás pierdan las esperanzas de que Dios les ha de dar y hacer grandes mercedes por la sombra que hacen. Y pluguiera h a Dios hubiera scrito un libro de esto que yo ahora digo y que, leyéndolo todos los del siglo, se lo diese Dios a entender.
Nuestro excelentíssimo duque de Lerma bien debiera Dios de se lo haber leído y dado a entender estos fructos que Dios tiene puestos en esta junta y arrimo, pues a banderas desplegadas ayuda y favorece a los que vuelven las espaldas al mundo. No son palabras mías este decir que ayuda a banderas desplegadas, que si la primera palabra de favor que me dio fue decir que me había de dar su brazo 16, la segunda que me habló en Rejas, yendo a visitar al sancto Diego en compañía de nuestro rey 17, fue decirme nos había de ayudar a banderas desplegadas, de suerte que todo el mundo lo supiese. Pues, para que esto se vea cómo lo ha concertado Dios, volvámonos a nuestra historia.
4. Donación del duque de Lerma
Estándonos i, pues, en nuestra casita de Madrid en el sitio del Barquillo, envió este buen señor y padre por mí, sin otra prevención más que haberle yo hablado y dicho deseaba tomar sitio aquí en Madrid, según el gusto de su excelencia. Yo estaba en Alcalá en aquella ocasión y vine al punto, que fue, cuando, topándolo en Rejas, en el principio de la merced que ofrecía hacer a nuestra sagrada Religión, [336v] dijo las palabras de arriba: «Créame, padre provincial, que le tengo de ayudar a banderas desplegadas, que lo sepa todo el mundo». Y aunque es verdad que son palabras que otros [no] las estimaran y las dejaran pasar j, pero yo no sólo las debo estimar, mas pesar, considerar y notar, porque éstas son palabras de corazón apasionado, prendado, amartelado y obligado. Y todo lo debiera Dios de haber hecho, porque de nuestra parte nada de eso podíamos hacer, siendo tan pocos nuestros méritos, que sólo que quisiese ir una pobre vieja a nuestra casa lo estimábamos y teníamos en mucho.
Era llano tenerlo Dios prendado, por do nosotros no sabemos, para que dijese aquella palabra un hombre cuya chalidad k es dar buena medida y revertida l en el cumplimiento de m lo que dice. Y se deja entender lo habríe bien mirado primero que lo dijese. Y si no lo miró, el cielo, que le hizo decirla, le dará voluntad y entrañas para n cumplirla.
Y muy ordinario de Dios es curar y pagar con cosas contrarias: al pobre con riqueza, al hambriento con hartura, al que llora con consuelo. Y así, habiendo Dios tenido a nuestros hermanos cerradas las puertas tantos días, plegadas sus bocas, que ni aun rezar no se atrevían de suerte que los oyesen en la calle, es bien que se abran esas puertas, se desenmudezcan las lenguas y desplieguen las banderas. Que harta necesidad tenía esta sagrada Religión de un capitán y alférez que levante estandarte, favoreciendo y apoyando la virtud. Que bien puede poner éste por título principal o en sus armas, que, si nuestro cristianíssimo rey lo ha hecho capitán general en la milicia temporal, ensayo fue para la merced que Dios le quería hacer de darle el estandarte y bandera de su Religión. Y, como alférez que se precia de su officio y de voltear bien la bandera y no perderla, ha dicho y hecho después acá cosas muy particulares, como se verá.
Pues víneme dende Rejas a Madrid a lo aguardar, que así me lo mandó. Y volviendo su excelencia otro día de Alcalá de visitar al sancto fray Diego, viniéndose por sus jardines, envió por mí y me mostró la casa que nos había de dar con summo gusto 18. Y sabe nuestro Señor que conocí en su excelencia tanto deseo, tanta voluntad de que a mí me pareciese y estuviese bien, que estaba, como dicen, abierta la boca aguardando mi respuesta y que yo mostrase gusto, como si yo fuera algo o mereciera lo que se me daba. Que, si nos metiera en una casilla de 20 pies, me tuviera por muy dichoso. Pero su excelencia tenía muchos respectos a aguardar mi contento: lo uno, porque, midiendo su generoso ánimo, esto le parecía poco; lo segundo, es efecto de la voluntad [337r] prendada de Dios, hasta alcanzar el cumplimiento de sus deseos, estar temerosa. Pero yo confieso que todo me vino tan ancho cuanto las aflicciones pasadas me tenían estrecho y apretado, porque sabe Dios medir las lágrimas para no hacer agravio en dar menos peso y medida en los consuelos. Y así, fue necesario que tanto favor se diese a hombre tan afligido, que de otra manera bien pudiera hacer en mí sentimiento. Y así, la acepté y quise y amé la fundación y sitio.
5. Elogio del Duque, un padre para la reforma
Y para que yo del todo quedase consolado y entendiese que esto no era a caso, sino que fines y medios habían de venir con sus principios, porque pudiera yo desconsolarme dificultando si este favor es de Dios, porque pudiera temer la distracción viéndonos tan favorecidos, pudiera temer la relajación con los regalos, pudiera temer otras cosas que semejantes apoyos suelen traer consigo, y para que del todo fuese esta
dádiva del cielo y quedase consolado, me enpezó a decir palabras que, si hubiera estado muchos años en noviciado aprendiendo a desasir el corazón de las cosas de la tierra y amar la pobreza y humildad, no pudiera leerme mejor lición de la que me leyó, en veces por sí y por terceras personas, diciendo cuánto le agradaba en las nuevas reformas la humildad, la pobreza en las personas y edificios p, y cuántos son los provechos que consigo trai el recogimiento en el rincón estrecho, cuánto se debe sentir que, gustando un príncipe de una casa moderada y estrecha, los que dejan el mundo quieran palacios estendidos y sus recreos y commodidades; y que, pues en lo de q adentro profesamos humildad y pobreza, que sea lo propio en lo de afuera, que de lo contrario no se agrada Dios ni se edifican los seglares, antes se les da motivo de tener que decir de los r que lo contrario hacen.
Mis hermanos, no son éstas cosas de hablar a montones. Esta licción s me leyeron hombres de capa y espada. Que, cuando Dios quiere, en todos habla y todos prophetizan. Y esta lición parte de ella la oí del señor duque y parte del señor don Enrique y marqués de Mirabel. Y, como palabras del Spíritu Sancto, las encargo oigan, obren y hagan lo que en ellas están, mis hermanos. Y si no lo hicieren, no siguiendo el camino de Dios, serán gravemente castigados t.
Díganme, hermanos, ¿qué más pudiera saber ni decir un hombre de grandíssima y alta contemplación? Que me diga a mí un hombre de capa y espada, que tiene que acudir a las cosas del siglo: [337v] «Padre, cuando entro y me retiro en mi aposento, si es pequeño, me recojo y parece que, habiendo andado divertido, aquella strechura recoge en mí los sentidos y pensamientos». Esta verdad u ¿no la esperimentamos cada día? Sí. Pues que la confiese y profese quien tiene estado que le pide otras cosas, ¡y que quiera yo casa con paseo, celda con espacio! No lo quiera Dios, sino que, pues andamos en vida muertos y con este hábito amortajados, que nos contentemos con una celda de siete pies. Y si algo tiene más, sea para que demos lugar a Jesucristo si se quisiere venir con nosotros. Cuánto más que yo estoy muy cierto se contenta con nuestro pobre corazón y en él gusta de se hospedar.
Ahora, pues, con esto quedé yo contento, satisfecho, pareciéndome que, aunque me favorecía un tan poderoso señor, que la sábana no sería más larga de cuanto yo quisiese estender la pierna.
Despachóse luego al señor cardenal de Toledo por la licencia. Envió y dio orden para que luego se trabajase en la casa y nuevo edificio. Y todo fue tan a banderas desplegadas, que ha sido un asombro. En cuatro v días se acommodó lo mejor que pudo, porque hubo día que andaban más de docientos y no sé si 300 hombres. Dícenme dijo al alcalde Silva de Torres: «Id, señor, allá, y dad priesa, que me va mi honra».
¡Seas tú, Dios mío, bendito, que, al peso de la honra de un hombre tan poderoso, pesas tú el aumento y bien de una religión! Tres cosas tiene el hombre que estimar: hacienda, vida y honra. Y más es la honra que la hacienda y la vida. Y si le va su honra, bien se deja entender que, siendo necesario por el bien de esta Religión poner y dar la hacienda y la vida, la dará. ¡Seas tú, mi Dios, mill veces bendito!, que bien sabes tú asir un trapo viejo, pues lo ases con la honra de quien así es estimado en el mundo.
Y bien mostró esto, porque pidió licencia a su rey, habiéndose de ir a Aranjuez 19, para hacer casa a la Sanctíssima Trinidad. Y visitando la obra cada día, se le reían las entrañas en ver su aumento, aunque se le desminuyera su hacienda 20.
Pusimos el Sanctíssimo Sacramento w otro día que la Iglesia había celebrado fiesta a san x Joseph. Y se puso en [338r] siete y de abril de 1606 años z, día del glorioso —en que la Iglesia celebraba a— san Francisco de Paula b, fundador de los padres mínimos, por estar transferido. Y hace esta fiesta y saca a plaza la manadilla scondida día que canta la Iglesia aquel evangelio: Nolite timere, pusillus grex, quia complacuit Patri vestro dare vobis regnum 21. Que no es bien que teman las cosas que a Dios le agradan. Que este agrado en las cosas que Su Majestad acepta, más son y más valen que mill reinos. Y así, no es lo de mayor consideración dar los de la tierra, pues tiene prometidos los del cielo.
La procesión y fiesta que se hizo, fue grave y fue humilde, y toda ella fue concertada sin salir un puncto de lo que nuestro señor y padre —que tal le tengo de llamar de aquí adelante, pues las obras que nos ha hecho son de tal— quiso y ordenó. Fue grave por hallarse su excelencia y lo más grave de la villa y corte. Aunque el tiempo ayudó poco, por haber llovido mucho; y por mucho que se habían limpiado las calles, estaban malas; y fue necesario salir de los clérigos menores 22 y entrar por los palacios y jardines de su excelencia. Fue humilde porque fue su gusto que, en la grandeza de el mundo, se guarneciese la humildad y pobreza de nuestra propia regla. Y así, vinieron nuestros frailes solos con su cruz pobre de palo y ciriales. Díjose nuestra missa con gran devoción y adorno de iglesia, porque la iglesia la vistieron y adornaron con sus riquezas y nuestros frailes oficiaron su missa con devoción.
Y habiéndose celebrado esta fiesta espiritual, quiso que a los cuerpos les cupiese su partecilla. Y así, comiendo con los religiosos, les hizo muy buena fiesta, mostrándolo ser su excelencia tanto que, en el discurso
de la comida, al cabo de ella, hacía, después de haber mirado lo que los demás hacían, todo cuanto los religiosos hacían, dando lugar a las mortificaciones, scuchando con particular ternura las amonestaciones que a los religiosos se decían, derramando lágrimas por cumplir lo que en medio de sus devociones hacía el sancto rey David, cuando decía: Et potum meum cum fletu miscebam 23, et panem dabis lacrimis in mensuram 24. Que es señal que aquella obra su excelencia la asentaba en el corazón, pues lo desafogaba y desembarazaba; y si era necesario, con lágrimas lo lavaba para en él encerrar sus nuevos hijos. Que, aunque su excelencia nos llama hermanos c en sus cartas, bien es que, si su excelencia nos llama hermanos, que la propiedad de los tales es partir los bienes gananciales. Y según d esto, partiendo tan bien como su excelencia parte, gusta de llamarse hermano.
Pero, considerando yo la propiedad del padre, que es traer a sus cuestas los hijos, según aquello que dice Moisés en el Exodo: Nunquid ego genui vos, ut dicas michi porta eos e super humeros tuos? Y da el sancto por razón cómo es propiedad del que engendra traer a sus cuestas lo engendrado 25. Así, digo yo que, pues [338v] su excelencia dende este día nos quiere traer sobre sus hombros y sobre sus brazos, que le podemos dar el título y nombre de los que engendran y de hoy en adelante llamarle a boca llena padre y señor. Que yo fío en nuestro buen Dios que Dios, que le ha obligado a la tal obra, le desempeñará el nombre, haciendo con los religiosos de este sancto hábito obras de gran piedad f, solicitud y providencia y consejo, que son las cosas que más acompañan este título y nombre de padre. Como se ve en lo que hasta aquí ha hecho, puniendo tanta solicitud en acommodarnos la casa y lo necesario, que pienso, en solos remiendos, en ella ha gastado en obra de g quince días más de dos mill y quinientos h ducados 26. Piedad i, pues, donde está ahora con su rey j la k tiene tan grande que su trato y conversación es todo tratar y decir de sus hijos y frailes, haciendo que todos los vengan a ver y enviando quien sepa cómo estamos, scribiendo regalos y amorosas palabras, sólo porque Dios quiere, a quien tan poco merece. Consejo también lo ejercita, pues, como padre a cuyo cargo está ya esto, me scribió diciendo: «Mucho encargo la humildad, la pobreza y curiosidad en el l culto divino» m. Díganme, mis hermanos, ¿ésta no es una tácita reprehensión? Que quien está tan metido en
negocios, cercado de cuidados, lleno de bienes, que, en medio de todo eso, se acuerde de la humildad y pobreza y limpieza del culto divino, señal es que uno es lo que se ve de afuera y otro lo que tiene encerrado dentro, pues, pareciendo de afuera cargado de negocios, muestra preciarse dentro de un corazón humilde y desasido de lo de acá, y gusto particular en que Dios sea glorificado y tratado lo más y mejor que nuestras fuerzas alcanzaren.
¡Seas tú, Dios mío, mill veces bendito! Que yo pienso que esto que he enpezado a scribir aquí acerca de este bien que Dios ha hecho a nuestra sagrada Religión, que, no n parando aquí, ha de ser éste principio y fundamento para obras grandiosas. Y ruego por charidad no parezca lo que tengo dicho, como arriba digo, que parece estribo mucho en favores de acá, pues dejo ya dichas muchas razones que a cualquiera convencerán. Y demás de ésas, yo veo que si un rey hace mercedes y levanta al que ya está levantado y ha hecho obras grandes, pocos se maravillan. Pero si, pasando el rey por un campo, viese un niño al parecer de poca consideración en un terrero y, sacándolo de allí, lo cogiese en sus brazos, llano es que en todo [339r] el reino se sonaría, aguardando los fines y tiniéndolos por grandes pronósticos de lo que habíe de suceder. Y mayor grandeza es hacer bien por lo que se ha de merecer que no por lo ya merecido, porque lo uno es paga o después del trabajo y lo otro es obligación para más y de más buena gana trabajar, pues tan con tiempo previene Dios con sus misericordias.
Bien veo que hacer bien a la orden de San Francisco los príncipes y reyes p es por las hazañas pasadas. Y aunque entre nosotros hay hermanos que en la virtud caminan y vuelan, no hago cuenta de eso, porque ya me parece, como agua pasada, que tengo de hacer cuenta no muele molino, sino que este bien que se nos hace ahora es por lo porvenir y por las hazañas que en la virtud y destierro de vicios del mundo han de hacer los hermanos. Que, como gente agradecida, se han de mostrar como varones fuertes en los vencimientos de las cosas que tomaren entre manos. Y el coger en brazos este niño que estaba así desterrado y tantas veces desechado en el Barquillo, es pronóstico de los muchos bienes que esta sagrada Religión ha de recebir. Ea, pues, mis hermanos, desempeñemos tantas obligaciones. q