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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 52 PRIMERCAPÍTULO PROVINCIAL

 

 

1.            Decreto del nuncio

 

            Hecho esto, yo traté luego de sacar recados para celebrar nuestro capítulo. Y para esto tuve gran favor en la señora duquesa de Sesa, que, como Dios habíe dado afición y voluntad a su marido el duque siendo enbajador en Roma, lo dio, al acabarse, a su excelencia en Valladolid. Y así nos favoreció con grandíssimas veras con el señor nuncio 1, para que nos despachase y diese los recados que para ello eran necesarios. Diome un breve a para que fuese a hacer elección de ministros y procuradores a todos los conventos de la Orden b, que eran siete y harto distantes c los unos de los otros 2. Díjome mirase qué tiempo quería para hacer estas diligencias. Yo pedí un solo mes. Y esto quiero se advierta, porque cierto tuvo particular misterio en sí encerrado. Díjome el nuncio: —Mirá que es poco tiempo un mes para tanto camino y tanto trabajo. Y habiéndome replicado muchas veces, siempre me estuve en que era harto un mes, sin saber lo que en esto podía haber.

            Vine con mi breve y hice mi elección en Valladolid 3, no obstante que allí se enpezó a descubrir cuán molestoso y de cuánto sentimiento había de ser el capítulo para los que, como digo arriba, ya venían persuadidos a lo contrario. ¡Sea todo por amor de Dios! Que yo confieso, si hubiera de juzgar por lo de adentro en todas estas contradiciones y estorbos, sólo me parecía lo hacían por probarme y ver la perseverancia que en eso tenía. Pero, como la Iglesia no juzga de los interiores, yo no tenía que andar scudriñando nada de eso, sino juzgar a cada uno como lo hallo.

 

2.            Encuentro con Felipe III

 

            Yo me partí para Madrid y, en saliendo de Valladolid, a mí me dio una buena calentura d con crecimientos, que fue milagro de Dios no quedarme por aquellos caminos.

            En Olmedo hablé al señor duque de Lerma 4 y me hizo particular favor y amparo y me apadrinó con su majestad para que le hablase,


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de donde yo salí muy consolado por el particular gusto con que su majestad me oyó y respondió. Y porque de todo lo [354r] que en semejantes ocasiones pasa, es bien escribirlo para los por venir; que en ello, aunque al presente no se ve misterio, suele muy sin pensar encerrarlo en sí, como en lo que yo dije a su majestad muy sin pensar razones que entonces yo no estaba de suerte ninguna para las pensar ni discurrir, sino decir de repente lo que Dios me daba.

            Díjele luego como entré e: —Señor, en tiempo de vuestra majestad ha sido Dios servido de volver a sus f principios la orden de la Sanctíssima Trinidad para que, en esta reforma, guardemos la regla primitiva según se dio a nuestros primeros padres. Hanse hecho algunos conventos y heme tardado en ofrecerlos a vuestra majestad, aguardando perficionase Dios los frailes y los conventos, de suerte que pudiesen parecer ante los ojos de vuestra majestad. Ahora veo que Dios nos va multiplicando y haciendo muchas mercedes, y que es razón la Religión conozca su dueño y vuestra majestad conozca su hacienda, porque cada día la ofrecemos, según nuestras fuerzas, por la salud y vida de vuestra majestad. Así suplico humildemente se sirva de hoy en adelante de mirar esta sagrada Religión con los ojos de piedad que ha mirado y mira las demás.

            Entonces me respondió: —Yo os creo todo lo que me habéis dicho y haré de muy buena gana lo que me pedís.

            Entonces yo le respondí: —En tiempo de nuestro cristianíssimo rey, padre de vuestra majestad, se reformó la orden de los padres carmelitas descalzos y han crecido en virtud y en número, como todo el mundo ve. No quiso Dios dar todas las victorias al padre de vuestra majestad, que ésta de la Sanctíssima Trinidad para vuestra majestad la guardó. Con tal favor como vuestra majestad me ofrece, no espero yo ha de ser menos, sino mucho más.

            A esto añedí y dije: —El duque de Lerma nos favorece y anpara. Vuestra majestad le mande que lleve adelante lo que ha enpezado.

            Entonces, con mucho amor y medio riyéndose, dijo: —Yo haré todo lo que me pedís y tened cuenta de me encomendar a Dios.

            Y no si otra alguna palabra. Que, como entonces todas las que yo decía, las decía a caso y ahora las veo en execución, no me dejan de causar admiración. Porque veo al señor duque [354v] tan aficionado a hacernos bien que, no sólo parece se lo ha mandado nuestro cristianíssimo rey, sino el rey del cielo y toda su corte. Veo también que nos ama y ampara tanto nuestro rey que, estando tres o cuatro días ha con él en Aranjuez 5, me dijo estaba ya deseando venir a nuestra casa a verla. Y, con contento y rissa, me oyó la cortedad de razones que yo tuve, ofreciéndole las nuevas ganancias que la Religión había adquerido


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en este poco tiempo, siendo la que más estimábamos el tener al señor duque por padre y patrón. Y, antes de esto, habíe estado pocos días habíe con un hermano donado nuestro cerca de una hora, gustando de lo oír g las nuevas de nuestro monasterio y acrecentamiento.

            Y así es bien, por lo que después en el discurso de los tiempos sucede, que todo se escriba con claridad, que podrá ser que lo que para mí es ahora un poco de trabajo, para los que han de venir sea gusto.

 

3.            Elección de delegados

 

            Con esto, yo me vine a Madrid dende Olmedo, que digo hablé a su majestad, con muy buena calentura y muy inposibilitado, a mi parecer, de poder acudir a hacer las elecciones en un año, cuanto más en un mes. Despaché a Valladolid para que pidiesen al señor nuncio prolongase el tiempo y diese otro mes más. Cosa notable, que, con que él me importunó que llevase más tiempo, no fue posible sacarle más un día, sino que respondió: Periculum in mora (peligro en la tardanza). Yo le ofrecí más tiempo h y no lo quiso: No conviene, andad con Dios i.

            Hechas las elecciones en Madrid 6 y en Alcalá j 7, yo me sentí muy cargado con mi calentura y fue necesario enviar a hacer las demás elecciones al hermano Fr. Joseph de la Sanctíssima Trinidad. Hiciéronse con mucha quietud k, por ser así fuerza, aunque no fuese con mucho gusto. Y, con esto, se juntaron y vinieron todos según el tiempo señalado del mes l en nuestra casa de Valladolid 8.

 

4.         Juan Bautista de la Concepción elegido provincial

 

            Yo fui dispuniendo al señor nuncio para que luego se celebrase. Y hubo hartas cosas para que se dilatara, estorbos que al nuncio le debieran de poner. Yo, que me vi necesitado y [355r] obligado del señor duque para ir a m Tordesillas, do estaban 9, a darle cuenta de todo lo que pasaba; y más, que me habían mandado para la costa del capítulo dos buenas limosnas. Y nada de esto fue bastante para que un puncto se


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dilatase de el tiempo que Dios tenía determinado para que se hiciese y descubriese su sabiduría y desagravio que la Religión había recebido en el mismo día que se había de celebrar el capítulo.

            En casa teníamos aderezado. Y el mismo día que se cumplió el mes que a mí me dio para llamar a capítulo, que fueron siete de noviembre n, yo fui por la mañana a rogarle al nuncio que se sirviese de venir aquel día. Díjome: —Anda, fraile, que ya yo voy.

            Vuélvole las espaldas y, en diciéndome «vete, que ya yo voy», ofrécenseme mill cosas: que aquel mismo día, siete de noviembre, había sido cuando al principio los frailes calzados habían entrado en Valdepeñas y vi deshecha la Religión; y que aquel mismo día habíe sido cuando estuve y me tuvieron para me quitar la vida, metiéndome o quiriéndome meter en una cueva llena de agua, que era más pozo que agua 10; y que aquel día habíe sido en que más me había visto afligido, maniatado y con otros trabajos harto grandes; y que Dios había escogido aquel día para hacer su Religión.

            Ofreciéronseme otros pensamientos interiores y esteriores. Los interiores fueron certidumbre de que yo había de ser el primer prelado y provincial. Y así lo dije al compañero que llevaba. Argüíame con la lengua a mí propio por hombre de poca fee y qué poco había obligado a Dios y lo poco que Dios me debía, lo mucho que Dios había puesto de su casa. Perdónenme, que o no quién me metió en escribir. Y así habré de decirlo todo. Ofrecióseme también interiormente de que no me diese pena si de la primera vez no saliese electo, que así convenía para que me probasen y tanteasen el natural, inclinación y pensamientos, etc. Lo que esteriormente pensaba era que, como yo había hecho voto de no pretender, nada sabía. Antes los hermanos que [355v] habían de eligir los veía apartados de mí y que más mostraban cumplir conmigo que no acariciarme con palabras verdaderas; y que me dijeron llevaban intento de eligir a otro. Pero, ya digo, aunque en lo exterior vía cosas contrarias, en el interior siempre tenía una misma cosa.

            Tentóme el diablo a la entrada con dos frailes que no eran capitulares, diciéndome que la Religión se perdía porque querían sacar por provincial a un hermano que venía señalado de la Mancha 11, que pudiese conservar la amistad, compañía y presencia de los padres que habíamos tenido por visitadores; y que, pues yo sabía cuánto inportaba al ser y quietud de la Religión y aumento que yo fuese provincial, que convenía, para deshacer un mal, que yo me diese el voto a mí propio; y que, si eso no hacía, que todo iba perdido. Confieso que sólo el oírlo decir me hizo estremecer las carnes y ablenté los frailes.

           


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Hízose la elección, y la primera vez salí con un voto más solamente. Diciendo había de tener dos, tornaron a entrar y salí la segunda con dos más p. Y de esta manera se hizo la elección.

 

5.            Razones de la aceptación del cargo

 

            Y yo quedé con satisfación particular de que aquél era el gusto de Dios, pues, sin yo pretenderlo y imaginarlo, me sacaron por prelado. Que, aunque es verdad y era razón que quien trata de descalcez y desasimiento fuera bien lo recusara y no lo aceptara, pero yo me vi obligado por muchas razones.

            De ellas quedan dichas: La primera, el ver me habíe costado tanto trabajo y que no había de consentir, siquiera por eso, que se la llevase el milano. El ver la guiaban y tiraban totalmente contra el ditamen que siempre había tenido de que en ella hubiese grande rigor y aspereza y humildad q. El ver que, para sólo salir con algunas imaginaciones lejos del blanco, habían venido algunos niños de la Mancha con tanta entereza, que les parecíe poco mil mundos para que cualquiera de ellos los reformara. Y que era necesario todos fuésemos humildes y que era menester [356r] buscar nuevos caminos para que todos fuésemos muy humildes. El ver que convenía que el diablo de la espada la envainase y fuese para burlador; y que el diablo que hablaba al sordo 12 fuese a hablar a otro ciego. El ver que, para mi consuelo, convenía aceptarlo, que me traía el demonio sin vida perseguido, y no cómo más, tentándome de que quién metía un hombre tan bajo y de tan baja condición en cosas tan altas. Y, si no lo aceptara, pudiera ser me afligiera con pensamiento de grande desesperación, como hombre que tantos años y en tantos trabajos había andado errado, pues en nada en la Religión se seguía mi ditamen. Hubo otras cosas y otras razones, que no conviene decirlas, por do me vi forzado y obligado a que aceptase el officio.

            Y así el señor nuncio r me confirmó y los hermanos aliquantulum quedaron consolados, aunque no enterados del bien que Dios por su misericordia iba s haciendo con la Religión 13.

 

6.            Procesión conclusiva

 

            Dimos orden de hacer la procesión de nuestro capítulo. Y, para esto, se ha de notar que un mes antes, enterrando un caballero en nuestra casa, que fue el primero que allí se mandó enterrar, estándole


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enterrando, me vi tan trocado, no en buena ni en mala parte (buena sería si era Dios), vime hecho tierra. No cómo me lo diga, que confieso que no acierto: con unos pensamientos tan sensibles de aquel que enterraban, de mí que sólo era tierra y un pedazo de tierra muerta, que me parecía no tenía alma; quiero decir como si fuera tierra. O como si de contino un hombre poderoso trujese a un hombre muy bajo levantado a cosas altas y de consideración, y por un día o dos fuera posible que a éste le privaran del pensamiento de su elevación y favor, de suerte que el buen hombre ni pudiese acordarse ni pensar sino en sus remiendos, ni dónde volver los ojos sino a lo que él era; y que, por aquel camino, no le pudíe faltar malaventura respecto de ser un hombre de baja condición. Yo no quién hasta allí me tenía. Lo que es que entonces me dejaron para que viese cómo era sólo tierra, y eso pensase y sintiese. Cierto que la explicación de esto no la acierto a decir. Y no me parece que este t exemplo enllenará.

            Consideremos un hombre en unas grandes fiestas y regocijos, donde la grandeza del pensamiento lo tiene enajenado y olvidado de otras cosas mucho más bajas. Pásansele las fiestas, vuélvese a su casa con los pensamientos ordinarios que él solía tener, de que quizá es tan pobre que no tiene para una jarra de agua. Este tal o quisiera que siempre las fiestas duraran o no las haber visto, según la melancolía siente de la mudanza. [356v] Yo me vi trocado melancólico, con vista y ojos de tierra, de suerte que, si yo hasta allí tenía fiesta y, por gozar las apreturas, yo me holgara duraran las apreturas y trabajos, por no ver mi pobreza. Y no digo pobreza particular de tal hombre, que de eso yo no sentí nada, sino pobreza de la naturaleza desnuda. Que éste me parece mejor vocablo para explicarla u: naturaleza desnuda, para v que se vuelva a la tierra de donde fue formada.

            Con este pensamiento, me fui a cenar después de los officios o a hacer colación. No sabía de mí ni qué hacerme, porque no era en mi mano tornarme como de antes estaba. Y que yo era entonces todo tierra y sepultura. Fuéseme el pensamiento, en esto, a que presto haríamos nuestro capítulo y que me obligaban a que, en el puncto que fuese electo, hiciese voto o propusiese de que la procesión del capítulo habíe de ser por mortificación, diciendo la doctrina cristiana por las calles; y que yo llevase la cruz, sin escapulario y capilla, y aun me apretaban y necesitaban que sin corona. Pero me parece esto lo resistí o lo dejé sin determinación. Lo primero lo consentí, que infaliblemente lo haría sin duda.

            En el puncto que di mi voluntad a esto, me torné a mi antigua y ordinaria pena de pensamientos trocados, aunque envueltos en trabajos, no pensamientos tan de acá. Y, con esto, por entonces w sin más acordarme de esto de suerte que me inquietase o diese pena, proseguí lo que arriba dejo dicho. Hecho, pues, nuestro capítulo, yo me fui a visitar al señor duque a Tordesillas, y olvidado de la procesión hecha de


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capítulo en forma de mortificación, porque soy tan flaco que pocas veces tengo fortaleza para seguir mis pensamientos. Pero, como Dios es sancto y bueno y conoce mi flaqueza, él busca caminos por donde yo no pueda hacer otra cosa más de lo que Su Majestad ordena.

            Teníamos concertado de hacer nuestra procesión a los padres calzados y que el provincial nos predicase. Yo fui a verlos y los hallo a todos trocados. El provincial 14 no quiere verme. Yo no sabía qué era aquello. Yo me vi inposibilitado a que hubiese procesión. Así luego me determiné que se hiciese por las calles una mortificación y yo saliese como x había propuesto y dos hermanos diciendo la doctrina en mortificación. Y el predicador 15, cargado de ceniza de güesos o calaberas, hizo en medio de la Platería un sermón admirable de tierra, ceniza, sepultura, con que dejó el pueblo muy edificado. Y nuestra Orden debiera de cumplir con lo que se entendió ser voluntad de Dios, dejando nuestras fiestas solemnes para cuando nos otro prelado que sea cielo, y no tan de tierra como yo soy.

 

 




1         Juan García Millini, noble patricio romano (aunque nacido en Florencia, en 1572), que sirvió por espacio de dos años en la nunciatura apostólica de España (16051607). Creado cardenal el 11IX1606.



a            diome un breve subr. de 2m.



b         elecciónOrden subr. de 2m., al marg. ojo de 2m.



c ms. distante



2         Los ministros de las casas y sus procuradores, a elegirse según la regla primitiva, eran los capitulares de derecho. Hasta entonces los conventos habían sido gobernados por los llamados presidentes, es decir, superiores designados por la autoridad competente (visitador y reformador). Cf. Crónica III, 31.



3         Salió ministro el P. Alonso de San Jerónimo: Ramillete, 35v.



d            al marg. calentura de 2m.

 



4         Huéspedes del caballero García de Cortes, los reyes permanecieron allí desde el 17 de septiembre hasta el 4 de noviembre, fecha en que se trasladaron a Tordesillas: CABRERA DE CÓRDOBA, L., Relación, 260 y 264.



e            sigue soy tach.



f             rep.

 



5         En la primera quincena de mayo de 1606. Según Cabrera (Relación, 276277), estuvieron los reyes en Aranjuez desde el 3 de abril hasta el 17 de mayo.



g            ms. oi



h            yo‑tiempo subr. de 2m.



i            sigue y es tach.



6         Fue elegido ministro el P. José de la SS. Trinidad: Crónica III, 32.



j            en MadridAlcalá subr. de 2m.



7         Elegido ministro el P. Gabriel de la Asunción: Ibid.; Ramillete, 35r.



k            fuequietud subr. de 2m.



l            según‑mes subr. de 2m.



8         Aparte los mencionados, los restantes ministros electos eran: Francisco de San José (Valdepeñas), Clemente de Santa María (Bienparada), Francisco de Santa Ana (La Solana), Antonio del Espíritu Santo (Villanueva de los Infantes), Cristóbal de la Natividad (Socuéllamos) —sustituido en sede capitular por Francisco de los Angeles—. Cf. Ramillete, 35; Crónica I, 66. El cronista menciona tres nombres más de capitulares (probablemente algunos de los procuradores): Lorenzo de la Concepción, Marcelino de San Bartolomé y Pedro del Espíritu Santo (Crónica I, 66). No consta que asistiera el visitador, Elías de San Martín, OCD.



m           sigue Valde tach.

 



9         Felipe III y su valido, el duque de Lerma, estuvieron en Tordesillas del 4 al 11 de noviembre: CABRERA DE CÓRDOBA, L., Relación, 264.



n            el mismo‑noviembre subr. de 2m.



10        Cf. pp.278282.



o            sigue yo tach.

 



11        Casi seguro, Francisco de Santa Ana, excalzado, ministro electo del convento de La Solana. Cf. Carisma y misión, 298, nota 15, donde se aportan una serie de indicios probatorios.



p            tornaron‑más subr. de 2m.



q            de que‑humildad subr. de 2m., al marg. ojo de 2m.



12        Fr. Juan de la Magdalena. Cf. p.466.



r el‑nuncio subr. de 2m.



s            sobre lín.

 



13        Los cuatro definidores elegidos fueron: José de la SS. Trinidad (1.º), Gabriel de la Asunción (2.º), Francisco de Santa Ana (3.º) y Antonio del Espíritu Santo (4.º). Cf. Ramillete, 35v; Crónica III, 32.



t             sigue po tach.



u            sigue de tach.



v            rep.



w           sigue se tach.

 



14        Diego de Guzmán «el mozo», provincial en el trienio 16031606. Al parecer, fue sobrino del otro Diego de Guzmán, primer comisario general de los trinitarios de España, muerto en 1602.



x            rep.

 



15        Tal vez fue el excalzado Fr. Pedro de la Madre de Dios (Castillejo), que «predicó en el capítulo» (Ramillete, 35v).






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