Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
VIII. GRADOS DE LA PRESENCIA DE DIOS
Bien entiendo yo que esto es una cosa harto dificultosa para los que están aficionados a las cosas exteriores. Los cuales, por no perder lo uno y dejar lo otro, hacen ensalada, mezcla y junta, y así y quieren confundir y atropellar lo uno con lo otro. Que si hubiese de decir desto, sé que me alargaría harto tratando de unos hombres que no hay negocio que no tratan ni conversación que no gozan ni visita que no hacen. ¡Y se quieren tener por grandes hombres de oración y contemplación!
Confieso que, estando un hermano ahora en la cocina, que deseo que aproveche en estos pensamientos y oración, he querido hacer que le quiten el officio, y es muy conforme a razón que del todo esté recogido quien cosas tan delicadas debe tratar. Ahora pues, si un officio humilde, ejercitado y hecho con tanta humildad y silencio, como es cocer unas yerbas, hacemos cuenta que distrae, ¿qué hará el que de pies a cabeza está engolfado en sus deseos y pretensiones? Es necesario, lo primero, que de ellos vaque y se desembarace. Que así como el que tiene hecho el paladar a dulce no le sabe bien lo agrio, y al revés, así el que le tiene hecho a cosas de acá abajo, si primero no pierde ese sabor y atención, no gozará de lo dulce de la casa de Dios.
La esposa, antes que dijese que habíe cogido fructa de aquel árbor que a su garganta fue suave, dice que primero se asentó a su sombra 1. Y el hijo pródigo, cuando determinó volverse a la casa del padre, primero dice el Evangelio que se recogió dentro de sí: Et ad se reversus, dixit 2, etc. De esta misma suerte el que saliere acá fuera al trato exterior de los sentidos, antes que vuelva a la contemplación y abrazo amoroso de casa de su padre, ha de volverse dentro de sí y, para gozar de esa fructa [449r] suavíssima, se ha de sentar, parar y vacar de todo lo demás. Aun acá para beber una jarra de agua decís que la habéis de beber sentado. ¿Y ha de querer beber y gozar del agua que da vida inquieto a y levantado? No ha de ser de esa manera, sino que, como
cuando se hospeda un rey en casa de un labrador, que le echan fuera toda su ropa para que el rey se hospede sólo con su recámara, de esa misma suerte, habiendo un siervo de Dios de dar entrada y aposento en su alma al mismo Dios, cuya presencia pretende tener y traer continuamente, hala de desenbarazar y desocupar de lo terreno, dándosela limpia para que él la posea con pensamiento y cuidados sólo a su jaez del que viene a vivir y posar en ella.
Tras esta linpieza de pensamientos, viene el hallar a Dios. Y pues aquí he pretendido tratar de cómo la presencia de este Dios y Señor le durará, hemos menester decir más que eso, porque muchos hallan a Dios y lo topan y dejan vaya de paso. ¡Cuántos hay que enpiezan con grandes deseos y hacen lo que les dicen, y todo les dura poco o nada! Los cuales son como los que en la cuaresma buscan a Dios con la penitencia, mortificación y confesión, y esto les dura hasta la paschua, cuando con las aleluyas se vuelven a la vida antigua. No ha de ser desta manera el religioso, sino que, después de haber hallado a Dios, ha de procurar tenerlo y luego ligarlo y atarlo para que no se le vaya y luego, demás de eso, se lo ha de llevar.
Todo lo tuvo la esposa: Quaesivi quem diligit anima mea, inveni eum b, tenui et non dimittam 3. Ven ahí los cuatro estados: busquélo, hallélo, túvelo y no lo dejaré. Buscarlo en el retrete y recogimiento, hallarlo en la oración y contenplación, tenerlo atándolo y ligándolo con obras y actos que le obliguen y no dejarlo, que es la perseverancia. De manera que tras hallar a Dios viene el tenerlo. Yo confieso que apenas sé con qué poder explicar las diferencias de esta presencia de Dios. Poco o mucho, diré lo que supiere. Y digo que, después de haber hallado a Dios, viene el tenerlo, que es el segundo grado que alcanza el alma que desea alcanzar esta presencia. Y por un exemplo casi quedarán explicados todos cuatro modos que quedan dichos: hallarlo, tenerlo, atarlo y traerlo. Está un hombre desnudo y desea abrigarse, va a casa de un ropero a buscar un vestido que le esté bien para lo comprar y abrigarse con él. Lo primero, lo busca y lo halla; lo segundo, lo compra y lo hace suyo; lo tercero, se lo pone y abrocha; lo cuarto, lo trai siempre.
Pues de esta manera le sucede [a] quien busca a Dios: que lo primero lo halla y pretende su c amistad, lo segundo lo tiene como quien tiene el vestido en el arca, que es suyo y no se aprovechan de él ni se abrigan con él. Así hay algunos que tienen a Dios y aún no han llegado a tal grado de perfección que se sepan aprovechar de tanto bien como tienen en casa haciendo obras heroicas y singulares, sino se contentan con vivir una vida común, con no tener pecados. Tienen el sayo, pero no lo abrochan ni lo aprietan de suerte que les abrigue, [449v] como lo hacen los terceros: que, teniéndolo en casa, lo procuran
ligar y apretar y, como quien lo ase con corchetes y botones, ellos lo ligan y atan con oraciones, jaculatorias, actos y movimientos interiores, levantando cada momento el corazón a Dios. Que es lo que decía la esposa y hacía san Bernardo: Fasciculus myrrhae dilectus meus michi, inter ubera mea commorabitur 4. Hacía de su Dios un hacecillo y, aunque de mirra, de spinas y abrojos, poníale entre sus dos pechos, donde el entendimiento no lo perdiese de vista y la voluntad lo pudiese gozar y luego, con sus dos brazos, que son las obras y los afectos, lo apretaba y ligaba para que no se le cayese o fuese 5.
2. Importancia del tercer estado
¡Oh mis hermanos, y si supiésemos de cuánta inportancia es el ejercicio de este tercer estado, y cómo no nos descuidaríamos! Qué de ordinario sucede encender fuego en una chimenea y, por no haber cuidado de atizar la lumbre y soplarla, se muere y se apaga; y lo propio una lámpara por no cebarla de aceite y torcida, es lo propio. Muchos llegan a tener a Dios, pero suelen descuidarse en continuar sus sanctos ejercicios y soplar la lumbre con los actos y movimientos interiores, se viene a enfriar su poco a poco de suerte que se vuelvan a su flojedad y tibieza pasada. Muchas veces está el cielo que parece se quiere hundir de agua y, por no correr aire, deshacerse las nubes y volverse el cielo sereno. Este aire llamo yo unos soplos e inpulsos divinos que da el corazón movido de la presencia de aquel Señor que está en él.
Diránme: Hermano, pues si todos los de este estado tienen a Dios, también tendrán estos inpulsos y movimientos interiores, pues nacen de un propio principio, que es de esta presencia que en sí tienen de Dios. Digo que, aunque todos tengan esa presencia, no en todos hace unos propios efectos, porque obra según la dispusición que halla en cada uno y según cada uno se va dispuniendo. Como uno se dispuso para hallarlo y tenerlo y no pasó de ahí. Otro cuando lo vido en casa aprovechóse de ese bien y dispúsose con ese favor para pasar adelante, prestóle atención, devoción y nuevos deseos, y de ahí vino a que hiciese obras con que más lo obligase a detenerlo. Llano es que un propio fuego en dos partes, el uno puede ser de más dura que el otro porque, como decíamos denantes, al uno lo ceban y echan leña y al otro lo dejan así. Si uno alcanza y tiene a Dios y se queda y da por contento y pagado, en verdad que se apague la lumbre. Lo cual no hará en aquel que con ese bien se dispone para otro mayor.
La gallina, cuando ha de sacar sus pollos, apenas se atreve a levantar de los güevos porque, en perdiendo el calor que con su presencia les da, se vuelven güeros, y de ahí le proveyó la naturaleza para que en aquella ocasión tuviese paciencia y perseverancia, que enfermase de suerte [450r] que tenga necesidad del nido por cama, para no levantarse de ella y que d allí esté a pie quedo, mansa y sufrida y allí le lleven la comida. Lo cual quiso Dios dar a entender de sí propio cuando por su propheta 6 y en el Evangelio 7 se compara a la gallina en el modo de criar sus hijos y ampararlos, mostrando la paciencia que tiene y perseverancia hasta nos dar nueva vida y hacernos hijos suyos por gracia. Pues lo mismo ha de hacer el siervo de Dios que pretende tener a Dios de asiento y de reposo: que de asiento y de reposo se ha de detener en pensar y considerar en este Dios y Señor; no se ha de contentar con poner los güevos y dejarlos, divirtiéndose a cosas esteriores, sino que ha de tener la paciencia y perseverancia de un enfermo y su propio recogimiento, sus amorosos quejidos, un tierno derretimiento. Que con esta perseverancia, los buenos propósitos se vienen a empollar y a volver hijos vivos.
De donde vendremos a entender el cuarto estado de esta alma que decimos que, después de haber ligado y prendido a Dios se lo lleva, que es un estado e y escalón más adelante de ése dicho. Que por dos exemplos se entenderá. El uno, este que acabamos de decir de la gallina: mientras saca a sus hijos, tiene los peligros dichos, con que le obligan a la continua presencia y perseverancia. Pero, después de haberlos sacado y ellos con vida, sale la gallina con fortaleza para los defender, y ellos con más entereza f, de suerte que parece cada polluelo puede vivir de por sí, según ya cada uno tiene nueva vida. Pues así, después de haber pasado este siervo de Dios de este segundo estado de que tuvo necesidad de este recogimiento, este estar fomentando aquella divina presencia con nuevos actos, oraciones e inpulsos, pasa adelante y llega a tiempo en el cual ya parece saca nuevos hijos. Ya parece que el entendimiento tiene nueva vida, la voluntad y los afectos, pues siente que muchas veces, sin conocer que la madre esté sobre los güevos o en compañía de los hijos, a deshora y sin pensar siente que el entendimiento es ilustrado con algún particular conocimiento y la voluntad movida; y se halla que todas las cosas que dentro y fuera de sí están, que quieren reventar y dar voces alabando a su Criador. Parece que estos sentidos exteriores ya no han menester madre, según ellos tienen ya su cuidado de hacer su oficio en orden a aquello para que se les ha dado aquella
nueva vida. La lengua habla sin pensar cosas divinas; los ojos, bajos y humillados, lloran sin saber de qué lloran y las orejas se están preparadas para escuchar cualquier amonestación.
Parécenme estas potencias y sentidos en este estado como unos perros de ley: que, [450v] sin que el amo les diga nada, puestos en la ocasión, el galgo se va tras la liebre g, el podenco tras el conejo, el alano tras el jabalí, etc. En aquel recogimiento de que ahora decíamos, donde a h estas potencias y sentidos se les dio esta nueva vida, allí a cada uno, según su naturaleza, se le dio su inclinación y como gente de ley, en puniéndolos i en la ocasión, cada uno acude a hacer su officio con grande fidelidad: el entendimiento a conocer y la voluntad a amar, etc., y así de los sentidos exteriores.
4. Ejemplos de los cuatro estados
Creo que con este exemplo se abrazarán todos cuatro estados. Desea uno aprender officio, busca un amo que se lo enseñe. Lo primero es hallar el officio, lo segundo ejercitarlo, lo tercero aprenderlo y lo cuarto saberlo. Pues ¿en qué se diferencia esto tercero de lo cuarto? Digo que el que apriende el officio no está el officio en él con aquella seguridad que después de lo saber, porque, mientras le dura el aprenderlo, ha menester estar labrando so pena que, si deja de trabajar en él, podría olvidársele. Lo cual no tiene el que es ya maestro, que éste se trai el officio consigo que haga puertas o trabaje o huelgue. Lo propio digo yo del que busca a Dios y lo halla y después, con los actos y obras, apriende el officio; y después que ya lo sabe, parece que se llevó consigo a Dios de tal manera que, habiendo llegado a un estado de quietud, no obstante que no se vean obras exteriores, allá dentro se tiene el officio y se lleva y conserva a Dios. Digámoslo en una palabra. Tener a Dios los terceros o los del tercer estado est per modum actus y los cuartos per modum habitus.
Digamos otro exemplo que también lo abrace todo. Cuando encendemos lumbre, lo primero es buscar unas aschuas que enciendan la leña que está al fuego j, lo segundo encenderla de suerte que podéis decir que tenéis lumbre, lo tercero soplarla y atizarla, lo cuarto que ya los leños se hicieron aschuas. Lo propio digo yo de esta presencia: buscar a Dios, hallar a Dios, tener a Dios que encienda nuestra alma, procurar conservar este fuego y, lo cuarto, que nuestra alma quede ya encendida k y abrasada y endiosada, de manera que, sin ruido de soplos, de llama, de chispas, queda ya hecha un aschua el cual fuego ya parece se perpetuó en aquel madero para nunca jamás desunirse, apartarse ni desviarse dél, pues ya quedó todo, fuego y leño, hecho una misma cosa de suerte que por doquiera que miréis el aschua hallaréis fuego, de suerte que aschua y fuego es todo uno.
Y pues deseamos que estos cuatro estados sean cuatro escalones por donde nuestros hermanos suban a donde sin temor ni recelo tengan y posean a Dios, no creo que será prolijidad el declararlos con términos reduplicados. Y así me parece poner de estos cuatro estados los exemplos que mejor se ofrecieren l. Y así digo que también en este exemplo quedan m también todos [451r] cuatro estados declarados: en el que halla el tesoro, pues así es que Cristo comparó el reino de los cielos al tesoro escondido 8.
Ahora, pues, el tesoro abscondido lo primero lo buscáis, lo segundo es hallarlo, lo tercero guardarlo en el arca debajo de llaves y en bolsas, de suerte que no os lo hurten; lo cuarto, os aprovecháis de ese dinero y tesoro, haciendo con él casas, palacios, vestidos, adorno de vuestra casa y persona, de suerte que ya vos y el tesoro parece que sois una misma cosa, llamándoos por su respecto hombre rico, noble, principal, etc. Desta suerte, el alma deseosa de Dios primero lo busca como tesoro scondido y lo halla; lo segundo, se hace, como dicen, señor de él; lo tercero, lo entra en su alma n y, como en bolsas, procura enllenar sus potencias de este bien y, como con llaves y cerraduras, lo guarda y cierra con actos y obras exteriores y interiores. Lo cuarto, parece que ya hizo dineros y encorporó en sí el tesoro, de suerte que ya se llame hombre rico y endiosado, no porque tiene dineros en el arca, sino porque los encorporó y se aprovechó de ellos para muchas cosas o tocantes a su persona.
Así, hay hombres que, tiniendo a Dios, lo tienen trocado de suerte que el que es Dios ya es una misma cosa con el alma del justo. De suerte que ya lo podemos llamar rico a boca llena, pues a cuenta de este tesoro y de este bien y Dios que tiene y posee, habla, oye, contempla, reza, vive una vida sin comparación más alta que la que antes tenía. De suerte que de estos dos estados últimos podríamos decir lo que le sucede a una doncella dichosa: que, habiendo hospedado en su casa a un hombre muy principal o señor de título por güésped, en el hospedaje le hizo tantas y tan buenas obras y servicios, mostróse con él tan agradable que el güésped se vino a quedar por marido. Viene Dios muy de ordinario a un alma como por güésped, no porque Su Majestad no desee estarse y quedarse de asiento, que así lo dice él por san Juan: Ad eum veniemus, et mansionem apud eum faciemus 9, sino que, temeroso del hospedaje no ser cual conviene, ni las disposiciones de tanta dura, que le hayan de obligar a coger, como dicen, el hato y salirse de casa. Y así se llama él propio güésped por san Matheo: Hospes eram, et non cognovistis me 10; fui entre vosotros güésped y no me conocistes. Como si dijera: No quisistes llegar al segundo estado en el cual, con obras, palabras y servicios, me obligásedes de güésped a quedarme por marido. Pero el alma sancta de quien vamos tratando, en el puncto
que siente que está en casa, no se contenta con haber hallado tan buen güésped, sino que hace tales obras, tales servicios, actos y oraciones, que se le vino a quedar por marido y señor de casa, de suerte que, donde quiera que esta alma va, allí se lleva a su esposo y allí le tiene y posee.
Y p esto parece que es lo que la Iglesia canta en la venida del Spíritu Sancto, diciendo: Dulcis hospes animae; dulce refrigerium, in labore requies, in aestu temperies, etc. 11 [451v] Como si dijera: Vinistes, Señor, por güésped, pero no me sucedió con vos lo que sucede con los güéspedes del mundo: que, después de muy bien servidos, parece no van pagados, sino que, después del recibo de las grandes obras, van desabridos y gruñendo. Pero vos, Señor, sois dulce q güésped y tan bien agradecido a los pequeños servicios que un alma os hace que, viniendo por güésped, os quedáis por familiar de casa y Dios y Señor de ella para le ser continuo refrigerio. Y para mostrar esta duración de su familiaridad va diciendo la buena conpañía que le habíe de hacer, diciendo: In labore requies, in aestu temperies, in flectu solatium. Cosas que, para obrarlas y hacerlas, ha menester no estar por güésped, sino de asiento. Y así le pide luego: Reple cordis intima. No se contenta con tenerlo y obligarlo, sino que se entre en lo íntimo de su corazón, que la enpape toda, de suerte que toda ella quede endiosada, favorecida y estimada como señora que no sólo tiene a Dios, sino que le tiene por esposo propio, señor y dueño de la casa.
En lo que le sucedió a Jacob se verán estos dos últimos estados. Púsose a luchar con un ángel que traía las veces de Dios. Duró la lucha toda la noche. El ángel quería le dejase y le desasiese, y Jacob decía: Non dimittam te donec benedixeris michi 12. A la mañana hubo el ángel de bendecirle y cesar la lucha. Esta lucha dice el propheta Oseas que fue lacrymis et oratione 13; que luchó con lágrimas y oración. Esto es lo que hace el alma en el tercer estado que vamos diciendo: que está luchando con Dios para que no se le vaya con lágrimas y oraciones y otros ejercicios. Pasada esta lucha, entra el cuarto estado, en que esta alma queda con una bendición del mismo Dios, que es la que Dios da a las almas muy puras, según dice el Spíritu Sancto: Benedictionem omnium gentium dedit illi Dominus, et confirmavit, et testamentum suum confirmavit super caput eius 14. Diole la bendición de todas las gentes al alma que llega a este estado: la bendición de los tres primeros estados —del que busca a Dios, del que le tiene y ata para que no se le vaya— y quedó sobre su cabeza confirmado el testamento de Dios; que ya se ve que la confirmación de una cosa añade algo a la posesión de la misma cosa.
Paréceme podríamos ya concluir esto y decir, en summa, que, pues la presencia de Dios nos es de tanta inportancia, la procuremos traer y tener con grandes veras. No contentarnos con cualquier ejercicio en
la consecución de este bien que en ella pretendemos alcanzar, sino que no paremos hasta que gocemos la posesión de este bien en un estado quieto y pacífico, de suerte que no admita mezcla de otra ninguna cosa, sino que, como hombres provectos en ella, nos hallemos tan fáciles en su ejercicio como el que habiendo aprendido a tañer ya lo sabe tan bien [452r] que, sin mirar dónde pone los dedos de la mano, está tan diestro que, sin hacer ningún género de yerro ni desconsonancia, tañe admirablemente, juega de garganta y hace mill diferencias de sones.