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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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DIALOGO III Más sobre las penas del oficio

 

 

            PEDRO: Loado sea Jesucristo, hermano Juan.

            JUAN: Por siempre, hermano Pedro.

            JUAN: ¿Cómo ha ido esta noche?

            PEDRO: No si ha sido tentación, que no he podido quitar de la imaginación el reducir a su principio lo principal de nuestra conversación, porque, como son cosas que a mí sólo tocan, como hombre descuidado podría ser olvidásedes nuestro intento principal. Y digo que no si fue tentación porque, como el demonio es tan enemigo de nuestro bien, [157r] viendo que la conversación de prima noche era tan acommodada para reposar y dormir en el madero y cruz, donde el Hijo de Dios reposó y durmió el sueño de la muerte a, pudo procurar este adversario quitarlo del pensamiento con otros cuidados y pensamientos justos, que fueron pensar en mis penas y en la última razón que distes b: por qué me las dejó Dios tan vivas y pegadas al officio. Y cuánta verdad tenga el decir que son spinas y abrojos que nos hacen aguijar y no detenernos, que no es officio para dormir, pues no le sería posible reposar al que enllenase y pusiese entre la lana del colchón muchas espinas. Y que, si somos pastores que trasquilamos lana de las ovejas, ha de ser mullida con cuidados, penas y temores que en la cama del mayor reposo nos hagan c dar mill vueltas por los rincones de casa.

           


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He pensado cómo a este propósito trujistes aquel lugar y verso de David: «Pusiste, Señor, hombres sobre nuestra cabeza. Pasamos por fuego y agua y llegamos a buen puerto, que es el refugio» 1. Antes que explicásedes este verso, hice una pregunta, y fue: ¿por qué dice David que los prelados tienen puestos hombres sobre las cabezas? Pues era verdad que los súbditos son los pies y lo superior de este cuerpo místico son los prelados. Respondistes que en eso mostraba Dios quería que la corona del prelado fuesen los trabajos de los súbditos y no la quisiesen buscar en otra cosa, aunque fuese el recogimiento interior que a mí tanto me tiraba adentro y a descuidarme en las cosas de acá fuera; y que el estar puestos en aquel lugar fuese para los guardar y mirar, como las cosas que traemos sobre nuestra cabeza. Con esto que yo ahora he dicho, no tiene su charidad que hacer más de pasar adelante con su verso de David y proseguir su materia o, por mejor decir, desengaño mío.

            JUAN: Mucho me he holgado de os oír repetir la lición. Bien mostráis lo que habéis dicho: que no lo habéis podido quitar esta noche de la imaginación y que deseáis saber y aprovechar. Y no siendo esto vanas curiosidades, [157v] sino doctrina llana y para todos provechosa, bien es que la sepan los hermanos donados, particularmente en Religión que sacan al donado de entre las ollas y lo ponen entre los doctos y sacan al docto (según me decís) y lo ponen entre las ollas y tizones de la cocina. Según esto, el que tratare con los donados de los descalzos de la Sanctíssima Trinidad habrá menester estar sobre aviso, porque pensando alguna vez que habla con algún ignorante, viéndolo sin corona y sin capilla, será algún hombre docto que haya leído cátreda en el siglo.

            Paréceme, hermano Pedro, que, según eso, echándolo todo a la buena parte, como debemos hacerlo, todos los que trataren con nuestros hermanos donados los han de tener por sanctos y doctos: porque, si hablan, entenderán que son doctores; si callan, entenderán que son humildes. Cierto que ésta es una traza en bien y honra de la Religión.

            PEDRO: Por vuestra vida, hermano Juan, que dejemos esto. Pues me habéis prometido que en algún rato desocupado trataremos esta materia de nuestros hermanos donados, que nos volvamos a nuestra primera plática.

            JUAN: Mucho de norabuena. Y, si os parece, acabémosla de una vez, sin entremeter otra conversación, porque cada cosa la dejemos para su lugar.

            Digo d, pues, volviendo a nuestro intento, que puso Dios sobre los prelados hombres, que son los súbditos. Y para dejar esto concluido con la explicación que he dado a estas e palabras, digo que, tratando de este officio, Cristo comparó el prelado al pastor y el súbdito a la


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oveja. Que es officio, si bien se advierte, que para nada en su provecho se puede servir de las propias ovejas, como el labrador se sirve del buey para arar y del jumento, mula y caballo para caminar, y el mercader del criado para granjear, y el padre del hijo para le servir y acompañar. Pero quien ve la oveja y al pastor, echará de ver que el pastor es el criado y la oveja y ganado el amo, pues siempre anda comiendo y engordando por los campos, y el pastor sirviendo, trabajando y banqueteando 2. [158r] Y si algún rato el pobre pastor se cansare en el bien de la oveja, no puede subir sobre ella para hacer jornada, antes al revés, que si la oveja se cansare, ha de ir sobre los hombros del pastor. Lo cual vemos haber significado Cristo en la parábola de la oveja perdida 3 y haberlo hecho el mismo Cristo buscando al hombre y puniéndolo sobre sus cuestas. Todo para darnos a entender que los prelados han de tener los súbditos sobre sus ojos, sobre sus cabezas y encima de sus hombros, que no son bueyes que han de arar y andar arrastrados por la tierra, ni jumentos sobre quien suban, se levanten ni enpinen, ni son criados y ellos mercaderes para que les ganen y contribuyan, ni son padres de carne para que como hijos los sirvan y acompañen, pareciendo ser más duques y condes, según quieren ser acompañados de súbditos. Son pastores que han de parecer más criados que amos, ellos velando y trabajando y el súbdito paciendo en los montes de Israel, ellos a pie y los súbditos sobre sus hombros para disimular y suplir su flaqueza.

            Pues decidme, hermano Pedro: si esto es ser prelado, ¿qué mucho que, cuando os determinastes a dejar la soledad y vuestro recogimiento y os abrazastes con el cuidado de almas, os enllenásedes de penas, miedos y temores, ansias y fatigas? Spinas y abrojos son, que no colchones de pluma; spuelas son que hacen aguijar, y no sillas de asiento para reposar. Y no penséis que el trabajo sólo es traer los súbditos, que son ovejas, sobre los hombros y sobre nuestras cabezas, que si ahí quedara, ¡vaya!, que gloria es premiar al bueno, estimarle y quererle y coronarse con él, pero hay otros que no son ovejas, sino cabrones, que ellos sin que los pongan se suben y enpinan sobre los más altos montes y encumbrados chaparros a satisfacer sus antojos. Y tanbién por éstos debiera de decir David que f tenía hombres sobre sus g cabezas, hombres que si no los estimáis, tenéis y reverenciáis, no os averiguaréis con ellos. ¡La carga es así como quiera, para no estar lleno de penas, miedos y temores!

            Pues veamos el camino que el prelado hecho jumento y cargado lleva. Que podría ser, ya que la carga es grande, fuese de algún alivio [158v] el buen camino, pues dice: «Pusiste sobre nuestras cabezas hombres y pasamos por fuego y agua» 4. ¡Mirad qué camino para descansar, o que se os alivie la carga, o para iros a espacio con ella! Dos cosas


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dice tiene este camino, por do va nuestro buen prelado cargado: fuego y agua y hombres sobre su cabeza. Carga es que si, llevando el camino por agua se os levanta una borrasca, [no] os podréis descargar de ella, echarla en la mar y alivianar el navío para aseguraros. Sino que son hombres de los que vamos cargados y encargados, a quien Dios tanto ama, como dejamos dicho, de quien le hemos de dar tanta cuenta; que dice él propio por Eczechiel que su sangre derramada la ha de pedir a los prelados 5.

Y de esta verdad nos dio exemplo vivo en su pasión, pues, cuando le entraron las aguas hasta el ánima y las borrascas, iras y enojos llegaron hasta el cielo (que no hay que pintaros aquel extraño alboroto y descompostura del mar y de todas las criaturas contra su criador), en este tiempo parece era bien necesario aliviase Cristo el navío y soltase la carga. Y así lo hizo de muchas cosas, pues se desasió hasta de la propia madre, llamándola mujer y dándosela al discípulo 6. Se descargó de sus vestiduras muriendo en una cruz, y derramó su sangre, dejando sólo del navío las tablas, que era aquel cuerpo llagado h y el piloto que lo regía y gobernaba, que era la divinidad, siempre asida y unida con la humanidad, echando el squife a lo hondo del linbo, que fue su sanctíssima ánima, que librase i gente. Y con haberse desembarazado tan bien en tiempo de tantos trabajos y quedando tan solo que, siendo una propia cosa con su Padre, le dice que lo ha desamparado 7 y, con todo esto, no se desasió ni se despegó jamás de los peccadores, pues rogando por ellos 8 muere y, representados en las espinas de su cabeza, con él quedan asidos. Y, porque tengan buen amparo en el tiempo que él es desamparado y cuando, muerto, no puede hablar por ellos, quiere que le abran el costado y que allí se escondan, tapen y encubran.

            Seasmill veces bendito, Señor, y cómo me pareces al que quiere pasar un río que no tiene vado: que si tiene cosas de valor y estima, como algunas perlas, se las come y traga y el hatillo que puede se lo pone sobre su cabeza y con eso nada hasta pasar al otro puerto. Estas dos cosas, Señor, heciste con los peccadores: parece te los tragaste y te los comiste, diciendo tú por san Juan que ése es tu manjar y comida 9. En ese pecho, costado y corazón los encerraste, que son perlas y piedras preciosas y, si perdidas, buscadas y halladas; y para que lleven más seguro en tu pasión [159r] te las tragas y comes, según lo que después tú dijiste a san Pedro en aquella visión que tuvo de aquellos animales inmundos, donde se le manda que los mate y los coma 10 para que no peligren ni se suelten de la mano por tiempo más borrascoso y tempestuoso que al prelado se le levante. Y siendo como son estas almas


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tu vestido y adorno, no pudiéndose vadear a pie lo profundo de tu pasión, levantado en lo alto de la cruz sobre las j olas de los trabajos porque no se pierdan y vayan al fondo, que son muy pesados, y el día que los dejes de la mano son perdidos, por eso, Señor, los pones sobre tu cabeza y con ese seguro suyo pasas tú la mar de tantos trabajos. Todo esto, para dar a entender a los prelados que, aunque es verdad que pasan mar, vadean río, según lo que David dice en su verso: per ignem et aquam 11, que estén advertidos que, si las olas dieren por el cielo y sus afrentas y trabajos k no los pudieren apear, que la carga que llevan sobre sus cabezas no es carga de que se han de descargar ni echar a lo fondo, sino que han de ir sobre sus cabezas, donde no peligre, donde, si los prelados padecieren, ellos pasen a pie enjuto, digo libres de faltas y culpas.

            Ahora, pues, si la carga es de hombres y mercaduría que no se puede dejar ni arrimar un rato para descansar y el camino es por agua, ¿quién duda sino que los deseos que el prelado tendrá de llegar al puerto serán grandes? En todos los officios hay ventas y paraderos, y no hay caminante, por priesa que lleve, que no descanse un rato en una venta, ni hay officio, por presuroso que sea, que llegado a la fiesta no descanse. Pero no para el que navega, para éste no hay venta ni disanto, todo es marchar y caminar. Que eso es lo que quiso decir el sancto Job: Mis días pasaron como naves que llevan manzanas 12, fructa que no quiere descuido en el detenerla en casa, sino daros priesa hasta dar con ella do se venda antes que se pudra. Y naves que siempre están en el agua, porque el día que de ahí sale la nave, no sirve de nada ni vale para otra cosa. Así, dice el sancto Job, fueron mis días, que parece no valían sino para estar metidos en el mar borrascoso de los trabajos y tribulaciones; y la carga que ahí llevaba no era para detenerme con ella, sino para darme priesa a caminar y ponerla en puerto seguro.

            Estos son los días de los prelados: días puestos en trabajos y metidos en la mar [159v] para quien no ha de haber venta do reposen ni día de fiesta en que descansen, que pasan por agua y llevan carguío que no quiere descuido hasta poner los súbditos en las manos de quien los crió.

            Ves aquí, hermano Pedro, de qué te sirven las penas en el officio: de hacerte caminar y alargar el paso. Que si en tiempo de tormenta no se camina con tanto gusto, camínase más apriesa. Y dígote de verdad que, según dicen los que de esto saben, la mayor y más peligrosa borrasca en la mar es cuando padecen calma y todo está quieto y sosegado, que por no pasar adelante vienen a tanta necesidad que suelen ser manjar de pescados. Yo he grande lástima a los prelados cuya vida


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es contento y placer, regalo y descanso, gente que siempre está en un puesto. De quien dice el Spíritu Sancto que ducunt in bonum dies suos 13. Que yo no los entiendo: que les haya dado Dios cuidado de almas y duerman en camas con siete colchones y se sirvan de ochenta pajes y se regalen con cien platos. Daos priesa norabuena, o, por mejor decir, en hora mala, que acabarse ha la renta y daréis fin al flete y matalotaje, que vosotros seréis manjar de pescados, de gusanos y de demonios. Dichoso tú, hermano Pedro, a cuyo officio dejó Dios acensuados l y atributados los trabajos, penas y temores, que, si con menos gusto, con más presteza y ligereza te harán caminar y llegar al puerto deseado. Dice más David en su verso: que pasan estos prelados, con esta carga que hemos dicho, por fuego 14. El fuego es el elemento más ágil que hay y el más presto. Pues decir que pasan por fuego y que les tiene m hecho su trono y asiento de fuego es decir la presteza con que han de caminar n, lo propio que del agua o hemos dicho.

            Notable cosa que a Moisés le imponen para prelado y le mandan que se descalce, y a David que pase por fuego y descalzo. Y por el fuego en verdad que no quiere espacio; y cuando fuera lícito descargaros un poco de la carga que lleváis p, no es lugar a propósito el fuego ni el agua, porque el agua la enviará a lo fondo y el fuego la consumirá.

            Y así concluimos que siempre cargados y siempre apresurados. ¿Por qué pensáis que cuando sacaron q los ángeles a Lot, mujer y hijas de Sodoma les pusieron el fuego [160r] a las spaldas 15, sino para r que alargasen el paso, que no les importaba menos el detenerse que perder la vida, pues en el fuego no se puede conservar? Padres míos prelados, alargar el paso, que caminamos por fuego y agua, elementos que en sí no tienen venta ni posada. Los que caminan por el agua comen el pan bizcochado, que es dos veces amasado y cocido, como lo comía el sancto rey David cuando, después de se lo haber puesto a la mesa una vez cocido, lo tornaba a amasar con sus propias lágrimas, diciendo: Et panem meum cum fletu miscebam 16. No es razón, porque yo sea rey, que coma el pan de balde, que en fin es amasado con el sudor de mis súbditos, y será bien que se torne a amasar otra vez con lágrimas y a cocer con dolor. Como acá dice el refrán: no es bien que quien no cuece y amasa, coma s sin dolor hogaza. Que, en fin, este poco regalo, este pan bizcochado, este dolor y lágrimas, todo nos servirá de espuela y aguijón para sentir la largura de mi destierro y para desear a ti, Dios mío, como el ciervo desea t las fuentes de las aguas 17.

            De el fuego dice el sancto profeta: Misit ignem de caelo in ossibus meis et erudivit me 18; envió fuego del cielo y entrólo en mis güesos y enseñóme. No fue cualquier fuego el que entró en mí: no el de la tierra que, por


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estar en ascuas y en carbones, es pesado, sino un fuego del cielo u, que es v ágil, ligero, y éste no lo puso fuera de mí, sino dentro de mí. Porque este fuego exterior muchas veces sirve de regalo y de entretenimiento, pero el que está allá dentro hace de nosotros una propia cosa con el mismo fuego. Con éste, dice w el propheta, me enseñó. ¿Qué puede enseñar con el fuego, sino lo que yo voy diciendo? Enseñóme a alargar el paso, a ser presto en las cosas que pertenecían a mi officio. Enseñóme a no descansar ni tomar reposo acá en la tierra, pues enviando y puniendo fuego en mis güesos, me hizo un fuego encendido. Que es lo que la sagrada Scritura dice del sancto Elías: Sicut facula incensa 19; que era hacha encendida. Porque éste es un officio que siempre se ha de estar celando. Tiene otra propiedad el fuego, según por experiencia se ve y dicen los naturales: que no habiendo cosa que haga temer al león, ni una espada ni otras armas ni otro animal, un poco de fuego le hace temer y temblar. La razón por qué no temen dicen que es porque los güesos los tienen llenos y macizos, que es donde se encierra y aposenta el temor y el miedo en los demás animales, que tienen los [160v] güesos x porosos; pero no yo por qué al león le hace temer el fuego si no es por ver que no hay para el fuego valentía, no hay brío ni fortaleza, pues un poco de fuego debajo la tierra vuela fuertes y castillos y derriba torres.

            Muy ordinario es no temer los príncipes ni reyes, los subidos y levantados, los que rigen y gobiernan el día de hoy, porque nada en sí tienen vacío, están llenos y nada les falta. Pues ser prelado y no temer es un grande mal, de donde podría un prelado venir a hacer grandes yerros. Para remediar este inconveniente, dice el propheta, envió Dios fuego del cielo y enseñóme; como si dijera: enseñóme a temer. Elías es hacha encendida, es leonazo de quien temen los leonazos, los príncipes y reyes. Esperad, dice Dios, que yo enviaré fuego en sus güesos, que por muy fuertes, llenos y apretados que estén, el fuego los penetrará y le enseñará a temer a una mujer flaca y a y huir de ella 20; que los buenos soldados no sólo han de saber acometer, sino saber huir a su tiempo. Esto hace el fuego con los prelados z: que si la grandeza del a oficio, el ser capitanes y señores les da brío para acometer, el ver que tiene Dios fuego para castigar les hace temer y huir el cuerpo a las ocasiones de le ofender. Y esto es lo que David dice tratando del peccado que habíe commetido contra Urías y Bersabé: Tibi soli peccavi 21; pequé contra ti sólo. Como si dijera: no tuve a quién temer ni tener miedo, sino b de ti sólo, que sabes, Señor, enviar fuego del cielo que entre en los güesos más llenos y fornidos de los poderosos y que los haga temer y temblar, tanto que timor et tremor venerunt super me, et contexerunt


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me tenebrae 22; de tal manera me cogieron estas dos cosas, miedo y temor, que se me venía a quitar la vista de los ojos, de suerte que el príncipe y rey, ante cuyos ojos nadie se atrevía a poner sin temor y miedo y con sólo mirar mataba, ya esta vista está tan rendida a ti que el temor y miedo que sobre mí han venido me la tienen turbada.

            Hermano Pedro, no quiero cansarme más en probaros esto que he pretendido. Bien claro queda que el miedo, temor y pena que os ha quedado con el officio es fuego que Dios tiene puesto en vuestros güesos para con él enseñaros a temer a Dios, y no porque seáis prelado no tiniendo acá abajo a quien rendiros, lo estéis al mismo Dios, [161r] ante cuyos ojos no hay leones que no tiemblen y Elías que no tema a una flaca mujer, porque es muy necesario se mezcle y agüe lo muy fuerte del officio con lo muy flaco del hombre; y que si el oficio c lo levanta, el miedo y temor lo humilla.

            Y así, según esto, no hay que daros pena vuestra pena, sino dar gracias a Dios porque os la dejó en el ejercicio de vuestro officio para que os sirviese de corma y os detuviese en lo ilícito y también sirviese de fuego que os aligerase en lo lícito y en las cosas que más convenían acerca de vuestro officio; y esas penas d, temor y miedo os sirviesen de dos alas para más presto caminar con vuestra carga al puerto deseado. Y no sólo penas y alas son una misma cosa en lo que vamos tratando, sino un mismo vocablo latino y español significa ala y trabajo, pues penna significa las alas y pena las penas y trabajos. Y si las alas levantan en alto y alejan el pájaro y lo ponen en seguro e, según lo que David dice: Quis dabit michi pennas sicut columbae, volabo, et requiescam? 23 —¿quién me dará alas de paloma para volar y absentarme de estos cuidados exteriores, recogerme en el interior y allí descansar con mi Dios?—, pudo ser que estas alas que aquí pedía David fuesen las penas y trabajos de que vamos tratando, de quien dice san Gregorio: Mala quae nos hic premunt, ad Deum nos ire compellunt 24. Estos trabajos y penas que Dios nos envía nos aprietan a que vamos a Dios. Como acá decís a un hombre que os da priesa para que hagáis un negocio, soléis decir: Fulano me aprieta para que haga esto. Pues estas penas que interiormente Dios nos envía, dice san Gregorio, nos aprietan a que aligeremos el paso y vamos a Dios.

            Y quiero, hermano Pedro, que notes un bocadito acerca de esto, que te será de consideración para saber cómo has de llevar tus penas. Que tomando f en este sentido en el verso de David pennas que significan alas y que signifique penas, que son trabajos, no carece de misterio pedir David alas o trabajos de palomas. La paloma no tiene hiel, que es el asiento de la ira, del enojo y de la cólera. De aquí es que este animal, por grandes trabajos que le sucedan, jamás se queja como los


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demás animales. La oveja cuando la hieren o matan bala, el buey berrea, el león brama, etc. Pero la paloma es sencilla, simple, mansa, sufrida, que le quitarán mill veces los hijos y otras tantas volverá a su agujero, y en él estará y vivirá con particular perseverancia. Y por esto [161v] pide David a Dios penas y trabajos de palomas, trabajos padecidos y sufridos con paciencia, llevados con silencio, con perseverancia; y éstos son los trabajos que sirven de alas y plumas para levantar a un alma y ponerla en seguro do descanse. Porque trabajos sufridos con inpaciencias, desabrimientos, murmuraciones, esos trabajos no serán alas de paloma, sino plumas de milano, que estando en alto le sirven para que se abaje y abata a comer cosas asquerosas, o serán plumas y alas de avestruz para sólo andar por el suelo, o serán piedra pesada que echa a los tales a lo fondo de la culpa.

            Y pues Dios ha sido servido, hermano Pedro, de darte en el officio que tienes penas, procura que sean trabajos de palomas, que si Dios permitiere en el officio que tienes que se te mal logren tus hijos y salgan los novicios, menoscaben los religiosos, no por eso te has de cansar, sino que, perseverando en el propio officio y acudiendo al propio agujero como paloma, tornes a poner, enpollar y reengendrar otros hijos para Dios. Y si, no contento con eso, permitiere Dios que te quiten la vida, la pierdas como paloma, sin murmuración ni quejido, sino que la sufras con paciencia, tomando exemplo en el Maestro de la vida, que no abrió su boca cuando lo llevaban al matadero 25. Y estas penas así sufridas son alas de paloma, alas ligeras con que el alma apresura el paso y aligera el vuelo hasta llegar a Dios, donde está nuestro descanso y seguro.

            De lo dicho te quiero, hermano, dar otra razón que te servirá tanbién de consuelo para tus penas tan pegadas a tu officio. Tú me dices que, junto con el officio de prelado y de cuidado de almas, te quedó un temor y miedo interior que te trai afligido y desconsolado en tanto grado que muy de ordinario no sabes de ti. Advierte, hermano, que es y ha sido una traza de Dios grandíssima y pronóstico de los muchos y grandes trabajos exteriores que habíen de acompañar tu officio. Dios, que es padre de misericordias, viendo los grandes golpes que por de fuera habíes de recebir, quísolos prevenir con un golpe interior; que si pena sirviese de medicina de otras penas. Así como acá solemos decir que un clavo, si es grande, saca a otro clavo pequeño; y con esas penas interiores te quitará y adormirá para que no sientas las exteriores.

            Mira lo que acabamos de decir del miedo y temor [162r] que confiesa tener David: Timor et tremor venerunt super me, et contexerunt me tenebrae 26; que vinieron sobre él miedo y temor y se enllenó de tinieblas. Son ya tantos los males, los trabajos, disgustos y desabrimientos que consigo acarrea el officio de prelado que, si tú lo ejercitas como debes o con contrarios, es necesario que miedo y temor te metan y pongan en tinieblas, donde, si padecieres y sufrieres los males que consigo trai


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el officio de prelado, no los veas. Que te prometo cierto el officio el día de hoy es un vaso lleno de purgas g, afrentas, injurias y deshonras, que, si lo güeles o miras, te hará dar mill arcadas y echar las tripas. Y así es bien que miedo y temor te cerquen de tinieblas para que obres y hagas lo que es voluntad de Dios, sin andar deslindando ni examinando los disgustos ni desabrimientos que trai consigo.

            Aquel libro que comió Eczechiel dice la Scritura que en la boca le fue dulce y en el estómago amargo 27. Es llano que, si fuera al revés, no le comiera el propheta, o no pudiera comer si en la boca fuera amargo y en el estómago dulce. Aquel libro, que estaba lleno de pro­phecías, significaba el officio que el sancto habíe de hacer en su predicación. Este está tan lleno de ayes y bes, de trabajos y pesadumbres, que, si Dios no buscase trazas para que en la boca fuese dulce o menos penoso, no tiniendo ojos por estar cercados de tinieblas para no leer los ayes y ajes que tiene consigo, es muy cierto que nadie lo comeríe. Dice que allá dentro en el vientre era amargo; ésta es la pena, miedo y temor que en lo interior Dios pone con que no se sientan, como digo, las penas exteriores.

            Notable cosa aquello de Elías. Deseó ver el rostro de Dios. Pónele a la puerta de una cueva; baja de lo alto del monte estruendo, ruido, torbellinos, que arrancaban piedras y destroncaban gg árbores, y después bajó Dios en un silbo de una manera delicada y Elías cúbrese el rostro y tápase la cara con la halda de la capa 28. Pues ¿qué es esto, Elías? ¿No habéis andado por alcanzar este bien mucho tiempo y os ha costado trabajo y deseo? ¿Cómo ahora os tapáis la cara? Podrá respondernos que la flaqueza del hombre es grande y que Dios viene con grande ruido y estruendo y que es bien pasen aquellos torbellinos, trabajos y acompañamientos a ojos cerrados, no le hagan flaquear en presencia de tanta majestad y grandeza.

            ¡Oh buen Dios mío! [162v] Todos deseamos officios y en ellos deseamos y buscamos a Dios, pero como estos officios vienen de ordinario (digo en los officios que está y viene Dios) con truenos y relámpagos, con trabajos y afrentas, ignominias y deshonras (porque todo esto es cierto si el officio se ha de hacer como se debe), Dios, que es Padre de misericordias, que ve y sabe nuestra flaqueza, al pasar este estruendo y torbellino, nos echa un pedazo de capa en los ojos, que son las penas, miedos y temores interiores de que vamos tratando, para que no flaqueemos ni desmayemos ni huigamos, sino que hagamos pie hasta que, todo eso pasado, venga al fin y al cabo de la vida la suavidad de Dios premiando y regalando, que por eso viene en marea delicada. Porque, si el officio te ahogaba y no te dejaba resollar, la carga de Dios será tu resuello y anhélito y será un soplo que se te entre en esas entrañas muy sin pensar, que te aligere la carga.

           


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PEDRO: Cierto, hermano Juan, que esta razón que ahora me has dado que siempre la quisiera traer delante los ojos para de veras con esas penas interiores no ver las exteriores, porque me sería de grande consideración pensar y entender siempre me las da Dios por medicina y alivio de los trabajos que andan hermanados con los officios; que, en fin, ojos que no ven, corazón que no quiebra. Y veo esta misma traza usa Dios en lo natural cuando deja escondido y enterrado el granillo de trigo debajo la tierra el invierno, cuando encima de ella todo es escarcha y hielo frío y otras inclemencias, que si saliese afuera perecería. Cierto, hermano Juan, que yo conozco la misericordia que Dios ha usado conmigo en haberme enterrado y sepultado con penas interiores y que ésas me hayan tenido tan bien ocupado adentro que no me hayan dejado salir afuera, donde pasa un tiempo tan borrascoso que juzgo sería acabar el que dél quisiese gozar.

            Y por haberme sucedido a mí una cosa que servirá de exemplo que pruebe lo que acabáis de decir, la diré. En una ocasión quisieron hacer en mí una cura algo dificultosa, que era concertarme unos güesos que yo tenía desconcertados. Y al tiempo de enpezar la cura dijo la persona que la hacía que fuera de importancia si yo me amorteciese, porque, así traspuesto, él mejor podría hacer de mí lo que quisiese puniendo cada güeso en su lugar. Porque, como los hombres somos tan sensibles, de buen quejar [163r] y doler, nosotros propios estorbamos la cura y le quitamos la libertad.

            Esto me parece prueba muy bien lo que me habéis dicho: que, como es tan dificultoso el regir y gobernar y poner cada güeso y súbdito en su propio lugar, premiando al bueno, castigando al malo, enseñando al ignorante y corrigiendo al atrevido, que si Dios interiormente, con las penas que vamos diciendo, no amorteciese y suspendiese el sentimiento del hombre, este mismo hombre, que de suyo es tan sensible, sería el propio prelado estorbo para que Dios no hiciese lo que pretende en la cura de la tal communidad, porque nuestras quejas, sentimientos y poco sosiego quitaría la libertad a la disposición de las cosas. Y así, hermano Juan, os pido muy encarecidamente le pidáis a Dios, en lo que me queda del officio, que yo no dispierte ni vuelva en mí; que más quiero estar muerto para no estorbar tanto bien, que no vivo y detenerlo.

            Siento en mí, hermano Juan, una notable flaqueza. Y es que como estas dos maneras de penas y trabajos, interiores y esteriores, cada una de por sí trabaja y hace lo que puede para salir con la suya, si la interior me lleva adentro, la exterior me saca afuera; y aunque es verdad que vence la más poderosa y ha vencido la interior, pero con todo eso, siempre que algún trabajo, afrenta o deshonra llama a la puerta, si no salgo afuera a ver lo que pasa porque no me dan más licencia, por lo menos respondo y pregunto: ¿quién va? Y soy amigo de saber quién es el que llama, qué h busca y quién lo envía. Quiero decir que si,


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estando yo así interiormente ocupado, se me ofrece alguna mortificación, algún disgusto y trabajo exterior, querría deslindarlo y lo procuro saber qué trabajo es, si me busca a mí y quién es el que me invía aquel trabajo y pretende dar aquella pesadumbre. Y aunque es verdad que yo no lo conozco porque no me dan licencia para ello, pero sólo el hacer esa pequeña diligencia o tener aquel solo deseo de saber quién me quiere mal, quién me persigue, me da tanta pena que alguna vez me hace perder pie. Y no si diga un atrevimiento. Y es que con sola una cosa castiga Dios el que yo tengo en quererlo saber y me quita no lo sepa; y es que, como esas penas interiores ha tanto tiempo que me llevaron adentro, las partes exteriores, [163v] que son las que ayudan para el conocimiento de las cosas de afuera, han quedado algo yertas y desamparadas de suerte que, cuando me quiero aprovechar de ellas para scudriñar mis curiosidades, las hallo como guchillo o hacha bota que no quieren i cortar ni ayudar a lo que otras veces solían. Y así, cuando hago alguna fuerza para venir en el conocimiento de esas cosas exteriores, quedo más ciego, porque, estándolo en lo de afuera y perdiendo el de adentro por el divertimiento que tuve, paréceme quedo hecho j un pedazo de un palo. Y por eso he dicho me encomendéis con muchas veras a Dios para que viva contento con el estado de penas y trabajos que Dios me ha dado, que si él lo dio o lo permitió, eso debe de ser lo que más conviene.

            JUAN: Cierto, hermano Pedro, que ésa es harto grande mortificación, porque, si, por una parte, mostráis estar con las penas interiores muerto, deseando querer tener conocimiento de las exteriores estáis algo vivo. Es inmenso trabajo. Considerad: si un hombre tuviese una parte del cuerpo viva y otra muerta, ¿cuál sería el dolor y el sentimiento? Misericordia es grande de Dios que esa parte que tenéis viva os la refrene y ate para que no hagáis con ella lo que vos quisiéredes, sino lo que Dios tiene determinado.

            Bien entiendo de vuestra parte os podríades ayudar, que sería fácil, pues Dios tiene puesta tanta parte de la suya para mayor bien vuestro. Y para que sepáis lo mucho que Dios hace y con lo poco que de vuestra parte remediaríades esa mortificación que recebís, deseando saber vuestras penas exteriores, os quiero poner un exemplo. Ahora considerad que está un hombre honrado en su casa, ocupado en cosas de consideración. Oye grande ruido en la calle, pero no sabe ni conoce lo que es ni quién lo hace. Este tal es llano que se estaríe quedo en su ocupación. Pero si estando allá dentro, como digo, oyese que en la calle un vecino suyo de poca consideración le está afrentando o tirando piedras a la puerta, sería muy cierto que la consideración y conocimiento de esas afrentas lo incitarían y provocarían a salir afuera a tomar venganza o a castigar semejantes agravios. Tú, hermano Pedro, estás ocupado interiormente con las penas que adentro te recogieron; oyes acá afuera en el officio ruido y estruendo, pero no conoces quién lo


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hace ni con quién las han, que es la merced que confiesas recebiste de Dios. Estáte allá dentro, que para [164r] eso te puso Dios en ese estado. Que si conocieras quién te persigue, quién te afrenta, ese propio conocimiento te obligaba o incitaba a la venganza y castigo de cosas semejantes.

            Y si te pareciere que, por no remediar los males exteriores que exteriormente te pueden armar, te darán a la garganta y te pondrán en peligro de te ahogar, confía en Dios, que él te librará como si fueras pajarillo dando un vuelo a algún monte alto que prometa seguridad y te libre del cerco y rodeo de los scuadrones de Saúl 29. Y pues Dios, con tus temores y penas sanctas, te ha quitado la vista de las penas afrentosas, lo menos es lo que te falta y queda por hacer para quedar en perpetua paz y quietud, que es tapar las orejas para no k oír. Lo cual te será fácil haciendo eso que dicen de la serpiente: que, para librarse del cazador que la pretende coger y encantar con voces exteriores, pega la una oreja a la tierra y la otra la tapa con la cola.

            Penas te quitan la vista y el conocimiento de las afrentas que exteriormente padeces. Si no quieres oír, pega una oreja a la tierra considerando que eres tierra, que es la cosa más baja que hay —y que digan de lo bajo bajezas, poco importa—, y la otra la tapa con la consideración del fin y paradero de todas las cosas, donde al paciente y sufrido premian y al atrevido castigan; y con esto quedarás bien libre de que cosas exteriores te atruenen ni perturben ni de que quedes, como denantes decías, hecho palo, sino hombre discreto para Dios y exemplo para el mundo. Quedarás como Cristo dice que han de ser sus discípulos: negados y no conocidos para el mundo 30, y con la cruz de tus penas para ser amigo de Dios.

            PEDRO: Yo determino de tomar el documento que me habéis dado, hermano, de no escuchar ni responder a gritos ni voces exteriores, las cuales quedarán, como decís, a cuenta de Dios el ponerles silencio, ocupándome yo en sus mandados. Y si han de ser a su cuenta, venga lo que viniere y vaya lo que fuere. Sólo quisiera ahora, si no me temiera el tañer presto a silencio, pues l he reducido a lo práctico la doctrina que habéis dicho en esta última razón, descubriendo lo que está encerrado en mis penas, mostrando por experiencia cuánta verdad eso tenga, quisiera también aplicar y mostrar la verdad en mi persona de la razón m antes de ésta; porque, [164v] como de aquélla sacastes esta última, no me atreví a cortaros el hilo. Y ahora me temo que se ha hecho tarde y pienso tocarán a recoger. Que aunque es verdad que yo ahora haga officio de prelado y podría suspender un rato el tocar a silencio o disimular, pasando la plática adelante, que lícito les es a los prelados communicar cosas sanctas en cualquier tiempo, por ser personas que menos tienen de todos los religiosos y han menester hurtar a cada cosa


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un poco: al dormir, reposar y callar, para acudir a otras cosas de que tienen necesidad, pero también veo que fuerza y obliga más el buen exemplo que debemos dar a los súbditos. Que no siempre se puede hacer lo que es justo, porque, siendo acerca de las personas que lo obran, podría no serlo en los juicios de los que lo ven y murmurarlo. Y más, que los hermanos donados a quien esto encomiendan deben en todas las cosas ser más puntuales y más cautos, porque yo que muchos de los coristas no han llevado a bien esta promoción de donados en presidentes, y la envidia es agua de colirio que les n abre los ojos para que mejor vean; y quiera Dios que no vean lo que no es o lo que se les antoja. Y así, trayendo sobre nosotros tantos ojos que nos miran, es bien mirar por nosotros, que tienen el dicho en la mano en cualquier defecto, por pequeño que sea, en que nos cogen o, que luego dicen: en fin, es p donado, eso causa la ignorancia, que acarrea inadvertencias, en fin, la falta de letras trai consigo faltas en las obras. Y todo eso ha de llover sobre nuestro hermano provincial: que le han de echar la culpa a él y a su gobierno.

            JUAN: Mucho me pesa me des tan buen pie y ocasión en tiempo que no la puedo llevar adelante, dejándola para cuando tengo prometido. No te pena de esas murmuracioncillas, que ordinario las suelen tener los que si tienen letras deben de ser las que aprendieron en el scuela y la falta de humildad que en ellos hay. Déjamelos para su tiempo, que yo te cumpliré de justicia. Di lo que pretendías en la aplicación de lo que arriba dejo dicho, y con eso quedaremos a buen tiempo y nos iremos a recoger, que yo tengo un poquillo de necesidad.

            PEDRO: Digo que, cuando dijistes denantes que estas penas interiores eran alas y plumas que nos hacen volar en nuestros mandados y absentarnos de las cosas de acá abajo, y las demás cosas que allí dijistes, me parece que cuando hablábades iba yo [165r] discurriendo por mi vida y mirando que de once años a esta parte yo no he puesto los pies en el suelo y, si estuviese cierto de haber tenido siempre la intención en el cielo q, habría dejado atrás harta tierra y alejádome de las criaturas. No quiero tratar de la intención ni del alma, sólo digo dos palabras del cuerpo y de lo que en mí se veía. Que, por lo que exteriormente parecía, se podrá juzgar de lo que dentro gobernaba.

            En estos once años no me ha sido posible tener un rato de reposo en la comida, bebida, ni en el sueño, ni en otra r cosa alguna donde el cuerpo pudiera traer o tener algún alivio. Y si las penas son alas que hacen volar y fuego que hace aligerar, yo muchas alas y mucho fuego debo de haber tenido sobre que he caminado, pues tanto me han hecho volar, porque en este poco tiempo de lo que en nuestra sagrada Religión se ha hecho, pudiera scribir un libro grande. Quiérolo dejar, que será Dios servido haya algún curioso que por algunos buenos y acertados fines lo quiera scribir. De mis penas digo que han sido


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tantas las que de una parte y otra me han combatido, que no si diga han sido para mí como los que juegan a la pelota: que recibiendo golpes y bofetadas de los de una y otra parte, no la dejan caer al suelo, sino que siempre vuela y anda en el aire. Y así me ha acontecido a mí de ordinario: que, deseando hacer un monesterio en una parte por parecerme allí descansaría, no lo había acabado de hacer cuando me daban otro golpe y porrazo con que me echaban a otra parte, y lo propio en la parte do me mudaba, de suerte que mi vida era por caminos, ventas y mesones y volando por el aire, deseando llegar a la parte donde iba para ver si hallaba acogida. Como pobre pelota, que gustaría muchas veces que una de las partes perdiese quince y ella anduviese arrastrada por el suelo, a trueco de parar y descansar un rato. Y así deseaba yo el descanso, aunque fuese a costa de alguna fundación menos y de andar yo arrastrado en otros algunos humildes ejercicios, pero parece que a cada una de las partes le debiera de ir la honra y grande interés en el juego, según la cuenta y atención con que se ha hecho; que, como dije denantes, si con la intención no se ha perdido, estoy cierto no se ha perdido tiempo, sino que, según lo que hasta ahora se ve, la Religión se ha aumentado [165v] y Dios se debe de haber glorificado, que son los dos que interesaban en el juego.

            JUAN: Bien te puedes, hermano Pedro, tener por muy dichoso, pues has sido pelota o instrumento del entretenimiento de Dios. Por gran fiesta y honra que Dios hacía a los hombres dice la Sabiduría que sus gustos s y entretenimientos tenía con los hijos de los hombres, jugando en la redondez de la tierra: Et delitiae meae cum filiis hominum ludens in orbe t terrarum 31. Que bien es, a trueco de que Dios tenga esos gustos, andemos cual pelota despellejada y despedazada, que es lo que la Scritura dice de los apóstoles: que iban con regocijo de las sinagogas porque los hubiese Dios hecho dignos de sus entretenimientos a costa y cuenta de sus afrentas 32; y tantos millares de mártires como ha habido en el mundo. Y de esto te pudiera decir muchas cosas para que, viendo las ganancias de Dios habidas a costa de tus penas, estuvieras muy contento con tu primera electión de que vamos tratando, tan llena de penas, pero era necesario nuevo libro y no se dijera nada de los bienes que Dios tiene encerrados u en el padecer el hombre, porque así lo quiere Dios. Basta decir aquellas palabras que Cristo por san Juan dice, tratando de las persecuciones y martirios de sus apóstoles, que con ellos dijo que habíen de dar testimonio de Dios y descubrir quién era 33, como si las afrentas e ignominias de los apóstoles fueran carta y ejecutoria de su hidalguía y nobleza. Pues el bien que a una sagrada religión se le sigue de que se reforme y aumente conforme los trabajos de alguna persona tampoco se puede explicar, particularmente la que tú profesas y yo


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tengo; que después que se reformó oigo decir tantas cosas que, si en ellas has tenido alguna parte, es necesario, con el temor que dices y miedo, Dios te ciegue para que esos bienes no te desvanezcan.

            PEDRO: Yo fío en la majestad de Dios él mirará por mí. Que no es como los hombres: que se lavan las manos en el agua y quitan la mugre y limpian los paños y luego la derraman en la calle. Lo cual es ordinario cuando un hombre se sirve de otro: que, mientras lo ha menester, lo trai entre las manos, y, hecha su obra, lo echa en la calle y derrama en la tierra. Y como el que se aprovecha de la naranja: que, mientras se aprovecha del zumo, está sobre la mesa, y, en no tiniendo, que la arrojan abajo. Qué de hombres [166r] hay de esta manera: que, mientras son de provecho y tienen servicio, los estiman y tienen sobre los ojos, y después van afuera y que caigan en tierra y bajen a lugar desechado. Pero Dios no es de esa manera: que si, por su gusto y honra que quiere hacer a la persona que elige para que padezca los trabajos que hemos dicho, después de que lo ha estrujado y quitado el zumo y que ya no tiene más fuerzas para padecer, le da el cielo v. Haciendo en esto lo que la discreta mujer: que, si estruja la naranja, toma la cáscara y la hace en miel en azúcar y conserva y la deja con mayor valor del que tenía sin comparación. Esto hace Dios: que si de un justo se aprovecha para sus intentos, después de haber dado el pellejo, como un san Bartolomé, y la vida, como muchos mártires, esos hombres, así estrujados y sin vida, los hace Dios en conserva y de dura por las eternidades, de suerte que sin comparación valgan mucho más de lo que de antes valían.

            ¿Qué lengua podrá decir lo que valdrá el pellejo y cáscara de aquel benditíssimo cuerpo de Bartolomé y los cascos de las cabezas despedazadas de los otros mártires? Ninguna, por cierto, pues san Pablo ponía su gloria en ser trapo viejo arrojado y cáscara de fruta despreciada: Facti sumus omnium peripsema usque adhuc. Non ut confundam vos, haec scribo, sed ut filios meos charissimos moneo 34; no pretendo confundiros cuando os digo somos el desecho del mundo, sino enseñaros. Como si dijera lo que en otro lugar: que así nos quiere para hacernos y eligirnos para sanctos 35. Y si estas cosas y otras semejantes que en libros he leído no me consolaran, mis penas son tantas que no digo yo vanagloria, pero pudiera temer, en lo que es de mi parte, no venir en algún pensamiento o peligro de desesperación, porque, como voy diciendo de la pelota, es ganancia a costa y cuenta de la misma pelota.

            Y, si no, decidme, ¿qué jactancia y gloria le puede venir a la pelota de que una de las dos partes gane y entramas se huelgan? Porque la pelota, si va y viene, otros la envían y su destreza y trabajo les cuesta. Y cuando la pelota tuviera alguna parte en aquellas acciones o misiones, me parece a mí que los golpes y trabajos que padecía en el tal juego


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no le dieran lugar a gloriarse. Y así espero yo en Dios [166v] tendrá Su Majestad cuenta en humillarme y que no se me desplumen las alas que decís me ha dado w en mis penas ordinarias para volar a él y no quedarme con el pensamiento en lo material de la obra y en lo que se ve con los ojos de carne.

            JUAN: Según lo que me vais diciendo de la multiplicación de vuestras penas y según lo que infiero del admirable exemplo que habéis puesto en el juego de la pelota, echo de ver dos cosas: la una en que vuestras penas tienen bien vecxado vuestro entendimiento y, como dice Aristóteles, que el entendimiento penado y afligido da sciencia 36, y así la habéis vos dado, puniendo un exemplo que no pudiera decir más ni más a propósito un hombre que hubiera estudiado para os consolar; que, según esto, bien pudiera decir que las penas que Dios os da con el officio os las da en orden a esto, a que con ellas tengáis más sciencia y suficiencia para haberlo de exercitar y que os sirvan de agua de colirio y sedal para os aclarar los ojos y veáis mejor algunas de las cosas que pertenecen a vuestro estado. No quiero detenerme en eso x, basta de paso deciros esas dos palabrillas.

            Digo, lo segundo, que, según me decís de la multiplicación de vuestras penas, os tiene Dios bien conservado para lo que él es servido, porque habiendo muchas penas, como vos decís, que las teníades en cualquier parte que íbades, si una se gastare saldrá otra, pues me habéis puesto el exemplo en el juego de la pelota que se hace entre dos, que no dejan caer a la pelota en el suelo, lo cual no fuera si uno sólo jugara, porque como no habíe más de una mano que la hería, era fuerza a ratos y a veces caer en el suelo, pero cuando el juego es entre muchos y parece que anda a tómala tú y dala acá tú (que dicen los muchachos).

            Y ésa ha sido señalada misericordia de Dios que Su Majestad ha usado con vos: de haberos enllenado z de penas para que, andando de una en otra, no os dejen caer en el suelo a con algunos pensamientos de altivez el rato que holgásedes y descansásedes, sino que vuestros trabajos y penas naciesen en vos. Como Esaú y Jacob: que cuando acaba de nacer el uno enpieza a nacer el otro, y cuando llegan los pies de Esaú, que es lo postrero, asoma la cabeza de Jacob, que es lo primero 37, y de esa propia manera [167r] entrasen en vuestra persona las penas y trabajos: que cuando viésedes el fin y pies del uno, asomase la cabeza del otro y así nunca os faltasen penas, significadas por estos dos niños. Saúl [sic] peloso y de manos ásperas 38, ¿qué puede significar sino la aspereza de la vida espiritual? Y ¿Jacob, que es el que lucha y el perseguido y el que va a peregrinar y desterrado de su casa por envidia de su hermano 39?

           


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Entramos significan vuestras penas y trabajos, según lo que me vais diciendo habéis padecido estos once años acudiendo a obras tan dificultosas y ásperas, peregrinando y luchando con tantas dificultades, que, para ser más seguras, han b de ser más continuas. Porque mayor seguridad es para guardar c un preso echarle una cadena recia de muchos eslabones entretejidos entre sí que no un par de grillos que tienen dos eslabones solos, con los cuales puede andar algo y d dar algún paseo a su gusto y voluntad; pero no puede hacer esto el que está amarrado a una cadena e: pudiera andar con ella si sólo tuviera uno o dos eslabones, pero no puede estando muchos entretejidos. Así digo yo, hermano Pedro, que muchas veces da Dios penas que sirven de grillos y con ellas, aunque penado f, un hombre hace algo a su gusto y voluntad, da algunos pasos; pero no a quien Dios da esas penas tan eslabonadas y entretejidas, que si con una pudiera andar, no con todas juntas, porque todas le sirven de cadena que lo asgan, tengan y aseguren no se le vaya a Dios el captivo ni con la libertad se ensoberbezca y jacte, que es lo que vamos diciendo de las alas y plumas: que levantan y aseguran.

            A este propósito de estas tus muchas penas, y unas metidas y asidas en otras, se me ofrece un lugar de la Scritura que me parece hace bien a propósito. En aquella visión que tuvo Eczechiel g de aquel carro que tiraban aquellos cuatro animales 40, se me ofrece, en el sentido que vamos tratando, la inteligencia h de dos dificultades. La primera, ¿por qué aquel carro tenía muchas ruedas y una rueda metida en otra rueda, que parece la una era funda de la otra, y los animales muchas alas? Yo pienso que, viendo el propósito de lo que vamos diciendo, está ya entendido. Aquellos animales volaban, y el carro rodaba, y todo hasta llegar al firmamento. Pues camino tan largo, de tanta i [167v] inportancia, no se habíe de fiar de unas solas ruedas, sino vayan unas metidas y enfundadas j en otras k, porque si en la longura del camino faltaren o se quebraren las unas, queden las otras, que este viaje no es jornada que sufre detenimento ni espera de remendar el carro, vaya una rueda dentro de otra rueda. Que es como los carreteros acá: que, yendo algún camino largo y áspero, dentro del carro cargan otro eje, y los carreteros l de bueyes cargan ruedas para remendar sus carros. Pues, para que se entienda lleva aquel carro buen seguro, vaya una rueda metida en otra rueda, como el que aforra su sayo con paño fino: que lo hace para que más dure y para que cuando se rompa no tenga necesidad de remendarlo, sino que se quede remendado. Y lo propio digo de las muchas alas que llevaban aquellos animales, que parece llevaban alas de repuesto, para, si alguna se desplumase o cansase, que no detuviese el viaje.

           


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Hermano Pedro, este carro y estos animales bien habréis oído decir significan a los prelados, que son carro que cargan de súbditos y caminan con ellos para el firmamento. Las ruedas de este carro y las alas de este prelado, como hemos dicho, son las penas y trabajos interiores y esteriores. Estas, como decimos, le hacen caminar y volar. Pues Dios, para asegurar este viaje ¿qué hace? A quien ama pone una rueda dentro de otra rueda, un trabajo interior en otro exterior, porque si alguna vez faltare el trabajo exterior, por hacerse todo como quiere, ruede y sirva el trabajo interior; y si se rompiere el vestido de afuera no sea menester remendarlo con otro trabajo exterior, sino que quede perpetuado con el interior; y que haya trabajos que sirvan de alas para de repuesto y siempre el viaje se prosiga, que es largo si se ha de llegar al firmamento, y no conviene parar un momento.

            Vos propio, hermano Pedro, lo confesáis y decís que muchos ratos deseábades descansar y que procurábades daros grande priesa a hacer un convento por reposar en él y descansar un rato, y que no lo habíades hecho cuando otras penas que descubríades, o las propias renovadas, os echaban fuera a abrazar otro trabajo en que [168r] mostraba Dios os quería presto y apresurado en el officio en que os había ocupado. Y con esto me parece queda ya harto explicado el bien y seguro de vuestras penas.

            PEDRO: Por charidad, hermano Juan, me digáis una palabra que os preguntaré, con que me parece quedaré del todo satisfecho en esto de materia de penas acerca de mi officio. Y es que parece que este nombre de penas y trabajos, como es correlativo de culpas, me parece que en mentando la soga pienso que hay ahorcado, y en nombrando penas pienso que hay culpado. Como lo pensaron los apóstolos y discípulos de Cristo cuando vieron al ciego a nativitate: que luego preguntaron a Cristo quién había m pecado, por cuya pena aquél hubiese nacido ciego 41. Y a san Pablo, cuando a la entrada n o salida del navío le picó la víbora: que los que lo vieron lo tuvieron por mal hombre 42. Y así, cuando me veo yo lleno de penas, ¿qué tengo de pensar, sino que son de peccados y culpas, y que son soga de ahorcado y cadena del malhechor? Y cuando yo no sienta la pena, por tener en sí encerrados los bienes que habéis dicho o, debo sentir las culpas y poner remedio en ellas, y esto es lo que también me trai afligido y engendra en mí otra p nueva pena: el decir si son penas de culpas y de peccados, y si me las da Dios por haber errado y no haber hecho su voluntad.

            JUAN: Fácil pienso que será el satisfacerte, aunque yo pienso sólo servirá de cansarte, porque cuando yo te haya consolado con mi respuesta, Dios, que tiene determinado de llevarte por ese camino, no dará lugar a que quedes satisfecho o despenado, pero podríante mis razones servir de alguna especulación q en el rato que te diere Dios lugar. Que


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a mí me sucede muchas veces que estoy penado y afligido leer en un libro y, si no me quita mis penas, alíviame en ellas y por aquel rato me las suspende. Como acá el labrador cuando ve afligido el jumento debajo de la carga: que se la solivia o levanta para que no la sienta tanto.

            Pues digo, hermano Pedro, y para que mejor y más fácilmente me entiendas, quiero traerte a la memoria lo principal de tu pregunta primera. Tú dices que sentías que te r llamaban a recogimiento interior y presencia de Dios, y que, juntamente, te viste obligado a acudir a tu officio y que luego te nació un miedo y temor de que no hubieses errado, ofendido a Dios [168v] o no acertado. Que, según esto, esta pena que tú tienes y este temor es nacido de deseo que te quedó del recogimiento y presencia de Dios y de la prelacía que escogiste. Que, según esto, el padre que engendró esta pena fue el deseo de la soledad y recogimiento, la madre en cuyo s vientre y brazos se quedó fue el officio y prelacía. Pues ven acá, hermano Pedro, dime por charidad: ¿cómo es posible que pena y temor nacido de tan buenos padres haya de ser mala y decir relación y respecto a cosa tan infame como es la culpa? Si acá decimos que el sarmiento sabe a la cepa y la rama lleva la fructa del tronco, a mi parecer, si esta pena la engendró el deseo que te quedó de soledad y presencia de Dios, ha de saber a su cepa y dar fructo de presencia de Dios. También ¿no decimos acá que un niño toma las costumbres y natural de quien le da leche, conserva y sustenta? Sí, por cierto. Luego si el officio de prelado sustenta tus penas, las alimenta y cría, han de tener su naturaleza y ser de su condición y tener hijo que le ayude en el tal officio conforme su naturaleza. Y así ha de ser fuerza que sean penas nobles, dichosas y bienaventuradas.

            Y cuando estas penas procedieran y nacieran de peccados, no entiendas que son malas, quiero decir más malas t. Los artistas dicen en las súmulas que de la proposición verdadera siempre se sigue verdad, y de la falsa unas veces verdad y otras mentira. De esa misma manera es lo que vamos diciendo u y decimos en confirmación de lo dicho: de buen padre, buen hijo, y de mal padre unas veces bueno, otras malo. De esa misma suerte digo yo ahora: de la virtud siempre nacen penas buenas, nobles y dichosas, y del peccado unas veces buenas penas y otras malas. Del peccado al bueno le nace dolor, aflicción y contrición, que es también pena buena y dichosa, otras veces le nace desesperación, desconfianza, tedio, fastidio y temor servil y desordenado. Y cuando en ti, hermano Pedro, esta pena y temor no naciera de la nobleza de padres que dejo dicho, sino que naciera de mal padre, como era haber errado en tu elección v, era pena buena y noble dolor, que llama san Pablo «según Dios» 43, porque tienes pena por si erraste, por si ofendiste


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a Dios, y no sólo tienes pena del peccado o falta porque no te consta si lo heciste, sino de la falta [169r] o imperfección dudosa de si acertaste o no acertaste, si agradaste o no agradaste, que es un sancto miedo y temor que siempre queda a los que con grandes veras desean acertar en hacer y obrar lo más perfecto.

            Y pues tanto te sigue esta pena, según lo que me dices que jamás te deja, sino que siempre la tienes y trais a tu lado; y que, procurando sacudirte de ella, pensando que está en lugar determinado, lo mudas y en el otro también la hallas; y, pensando que está sujeta a tiempo, deseando el por venir para te mejorar, te hallas también en él mejorado de penas; y que, si discurres, discurres por ellas y, si paras, te sientas en ellas; y que, si duermes, las sueñas y, si dispiertas, las hallas; y finalmente andan contigo o tú con ellas amasadas, por esto que me confiesas, estaba por variar la plática y tratar de otras penas que suele Dios dar a quien él es servido mucho más subidas y levantadas que de todas las que hemos hablado. Porque, según esto, éstas no son penas de la duda que tú puedes tener en orden a tu officio y elección de vida, ni son éstas penas que se engendren y nazcan de pensamientos ni dudas; son unas penas no privativas de bienes, sino unas penas y un dolor positivo que Dios ha engendrado en la persona que él es servido. Este está tan apoderado del cuerpo y del alma que no sabréis dónde tiene su principal nacimiento, porque cuando pensáis o consideráis alguna de las dos partes, allí está como propio y en su propia fuerza. Debe ser, quizá, ésta la cruz de que tanto se gloriaba san Pablo cuando decía: Absit michi gloriari nisi in cruce Domini nostri Jesu Christi, in quo michi mundus crucifixus est, et ego mundo 44. Hay en ella lugar para que quepa cuerpo y alma, porque con los dos brazos abraza a entramas partes, y así es dolor que se siente por propio dentro y fuera.

            A la cual cruz David la llamó deseo del corazón y de su carne, diciendo: Cor meum et caro mea desideraverunt in Deum meum 45; y como era deseo que no se podía enllenar en esta vida, hasta que viese a Dios, como él dice: Satiabor cum aparuerit gloria tua 46, así es fuerza que hasta entonces dure esta cruz. El decir san Pablo que en ella también cabe el mundo es muy cierto por lo poco que se conocen entramos, porque si san Pablo está en ella crucificado y el mundo también, es fuerza que el uno esté crucificado de una parte y el otro de otra y, por consiguiente, el uno ha de tener vueltas las spaldas al otro; y estando entramos juntos no se ven ni se conocen porque el uno a el otro ha vuelto las spaldas [169v] y entramos a dos enclavados de suerte que, aunque están tan juntos como en un madero entramos, no se pueden dar un alcance el uno a el otro. Que es lo que él propio dice: Utentes hoc mundo quasi non utantur 47. Veis ahí cómo los junta a entramos: Utentes hoc mundo, que parece los junta en una mesa; mirad cómo no se dan alcance: tamquam non utantur, como si estuviérades reñidos. Quien ve dos hombres que


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riñeron y se enemistaron, o marido y mujer cuando se atraviesan, que comen a una mesa y no se miran, duermen w en una cama y no se tocan, están juntos y no se hablan. Esto, dice san Pablo, no es posible, sino que habéis de estar y vivir en este mundo, pero sea de suerte que no os veáis, habléis ni toquéis, aunque comáis a una mesa x y durmáis en una cama, sino que de vos y el mundo se haga una cruz en que entramos estéis atravesados.

            ¿Qué cosa es cruz? Dos maderos y dos palos atravesados. Pues lo propio has tú de hacer si quieres vivir crucificado para el mundo y el mundo para ti: que te atravieses con el mundo y, pues él no ha de querer cosa de la que tú quisieres y ordenares, que le pagues en la propia moneda, que tampoco quieras tú lo que él quisiere, sino que a él y a todas sus cosas le des de mano. A esta cruz san Pablo llama su gloria 48, para darnos a entender cómo esta cruz, pena y martirio que siempre traía, era perpetuo y eterno. La gloria de los bienaventurados no se trueca ni se muda con el tiempo ni con el lugar, ni se varía cuando el bienaventurado, viendo siempre a Dios, en él variara el conocimiento de cosas diferentes, sino que siempre es una misma gloria. Y de esa manera dice san Pablo que es su cruz: una cruz perpetua y eterna, de quien jamás se ha de apartar.

            Ves aquí, hermano Pedro, a quién podré yo comparar tu pena y tu cruz: a una negación verdadera de las cosas del mundo, a un tenerle vueltas las spaldas, a un no tratar ni conversar con él, a un haber de andar siempre atravesado con sus cosas. No es pequeña cruz vivir dos juntos y no hablarse ni querer el uno lo que quiere el otro, sino que siempre hayan de andar riñendo. Que estén entramos tan pegados y juntos que un solo madero los divida y aparte y que se han de aborrecer y hacer obras opuestas y contrarias, como si estuvieran mil leguas el uno del otro, ¡brava cruz! Y que esta cruz no ha de [170r] ser por un rato, sino perpetua y eterna, como si fuera gloria que se gozara, ¡brava pena, terrible martirio! Pero, bien visto, no es grande, pues esa cruz es gloria, pues tanto tendréis de gloria cuanto tuviéredes de cruz. Y porque en ti, hermano Pedro, tu gloria no sea como la gloria de los del mundo, que pasa en un punto y dura como la flor del campo, no te quiso Dios dar pena que en ti se pasase ni se marchitase, sino pena y cruz perpetua y eterna para que cada cosa en su modo corresponda a la gloria eterna, que siempre ha de durar.

            Mira, hermano Pedro, yo quisiera haber estudiado más methaphísica y teulugía para haber de tratar de estas cosas interiores. Diré lo que supiere, tiniendocuenta de registrar mis palabras, particularmente si las scribieres, porque cuando yo tuviere alguna y infusión de sciencia, en tanto es cierta y verdadera en cuanto se conforma con lo que los sanctos y los doctores enseñan en las scuelas. Pues digo a mi parecer,


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según las señas que me vas dando de tu pena interior, que debe de ser algún hábito infuso positivo que puso Dios en tu alma, el cual no lo podemos conocer ni sabremos difinir qué sea, porque no acertaremos a darle nombre por parecernos que es lo que no decimos. Aunque hasta aquí lo llamamos pena, no lo es en realidad de verdad, pues no mata y, si duele, no aflige y, si aflige, no desconsuela y, si por un rato desconsuela, perpetuamente alegra. De manera que no lo podremos a él propio llamar pena, pero sin serla produce y engendra penas; y si produce este hábito obras que sean agradables a los ojos de Dios, van pegadas y asidas a muchas penas.

            Pongamos un exemplo u dos. Plantáis una raíz de un rosal; no tiene espinas, pero después esta raíz no echa rosas sin llevar tanbién envueltas en ellas muchas espinas. De esa manera, considera, hermano, que en ti sembró Dios una raíz, que es este hábito que acabamos de decir, que es el que te mueve a hacer con acceleración las obras de tu officio. Pues juntamente con esas obras, que para Dios son rosas, produce ese propio hábito unas spinas o penas interiores que en ti causan los efectos dichos, y otros muchos que se podrían decir, y uno de ellos es el que arriba queda declarado. Que quiere Dios, que es el que plantó el rosal, tener seguras las rosas, que son esas obras, hasta de ti, en quien nacen y se engendran.

            El segundo [170v] exemplo sea el de la madre: que concibe con gusto y pare con dolor, de suerte que cuando la criatura se sembró en su vientre no sintió spinas y después, al nacer, ya las siente y experimenta, causándolas en ella el hijo que con gusto se engendró en sus entrañas. Pues consideremos o supongamos que esta madre, que una vez engendró, no de una vez pare, sino que siempre estuviera pariendo. Es llano que siempre estuviera penando. Este exemplo me parece a propósito de lo que vamos diciendo: sembró Dios en ti, hermano Pedro, un hábito z que no fue pena, antes gusto, gloria y contento que tuviste cuando, estando sin officio, te engolosinó a su presencia y trato a solas con él. Este hábito, cuando en sus obras crece y nace, nace con espinas, con dolor y pena, y no sale obra hecha flor que no vaya cargada de mill spinas, de mill penas. Pues considera que lo que en la madre supusimos, de que siempre estuviese pariendo, es en ti verdad, porque tú no debes estar un momento ocioso, sino siempre trabajando o con obras, palabras o pensamientos, y quien siempre pare siempre pene. Y quiero que adviertas que, para deslumbrarte Dios en estas penas, no obstante que la madre de donde nacen y proceden sea una misma, que es aquel hábito interior infuso que hemos dicho, y el fin a que van enderezadas tanbién sea uno, que es a tenerte Dios más conforme a su gusto y voluntad, la pena no es una; y si en su principio y fin es una, en los medios no lo es; y si lo es se parece de mill maneras, mortificándote en todas tus acciones, obras y pensamientos, volviéndosete, como el camaleón, del color que se le pone delante, de suerte que, si


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duermes, tienes pena porque duermes y, si velas, porque velas; pena porque comes y porque no piensas y porque piensas, que es lo propio que tú me has confesado. Y todo esto lo hace Dios para deslumbrarte y que no conozcas tu enfermedad, que gusta Dios de verte penado y enfermo de esta dolencia y que no la cures, porque, siendo Su Majestad el autor de ella, él quiere ser también la medicina y curarla con gracia que nunca sane a, mas ponerle remedio con que se sufra y lleve.

            Que es lo que sucedió a san Pablo [171r] cuando, gustando Dios de verle penado, le rogó por tres veces el san Pablo que le sanase, y le respondió: Sufficit tibi gratia mea, quia virtus in infirmitate perficitur 49; sanarte b no, pero pondránsete unos refrigerativos con que se mitigue el dolor y pena, porque conviene que en ti siempre permanezca, porque en ti se perficione la virtud. Es certíssimo, hermano Pedro, que estas tus penas interiores son una alquitara y fuego que en ti apuran las cosas que pertenecen a tu officio de suerte que siempre acudas a lo más perfecto y que camines por lo más derecho. Y también sirven de una clara manifestación de la voluntad de Dios, que gusta y quiere te exercites en el officio que tienes, pues, estando en él tan penado, las penas no son bastantes para desarraigarte dél, pues, habiéndotelo Dios dado, te pone a prueba de penas para que todos conozcan es Dios el que te ha asido y ajornalado para esa tarea, pues gustas más c trabajar en su casa con penas que libre de ellas en la ajena.

            Y el decirme de la poca quietud que has tenido con el officio, de suerte que pocos ratos sosegabas en un lugar, acudiendo ya a lo uno, ya a lo otro, no tanto no viendo d el cumplimiento del officio como la pena interior que tenías, era que se te sentaba la carga, como el pollino que aviva y alarga el paso cuando la carga pesada se le sienta en alguna parte del cuerpo. Y así entiendo yo que el alargar tú el paso no debiera de ser por acabar más presto, sino porque lo e pesado del officio se te debiera de sentar muy bien y hacer llaga en el alma el ver tantas cosas como te obligaban. Y también digo debieras de ser como la mona cargada con la maza: que corre y salta, pareciéndole que por huir se ha de dejar atrás la maza, pero no le vale, porque está bien atada. Y si Dios ató y puso a tu cargo el officio que tienes, poco te inporta que corras ni saltes, mudes lugares y trueques tiempos, que tras ti ha de ir el officio y la pena con que Dios le ligó y pegó a tu persona.

            De donde saco yo en breves palabras otra propiedad y efecto de tu dolor y pena. Y es para que, siendo el officio que tienes grande, [171v] tengas grande estómago donde te quepa, porque de eso sirve la pena y tribulación interior: de ensanchar nuestro corto ánimo, según lo que dijo David: In tribulatione f dilatasti me 50. Somos los hombres cortos y


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limitados para cualquier cosa de trabajo. Las penas interiores sirven de ensanchas y hacen roturas y descubren muchos senos para que el ánimo pequeño sirva de zapato ancho para el pie de Dios, que gusta de andar y hacer sus obras por medio de las tales personas. Y así, mi charíssimo hermano Pedro, no debes sino estar muy consolado g, sujeto y rendido al querer de Dios. Y de aquí adelante, pues has hecho tantas pruebas para despenarte y no has podido, ten paciencia, sosiégate; que si donde quiera que fueres y estuvieres y en cualquier tiempo que vivieres has de estar de esa misma manera, bueno es el lugar y tiempo presente, pues te ahorras el trabajo corporal y la aflicción del pensamiento haciendo cada día nuevas elecciones de sitios y tiempos, pues es verdad que la gracia o pena no está sino en ti y, doquiera que fueres, la has de llevar contigo.

            Lo que, a mi parecer corto, debes hacer es descubrir a Dios tu llaga y manifestarle tu pena, que padre es de misericordia 51 y se duele con particular ternura de nuestros ajes, y la untará y lavará de suerte que, si no sanare (porque así es su voluntad), duela menos. Y también te ayudará mucho el considerar las inmensas penas con que el Hijo de Dios exercitó ese propio officio, pues por el bien del alma tuvo en este mundo tan poco reposo h, buscándola en todo tiempo y lugar, no perdonando a las heladas del invierno y calores del verano, persecuciones de la tierra y borrascas de la mar. Y porque no entendiésemos que nuestra pena y dolor era como el suyo, como él propio dice: Attendite, et videte si est i dolor vester sicut dolor meus! 52, quiso que sus llagas y penas interiores se viesen y descubriesen por las exteriores y que sirviesen aquellas llagas de su sanctíssimo cuerpo de ventanas por do nosotros nos asomásemos y viésemos el encendido deseo de nuestro bien.

            [172r] Y si el sposo dice a la sposa: Vulnerasti cor meum, soror mea, amica mea in uno crine colli tui 53; llagaste, heriste y penaste mi corazón con sólo un j cabello que se desordenó y salió del tranzado. Los cabellos nacen y son las superfluidades de la cabeza. Pues decir k el esposo que le habíe llagado y penado su corazón un cabello descompuesto de la cabeza de su esposa, es decir a la Iglesia sancta, sposa y querida suya, que lo superfluo de las cabezas, que son los prelados, lo descompuesto y desordenado de su officio, aunque sea tan poco y pequeño como un cabello, le llaga y pena el corazón. Pues si cosas tan pequeñas tienen l lastimado a Dios, afligido y llagado su corazón, ¿qué penas, qué llagas causarán y darán tantos desórdenes como el día de hoy hay en las cabezas, tantas superfluidades de comidas, vestidos, pajes, criados y otras cosas? Que me parece era bien necesario bajara Dios con unas tijeras de desquilador y chamorrara, trasquilara y afeitara tanto cabello, tanta


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superfluidad y perdición como hay en el mundo, y así quedara la Iglesia remozada y vuelta a su primer principio, cuando era tan pobre y los prelados tan menesterosos que, cuando mucho desorden, se queje el sposo de sólo un cabello, de cosa tan menuda como ésta.

            Ahora, pues, concluigamos, hermano Pedro. Si las penas y dolores del mismo Dios son tan grandes por nuestros defectos y faltas, ¿qué mucho que vos lo estéis, deseando acertar a hacer su voluntad y no salir de ella un instante ni un momento? Con esa pena podréis tranzar bien vuestro cabello, no se descomponga ni se desordene, de suerte que en vos todo esté bien ordenado. Y pues tenéis una regla tan rigurosa que en vuestra profesión os trasquiló y chamorró hasta dejaros en vuestro cuerpo con un poco de sayal y para vuestro regalo una scudilla de coles, procurad no nazca el cabello; y no porque seáis prelado habéis de buscar superfluidades, que lo sería para vos comprar o comer un poco de pescado en el camino, pues vuestra regla os lo veda y priva 54. Y haced cuenta que tratáis con un amo tan riguroso y celoso que repara en un cabello mal puesto, y de esta manera saldréis en vuestro officio adornado con corona m, que lo es [172v] más que de oro la que train sobre sus cabezas los prelados de cabellos cortados. Que, al propósito que vamos hablando, honrar la Iglesia al prelado con corona de cabellos cortados y cercenados, y no con corona de oro, es decirles que no hay oro ni esmaltes más preciosos que adornen n las cabezas de los prelados que la adornan aquellos pocos cabellos que en medio de sus cabezas les cortan y los pocos bien ordenados que en circuito y redondo le dejan. ¿Quién honra una cabeza de un obispo, de un provincial y general sino el cercenar regalos, comidas y criados? Y lo que quedare, que quede tan bien dispuesto y ordenado, que ni un cabello se descomponga ni una acción desdiga. Y, así como los que son prelados quedan con esto más honrados y conforme el gusto de Dios, el mismo Dios, si no queda menos llagado por ser llaga de amor que al hombre tiene, serlo ha menos de dolor y pena, porque quedará untada con las sanctas y buenas obras que los tales hicieren, como denantes decíamos de las tus penas y llagas.

            Y porque tengo grande deseo de concluir esta pregunta y acabar de responder a todas las partes y tildes de ella, digo más, con que pienso ya iremos concluyendo: que, así como hemos dicho este rato de la pena que te quedó o, también hay p que decir de la presencia de Dios y recogimiento interior con que Dios te engolosinó, dándote que lo olieses y gustases y no que lo gozases. Y, si bien te acuerdas, denantes, cuando tratamos de tus penas, dijimos que el padre que las engendraba habíe sido los asomos que habíes tenido a tratar con Dios a solas. Ya sabes cómo también tocamos que nunca los padres quedan ni están


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presentes con sus hijos, pues es verdad que, dejándolos engendrados en el vientre de las madres, ellas q los paren, crían y sustentan.

            Lo propio hace Dios con los suyos: que por un r breve rato se las da a conocer y a gustar, sólo para engendrar en las tales almas estas penas, ansias y deseos de buscar, hallar y tener a Dios, porque es traza suya escondérseles en este primer modo para que, viendo que en él no les es posible hallarlo, lo busquen en el officio y trato segundo donde los dejó, que es la madre; que si ya no es el padre que engendra esos deseos de mayor perfección y soledad s, es la madre que los pare y encierra en sí. Y si el esposo se le dio a conocer a la esposa llamando a la puerta y absentándosele luego, sólo fue para que lo [173r] saliese a buscar al campo, que no era aquél tiempo de gozarlo en el lecho, sino de salir fuera y cansarse 55. Lo cual pruebo yo por lo que él propio dice cuando la habla diciendo que abra, que trai la cabeza llena de rocío 56. Y si su intento fuera que se gozaran los dos en el lecho, no era mucho que aguardara a que la esposa se vistiera y levantara y pusiera su túnica, que se la había quitado 57. Y pues se fue en dándose a conocer, paréceme que fue decir: abre, esposa mía, que tengo la cabeza llena de rocío, abre y sal del lecho y cama; que, andando tu esposo trasnochado y gozando de las heladas, no es bien que tú le goces en la quietud, sino que también te canses y fatigues. Y bien echó ella de ver esta voluntad de su esposo cuando, quiriéndole tener y gozar, no le pregunta lo hallará de noche, que es cuando los hombres duermen y reposan en su lecho, sino le dice: Ubi pascas, ubi cubes in meridie, ne vagari incipiam post greges sodalium tuorum 58. Pide que le enseñe y diga dónde está al medio día, cuando el sol está más subido y enpinado, cuando los pastores con el calor están más afligidos, cuando, como dice san Juan de Cristo: que fatigatus ex itinere, sedebat sic supra fontem 59, cuando lo ponen en un madero enclavado de pies y manos con cinco mill azotes 60.

            Esto digo yo, hermano Pedro, de tu recogimiento y deseo de soledad, donde Dios se te dio a conocer: que, estando tú en ese retrete y lecho, desnudo de los cuidados y trabajos de la Religión, te llamó Dios y te dispertó de aquel sueño que tú gustaras durara siempre. Saliste a abrir a Dios, pensando él se entrara contigo y durara ese entretenimiento de lecho, cama y retrete. Pero Dios, cuya voluntad fue que tú se le asemejases, trayendo él su cabeza llena de rocío, trasnochado y cansado por el bien de las almas, no quiso que cogieses la caza en la cama, sino que salieses afuera y lo buscases al medio día, cuando el sol arde, cuando él se fatiga; que lo busques en el officio, que es la cruz que tú dices tienes y sientes y donde él se agrada que tú le halles. Que, si por buscarlo fuera de la antigua quietud que tenías, las guardas de la


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ciudad te despojaren, quitaren el manto y maltrataren, que son los trabajos, deshonras, afrentas que en las ocasiones se te ofrecen, ten paciencia, que tu buen Dios te puso en esa ocasión y te vistirá con su gracia, que será mejor manto que el que te quitaron las guardas, digo las ocasiones que en el tal officio se ofrecen y encuentras.

            [173v] En confirmación desta doctrina, está muy a la letra lo que a san Pedro le pasó en el monte Tabor con Cristo. Gusto fue del mismo Cristo que Pedro subiese en su compañía, le viese transfigurado y gozase de tantos bienes como vido y oyó, pero no para que se quedase allí y los gozase siempre. En cuyo testimonio, cuando dijo que sería bien quedarse allí, le dejaron con la palabra en la boca y, al decir el Padre Eterno: «Este es mi Hijo muy amado, oídlo», cayeron en tierra y levantados no vieron a nadie, sino a Cristo pobre y menesteroso 61. ¡Oh, buen Dios mío, y qué doctrina es ésta que cada día experimentamos! No ha entrado el religioso en la casa de Dios cuando quiere ver, oír y gozar de Dios transfigurado, tratar de la pasión de Cristo, como Moisés y Elías, pero eso ha de ser en gloria y en gozo, como aquellos sanctos estaban, y que esto les dure siempre. Pero como t no es eso lo que conviene mientras en este mundo vivimos, cuando más seguros estamos nos dejan secos, con la palabra en la boca, monstrando Dios ser su voluntad que oigamos a Cristo en la cruz y lo obedezcamos; y si sólo esta voz y representación de lo que uno ha de padecer en el officio u hace caer en tierra, estemos ciertos que hallaremos a Cristo a nuestro lado, que nos está levantando y diciendo que no temamos ni digamos lo que en las primeras vistas vimos, porque si el alma ha gustado de Dios, es negocio de secreto hasta la otra vida; que, en fin, ésos son secretos de los reyes, de quien dice el Spíritu Sancto que es bueno esconderlos 62.

            Bien echo de ver, hermano Pedro, que te v habrá sido grande mortificación el haberte paladeado Dios con los gustos que a los suyos communica en su retrete y recogimiento y en el alto monte de la vida contemplativa, donde te parecía gozabas de Dios transfigurado y de la quietud, trato y conversación que gozan los bienaventurados; y que, según tú me dices, tratando de tus penas y trabajos, que sólo oír decir que habíes de obedecer y seguir a Dios en el officio y prelacía dio contigo en tierra, de suerte que si Dios no te levantara y animara mill vidas hubieras perdido; y que, como también dices, ahora sólo ves y gozas de Cristo desnudo, pobre, hambriento y menesteroso, a quien en el estado que tienes debes imitar en esta forma y no en gloria ni vestido de majestad y grandeza.

            Consuélate con pensar que a la w criatura que más quiso Cristo fue a su benditíssima madre y que, no llevándola [174r] al monte Thabor a la transfiguración, la llevó al monte Calvario a su pasión donde


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padeciese; y, con ser tan grandes sus dolores en aquella ocasión, no cayó en tierra, pues dice el evangelista que stabat juxta crucem Jesu Maria 63, etc. Tenía ánimo y fortaleza en aquellos dolores, por saber aquélla era la voluntad de Dios. Dale tú, hermano Pedro, mill gracias porque, en los breves ratos que de soledad tuviste x, gozaste su amoroso trato y conversación y que quiso usar contigo de ese previlegio; y que si después, por te faltar el ánimo en cosas de tanta consideración, caíste, él es el que te levanta y ha dado vida para que prosigas en tus trabajos, que son los que con larga medida da Dios a los suyos, porque gusta de verlos penados en este mundo, que es valle de lágrimas donde la fructa y moneda que corre son penas y desabrimientos; que, en fin, como tanto nos ama, da los trabajos cuando el tiempo es breve y la vida corta y guarda la gloria y el gozarlo para una eternidad donde ha de ser el tránsito forzoso de los que aquí padecen. Y podremos decir que son dichosos trabajos y bienaventuradas penas en aquellos que ya saben la correspondencia que han de tener en la otra vida y que tienen un Dios que, cuando se descubre y da a tratar en la soledad y recogimiento, deja a un alma enbelesada y llena de deseos de tornarle a gozar.

            Bien entiendo hubo muchas razones para que Cristo llevase a san y Pedro a la transfiguración y que por aquel rato lo viese, conociese y engolosinase. Y, aunque son las ordinarias que aquí se suelen dar, por venir tan a propósito de lo que en ti, Pedro, pudo pretender Dios, diré alguna.

            Es condición de Dios, para grandes trabajos, prevenir con grandes bienes, como dice David de los que enpiezan z el camino de la virtud, cómo Dios los previene con bendiciones de dulcedumbre 64. Y vemos acá que, el primer día que entra el criado en casa del amo donde se ha de ejercitar en grandes y muchos trabajos, las primeras vistas son de contento, mostrándole a y diciéndole el buen tratamiento que en su casa se hace a los criados, el regalo y buen partido que les promete. Todo esto es para que no se mareen o maleen con los trabajos excesivos que en el discurso del año se les habíen de ofrecer. Bien vido y supo Cristo lo que sus apóstoles habían de padecer en su pasión y así b, con c el bocado que les dio en su transfiguración, los quiso confortar y animar para que, trayendo siempre en la memoria tales premios y pagas, no desmayasen. [174v] Y lo propio puedesentender de tu flaqueza: haberla querido Dios confortar con el bien y gusto que se te descubrió en la soledad y recogimiento para que con buen ánimo acudas en el officio a acompañar a Cristo crucificado; y que, si tiene cruz que en el officio aflija, tiene gloria que premie, y que si con tal desayuno d o bocadillos te previno, ¿cuál será la comida y cena grande que después del cumplimiento de su voluntad y trabajo tuyo te dará? Que como


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los hombres somos tan interesados y tan amigos de jugar a daca y toma, no quiere meternos e en la batalla sin primero mostrarnos algunos despojos; cuánto más que el amor que nos tiene no le sufre el corazón dilatarse tanto tiempo, sino que antemano, aunque algo disfrezado, hace alguna reseña, ofreciendo en la quietud y reposo los premios que se han de ganar en la sangre derramada, en el velar y trasnochar.

            Y ten, mi hermano, por cosa cierta que aquel haberte Dios mostrado en la quietud y sosiego el gusto y regalo de su presencia no fue otra cosa sino mostrarte el blanco a que habíes de enderezar tus obras. Bien como hacen los tiradores que quieren mostrar ser buenos acerteros y mostrar su destreza en aquella facultad: que ponen el blanco y luego se hacen afuera para haber de tirar y, mientras más apartados, mayor destreza es la que muestran y los tiros son de mayor consideración; que acertar al blanco puesto junto a él o [a] dos pasos apartados, cualquiera persona lo hará y cualquiera niño acertará. Lo propio hizo Dios contigo, mi hermano Pedro: que se manifestó a sí propio en el recogimiento que primero tuviste. Se te mostró padre amoroso y Dios de todo consuelo 65, no para que los tiros los hicieses tan de cerca, que esos acertamientos cualquier niño f inocente los hará y no hay casado ni hombre en el siglo que si Dios se le da a conocer de esa manera no se vaya tras el olor de sus ungüentos 66. Pero a ti quísote Dios tratar como hombre que debe ser más diestro en ese arte de acertar a enderezar todas sus obras a este gran Dios; y así, en mostrándote el blanco, te hizo afuera y te apartó de los gustos primeros para que, así apartado de todo consuelo y como si estuvieras del todo desamparado, hagas tus tiros y endereces tus obras a este buen Dios. Que ahí está tu gloria y premio y el asemejarte a Cristo: que, puesto en una cruz y los [175r] peccadores tan lejos como lo hace estar la culpa de la inocencia, con todo eso, flechado aquel soberano y divino arco en la cruz, las primeras saetas que disparó y las primeras palabras que habló fueron en favor y acierto de los mismos peccadores; y para mostrar esta destreza y fineza de su amor no hizo otros tiros g primero [a los] que estaban más a lo cerca, como era consolar a su madre, al discípulo, al ladrón h, a su cuerpo sediento y a su espíritu desamparado de consuelo, sino que primero acudió a lo dificultoso y más apartado 67.

            Yo digo, hermano Pedro, que sea norabuena que consideres que tienes a Cristo lejos y apartado de ti y tanto que te parezca que se te quedó escondido en la primera vida y recogimiento anterior. En eso se ha de mostrar el amor que le tienes y cuánto lo deseas y qué es lo que sabes y la sciencia que tienes de que, estando así distante y apartado, apunctas bien y tienes recta la intención de agradarle; porque si, como dice Cristo, tu ojo fuere derecho y simple i, serlo han tus obras 68. El


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buen galgo es el que busca y coge la liebre en el monte espeso y chaparrales, que no se tiene por bueno el que coge y mata la gallina casera y golosina los rincones de casa. Dichosa el alma que sabe buscar a Dios en los trabajos y penas y allí, aunque dissimulado, lo conoce y con él se abraza, que por eso se comparó al thesoro escondido 69: para que tú entiendas que en esta vida no lo has de querer cortado a medida de tu gusto, que es quererlo ver y gozar, sino al suyo, que es communicarse por penas y trabajos, los cuales te deben ser muy fáciles, sufridos y padecidos por un j tan grande bien como se te mostró en el principio de tu mudanza de vida.

            Acuérdate, hermano, de aquel exemplo ordinario que se suele poner reprehendiendo a san Pedro cuando en el monte dijo que se quería quedar allí y se arrojó de buzas cuando se le descubrieron aquellos soberanos manantiales de aquella fuente perenne, en quien quiso zabullirse pies, manos y cabeza; y a los primeros tragos le quitan la copa y vaso de la boca, haciéndole se contente con el cata vino que, aunque poco y por poco tiempo, enbriaga pues hace decir lo que no saben y caer en tierra 70. Mostrándoles en esto el mismo Cristo que las pruebas y muestras gusta de dárselas de balde o poco caras y a buen precio k y que si más quieren lo compren; que es ordinario el que vende miel consentir que entren el dedo sin que cueste dineros y la prueben, pero si quieren meter la mano, se lo defienden hasta que esté hecho el precio y haya desembolsado. Ningún exemplo hay tan vivo como éste [175v] y que así descubra la liberalidad de Dios en los principios de los que le desean servir: en ver cuán de balde se les da y deja probar, como dice David: Gustate, et vidite quam suavis est Dominus 71. Y en ti experimentarás esta verdad, pues hallarás qué poco obligado tenías a Dios cuando te dio el querer buscarlo en la soledad y recogimiento, cuando te dio a probar su dulcedumbre, pero luego escondió su mano para que tú no metieses la tuya en cosas que así están vedadas para el que no ha puesto mano al arado, hasta que tú hayas hecho el concierto de trabajar en su viña y tomar el azadón; que si tú trabajares como debes, fiel mayordomo es que puede y quiere pagar hasta el último cuadrante de lo que te debiere, según su palabra y tu trabajo.

            De que puede, ya tú dices que lo sabes pues ha hecho contigo la reseña de su caudal, pues más lo deseas a solas que todos los thesoros y haberes del mundo. De que quiere también es muy cierto, pues dice la esposa que tiene manos torneadas 72, manos de bolas redondas que en sí no retienen nada, sino que todo se rueda y se da muy de buena gana para el que lo busca en el officio que le cupo por la elección y repartimiento que Dios hizo. Acuérdate, mi hermano, que quiriendo entrar l Gedeón en la batalla, escogió los que tomaban el agua en el río con la mano, y por mucha sed que tuviesen la mortificaron bebiendo


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con scasez m, y despidió a los que se echaron a buzas y tendieron el cuerpo y rostro a querer enllenar la boca 73. Que parece guardaba aquella seguridad y entriego n total de las vertientes de las aguas para cuando volviesen de la guerra, que para la entrada basta ir satisfechos con moderación; y los que en el principio, sin haber peleado ni trabajado, ya parece que quieren meter el río en su vientre, a ésos despide.

            Bien es, hermano, que al principio de tan grandes trabajos y batalla como has acometido gustases, como hemos dicho, cuán suave es el Señor 74, pero eso hase de tomar con moderación antes del acometimiento y muy con medida, porque el torrente lo guarda Dios para cuando los suyos vuelvan regocijados con los manojos que han segado de la trabajosa simencera que hicieron cuando iban llorando y sembrando sus lágrimas 75. Y de aquel gran patriarcha Joseph se lee que cuando tuvo mucho trigo encerrado en Egipto para manifestarlo a los que estaban distantes y apartados, echó paja por el río abajo 76, significando en aquello que arriba había grande abundancia de trigo y que si querían el grano les habíe de costar marchar y caminar agua arriba. Lo propio te digo yo, mi hermano, que esas ansias y esos deseos que tú tienes [176r] de buscar a Dios en la soledad y recogimiento son unas pajuelas que te arrojó Dios agua abajo para te dar a entender que, si quieres el grano y cumplimiento de tus deseos, has ahora de caminar y andar agua arriba, pues el reino de los cielos padece fuerza 77 y con violencia lo llevan los que lo buscan y no han de querer, estándose en su aldea y apartados de la corte, gozar la abundancia del trigo y mantenimiento que los que están en compañía del gran patriarca Joseph.

            Es muy cierto que en los principios, cuando Dios previene un alma, le da este conocimiento de quién es Dios, no para que lo goce en aquel estado, sino para que lo busque en el que después le dieren; y si después de aquel gusto que primerotuviste ahora te sientes en ese officio cargado, penado y afligido, es señal que caminas agua arriba y vas a buscar lo verdadero, durable y permaneciente. Considera, hermano, qué de veces son reprehendidos los del tribu de [Rubén y Gad] porque, marchando a la tierra de promissión, sólo porque vieron unos prados floridos y abundantes para sus ganados, se quisieron quedar en ellos y no obligar con su trabajo a Dios a que los entrase en el colmo de la tierra prometida 78. Y así, el Spíritu Sancto, en el Ecclesiástico, con los que se contentan con algo les dice: Transite ad me, qui concupiscitis me 79; que pasen adelante los que aman a Dios y no se queden donde han sentido un poquillo de gusto de concupisciencia, que no se queden donde sienten su interés y sólo provecho, sino que pasen a buscar a Dios por Dios. Bien se deja entender, mi hermano Pedro, que si esto fuera lo que más nos conviniera, que Cristo, que a su madre regaló


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con los pasos gozosos, que tras ellos no le enviara los dolorosos. En fin, ésta es tierra y valle de lágrimas y hemos de gozar de la fructa que la tierra lleva. Démosle a Dios millares de gracias, que no nos olvida, sino que nuestros trabajos nos los facilita con ciertas señales y prendas de la otra vida.

            Cuando o el hombre se casa, da ciertas arras a su esposa y mujer, mostrando en ellas el amor que la tiene, pero éstas no son suficientes para que por toda la vida se sustente y coma con ellas ni con su valor, ni el Espíritu Sancto llama bienaventurado al que de esto se goza y entretiene, sino al que come del trabajo de sus manos: Labores manuum tuarum quia manducabis, beatus es, et bene tibi erit 80. Bien es que se goce (como acá decimos) el pan de la boda, pero tras ése es necesario manos a la labor y al trabajo. ¡Qué millares de ellos se ven perdidos en el mundo por comer y holgar! Bien es, mi hermano Pedro, que te goces de las señales y prendas que recebiste de Dios cuando tuviste algún lugar de tratar a solas con él, pero advierte lo que más dijimos p y que esas prendas las tengas por arras y pan de boda en que Dios mostró gustar de tratar contigo. Pero no por eso has de q holgar, sino trabajar, porque de tus trabajos comerás y con ellos podrás conservar y guardar tus prendas y arras sin deshacerte de ellas para que siempre te sirvan del amor que tu buen esposo te mostró en las primeras vistas, cuando determinaste de ser suyo y le amar con veras.

            [176v] Mira las buenas partes de que hace mención el Spíritu Sancto de aquella mujer fuerte que, después de muchas leguas, la vino [a] hallar procul et de ultimis finibus pretium eius. Confidit in ea cor viri sui, et spoliis suis non indigebit 81. Manum suam misit ad fortia, et digiti eius apprehenderunt fusum 82, y otras muchas cosas que, si de cada una hubiéramos de hacer mención, nos venía bien a propósito. Dice que en ella confía su esposo, que es mujer de fee y confianza, que sabe guardar (como si dijera) lo que su marido le da y entra por las puertas y sabe ganar. Et spoliis suis non indigebit; no tiene necesidad (me parece querrá decir) de gastar las arras que su marido le dio o despojos que le dejó r para se vestir, porque es mujer muy hacendosa y el trabajo no lo busca en cosas fáciles, pues manum suam misit ad fortia, sino que pone su mano al trabajo fuerte, pesado y laborioso donde halla contradición de su natural y gusto. Y para que echásemos de ver que s eran trabajos que se bien lograban, dice que digiti eius apprehenderunt fusum, según lo que el spañol dice: quien hila y tuerce, bien se le parece.

            Bueno fuera, mi hermano Pedro, que en tanta mocedad vuestra diérades de mano a todo género de trabajo y que con el gustillo de la soledad no hubiera ya para vos más hilar ni torcer. En verdad que al cabo del año os habíedes de hallar desnudo.

           


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Los que viven en los puertos de mar cada día comen pescado fresco, pero los que están acá muy dentro en la tierra lo comen salado y en cecina que, aunque no tiene el propio sabor ni es el mismo regalo, es el propio pescado, salvo que es seco, acecinado, duro y desabrido. Los que ya están en el cielo y gozan de aquellas soberanas riberas, pegados con el maremagnum que a mano cogen, pescan y gozan, gocen norabuena de la suavidad de Dios y enpleen su hambre sin tener sinsabores, que allí todo es fresco, todo es nuevo y reciente; pero los que estamos metidos acá en tierra, no podemos siempre y como queremos tener y gozar de Dios, hémosnos de contentar con tenerlo y gozarlo, como si dijéramos, acecinado, en sal, en cruz, en trabajos y continua mortificación; que, si comida áspera y desabrida, el mismo Dios se es el que se da y comunica en los trabajos y el que se da a los bienaventurados, sino que por estar tú en tierra y parte donde las cosas bajan y vienen de acarreto, es necesario ponerlas de suerte y modo que tú las puedas gozar.

            Esa es la causa, hermano Pedro, por qué, llegando los deseos del Redentor de la vida a quererse dar a sí propio y quedarse entre los hombres, buscó aquel altíssimo modo del sacramento del altar, donde se quedó real y verdaderamente como está en el cielo, sin que tú lo vieses ni gozases como lo ven y gozan los bienaventurados, sino en la mejor forma que tú pudieses, dándosete [177r] debajo de aquellas species sacramentales. Buen modo es el que tiene Dios de dársete en el officio y cuidados que te ha encomendado; y si tú no lo ves ni palpas con las manos, así conviene para tu provecho y para el de tus súbditos, que en ellos al dissimulo y encubierto esté Dios. Digo que conviene que en esos trabajos esté Dios encubierto para tu provecho y el de tus súbditos. No hay dudar sino que entre los hombres ocasionados a presunción y vanagloria son los prelados, por ser hombres constituidos y levantados sobre las cabezas de los hombres, según lo que dice David en la explicación ordinaria que dan de aquel verso: Imposuisti homines super capita nostra 83; hombres levantados sobre las cabezas de otros hombres, muy diferente que los otros señores: que si lo son de sus criados estarán levantados sobre su trabajo y obras exteriores que son obligados a hacer en su servicio; y el esclavo está sujeto en lo exterior, haciendo las obras de servicio con el gusto, voluntad o contradición que le pareciere. Pero terrible cosa es la del prelado: que haya de ser señor de mis obras y actos exteriores y, juntamente, de mi voluntad, de mi querer, a quien debo rendir mi voluntad y él ha de estar puesto sobre mi cabeza.

            Una de las mayores excelencias que tiene la ley de Dios es llamarla «yugo» 84. En esto se diferencia el yugo de las demás cargas y pesos: que todo lo demás se lleva a cuestas y los animales lo llevan en el lomo y costillas, pero el yugo llévase en el cuello y tírase con la melena y cabeza. Pues llamar Cristo a las cosas y leyes y fueros de la tierra


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«carga», diciendo: Venite ad me omnes qui laboratis t et onerati estis 85, fue decir que era carga que se lleva a lomo y con el cuerpo; pero su ley se ha de llevar y tirar con la cerviz, con el cuello y con la cabeza, que es la voluntad y corazón u con que le habéis de tirar. Ha de ser ley puesta sobre vuestra cabeza, como lo está el yugo: habéisla de adorar, reverenciar, estimar y poner como cédula real sobre vuestra cabeza.

            Todo esto, pues, tiene el prelado y éstas son las preminencias que Dios dio al prelado: que estén estimados y tenidos sobre nuestras cabezas y sean, si en preceptos y mandamientos, obedecidos de voluntad y corazón; no como las leyes del mundo, que se llevan al lomo, [177v] matando al que las lleva y reventando con su peso, sino como las leyes de Dios, que se llevan y v tiran a cuello, a cerviz y con la cabeza, mostrando en esto las entrañas y voluntad con que el súbdito ha de obedecer a su prelado. Que no sin falta, el sposo alabó a su esposa de buen cuello con dos galanas propiedades, diciendo: «Tu cuello, esposa mía, es como una torre de marfil» 86.

            Cierto que si en estas parábolas y semejanzas no buscáramos otros misterios w que no cómo nos las pudiéramos declarar. Pues digo que como el Spíritu Sancto conoció en aquella soberana y divina esposa una proptitud y fortaleza grande para el cumplimiento de la ley de Dios, la cual Cristo llama yugo 87, no tiniendo a quien con mayor propiedad poder comparar el cuello dispuesto y fuerte que tenía para que se le cargase este yugo, dijo que era su cuello como torre. Acá ¿no decimos a una cosa muy fuerte y a un castillo inexpugnable: es una torre? Es esta esposa tan fuerte para el cumplimiento de la ley de Dios que, por mucho que la carguen, no torcerá ni aflojará, pues es una torre, y no torre que se edificó con piedras que se deshacen y desmoronan con el tiempo, sino edificada con güesos de marfil, que son los más fuertes y duros que hay, para que todos sepan con la fortaleza y ánimo que cumple y lleva esta soberana y divina ley, sin desdecir ni menoscabar con los tiempos esta entereza y firmeza. Lo cual también nos quiso dar a entender el Spíritu Sancto en esta palabra: Eburnea 88, porque el marfil, conservando siempre una misma firmeza y dureza, sólo trueca el color: y es que cuando nuevo está blanco y a cabo de años está amarillo. Que por estos dos colores nos quiso dar a entender el Spíritu Sancto la pureza de intención con que esta soberana y divina esposa enpezó a guardar estas leyes divinas y que siempre las fue guardando con integridad y firmeza, pues ésta no se trueca en el marfil; sólo lo blanco se volvió amarillo, que es color de muerte, dando a entender que esta ley se guarda en vida y en muerte y que por su cumplimiento no ha de haber trueco en la firmeza, sino en el color de vida y muerte, en quien esta [178r] ley ha de ser una.

           


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Ahora, pues, si las leyes y preceptos de los prelados han de ser unos con los de Cristo y se han de llevar como el yugo al cuello y se han de cumplir de voluntad y corazón y con firmeza, paréceme a mí que, según esto, han de ser los cuellos de los prelados como los de la esposa: torres de marfil, firmes y fuertes, que por muchas leyes y preceptos que les pongan no los han de poder doblegar ni torcer, sino que con firmeza, proptitud y voluntad, han de ser obedecidos y tenidos de suerte que, cumpliendo sus leyes con pureza, que significa lo blanco del marfil, no ha de haber en ellos trueco, sino en el color de vida a muerte; que siendo firmes en el cumplimiento de estas leyes en vida, lo sean también en muerte.

            Y según esto, grande es la honra y dignidad de los prelados, pues, según lo dicho, han de ser obedecidos, tenidos y estimados como Dios, cuyas leyes, preceptos y mandados han de ser cumplidos como divinos. Gente puesta sobre las cabezas de otros hombres, y no hombres como quiera, sino gente que tenga cuellos como torres edificadas de marfil. Que, según esto, será gente torreada, defendida y guardada, pues está cercada de tantas torres que todas le defienden, guardan y miran por su honra; será gente bien enpinada y levantada, pues no está sólo subido sobre una torre, sino sobre muchas; y su vida será vida sobre muchas vidas, pues las de sus súbditos se han de perder antes que se quebranten sus preceptos justos y leyes sanctas. Y si hubiéramos de decir de esta honra y dignidad, fuera escribir muchos libros. Basta esto para nuestro propósito x.

            Y digo que es grande la ocasión dicha para ocasionarse un hombre que no tiene mucho de Dios a presunción y vanagloria; que, en fin, el aire combate con mayor fuerza en las torres más altas y andan a mayor peligro los más encumbrados. Pues como estaba a cargo de Dios prevenir el remedio para esta necesidad y medicina para esta llaga, dioles a los tales un remedio opuesto, para que en su contrario hallasen la medicina, y éste fue dársete Dios en trabajos, cuidados y penas de suerte que, si por razón del officio estás sobre las [178v] cabezas de tus súbditos enpinado y levantado, por razón de comunicársete Dios en tantos trabajos y penas estés debajo de sus pies, considerándote y menesteroso de su ayuda y consuelo. Y que, si en el pensamiento del súbdito estás metido y encerrado en su corazón y puesto sobre su cabeza, viéndotepenado y afligido, te consideres no merecer estar debajo de sus pies, pues te trata Dios con el despego de los que poco merecen. Y si tus preceptos y defensa de honra y vida vale sobre tantas vidas como tienes súbditos, adviertas por otra parte que la trais bien z enprestada. Y que, si guardada por la parte inferior, por estar subido sobre cabezas de hombres, bien descubierta por la parte superior, pues con tanta facilidad Dios te topa cuando te busca para hacerte terrero de sus penas y trabajos acertados. Y que si tú eres Dios que mandas y juzgas a, Dios te juzga a ti y quiere que antemano y sobre tarja b pagues en sufrir y llevar con paciencia tantos trabajos como el officio tiene así acensuados.

           


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En verdad, hermano Pedro, que fuera muy bien que, después de haber puesto Dios y subido a tanta dignidad a un hombre de tierra, le diera por ayuda de costa otros gustos y entretenimientos interiores, que son las golosinas que vos me habéis puesto que os llevaron el corazón. ¿Por qué pensáis, mi hermano, que el día de hoy hay tanta duda en la salvación de los prelados? Yo pienso que debe de ser el verse, por una parte, tan subidos, levantados y enpinados y, por otra, tantos gustos y entretenimientos. Viven en torres y mueren en regalos. Pero en la primitiva Iglesia parece no se perdía prelado porque, si estaban subidos en torres por la dignidad, humillados con los trabajos que Dios les daba c; vivían en penas y morían en cruces, ocupábanse en mandar y ordenar a sus súbditos y en obedecer a Dios.

            De una cosa se admiró David de los malos: que no eran azotados y castigados con los otros hombres, dando a entender que solos los justos son los que cain debajo del azote y rebenque [179r] del verdugo 89. Pues ahora digo yo: habiendo el prelado de ser no de los malos, sino de los buenos y de los mejores, paréceme a mí que, si él azota y castiga a los súbditos, que no habíe de faltar quien lo azotase y castigase a él; y más, que él puede errar y no acertar en sus azotes y castigos, pero Dios, que es el que pone la mano sobre él, no puede errar. Y así, siempre debe andar con las penas y temores que arriba quedan dichas, que son las que lo humillan y muestran d estar necesitado de Dios; y no que, si ahoravivieras con los primeros gustos, estoy por decir que no asegurara yo vuestro partido para vos ni para el de vuestros súbditos.

            Por un exemplo se entenderá. Los amos, llegada la hora del comer, les ponen la mesa y comen de su espacio, pero no tanto que siempre hayan de estar comiendo, porque para ellos fuera mucho comer y para sus criados mucha hambre, que no comen hasta haber levantado la mesa. Los buenos amos comen a su hora y luego tratan de que los criados coman y de que se les lo necesario, y aun ellos los sirven. Así me parece se hubo Dios contigo, mi hermano Pedro: que primero te puso la mesa y te dio una celestial comida a que te arregostaste, dándote que gustases cuán suave es el Señor 90; pero, pasada la hora que Su Majestad tenía determinada, levantó la mesa y quitó los manteles para que tú, como buen ministro, ahora administres tus súbditos y les des de comer, pongas la mesa y guardes recogimiento donde Dios también a ellos se les communique y tú los sirvas y veles.

            Bueno fuera que tú te quedaras siempre a tu mesa puesta y tus súbditos a diente. Digo que a ti no te hiciera provecho y a tus súbditos hiciera daño. Dirásme: ¿cómo no me pudiera hacer provecho estar siempre a mesa donde se gusta de los gustos de Dios? Digo que ésta es la diferencia que hay de gozar en la tierra de los gustos de Dios o


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gozarlos en el cielo: que en la tierra se goza de ellos por vía de entretenimiento y en el cielo por vía de cena y comida [179v] que siempre dura. Y para gozar de esta duración y eternidad no tenemos la fortaleza que para eso se requiere, porque somos niños: Quasi modo geniti infantes lac concupiscite 91. No tenemos fortaleza para comer el e manjar sólido: Lac concupiscite; gente de cortos y pequeños stómagos que con poco quedan satisfechos, pero en el cielo, como varones perfectos y gente de buen estómago, dales Dios fuerzas para aquella duración y perpetuidad. Más, en esta vida goza el hombre de las cosas de la otra mezcladas y adobadas de suerte que es menester dárselas con tasa.

            Pongamos un exemplo. Menos se cansa un hombre de beber un jarro de agua que de comer un pedazo de pan, porque para lo uno es necesario trabajo y para lo otro no. Esa es la causa por qué los gustos en el cielo en muchos lugares de la Scritura se llaman bebida 92: porque se gozan y gustan sin fastidio, enfado y trabajo. Pero acá en la tierra esa agua que allá se bebe acá se amasa y cuece y mezcla con semejanzas y especies que es necesario, para aprovecharse de ellas, el hombre las masque y digiera y que en su ejercicio y operación ande ocupado el entendimiento agente haciendo su officio y propuniendo al entendimiento posible para que él, hecho sus silogismos y consecuencias, apure y liquide verdades y así f en ellas se goce y huelgue. Si acaso no fuere alguna vez, cuando Dios, usando de su misericordia, quisiere usar con la tal persona de algún previlegio, communicándosele con algún modo sobrenatural extraordinario, en el cual, sin pensar y sin entender, se halle las verdades entendidas y las causas de gozo en casa, que entonces más será beber que comer, pues sin trabajo g halla en sí conocimiento de quién es Dios y de otras altíssimas verdades sin cansarse ni andar por circunloquios ni semejanzas. De éstos yo no trato, que eso ya fuera mover otra cuestión; y también de ésos pudiera decir que eso no es para siempre, sino para un rato.

            También de los que trato ahora es de los que h, vía ordinaria, [180r] natural o sobrenaturalmente, son ayudados a que conozcan, con grande claridad y distinción, grandes verdades en las species que les son representadas. Y de éstos digo que no es posible que siempre estén gozando y comiendo y entendiendo. Mirémoslo por otro exemplo. Comerse ha un hombre sustancia de cuatro gallinas sacada y distilada (creo dicen) por alambique o alquitara, y en gallina no se comerá un hombre media gallina. Dios está en todas las cosas por presencia, esencia y potencia, y en las criaturas y en sus species gozamos y gustamos de Dios, pero muy con medida y tasa, porque estas species y semejanzas que nos lo representan nos cansan y algunas veces nos dan fastidio; pero cuando nos dan esta sustancia y este conocimiento sin estos dibujos ni retratos,


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dad cuanto quisiéredes. Supuesto esto, nuestro hermano Pedro, esta comida acá en la tierra no es para siempre respecto vuestro, que por no cansar no doy otras muchas razones. Tampoco os convino respecto de vuestros súbditos, a quien sois obligado a acudir, sustentar y alimentar y cuidar de su mucho y de su poco en el cuerpo y en el alma.

            PEDRO: Cierto, hermano Juan, que me consoláis y aliviáis mis trabajos con vuestras verdades, porque ello pasa al pie de la letra: que después que pasé aquellos ratos buenos y me levanté de aquella mesa donde sólo el olor de los manjares de Dios eternamente me sustentaran y tuvieran bien olvidado de todo lo que no fuese guisado a este sabor, pues dende que me hicieron levantar de esta quietud y sosiego no entiendo sino en dar hábitos, poner la mesa y dar de comer a tanta muchedumbre de religiosos como Dios va enviando. No trato del sustento corporal, sino del spiritual, que todo se me va en hablar, predicar y amonestar y ser guarda y portero del recogimiento de otros. Y suelo entristecerme y melancolizarme cuando veo un frailecito de seis meses de hábito seis horas de rodillas delante el sanctíssimo Sacramento y, mientras él goza de estos almuerzos y meriendas, a mí se me va en mirar si está [180v] la casa limpia y la comida aderezada y desenvolviendo los rincones de la casa. Considerando esto, unas veces suspiro y otras lloro, y pocas me consuelo.

            JUAN: Ea, Pedro, acabá de desasiros de vos propio, contentaos con lo que os he dicho. Que si ya vos dais a vuestros frailes i de merendar y los servís a la mesa, primero comistes. Y si os parece el tiempo breve en j que gozásedes de aquel bien, considerad, como denantes decíamos, que pudo ser comiésedes vos más en un trago, por haberos quizá dado la sustancia y quintaesencia de lo que ahora comen vuestros frailes, desgranando consideraciones y apartando el grano de la paja. Y si os parece que ha muchos días que gozastes aquel bien y que ya estáis desmayado, sea muy enhorabuena, que así llevaréis mayor hambre y mayor sed para en la otra vida comer más y que os sepa conforme vuestra hambre.

            También digo, según lo que en el párrafo antes dejo dicho, fue admirable traza de nuestro Dios darse a los prelados encubierto en trabajos y sinsabores, y no en gustos. Díganme, todos mis hermanos, qué dieran ellos porque les dieran un manjar que no hartara y que, siendo precioso, dél podíamos comer cuanto quisiésemos, particularmente si era convite en casa ajena y se comía a costa de otro que nos lo da de muy buena gana. Paréceme a mí que esta traza fuera soberana y de grande estima. Pues digo que menos fortaleza tiene el hombre para gozar en esta vida de Dios en gustos que no en trabajos. Lo uno, por lo que dice el Spíritu Sancto: que el hombre es nacido para los trabajos, como el ave para volar 93. Luego si el hombre vuela por los trabajos, más


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tierra ganará en ellos que en los gustos por no haber nacido para los gozar en esta vida.

            Ahora venid acá. Si vos fuésedes grande caminante y ruin comedor, ¿cuál sería mayor merced: la que un rey os haría diciendo que os dará de balde todo lo que pudiésedes comer, o que os daría por hacienda las posesiones que pudiésedes andar y correr? Es llano que sería mayor [181r] la merced en esto segundo que en lo primero, por ser el hombre de pequeño y corto estómago y largo para correr y k volar por los trabajos. Así hizo Dios este concierto con el hombre: que, mientras viviese, se le quería dar en trabajos y penas, no olvidando l de le dar algunos bocadillos y desayunos en que le pudiese gustar.

            De esta verdad tenemos particular testimonio en san Pedro: qué presto se enbazó en la trasfiguración con aquellos bocados y vislumbres que allí gozó 94; qué presto que disparó pues, como dice san Lucas, que habló lo que no sabía 95; qué presto cayó en tierra. Miradlo después m correr por el camino de los trabajos y por el de la predicación, por el de las cárceles y cruz, qué largo, qué ligero, qué fuerte, que derrama su sangre y pierde su vida y no desmaya. Miradlo en Pablo, que le suben al tercer cielo 96 por un breve rato y, habiendo visto lo que el ojo no vido y oído lo que la oreja no oyó 97, cai n en tierra: Non audiens, nec videns, y tan desmayado y descaecido que es necesario que lo lleven de la mano y lo entren en la ciudad y que lo regale Ananaías 98. ¿Qué es esto, Pablo? ¿Tanto comistes que dio con vos en tierra? ¡Oh, mis hermanos!, que para estas cosas somos flacos mientras vivimos, y es menester que se nos den con moderación. Pero en los trabajos, mirad a Pablo fuerte: In laboribus plurimis, in carceribus 99, azotado, perseguido y atribulado y, con todo eso, fuerte: Fortes facti sunt in bello 100, etc. Así digo que es grande misericordia de Dios que se nos guisado en trabajos, que es el manjar del hombre.

            Por esto que he dicho, acabo de entender de otra manera, o por la misma y en otro lenguaje, lo que al principio pusiste en tu cuestión: de que quisieras gozar de Dios a solas en el rincón y retrete, y que por aquella palabra «a solas», hallo que quisieras amarle y conocerle como los bienaventurados, [181v] que inmediatamente están unidos con Dios, ven y conocen en Dios tantas grandezas, sin que demedien species, exemplos ni semejanzas. Quisiérades tomar y gozar la fructa en la güerta y cogerla del árbor y no comprarla en la plaza de tercera persona, costando dineros. Advierte, hermano Pedro, que éste es güerto cerrado para el esposo y la esposa 101 y para los bienaventurados, que dejando acá su cuerpo volaron por encima el cercado, los cuales, sentados a la sombra de aquel soberano árbor de la vida, gozan de la fructa que de madura se cai del árbor y les es dulce a sus gargantas 102, dando en


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eso a entender que en ellos el comer y agradecer todo es uno, pues dice que es dulce a sus gargantas, pues la dulcedumbre y el gusto no está en la garganta, sino en el paladar. Pues ponerlo en la garganta, donde se forma la voz o, el grito y consonancia en las palabras, fue decir que, gustando de aquella soberana comida, gustaban siempre de agradecerla, estando continuamente formando palabras y cantos dulces con sus gargantas, y que el gusto del paladar tenía una admirable correspondencia con sus gargantas.

            De todo esto gozan a solas los bienaventurados. Pero acá en la tierra, donde todo viene de acarreto, no lo puede tener ni gozar a solas. Ha de tomar y tener este bien de mano de las criaturas, que son las que publican y pregonan esta soberana fructa, pues dice el Spíritu Sancto que scientiam habet p vocis 103, que pregonan con sabiduría la gloria y grandeza de Dios y que los cielos publican esta majestad y grandeza. Y después de haber comprado esta fructa, vos allá dentro la habéis de mondar y silogizar, apurar y adelgazar para gozar de algo de lo que vamos tratando, porque vuestro cuerpo es pesado para subir y trepar tan alto y entrar donde se entra por puerta cerrada; es necesario os desnudéis de él. Que mientras con él estuviéredes [182r] vestido, habéis de conocer a Dios, como dice san Pablo: Nunc autem in aenigmate, tunc enim facie ad faciem, et sicut est 104.

            Yo no trato ahora de alguna singular merced sobrenatural y extraordinaria que Dios quiera hacer a la criatura por algún breve rato, dándosele a conocer allá muy en lo secreto a solas y sin testigos que demedien o entrevengan de especies o criaturas, que esto no es para todos ni por siempre, que esto no es sino un regalillo que hace al alma a hurtadas del cuerpo. De lo que aquí se trata q es de los gustos que vía ordinaria se alcanzan, los cuales, como se registran en los sentidos y allá dentro en las potencias se mascan y deshacen, es necesario que vengan mezclados en cosa que se sienta. Y de todas cuantas cosas hay, la más a pelo, la más conforme nuestro natural, como decíamos, son los trabajos y sinsabores en quien los sanctos tanto se gozaban y gustaban.

            Dos cosas parece que hemos aquí tocado que con veras desea un alma para con Dios: gozarle y conocerle a solas. Este es un deseo sancto y muy conforme lo que el alma goza y conoce. Y este deseo se advierta que no le nace de envidia ni de entender que, si tiene compañeras que le acompañen, se le ha de menoscabar; no de envidia, porque cuando llega un alma a desear con veras a Dios, ya está llena de charidad y es certíssimo que el deseo que tiene de Dios corre muy a las parejas con otro deseo que tiene de que todo el mundo le tenga y le goce. Lo cual mostró la esposa cuando, tratando de este deseo,


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dijo a su esposo: Trahe me post te, hablando de singular, y apenas debiera de haberlo puesto en ejecución cuando dijo: Curremus in odorem unguentorum tuorum 105; que parece se habíe arrepentido en la primera palabra de hablar de singular, pues tan presto trocó el lenguaje.

            Y es certíssimo es una soberana gloria la que los bienaventurados tienen en el cielo gozando de Dios unos en compañía de otros. Y ése es el artículo de fee que confesamos cuando decimos: creo r la communión de los sanctos; creo que me están communicando sus méritos y rogando por mí en el cielo, intercediendo y pidiendo vamos todos en su compañía. A esto alude aquel juntar la otra mujer, que con solicitud y cuidado había buscado la dracma que había perdido, a todas sus [182v] vecinas para que le dieran el parabién 106. Y lo propio hizo el buen pastor cuando halló la oveja perdida: que juntó quien celebrase y hiciese fiesta a sus ganancias 107.

            Tanpoco desea esta alma gozar a solas de Dios por entender que otras se lo han de menoscabar; que bien sabe que es Dios infinito y que no tiene fin ni cabo y que, cuando hubiera otros millares de mundos, no fuera posible que nos apocaran lo que deseamos. Lo cual consideró muy bien la esposa cuando, junta con sus compañeras, les descubría las perfeciones de su esposo, sólo con intento de que todas se enamorasen de él; que, pues era Dios infinito, no habíe que tener celos de que le habíen de hurtar la parte que les cabía 108. Bueno fuera que el aguador que llega a coger una carga de agua al río caudaloso que corre, que riñese con los otros que hacen lo propio, pensando que le habíe de faltar a él agua para cuando tornase. Está Dios vertiendo sus misericordias sobre los hombres más copiosas que todos los ríos juntos del mundo, y lloviendo sobre mi sembrado, ¿no tengo de querer llueva sobre el de mi vecino? Es muy cierto que a esta alma que desea gozar a Dios a solas no le mueve envidia ni codicia de que los otros le han de quitar la parte que les cabe de este gran Dios.

            Pues digo que el desear gozar y conocer a Dios a solas se ha de entender en aquella manera que las criaturas le pueden impedir el tal gusto y conocimiento. Bien se sabe estar un hombre comiendo un manjar y estar tan divertido en otras cosas que no sabe a lo que le sabe, porque la atención de la imaginación a las cosas que come es la que percibe o no percibe el gusto. De donde los locos pocas veces saben hacer diferencias de manjares, por la enfermedad que tienen en la imaginación. Bien entiendo es ésa la causa por qué los del mundo no gustan de Dios: porque la distracción y locura que train atendiendo a las cossas de la tierra los tiene divertidos para no saber a qué sabe este Dios que en tantas diferencias de cosas se les da cada día preparado.

            Y aun quizá por eso dijo David, tratando o pidiendo a los hombres que gustasen de Dios, que advirtiesen y mirasen: Gustate, et videte quam


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suavis est Dominus 109. Para percebir la suavidad de Dios es necesario gustar y ver, que es lo propio que atender a lo que se come. De donde me parece que hay que notar aquella palabra: gustad. No dice: comed y mirad, sino: gustad y ved. Porque muchos hay que comen y miran [183r] y no gustan de Dios porque tienen el gusto tan estragado con las cosas de la tierra que son como los que han comido agraz o vinagre: que les quedó dentera para después no gozar ni gustar de lo dulce. Las cosas de acá, como no maduras, avinagran el gusto y quítanlo de las cosas de Dios. Y así, aquella palabra rr «gustad» pide preparación del sentido, no habiéndolo hecho a otras cosas bajas.

            Lo segundo que enseña aquella palabra: gustad es que la comida se tenga en parte que de ella se guste, porque lo que una vez tragamos y comimos, como dice Cristo: In ventrem vadit, et in secessum emititur 110. Y así hay hombres que comieron a Dios y ya lo echaron detrás de las spaldas y ya no se s acuerdan dél; pero el que quiere aprovechar halo de tener en el gusto siempre delante, en la imaginación t, en el pensamiento y meditación.

            Lo tercero que dice esta palabra «gustad» es principio, como cuando acá decimos: «gustad esto», es decir: probadlo, tomad un poquito. Que llano es que si a uno le dijesen: «probad este plato», y se lo comiese todo, no haríe lo que le decían. Pues decir David que gustemos de Dios es decirnos que, por mucho Dios que uno tenga [y] guste, todo es un poquito y siempre está al principio. Que es lo que dijo David: Nunc coepi 111; siempre me parece que estoy al principio de mi aprovechamiento, y de vuestro conocimiento hallo tantas cosas que pensar y conocer u de vos, Señor, que siempre me parece que enpiezo y que sólo es gustar.

            De manera que para gustar de Dios es necesario gustarlo a solas. También suele quitar el gusto de una cosa las salsas, species y adobos con que se come, de suerte que hay tantos manjares tan disimulados y disfrezados que apenas sabréis lo que son. Y así muchas veces se les da Dios y comunica a los del mundo para engañarles su gusto estragado y perdido: que se les da guisado en figuras, representaciones, exemplos y en el conocimiento de las v criaturas para que gozando de ellas, a que están tan aficionados, se les y comunique Dios; pero eso suele ya ir tan disfrezado que apenas sabe el peccador qué es lo que come. Pero los deseos del alma sancta, de quien vamos tratando, son deseos de quien tiene conocimiento de Dios: que, para que le sepa, para amarle y quererle, no ha menester salsas ni sainetes, sino que se le a solas, y así lo quiere y lo desea.

            Lo propio tiene el conocimiento: que, como [183v] el hombre en sus operaciones es tan delicado, cualquier cosa le divierte y perturba para no conocer lo que desea. De donde los otros philósophos vinieron


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a dejar los poblados, retirarse a los desiertos, y aun haber quien se sacase los ojos para más a solas enplearse en el conocimiento y contemplación de las cosas sobrenaturales. Y aun en los sentidos lo echaremos de ver que todos ellos juntos no pueden ejercitar y hacer su w officio y, aunque ellos por sí puedan y a una estén dispuestos para ver, oír, gustar, oler, palpar, pero no les puede acudir la imaginativa a todos juntos. Que es el ansioma de Aristóteles: que Pluribus intentus, minor fit quod singula sensus 112; un sentido menoscaba a otro y si juntamente quiero atender a ver y a oír es cierto que se han de apocar las tales acciones. Pues siendo el conocimiento de Dios tan delicado y el hombre de suyo tan terrestre y estorbado, es llano que, si ese ejercicio no se hace muy a solas con Dios, no se tendrá como lo desea.

            Ahora, pues, viendo Dios los deseos de esta alma de quien vamos tratando y que la persona que más necesidad tiene en este mundo de este gusto y conocimiento de Dios son los prelados —del gusto, para sobrellevar los trabajos; del conocimiento, para acertar a guiar las almas de que tiene cargo—, dio Dios orden y modo como se acudiese a su deseo y lo pusiesen en estado y disposición de que mejor lo pudiese gustar y conocer. Estas x dos cosas, en grado heroico, se las dan los trabajos de que vamos tratando, en que Dios de ordinario pone a los prelados. Lo primero, el gusto. ¿Qué otra cosa hay en el mundo que así dispierte la gana del comer como el trabajar y hacer ejercicio? Pues ésa es la medicina cierta que dan los médicos a quien tiene estragado el apetito. El trabajo y el ejercicio y desmuele y gasta mucho, y siempre querría uno estar comiendo. Y si no, mírenlo en un cabador: que cogerá un pan duro, áspero y de cebada y le sabrá a almendras. Lo cual no tiene el poderoso, pues después de le haber hecho mill potajes no los puede arrostrar. ¡Qué verdad tiene esto! Quién ve un alma afligida que, si Dios se le da en la forma que Su Majestad fuere servido, sólo se contenta con que sienta ella que es pan, que es Dios. Con eso queda contenta, aunque la trate como fuere servido, y eso causa la hambre que [184r] tiene: comerse un Cristo crucificado con todos sus azotes, clavos y espinas y que le sepa a almendras.

            A buena hambre, solemos decir, no hay pan malo. Comía David pan amasado con lágrimas 113 y de lo uno y lo otro hacía una mezcla y no se veía harto, pues sus lágrimas se le volvían pan que siempre le aumentaban la sed y deseo de más pan de lágrimas, porque todo lo desmuelen z los trabajos padecidos por Cristo. ¿Por qué piensan, mis hermanos, que los del mundo tienen tanto fastidio de las cosas de Dios que no hay quien se las haga gustar ni probar? En andar enpalagados de las cosas del mundo, el estar llenos de gustos y contentos, el estar en las sillas del descanso; por eso se las debieran de negar a Juan y Diego y les ofrecieron el cáliz de amargura donde Dios se da a gustar a los suyos 114.

           


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Lo segundo, digo que en los trabajos mayores o menores está el más o menos conocer a Dios. Y atento que en muchas partes tengo scrito de diferentes modos que consigo train los trabajos de este conocimiento 115, sólo digo ahora de dos particulares. El uno es que los trabajos train un conocimiento de Dios, y de otras muchas cosas, interior porque con el dolor recógese el alma en sí y en sí conoce a Dios, a diferencia del que le conoce por las mercedes y beneficios que de Dios recibe, que es conocimiento exterior, id est, extra se, porque los beneficios recebidos lo sacan de sí y lo llevan a a Dios, bienhechor y hacedor suyo. El primer conocimiento es más simple, porque los propios trabajos lo desnudaron de todas las cosas de suerte que entre él y Dios nada quedó si no era Dios, manifestándose en la tribulación. Pero en el segundo conocimiento dase a conocer mediante los bienes recebidos. Es llano, que es más, y más alto conocimiento b el que uno tiene de una persona en su propia persona que el que puede tener de esta persona por algunos bienes particulares que de él reciba, porque el conocimiento de la persona en su persona es conocimiento en alguna manera de toda la persona, y estotro es según parte. Como conocer a Dios porque me hace bien, conozco su bondad en lo que ordena, conozco c su sabiduría, etc.; pero en los trabajos, aunque en ellos se conoce su justicia, pero tomándolos un alma como de Padre amoroso, descúbrese en ellos el mismo Dios, no mediante algunos particulares bienes, sino desnuda y descalzamente conoce d a Dios en la manera que puede, sin que se divierta a conocerle en algún atributo en particular, a cuyo conocimiento lo sacó la buena obra recebida.

            Yo no trato aquí del modo de conocer natural [184v] o sobrenatural mediante species o figuras o sin ellas, sino digo que por muchas vías el entendimiento tiene más alto y claro conocimiento de Dios en la tribulación que cuando está sin ella, o cuando está obligado por algunos particulares bienes que de su mano ha recebido. Mejor se ve el cielo strellado de noche y cuando corre algún aire cierzo que sopla los ñublados y adelgaza los vapores que están en el aire, porque de día y cuando está el tiempo sereno no faltan algunas marañuelas que lo enturbian.

            Cuando un alma está llena de trabajos, en ellos, como en noche oscura, se le manifiesta Dios como otro cielo estrellado, lleno de mill bienes y misericordias, porque la tribulación adelgazó las species mediante las cuales concibe el tal conocimiento y sopló los estorbos que en tiempo de bonanza se le ofrecen a un alma, dejándola clara, limpia y dispuesta para cosas grandes. En la tribulación no tiene el conocimiento en qué detenerse sino en Dios, y fuera de ella se detiene en sus obras e. A los limpios de corazón les ofrece Cristo el ver a Dios 116, porque con


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ojos turbios y llenos de lagañas mal se pueden ver cosas delicadas. Pues no hay agua de colirio que así aclare y limpie los ojos como la tribulación y trabajo f al corazón, porque en ella se ha un hombre como el que navega en tiempo de borrasca: que tiene por bien, por librar la vida, echar en la mar cuanto trai y, desnudo, abrazarse con un leño para con él nadar y procurar librarse de la muerte y conseguir la vida. Lo propio hace un alma afligida para no ahogarse en el trabajo y tribulación: desenbarazar el corazón de todos los cuidados y negocios que le pueden hacer peso y pena y, desnuda, abrazarse con la cruz de Cristo, en quien a solas está su vida.

            No hay que poner de esto más exemplo que el que cada día vemos en los que dan tormento para que conozcan; de suerte que el conocer lo que muchas veces han negado está en apretarles los cordeles, habiéndolos primero desnudado y puéstoslos en el potro. Por eso les habíe Dios prometido el conocimiento de las verdades a sus discípulos en la venida del Spíritu Sancto 117: porque, viniendo en fuego, habíe de adelgazarlos, purificarlos y sutilizarlos y hacer en ellos todo lo que en un justo hace la tribulación venida de la mano de Dios. Y si es verdad que los trabajos interiores y exteriores disponen con tantas veras a un alma para que sepa, entienda y conozca, puesto caso que el prelado ha de ser la misma sal y sabiduría, no tiene que quejarse de la tribulación, sino agradecerla a Dios como soberano y particular beneficio recebido de su poderosa y bendita mano; que como buen maestro, quiere entrar la letra con sangre para que este conocimiento quede más [185r] vivo y perpetuo.

            Los trabajos dan luz y abren los ojos: Tribulationem et dolorem inveni, et nomen Domini invocavi (Ps 114 g) 118. El hallar la tribulación es hallar luz y camino para Dios h. La hiel del pez dio vista a Tobías 119 en señal de que lo amargo de la tribulación abre los ojos del alma, como se los abrió al hijo pródigo la hambre y necesidad para echar de ver que andaba errado y que tenía necesidad de volverse a casa de su padre (Lucas 15 i) 120. Que es lo que dijo san Gregorio: Mala quae nos j premunt, ad Deum ire compellunt 121. Y al centurión la enfermedad del criado le hizo docto y sabio 122. Esaías (Esa 28 k) lo dice bien claro: Tantummodo sola vexatio l intellectum dabit 123. Y Jeremías bien claro (Jere 31 m): Castigasti me, Domine, et eruditus sum quasi juvenculus indomitus 124. Y entre las visiones de Jeremías, una de las más celebradas fue la vara que vido con el ojo 125, dando a entender que cuando Dios castiga hace abrir los ojos para que le vean y conozcan. Por eso san Pedro llamó al castigo juicio: Tempus est ut incipiat judicium a domo Domini 126, porque también pone juicio n.

           


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Lean los libros del sancto Job y verán cómo entre los divinos es el que está lleno de infinitos misterios y altíssima sabiduría, porque, como varón apostólico y desnudo de todo y puesto en un muladar, no tuvo cosa que le impidiese el vuelo para Dios. Y así dice él en el capítulo 7: Loquar in tribulatione spiritus mei 127; es el púlpito que me da osadía para hablar la tribulación, porque ella trai consigo la sabiduría y copia de palabras y es, como dice David, el campo o ancho donde el corazón se dilata y tiene materia para hablar y decir (Ps 4 p) 128. La tribulación y el trabajo enseña a orar: In tribulatione mea invocabo Dominum (Ps 17129; y en el psalmo 49: Invocabis me in die tribulationis 130. Es muy buena ocasión ésa para llamarme porque dispone entramas partes: la del que ora y del que ha de socorrer (Ecclesiasticus 2): Pius et misericors est Deus, et remittit in die tribulationis 131; que aguarda a hacer mercedes al día de la tribulación. No nos cansemos. La tribulación acarrea y trai consigo tantos bienes que me parece fuera imposible, si no fuera haciendo libro nuevo, poderlos decir, y como el prelado es quien ha de estar más rico y lleno de estos bienes, a él gusta Dios de enviarle las tribulaciones y trabajos a montones.

            PEDRO q: Cierto, hermano Juan, que me habéis entretenido con vuestra sancta y buena conversación gran rato, para mí de harto gusto, y que de todo ha tenido harta necesidad mi corazón afligido. Y echo de ver que vuestra sancta y buena doctrina me ha suspendido gran rato y divertídome de muchas penas presentes que cada día se me ofrecen. Y me parece hiciera yo y diera lo que pudiera por traeros al lado, porque echo de ver no quiere Dios darme bocado en r que no tenga bien grande necesidad de vuestra doctrina que, como salsa dulce y sabrosa, saborea tanto acíbar y s amargo como cada día traigo en este officio que se me ha encomendado. Y así os ruego, mi charíssimo hermano Juan, que el rato que pudiéredes me seáis otro ángel de Tobías 132, que con gusto me consoléis, acompañéis y curéis de la mucha ceguedad que yo tengo en muchas cosas t; que, por no verlas ni conocerlas, algunas me deben de asombrar más de lo que es razón y lo que debe temer un siervo de Dios.

            El demonio, como astuto y sagaz, conociendo mi natural, que es un poco flaco y temeroso, hácele ruido y estruendo con muchas cosas aparentes. Las cuales, dibujándolas con viveza, haciéndomelas tragar por ciertas y verdaderas, algunas veces me hacen perder pie y, si no tuviese tan buen amigo como vos que me diese la mano y asombrase el coco, que dicen de los niños, no qué sería de mí. ¡Oh buen Dios! ¡Oh buen Dios! ¡Oh buen Dios!, y qué vida ésta [185v] y quién fuera cabador. ¿Quién eligiera el morirse mill veces? ¿Quién quiere ser prelado? ¿Cómo no se mueren y eligen el irse a vivir entre las bestias


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antes que dar el sí? ¿Qué es esto, Dios mío? ¿Engañas los hombres o los hombres están ciegos cuando dan el primer paso por pasos que, habiendo u de ir bien descompasados, por la grandeza del officio han de ir con compás y tanta medida cual conviene para ser vistos de tantos como miran? Dime, hermano Juan, ¿qué es esto? ¿No fuera mejor escoger un hombre martirio prolongado entre infieles, ser despedazado entre turcos? ¿Cómo los que son prelados no se van por esos caminos? ¿Cómo no se salen de los despoblados? ¿Cómo nos sufre Dios tantos atrevimientos que ocasionados con el officio le decimos quejándonos, sin saber de quién, con boca llena? ¿Qué es esto? ¿Cómo no silban a los que llegan a este punto? ¿Cómo está dissimulada esta locura? ¡Oh súbditos dichosos y bienaventurados! ¿Cómo no reventáis de contento? ¿Cómo no hurtáis las alabanzas a todos los sanctos por vuestra dichosa suerte, suerte que a pocos les cabe y de pocos es conocida? Porque, si lo fuera, no hubiera más prelados de voluntad que súbditos de obras. ¿Cómo no hay grandes súbditos y súbditos grandes sanctos, viéndose libres y horros de tales obligaciones?

            No te spantes, mi hermano Juan, que, si yo veo muchos hombres casados y obligados a una sola mujer, que el trabajo que con ella se tiene en acudirla, como cabeza que es el varón, a todo lo necesario se lo paga ella con tantos gustos, entretenimientos y ayudas de costa v, compañía, entretenimiento, guarda de casa, gobierno de criados, regalos de marido. Estraña cosa que sea tan pensionaria una mujer a su marido y que, con todo eso, veamos esos conventos llenos de casados que buscan confortadores y consoladores para sufrir la carga del matrimonio; y andan buscando quien les ponga almohadillas al hombro para que no se les siente la cruz que llevan adornada y acompañada de tantas ayudas de costa como tienen; y con nada se dan por contentos, sino que quieren sean sus cirineos todos cuantos frailes hay en el mundo. Y, después de todo eso, quiera Dios no se venga por casa del w letrado y vicario de la villa a se tratar de descasar y arrimar a un lado la carga melindrosa que train a cuestas. Y aun pluviese a Dios fuese carga suya que siempre anduviese a sus cuestas y a su cuenta. Pero lo peor es que debe de ser lo más del año carga ajena que corre [186r] por otra cuenta andándose ellos a la flor del berro, bien a sus anchuras, como novillos cerriles, paciendo en prados vedados por haber quebrado el yugo dende su mocedad con que, juntos y a una marido y mujer, habían de arar la haza en que Dios los tiene puestos para que diesen fructo de bendición. Y con todas esas cosas gruñen, gimen y están descontentos, desabridos, pesarosos, y cada momento riñen y desgajan por hacer divorcios y apartamientos y, a más no poder x, desatar la lazada y quebrar el cordel con que Dios los ató fingen caminos, negociaciones, y se hacen tratantes puniendo la mar en medio, fingiendo celo de su honra y, que ha menester mucha hacienda para la sustentar.


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Y no es sino z que se va huyendo, como otro Jonás 133, contra el precepto y obediencia de Dios, que le obliga a la paciencia y perseverancia.

            ¿Qué tiene que hacer esta vida con la del prelado y esta cruz con la carga pesada del que gobierna? ¿Dónde están las ayudas de costa, dónde los regalos, los entretenimientos? ¿Dónde los gustos y los cirineos que le ayuden a llevar la carga, y no carga de una sola mujer, sino de muchos hombres, y hombres que muchas veces, como dice san Ignacio: Cum benefeceris eis, peiores fiunt 134? No quiero, hermano Juan, escarbar esto ni desatar este trapillo, que sería nunca acabar y no es hilo que por mucho que tiréis dél se acabará el ovillo. Decidme, Juan: ¿qué es la causa por qué habiendo estas disparaciones entre estas dos cruces nunca vemos prelados que busquen quien los consuele en su trabajo, ni en las audiencias de los superiores prelados inferiores que negocien su divorcio y apartamiento, antes creo están llenos de quien pleitee la dignidad, el officio y cuidado de almas, la prelacía y obispado? ¿Están éstos ciegos, encandilados? ¿Es éste castigo de Dios, o Dios que los haya dejado para que hagan a su voluntad? ¡Ay, Dios mío; ay, Dios mío!, y quién se viera libre y con un libro en las manos haciendo cuenta de tanto gasto y recibo como está a mi cargo. ¡Ay, qué vida corta! ¡Ay, qué cuenta larga! ¡Ay, qué juez riguroso! ¡Ay, qué cuenta tan strecha! ¡Ay, qué hombre tan flaco y tan pobre! ¿Qué será, Dios mío, de mí?

            ¡Quién hubiera sido un triste pastor de ovejas! Que, en fin, es hacienda que cuando se pierda [186v] se paga con dineros y ésa es hacienda que está a cuenta del hombre. Pero pastor de almas que está a cuenta de Dios y valen su sangre, y un alma perdida por mi cuenta no se paga sino con el valor [de mi sangre]. ¡Ay, Señor, qué será si por mi cuenta se han perdido muchas! Que no tengo yo más que una, luego, por muchas, muchos infiernos, y si el alma es eterna serán infiernos eternos. Señor mío, Jesús mío, ¿para qué me criaste si no tengo de alcanzar el fin para que fui criado? ¿Para qué me redimiste si no tengo de dar buena cuenta de tu sangre? ¿Para qué me heciste prelado si no merezco ser súbdito? ¿Para qué me diste y entregaste almas, pues no dar cuenta de la mía? Ya que eso heciste y este officio es parecido al del matrimonio, entregárasme una sola que, en fin, juntos y a solas viera yo lo que hacía y acudiérale con mi pobreza, partiera los bienes gananciales, que a más no es obligado el buen casado, pero muchas y cada una dividida y apartada, donde para las alcanzar a todas con el cayado y tirar la piedra era necesario brazo de Dios, Señor, decidme si bastará darme yo y decirles: veisme aquí, haced de mí lo que quisiéredes, comedme, despedazadme, repartidme entre todas,


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que yo no tengo más que daros, y dejadme. Pluviera a Dios parara todo en no comer ni beber, no dormir y padecer. Todo se acaba y su fin tiene, pero ¡ay, ay mill veces, que hay otra vida, otra cuenta, donde no se puede pedir partido, dar escusa, aguardar a reparo en otro tiempo, porque ya no lo habrá!

            JUAN: Hermano Pedro, sosegaos, aguardad, parad, ¿qué es este torrente que habéis tomado? Parece avenida y represa de males que tienen vuestro corazón afligido. Pienso, mi hermano, que no debéis de haber reparado en las cosas que habéis dicho. Lo uno, porque cualquiera de tus b palabras está preñada de mill cosas y pide más ciencia que la de entramos el entenderla y considerarla, aunque no pequeña el decirlas con la facilidad que las habéis pronunciado. Por cierto, mi hermano, habéis dado motivo para enpezar ahora el discurso y para satisfacer a cada [187r] cosa de las que habéis propuesto. Pero, ante todas cosas, me habéis de hacer charidad de decirme si ha habido algo de nuevo dende el otro día que nos vimos; porque, aunque es verdad que otras veces acerca de vuestro officio os he visto con sentimiento, pero no tan grande como el de ahora, porque en el que ahora tenéis habláis con alma, vida, corazón y cuerpo, y sin falta debe de estar todo llagado y lastimado. Y es bien sepa yo la fuente y origen de la nueva aflicción para que pueda responder con propiedad y verdad.

            PEDRO: Aunque es verdad que por mí han pasado hartas cosas de nuevo que pudiera escusarlas contentándome con las haber tocado en las palabras cortas que he dicho, pero, puesto caso que sois amigo y todo se queda en casa, no decendiendo a cosas particulares diré algunas con temor no confunda lo que habéis de responder a tantas cosas juntas como he amontonado, de que aguardo respuesta para cada una en particular. Pues digo, hermano Juan, que de muchas de mis penas no les la causa, más que yo me veo muchas veces afligido y desconsolado sin saber de qué, de suerte que cuando yo quiera buscar el remedio no cuál es el que me conviene porque, estando todo yo dolorido, no qué me duele. Pero en estas ocasiones aprovéchome de la doctrina que otras veces me habéis dado: que a enfermedad invisible se acuda por el remedio a médico invisible, que todo lo sabe y lo ve, rindiéndome ante sus ojos, que debe de tener ese fin en semejantes trabajos: humillarme y postrarme ante su acatamiento, los brazos cruzados para que de mí haga a su voluntad y gusto.

            Otras veces me veo desconsolado, ya por mi condición, que pocas veces doy vado para que corra c el avenida que de ordinario suele sobrevenir en estos officios, y así estáncaseme d en el corazón, y ya se sabe que arroyuelos en sus crecientes se suelen llevar puentes y edificios si se les ponen delante y quieren rebalsar el agua y corriente. Y así no seríe mucho muchas veces en estas ocasiones derribasen mi corazón con melancolías y tristezas y pesadumbres. Otras veces, las condiciones de los súbditos: el no verlas tan blandas, suaves y amorosas cual conviene


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para que el prelado haga de ellos lo que conviene. Otras veces, que lo siento o veo culpas que, si algunas e puedo remediar, no todas. Religión nueva, prelado nuevo, ¿cómo [187v] puede dejar de sentir tantas cosas y culpas ajenas sobre las mías? Cargas sobre cargas, hombros flacos, ¿qué se puede aguardar sino dar con la carga en el suelo? Pues verse un hombre en peligro de arrojar en el suelo cosa que tanto vale y Dios estima, y de no dar buena cuenta tanto se pierde, ¿qué mucho que en semejante ocasión no pierda un hombre el juicio?

            Cuántas veces le sucede a un gran jugador, cuando anda más metido en el juego y se hacen mayores envites, turbarse, encolerizarse y no saberse descartar, porque el miedo de no perder la mano le cegó para hacer yerros. Que, cuando uno juega bien, es señor de sí y hace lo que debe, según reglas de buen jugador, y pierde, no le da tanta pena, pero si pierde por su culpa, las penas le vienen dobladas. Muy sin pensar, hermano Juan, el juego de mi prelacía se ha ido subiendo tanto de punto como el de los que enpiezan burlando por ochavillos y acaban f envidando la capa y hacienda que tienen. Yo enpecé mi prelacía con dos novicios 135. Fue subiendo esto tanto de punto que ahora me veo en una casa de cincuenta religiosos 136 y prelado de otras casas 137, que a semejante resto, si lo tengo de querer, no queda en mí cosa que no deba entrar en el juego. Pues verse un hombre pobre en peligro de perder no menos que su alma g, a Dios y su gloria, etc., yo soy de mío tan temeroso que me parece tengo de hacer mill yerros así en las cosas de que me tengo de descartar como en las cartas y cosas que debo eligir, y esto me turba y me trai tan amedrantado que por eso dije denantes que cómo podía tapar ni encubrir los hombres todos no me tuviesen por loco h.

            Pues digo que esta pena es pena de a dos: pena de mis yerros y faltas en el acudir a las cosas de mis obligaciones, y penas de las faltas ajenas. Que, en fin, es juego y si una mano se gana otra se pierde, y perder hacienda ajena de que un hombre debe dar cuenta estrecha es terrible cosa; que cuando un hombre pierde sus dineros cumple con quedarse sin cenar aquella noche, pero si perdió los de su amo quédase sin cenar y échanlo de casa por no ser hombre de fiar; y quien pierde amo en quien tiene todo [188r] su remedio, pierde mucho. También, hermano Juan, no qué se es, que siento i mucho sin tasa y sin medida las culpas contra la obediencia y prelado y no qué faltillas me he olido en esta ocasión. Y así todas estas cosas se han juntado para haberme hecho salir de madre, como me habéis dicho, y otras cosas que yo me callo, que no es bien salga todo a plaza; que en materia de trabajos pienso que siempre es más lo que se calla que lo que se


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dice, cuando son, digo, de prelados, que los de los súbditos muy de ordinario es poco mal y bien quejado, pues bastábales ser súbditos para callar sus bocas a cuantos males les vinieran; que, en fin, como gente desenbarazada, mejor puede luchar y sacudirse de ellos. Pero ¡ay del pobre prelado que lucha con muchos y cuando se defiende de unos otros llegan por detrás a darle buen golpe, y son más los golpes que no ve que los que ve y dice!

            Yo no quiero decir más, hermano Juan, que se me habíe scalentado la boca y fuera nunca acabar, y yo que, por mucho que yo hable, mi lengua no puede llegar a lamer mis llagas para sanarlas. Y estoy aguardando la vuestra con el ungüento de vuestra ordinaria doctrina, que siempre en mí ha hecho la operación que hizo el vino con que lavó el otro samaritano las heridas del otro pobre pasajero que, decendiendo de Jerusalén a Jericó, le maltrataron y dieron de guchilladas 138. Y así no tengo yo que hablar más en j toda mi vida, sino pediros que, como a hombre ignorante y pobre llagado, sólo con ponerme delante de vos querría moveros a que me ayudásedes con k limosna de vuestros sanctos consejos y con medicina de sancta doctrina.

            JUAN: Cierto, hermano Pedro, que no por dónde tengo de enpezar y que creo fuera mejor enpezar por callar porque me parece, hermano Pedro, vos sabéis ya para todos; que bien decía yo denantes que los trabajos y la tribulación dan ciencia l y conocimiento de cosas; y me parece no qué puedo yo añedir a las cosas que me habéis preguntado, porque en las propias preguntas me parece están las respuestas. Y pues decís que entre amigos todo se sufre, diré lo poco o mucho que Dios me ofreciere; que, como vos acabáis de decir, cuando de una parte y de otra se envidan los restos, junto se hace una buena partida; y así, lo mucho que habéis dicho con lo poco que yo dijere será Dios servido se haga un algo que aproveche a entramos, pues aquí no pretendemos en este juego ganarnos las capas, sino hacernos partidos [188v] y salir entramos aprovechados.

            Lo primero, quiero advertir, porque no nos venga la noche y sea fuerza dejar la conversación truncada y cortada, que, puesto caso que son muchas las cosas que habéis propuesto, no habré de decir de cada una más que unas m palabras, y no a todas, porque no será posible acordarme de n ellas.

            Pienso que entre las cosas o de pena que habéis contado, la primera fue la flaqueza de vuestro natural, el struendo y ruido con que el demonio pinta y dibuja a los tales las cosas pequeñas para hacerles perder pie. En sí propio tiene esto que decís la respuesta, porque si es trabajo y estruendo pintado no hay que hacer pie ni que parar en él, porque eso tienen las cosas p del demonio: que, como son sin asiento


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ni fundamento, no hay que buscárselo, sino dejarlo pasar, como torbellino, trueno o relámpago que en cierra ojo y abre queda deshecho y aniquilado. Que los trabajos que Dios envía a un alma es fácil conocerle la voluntad con que los envía, porque el mismo Dios en ellos descubre los fundamentos que tienen: si son peccados, para que se quiten; si son amores, para que más ardan; y si son regalos, para que con paciencia se sufran. Y en estos trabajos es cierto verse el natural confortado, animado, levantado y consolado. Pero en aquellos trabajos que el demonio sube de punto, como vos decís, para que no se vea su juego, que dicen de masecoral 139, ciega, añubla y descaece a la naturaleza; y si esta flaqueza es grande, es bien, como decís, tener un amigo a quien poder dar cuenta de todo para que, como amigo, nos abra los ojos y descubra los engaños que en semejantes ocasiones tiene puesto satanás. Que, en fin, cuando fuera verdad el no hallar pie no era mala una ramilla de un árbor a que asiros y en que deteneros.

            También advierto que, siempre que el demonio pone mucha diligencia en adelgazar y enflaquecer un natural, es cierto se teme que, puesto en su punto, es corazón que sabrá darlo a todas las cosas que estuvieren a su cuenta, y debe de barruntarlo blando, amoroso, suave y fácil para que en él se impriman las cosas de Dios. Y tengo por cosa evidente que a estos tales es a quien persigue por este camino. Y lo he visto por experiencia en algunas personas que q con particular ternura han procurado servir a Dios: haber venido a dar en tanta flaqueza de ánimo, ora sea por los peccados de la vida pasada, ora sea por las faltas de la vida presente, que han tenido necesidad de medicinas exteriores por haberse hecho enfermedad corporal lo que primero fue pusilanimidad spiritual. La cual la tengo por grave [189r] enfermedad si se deja un hombre llevar mucho de ella, porque es llano se imposibilita esta tal persona de hacer muchas cosas que quiere y ve que no puede. Lo cual le causa notable desconsuelo, porque en semejante ocasión está como el que sueña que le coge el toro y quiere huir y no puede, que si a este tal no lo dispiertan o dispierta, está como ahogado y aun a peligro de una desgracia. Estraña cosa es que, si un hombre ha llegado en lo espiritual a este sueño y flaqueza, vea que quiera huir de muchas cosas que le inportan y las teme más que si perdiera la vida en los cuernos del toro y que no pueda; que quiera obrar y hacer bien, según la nobleza de condición y natural que tiene, y que se vea imposibilitado para ello.

            Bien consideraba David el mal que en sí encerraba cuando con tantas veras daba gracias a Dios porque le habíe librado de tal enfermedad: Qui salvum me fecit a pusilanimitate spiritus, et tempestate 140; es una


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tempestad que sobrevino por aquella tal alma que lo padece y le dejó postrado por tierra las fuerzas y el ánimo con que se habían de obrar las cosas de Dios.

Ahora, pues hemos tocado materia con que os podré decir dos palabras acerca de una sospecha que de vos he tenido, me habéis de dar licencia para decirla. Y espero en Dios no sólo, cuando yo en mis sospechas acierte, no os r desconsolaréis, antes en vuestra flaqueza os confortaréis y animaréis, por lo menos confiando mucho en Dios que así ha gustado y permitido os traten y lleven por camino riguroso y áspero.

            PEDRO: Yo pensaba callar por mucho tiempo, por parecerme con lo que denantes os dije había ya dado suficiente licencia para todo lo que vos quisiésedes decir. Y estad s cierto, hermano Juan, nada me podrá desconsolar de todo cuanto me dijéredes, porque por la bondad de Dios, en lo que yo padezco t en materia o enfermedad semejante, bien es todo contra mi natural y, si hago defectos, contra mi voluntad.

            JUAN: Dios ha querido digáis esa palabra para que yo apoye lo que os quiero decir. Habréis de saber, mi hermano, que ha muchos días que tengo algunas sospechas, fundadas en las palabras ahogadas que me decís y en tantas penas como padecéis, que he estado por decir muy claro que no es la vuestra enfermedad espiritual ni corporal que haya tenido su principio y origen en el propio espíritu, sino de fuera, ora sea (permitiéndolo Dios) por medio de los demonios, o por medio de los hombres; que hombres y demonios, en materia de mal, corren a las parejas y aun no si los hombres se les aventajan algunas veces. Estas dos maneras de gentes se sirven los unos a los otros ayudándose para los males que pretenden, de suerte que unas veces los demonios toman por instrumentos a los hombres para hacer males, [189v] otras veces los hombres con pacto y concierto se sirven de los demonios para sus venganzas y maldades, que son tan infames y quedaron por el peccado tan viles que no se avergüenzan de ser criados de hombres peccadores y bajos.

            Ahora, pues, como me habéis contado, hermano Pedro, que el officio en que catorce años ha os habéis ocupado, ha sido en procurarle almas a Dios, sacarlas del siglo y ponerlas en seguro, officio y trato que se debe de dar el infierno todo por avergonzado y afrentado y obligado a salir a la causa y defensa de su partido. Por otra parte, según muchas cosas que en secreto me habéis dicho, es imposible dejar de tener a muchos hombres agraviados, enojados y airados, según las leyes y fueros que llaman del mundo, todos los cuales se los habéis quebrantado por anteponer la ley de Dios y los servicios que con voluntad y gusto le pretendíades hacer posponiendo el vuestro. Pues decidme: quien tiene enojado al infierno y a los hombres y por otra parte se ve como cada día me contáis —que como no son cosas que queréis las sepa nadie, es bien no decirlas, que, como dicen, las paredes oyen y podría alguien u estarnos escuchando—, no hay que espantar de cosa que yo diga ni de


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nada que vos padezcáis. Decidme, hermano Pedro, ¿qué queréis? Muchas cosas que no podéis en materia de bien acerca del officio que tenéis, para mí, cuando no supiera yo otra cosa, pudiera sospechar os habíen hecho algún mal. Porque es llano que, cuando un hombre se dispone y de su parte hace lo que es en sí en las cosas que Dios ha puesto a su cargo, le ayuda y favorece para que salga con ellas. Y estar vos tan imposibilitado en las cosas que me decís y tener tantas muestras exteriores de vuestros trabajos interiores, mala sospecha me da de que os deben de apretar los cordeles.

            PEDRO: Cierto, hermano Juan, que habéis levantado una notable cantera y dádome pie a que diga alguna cosa que ha hartos años la ando regateando para no decirla a nadie. Sólo os diré lo que habrá ocho días me sucedió: estando yo muy seguro acostado, sin sospecha de que cosa alguna me hubiese hecho mal en cena ni comida, dentro de breve rato disperté trabado de pies y manos, dando gritos y viéndome padecer. Y aunque era tanto que se me retrataba el purgatorio o el infierno, con todo eso, me parece no me moría. Estando desta manera penando, daba gritos, inadvertido de la persona o personas que me oían, y decía: ¡déjenme!, ¡déjenme!; pida, hermano, que me suelten. Y esto decía porque me parecía eran manos ajenas [190r] las que me apretaban y agarrotaban. Esto me duró cosa de cuatro horas, cesó con vómitos y cámaras. Y esto me ha sucedido muchas veces; y aunque en lo exterior de diferente manera, en lo interior de una 141. No quiero tratar ni decir más de esto, que bien que, según lo que padezco y en las cosas que me ocupo, podrían decirme es la pusilanimidad de que vamos tratando. Sólo os ruego, hermano Juan, para mi consuelo digáis, si esto v fuese así, ¿cuál podría ser la causa por qué lo permite Dios y cuál el fundamento que los hombres pueden tener? Que w la causa por qué me persigan los demonios, ordinario es a todos los cristianos tratarlos de esa manera, a quien más, a quien menos.

            JUAN: Sí diré de buena gana lo que Dios me ofreciere; y cuando sea así, hermano Pedro, dad mill gracias a Dios porque os lleva por un admirable camino, seguro para con Dios aunque bien peligroso para los hombres. Lo primero, digo que en obras semejantes lo principal que Dios pretende es asegurar nuestro partido, porque a costa nuestra nada quiere para sí, y luego asegurar el suyo; el nuestro queda seguro trayéndoos Dios así humillado, abatido, perseguido y afligido e imposibilitado de remedio, si no es de su poderosa y bendita mano, ante x quien os es fuerza cada día humillaros mill veces, reconocer su poder y que de ahí sólo os ha de venir vuestro remedio.

            Asegura también Dios su partido en las obras que traéis entre las manos, porque siendo de tanta entidad y valor quiérelas Dios todas por suyas, como otras veces he dicho, y así ha permitido os aten las manos


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para mientras Su Majestad pelea y alcanza la victoria que a él sólo se le debe. Bien os acordáis, cuando fueron a prender a Cristo, cómo huyeron sus discípulos y lo dejaron solo y 142 cuando lo maniataron aquellos inicuos verdugos 143. Esto fue porque sólo habíe Cristo de redimir el género humano, maniatado y enclavado en una cruz, y así permitió lo fuesen sus apóstoles con la pusilanimidad y flaqueza. Lo propio puede Dios haber hecho en la presente ocasión, cuando Su Majestad gusta y quiere hacer esta obra grande: permitir hayan puesto manos en vos y os hayan atado y ligado. El fundamento que pueden haber tenido los hombres es imposibilitaros para que no salgáis con lo que habéis enpezado, pareciéndoles que por ahí habíe de cesar, no considerando que Dios, que puede por Pedro, podrá sin él, o por lo menos afrentaros de suerte que ellos queden bien vengados. Porque es muy cierto, cuando una persona llega a estar de esa manera no libre para hacer lo bueno que desea, [190v] también está no libre para evitar otras cosas que desea no hacer; y por eso dije denantes que, estando seguros para con Dios, están estos tales a mucho peligro para con los hombres hasta tanto que la enfermedad es conocida y descubierta.

            Yo os pondré exemplo de esto, y quisiera no ponerlo en cosas tan materiales. Mill veces sucede, por se casar un hombre contra la voluntad de quien primero quiso bien, ligarlo y atarlo para no tener generación y quedar a mandado de la primera que amó, habiendo entregado z su voluntad a esta segunda con quien se casó, de suerte que quiere muchas cosas en agrado y servicio de esta mujer y no puede por la liga y atadura que le tienen echada y puesta. De otra mujer decir en Valladolid que, siendo muy honesta, habiéndole hecho mal, se desnudaba en camissa y se ponía a bailar a la puerta de la calle y a hacer otras cosas no debidas a su cordura y gravedad. De un clérigo decir en Roma que, no quiriendo visitar a una señora, le pusieron de suerte que le hacían ir y, si hallaba cerrada la puerta, daba con la cabeza grandes golpes para que se la abriesen. ¿Quién duda que estas tales personas que así padecen no merecen mucho, pues de estos males ellas no son causa, y que, junto con eso, quien no sabe la tal enfermedad podrá juzgar y sospechar como mejor le parece a? Ahora podré decir, hermano Pedro, que os cuadra bien el exemplo del que coge el toro y no puede huir, si es así, como yo me sospecho, que algunos ratos padecéis esta enfermedad.

            Dad mill gracias a Dios porque, como digo, os quiere llevar por camino tan trabajoso, camino que, por no lo haber andado ni desandado, no os puedo dar remedio para él si no es que Dios mueva a la persona que hizo la llaga la cure o el tiempo, su poco a poco, lo gaste y quedéis en vuestro seguro. Sólo podré yo tratar de enfermedades y cosas spirituales porque de éstas sabemos algo por tratarlas, communicarlas, leerlas b, y no hay hombre tan seguro y apartado de los que tratan esta


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vida espiritual que algo no sepan de experiencia. Así me parece será bien nos tornemos a nuestra plática spiritual, acudiendo a las penas que sobrevienen a esa enfermedad corporal c; que, remediadas éstas, el mal no será tanto y de los enemigos caseros los menos. Y para mí, según os tengo por temeroso y escrupuloso, como padecéis dos males, unos corporales y otros spirituales, los que más os afligen son los spirituales [191r] porque, viéndoos apretado en ellos, ya entenderéis es acabado el mundo y que no hay cielo para vos, ni gloria ni cosa buena.

            Parece en estas últimas palabras he descubierto el principio y origen de otro mal y pena vuestra en que, si os acordáis, me dijistes, después de muchas invocaciones, que quisiérades ser más cabador y moriros, eligir vivir entre las bestias que entre los hombres. Estas y otras muchas palabras dijistes que, aunque es verdad que cada una de ellas pesadas de por sí podía ser tema de un sermón y motivo de una gran plática, pero no quiero tomarlas absolutas en sí, sino como nacidas de un corazón ahogado y afligido que por la boca arroja lo primero que se le viene; que, a no ser aflicciones de un alma temerosa de Dios, bien entiendo no fueran palabras tan concertadas ni ajustadas con la justicia y mesura que un siervo de Dios debe tener.

            Lo primero que os digo es que os consoléis pensando que entre vuestras penas y la muerte hay medio en que resolléis, y deis mill gracias a Dios porque os libró y dio tiempo para que levantéis el corazón a Su Majestad d porque no es Dios e cruel que ha de apretar a quien ama y envía estos ahogos y aflicciones más que al que sentencian a ahorcar, que le dan lugar para muchas cosas de consuelo y bien de su alma.

            Digo lo segundo, cuando tomemos en sí vuestras palabras afligidas —que es menos pena y trabajo ser cabador y morirse luego que no ser prelado, cuando las cosas no caminan por el nivel y arancel que Dios tiene dado—, porque éste es un garrote que agarrota y atormenta al spíritu y siéntese por menos mal que la muerte del cuerpo, según lo que dice Cristo que no temamos a los que matan el cuerpo y que sólo deben afligir y atormentar los males y desagrados del spíritu 144. Y el que de esto tiene debida consideración, más quisiera vivir entre las bestias que no entre los hombres, porque las bestias no tienen malicia para inducir a peccar y los hombres aprietan de suerte que Dios y ayuda si no os ponen en buena contingencia. Y aun sin spiritualizar esto, menos mal es vivir entre las bestias que ser prelados de hombres si dan en ser ingratos y desconocidos, pues ya se ha visto amansar leones, tigres y bestias f fieras con sólo hacerles bien y de este g conocimiento hacerse siervos y esclavos de sus bienhechores. Y también se ha visto súbditos servidos y regalados de sus prelados y haber sido para


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ellos verdugos crueles, tiranos, y más crueles que los mismos demonios del infierno; y si uno déstos vuelve las spaldas a Dios es para volver el rostro airado y lleno de ponzoña al que le da el pan a su mesa para que en él se cumpla la queja de David: Qui edebat panes meos magnificabat super me supplantationem 145. [191v] Ser prelado de súbditos que habéis de temer, más vale eligir una muerte que tragar tantas cada día con la obra y el pensamiento, y así yo pienso que al prelado que Dios lo pone en esta ocasión quisiera ser más mártir, porque éstos de una vez acaban y van a gozar de Dios y conocen el martirio a mill leguas, pero en esta vida está el martirio scondido, no acaban para gozar el bien y gloria que desean.

            Paréceme esta diferencia entre la una pena y muerte a la otra como cuando un hombre tiene un tabardillo o postema, que sale afuera y llega el zurujano y saca su lanceta y se la revienta, o la que está allá en las entrañas y sin reventarla ni curarla recebís mill tormentos. El verdugo y el que quita la vida al mártir rómpele de presto con el azote y guchillo aquellas entrañas hinchadas y llenas de amor y charidad, y derramando su sangre descansa y muriendo goza. Pero el prelado, que está lleno de deseos de acertar y que Dios sea glorificado, no hay quien con guchillo le rompa la vida sino quien con lenguas le atormente y acabe sin dar fin a la vida, que tantas veces desea acabar antes que verse en un mínimo peligro. Y en semejante ocasión yo no , hermano Pedro, qué deciros sino que lo que dicen los juristas: que quod differtur, non aufertur; que los premios y gloria que se os dilata no se os quita, antes se os aumenta, porque doblado el principal ha de aumentarse el censo y tributo, y así será mayor la deuda y paga que os deberá Dios. Ya sabéis que Esaías llama a Dios «abscondido» 146, y mientras los hombres viven y padecen no es Dios obligado a descubrírseles, pues su intento es que más merezcan, y más méritos hay donde hay menos vista de premios.

            Decís más: que os parece este officio tan sobre las fuerzas humanas que no sabéis si cuando uno da el sí es Dios el que engaña o el hombre el que no advierte. Digo entramas cosas: que Dios engaña, si así se puede decir, cuando en los trabajos grandes aligera sus principios, los apoca y facilita para que el hombre flaco no tema abrazar cosas arduas y dificultosas de grande premio y h ganancia y, junto con eso, hace que el hombre no advierta ni considere todas sus dificultades porque no les huiga el cuerpo. Como lo vemos en Dios y Moisés cuando le encargó en el desierto el officio de predicador y de caudillo de su pueblo, que, por poco que Moisés entendió de las dificultades y trabajos del officio, no se podía averiguar Dios con él para que lo aceptase hasta que le hizo mill partidos y le dio mill ayudas de costa 147. ¿Qué fuera si


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entonces conociera los pecados, [192r] ingratitudines de aquel pueblo y tantos y tan innumerables trabajos como después padeció?

            Paréceme que, si los prelados supiesen todo lo que después padecen, que no habríe quien i quisiese contraer este matrimonio spiritual ni tener hijos. Y aun pudo ser que eso quisiese significar el darle a Jacob por mujer a Lía la lagañosa j y fecunda de noche 148 y cuando él no la ve y celebrar y hacer los casamientos de la hermosa Raquel de día 149, porque trai consigo el officio de prelado tantos trabajos, acudiendo a la fecundidad y multiplicación de los súbditos, que es menester entregárselos de noche, cuando no puede ver las lagañas y lágrimas que en tal officio derramará. Todos los demás officios, en comparación déste, son hermosura, entretenimiento, y se pueden dar y entregar de día dándose a cala y cata. Y aun pudo ser que k ésta fuese la causa por qué Cristo, cuando quiso entregar sus ovejas y ganado a Pedro, le preguntó tres veces si le amaba 150. Veamos, Señor, ¿por qué a esta ocasión dejáis la experiencia del amor de Pedro y ya que la hacéis no basta una, sino tres? Digo, mi hermano, como ya de ordinario habréis oído: el amor ciega; que por eso le pintan vendados los ojos. Y como Cristo le entregaba a Pedro l súbditos, officio tan dificultoso, quiso preguntarle primero si amaba, que era m lo propio que preguntarle si veía. Y no se contentó con preguntárselo una vez, sino tres, como quien dice: tapad los ojos, Pedro, con amor y muy bien los tapad n, de suerte que no veáis nada, que todo es menester para aceptar y dar el sí, officio en que lo de menos será dar vuestra propia sangre. Y si esto hace Dios con Jacob, en quien estaba figurado lo que vamos diciendo, y en Pedro se vido tan a la clara, debe de ser sin ningún género de falta engaño a lo divino el que hace Dios y ceguera la que pretende con amor suyo, y así no hay que espantar entramas cosas se hallen para que un hombre el sí en semejante ocasión.

            Dijiste más: que cómo en semejante ocasión sufre Dios a los prelados tantas quejas y atrevimientos ocasionados de las penas del officio, y que cómo en semejantes ocasiones no se salen huyendo por esos caminos, cómo es locura la que padecen disimulada. Estraño estuviste, hermano Pedro. No cómo satisfacer a tantas palabras cortadas, que cada una es una sentencia; que en ti en esta ocasión se me ha representado un Job en un muladar diciendo sentencias y proverbios dificultosos. Respóndate Dios, satisfágate y concluígate como hizo a Job, que mi ignorancia no alcanza a tanto. Diré mi cortedad.

            A lo primero digo que no es Dios como los hombres acá coléricos, que en un instante, a cualquier cosita, se les sube el humo a las narices; cuánto más que palabras o y quejas en semejante ocasión no son atrevimientos,


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sino quejas amorosas que como [192v] hijos que sentimos el amor de padre acudimos a él con nuestros ayes y con eso descansamos.

            Lo segundo que dices, que cómo no te vas por esos caminos. Cuando así te ves apretado, no da Dios lugar a eso, porque te tiene preso y atado y lo que él una vez coge y aprieta con su mano nadie se lo sacará, y antes sería peor y más pena buscar portillo por donde huir, como la bestia atada, que no le serviría sino de perniquebrarse el hacer fuerza para soltarse.

            Lo tercero, que te asombras cómo los hombres no te tienen por loco. Digo que es imposible, porque no tienen ellos ojos para ver locuras a lo divino, antes, mientras más tocados están destas penas, los tienen por más cuerdos, pacientes, sufridos, pareciéndoles son de piedra los tales. De sólo verlos viven asombrados, pareciéndoles unas veces que son ángeles pues con tales trabajos no se mudan, otras dioses pues así callan, disimulan y sufren a sus propios émulos y enemigos, tiniendo a éstos antes por hijos que a los que en virtud se aventajan.

            Paréceme, hermano Pedro, tras esto heciste una exclamación en alabanza de los súbditos y les diste una corta reprehensión, porque no hurtaban tiempo para engrandecer a Dios por la dichosa parte y suerte que les dio p tan sin güeso y sin pensar, y cómo esto nacía de poco conocimiento, por donde habíe más prelados de voluntad que súbditos de obra. Bien corta será la respuesta desto, y será la ordinaria que dice el refrán spañol: que nadie está contento con su suerte; y por buena que sea la que os cupo, siempre os parece mejor la de vuestro hermano, de donde nace que el prelado, sin engañarse (en materia de descanso), piensa que es mejor la del súbdito, y el súbdito piensa, engañándose, que es mejor la del prelado. Y así, el súbdito le parece en este sentido está menos obligado a agradecimiento que el prelado, y así el tiempo que habíe de hurtar para alabar a Dios porque lo hizo súbdito, muchas veces lo hurta para murmurar del prelado. Y como yo he visto, no tiniendo qué decir de cierto prelado acerca del regalo, comida o bebida y descanso, por andar más trabajado que los súbditos y menos regalado, les he oído decir: dadlos a la ira mala, que bueno es dar una palmada en la mesa y tener a quien mandar.

            En verdad que este tal que consideraba al officio del prelado y a la persona como a la corcha que anda encima del agua danzando sin mojarse ni recebir detrimento de las menguantes o crecientes del río sobre quien camina, pues sin ahondar más ni ver cuán zabullidos andan los pobres y el agua a la garganta de cuidados, [193r] pesadumbres y cargas tan pesadas, pues sólo echó mano de la palmadita que da en la mesa o en el coro dando sónito. ¡Oh, vanidad y locura! Quien en esto pone los ojos debíasele de volver el juicio y la cordura no con palmadita, sino con gentiles disciplinas en las espaldas. ¡Qué poco sabía éste qué era mandar a súbditos y rendirles las voluntades para que con ellas obren y obedezcan, y qué de veces gustarían de hacer los prelados


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con los ojos lo que mandan a los súbditos con las lenguas, y [qué] pocos obedecen y lo hacen con las entrañas que deben! ¡Qué traza tenía este tal para estar contento con ser súbdito agradecido a Dios porque le dio tal suerte!

            Hermano Pedro, yo pocas veces he sido prelado. Vos decís que el prelado está loco cuando así padece. Yo digo que los súbditos son los locos y que jamás los he acabado de entender, porque ellos jamás están contentos con ser súbditos, y si q los hacéis prelados no son para ello, y si hay quien los mire y advierta sus faltas lo quieren dejar y r volverse a su antiguo estado, donde de talanquera, por una vía o por otra, hacen lo que quieren y hablan más que ochenta picazas contra el pobre prelado. Habiéndose con él como el colérico e insufrible arriero: que, en lugar de ayudar a levantar la bestia s cargada y atollada, le dan cuatro palos y le echan veite maldiciones; y habiendo trabajado bien muchos años, por una vez que tropezó se quieren deshacer de ella y echarla a los perros. Pobres prelados, que así os considero cargados sobre vuestras fuerzas, caminando por mill atolladeros. Si dieron un tropezón t o tuvieron alguna caidilla, todas son murmuraciones, maldiciones y trazas para deshacerse del pobre prelado que con vida in­maculada los ha servido toda la vida. Estos son los ciegos, los ignorantes, que, si ven que ellos obedecen, los prelados los sirven y son sus esclavos y terreros de todos los de dentro y fuera de casa.

            Pienso, hermano Pedro, que lo último que propusistes en vuestra plática fue una admirable comparación de los casados: que siendo dos y con tantas ayudas de costa, están siempre descontentos, buscando quien les ayude a llevar su cruz y aun a deshacerla; y de cruz de Cristo hacer dos palos de asaetados en que habíen de poner casados que por cualquier tris andan (como dicen los labradores) a tajo majo, sacándose los ojos [193v] y mesándose los cabellos y haciendo alharacas que las oigan sus hermanos en los conventos más apartados. Cierto que estotro día me pidieron a mí una licencia para que fuese un religioso nuestro a hacer las paces entre un cuñado suyo y una su hermana, que me dio tanta pena que si yo pudiera cargarlos de palos lo hiciera. Echélos noramala. Están ellos comiendo a una mesa, durmiendo en una cama, y sobre u si es tordo o torda el pájaro que se sentó sobre su chiminea riñen y quieren que vaya el pobre fraile, harto de ayunar y azotarse, a hacer las amistades. Tengo esto por desvergüenza, y el prelado que tales licencias da a sus súbditos le habíen de privar mill veces.

            Dijistes también qué seríe la causa que, habiendo tanta disparación entre estos dos matrimonios del prelado a los súbditos y del casado y la mujer en materia de trabajos y disgustos, las audiencias están llenas de casados que se quieren descasar y de letrados que quieren pretender y buscan officios. A entramas a dos cosas podríamos responder con una


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propia doctrina, dejando para la postre un notable que en esa semejanza me habéis descubierto y dado ocasión para que con él concluiga el misterio de vuestras aflicciones presentes.

            Digo, pues, que la vida de los casados de ordinario es como v lo que dicen del cedacillo nuevo: que está sólo tres días en la estaca y luego rueda por la casa. Acábaseles a los casados el pan de la boda y quédanse en casa con un costal de güesos secos, que es la mujer, que cada momento los habéis de estar vistiendo de carne, regalos y vestidos; y si no, como güesos secos, harán ruido que se oiga en la vecindad; y como el pobre casado se ve entre los dientes con un güeso con que se quiebra los dientes sin tener que roer, en verdad que si pudiese echarlo al muladar a que lo roa el perro, que lo haría. Esta es una gente que se dejó llevar de su apetito y sensualidad, tiniendo por fin en esta junta sus gustos; y, como éstos no son eternos, en acabándose, quisieran deshacer la w tal junta. Son hombres que viven según la carne y ésta, si no se asa o sancocha en fuego de amor de Dios, luego güele y no se pueden sufrir los unos a los otros. Es gente que para llevar sus cruces no buscan más ayudas que las temporales y éstas, como son tan flacas como la cañaheja, cargándose sobre ellas, dan de buzas. [194r] Si estos tales acudiesen a Dios y le pidiesen ayuda y con los fines sanctos que deben contrajesen el matrimonio, mill ayudas de costa tendrían, mill consuelos espirituales sobre los temporales que consigo acarrea el tal estado.

            Si supiesen cuando compran que es officio que lleva su pensión, cruz y trabajo, con tiempo se prepararían para llevarla. Son tontos, piensan que todo es oro lo que reluce y que lo que es flaco como la flor del campo ha de durar en el ivierno y verano. Al mejor tiempo, cuando ven los prados agostados y ellos sin su ración ordinaria —porque han sido como la chicharra: que mientras han tenido, se han ocupado en cantar, bailar y jugar—, acuden a la vecina, que, siendo ella tan pobre como la hormiga, le responde que pues cantó que llore. Viéndose pobre, menesteroso y sin quien lo remedie, dejan la carga para el vecino, como decíades vos denantes, y si no da de comer para todos, van a que los consuele el vicario. Y nunca falta un san Borombón pintado por donde el juez los aparte para que cada uno vaya por su camino y, libre, alargue bien el paso para el infierno 151. Fuera nunca acabar decir las causas que hay de tales efectos en casa de los casados, quiérolo dejar.

            Los trabajos del matrimonio o patrimonio espiritual son sin comparación mayores. No tienen su ayuda de costa en la tierra, sino en el cielo, y así son más llevaderos. No acuden los prelados que son como deben a las audiencias de la tierra, sino a Dios del cielo, y así salen


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muy bien despachados, ayudados, socorridos. Todo lo pueden, como dice san Pablo, en Dios que los conforta 152. Estos son una gente que ellos no buscaron el officio, sino que Dios se lo entró por su casa y así le dio el dote suficiente para sustentar su mujer y hijos spirituales. Los que buscan los officios y los pretenden, como decís, por las audiencias, no hay que hacer caso de esa gente, porque son como los casados que hemos dicho, que no buscan en los officios sino regalo y contento, no consideran la carga, no acuden estos tales a sus obligaciones, sino a las de su vientre, honra y estimación. Déstos no hay que tratar porque son una gente que manda y hace leyes sin quererlas tocar con el dedo 153, y así no me espanto que las busquen y quieran y las pretendan y soliciten; que si no sintieren en esta vida su cruz y trabajo, sentirlo han en la otra, donde pagarán lo que no hicieron y cuidaron.

 

 

Sobre la grande pena causada por las desobediencias

de los súbditos

 

 

            [194v] Ahora, mi hermano x Pedro, os tengo de hacer un notablico con que dejaré concluido todo lo que me propusistes, porque, si bien os acordáis, concluistes vuestra plática con decir qué seríe la causa de tanto sentimiento como los prelados tienen de ver las faltas de sus súbditos, y [en] particular de las desobediencias, y que esto lo sentíades vos tanto que os parece éstas eran penas subidas de punto y aventajadas. Y para que mejor os pueda satisfacer, querría que os acordásedes de la pregunta que hecistes a la buena mujer y de lo que os respondió, que ha sido el fundamento de toda nuestra plática y conversación. Que, para proceder con más claridad, quiero refrescar la memoria con la pregunta y respuesta.

            Dijístesme, si bien os acordáis, que preguntastes a una persona devota qué haríades porque sentíades que os llamaban a recoger allá dentro, y que os vistes obligado a acudir al officio y tener cuidado de almas. Respondióos que mejor era ser virgen que no madre y tener hijos. Finalmente, escogistes ser madre y tener hijos y dejar, como quien dice, vuestra integridad de vida. Ahora decís que sentís mucho las faltas, desobediencias y culpas de vuestros súbditos, que qué será la causa de tanto sentimiento. ¿Vos no veis que, como lo que distes, empleastes y dejastes fue mucho por tenerlos, no siendo los que deben, que se os ha de refrescar la memoria con lo pasado? Si fue pérdida lo que dejastes y ahora ver las faltas presentes, es pérdida sobre pérdida.

            Venid acá. Si por orden de Su Sanctidad sacasen a una monja de un monasterio para que se casase porque se le perdía un grande mayorazgo, y después de sacada de su recogimiento y haber dado y entregado


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a su marido su limpieza y virginidad que ella tanto estimaba, no tiniendo más que un solo hijo heredero se le muriese, ¿qué sentiría? ¡Qué dolor, qué aflicción! Allí se le renovarían los rincones de su monasterio, su limpieza y virginidad, su vida pura que antes tenía, pues con la muerte del hijo se ve defraudada de todo lo que pretendía y habíe enpleado. Este, hermano Pedro, es vuestro trabajo. Vos dejasteis vuestro recogimiento por tener hijos spirituales para Dios. Ahora veis que no son tales como deben, juzgáislos por muertos o por lo menos por no aprovechados. [195r] Es llano que tenéis dos cosas gravíssimas que llorar: el enpleo que hecistes y lo que de presente perdéis, que entramas a dos cosas tienen inmenso valor.

            Pues téngoos de descubrir en el mismo exemplo otra gravedad de la propia pena y trabajo que padecéis. Decidme: si a esta madre, de quien vamos hablando que se le moría este hijo que solo tenía, se le muriera dentro del vientre y allí lo trujera y anduviera cargada con un hijo muerto, allí fuera la pena doblada. Y ¿qué si fueran dos? Ves aquí, mi hermano, más subida de punto tu pena: eres prelado, todos tus súbditos son tus hijos que mientras te dura el officio los trais en el vientre. Cuando hacen culpas, si son mortales, se mueren. Pues traer tantos muertos en el vientre, ¿cómo no se ha de sentir y afligirse un prelado?

            Si diésemos más en esta mujer casada para que su pena fuese mayor: que no tuviese reparo su mal con algunas nuevas speranzas de tornar a concebir, o por ser vieja o por quedar del primer mal parto tan straqueada y perdida que se juzga por imposibilitada de tornar a tener otros hijos, sino que le es fuerza haber de acabar su vida; como la tórtola cuando le falta su compañero, que siempre queda sola gimiendo y llorando su viudez en las ramas secas de los árbores. Bien entiendo, mi charíssimo hermano, os será de grande aflicción el veros imposibilitado de os desquitar de vuestros sanctos fines y pretensiones, porque yo os y considero por hombre de cincuenta años, cansado, molido y viejo, que no podréis decir que queréis tornar a jugar y enpezar otra reforma y nueva vida, sino que os ha de ser fuerza, lo que os queda de la vida, consolaros con vuestra viudez y soledad.

            Y porque no parezca, hermano Pedro, que todo es descubrir y encareceros vuestras llagas —que, a no me haber pedido con tantas veras os dijera la causa de vuestro sentimiento z, no sólo debía callar lo que he hablado, pero debía deshacer a vuestros trabajos y apocarlos, que ése es el officio de los buenos amigos, pero ya que yo no lo he b hecho así por haberme vos obligado a lo contrario—, quiéroos decir dos palabras con que podríades tener algún consuelo o alivio. El mayor que se podría imaginar sería, si fuese posible, reparar las quiebras de estos males y privaciones con la posesión de las cosas que primero se deseaban. Vuestros deseos, mi hermano, han sido dos: el uno, soledad e integridad de vida; y ya que ese estado no os haya sido posible por los cuidados exteriores de vuestro officio, tener hijos y fructo de bendición.


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Parece que, por las cosas que hemos dicho, estáis como defraudado de entramos a dos. [195v] Del primero os privó, como digo, la vida activa; del segundo, la vuelta de vuestros súbditos, no siendo tan súbditos y hijos de obediencia como deben. Pues digo que este segundo estado se puede reparar con ofrecerle a Dios muchas oraciones y sacrificios pidiéndole os resucite vuestros hijos herederos, porque, si es verdad que esto lo ha hecho Dios muchas veces por intercesión de los sanctos con muchas madres a quien la misericordia de Dios ha dado y restituido a sus hijos a la salud y vida que habíen perdido, debemos estar muy confiados hará lo propio perdonando culpas y resucitando peccadores, volviéndolos a su vida spiritual, particularmente cuando los c muertos son niños que por desgracia o travesura con pequeña culpa murieron. Y yo quiero y debo a vuestros súbditos escusarlos por ser todos tan nuevos, tan tiernos y niños, en quien sus culpas pueden haber procedido más de ignorancia que de malicia. Y así será mucho más fácil alcanzar de Dios incline su misericordia y vuelva vuestra Religión, casa y convento a su primer estado.

            No estés, mi hermano, muy despedido desto d, antes te persuade que el permitir Dios culpas en las religiones suele tener mill misterios e. Y uno de ellos es hacer que los que viven y están en ellas vivan con recato y que no piensen, porque dejaron y se apartaron del mundo, están ya del todo libres y confirmados en gracia, antes mientras más subidos y llegados a Dios deben estar más mirados y temerosos, según aquello de san [Pablo]: Qui stat, videat ne cadat 154; abra los ojos el que está en lo alto y mire no caiga, que su caída seríe muy grande si la diese. Veréis el otro carpintero que antes de salir buen official se dio mil guchilladas, causa para mirar después lo que hace. Somos, hermano, muy flacos y el officio que tenemos delicado; no hay que espantar de algunos yerros en los principios, que pocos jinetes hay que, primero que saquen buena la carrera a vista de todos, no hayan dado algunas caídas.

            Puede también haberlo permitido Dios para más humillarnos, porque, así como en el buen paño cai la polilla y en la buena madera la carcoma f, la mayor virtud y sanctidad está a peligro de soberbia y presunción. Y pues estoy cierto sabrás los provechos y bienes que acarrean a un alma que tiene Dios para sí los defectos en que permite caiga, según aquello de san Juan: Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum 155, etc., que, según expone san Agustín, diciendo: Quod si sat est dicere, quod et ipsamet peccata diligentibus Deum cooperantur in bonum, dicendum est 156. No tengo que cansarme, pues es cierto, cuando Dios permite uno caiga, no es para [196r] que muera y acabe en su propia culpa, sino para que, levantándose, con mayor fervor torne a recuperar lo perdido y aventajarse en la perfección.

           


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Pero quiero decir algunas causas de estas culpas en orden a su charidad, hermano Pedro, para que en ellas no se aflija ni desconsuele, sino de ellas saque mucho provecho. Venga acá: si estos hijos que han nacido en esta Religión dende que enpezó los hubiera visto y conocido sanctos y buenos, no yo quién le asegurara el partido acerca de la humildad g, verse un hombre tan prosperado en la consecución de sus pensamientos. Vemos el otro casado que, por tener a su mesa cuatro o seis hijos, pierde pie de contento. ¿Cuál debía ser el que su charidad debía tener viendo tantos como Dios le ha dado? Pues, para asegurar Dios este partido, los que sólo en el nombre se pueden llamar nuestros hácelos Dios suyos de muchas maneras. Una fue la de la vocación, otra la de la elección de tal religión, otra fue cuando, después de caídos en ella, los levanta y da nueva vida; cosas que sólo se guardan para el brazo poderoso de Dios. Y pues esta filiación es spiritual y todos los bienes del spíritu son de Dios, verás tú a h tus ojos que en la grandeza de esta obra nada tienes de qué te gloriar, pues todo es recebido de arriba.

            Otra razón, y no de menos consideración, hallo yo. Y es que, viendo muchos hijos, como dice David: In circuitu mensae tuae 157, en quien viste el acierto de la elección que heciste cuando dejaste tu rincón por escoger darle a Dios fructo de bendición, parece habíe ocasión de quedar como premiado en esta vida. Siendo, pues, los intentos de Dios que no estés premiado, sino penado, date los hijos y luego quítatelos por los defectos y faltas que hacen, para te los tornar no tuyos sino suyos, pues habiéndolos librado de la culpa que por su malicia y tu descuido cometieron, te los vuelve en gracia que por su misericordia alcanzaron. Y así quedas con hijos y penas, con el bien que pretendiste y con el mérito que no pensaste.

            Yo quiero dar otra razón y quería te cuadrase ésta y las demás para que dieses vado a tantos pensamientos. Sabe que son trazas de Dios para tener tu corazón más desasido y su obra más prosperada. Lo primero se consigue con la razón ya dicha de ver que esta obra que tenía color de tuya la i haga Dios no tuya por tantas vías. Que a mi parecer fueras ciego y demasiado de soberbio y presuntuoso si lo que es bueno, porque sólo Dios así lo quiere, lo juzgases por tuyo para amarlo y quererlo como sólo obras de tus manos. Y es cierto, cuando veas cada día defectos en tus frailes, de que tú poco remedio puedes poner si Dios no acudiese, es fuerza que cada momento estés llamando a Dios y diciéndole [196v] que no desprecie las obras de sus manos, que ayude a ti y remedie a ellos.

            Lo segundo, de que por este camino la obra quedará prosperada y aumentada, digo que es propio movernos más lo que es nuestro para procurarlo que no lo que es ajeno, y aun a Dios le decimos que no


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desprecie las obras de sus manos 158, puniéndole delante los ojos las cosas en que tiene tanta parte. Pues cuando tú te veas que, tiniendo muchos hijos, te los ha quitado Dios de delante de tus ojos por modos y vías y modos j squisitos, es llano que has de procurar tener otros como más tuyos.

            Esto digo hablando a lo natural. Y, si no, míralo en las palomas y en otros muchos animales: que apenas el amo y dueño de casa les quitó la cría cuando ya tienen otra, porque naturalmente no se hallan solas. Y aun las madres de los príncipes y grandes, en pariendo, dan sus hijos a otras madres que los críen por ser más fecundas y parir más veces. Esto propio hace Dios contigo en el principio desta Religión cuando quiere Dios que crezca k y se multiplique: que por los modos dichos l quita Dios de tu pecho las nuevas crías, desasiendo tu corazón de ellas y, despagándolo con el desamor y desobediencias que Dios permite para estos altos fines, hácelos hijos suyos con perdón de culpas y infusión de gracia. Los cuales, viéndose ya obligados m de Dios, como hombres que han recebido tan alta misericordia, no quieren otro padre ni otro pecho sino el de Cristo crucificado, que en la cruz lo hallan abierto para tales ocasiones y anchuroso para que todos quepan. Pues viéndote tú en tantas ocasiones desembarazado y sin obras propias en que poner los ojos, es fuerza y cosa natural que has de procurar tornar a concebir y parir, como hace la paloma, cuyo oficio hasta la muerte es criar y dar provecho a su amo.

            Aventajarle has tú en que, haciendo ella aquella multiplicación y procreación por sólo serle natural, tú debes hacerlo porque así es voluntad de Dios, a quien debes servir y dar provecho todos los días de tu vida; y la inclinación natural debe servir de sólo ayuda para animar a tu flaco natural, que siempre ama y quiere más las obras propias que las ajenas.

            PEDRO n: Cierto, hermano Juan, que has tocado un punto en que no tengo de dejar de descubrirte una mortificación grande que al presente he tenido en esto propio que vas diciendo, para que eches de ver mueve Dios tu lengua para que hables y acudas a mis dudas y consuelo. Has de saber que en el principio de esta Religión, por muchas causas que yo contigo he parlado, fue necesario tuviésemos un visitador, el cual me ayudó a criar a los primeros frailes en esta forma: él se estaba en un convento con su compañero 159 acudiendo a su crianza, como hace la madre que se queda [197r] en casa con los hijos gastando los regalos que el padre con su sudor y azadón ganó. Y aunque yo no merezco el nombre de padre, pero en cuanto al trabajo y cuidado que de esta Religión he tenido compéteme, porque sin haber reposado por


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muchos años, con mucho sudor he buscado los sujetos y les he procurado el regalo que mis fuerzas han podido. Ahora, como es tan ordinario querer más los hijos a las madres que a los padres, no reparando en estos trabajos, sino acordándose de los regalos que con la madre a la sombra gozaban, todos apelidan y quieren al padre que en tal ocasión hizo oficio de madre; que, en fin, ollas podridas mucho güelen, sin reparar que pudiera ser no las comieran si no hubiera marido y padre que con o el sudor de su rostro trabajara para que se comieran. Ahora, cuando se me ofrece esta ocasión, en realidad de verdad lo siento y, como hombre flaco que ama y quiere más las obras de sus manos que las ajenas, considerando ésas por no mías, procuro otras generaciones y multiplicación de religiosos. Y cierto que decís bien que debe de ser traza de Dios para tenerme desasido el corazón de todo lo de acá y que por ese camino me anime a darle más almas a Dios; que, en fin, aunque como hombre ame p aquello en que tengo parte, con la obligación que tengo a ser verdadero religioso debo amar y querer más lo que es de Dios y para Dios.

            JUAN: Cierto, hermano Pedro, no os tengo de poder negar vuestra mortificación y que en lo natural es terrible cosa que un padre regale [a] su mujer, la vista y traiga sobre sus ojos, sustente y críe sus hijos y que, cuando la madre los ve criados, se quiera levantar con ellos y dejar al pobre marido solo, haciéndole saber que son hijos de adulterio, porque, cuando éste sea muy sancto y eche de ver que ha trabajado, dando de comer y sustentando con su sudor y trabajo aquellos hijos, almas criadas para Dios, ¿quién le puede quitar la pena, sino sólo Dios, de ver que no es suyo lo que por tantas razones y causas lo debía ser?

            Pero consuélate, hermano Pedro, que ya llevamos entablado que en esta vida no has de tener ningún género de gusto, sino mill penas, porque así le agrada a Dios llevarte por el camino que ha llevado a los muy suyos. Procura aprovecharte de ellas y que ninguna quede defraudada de los intentos de Dios. Estas no has de consentir que haya quien las haga no tuyas, porque el demonio, viendo el grande bien que en ellas está encerrado, procura hacer lo que denantes decíamos de la paloma: que siendo estas penas nuestros propios hijos [197v] nacidos y queridos que deben ser de nuestras entrañas, nos lo procura quitar y defraudar haciendo que estas penas se vuelvan como los güevos güeros: que habiendo estado sobre ellos la gallina tantos días, nada saca de lo que pretendió, sino un güevo hediondo y podrido. Y esto propio le sucede al peccador: que después de haber estado sobre las penas y trabajos [en] que Dios lo ha puesto, por no llevarlas con paciencia y por amor de Dios, se vuelven penas parecidas a las del infierno, de que no se saca fructo ni provecho.

            Y es bien adviertas y estés en lo que denantes decías: que era ésa traza de Dios de tenerte desasido el corazón de lo que a tu parecer es tan tuyo como la obra por quien tanto has trabajado. Lo uno, porque


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el blasón q que se gana del granjeo de las almas quiérele Dios sólo para sí, que es tan honroso que cuando el hombre ponga en esta obra mucho, mucho le quiere Dios pagar en el cielo, reservando para sí esas almas que con el tal sudor y trabajo se han granjeado. Llano es que, si nuestro rey trujese guerra con otro rey vecino sobre alguna provincia que le hubiese quitado y después en tiempo algún capitán con su sudor y trabajo la recuperase a la corona real, que si se quisiese alzar con ella sería traidor por ser la tal provincia patrimonio real. Debe contentarse el tal capitán con alguna encomienda que el rey le diese y tantos mill de renta, con r haber sido buen soldado, con que el rey le tendrá siempre en su memoria para acudirle. Pues considera que Cristo por su sangre hizo las almas tan suyas que de ellas se llama padre, señor, redentor, etc. Después, el demonio, como príncipe de tinieblas y rey tan cercano de los que viven en el mundo, tiranízale a este gran Dios parte de su reino, captívale las almas. Si después algún buen soldado y capitán pelea con el favor y ayuda de Dios tan bien y tan fuertemente que recupera lo perdido y quita al demonio estas almas, no se ha de querer alzar con ellas, porque es patrimonio real. Conténtese con que Dios le hará mercedes en lo que él fuere servido y deje lo que es tan de Dios como eso y entienda que son trazas suyas que los religiosos así se le despeguen y desasgan porque en esto que [198r] se va diciendo haya mayor seguridad.

            Paréceme ésta es la razón por qué, criando todas las cosas con tan particular hermosura como se ve y siendo todas las cosas centellas que salen de aquel fuego imarcesible y gotas de agua dulce que se distilan y cain de aquella fuente perenne y de aquel río que sale de la silla de Dios 160, sólo al hombre crió a su imagen y semejanza 161. No se contentó con ponerle una señal de cuyo era s, como es la imagen y retrato que le dio y puso en el alma de las tres potencias de que le hizo capaz por la creación, pero le puso segunda señal, que fue su semejanza, la cual tienen los hombres por la gracia que Dios les da, con que los hace participantes de su divinidad. Todo esto para que do quiera que halláremos al hombre se lo volvamos a su dueño, según aquello que Cristo dice: «Dadle a Dios lo que es de Dios y a César lo que es de César» 162; lo cual se conocerá cuyo es por la imagen y sobrescrito que la tal cosa en sí tuviere; y siendo esta ley tan justa y buena, ir contra ella sería de notable peligro porque seríe fácil coger al hombre con el hurto en las manos.

            Muy necio sería el hombre que le hurtase a su vecino el sclavo que tiene señalado con su hierro: que do quiera que el sclavo vaya lo han de conocer por de t el amo verdadero que lo herró, y si el segundo amo y el sclavo dijere otra cosa es visto ser mentira manifiesta y ser tenido por ladrón. Y tanto es el hurto mayor y la culpa más inorme


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cuanto se hizo de cosa que el señor más amaba. Bien se echa de ver cuánto ama Dios al hombre, cuánto ha hecho y dado por él, cuánto lo estima y cuánto lo guarda, pues habiendo criado todas las cosas, en ellas y por ellas no quiso llamarse señor hasta que crió al hombre. Entonces, como quien ya se veía rico y poderoso en lo que tanto amaba, entonces, tras cada paso en la Scritura, pone este título y nombre de señor. Pues si el hombre, por las razones que a él le pareciesen, quisiese usurparle y quitarle a Dios los hombres, quitábale el nombre de señor y quería hacerlo siervo.

            Paréceme de aquí vengo a entender aquel lugar de los Cantares donde dice el sposo a la esposa: Pone me ut signaculum super cor tuum, [198v] ut signaculum super brachium tuum, quia fortis est ut mors dilectio, et dura sicut infernus emulatio 163; ponme, esposa mía, como sello en tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque te digo de verdad que el amor es fuerte como la muerte y la emulación dura como el infierno. Notemos por charidad u que, entre las cosas que Dios dio al hombre y de que le hizo señor, el corazón es el que en el hombre quiso reservar entero para sí, y así pide que con todo el corazón le amemos 164 y que ése se lo demos, y como cosa que es tan suya quiere que al mismo Dios pongamos por sello para que donde quiera que fuese ese corazón se conozca cuyo es y el mismo sello hable y voces para que nadie se atreva a entrar en parte tan vedada. Y porque el corazón está allá secreto y escondido y no se ve el sello, para que nadie pretenda ignorancia y con esta ignorancia alguien v se atreva a querer conquistar corazones que son de Dios, dice lo segundo: Pone me ut signaculum super brachium tuum; pon en ti, alma mía, dos sellos: uno en el corazón y otro en el brazo, que es la obra, de suerte que tus obras vayan tan desasidas de los hombres y hechas por tan de Dios que exteriormente estén ellas dando voces y diciendo cuyo es el corazón de adentro. Y para que no te espantes de estas peticiones, te digo que el amor que te tengo es tan fuerte como la muerte. Que es decir: antes me dejaré morir mill veces que perder lo que tanto amo, como es el corazón del justo, a quien yo tanto quiero. Y advierte que como los hombres ya se hacen ladrones y salteadores de corazones, me nace a mí a tener esta emulación, y no emulación así como quiera, sino emulación w dura, que dura y durará mientras el hombre viviere.

            Este me parece x desengaño muy suficiente para que de hoy en adelante, hermano Pedro, viváis muy desasido de lo que tan clara y manifiestamente no es vuestro, sino del mismo Dios. Debéisos gozar más y mejor que si ellos os amaran y quisieran a vos, porque, si esos religiosos son de Dios y Dios es vuestro por gracia, en él tendréis todas las cosas con particular seguridad, porque en él nos manda atesorar y poner lo que amamos y queremos. Porque si nosotros nos satisfacemos


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[199r] con voluntades de hombres, son muy flectibles y mudables, hoy están aquí y mañana allí, y cuando pensamos los tenemos por nuestros serán nuestros contrarios por las muchas veleidades y pareceres que cada día tienen. Pero en Dios esa flaqueza humana queda fortalecida y perpetuada mientras el hombre quisiere aprovecharse de ese bien; y así, en Dios, como en conserva, tendremos las voluntades de los hombres, de quien tanto nos pagamos.

            Bien veo, hermano Pedro, no os quejáis vos de esto, de que os dejen los hombres por el mismo Dios, sino que dejen un hombre por otro hombre. Que, en fin, todos son hombres y entre ruin trato poco hay que escoger. Y es muy necio el religioso que deja de querer o tener alguna voluntad a algún religioso por tenerla a otro, porque eso es más de seglares, que son como los que se andan catando vinos de taberna en taberna y buscando nuevos amores y aficiones, todas fundadas en catar y gustar vinos nuevos. Y si el religioso hubiese de hacer esto en la religión, más le valdría estarse en el mundo, donde se compran y venden y voluntades nuevas como en taberna, y no viniesen a la religión a traer porfías si me quieren o no me quieren, porque la religión no es otra cosa sino una bodega cerrada donde guarda Dios el corazón y voluntad de los religiosos como vino precioso para la postre, que es para cuando en la muerte el mismo Dios se entriega en esos corazones, habiendo z gustado de ellos en vida.

            Cristo dice a que nadie echa su vino nuevo en odres viejos 165. Podrá ser que esto se vede porque el odre viejo estará ya roto y lleno de botanas y no es bien poner licor que tanto vale y se estima, como el vino, en vasijas que con facilidad se derrame. Esto entiendo yo al propósito de lo que vamos diciendo: que no es bien poner nuestro querer y voluntad en los hombres, porque siendo la voluntad de tanta estima y valor, pues con ella podemos granjear el cielo y tener a Dios, que no es bien ponerla en los hombres, que con facilidad se envejecen como el vestido y se rompen; y, ellos rotos, el vino y voluntad que en ellos pusimos [199v] es fuerza se vierta y se pierda el fructo y vino que en ellos pusimos.

            Y si me dijéredes b: Oh hermano c, que si en eso erráremos, poco importa que se vierta y pierda el fructo quedándose la vid y el tronco en pie d; y cuando los servicios y voluntades que en un hombre yo hubiere puesto se derramaren, aquí me queda el corazón, que es el tronco y raíz de la voluntad, y será fácil tornar a dar otro fructo y a llevar otro vino que se podrá guardar y reservar para Dios. Digo que esta cuenta es muy mala y muy dudosa porque, vertido ese vino y derramada esa voluntad y afición que tuviste a los hombres tantos años, aguardando otro fructo nuevo para recuperar lo perdido, no sabe el


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hombre si vendrá algún hielo que le abrase el fructo venidero y no sabe, como dice David, si vendrá el oso antes que el amo vendimie la viña y coja el fructo 166. Y qué de veces sucede, mis hermanos, derramar voluntades en lo secreto del corazón y, sin aprovecharlas ni sacarlas en fructo sazonado, aprovecharse el demonio de ellas, y estar el otro en su retrete y escondido y estar baldando y mal logrando lo que tanto vale; y podría llegarse el e fin de la vida y hallarse burlado. Por eso es bueno guardar dende luego y bien lograr nuestra voluntad y querer puniéndolo en Dios, en quien está y queda con seguridad, y no en los hombres, a quien sólo los podemos llamar odres viejos por estar rotos en sus conciencias, en el agradecimiento y conservación de lo que en ellos ponemos a guardar, sino también los podremos llamar odres nuevos, que cualquier cosa que en ellos se pone y echa sabe f a la pega.

            ¿Qué voluntad podré yo poner en el hombre que no sepa a hombre? No basta la voluntad en mí ser voluntad y querer de hombre, sino que la tengo de querer poner en otro hombre, como [200r] si no tuviese harto de hombre en uno, sino que quisiese tuviese sabor y pega de otro hombre. ¡Oh buen Dios!, y ¿qué diré de los que en afición y querer son perrillos de muchas bodas, que parece tienen su felicidad en tener unas condiciones de mantequillas o de cera blanda, que con todos cuantos tratan quedan amigos y conocidos? ¿Qué tengo que decir de estos tales, sino que poca lana y tendida en zarzas, y voluntad flaca y de hombre puesta en muchos hombres, ha de saber a la pega de todos? Por eso es bien que, ya que un religioso dejó a su padre y a su madre, a quien según la naturaleza debía amar porque lo engendraron, que no sea g ahorrarse de ese amor para tener otro menos lícito, que es el de las amistades, que se las lleva el viento. Gastan tiempo y ellas quedan estragadas porque, cuando me digan que todo es de burlas y que allí se les queda su voluntad y querer, es fuerza, como el dinero que el dueño siempre lo manosea, que se gaste aunque sea de bronce; y así la voluntad manoseada entre religiosos, aunque no quede enajenada, hase de gastar de suerte que cuando vaya a Dios no vaya tan pura como debe. Que es la cuenta de los perdidos: que sirviendo al mundo y a sus gustos toda la vida, dejan el acudir a Dios a la hora de la muerte, cuando para desasir y despegar la voluntad de las criaturas son menester mill garabatos, como para sacar el pulpo del agua aferrado en la peña con mill bocas: que para que se desasga es necesario hacerlo pedazos y, al cabo, quizá se quedará el medio allá asido.

            Muchas fuerzas tiene, por cierto, un hombre en la vejez y en la enfermedad para desasir y despegar voluntades y aficiones viejas puestas en las criaturas, que por la costumbre vieja están ya transformadas en la cosa que aman. Que me ha sucedido a mí estar en un convento y mudarme a otro y, sin haber tenido en el pasado cosa que me trabase


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el corazón y la voluntad, estar cada noche soñándome en el pasado y por muchos días acordándome de la vivienda antigua y del suelo y tierra que había pisado, siendo mucho mejor el que al presente tenía. Pues ¿qué hará o qué debemos esperar del hombre o religioso que toma por vivienda a su compañero y pone la afición [200v] en otros hombres? ¡Oh mis hermanos!, y si supiésemos quién son estos hombres y cómo huiríamos de ellos millares de leguas, no sólo porque son vidrios quebradizos y lo que en ellos se pone con facilidad se derrama, y, en fin, como mal suelo, trueca y vuelve lo que en ellos se pone.

            Acuérdome que en aquella parábola que Cristo puso a los scribas y phariseos por san Matheo, capítulo 21 167, hay dos cosas a nuestro propósito que diré aquí, deseoso de que los siervos de Dios guarden su fructo para sólo Dios y no lo pongan donde lo mal logren. Pues compara en aquella parábola Cristo a su Iglesia a una viña que plantó un padre de familias cuya vid es su unigénito Hijo, según aquello que dice san Juan: Yo soy vid verdadera, cuyos sarmientos son los justos 168. Que por eso quiso Su Majestad hiciesen tantas aberturas en su sanctíssimo cuerpo y tuvo una voluntad tan grande y abierta de que todos los hombres se salven, para que el hombre se entre en aquellas aberturas y pegue con aquella sangre que derrama Su Majestad que siempre está fresca y bullendo, porque dicen que así ha de estar la sangre cuando se quiere pegar un miembro con otro cuando de él está dividido y apartado. Como si a uno le derribasen las narices o un pedazo de un brazo: estándose la sangre fresca, dicen, es muy fácil avenir y juntar las dos partes. ¡Seas tú, Dios mío, bendito mill veces, que sabías tú, Señor, cuán ingratos habíemos de ser los hombres y cuántas veces nos habíamos de apartar de ti! Por eso quisiste, derramando tu sangre, que siempre se quedase de un valor y reciente: para que vuelto el hombre a ti se pueda con facilidad tornar a unir y pegar mediante esa preciosíssima sangre, metiéndose por esas aberturas de tus manos y costado.

            Vamos, mis hermanos, filosophando esto y mirando nuestro poco a poco cuánto más nos importa que estén en Dios pegadas nuestras voluntades y quereres, y no en los hombres, porque por mucho que una voluntad quede unida con otra voluntad humana, no puede quedar pegada, trabada ni asida, por ser dos cosas entre sí tan diferentes. Porque dicen que los injertos, para que prevalezcan han de ser pepita con pepita y güeso con güeso, porque si quisiesen ingerir un membrillo en un guindo o ciruelo, no prevaleceríe. Pues digo que, aunque es verdad que los hombres son todos de una especie, son entre sí tan diferentes que apenas hallaréis dos que sean de una condición, de un humor, de un [201r] ditamen. En fin, como acá decimos, hijos de muchas madres, que es refrán que traemos de ordinario para decir la desavenencia que entre sí tienen. Y en esto no dicen poco, que así como los árbores que se crían en las Indias, traídos a España, aunque les pongan y den cuanto regalo quisieren, no prevalecen por razón del


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suelo que les mudaron, de esa misma suerte los hombres, siendo hijos de muchas madres, son de suelo tan diferente que, si yo quiero ingerir mi voluntad y pegarla con la de Pedro, no prevalecerá por razón de mudarle el suelo y ser árbores diferentes: uno, como dicen, de güeso, siendo de condición rígida, dura, áspera y pesada, y otro de pepita, blando y suave. Pero Cristo, como dijo el glorioso Pablo: que convino que en todas las cosas que no dicen culpa se asemejase a los hombres 169 para que a todos los ganase, de suerte que en Cristo asen, traban, prenden y llevan fructo los flemáticos, los coléricos, los sanguinos, el que en su vida profesa humildad, el que profesa charidad, el que es dado a la oración, el activo y el contemplativo, etc. Y más, que en el hombre no hay la sangre fresca y licuor divino que decimos hay en Cristo, mediante el cual se juntan las dos partes desavenidas. Y así es fuerza, después de que vos queráis juntaros con la voluntad de vuestro hermano, que se deje de quedar cada uno de por sí, por el poco jugo y blandura que los hombres tienen.

            La esposa en muchos lugares nos introduce a su esposo derramando y vertiendo gracias y mirra, ya de sus labios, ya de sus dedos 170. Y yo pienso que esta gracia y mirra es este precioso ungüento de que vamos tratando con que el hombre se junta y enbetuna con el mismo Dios. Y poner la gracia y mirra más en los labios y dedos que en otra parte me parece nos descubrió un particular misterio, el cual entenderemos trayendo a la memoria aquello de los Proverbios, donde dice el Spíritu Sancto que la mujer fuerte aprendió con sus dedos el huso 171. Veamos en qué está esta fortaleza, pues el hilar es de las mujeres flacas. ¡Oh mis hermanos, y si supieran lo que Dios allí nos dio a entender y lo que en aquello está significado! El hilar y torcer no es otra cosa sino juntar, trabar y unir en una hebra millares de pelillos que cada uno está de por sí, según la muchedumbre de los pelitos delicados [201v] que están en la mazorca. Pues estando nuestra madre la Iglesia pinctada y figurada en aquella mujer fuerte, nos dio a entender que toda su fortaleza consistía en unir h, juntar y trabar diferentes voluntades en una, que es la de Cristo. Que por eso la Iglesia se llama congregación de fieles y unión de personas con su cabeza, Cristo, y en esto consiste su fortaleza: en juntar muchos pelillos que cada uno está de por sí, hilarlos, torcerlos y trabarlos y ponerlos todos en una mazorca.

            Vamos ahora a la gracia y mirra que dice la esposa que se está derramando de los dedos i y labios de su esposo 172. Digo que la mujer que hila a la rueca ha menester tener siempre los labios húmedos y remojados, llenos de saliva, porque cada momento no hace sino mojar los dedos para poder torcer y que no se le quiebre la hebra; y como este caudal j lo tiene la Iglesia en Cristo, que es su gracia y su sangre


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mediante la cual la Iglesia hila y tuerce, digo que si el Spíritu Sancto puso en sus manos el huso y rueca k, ella tiene en los labios y dedos de su esposo la saliva, la humedad con que se tuercen y juntan estos pelillos desavenidos, que es la gracia y sangre que Su Majestad derramó.

            Digo, lo segundo, que poner estas gracias y mirra en los labios y dedos de su esposo significa que con obras y palabras nos está dando lo que es de tanta inportancia como es la gracia que con Su Majestad nos aviene. Más: yo he visto, cuando los officiales quieren cardar alguna lana, para beneficiarla toman una orza o vasija de aceite y, metiendo en ella la mano, sacan aceite y lo esparcen y echan sobre la lana de suerte que cada dedo del official parece una fuente que mana y distila aceite. Podría ser que considerándose la Iglesia sancta con el huso en las manos para haber de hilar, volviese los ojos a su celestial esposo y viese que le estaba beneficiando la lana que ella habíe de torcer; y que mirando sus labios l los hallase y viese como una tinaja y vasija [202r] llena de aceite, porque la boca de Dios y sus palabras son las que tienen suficiencia para criar mill mundos. Pues en esta vasija m mete Dios sus dedos y los saca llenos de este divino y soberano licuor que derrama sobre nuestras almas para que, con ese jugo que este celestial esposo nos communica, pueda la Iglesia torcernos, juntarnos y avenirnos en una mazorca y hilo con que después de juntos haga un vestido admirable para su esposo Cristo. Luego, según esto, sólo con Dios nos hemos de juntar y avenir, porque de él sólo tenemos la suficiencia para hacer esa junta.

            Vamos, pues, dando más razones por qué al hombre le está sólo bien juntarse con Cristo y apartarse de las juntas y aficiones de la tierra. Pues digo que esta Iglesia se llama viña, entre otras razones por dos: la primera, porque su fructo, que es de esta vid que vamos diciendo que es Cristo, es fructo muy diferente del que dan los demás hombres. La viña en su fructo en esto se diferencia del fructo que dan las demás güertas y fructales: que los otros árbores, para cogerles el fructo, es necesario escaleras, horquillas, palos, piedras, y aun con todo eso quiera Dios podáis alcanzarlo y cogerlo, pero la viña tiene su fructo bajito, humilde, de suerte que parece está convidando a todos los que por los caminos pasan a que lleguen y cojan del fructo, chicos y grandes, porque sus sarmientos los tiene estendidos por el suelo y abiertos para de buena gana dar lo que tiene; y aun para cogerlo, según está de humillado, es necesario os hinquéis de rodillas.

            ¡Oh sancto Dios mío!, y qué gran cosa es tratar contigo n; que, siendo tu Iglesia viña o, eresvid 173 que estando cargado de divinos y celestiales fructos los tienes tan bajos, tan humildes e inclinados a los hombres que con ellos a todos convidas, a todos llamas, a chicos y a grandes; estiendes tus brazos en una cruz para que de ellos, sin defensa


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del árbor, cojan p su sangre, su fructo y gracia. No has menester buscar q escaleras para llegar y coger; no has menester comprar favores de otros hombres; tú puedes con su gracia llegarte [202v] y coger, que no hay quien defienda estos fructos, como en el paraíso el querubín cargado de hierro y fuego 174, sino quien te convide a que te llegues.

            ¿Qué piensan, mis hermanos, que significan nuestras humillaciones y postraciones que hacemos tantas veces oyendo missa y estando en la iglesia rezando, etc.? No es otra cosa sino considerar que nuestro gran Dios semetipsum exinanivit formam servi accipiens 175; que se humilló Cristo y se bajó tanto que el que hubiere de coger de este fructo ha menester humillarse, bajarse, inclinarse y r hincarse de rodillas. ¿Qué significa aquel bajarnos al Gloria Patri, el Filio, et Spiritui Sancto, sino decir: seas tú, mi Dios, bendito, que siendo tu gloria de tanta alteza y majestad y estando de antes tan scondida y levantada sobre los cielos, como dijo David: Domine in caelo misericordia tua 176, ahora la bajaste tanto que podemos decir que: Gloria Domini plena est terra 177; que la tierra está llena de tu gloria; y como tu gloria está sobre la tierra, es menester que nos abajemos y humillemos para coger esa gloria y el fructo de tu preciosa sangre, el cual derramaste por la tierra siendo de suyo tan subido y sublimado que cada gota vale más que millares de cielos? Y pues los fructos andan por el suelo, hémonos menester bajar para los coger, los cuales nos los da Su Majestad de muy buena gana sin que sea menester hierro con que cogerlos.

            Oblatus est, quia ipse voluit 178; él se ofreció porque quiso entregarse. Y aunque es verdad que su sangre la sacaron los azotes y los s clavos y espinas y lanzada, pero ella salió de tan buena gana que, antes que esos hierros hiriesen ese sanctíssimo cuerpo, la propia sangre en Cristo estaba hirviendo con el fuego de la charidad que tenía a los hombres y daba borbotadas, de manera [203r] que ella sola por sí se salía, como dice el glorioso san Lucas: que factus est sudor eius, tanquam gutae sanguinis decurrentis in terram 179; que sudaba gotas de sangre y se caían en la tierra. Miren si tenía buena gana de salirse y de que tú llegues y cojas ese divino fructo que, como vid y viña celestial, está convidando a todos que cojan, estendiendo sus sarmientos t y renuevos hasta el u fin de la tierra v, según aquello del propheta: Extendens palmites suos usque ad mare 180, etc. Y allí usque ad mare no es querer poner fin ni límite, sino como cuando acá queremos significar la suficiencia de una cosa, no tiniendo otra cosa con que significarla mayor, decimos: basta cuanto a la mar. Estendió Cristo sus sarmientos y fructos cuanto a la mar. Según esto, nuestro trato y conversación ha de ser con Dios y no con los hombres, los cuales no son, aunque deben los que son injertos en esta vid ser


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humildes y imitar a su vidueño, pero no lo hacen ni son vides, sino árbores empinados, encopetados, levantados y sublimados, de suerte que para haber de llegar a cogerles el fructo es necesario, según son de altos, poner una escalera sobre otra y buscar un favor con otro; y, con todo eso, quiera Dios que alcancéis y lleguéis donde pretendéis y que cojáis fructo, no os paguen con palabras fingidas y falsas o con fructa de ciprés que, no valiendo para nada, no tiene más que cáscara, o como el olmo, que todo lo echó en hoja y hermosura.

            Y para que sepamos que nuestro fructo se ha w de guardar para sólo Dios, en quien tan solamente se ha de poner nuestro querer y voluntad, dice que, en el propio punto que plantó esta viña, de quien, como digo, Cristo es vid y los hombres sarmientos 181, para que el fructo lo coja aquel para quien es y que entre por la puerta y no por su antojo, estando todo patente para las bestias del campo, dice que en el puncto que la plantó sepem circumdedit ei 182; que le puso y le echó un seto que la guardase y defendiese, [203v] donde hallo yo qué dudar. Seto significa enpalizada o estacada o unas cercas que acá se hacen en las viñas con los sarmientos y cambrones que en ella nacen. Pues pregunto yo: si el intento de Dios es guardar el fructo que nosotros damos para su dueño y que no nos demos y entreguemos a otros hombres, y en esto hay tanto peligro cuanto lo hay en que vivamos en un mundo tan malo, de quien dice x [san Juan] que totus [mundus] in malignum positus est 183 y que es menester guardar al hombre muy bien porque vive en un puerto de arrebata capas 184 y, como dijo san Agustín: nichil securum est in hac vita 185.

            De donde apenas hubo Dios acabado de criar el paraíso cuando le puso guarda 186. Y, pregunto yo, ¿de quién guardaba Adán el paraíso, pues entonces no habíe en el mundo más que sus manos? Yo pienso que de ellas lo debiera Dios de mandar guardar, pues ellas y las de su mujer fueron las que hurtaron y robaron dentro del propio paraíso 187. Que es decirnos que, cuando en el mundo no hubiera más de un hombre, de ése solo habíemos menester guardarnos, y aunque ese hombre fuera yo solo, de mí he menester guardarme. Y así vemos que Dios, en todas las cosas que han sido de precio, ha puesto particular guarda. Y viendo que en el paraíso no le habíe ido a Dios bien con esta guarda, lo echó del paraíso y trujo otra del cielo, que fue un querubín que guardase viam ligni vitae 188, que guardase el camino que iba para el árbor de la vida. Y después sabemos que el arca del testamento, el propiciatorio y otras cosas preciosas estuvieron tan bien guardadas que apenas habíe quien les diese un alcance 189; y el lecho


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de Salamón lo guardaban setenta fuertes soldados 190 por los temores y desgracias que suceden en la noche.

            Pues si esto [204r] es así, que tantos peligros tienen todas las cosas en la tierra, tantos contrarios, y ellas de suyo son tan flacas, ¿qué es la causa que para su guarda dice que puso una cerca que, según lo que digo que significa sepes, es de palillos flacos de sarmientos quebradizos y de cosa de poca consideración? Digo que esta cerca fue de grande consideración porque es cerca que se nace en la misma viña; allí nacen las zarzas, los cambrones, los sarmientos cortados; y las hierbas que de las mismas viñas sacan, ésas sirven para la cerca y para darnos a entender que, siendo nosotros en esta Iglesia católica la viña y los sarmientos, dentro de nosotros nace la cerca, dentro de nosotros pone Dios con qué guardarnos. ¿Qué otra cosa es el miedo y el temor que en nosotros causan nuestras culpas, el temor del juicio, de las penas del infierno, sino una estacada que, aunque de cosas flacas, guardan y defienden la viña no entre en ella quien no debe a la asolar y destruir? Que es lo que dijo David: Posuisti firmamentum formidinem 191; pusiste tú, Señor, en esta viña unos miedos y temores, los cuales le sirven de firmamento y guarda. Y aun podría ser fuese ésta la cerca y guarda que puso Dios en Caín para que nadie le matase. Viendo Caín cuán manifiesto era a Dios su peccado y fratricidio, díjole Caín a Dios: Señor, cualquiera que me hallare me matará. Díjole Dios: ¿Quién te ha de matar? Ponam in te signum; yo pondré en ti una señal 192. Como si dijera: yo pondré en ti una cerca. Esta señal dicen algunos que fue un continuo temblor y temor que tuvo de su peccado 193, y este temor le servíe de cerca, porque éste le haríe andarse escondiendo por las breñas y espesuras, y este temor le haríe se guardase de los que le podían matar.

            Este es el temor que, yo digo, sirve de estacada para guardar los hombres y andarse escondiendo no sólo de quien [204v] les puede quitar la vida del cuerpo, sino lo que es más: la vida del alma 194. Aunque san y Crisóstomo z dice 195, tratando de la guarda que pone Dios en un alma para que sólo a Su Majestad se y entriegue, que le puso Dios otra guarda y cerca, no de palillos, sino de piedras firmes que son los ángeles, los cuales son tan fuertes que uno solo basta a defender un ejército de docientos mill hombres y aun quitarles la vida si fuese necesario a, como lo hizo un solo ángel en el ejército de Senacherib 196; y si nosotros nos quisiésemos amparar como debemos de nuestros sanctos ángeles, lo propio harían siempre que los hubiésemos menester.

           


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San Hilario 197 dice que nos guarda Dios con los exemplos de los sanctos, y su vida y costumbres sanctas nos sirven de murallas y terreplenos que nos defienden, porque esos exemplos son tan eficaces que, si ponemos los ojos en ellos y somos quien debemos, esos propios nos hacen tener b el pie atrás y mirar por nosotros. No son, dice san Jerónimo 198, cercas de palillos un Moisés y Elías y otros sanctos, los cuales de tal manera guardaban el pueblo de Dios que muchas veces, quiriendo Dios enojarse contra él c, defendían no entrase su ira dentro 199. Que es lo que dice David: Si non Moises, electus ejus, stetisset in confractione eius, [ne] disperdet eos 200; si Moisés no se pusiera delante para que la ira de Dios no entrara, es certíssimo que los hubiera destruido muchas veces. Que es lo que el mismo Dios dijo otra vez: Sine me, ut irascatur contra populum istum 201; que parece pedía Dios licencia para entrar a castigar al que guardaba la viña. Y si los sanctos del testamento viejo, dice san Jerónimo, son y hacen tan buena cerca, ¿qué harán los del testamento nuevo, tantos como Dios nos tiene por patrones y abogados, etc.? [205r] Y aun no se contenta Dios con todas estas cercas para guardar al hombre para que echemos de ver cuánto desea y quiere guardarnos para sí propio, sino que el mismo Dios se nos está dando por guarda. El nos guarda para sí propio, que no nos demos y entreguemos a las criaturas.

            Así lo dice un obispo llamado Severiano sobre aquellas palabras del Génesis donde dice la Sagrada Scritura que posuit Deus hominem in paradiso ut custodiret illum 202. Dice que aquella palabra illum está de tal manera trabada con el hombre y con el paraíso, y la persona que hace tan trabada con el hombre y con Dios, que no sabréis cuál de estos dos sentidos hace «crió Dios al hombre y púsolo en el paraíso para guardarlo»: si quiere decir que puso Dios al hombre en el paraíso para que el hombre guardase el paraíso o que puso Dios al hombre en el paraíso para guardar Dios al hombre 203. De suerte que para bien entender aquellas palabras las debemos entender de entramas maneras: crió Dios un paraíso y puso en él al hombre para que el hombre lo guardase y en el propio hombre puso Dios otro paraíso que fuese del mismo Dios y el mismo Dios se hizo guarda deste paraíso segundo, de suerte que el hombre guarda al paraíso de la tierra y Dios guarda al hombre, que era paraíso para el cielo.

            Lo propio dice David en unas palabras que parecen algo obscuras d: Scuto bonae voluntatis coronasti nos 204; guardástenos y pusístenos, Señor e, un cerco de escudo de buena voluntad. ¿Quién jamás ha visto cercar heredad con escudo? Con muralla sí, o con algún terrepleno de tapias


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fuertes, ¡pero con escudo! Digo que ahí nos dio a entender David cómo nos guarda Dios y cómo nos hemos de ayudar nosotros. En esto se diferencia el scudo de la cerca: que f la cerca guarda la viña durmiendo el viñadero, holgando y estándose sentado; pero el scudo para haber de guardar es necesario jugarlo de arriba abajo: cuándo es menester ir con él a favorecer la cabeza [205v] del golpe que le tiran, cuándo los pies, cuándo el cuerpo. Pues para darnos Dios a entender que de tal manera nos guarda que no nos debemos ni podemos echar a dormir, sino que de nuestra parte debemos hacer lo que pudiéremos y ayudarnos y juntarnos con Dios para que entramos procuremos guardar nuestra alma, por eso se llama Dios escudo: scudo que debemos jugar, subir y levantar y acudir con él a la parte que está en peligro. Y que nadie se debe prometer seguridad por muy sancto que sea; que, aunque es verdad que Dios es su guarda, es guarda que es escudo y que el hombre de su parte no debe echarse a dormir, sino velar y acudir a Dios cada momento que le favorezca y ayude.

            Por eso dice David que Dios nos es escudo. Dice más: que es escudo de buena voluntad. Veamos ahora por qué lo llama escudo de buena voluntad. Digo que hay scudos que pesan tanto que antes estorban y impiden porque apenas el brazo los puede jugar. El brazo que juega y manda este escudo de que vamos tratando, que es Dios, es nuestra voluntad. La cual, asida, junta y trabada con la de Dios, hacen la centinela y guarda. Pues, para dar a entender que no es escudo que pesa o que impide, sino antes que aligera el brazo que lo juega, que es nuestra voluntad, lo llama scudo de buena voluntad, porque a la propia voluntad la facilita para el bien obrar, de suerte que, en el puncto que la voluntad se vista de esta gracia y empuña este escudo, queda muy más fácil y dispuesta para el bien obrar y para todas las cosas propta en que antes tenía dificultad. Llámala buena voluntad porque este escudo y esta gracia que la informa la vuelve buena para todas las cosas, no sólo para lo uno, sino para todo: buena para resistir, buena para se defender y buena para aprovechar, y buena para acometer. [206r] Dice más: Coronasti nos, porque no hay parte que este escudo no cerque, no deja portillo que no tape, según aquello que dice el demonio a Dios, tratando del sancto Job: Nonne tu vallasti omnem sustantiam eius? 205; ¿por ventura tú, Señor, no le cercaste y rodeaste toda su sustancia, persona y hacienda? San Agustín 206 lee: coronasti nos, de pretérito g; otros leen de futuro: coronabis nos, dando a entender que Dios, que en este mundo nos es cerca y guarda, en la otra vida nos es corona y premio y que, si aquí nos cerca por todas partes, allá nos ha de premiar y coronar todas nuestras obras. De donde venimos a entender cuánto Dios nos guarda y nos vela para que en esta viña no entre a desfructar esta voluntad ninguno de los tres enemigos, porque sólo para


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Dios se debe guardar, a quien sólo debemos servir y agradar y dejarnos de hombres.

            Y porque esta voluntad la quiere pura y limpia, dice que en esta viña puso un lagar 207, que es el que estruja los racimos de las uvas y aparta el orujo del mosto dejando el vino puro y líquido. Este lagar es el sacramento de la penitencia, que estruja a un alma hasta sacarle lágrimas de los profundos con dolor y le saca todos sus peccados, no sólo los de obra, sino las palabras y los pensamientos, hasta dejar una voluntad limpia y pura sin h mancha ni afición de cosa de la tierra. También podríamos entender por este lagar la palabra de Dios, según aquello que Cristo dice por san Juan: Iam mundi estis propter sermonem quem locutus sum vobis 208; la palabra de Dios limpia y purifica un alma; y también según aquello que dijeron los discípulos que iban a Emaús: Nonne cor nostrum ardens erat dum loqueretur in via? 209; que es decir que Cristo con sus palabras les abrasaba y encendía los corazones, como cuando se da fuego a la alquitara: que la [206v] hace destilar y saca de las flores todo cuanto licor tienen i.

            San Pablo llamó a la palabra de Dios martillo y guchillo que rompe las venas y saca sangre 210, dando a entender que es el lagar y el husillo que estruja y aprieta las almas y conciencias hasta dejarlas limpias y puras. Otros dicen que son los trabajos que Dios envía a un alma: así como la cruz fue para Cristo el lagar que lo estrujó y hizo derramar toda cuanta sangre tenía, de esa misma suerte, los trabajos que Dios nos envía son la cruz, la viga y lagar que nos desase de las cosas de la tierra y nos estruja de cualquier afición de carne.

            Dice más: que este padre de familias puso en esta viña una torre 211, que sin falta fue para en ella guardar los fructos de la viña, así como en cualquier heredad es visto tener donde se encierre todo lo que de la viña se cogiere. Sólo se me ofrece aquí una dificultad, y es: el fructo de la viña siempre se pone en cuevas y en bodegas que están más debajo de tierra, que no encima; ¿qué es la causa por qué este padre de familias hizo en esta viña torre y no cueva? Pues digo que por sólo lo que ahora responderé he traído toda esta parábola. Y advierto que los fructos, mientras más pegados y conjuntos con la madre que los lleva, están mejor conservados, porque la madre es quien da el pecho para la conservación de la criatura o fructo que j engendró. Y así digo que, como el fructo de las viñas acá es fructo tan pegado a la tierra, es necesario conservarlo pegado a la misma tierra y hacerle cuevas y bodegas que lo conserven. Pero, como el fructo de la viña [207r] que vamos tratando es fructo más del cielo que de la tierra, es necesario hacerle casa y bodega levantada en alto, es necesario edificarle torre subida donde se conserven esos fructos, y no asotanarlos.

           


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Ven aquí, mis hermanos, por qué hemos traído aquí todo eso: para declararles cómo sus aficiones no deben ponerlas en hombres, sino en sólo Dios para que en Su divina Majestad se conserven, de quien viene y nace todo lo bueno. Si dicen k que es buena voluntad la que un religioso se tiene a otro, por el propio caso ha de estar en buen lugar y no en sótano ni en cueva. ¿Qué otra cosa es el hombre sino una cueva donde y en quien todo lo que pusiéremos se pudrirá y perderá? Es necesario que, pues que los fructos que los religiosos llevan son fructos celestiales, los procuren guardar y conservar en el cielo.

            Y para que sepamos cuánto Dios nos cela y guarda para que esta voluntad y fructo lo demos y pongamos en él, quiero que notemos lo que dice adelante: que acercándose el tiempo de pagar los réditos, envió a sus criados a que los pagasen: Cum tempus fructuum apropinquasset 212. Pues pregunto yo: ¿no fuera razón dejar cumplir los plazos? Sino que antes que lleguen ya dice que tiene apercibidos y enviados a sus criados a que pidan las pagas y réditos. Parece que es grande molestia para los arrendadores tanta puntualidad en la cobranza, y no sólo puntualidad, sino adelantarse antes que lleguen. Digo tres o cuatro cosas. La primera, que como la paga de este fructo que hemos de dar a Dios es nuestra voluntad, de lo cual el provecho es nuestro, siempre se le hace a Dios tarde; y así, antes que los plazos se cumplan y el tiempo se llegue en que un hombre llega a tener uso de razón y propia voluntad, gusta Su Majestad de estar a la puerta aguardando la paga y pidiendo al hombre lo que tanto le importa como es un entriego de su propia voluntad [207v] dende que tiene uso de razón, según aquello que dice el sposo en los Cantares: Ad ostium sto et pulso 213; que antes que vos abráis la puerta ya Dios os está aguardando a ella; y según lo que dice en la otra parábola de la viña: que exiit summo mane 214; que salió muy de mañana a coger obreros, que era antes que vos dispertásedes, porque él es el que os llama y os dispierta con la gracia excitante.

            Digo, lo segundo, que son tantos los golosos que andan por este querer y propia voluntad del hombre que cualquier breve rato que Dios se tardará a pedirla ya la hallará enajenada, según los muchos que en el mundo ladran por ella y os la pretenden arrebatar de las manos como perros rabiosos. Pues eso piden todas las criaturas con su belleza y hermosura y con su agrado, quiriendo, en retorno del entriego que ellas hacen en servicio del hombre, al propio hombre y que tenga el mismo agrado en ellas que ellas en él. A lo cual no tiene el hombre obligación porque ellas son como criados y criadas, que así lo son para servicio del hombre, y el hombre para sólo Dios. Y porque el hombre no sea engañado de tantos alagos de esas criaturas, acude tan con tiempo que gusta de aguardar al mismo hombre a que se le llegue el tiempo del repartir para que se a su criador.

           


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Digo, lo tercero, que es el hombre tan tramposo que, si no le cogen con las manos en la masa, como dicen, para que pague lo que debe, trampeará sus obligaciones. Como suelen hacer los acreedores con los labradores tramposos: que, antes que trillen y limpien el trigo, ya ellos tienen al pie de la parva sus criados que cobren, porque si una vez entrojan no habrá quien les saque un grano. Y aun, como sus trampas son tantas, los primeros que llegaren se harán pagados y se quedará Dios, principal acreedor, como dicen, a buenas noches.

            Digo, lo cuarto, que pide Dios adelantado, porque es de tanta estima lo que se da algo adelantado que hace cuenta el [208r] acreedor, por dos días que se lo den antes del plazo, que se lo dan dado, como vemos ser ordinario en los que cobran rentas con necesidad: que la buena paga y algo adelantada es de tanta estima que se agradece como si no fuese deuda. Nuestras necesidades es muy ordinario llamarlas Dios suyas propias, y así pide siempre adelantado para que lo que le diéremos lo estime como dado y fuera de obligación y tenga más que agradecernos y pagarnos. De donde debemos considerar de cuánta estima será para Dios el oír missa del seglar entre semana, puesto caso que sólo tenga obligación las fiestas, el confesar entre año y el acudir a otras obras voluntarias. De aquí saco cuánto estimará Dios la negación del religioso, los ayunos y disciplinas voluntarias y otras obras semejantes a éstas, a que por precepto y escritura hecha no tenga el hombre obligación. En fin, estimarlo ha Dios como dado para pagarlo y agradecerlo como Dios.

            Parece, en toda esta semejanza de la viña, sólo hemos tratado de cuánta importancia sea el entriego de nuestra propia voluntad a sólo Dios y que para sólo él la hemos de guardar, huyendo de las criaturas, que, por un nonada que nos dan, quieren la paga en cosa que tanto vale como es la voluntad, que no tiene precio, pues por ella se compra el cielo. De suerte que un religioso verdadero no debe sentir que le quieran o no le quieran y debe reparar él mucho en si él quiere o no quiere, procurando no se le desagüe esa fuente que, informada y ayudada con la gracia, camina para la bienaventuranza.

            Ahora quiero advertir una cosa, y es que pienso no hay en la tierra martirio semejante como tener de veras descalza y desasida la propia voluntad de todas las criaturas, ahora sea ayudándole Dios para el despego de esta propia voluntad del aborrecimiento que las demás criaturas y hombres la tienen, ora sea porque inmediatamente Dios la desase y despega de sí propio. Y me parece es inposible, ni con exemplos ni sin ellos, darlo a entender, porque siendo esta voluntad [208v] privada de la afición de las criaturas y, por otra parte, no ver ni gozar de Dios a quien sólo desea y quiere amar, es un inmenso martirio. Pues ¿qué si le faltan sombras, semejanzas o figuras debajo de quien esta propia voluntad se goce y entretenga, estándose el entendimiento a raya y como parado, habiendo dejado la voluntad movida para querer a Dios, su summo bien?

           


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Consideremos que un muchacho llevó y adiestró un ciego por un camino que el ciego no sabía ni de quien podía tener tiento y que en medio de una calle este muchacho lo dejó, sin saber el pobre ciego dónde ni cómo ni qué hacer de sí, y que le es fuerza sin se menear estar aguardando a que el muchacho que allí lo puso vuelva por él. Pues ¿qué si siente ruido de coches y caballos, que puede temer no lo atropellen y den con él en el suelo? Pues consideremos, de esa misma suerte, que nuestra voluntad es ciega y que el muchacho que la guía es el entendimiento y que éste la sacó de las criaturas y cosas de la tierra y que, apartándola de ahí y sacándola de su propia casa y llevándola a que a sólo Dios amase, la dejó como a escuras en un campo yerto, donde el entendimiento se le ascondió por no ser informado por algún tiempo de alguna particular luz, y que la voluntad se ve sola en aquel páramo sin saber dónde irse porque, aunque sabe que a sólo Dios ha de amar, por aquel rato no sabe el camino por donde se ha de ejercitar en ese amor respecto que el entendimiento le faltó y la dejó, como dicen, a buenas noches, y que, por otra parte, oye ruido de las criaturas que pasan, a quien ella aborrece y le han l enseñado a desasirse y apartarse de ellas y que teme no la atropellen.

            Y aun pienso que no es el mayor sentimiento que en esta ocasión tiene un alma. Porque, como se ve tan sola, no creo que repararía, si Dios tantico la dejase o viese abierto [209r] el camino, para darse y entregarse a esas criaturas para que le hiciesen alguna compañía, pero tampoco puede volverse a ellas ni pasar adelante respecto que la suya por entonces le faltó. Así padece, y es fuerza padezca esta voluntad y alma tormentos, que yo no a quién compararlos, sino a los mayores que un alma padece viéndose detenida en el purgatorio, cuando, viendo que camina para Dios y que ya es deuda que se le ha de dar y entregar, y que en el camino la estorben a no gozar y tener dende luego un tan summo bien. Yo pienso que el sentimiento de esta detención le debe de ser tan grande que esconde y encubre los demás tormentos que allí se padecen.

            De donde veo yo la discreción y prudencia con que estotro día, estándose muriendo, nuestro charíssimo hermano fray Clemente 215 dijo una sentencia. Díjele yo que me encomendase a Dios y le pidiese muchas cosas para mí cuando se viese con él, pues habíemos sido compañeros. Respondió: Sí haré, pero témome que en el camino tengo de hacer muchas eses. Que fue decir: que me han de detener y llevar por rodeos. De suerte que no hizo mención de los tormentos que allí se padecen, sino de la detención. Y tuvo mucha razón, que debe de ser un tormento y sentimiento extraño verse una voluntad allí sola y absente de aquel a quien inmensamente ama.

           


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Bien entiendo que éste es un estado en que un alma puede caminar y aprovecharse mucho. Lo uno, porque se halla en estado que se ve bien desenbarazada de todas las cosas de la tierra y que nada tiene en que poner los ojos, y cuando de lejos las viera, no se atreviera a arrojarse a ellas porque se despeñara. Digo se despeñara, que es tanto el miedo que en aquel estado concibe, viéndose apartado de todas las cosas, que volver a ellas le parece un despeñadero. Y aun he dicho poco si se toma la comparación del que se despeña corporalmente, pues en lo uno padece el cuerpo y en lo otro el alma; y el cuerpo, por mucho que se desvíe de las cosas corporales, todas se quedan debajo de una sphera y línea, y no es mucha la distancia que hay de unas cosas corporales a otras, pero sin comparación [209v] es mucho mayor la que tiene un alma en ese estado de todas las cosas criadas, pues digo las viene a perder de vista y aun en sus especies y representaciones. Pues arrojarse de ese estado a buscar criaturas a quien amar y por particular afición pegarse, es parecerle se arroja de una altura a una bajeza que no le ha de hallar suelo donde caer o parar, sino que siempre se está y ha de estar despeñando. Muchas veces sucede a un hombre soñar que cai de una torre abajo y que nunca llega al suelo, y es tan grande la pena que aprehende que siempre dispierta en el camino antes que llegue al suelo. Pues de esa misma suerte, en este sueño spiritual que un alma padece, padece tanto temor, miedo y trabajo de sólo pensar o verse afligida o tentada para volver a las criaturas, que le parece m que se despeña y que cai de una torre muy alta; y, temerosa del golpe que ha de dar en esas propias criaturas como en suelo bajo, procura dispertar y abrir los ojos, pareciéndole que con eso no dará tan recio golpe.

            Paréceme me voy entrando o desviándome mucho de la ordinaria conversación que aquí iba tratando, pues me he metido en los sentimientos y pasiones que un alma tiene apartada de todas las criaturas. De donde podría venir a ser fuerza dar alguna reprehensión tácita a los que rigen almas y les dan la mano para que vayan delante y no vuelvan atrás. Verdad es que en aqueste estado, padeciendo y llevándolo con paciencia, se merece mucho y se camina bien, aunque no lo sabe quien así es llevado adelante de aquel pati divinum 216 que en sí tiene. Pero digo que es tan inmenso el trabajo y el dolor que un alma allí padece, que le parece tomara estar llevando cargas de estiércol en casa de un labrador antes que verse en el peligro que en sí siente de qué ha de ser dél: si cairá o si no cairá, si se arrojará o qué será, porque subir arriba no puede, que está el alma n bien impedida y encarcelada


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en el cuerpo, y en aquella ocasión más que en otra, porque aquello que padece la tiene humillada con conocimiento bien lejos de subir y levantarse a gozar, tener o comprehender. Arrojarse abajo ya decimos que es estraño y cruel despeñadero. Tenerse [210r] en sí no le es posible, porque ya se ve fuera de sí. Y en sí, por aquel rato o tiempo que eso padece, le parece están destruidos los fundamentos o bases en que se ha de sustentar. Los naturales no los ve ni aun los hallaría si los buscase, porque de ellos está tan lejos como lo está la vida sobrenatural de lo natural; y así fuéronsele de vista ni sabe cómo ni de qué suerte son. Ni los ha menester, que bien sabe que aquella vida, suerte o estado que entonces tiene no viene bien con ese asiento o base natural de que goza y con que vive la vida natural; y así no busca esos fundamentos ni aun se acuerda de ellos por no le hacer al caso para lo que ella desea.

            Si busca cimientos o fundamentos estables sobrenaturales en que descansar, parar y sustentarse, no los halla ni los tiene, porque los fundamentos de la vida que entonces tiene y padece es no tenerlos en la tierra, porque están en el cielo, de quien con veras y firmeza no gozará hasta que se vea con Dios. Que me parece es lo que dijo David: Fundamenta o eius in montibus sanctis; diligit Dominus portas Sion super omnia tabernacula Jacob 217. Ojalá yo acertara a declarar este verso al propósito que voy diciendo, donde me parece dice tres cosas. La primera, la alteza de los fundamentos de aquella ciudad, de quien allí va tratando, en quien vamos considerando un alma en el estado que ahora decimos. Lo segundo que aquí dice es el amor que Dios tiene a estas puertas de esta ciudad, que es esta alma. Lo tercero, la comparación que hace de esas puertas a los tabernáculos de Jacob, que dice que ama más aquellas puertas que estotros tabernáculos o tiendas.

            Diré en breves palabras que parece pone allí los fundamentos apartados de la ciudad y que cada una cosa está de por sí. Digo lo uno, que ésa es la grandeza del estado y perfección de esta alma: que tenga los fundamentos apartados y escondidos, y tanto que estén subidos en montes altos y sanctos, porque eso nos promete mayor seguridad y firmeza del estado que ahí goza un alma. Porque, siendo el peligro en las guerras y batallas en los cimientos, estando éstos bien guardados y escondidos, tanto más será invencible la ciudad que se combate; y más, que estando [210v] los cimientos a la parte de arriba, siendo el combate y pelea acá abajo, será el peligro en cosas bajas, dejándonos siempre en pie el cimiento sobre que podamos fabricar.

            Lo segundo, el decirnos que están allá arriba los cimientos es lo que yo digo de las dificultades y pasiones que un alma tiene y padece en este estado, que es considerar sus fundamentos y asientos apartados y escondidos, a quien no le es posible dar un alcance hasta que se vea


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con Dios. Pues consideremos un edificio grande cuyos cimientos están en la parte de arriba, que eso no lo alcanza a entender el hombre y entendimiento humano con discursos naturales, y que ve a la parte de abajo una máquina y edificio grandíssimo y que, por otra parte, le parece está todo en el aire y que a su corto juicio y pensamiento está amenazando una ruina grande, ¿qué ha de sentir? Es imposible dejar de concebir pena inmensa.

            Lo segundo que en esta ciudad había eran las puertas que el Señor tanto amaba. Estas puertas son las entradas y salidas que un alma hace en este estado, porque, como se ve ahí sola, como vamos diciendo, y no halla dónde reposar y tener los pies, no hace sino entrar y salir: entrar en sí y, como en sí no halla en qué parar y tenerse, sálese luego a buscar al summo bien que busca y desea, porque ya decimos que de todas las criaturas está lejos; y como tampoco lo halla como ella quisiera, tórnase a entrar y a salir; y siempre queda en ese movimiento.

            Yo he visto algunos pájaros volando que se quieren sentar en alguna p ramilla de algún árbor, que no hacen sino probar y, como ven la flectibilidad de la ramilla, tórnanse a levantar y volar; y esto hacen mill veces, y tantas cuantas prueban tantas se levantan y vuelan y, como se cansan de volar, tornan a probar. ¡Oh Dios de mi alma!, qué es ver a un alma aquí puesta y volando, que desea hallar dónde reposar y sentar el pie; dentro de sí no halla firmeza, y así tantas veces cuantas entra tantas se levanta; y, como saliendo fuera de sí, se cansa, porque en esta vida no puede hallar perpetuidad en cosa [211r] hasta que se vea con Dios, tórnase a entrar. Y así todo es entrar y salir, y esta alma en este estado todo es puertas.

            Y si no, digamos que el tener esta alma tantas puertas le viene del deseo que tiene de que su querido esposo y gran Dios le venga, como ella desea, para descansar con él destas penas interiores que así siente q. Consideremos una dama y desposada que está con grande pena aguardando a su marido y esposo y que, no sabiendo cuándo ha de venir, está con mill ansias y fatigas y con éstas una vez se asoma a la puerta, otra a la ventana, otra por encima r de las tapias s, otra por los corredores, otra por los desbanes y por las azoteas, si acaso se parece el campo y camino por donde ha de venir, de suerte que, por este rato que este esposo falta, toda la casa es puertas para por ellas asomarse a ver si viene quien su alma desea. Pues desta manera debemos considerar esta alma de quien vamos hablando. Que, aunque es verdad que el estado en que está tiene a Dios por una gracia y don admirable, pero busca a su esposo de otra manera, de que quizá diremos luego. Y así en esta alma todo se t vuelve puertas y ventanas para por ellas asomarse si viene. Ya lo busca en lo profundo de su alma, ya en la altura del conocimiento o u iluminaciones sobrenaturales, según otras


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veces Dios le acostumbra a dar, ya en los derretimientos que en sí tiene, que le parece que, congojándose más, más presto vendrá.

            Otras veces cruza v sus brazos y se da por rendida, sujeta y humillada a los pies de su Dios, considerando si fue atrevimiento el buscarlo con tanto ahínco, siendo persona que tan poco merece. Y así todo es puertas en esta alma por donde salir y asomarse a buscar a quien así ama. Estas son las puertas que Dios tanto ama y quiere: estas fatigas, estas congojas, estas entradas y salidas w. Estas dice que son las puertas que ama más que los tabernáculos de Jacob. Estos tabernáculos es lo propio que tienda de campo, la cual tiene por cimientos unas estacas metidas en el suelo y hincadas en la tierra. Jacob es lo propio que luchador 218. Pues decir David que ama más las [211v] puertas de Sión que no los tabernáculos de Jacob es decir que x el estado que tiene un alma en esta ocasión le es más agradable a Dios que cuando los bienes los tiene y goza dentro de sí propia, cuando el alma se considera en sus propios fundamentos y cimientos naturales. Los cuales, cuando más fuertes, son como unas estacas metidas y aferradas en tierra, que son de poca dura y mudables, pues, como tienda de campo, se le muda la puerta con facilidad a la parte contraria del aire que corre. Y siendo un hombre compuesto de tantos humores y corriendo tantos aires y diferentes temples en él, cada día es necesario mudar la tienda y volver la puerta a otra parte, de suerte que el que en esa vida ahora reza y contempla, es necesario tome otro ejercicio luego porque se mudó el temple y el humor, y el que ahora se ejercita en humildad luego eche mano de otra virtud. Y aun quiera Dios, por correr aires encontrados, no sea necesario y cerrar la puerta por todas partes y dejar al alma ociosa o que descanse y pare de cualquier ejercicio.

            Pero sin comparación son las puertas que acabamos de decir del alma de mayor consideración que esas estacadas z y tiendas, aunque sean de Jacob, el que luchó tan fuertemente como el que por su victoria mereció nombre de Israel 219. Porque, así como la hermosura de las puertas de una ciudad se parece en tiempo de paz y alcanzada la victoria, porque en tiempo de guerra antes no hay cosa que más se tema que las puertas, de esa misma suerte, alabando David estas puertas y amándolas el Señor más que las tiendas de Jacob, fue decirnos que esta alma en este estado ya goza de las bendiciones que Jacob alcanzó en su lucha y pelea, y que ya goza de cierta pacificación interior esta alma, de suerte que con alguna libertad puede salir y entrar en su ciudad y permitir tener puertas abiertas, de cuya hermosura se agrade y ame el Señor. Que, en fin, sin comparación mejor son los fines que [212r] los medios, y por buena que fuese la lucha de Jacob y el empleo


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de la noche en la batalla, mejor fue la mañana y la victoria, pues con ella alcanzó quedar bendito 220. Y así mejor le parecen a David las puertas que los tabernáculos de Jacob.

            Dije denantes que, aunque es verdad que, en el estado que esta alma tenía en esta soledad, tenía y poseía a Dios, pero que lo quisiera ella a su modo, o que entonces lo deseaba de otra manera. No hay dudar sino que decir que el alma está en soledad, el mismo vocablo descubre que Dios se le encubre; y, cuando lo tenga y posea, la deja tan sola que ha menester buscarlo de forma que le haga compañía y de suerte, como decíamos denantes, que en él sienta firmeza, estabilidad, seguridad y descanso, pues, como decimos, en sí propia no lo halla ni lo tiene, porque aun le vienen a faltar las bases o asientos naturales. Digo faltar porque se halla en otra vida lejos de la ordinaria y natural. Pues este estado lo podemos considerar en la esposa cuando decía: quis michi det te fratrem, ubera sugentem matris meae, ut deosculer et amplexer te? 221. Pregunto yo: esta alma ¿no habla con su esposo? Sí. Pues ¿para qué lo quiere hermano y hermano pequeñito? Digo que el esposo, como sabe mucho, en fin, como ya hombre, vase de casa, abséntase y está más, como dicen, a su mandar y querer que al de su esposa; pero un niño pequeñito más está al mandar de su hermana a cuyo cargo está. Y más, que lo pide a los pechos de su madre, de donde los chiquillos jamás se saben desasir.

            ¡Oh buen Dios, y cómo considero aquí esta alma afligida, sola y absente de su esposo! La cual, no hallándolo en sí, lo quiere afuera, en la calle o en la plaza, donde lo saliere a buscar cuando sale de sí esta alma, porque, como digo, en sí nada quiere. Pídele a los pechos de su madre, donde el pecho lo tenga atado y seguro, no se la vaya, sino que allí le halle todas las veces que quisiere; y niño chiquito lo quiere, que le pueda besar y abrazar, que lo pueda gozar y tener con siguridad, haciendo de sus [212v] brazos dos sogas con que lo pueda tener y de su boca un sello con que lo pueda sellar. O, por mejor decir, que así como la vida del hombre es un soplo de Dios, un resuello, un anhélito, puniendo esta esposa y alma sancta su boca con la de su esposo, le pueda dar su alma, su anhélito, para que, transformada en quien tanto ama, en él halle, tenga y posea su perpetuo descanso. Así como, cuando para vaciar a el licor que una vasija tiene en otra, se ponen boca con boca b, de esa misma suerte, para vaciar esta alma en su esposo sus penas, cuidados, amores y su propio espíritu, quiere poner boca con boca. Debiera de temer esta esposa que el licuor de su alma, más precioso que los tesoros del mundo, no debiera de tener tanta seguridad como ella quisiera, por ser su persona vasija quebradiza; y así quisiera trastornarla, vaciarla, ponerla y guardarla en su esposo, en quien desea solamente descansar y parar, porque, como digo, está en


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este estado, donde, mientras le dura, es imposible esta alma tenga algún descanso.

            Dije denantes que nos metíamos donde podría ser fuerza dar alguna tácita reprehensión a los que rigen estas almas, a quien se los dio Dios en este estado que padecen, como niños que administran los ciegos, como queda dicho, o, por mejor decir, como ángeles que guían el pueblo de Dios por el desierto 222, en quien, si hubiese engaño o yerro, seríe bastante a despeñar el alma que lleva a su cuenta. No le es pequeña pena o mortificación a esta alma ver que el ángel que la guiaba, que era el tal maestro, se echó a dormir sin saber ella lo que ha de hacer. Que, aunque es verdad que quien en este estado enseña es Dios, ya decimos que a tiempos se escondió, de tal manera que los cimientos y fundamentos del ser o estabilidad o firmeza, que es lo que esta alma desea, están allá arriba escondidos y que no los halla, y que se ve bien necesitada del ángel que la guía. Pues si esta alma halla que se echó a dormir su ángel o que se le desapareció [213r] o que, por usar de alguna sabiduría o prudencia bien humana, hizo con ella algunos yerros, aquí es donde cierto que, si Dios no le proveyese de particular paciencia y sufrimiento, no sabe a quién poder comparar las penas y aflicciones que padece. Sucédele que, viendo a esta alma algo enajenada y apartada de sí, la quiere mortificar con cosas (que aunque esto lo tengo tratado bien a la larga 223, harta larga me daba la ocasión presente a decir harto) bien disparadas al estado que por entonces goza o padece, porque, como el estado fue subido y solo, no conociéndole la enfermedad, sangran a quien habíen de dar sustancias y purgan a quien habíen de fortalecer, y quiera Dios ahí se quede.

            Parécenme estos maestros c a unos sgrimidores que algunas veces yo vi en las plazas, que salen a esgrimir para enseñar y por ejercicio y, muy sin pensar, os dan un porrazo con la espada negra que os quiebran la cabeza, y aun algunas veces hacen herida mortal. ¡Mira qué burlas y qué modo de enseñar! De la misma suerte dicen que mortifican y que enseñan y entretienen, y a tontas y a locas dan un spaldarazo con que os quiebran la cabeza y aun con que suelen descomponer el natural del camino por donde lo lleváis guiado. A quien por dos cosas quisiera yo Dios les hubiera dado a gustar de las penas que en este estado padece esta alma: lo uno, porque gozaran del bien, lo otro porque supieran del mal de pena que allí se padece y echaran de ver cuán necesitada y merecedora está allí un alma a que la consuelen, la alivien, la regalen con palabras amorosas y blandas.

            Válame Dios, padres míos, ¿es posible que no han leído, y si han leído no han entendido d, aquellas palabras de los Cantares donde el


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esposo, en persona de un alma así llagada y penada, dice: Fulcite me floribus, stipate me malis, quia amore langueo? 224 Pide flores y manzanas. No era éste tiempo de espinas [213v] porque las que con tiempo le dio su esposo la tienen ya desangrada. Flores pide, como el convaleciente flaco, para fortalecer la naturaleza en el nuevo estado, para tomar fuerzas y caminar por él. Manzanas pide que güelen mucho, con que fortifique su cabeza y con que no trueque el alma, como el purgado la purga, porque le parece se le está saliendo de sus entrañas según la ve desencuadernada y desasida de los fundamentos que decimos y apartada de los que desea.

            ¡Oh, válame Dios, y qué pocos hay que aquí den la mano, qué pocos que ayuden, qué pocos que consuelen, qué pocos que sepan que éste es estado donde un alma ha menester más flores y rosas que espinas y abrojos que la saquen acá fuera! ¡Oh, qué bien dijo la esposa cuando, llamándola su esposo a la puerta, dijo que se habíe quitado la túnica, que cómo se la habíe de tornar a vestir y que se habíe lavado los pies, que cómo se los habíe de tornar a ensuciar e! 225 Aunque es verdad tengo en otras ocasiones declarado ya esto y traídolo a la larga, con todo eso, a este propósito, se me ofrece aquí un alma que ya se desnudó de esta vestidura ordinaria natural, en que un hombre vive y con que naturalmente camina y trata con Dios, y que, entrando en su retrete y aposento a solas, como persona que ya le parecía que no habíe de tornar a salir acá fuera, se desnudó y arrojó la túnica, donde ella no sabe si la hallará con facilidad; y que ya se lavó los pies de todas estas cosas de acá afuera, a quien las compara al lodo, por ricas que sean f.

            Consideremos que un alma, puesta en esta soledad, retrete, cama y sueño, llega g uno de estos maestros, en quien el alma tiene y considera al mismo Dios, y que con sus mortificaciones y documentos da golpes a que esta alma salga acá [214r] fuera en la forma que ésta no puede, porque está desnuda y tanto que sólo para tener el estado que goza está buena; y que tornarse a vestir la túnica pasada, ya no sabe dónde está, dónde la puso ni cómo estará ni cómo la vestirá; y que ya los pies, que son los afectos de estas cosas, están limpios. ¿Qué debe sentir esta alma si con golpes a la puerta se ve obligada a levantarse? Y lo más cierto es que, no pudiendo, padece muerte cruel por obedecer y sujetarse. Aunque sean disparates los de su maestro, no los tiene por tales, porque, [en] el estado en que está, ni Dios no le da lugar a eso, sino que a todo lo juzgue por bueno y por acertado. Consuélete Dios, alma afligida, y déle Dios ciencia al padre y al maestro que te trata para que, consolándote, te aproveche en el camino que llevas enpezado.

            Decimos que en este estado está una alma muerta y su espíritu bien alejado de estas cosas de acá. Y digo muerta al querer y tener propia voluntad, pues no sabe más que dejarse llevar de la divina y desear


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cumplir la humana de los que le enseñan y rigen. Y digo desear hacer la voluntad humana porque muchas veces no tiene fuerzas para hacerla, sólo desea entregarse a sí propia para que de ella, como de una criatura, hagan lo que quisieren. Pues consideremos lo mucho que ha menester hacer la madre para vestir un niño: que ha menester tenerle el piececillo h y calzarle el zapato porque el chiquillo no puede tener el pie tieso o derecho ni ayudarse en nada. Pues ¿qué si a quien vistiesen fuese algún hombre muerto que lo amortajasen? Ahí seríe ello, que seríen menester muchos para vestirle y ponerle un saco; que a un hombre vivo con darle el sayo él se lo pone, o con decirle que se vista.

            Hay siervos de Dios que, con sólo darles el consejo y la simple i communicación, ellos se ayudan porque aún se están en estado que se mandan, pero, si llegan al estado [214v] que vamos diciendo y les decís que se vistan de tal o tal consejo y salgan acá afuera con tales o tales ejercicios, es cierto podrán decir: Exui me tunica mea, quomodo induar illa226 Que no saben cómo se han de vestir la túnica que ya se quitaron, sin la cual no es posible salir acá afuera, porque la túnica es la vestidura natural con que se trata y comunica con estas cosas j naturales, que, como son tan estrañas, no es bien que entre estraños parezca una dama desnuda, que en este estado sólo el esposo tiene licencia para tratar con el alma que bien quiere. Y las demás criaturas sólo saben tratar con ella cuando a su traje y modo está vestida y, por el vestido y traje, la conocen y saben con quién tratan; porque los conceptos y razones interiores no se pueden conocer si no se visten de las semejanzas y términos rústicos que la naturaleza tiene inventados para exprimir lo que en el alma concibe. Sólo Dios es el que los pensamientos los conoce desnudos en la cama del corazón, donde se forjan y enpiezan a tener ser.

            De manera que la propia alma no sabe cómo se ha de vestir de esa túnica y camisa de las cosas de acá fuera. Aunque creo que mejor dijéramos que no puede. Así como hay pobres que están enseñados a andar desnudos, que, si los quisiésedes vestir con el gargo 227, enbarazo y vestido del hombre principal, no podríades o no lo podría consentir, porque, como está enseñado a caminar a la ligera, cualquier cosa le enbaraza o porque, viviendo en tierra cálida, no le sufre la tierra y temple en que vive traer ropa a cuestas. Como lo sabemos de algunos que viven en algunas partes de las Indias y de los negros, que dicen andan en su tierra desnudos. De esta suerte, esta alma no consiente esta ropa en esta ocasión. Ropa, digo, de tal k modo de entender, tratar y communicar, o porque ya hizo costumbre a vivir contenta con su pobreza y desnudez de todas estas cosas de acá afuera, o porque las apreturas [215r] interiores que Dios le envía no consienten ropa ni abrigo de estas cosas exteriores. Porque, cuando el alma no sienta el


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calor como se siente este exterior, tiénele muy grande, sino que está secreto y es de otra calidad. Que es como el que en sí encierra el pedernal o como el que tiene la cal viva, que estando fría arde cuando le echan agua, y el pedernal echa chispas cuando lo hieren. Y así esta alma sólo muestra la fuerza de la gracia que Dios en ella puso en las grandes ocasiones; y de contino antes parece tibia, fría y relajada a sus ojos; y como el calor está allá dentro escondido, no consiente ropa por de fuera, y así dificulta el poderse poner la túnica.

            Ahora, pues, si ella no sabe ni puede, resta que el maestro, con sus sanctos y buenos consejos, la haya de vestir; y, según lo dicho, con grande dificultad, porque decimos que ella no sabe ni puede ayudarse. Luego la ha de vestir como quien amortaja un muerto: con trabajo, con dificultad y pena, así en la persona que se viste como de la persona que aconseja, que todo lo ha de poner de su casa. Consideremos por charidad que un hombre hace un cimiento de piedras vivas que hablaran y que cuando asientan una dijera: yo no estoy derecha, yo no caí bien, volvedme de esotro lado, y el ladrillo que dijera l: no estoy a plomo. Que aquí es fácil el edificar y que todo se hará como se quiera y a gusto. Pero edificar de piedras muertas, ha menester el maestro ser examinado, saber muy bien echar el cartabón y la regla y la cuerda mill veces; y quiera Dios no vaya el edificio tan desplomado que al mejor tiempo todo abajo.

            Es fácil regir y gobernar a los principiantes en el camino de la virtud, que, en fin, hablan, y hablan cosas que todos los entienden y es fácil el regirlos y gobernarlos. Pero estotros, de quien vamos hablando, que, cuando ellos hablen, quizá su lenguaje no lo entienden, aunque lo más cierto es obrar callando o hablar por conjeturas; en fin, como niños o como muertos, aquí es donde, habiendo de haber menos maestros y más examinados y aun, con todo eso, [215v] a pocos descuidos, desplomarán el edificio, de suerte que, si no dieren en tierra con lo espiritual, por lo menos pondrán en peligro lo temporal y corporal, descompuniéndoles sus personas.

            Y es cosa notable que, siendo este officio, como digo, tan dificultoso, no hay quien no quiera dar su parecer y hacer su recepta o, por mejor decir, dar su guchillada. Hermanos, si a algunos en algún tiempo Dios trujere a este estado (yo pienso que no he yo llegado a él, pero barrúntaseme y se me traslucen las cosas que voy diciendo), aunque es verdad que, como dice san Juan, al bueno m todo se le acumula en mayor bien 228, pero digo que me parece que yo me abstendría de maestros todo lo que pudiese y trataría mis quexas y querellas con sólo Cristo, si algunas tuviese; que, en fin, es padre de misericordia 229 y, cuando n una vez se tardase, él sabe muy bien cuándo ha de acudir y


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el remedio cierto que ha de dar, dónde está la llaga y cuál es la medicina.

            Confieso que jamás fui a tratar cosa con hombres que de nuevo no viniese crucificado; y si llevaba cuatro cruces traía dos o tres más. Veíame obligado a creer lo que me decían y a obrarlo y, quizá por probarme o tentarme, hablaban siempre en contrario. De donde algunas veces volvía tal que por el camino venía diciendo: ¿Soy loco? ¿Tengo juicio? ¿Quién me mete a mí con hombres? Pluviera a Dios muriera antes que tratar con nadie; que, en fin, muerte a solas y con Dios es muerte sencilla, pero con trato de hombres es muerte doblada.

            ¡Oh buen Dios mío y Señor mío! Y ¿quién pudiera decir lo que esta alma afligida siente en mill ocasiones y aun en las que tengo y traigo entre manos? Yo digo esto, y no si hago lo contrario. Confieso, conozco y experimento esto de los hombres, y cada momento los busco; y, si no los hallo, me quejo; y, si los hallo, con sus dejos más me aflijo. Y esto llega ya a punto que huyen o tanto de mí, que pienso que leen esto que digo de ellos. Y escribiendo esto, escondo estos papeles y aun callo y me voy a la mano en no hablar de esta materia, digo en no scribir, porque pienso esto es [216r] causa de que me aborrezcan, porque no me puedo hallar un momento sin ellos. Podría ser fuese y lo ordenase Dios así porque siempre tuviese quien me mortificase p. Y mortificar a un hombre no es mucho, porque mortificación presupone vida, pero no pienso que es sino lanzada a cuerpo muerto. Que parece siempre estos desvíos y desdenes se pueden llamar crueles, porque parece crueldad acometer a quien no se defiende. Al león no le llamamos [cruel], aunque es tan carnicero, porque a los niños, dicen, si no es con grande hambre, no hacen mal y, si topan hombre y mujer, dejan la mujer como parte más flaca. Pero el hombre a aquel pega que se le rinde y a aquel acomete que no le huye.

            Procure un religioso y siervo de Dios no hacer peccados y si padeciere, como digo, padézcalo a solas y con Dios, que es buena compañía, y deje, como digo, voluntades de hombres que, por sanas que sean, tienen mill ajes y hartas más cosas con que mortificar que con que recrear.

            Y con esto me parece queda suficientemente respondido a la dificultad que se me habíe propuesto. De vuestra parte, hermano Pedro, ved si tenéis alguna otra cosa q que se os ofrezca.

            PEDRO: Yo quedo, mi charíssimo hermano, muy satisfecho y enterado en cosas que, aunque dificultosas, será r Dios servido ayudarme para entenderlas y obrarlas, y apartarme cuanto pudiere de hombres, de sus voluntades, quereres y aficiones. Sólo me parece quiero ahora volver un poquillo por mi honra. Y es que no tanto echo yo menos estas voluntades y aficiones de los hombres cuanto por ver cuán enfadoso es el peccado de ingratitud y cuánto se debe de sentir en las personas que hacen obras grandes por otros y corresponden a ellas con malas


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voluntades. Esto es lo que en alguna manera parece escarbaba en mi corazón, que lo demás paréceme siempre fui enemigo de los hombres y, después que por ellos he trabajado sobre mis fuerzas, quisiera yo, cuando yo no s fuera amigo t suyo, ellos lo fueran mío, siquiera por la correspondencia que deben tener, no por la necesidad que yo tuviera de ellos, [216v] sino por la obligación que ellos tenían.

            JUAN: Cierto, hermano Pedro, habéis tocado una cosa que para conmigo cualquier sentimiento que tengáis quedará bien escusado. Porque a mi parecer es terrible llaga la que hace sin tiro el ingrato no agradeciendo. Pues ¿qué será si junto con eso hiciese tiro, armase arco y tirase flecha? Ahí seríe ello. Y aunque esto parece viene algo fuera de nuestra conversación, no dejaré de deciros cuatro palabras de esta materia para que vos tengáis paciencia y u para que entendáis no me espanto de vuestro sentimiento. Y también podremos sacar de aquí doctrina y consideraciones de lo que Cristo sentiría en su pasión, pues todos los peccados que los hombres cometieron contra él fueron peccados de ingratitud y hechos contra su bienhechor y juntamente estaban quitando la vida al que la propia vida la estaba ofreciendo por aquellos que se la quitaban.

            Una de las cosas que más pone en cuidado al hombre es el saber las causas de las cosas extraordinarias. Y de no alcanzarlas se engendra en el hombre cierto modo de admiración y asombro que le causa pena y, si la cosa extraordinaria es alguna cosa que le toca v o mal que le viene, tanto es mayor la pena que concibe por no saber la causa de la tal cosa. Pues, como el delito que comete el ingrato es cosa extraordinaria y mal de pena para aquel contra quien es obrada la ingratitud, muere por saber la causa por qué su amigo, a quien él bien quiere y desea y a quien ha obligado con obras y vida, lo aborrece y tiene esa mala correspondencia w.

            El ciervo y la cabra montés dicen que son muy amigos del hombre y cuando de x los hombres son perseguidos dicen que van huyendo y volviendo la cabeza atrás y de rato en rato parándose. Que, a mi parecer, si ellos son amigos de los hombres, en ese volver la cabeza atrás no debe de ser otra cosa sino querer saber por qué son perseguidos de las personas que tanto aman. Que quizá fue ésta la causa por qué la esposa comparó a su esposo a este género de cabras y ciervos, diciendo en los Cantares: Assimilare, dilecte [217r] mi, caprae hinnuloque cervorum 230, porque, como Cristo es quien más y con más veras y amó las almas y quien por ellas obró y hizo tanta inmensidad de beneficios z, ni nadie fue tan mal pagado de las personas a quien hacía los beneficios, y no sólo mal pagado, pero en retorno llevó tantos agravios y penas, que a nadie le estaba tan bien volver la cabeza atrás a mirar quién


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así le pagaba y agradecía tanta inmensidad de beneficios, y que se supieran y publicaran las causas por qué así era ofendido de los hombres. Y con su celestial vista, volviendo los ojos a mirar a los hombres que le ofendían, tácitamente, y aun gravemente, los reprehendía y decía: Dime, peccador, la causa por qué me ofendes. Yo soy el que bien te hago, el que te amo, de suerte que amor fue el que por ti me puso en una cruz. Dime qué es lo que me das en pago de vida y muerte que por ti he pasado llena de tantas injurias. ¡Oh Dios eterno!, y cómo veo que esto pones en execución cuando, estando en la cruz, después de haber hablado con tu Padre, al tiempo de entregar el spíritu y expirar a en ese madero, que es lo último que pudiste hacer, bajas la cabeza para expirar b231, para que, expirando c y muriendo, estuviese mirando a aquellos que le quitaban la vida, para que, estando así en esa postura d crucificado y puesto en un palo siempre con los ojos bajos a la tierra y a los hombres, les estuviese preguntando: ¿Por qué me ofendes, pecador, pues yo di mi vida por ti? ¿Por qué, en cuanto es de tu parte, pretendes tornármela a quitar? Pues yo pongo los ojos en ti, ponlos tú en mí y verás la poca razón que tienes de me ofender.

            Quieren los scribas y phariseos apedrear a Cristo porque les dice las verdades. Vuélveles la cabeza, dejándoles con las piedras en las manos, y vase de allí y tópase a un ciego y dale ojos con el lodo y tierra que pisaba y envíale a que se lave en el estanque o balsa de agua de Siloé, donde caiga luego en manos de los sacerdotes y phariseos que le querían apedrear. Y así fue, que a pocos lances lo cogieron y enpezaron a calumniar 232, haciendo en esto Cristo una obra de inmensa sabiduría contra aquellos que tan inormemente le ofendían e, como quien en esto les decía: Ingratos desconocidos, allá os envío dos ojos [217v] que os pregunten: ¿Por qué sois ingratos contra quien os da ojos en retorno de quererle sacar los suyos? Ingratos, que estáis ciegos y desconocidos, veis ahí ojos en quien veáis la gravedad de vuestro peccado, pues ofendéis al que el lodo y tierra que pisa vale tanto como luz, vista y ojos. Aunque vuestras piedras me hacen retirar y absentar, siempre tengo de tener ojos que os arguyan y confundan, según aquello que dice David: Et palpebrae ejus interrogant filios hominum 233. Bien pobres quedaréis sin mí (diría Cristo), pues echáis de vosotros al que con lodo y tierra hace luz, vista y ojos.

            De manera que el volver los ojos atrás hacia el que persigue no es otra f la causa sino desear saber por qué el ingrato es ingrato y desconocido. Porque, como la ingratitud es pena, tormento y castigo, desea el hombre sobre quien carga esa pena extraordinaria saber la causa de tales castigos como le vienen al buenhechor. Y no hay que espantarnos de estos encarecimientos g, que no se puede decir mayor que el que hace el mismo Dios a este propósito por el propheta Jeremías, diciendo:


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Quid est, quod dilectus meus in domo mea fecit scelera multa? 234; ¿qué será que el que yo quiero y amo en mi casa comete delictos y peccados? Que parece al mismo Dios pone en cuidado saber la causa de por qué el ingrato es ingrato y desconocido.

            De suerte que podría yo tornar a preguntar al mismo Dios que cómo Su Majestad hace esa pregunta siendo Dios infinito e infinitamente sabio, ante cuyos ojos todas las cosas están patentes y claras, pues tiene ojos más claros y resplandecientes que el sol, en cuyo pecho, como en aduana, todo se registra; y más, que lo pregunta al hombre, que es la misma ignorancia. Pues digo que pregunta Dios la causa y la razón por qué el ingrato es ingrato porque no hay razón ni causa para ello; y no habiendo causa no se puede saber, según aquello del Philósopho: Quod non est, non scitur 235; lo que no es, no se sabe. Y como el peccador no tiene causa para sus ingratitudines, pregúntala el mismo Dios, como quien no sabe, la razón que para ello tiene, de suerte [218r] que, si algunas me dieren, serán no razones, sino sinrazones.

            Pues hagamos la conclusión de este notable. Si el no saber las causas de las cosas de pena da pena, y el peccado de ingratitud no tiene causa, mientras más se buscare y más se padeciere con los desagradecimientos de los ingratos, mayor pena se recebirá. Y así no me espanto yo que, aunque uno sea cuan sancto quisiere, no deje de recebir pena de cualquier mala correspondencia. No la debe él recebir por los agravios que le hacen, sino padecerlos de muy buena gana y llevarlo por amor de Dios, pero, como siempre el juicio del hombre se va a juzgar que mal de pena h carga sobre mal de culpa, desea saber cuáles son las culpas que tiene porque sobre él vengan aquellos males, para procurar quitar las tales culpas y enmendarse de ellas. Y aunque es verdad que juzga a bulto que tiene muchas culpas porque puede padecer y Dios enviarle aquel trabajo que tiene de mano de los ingratos, pero, siendo penas singulares, desea saber las causas particulares de las tales penas y, como decimos, no habiéndolas, no puede dejar de concebir pena, como el que con cuidado busca suelo y no lo halla.

            El peccado y culpa de la ingratitud, cuanto es mayor de parte del ingrato, tanto es mayor la pena que se recibe de i parte de la persona a quien se ofende con la tal ingratitud. Pues digo que este peccado en todas las naciones es y ha sido muy aborrecible por su fealdad e inormidad. Decía un gentil: Nichil homine terra peius ingrato creat 236; que la tierra no cría más mala bestia ni sabandija más ponzoñosa que el ingrato. Luego peor j y más cruel que el oso, león, tigre, etc., y más ponzoñoso que el basilisco, víbora, etc. Pues díganme: quien tiene a cuestas muchos ingratos, ¿cómo puede dejar de tener pena viéndose en manos de peores que tigres, osos y leones, pues el ingrato es peor que todos ellos?

           


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En aquella parábola de la viña que Cristo propuso 237, que directamente habla contra los ingratos, la sentencia dieron los propios contra sí diciendo k que eran merecedores los ingratos, como malos, que fuesen mal perdidos: [218v] Malos male perdet 238. Lo primero, noto aquí de la gravedad de esta culpa que es tan grave, tan conocida y tan sin descargo que a los propios culpados se la dan que la sentencien. Lo segundo, que sentenciándola y dándole nombre de delincuente al que la cometió, no le ponen nombre particular, sino lo llaman malo, diciendo: Malos male perdet. Ni lo llaman ladrón ni homicida, etc., sino malo; que parece el ingrato se alzó con la resumpta de los males, dando a entender que no hay maldad que no cometa y cometerá un ingrato y que quien se pone a ser desconocido y corresponder a bienes con males no habrá maldad que no haga, homicidio que no cometa y otro de cualquier género y especie que sea. Y así en la sentencia no ponen estos jueces para los ingratos otros nombres sino malos. Lo tercero, que dice que deben éstos en pena de su peccado ser mal perdidos. Pues, pregunto yo, ¿hay algunos bien perdidos? Digo que sí: los que sirven a Dios y por Dios pierden la vida, la honra y la salud y hacienda, etc. Todo eso va bien perdido porque se pierde por quien lo sabrá bien pagar, pero el ingrato debe ser l mal perdido porque pierde todo lo que recibió y lo que tiene sin esperanzas de recuperarlo, mereciendo su culpa que le quiten lo recebido y que pierda sus bienes propios, pues no pagó ni supo aprovecharse de los ajenos y pagarlos a aquel de quien los recibió.

            Y advierto aquí que un hombre para con otro hombre no se puede llamar verdaderamente ingrato, porque aquel es ingrato que con una obra mala paga una buena; pero el ingrato, cuando da mal por bien al hombre de quien lo recibió, con esos males le hace bien porque para el bueno el mayor bien es que le sobrevengan males en retorno de los bienes que hace, porque siendo así pagado en la tierra, queda Dios obligado en el cielo a lo agradecer y remunerar el bien que hizo en la tierra. [219r] Y así jamás se debe dar el hombre en este mundo por mal pagado, pues no son las peores pagas las penas y malas correspondencias que los ingratos tienen, pues en esos males que recibe de nuevo gana y torna a obligar a Dios.

            Sólo el peccado de ingratitud se puede llamar absolutamente tal m en orden a Dios, para quien no puede haber otro provecho o buena correspondencia si no es agradecimiento con obras, palabras y pensamientos. Y puesto caso que este peccado toma su gravedad de la grandeza del bien recebido y de la persona contra quien se comete, síguese que en orden a Dios solamente se puede llamar peccado grave de ingratitud, por ser Dios infinitamente bueno y ser las obras que por los hombres hace perfectíssimas y de infinito valor. Que es lo que dijo Moisés en el Deuteronomio, capítulo 32: Dei perfecta sunt opera, et omnes viae eius judicia 239.

           


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Querría que fuésemos notando este lugar para que con él concluyésemos esto que vamos diciendo y para que vea el hombre que recibe de Dios cuánto está obligado y la cuenta que le tomarán. Dice, pues, David [sic] que las obras de Dios que el hombre recibe que todas son perfectíssimas, que nada les falta, ni una jota, que son acabadíssimas por todas partes. Dice más: que todos los caminos de Dios son juicios. A las obras las llama Dios n caminos porque todo lo que Dios obra y hace por el hombre es camino que lo lleva al mismo Dios, según aquello que dice san Pablo: Invisibilia Dei, a creatura mundi, per ea quae facta sunt, intellecta, conspiciuntur 240. Y también porque, así como los caminos están debajo de los pies, de esa misma suerte todo lo criado quiere Su Majestad que lo tengamos debajo de los pies, según aquello que dice David: Omnia subiecisti sub pedibus eius 241, y que sólo estimemos y tengamos sobre nuestras cabezas al criador. Y también, así como el que va por un camino todo lo que anda se deja detrás y sólo al fin donde va a parar le queda en los ojos, de esa misma suerte todas las cosas, en conociéndolas, han de quedar a las [219v] spaldas y sólo Dios, que es nuestro fin y paradero, nos ha de quedar ante los ojos, como quien se aprovecha de las criaturas para sólo aquello o que principalmente nos fueron dadas, que fue para que fuesen caminos y escalones para llegar a Dios.

            Dice más: que estos caminos son juicios: Omnes viae eius judicia 242. Donde entiendo dos cosas. La primera, la perfección con que fueron hechas y entregadas al hombre, así como, cuando acá decimos a una cosa perfectíssima y acabada que es un juicio, dando a entender que, para sacarla del temple y hermosura que tiene, tenía necesidad de un juicio entero para hacerla y para conocerla. Lo segundo que yo entiendo por aquella palabra «juicios»: Omnes viae eius judicia, es decir que, siendo las obras de Dios perfectas y acabadas y entregadas al hombre, sobre cada una de ellas se le echó a cuestas un juicio que le pedía cuenta de la tal obra que se le habíe entregado.

            Pues aquí quiero, mis charíssimos hermanos, que consideremos por fin y remate de nuestra ingratitud: si siendo las obras que Dios ha hecho por el hombre tantas, tan infinitas y tan perfectas, y todas ellas se le han entregado, ¿cuántos serán los rigurosos juicios que tendrá sobre sí? ¿Cuáles las cuentas que de cada una de esas cosas se le pedirán, ya de las obras que Dios ha hecho por el mismo hombre en orden al bien y perfección de la naturaleza, ya de los bienes de gracia naturales y sobrenaturales? Confieso que no hay cosa que así me acabe el juicio como considerar esto y que tengo de tener p un juicio particular sobre que me dieron alma y otro sobre el entendimiento y otro sobre la voluntad y otro sobre que he sido religioso; que parece no tiene un hombre tiempo para considerar los juicios que sobre sí tiene. ¿Qué será


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el deslindar cada uno en particular? Y esto me parece es lo que dice Dios por Oseas, capítulo 2: Desponsabo te michi in justitia, et judicio 243. Que fue decir: haréte una misma cosa conmigo por gracia y por mi sangre, que eso es in justitia; y, en acabándote de unir conmigo, pondré un juicio riguroso sobre tus desposorios, que de ellos te pidan cuenta.

            Pongamos por conclusión de todo esto que hemos dicho, el satisfacerte, hermano Pedro, a tu queja y querella de que sólo sentías el tener sobre ti voluntades desagradecidas. No te pena eso, que, siendo obras perfectas las que tú has hecho por ellos, tú tienes sobre ellos tantos juicios como has hecho obras. Antes tienes que dolerte del ingrato y desconocido, considerando que sobre cada uno de ellos tienes tantos juicios como obras heciste por ellos. Y estos juicios has de advertir que no son tuyos, sino de Dios, porque a Su Majestad sólo pertenece el tomar cuenta de lo que cada uno recibe. Y lo que tú, hermano Pedro, has obrado y hecho ha sido no a tu cuenta, sino a la de Dios; y así a la suya se queda el pedirla a los que recibieron las buenas obras y el pagarte a ti lo que heciste por el mismo Dios, y también el encomendar a Dios a todos los que reciben y no pagan, pues es verdad que de lo mucho y poco se les ha de pedir estrecha cuenta y todos la hemos de dar de lo bueno o malo que hubiéremos hecho 244.

 




a            sigue pro tach.



b            corr.



c            corr.

 



1         Sal 65,12.



d            precede /Juan/ sin tach.



e            ms. esta

 



2         Dando banquetes (a las ovejas).



3         Cf. Jn 10,118.



f             sigue p tach.



g            corr. de nras.

 



4         Sal 65,12.



5         Cf. Ez 3,17; 22,1ss.



6         Jn 19,2627: «Dicit matri suae: Mulier, ecce filius tuus. Deinde dicit discipulo: Ecce mater tua».



h            que‑llagado sobre lín.



i            sigue g tach.

 



7         Cf. Mt 27,46.



8         Cf. Lc 23,34.



9         Cf. Jn 4,3234.



10        Cf. He 10,1113.



j             sigue otr tach.



11        Sal 65,12.



k            sigue c tach.

 



12        Cf. Job 9,2526: «Dies mei... pertransierunt quasi naves poma portantes».



13        Job 21,13.



l             ms. acensuado



14        Cf. Sal 65,12.



m           sigue p tach.



n            ms. camir



o            sigue que tach.



p            sigue que tach.



q            sigue a s tach.



15        Cf. Gén 19,1524.



r            sobre lín.



16        Sal 101,10: «Et potum meum cum fletu miscebam».



s            ms. no coma



t            ms. desa

 



17        Cf. Sal 41,2.



18        Lam 1,13.



u            del cielo al marg.



v         que es sobre lín., en lín. fuerte tach.



w         sigue que me tach.



19        Eclo 48,1: «Et surrexit Elias, propheta, quasi ignis, et verbum ipsius quasi facula ardebat».



x  sigue pos tach.



y            corr.



20        Cf. 1 Re 19,3ss.



z            con los prelados sobre lín.



a  sigue fues tach.



21        Sal 50,6.



b            sigue contra tach.

 



22        Sal 54,6.



c            corr.



d            sigue os tach.



e            sigue lo propio tach.



23        Sal 54,7.



24        Moralia in Iob, 26, 13 (CCL 143B,1280): «... quia dum multa eis hic violenta ingerunt, festinare illos ad superna compellunt».



f             corr. de viendo

 



25        Cf. Is 53,7.



26        Sal 54,6.



g            sigue que si tach.



27        Cf. Ez 3,23.



gg        ms. destrocaban; al marg. vide

 



28        Cf. 1 Re 19,1114.



h            corr. de quien



i          ms. quiere



j            sobre lín.

 



29        Cf. 1 Sam 15,4.



k            sigue ver tach.



30        Cf. Mt 16,24.



l            sigue os tach.



m           sigue antes tach.

 



n            corr. de alos



o         sigue de tach.



p         sigue lego tach.



q         sigue estoy cierto tach.



r         ms. otro

 



s            sigue los tach.



t            ms. orbem



31        Prov 8,31: «Ludens in orbe terrarum; et deliciae meae esse cum filiis hominum».



32 Cf. He 5,41.



u            ms. encerrado

 



33        Cf. Mt 10,16ss.



v            sigue siend tach.

 



34        1 Cor 4,1314.



35        Cf. Ef 1,4.



w           sigue p tach.



36        Cf. De Anima III, 45; III, 910.



x            sigue p tach.



y            ms. mucho



z            corr. de enllenados



a  sigue qu tach.

 



37        Cf. Gén 25,2526.



38        Cf. Gén 25,25; 27,11.23.



39        Cf. Gén 27,41s; 32,2530.



b            sobre lín., en lín. son tach.



c            sigue a menester tach.



d            sigue pr tach.



e            sigue porque si tach.



f             corr. de penados



g            sigue q tach.



40        Cf. Ez 1,4ss.



h            ms. intelligencia



i            sigue inport tach.



j            ms. enfundidas



k            ms. tras



l            rete sobre lín.

 



m           sigue peg tach.



41        Cf. Jn 9,2.



n         al marg. Vide



42        Cf. He 28,3.



o         sigue po tach.



p         sigue y tach.



q         sigue para tach.

 



r            sigue llab tach.



s         corr. de cuyos; sigue braços tach.



t          sobre lín.



u         sigue en con tach.



v         sigue sobre lín. y hecho prelado tach.

 



43        Cf. 2 Cor 7,911.



44        Gál 6,14.



45        Sal 83,3: «Cor meum et caro mea exultaverunt in Deum vivum».



46        Sal 16,15.



47        1 Cor 7,31: «Et qui utuntur hoc mundo, tanquam non utantur».



w           sigue au tach.



x            sigue au tach.



48        Cf. Gál 6,14.



y            ms. aguna

 



z            sigue con tach.

 



a            sigue que tach.



49        2 Cor 12,9.



b            corr. de çanarte



c            sigue en su tach.



d            sigue su tach.



e            corr. de el



f             corr. de trigulatione

 



50        Sal 4,2.



g            sigue y tach.



51        Cf. 2 Cor 1,3.



h         sigue p tach.



i          ms. es



52        Lam 1,12.



53        Cant 4,9: «Vulnerasti cor meum, soror mea, sponsa; vulnerasti cor meum in uno oculorum tuorum, et in uno crine colli tui».



j          sigue cap tach.



k         sigue q tach.



l          ms. tiene

 



54        Cf. Regla trinitaria, art. 13: «Neque carnes neque pisces sive vinum liceat emere...».



m           sigue de oro tach.



n         a sobre lín.



o         sigue bien tach.



p         sobre lín.

 



q            sigue son tach.



r            sigue p tach.



s            y soledad sobre lín.

 



55        Cf. Cant 5,2ss.



56        Cf. Cant 5,2.



57        Cf. Cant 5,3.



58        Cant 1,6.



59        Jn 4,6.



60        Cf. Mt 27,26ss.



61        Cf. Mt 17,18.



t             sigue es tach.



u            en el officio sobre lín.



62        Cf. Tob 12,7.11.



v            sigue será tach.



w           sigue pum tach.

 



63        Jn 19,25.



x            sigue la tach.



y         sobre lín.



z         sigue en tach.



64        Cf. Sal 20,4.



a         sigue el tach.



b         sobre lín.



c         sigue es tach.



d            ms. desañuno

 



e            corr. de metesnos



65        Cf. 2 Cor 1,3.



f             sigue los tach.



66        Cf. Cant 1,3.



g            sigue a lo tach.



h            ms ladros



67        Cf. Lc 23,34.



i            y simple sobre lín.

 



68        Cf. Mt 6,22.



69        Cf. Mt 13,44.



j             sigue g tach.



70        Cf. Mt 17,46.



k            corr. de frecio



71        Sal 33,9.



72        Cf. Cant 5,14.



l            sigue Josué tach.

 



m           sobre lín., en lín. moderación tach.



73        Cf. Jue 7,57.



n            sigue de p tach.

 



74        Cf. Sal 33,9.



75        Cf. Sal 126,6.



76        Cf. Gén 41,47ss.



77 Cf. Mt 11,12.



78        Cf. Núm 32,1ss.



79        Eclo 24,26.



o            sigue el tach.



80        Sal 127,2.



p         corr.



q            isigue go tach.



81        Prov 31,1011.



82        Prov 31,19.



r         o despojos que le dejó sobre lín.



s         sigue q tach.

 



83        Sal 65,12.



84        Cf. Mt 11,29.



t             sigue estis tach.



85        Mt 11,28.



u            sigue so tach.



v            corr. de a



86        Cant 7,4 (Vulgata).



w           sigue nos tach.

 



87        Cf. Mt 11,29.



88        Cant 7,4 (Vulgata).



x            sigue que tach.



y            ms. considerante



z            sigue de tach.



a  sigue Dios tach.



b            corr. de tarjas

 



c            ms. daban



89        Cf. Sal 72,35.



d            y muestran rep.

 



90        Cf. Sal 33,9.



91        1 Pe 2,2: «sicut modo geniti infantes, rationabile, sine dolo lac concupiscite».



e            sigue p tach.



92 Cf. Cant 1,1; Is 55,1; 1 Cor 10,4.



f             sigue go tach.



g            sigue se tach.



h            sigue que tach.



i          ms. flailes



j            sobre lín.

 



93        Cf. Job 5,7.



k            sigue trabajar tach.



l            sigue lo tach.



94        Cf. Mt 17,17.



95        Cf. Lc 9,33.



m           sigue por el tach.



96        Cf. 2 Cor 12,2.



97        Cf. 1 Cor 2,9.



n            corr. de cain

 



98 Cf. He 9,1719.



99        2 Cor 11,23.



100      Heb 11,34.



101      Cf. Cant 4,12.



102      Cf. Cant 2,3.



o            sigue y tach.



p            ms. habent



103      Sab 1,7.



104      1 Cor 13,12: «Videmus nunc per speculum in aenigmate; tunc autem facie ad faciem. Nunc cognosco ex parte; tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum».



q            sigue lo tach.

 



105      Cant 1,3.



r            sigue en tach.



106      Cf. Lc 15,89.



107      Cf. Lc 15,46.



108      Cf. Cant 5,1016.



109 Sal 33,9.



rr        ms. palagrad



110      Mt 15,17.



s            sigue as tach.



t            sigue y tach.



111      Sal 76,11.



u            sigue y gustar tach.



v            sigue gri tach.

 



w           ms. sus



112      Cf. De sensu et sensibili, 7.



x            corr. de estad



y            sigue no tach.



113      Cf. Sal 80,6.



z            corr. de despuelen

 



114      Cf. Mt 20,2023.



115      Cf. El conocimiento interior sobrenatural, en el vol. I de la presente edición.



a            lle sobre lín.



b            sigue q tach.



c            sobre lín.



d            sigue a todo tach.



e            En la tribulaciónobras al marg.

 



116      Cf. Mt 5,8.



f             sigue de tach.



117      Cf. Jn 16,13.



g            Ps 114 al marg.



118      Sal 114,34.



h            sigue p tach.



119      Cf. Tob 11,713.



i            Lucas 15 al marg.



120      Cf. Lc 15,1617.



j            sigue hic patimur tach.



121      Moralia in Iob, 26, 13. Ya citado (p.872).



122      Cf. Mt 8,813.



k            Esa 28 al marg.



l            sigue dat scienciam tach.



123        Is28,19.



m           Jere 31 al marg.



124 Jer 31,18.



125      Cf. Jer 1,11.



126      1 Pe 4,17.



n         Los trabajosjuicio todo este párrafo en una hoja suelta, pegada al f.184v

 



127      Job 7,11.



o            sigue an tach.



p            Ps 4 al marg.



128      Cf. Sal 4,35.



129      Sal 17,7.



130      Sal 49,15: «Et invoca me in die tribulationis».



131      Eclo 2,13.



q            al marg. el signo .S.



r            sobre lín., en lín. de tach.



s            sigue ag tach.



132      Cf. Tob 5,417.



t            ms. cosa

 



u            corr.   



v            corr. de costas



w           sigue vi tach.



x         sigue romper tach.



y         sigue para tach.

 



z            corr.

 



133      Cf. Jon 1,3.



134       IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, v,1, frase (alusiva a los diez leopardos o soldados que custodiaban al santo mártir) citada por san Jerónimo (De Scriptoribus ecclesiasticis) en un pasaje que se leía en el breviario (II Nocturno de maitines del 1 de febrero, fiesta de san Ignacio).



a            ms. agurdar



b            ms. sus



c            corr. de coja



d            corr. de estanque

 



e            sigue no tach.



f             ms. caban



135      Francisco de los Angeles y Pedro de Jesús, a quienes san Juan Bautista de la Concepción impuso el hábito en Toledo el 8 de marzo de 1600. Cf. Carisma y misión, 256.



136 La casa de Madrid.



137      Era Ministro provincial.



g            sigue que tach.



h            sigue y tach.



i            ms. siendo

 



138      Cf. Lc 10,3034.



j             sigue gran rato tach.



k         sigue vuestra tach.



l          corr. de diencia



m         ms. una



n         sigue todas tach.



o            sigue q tach.



p            sigue que tach.

 



139      Maese Coral. «Juego de maestrecoral, el juego de manos que dizen de passa passa. Diéronle este nombre porque los charlatanes y embusteros que traen estos juegos, se desnudan de capa y sayo, y quedan en unas laquetas o almillas coloradas, que parecen troncos de coral» (Covarrubias).



q            sigue p tach.

 



140      Sal 54,9.



r            sigue consol tach.



s            sigue di tach.



t            ms. padez



u            ms. alguie

 



141      Acerca de las vejaciones diabólicas que padeció el Santo, cf. Carisma y misión, 186215.



v            sigue du tach.



w           sigue el tach.



x            sobre lín., en lín. a tach.

 



y            sigue ma tach.



142      Cf. Mt 26,56.



143      Cf. Jn 18,12.



z            sigue por fuer tach.



a  ms. padece



b            ms. leerla

 



c            sigue que podréis trocar tach.



d         corr. de Dios



e         sigue tan tach.



144      Cf. Mt 10,28.



f          ms. estias



g sigue re tach.

 



145      Sal 40,10.



146      Cf. Is 45,15.



h            sigue mer tach.



147      Cf. Gén 4,117.



i          sigue se tach.



j            al marg.Vide



148      Cf. Gén 29,23.



149      Cf. Gén 29,30.



k            sigue avíe tach.



150      Cf. Jn 21,1517.



l            a Pedro sobre lín.



m           corr. de eras



n            corr. de tabad



o            sigue di tach.

 



p            sobre lín., en lín. cupo tach.

 



q            sigue son pre tach.



r         sigue por tach.



s         ms. bestias



t          sigue o hicieron tach.



u corr. de pobre

 



v            sigue el cad tach.



w           corr. de los

 



151      Evoca la leyenda del monje irlandés san Borondón (s.VI) en la «Isla del Infierno». Cf. MEDRANO, P. M., Valores literarios de san Juan Bautista de la Concepción, Ponce 1994, 280.



152      Flp 4,13.



153      Cf. Mt 23,4.



x            sigue Juan tach.

 



y            sigue que tach.



z            sigue de tach.



a  ms. descacer



b            sobre lín.

 



c            sigue niños tach.



d            sigue y tach.



e            ms. misterioros



154      1 Cor 10,12: «Itaque qui se existimat stare, videat ne cadat».



f             sigue en tach.

 



155      Rom 8,28.



156  Cf. De gratia Christi et de peccato originali I, 50: ML 44,386.



g            ms. humilldad



h            tú a sobre lín., en lín. tú a tach.



157      Sal 127,3.



i            corr. de las

 



158      Cf. Sal 138,8.



j             y modos sobre lín.



k            corr. de crebca



l            sigue te tach.



m           ms. obligado



n            al margV

 



159      Fray Elías de San Martín, OCD, visitador, que, con José de Jesús María, OCD (Rivera y Sandoval), maestro de novicios, se ocupaba, en el convento de Valdepeñas, de la formación de los primeros trinitarios descalzos.



o            ms. en



p            sigue lo tach.

 



q            ms. plasón



r            sigue ser tach.



160      Cf. Ap 22,1.



161      Cf. Gén 1,27.



s            sigue si tach.



162      Mt 22,21.



t            sobre lín.

 



163      Cant 8,6.



u            ms. charida



164      Cf. Deut 6,5.



v            ms. alguie



w           sigue que tach.



x            sigue en tach.

 



y            corr. de vendes



z            sigue los tach.



a  al marg.Vide



165      Cf. Mt 9,17.



b            sigue padre tach.



c            sobre lín., en lín. padre tach.



d            en pie rep.

 



166      Cf. 1 Sam 17,3437.



e            sigue síl. tach.



f             corr. de saben



g            sigue que se tach.

 



167      Mt 21,3339.



168      Jn 15,12.



169      Cf. Heb 4,15.



170      Cf. Cant 5,5; 7,10.



171      Cf. Prov 31,19.



h            sigue y tach.



i            sigue dos sin tach.



172      Cf. Cant 5,5; 7,10.



j            sigue esta tach.

 



k            sigue en tach.



l            corr. de lasbios



m           sigue b tach.



n            sigue un tach.



o            corr.

 



173      Cf. Jn 15,1.



p            ms. cojas



q            ms. puscar



174      Cf. Gén 3,24.



175      Flp 2,7.



r            sigue hi tach.



176      Sal 35,6.



177      Hab 3,3: «Et Laudis eius plena est terra».



178        Is53,7.



s            sigue g tach.



179      Lc 22,44.



t            sigue hasta la sin tach.



u            corr. de la



v            sigue y allí en decir tach.

 



180      Sal 79,12: «Extendit palmites suos usque ad mare, et usque ad flumen propagines eius».



w           ms. sa



181      Cf. Jn 15,5.



182      Mt 21,33.



x            al marg. vide

 



183      1 Jn 5,9.



184      «El puerto de arrebata capas, se dixo assí por los grandes vientos que de ordinario corren en aquella parte» (Covarrubias).



185         Epistulae 130, 1 (CSEL 44,41): «... in hoc mundo et in hac vita nulla anima possit esse sicura»; In Psal. 48, 2 (CCL 38,570): «Non est pax in hac vita».



186      Cf. Gén 3,24.



187 Cf. Gén 3,6.



188      Gén 3,24.



189      Cf. Gén 25,1022.



190      Cf. Cant 3,7. Eran 60 los fuertes que guardaban el lecho de Salomón.



191      Sal 88,41.



192      Cf. Gén 4,1315.



193      «Communior sententia est, signum hoc fuisse tremorem corporis, et mentis ac vultus consternationem, ita ut corpus et vultus peccatum Caini loquerentur»: MIGNE, J. P., Scripturae Sacrae cursus completus, V, Paris 1859, col. 241.



194 Cf. Mt 10,28.



y            sigue Gregorio tach.



z            al marg.



195      Cf. In Epist. Ad Colossenses III, 3 (MG 62,322); In Epist. Ad Hebreos III, 14 (MG 63,3033).



a            al marg. vide

 



196      Cf. 2 Mac 15,22.



197      Cf. Tractatus in Psalmos, 120 y 124: ML 9,658660, 682683.



b            ms. tenener



198      Cf. Epistola 128, 5: ML 22,1099.



c            corr. de ellos



199      Cf. Gén 18,16ss; Ex 32,1114; etc.



200      Sal 105,23.



201      Cf. Ex 32,1011.



202      Gén 2,15: «Tullit ergo Dominus Deus hominem, et posuit eum in paradiso voluptatis, ut operaretur, et custodiret illum».



203      Cf. SEVERIANO, De mundi creatione, oratio V, 5: MG 56,477478. La misma idea en S. AGUSTÍN, De Genesi ad litteram VIII, 10: ML 34,380381.



d            sigue es tach. al marg. Ps



204      Sal 5,13.



e            sobre lín.

 



f             sigue el scudo guard tach.



205      Job 1,10.



206      Cf. Enarrationes in Psalmos V, 17: CCL 38,26.



g            ms. preteretito

 



207      Cf. Mt 21,33.



h            rep.



208      Jn 15,3.



209      Lc 24,32.



i            ms. tiene



210      Cf. Heb 4,12.



211      Cf. Mt 21,33.



j            sigue esto tach.

 



k            corr.

 



212      Mt 21,34.



213      Ap 3,20.



214      Mt 20,1.



l             sigue sant tach.

 



215      Fr. Clemente de Santa María, ex calzado, segundo trinitario descalzo después del Reformador. Falleció en Madrid el 21II1609. Véase su semblanza en Crónica I, 211214.



m           ms. padece



216      Cf. PSEUDO D. AREOPAGITA (Versión lat. tradicional), De divinis nominibus, 2 (MG 3, 648A): «... verum etiam divina patiendo assecutus, necnon eorum (si dictu fas sit) compassione, ad illam quae doceri nequit, fidem mysticam atque unionem informatus». Sto. Tomás lo cita y comenta: «Passio illa de qua loquitur Dionysius, nihil est aliud quam affectio ad divina» (Quaestiones Disputatae de Veritate, 26, 3).



n            ms. elma

 



o            ms. bundamenta

 



217      Sal 86,12.



p            sigue pal. tach.



q            sigue y que tach.



r            ms. encimas



s            ms. tabias



t            sigue p tach.



u            sigue ilulm tach.

 



v            ms. cruzas



w         sigue a estas tach.



218      Lo dice porque Jacob luchó con el ángel, con Dios (Gén 32,2428; Os 12,45). Para la etimología del nombre, cf. Gén 25,25; 27,36.



x         sigue es tach.



y         sigue bolver la pu tach.



z ms. estacada

 



219      Cf. Gén 32,2429.



220      Cf. Gén 32,2429.



221      Cant 8,1.



a            sigue un tach.



b            sigue deso tach.

 



222      Cf. Ex 32,34; 33,2.



223      Por ejemplo en La llaga de amor (I, 129135), Algunas penas del justo en el camino de la perfección (I, 803809, 849 y ss.), Errores en el gobierno y en la dirección de almas (I, 1083 y ss.).



c            estos maestros sobre lín.



d            corr. de entendigo

 



224      Cant 2,5.



e            sigue que tach.



225      Cf. Cant 5,3.



f             sigue y tach.



g            sigue uno Cristo en tach.

 



h            ms. pececillo



i            sigue mortificación tach.



226      Cant 5,3.



j            sigue s tach.



227      Por: garbo.



k            sigue com tach.

 



l             sigue y tach.



m           sigue j tach.



228      Cf. Rom 8,28: «Scimus autem quoniam diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum».



229      Cf. 2 Cor 1,3.



n            y cuando rep.

 



o            corr. de huyendo



p            sigue y tach.



q            ms. cosas



r            corr. de sea

 



s            sobre lín.



t          corr. de enemigo



u         rep.



v         sigue y tach.



w         sigue y en tach.



x         sigue ellos son tach.



230      Cant 2,17.



y            sigue ab tach.



z            sigue mi tach.

 



a            ms. espirar



b         ms. spirar



231      Cf. Jn 19,30.



c         ms. espirando



d         sigue t tach.



232      Cf. Jn 8,139,40.



e         ms. ofendía



233      Sal 10,5.



f          sigue ca tach.



g            ms. encarecimiento

 



234      Jer 11,15.



235      Cf. ARISTÓTELES, De Anima III, 4; Analyt. Post., I, 5.



h            sigue s tach.



i            ms. del



236      Cf. SÉNECA, De Beneficiis, I, 10.



j            sigue que tach.

 



237      Cf. Mt 21,3343.



k            ms. diciendos



238      Mt 21,41.



l            sigue p tach.



m           sigue quan tach.

 



239      Deut 32,4.



n            sigue juicios tach.



240      Rom 1,20.



241      Sal 8,8.



o            sigue sobre lín. síl. tach.



242      Deut 32,4.



p            sigue j tach.



243      Os 2,19.



244      Cf. Rom 14,12.

 

 






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