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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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INTRODUCCION

 

 

            1.           El presente texto ha sido tomado del tomo VIII autógrafo, ff.420r493v, donde aparece enlazado con el anterior (Las mortificaciones públicas) sin solución de continuidad. Figura allí como una nueva, larga digresión, sin títulos ni divisiones. Como otras veces, hemos puesto nosotros todos los epígrafes, atendiendo escrupulosamente al contenido. A deducir de ciertas alusiones internas, este escrito emanó de la pluma de san Juan Bta. de la Concepción en algunos ratos de los primeros siete meses de 1607, mientras se hallaba en el convento de Madrid1.

           

            2.           Como han advertido varios estudiosos2, la presencia de Dios es tema medular en la obra literaria del Santo, entrelazado con el de la unión con Dios. A la luz de su enseñanza, la continua presencia de Dios equivale a la comunión de amor, consciente y habitual, con la Trinidad inhabitante en el centro del alma. Como vía de acceso y medio de conservación de la misma, estima también grandemente el ejercicio ascético de la presencia de Dios, consistente en elevar la mente y el corazón al Dios creador y omnipresente.

            Concibe cuatro grados o estados progresivos, que desmenuza «con términos reduplicados» en orden a evidenciar la urgente necesidad que todos «nuestros hermanos» tienen de vivir en y con Dios. «Todo lo tuvo la esposa [Cant 3,14]: Quaesivi quem diligit anima mea, inveni eum, tenui et non dimittam. Ven ahí —agrega— los cuatro estados: busquélo, hallélo, túvelo y no lo dejaré». Varios ejemplos, dispares por su fuerza ilustrativa, le ayudarán a explicar mejor los «cuatro modos que quedan dichos: hallarlo, tenerlo, atarlo y traerlo». Anticipemos uno de los más esclarecedores:

 

                                «Cuando encendemos lumbre, lo primero es buscar unas ascuas que enciendan la leña que está al fuego, lo segundo encenderla de suerte que podéis decir que tenéis lumbre, lo tercero soplarla y atizarla, lo cuarto que ya los leños se hicieron ascuas. Lo propio digo yo de esta presencia: buscar a Dios, hallar a Dios, tener a Dios que encienda nuestra alma, procurar conservar este fuego y, lo cuarto, que nuestra alma quede ya encendida y abrasada y endiosada».

 

            3.            Deseoso de que todos sus hermanos mantengan el espíritu inflamado y embebido en Dios, se explaya en describir los dos niveles superiores. Su predilección recae en las categorías personalistas, dinámicas, las más elocuentes para el corazón. Con el Cantar de los Cantares como telón de fondo, pide que el alma no se contente


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con «haber hallado tan buen huésped» (tercer grado), sino que lo abrace como «marido y señor de casa, de suerte que, dondequiera que esta alma va, allí se lleva a su Esposo y allí le tiene y posee». Por tanto, este último grado comporta una relación comunional amorosa, habitual, cautivando sentidos y potencias. Con la presencia divina, el alma posee «los bienes del mismo Dios por participación y comunicación».

            Presupuesta la presencia sustancial de Dios, por gracia, en el fondo del alma (quedan libres la trascendencia y la gratuidad de la autocomunicación de Dios), lo que se examina aquí es el itinerario psicológico del hombre hacia la toma de conciencia de la inhabitación y la respuesta de personal entrega a Dios, que primero se le ha dado.

            Insiste el santo autor en asignar a sus hermanos de hábito el deber ineludible de la continua presencia de Dios. «Miren, mis hermanos, no se espanten que yo con tantas veras pida esto y lo repita sin decir otras delicadezas, porque aquí está nuestro bien y sin esta presencia no valemos nada». Como el niño de pecho depende en todo de la madre, de la presencia de Dios le viene al trinitario «su vida y conservación». La solicitud excepcional de Dios para con sus hijos en la vida cotidiana de las comunidades es el motivo que alimenta sus reflexiones. «Todo esto que he escrito de la presencia de Dios, tomé ocasión a tratar de ella por ver las muchas misericordias que Dios usaba con esta su Religión y las señaladas mercedes que le hacía. En la cual veía cómo los males se trocaban en bienes y cómo por cualquier parte que se echaba, se topaba con Dios, que es su padre, señor y fundador».

           

            4.           De la singular inhabitación trinitaria en su Religión dimanan «nuevas obligaciones» de los religiosos para vivir intensamente «la compañía de Dios». «Estando en esta Religión no sólo los beneficios que de tu benditísima mano nacen y corren, sino el dador de ellas como fuente y manantial de donde tiene su origen, habrá más ocasión de andar, Señor, empapados en ti y amasados, pegados y juntos con el mismo Dios. Pues en todas las obras y cosas que hacemos, en ellas te hallamos y en nosotros propios te conocemos».

            Dos exigencias juzga el autor irrenunciables para dar hondura y calor a nuestras relaciones con Dios: el desasimiento afectivo de las criaturas y el recogimiento interior. Por un lado, una ascesis constante de renuncias, purificaciones, rupturas, con objeto de abandonarse a Dios, huésped del alma. La vía purgativa, de que habla la tradición. Coincidiendo sustancialmente con los Doctores del Carmelo, distingue las purificaciones activas de sentidos y facultades (la noche activa del alma), obra del hombre, de las purificaciones pasivas del espíritu (noche pasiva) con las que Dios, desde la misma unión, ultima la labor de limpieza radical. La Presencia, la Compañía, la Fuente que se brinda al espíritu excluye otro tipo de presencias; no admite división ni dispersión de afectos. «¿Para qué quiere el agua de los charcos quien tiene la fuente en casa? Quien pretende estar unido con este gran Dios, ¿para qué quiere presencia de criaturas?».

           

            5.           La conciencia de la inhabitación trinitaria canaliza sentidos y potencias al abrazo amoroso con las divinas Personas. De ahí que el autor inculque también a sus hijos, en el actual y en otros escritos3, la práctica de la presencia de Dios, es


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decir, el empeño personal por orientar el espíritu a Dios mediante pensamientos y actos de amor, alabanza, gratitud, sumisión, ofrecimiento, súplica. Hemos de buscar a Dios «con entrañas, con voluntad, ansias y deseos amorosos» y, una vez hallado, retenerlo «con obras activas y santos pensamientos», con «oraciones y jaculatorias, actos y movimientos interiores». La memoria y el entendimiento juegan un papel insustituible como elementos activadores del amor y de la unión.

            El humus ambiental de nuestro escritor y, en particular, el movimiento de reformas regulares estaban, como se sabe, impregnados de prácticas de recogimiento e interiorización4. Su relación con los carmelitas descalzos jugó un papel coadyuvante remarcable en este campo; de ellos tomó ciertas costumbres, usuales en los noviciados, para mantener la presencia de Dios5. Por otro lado, la experiencia de la presencia de Dios se halla profusamente documentada en los escritos de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz6, si bien ninguno de los dos usa la expresión «continua presencia de Dios». De Teresa mediante la lectura de sus libros y de Juan de la Cruz a través de sus discípulos recibiría el reformador trinitario alguna luz o estímulo en esta materia. La «continua presencia de Dios» de que habla coincide en muchos aspectos con la «oración continua» (trato continuo de amistad e intimidad con Dios en Cristo) que santa Teresa pide a sus hijas, sobre todo en Camino de Perfección y Moradas7.

            En todo caso hay que afirmar que san Juan Bta. de la Concepción, por inclinación natural, educación y vivencia personal del misterio de Dios, no podía no subrayar en su magisterio los mencionados principios sobre la divina presencia. Como padre de la reforma y ejemplo de santidad, hemos de considerarle, también en esta enseñanza, iluminado por su experiencia carismática8.

 

 

 

           




1         Cf. NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, Apuntes críticos al tomo VIII: ActaOSST V/1011 (1958) 378381.



2         ANTONIO DE S. JUAN EVANGELISTA, Las criaturas en la doctrina ascéticomística del B. Juan Bta. de la Concepción: ETrin. n.1 (1963) 3638; JUAN DEL S. CORAZÓN, La inhabitación de la SS. Trinidad en el alma del justo, según la doctrina del B. J. Bta. de la C.: Ibid., 4961; J. M. DEL B. JUAN BTA. DE LA CONCEPCIÓN, La presencia de Dios y la divinización del alma según la doctrina del B. J. Bta. de la C.: Ibid., 95122.



3         Sobre todo, en los tomos VI y VII mss. y en El recogimiento interior.



4         Cf. M. ANDRÉS MARTÍN, Los recogidos. Nueva visión de la mística española (15001700), Madrid 1976; A. MARTÍNEZ CUESTA, El movimiento recoleto en los siglos XVI y XVII: Recollectio 5 (1982) 547 (en especial 3235).



5         Cf. PUJANA, J., Vinculación especial del trinitario con Dios Trinidad, según el santo Reformador, en La Trinità nella legislazione dell'Ordine Trinitario, Roma 1979, 176179.



6         Cf. la voz «presencia de Dios» en las respectivas concordancias.



7         En el fondo, Moradas no hace otra cosa que desarrollar el tema de las relaciones del alma con Dios Trinidad en el recogimiento interior de sí misma. En los cuatro grados indicados de presencia de Dios se pueden detectar puntos de contacto con los diversos grados de oración teresianos. Cf. AA.VV., Santa Teresa maestra di orazione, Roma 1963; M. HERRÁIZ GARCÍA, La oración historia de amistad, Madrid 19822.



8         Para un análisis más extenso del tema en los escritos de nuestro autor, véase PUJANA, J., Vinculación especial del trinitario con Dios Trinidad, en La Trinità nella legislazione dell'Ordine Trinitario, Roma 1979, 138179; ID., Trinidad y experiencia mística, Salamanca 1982, 2439.






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