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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
III PREGUNTA Fundaciones en Andalucía
La tercera pregunta que me habíen hecho fue que a esta persona le habíen dicho no fundase conventos en el Andalucía y que se veía como obligada a hacer lo contrario, y que tenía gran pena no errase y, juntamente, grande deseo de acertar a hacer la voluntad de Dios.
Las razones en contrario que para esto le daban a esta persona fue decir que la tierra es más ancha, más libre, más regalada y más dispuesta a relajación por ser los hombres menos modestos, rendidos y humildes, y no digo de la humildad que es virtud, sino de la humiliación que de ordinario causa la pobreza y el poco tener y el ser gente común y ordinaria, porque el tenerse todos por grandes y poderosos a levanta y eleva el spíritu a presunción y soberbia, vicio muy contrario a lo que en las reformas se profesa. También la abundancia de los manjares y fertilidad de la tierra ocasiona para que tampoco en ella se guarde aquel rigor y abstinencia que se pretende, cría los naturales más recios, más robustos y dificultosos de rendir.
Prueban esta verdad con la experiencia, pareciéndoles que hay alguna más relajación en las religiones en esta provincia que en Castilla. Confírmanlo con decir que siempre tuvo la sancta madre Theresa de Jesús contradicción grande para b fundar en esta tierra y que deseó abstenerse de estas fundaciones por el sentimiento grande que tenía o temor que sus conventos se le habíen de relajar 1. No he oído otras ningunas razones más que éstas, y éstas parece que bastaban por ser muy fuertes y bastar a contrastar a un ánimo rendido y deseoso de acertar, si no hubiese para estas razones respuestas y otras en contrario que le convenciesen para proseguir con sus primeros deseos, que son fundar en esta provincia, dilatar c su Religión y que en ella y en su sancto hábito sea Dios alabado en todo el mundo.
Para cosa tan grave pienso fuera bien haber propuesto esta cuestión a quien pudiera responder a ella después de haber tenido mucha oración, trato y comunicación con Dios, para no errar en cosa d de tan grande importancia e como es sembrar trigo y buena semilla en tierra no abonada y dispuesta para dar fructo centéssimo y para plantar árboles de quien se tema no darán el fructo que deben a su tiempo debido. Que bien es, si el edificio que [220v] se hace es de gran consideración, casa real o templo para Dios, se mire primero las canteras de donde se sacan las piedras y que se escojan maestros y arquitectos que conozcan y entiendan la materia y calidad de las piedras, sean de masa cual conviene para se dejar labrar y hacer de ellas lo que se pretende en el tal edificio. Que no seríe bien, por mudar canteras, trocar el orden que el edificio lleva en contraria labor y arquitectura que cause fealdad, sino que sean piedras que consientan y se dejen labrar con la scuadra y regla que las demás se han labrado. Que bien vemos ser una piedra de precio y valor y, por ser intratable para hacer de ella lo que se hace de otras no tales, quedarse rodando en el campo y no ser para servir en los edificios de consideración.
Así digo yo que, pues es cosa de tanta consideración el entablar y extender una religión, se mire bien de dónde se sacan sujetos para este edificio, pues es real y casa de piedras vivas para Dios 2, no sean hombres libres y enteros que no se dejen labrar con las leyes y costumbres que otros, por ser de naturales rendidos, humildes y blandos. Que no está el mejoro en ser la piedra grande, que harto grandes las hay en esos puertos de Guadarrama y se están allí sin que nadie les hable ni se quiera servir de ellas, ni está la bienaventuranza de una religión en recebir caballeros y poderosos, que hartos tiene el mundo ociosos a quien Cristo no llamó ni echó de ellos mano para hacer y conponer su Iglesia de apóstolos y discípulos. Ni está tampoco el negocio
en que las piedras sean de precio y valor ni los hombres de grandes entendimientos, pues dice Cristo que son más prudentes los hijos de este siglo que los hijos de la luz 3. Sólo consiste este negocio en que las piedras y sujetos de que se hace y compone una religión sean tratables, blandos, amorosos, rendidos y gente f que al labrarlos no sean tan recios o duros que se quiebren ante la piedra o la herramienta con que se labra, que quede la piedra g amoldada, pues sabemos que toda la h hermosura de un edifico consiste en la uniformidad y conformidad que entre sí tienen todas las piedras con que traba y se enlaza la chica con la grande, sin que la una desdiga de la otra un puncto. Y cuando esta uniformidad hay entre todos los sujetos de una religión, como la sancta madre Theresa de Jesús afirma, promete gran seguridad, dilatación y perpetuidad 4.
Atendiendo a esto, deben mucho [221r] mirar los prelados dónde asientan y ponen sus conventos, que no vale que el agua que corre sea dulce y delgada para que, si pasa por i salitrales y tierras amargas, no tome el sabor por donde pasa, así como el buen licor del j vaso o vasija donde se pone; que bien sabemos anduvo acertado el k ángel de quien dice Daniel altercaba y porfiaba de sacar el pueblo de Dios de Babilonia contra el ditamen del otro ángel que lo defendía 5.
¡Oh buen Dios mío, quién tuviera una luz grande, un entendimiento informado de la misma verdad, un celo cual le tuvo Cristo para que todos se salvasen, un corazón y una voluntad abrasada cual la tuvo un Pablo, que por el bien que de todos tenía alcanzó el ser predicador de todo el mundo! Con sólo este seguro pudiera yo responder a esta cuestión que se me ha propuesto y a argumentos tan ciertos y que consigo train tanta dificultad. No sé qué me diga a un ánimo determinado de ir contra tantas y tan buenas razones, sino que, siendo ésta que se funda Religión de la Sanctíssima Trinidad y la que se pretende dilatar por estas tierras, quien al principio del mundo formó y hizo al hombre a su imagen y semejanza 6 ella propia en la ocasión presente, pues es el mismo artífice, si la masa y materia se endureció para que no se deje tratar y amoldar en el edificio que se pretende, ese mismo Dios y Señor, como aquel alfarero u ollero que vido Jeremías 7 se baje y torne a tomar el mismo barro en sus manos, lo ablande y disponga de suerte que de él se pueda hacer un vaso precioso que ninguno le pueda l llevar la ventaja, que nada le es a Dios imposible ni dificultoso. Porque si es verdad que el rey don Felipe en el edificio que hizo en su Escurial y sitio de San Lorencio no se le defendió piedra por grande que fuese ni por dura e intratable que estuviese que no la labrase y se aprovechase de ella para lo que quiso, ¿por qué a un Dios tan
grande que quiere hacer una religión para sí le ha de ser dificultoso ablandar y molificar 8 naturales libres o duros? Pues es fee que no le falta caudal, fuerzas, poder y medios eficaces con que llamar a todo género de gentes a su Iglesia, como lo hizo con un Pablo en el camino de su perdición 9 y con un Mateo en el trato y banco de sus ganancias 10 y con una Madalena, dura en sus peccados 11.
Dicen algunos a esta razón que esto es querer pedir milagros y que no se ha de aguardar a eso. A lo cual respondo [221v] dos cosas. La primera, que niego que esto sea milagro, porque milagro es una admiración de cosas raras, y para Dios es ya tan común de grandes peccadores hacer grandes sanctos que, viendo estas súbitas mutaciones cada día, ya no hay quien de ello m se admire y espante. Digo lo segundo, que, dado que fuera milagro el amoldar estas piedras que vamos supuniendo eran duras, era Dios obligado a hacerlo en el principio de las religiones, donde todo es milagro y apenas se ve obra ordinaria; y si no habíemos de ocasionar a Dios a que hiciera semejante maravilla, tampoco fuera lícito enpezar reforma o Religión en que a la clara vemos es Dios el que se lo hace todo.
Y digo era Dios obligado a semejantes milagros por ser en favor del hombre, cuya salud y bien Su Majestad tanto desea, y siendo el mismo Dios el que ahora tenemos del que hecho hombre obró y hizo tantos milagros entre los hombres por su bien y provecho, ahora está dispuesto a hacer otros tantos, si fueren necesarios de su parte, para que el hombre no tenga escusa el día del juicio. Y si lo natural fuera ocasión bastante para dar a uno de mano y desecharlo, bien pudiera este tal scusarse con las cosas de que él no tuvo culpa ni fue causa, según lo que dice Aristóteles: que ab his quae [a] natura sunt, nec laudamur nec vituperamur 12.
Ahora voy tratando del común de una tierra, no trato de esta o aquella persona en particular, que de singulares no hay sciencia; la que ahora se pretende es de toda esta provincia en común. Y sabemos y es fee certíssima que nadie el día del juicio tendrá escusa con su tierra o mal natural, pues a todos les acude Dios con sus auxilios suficientíssimos para que le conozcan, amen y sirvan. Y si Dios a todos da lo suficiente, bien se deja entender que trayéndolos a su Religión también los ayudará con esta misma suficiencia puniendo un poco más, según la mayor o menor necesidad que la tal persona tiene para ser muy sancta.
Bien sabemos reprehendieron a san Pedro del cielo cuando en los Actos de los Apóstoles reparó en comer aquella muchedumbre n de animales y ponzoñosas sabandijas que le mostraron en aquella sábana que venía cogida de las cuatro squinas, diciéndole no sea el hombre melindroso en buscar y convertir peccadores, [222r] particularmente
cuando el guisado que se hace de los tales lo tiene Dios sazonado 13; que no es de menos valor la cabeza de la víbora para sanar la picadura que hizo con su estremidad que otras atriacas preciosas, si Dios le puso allí virtud contra su propio veneno.
¡Oh válame Dios! Si nos hubiera de enseñar la experiencia, qué de liciones y exemplos nos diera con que probar lo que vamos diciendo, advirtiendo que estas cosas que a nosotros nos parecen milagros por querer dificultar nuestras conversiones, no lo son para Dios por haberse vuelto obras y cosas muy ordinarias. Nadie llame ya milagro el trasplantar Dios en sus jardines ladrones, Pablos, Matheos y Madalenas, pues cada día lo vemos obrado en esas iglesias y confisionarios. Obras que así vuelven por el poder de Dios, honra y crédito de su Iglesia, ¿por qué hemos de negar y huir el cuerpo a esta ocasión, con que puede Dios honrar esta su Religión trayendo a ella no digo yo ladrones ni Pablos, sino demonios obstinados?
Dichosa tú, Religión, y mill veces dichosa, si yo supiera que todos cuantos herejes, moros, infieles hay en el mundo vinieran a ti, como a Cristo vinieron aquellos reyes magos guiados por el estrella y sacados de la infidelidad 14, ¡oh, qué bien! ¡Oh, qué gloria, Dios mío de mi alma!, si yo en o la tierra y en el cielo me viera entre millares de herejes luteranos y moros convertidos a tu sancta fee y los viera yo señalados con esta cruz que traemos en los pechos, que no les fuera de menos provecho que el tau con que el otro ángel señaló a tus siervos para que la bestia grande que bajó del cielo con rabia no los enpeciese 15.
Muy lindo, Señor, es este nuestro hábito para esta obra. Hazlo tú, Dios mío, que yo te prometo, si tú me das vida y me pones en ocasión de que eso esté a mi cargo, de no decir que de ese manjar no comeré ni de esa agua no beberé. Que buen exemplo me diste con la samaritana: que, siendo gran peccadora, con ella mataste la sed y la hambre que tenías, cuando llegaste cansado al pozo que en Sicar habíe p hecho Jacob 16. Digo que este hábito es muy bueno y muy propio para este menester por ser hábito blanco y de la Sanctíssima [222v] [Trinidad], en cuyo nombre tú mandaste baptizasen a los que en ti creyesen 17, vistiéndolos de blanco, señal exterior de la blancura de la gracia que causaba aquel agua baptismal q.
No ha de tener esta Religión, Señor, pues es tuya, el estómago tan strecho ni sus rincones r tan angostos como las otras. Sea ésta un mar grande y un abismo, Dios mío, en quien se ahoguen cuantos herejes hay en el mundo. Sea un abismo de tus misericordias que en sí esconda y encierre cuantos peccadores de ti se apartaron. Grande eres, Dios inmenso, eres Dios, todo lo puedes y quieres todo aquello que es para mayor bien y provecho mío y honra tuya. Haz esto, Dios inmenso.
¡Oh, qué atrevimiento es pedirlo yo, quien tan poco vale y merece! Pero cualquier peccador, por grave que sea, se puede atrever a tales peticiones porque te conocemos, Señor, tu condición, que buscas quien tales cosas te pida por la grande gana que tienes de hacerlas. Bien sé yo, Señor, que a esta petición me ayudarán todos tus ángeles y espíritus divinos, porque están llenos de amor y charidad y desean se enllenen tantos millones de sillas s vacías y desean tener compañeros sin número para que sin cesar alaben al criador de todas las cosas. ¡Oh Señor!, y cómo me parece esta petición muy justa y de que tú te agradarás, porque ¿qué hombre hay, por perdido que sea, que se huelgue de sus pérdidas y menoscabos de su t hacienda y de ver desperdiciados sus empleos? Tu trato, Señor, lo pusiste en almas, tu hacienda son los hombres, tus menoscabos son los peccadores; no te puedes holgar, que repugna a tu bondad u tener agrado de la perdición del hombre, de sus peccados y maldades. Y es cierto, si cuando a ti, que eres infinita bondad, el hombre te ofende cupiera en ti pesar, sintieras el haber hecho y formado al hombre, por la mala cuenta que de sí daba.
Dame, pues, tú, Señor, unas entrañas amorosas, una voluntad grande, [223r] un corazón encendido, para que con veras y con grandes obras yo desee el bien de todos los v hombres, lo pretenda y procure sin aceptación de personas. Esta confianza me da tu misericordia: que w cuando las hierbas que en esta Religión se traspusieren fueren de suyo venenosas, la tierra, por ser tuya, y el riego, por ser del cielo, las volverá saludables y se volverá un retrato de aquellos jardines que san Juan vido en el Apocalipsi que, regados con el agua que nacía de la silla de Dios, todo el año estaban frescos y con fructa 18.
Señor mío x, si el hombre de su cosecha tuviera lo bueno, parece que me amedrentara yo en buscar peccadores y gente intratable, porque sé cuán perezosos son para buscar lo bueno y cuán cortos para emplearlo y, como gente que eso bueno lo tenía de su cosecha, nos lo vendiera bien caro y no alcanzáramos un bueno en mill años, porque con su bondad se quisiera lograr a sus anchuras y donde a él le pareciera. Pero sé yo, Señor mío, que el hombre tiene de su cosecha lo malo y de tu misericordia lo bueno y que millares de veces te haces encontradizo con quien no te busca y le das lo que quieres y te parece con larga mano; y si una vez lo pierde, millares de ellas estás presto para tornar a poblar el alma desierta. Y estos bienes no los das tú para que el hombre los emplee en lo que él quisiere, sino en lo que a ti te agradare.
Según esto, no quiero yo andar a escoger por y lo que veo, pues eso es del hombre, sino a escoger por lo que de tu misericordia espero, que es conversión y mejoro grande de todas las almas que en este
hábito te buscaren. Bien veo yo, Señor, que tu divino Spíritu vino tal día como mañana en fuego 19, y no en cualquiera, sino del cielo 20, dando a entender que no es como el de acá, que primero quema la paja blanda y la estopa delicada y después con dificultad la leña y con grande tardanza derrite el cobre, sino un fuego más eficaz que el del raño, [223v] a quien nada se le resiste, sino todo lo lleva por un parejo. Esto hace tu celestial y divino Spíritu: que, spirando donde quiere 21, no repara en la fortaleza de la torre ni en la dureza del hierro, sino que con facilidad lo uno, como viento, lo derriba y lo otro, como fuego, lo derrite.
Según esto, no hay, Señor, sino ponerte delante los ojos cuantos peccadores hay en el mundo y pedirte con z humildad baje tu divino Spíritu y levante sus corazones a que sean merecedores del bien que tú tienes aparejado para los que de veras y con veras te sirven. ¡Oh válame Dios, y qué será, Señor mío, de ver en tu cielo los que en este mundo fueron grandes peccadores! ¡Oh, qué regocijo tan grande hallaremos en ellos y qué grande lo causará en nosotros, viendo los grandes tiros que hizo Dios con ellos cuando, habiéndose ellos bajado por sus peccados, el brazo de Dios hizo aquel desvío que suele hacer el brazo del hombre cuando quiere coger vuelo, cobrar brío y fuerza para que la piedra vaya más lejos! Así se holgarán las almas sanctas cuando vayan al cielo y vean que el haber Dios humillado a aquellos grandes peccadores, permitiendo cayesen en graves peccados, fue causa de que el tiro lo hiciese el brazo de Dios tan grande, dando con muchos a de ellos entre los coros de los ángeles más subidos. Esta propia gloria tendré yo, Dios mío, si en esta tu Religión yo viese a todos cuantos te han ofendido muy humillados y con esperanzas de que subirán donde están los demás sanctos que de ti gozan. No se desestiman, Señor, en los aparadores reales los brinquiños de barro tosco y los vidrios bien labrados, que ya sabemos que es muy ordinario la labor y hechura subir tanto de punto una cosa que la hace subir sobre el valor que tiene la sustancia y materia más subida que hay en el mundo; y si barro y piedras b duras [224r] se volvieron los peccadores, tal labor puedes tú, Señor, hacer en ellos y tales repuestos que suban en precio a los ángeles que tú los criaste de una naturaleza tan subida y levantada. Y pues esto es de estima, no será razón que esté esta tu Religión sin tener en sí todo lo que es de precio y valor.
Dos hermanos dice c la sagrada Scritura que inventaron el cantar y el labrar d y amartillar el hierro, que fueron Yabal e y Túbal Caín 22, de suerte que al son de los martillos del uno el otro iba haciendo sus altos y bajos y sus consonancias en la voz, y a falta de instrumentos
músicos le servían los golpes de los martillos. Dos estados hallo yo en la Iglesia de Dios: el de los inocentes y el de los peccadores; éstos son hermanos por ser todos hijos de un padre. El inocente inventó el alabar y el bendecir a Dios, y el peccador inventó la penitencia. De suerte que f al son de los azotes, penitencias y sollozos de los penitentes hacen los inocentes admirable música y muy agradable a las orejas de Dios; de suerte que g a los inocentes les sirvan de instrumentos músicos los cuerpos de los penitentes porque a ese son hacen en sus cantares sus compases, mirando en ellos mismos el poder de Dios, que los detuvo y conservó sin culpas y faltas, y en sus hermanos la sabiduría y misericordia, pues se abajó a sacar del abismo de las miserias a quien se habíe alejado de Dios.
Pues, si en estos dos estados se halla la música entera y bien concertada, vengan inocentes que canten y vengan peccadores que lloren. Aquel libro que dio Dios a Eczechiel que se lo comiese, lleno estaba de aleluyas, ayes y bees 23; que a mi parecer daba Dios en él la solpha del canto que habíe de llevar el justo alabándole y la que habíe de llevar el peccador entristeciéndose: a los unos les dan las aleluyas y a los otros las lamentaciones. Y si bien miramos nuestra regla, [224v] hallaremos en ella hartas leyes y escritos para los dos estados: para los unos, leyes y constituciones con que lloren y se duelan de sus peccados; y para los otros, leyes y constituciones con que alaben a Dios. Ya se sabe que en la música bien concertada ha de haber quien lleve los altos y bajos. Los inocentes en la casa de Dios llevan los altos del mismo Dios y los peccadores convertidos y varones penitentes han de llevar los bajos de las culpas y ofensas que cometieron contra este summo bien.
¡Oh Señor!, y qué campo tan grande me abría a este propósito el amor y charidad de que está tan llena nuestra regla. No quiero detenerme en esto, pues de todos se sabe y, quien trata con tantas veras de sacar captivos de tierra de moros y librar con tanta costa y trabajo los cuerpos de los sclavos, mejor tratará de librar las almas captivas en poder de satanás. Paréceme un horno ardiendo que a su traza y modo vuelve todo lo que en ella se echare. Da tú, Señor mío, en esta tu Religión fuego de una grande charidad encendida y echa en ella lo que tú quisieres; fuego, Señor, que, siendo de tu divino Spíritu, no faltará marea que recree a los que en este horno estuvieren para que, en medio de las llamas de los penitentes, los inocentes te canten mill alabanzas como los niños del horno de Babilonia 24.
Bien veo yo el día de hoy está tu Religión como un granillo de mostaza, pero tú le puedes dar tal virtud que crezca en árbor grande de suerte que las aves del cielo grandes vengan a ella y en ella hagan nidos y habiten 25. Bien puedes tú, Señor, hacer que esta tu Religión,
a quien nuestras culpas y defectos le cortaron h sus pasos, como el árbor que vido Nabucdonosor cortado, y después de aquellas raíces crecieron tanto que con sus ramas confinaba con lo último de la tierra y con sus pinpollos llegaba al cielo, de suerte que convidó a las aves mayores que por el aire volaban [225r] viniesen a habitar y sentarse en sus ramas y las bestias se venían a amparar de su sombra 26. De esa misma suerte, puedes tú, Señor, hacer que esta tu Religión que, como digo, nuestras culpas, como hacha y asegur, la cortó y en ella no dejó sino raíces, esas raíces vengan a crecer tanto que por la una parte suba al cielo y por los lados a los fines de la tierra y que en sus alturas habiten los verdaderos contemplativos y sanctos inocentes y en el suelo y a su sombra hagan penitencia los peccadores.
De lo dicho se colige que no se debe strechar esta sagrada Religión en provincias ni reinos, sino dalle cuerda a que Dios la lleve donde él fuere servido. Yo confieso que antes de hablar de esta dilatación y propagación se habíe de haber tratado de la perfección, virtud y sanctidad que en ella habíe de haber, porque tratar primero de dilatarnos más parece presumción, soberbia y elación que no deseo de aprovechar en la virtud. Pero digo que ésa se presupone, que si no la hay no digo yo fundar en todo el mundo o en el Andalucía, sino deshacer los conventos que estuvieren hechos, que no hay que multiplicar las gentes y disminuir la ocasión del alegría, que es la virtud y sanctidad que los religiosos deben tener; y para no ser uno buen religioso, quédese en el siglo y sea buen seglar, que más vale y para más aprovechará. Yo presupongo i en nuestra sagrada Religión grande humildad, grande mortificación y penitencia, y ésta que se pida a Dios con grandíssimas veras, que no es bien salga el pájaro a volar antes que le nazcan las alas; que aunque es verdad el perdigón corre y muchas veces por pies se escapa, pero gran bien es que de las alas se ayude; y Religión que tiniendo pies de ejercicios sanctos y vida activa no tiene alas de contemplación y se ayuda con la vida contemplativa, una vez que otra para, se detiene y la coge el cazador.
Del ratón dice Plinio 27 que jamás está en parte donde no tenga más que un agujero, sino donde por lo menos hay dos o muchos, porque si en el uno le persiguen huiga al otro. Y esto se debe ahora con grandes veras profesar en las religiones reformadas: abrazar entramas vidas, la activa y la contemplativa, porque si en la una fuéremos perseguidos y afligidos de los demonios [225v] podamos huir a la otra; y si el demonio nos tentare por alto, huigamos por bajo a los ejercicios humildes de charidad con los que profesan la acción; y si por bajo, huigamos volando por alto a la contemplación con los que profesan esa vida.
De la virtud y sanctidad que debe haber en estas religiones que ahora enpiezan en muchas partes tengo tratado; no hay que detenernos en eso, que sólo mi intento es tratar de la justificación que puede tener fundar conventos en el Andalucía y responder a los argumentos que por la parte contraria están puestos. Lo cual será, si Dios es servido, muy breve, y fuera muy largo y prolijo querer aquí juntar las obligaciones que tienen los religiosos reformados de corresponder en su vida y costumbres con el hábito y exterior que muestran. Bueno fuera (y no lo permita Dios por quien él es) que, deseoso el mundo de gente sancta, se animara a ayudar esta obra y a favorecerla con alma y vida y a que le cueste grandes trabajos en admitirla y que después pareciera tesoro fingido y dinero de duende vuelto en carbón, por haber sido trato y engaño de hipócritas que sólo por honra se disfrezaban con hábito y nombre de reformados sólo para usurpar la honra ajena y alzarse con los primeros asientos del mundo. Gran locura fuera del que tiniendo una casa razonable la deshiciese y desbaratase con intento de hacer otra mejor sin tener caudal para ello, porque es llano que deshaciendo la hecha se quedaríe sin la una y sin la otra a dormir al sereno; y sería como el perro de quien cuenta la otra fábula que j, yendo por la mar con una tajada de carne en la boca, le pareció mayor la sombra que hacía y la soltó por coger la sombra y se quedó sin la una y sin la otra 28.
Es cosa certíssima que acudiendo el mundo a ayudar estos conventos reformados ha de menoscabar los que ya tiene hechos; y como dar con ellos en tierra sería muy bien y traza de satanás desayudar ésos y quedarse sin estotros, digo quedarse sin los reformados si ésos no se edificasen con el caudal, costumbres y vida que se pretende, siendo sanctidad y virtud verdadera, y no fantástica y fingida, la que el seglar quiere abrazar y gozar en estos conventos por quien deja y se aparta de la conversación y trato antiguo que tiene en los otros conventos de las [226r] reglas modificadas.
Y pues esto se presupone, no hay que cansarnos en ello. Bien es que Dios y los hombres se enteren y aseguren en los mejoros que desto vienen k al mundo y que sean jueces de la entidad y verdad que tienen estas religiones que se reforman y según eso acudan a su ayuda. Y yo pienso vivimos, como dicen, en una era que todo el mundo desea reforma y quiere verdad, y que los prelados de la Iglesia que a esto atienden están con mill ojos para ver lo que más convenga a mayor honra y gloria de Dios y provecho del reino. De nuestra parte no hay sino pedirle a Dios gracia y fuerzas para hacer y obrar mucho y cumplir con nuestras obligaciones, que no son pocas ni poco contrastadas de satanás; que, cierto, a mí me hace erizar los cabellos ver la fuerza que el demonio pone para hacer retroceder y volver atrás con lo comenzado.
De suerte que, me parece, muchas veces violentados los religiosos los veo compelidos a hacer menos de lo que ellos quisieran.
Conozco, por la bondad de Dios, unos grandíssimos deseos y, por otra parte, inmensa contradición incitada de satanás, en la grandeza de la obra que abrazan. Así como cuando vemos un enfermo que de buena gana toma la purga amarga en las manos para la beber y la llega a la boca y, sin ser en su mano ni poder más, da mill arcadas, hace mill gestos l y tiene muchos ratos detenidos antes de sorberla. Lo cual visto por el enfermero, lo ayuda con trapos de vinagre que güela y bocados de membrillo que muerda. Ojalá entendiesen los del mundo lo mucho que hacen los que en tiempos m tan viciosos se quieren reformar y estrechar. Lo uno, para que no se espanten si, viéndolos por una parte llenos de buenos deseos, por otra, conocieren alguna detención en lo mucho que desean o algunas imperfecciones; que todo eso trai consigo la grandeza de la obra, la amargura de las obras penales y el obrarlas y hacerlas la naturaleza caída y enferma. Y no sólo digo no se deben espantar de eso, pero ayudarlos, animarlos n, consolarlos, para que prosigan y alcancen lo que pretenden.
Es certíssimo conozco en nuestra sagrada Religión deseos en los religiosos grandes de hacer más de lo que ahora se ve, y tengo confianza cada día de más [226v] perfección, de más penitencia y recogimiento. Y esto no parezca dificultoso, pues sabemos que la naturaleza, madre y exemplo de lo sobrenatural, en sus obras empieza por lo imperfecto a lo perfecto. Y esto vale en lo sobrenatural en los hombres que, como digo, están llenos de buenos deseos y no tienen en los principios ni alcanzan aquellas fuerzas que son necesarias para todo lo que desean, y cuando las tuvieran ya se sabe que todas las cosas en sus principios están más obscuras y dificultosas que después de haberse hecho a ellas y tratádolas. De suerte que, por la bondad de Dios, bien se puede esperar se conseguirá y alcanzará de estas reformas lo que se pretende.
Sólo se debe pedir a los seglares y a los que miran de lejos la virtud, como queda dicho, adviertan que, como dice Aristóteles, versatur circa difficilia 29; que tiene sus jornadas en camino áspero y riguroso y que no porque sean religiosos reformados han de entender que dejaron de ser hombres y en todo han de ser ángeles. Harto grande reforma es que los que viven en ella anden con la podadera en la mano podando y chapodando las ramas viciosas y sin fructo para que lo principal del árbor lo lleve cual conviene. Y advierta que es imposible el aposento de tierra, por bien barrido que hoy quede, que deje mañana de tener más polvo que tornar a barrer, y la naturaleza dejar de brotar y producir muchas imperfecciones, pues dice [Proverbios o] que septies in die cadit justus 30; que el justo cai cada día siete p veces. Buena reforma es que
otras siete q veces se levante y que no sean caídas de muerte o caídas con perseverancia. Buena reforma es procurar andar siempre en presencia de Dios; que el que anduviere en luz procurará hacer obras de luz 31 para no ser en ella argüido y [andar] compuesto para no ser notado y reprehendido. Buena reforma es que de su parte se disponga y haga lo que es en sí para que Dios le ayude. Buena reforma es mudar el hábito, la comida y obras exteriores, que es lo que nosotros vemos, que tras eso viene la reforma y renovación del spíritu y de lo que nosotros no vemos.
Bueno es quitar la carga de los cumplimientos [227r] del mundo para que el alma quede más liviana y desocupada para acudir a las obligaciones de Dios. La culebra se remoza con quitarse y desnudarse del pellejo y camisa de encima pasando por entre piedras strechas y apretadas; el fénix r se renueva con la muerte y fuego en que dicen los naturales se consume y acaba. Y la propia renovación podemos nosotros aguardar de gente que vemos exteriormente se ha desnudado del peso del mundo y del viejo Adán y, metido por s estrechuras, penitencias y mortificaciones, dejó lo que pudo: quién, como otro fénix t, procura morir a vida tan cansada e impertinente como la que se vive en el mundo; quién, como u un apóstol, en la forma que puede, deja las redes con que pudiera cazar honras; quién, como otro Eliseo v, degüella y abrasa los bueyes 32 para no arar ya con trabajo ajeno en tierra estraña, sino con sus propias manos castigando y macerando carne propia. Buena reforma es, con la gracia de Dios, querer disponerse, sperar y de su parte hacer lo que se puede. Si las cosas no salieren tan cumplidas, hombres son los que se reforman, en los principios están, nadie de repente es sabio; esperar y aguardar, que Dios, que da el querer, dará el aprovechar y hará que todas las cosas lleguen al fin y perfección que se desea.
Con esta confianza y esperanza que se debe tener de estas religiones reformadas, bien se puede tratar de su dilatación por todas las partes del mundo, si para todas diere Dios fuerzas y virtud, sin que se menoscabe por llevarla de una parte a otra. Lo cual no se puede entender en las cosas spirituales y sobrenaturales, en quien hemos de juzgar al contrario de lo natural y temporal, que esto cada día desdice y mudándolo cada día se menoscaba. Pero pienso que la virtud y el spíritu más se aumenta porque, creciendo los trabajos y dificultades en las nuevas propagaciones, es fuerza w crezca la virtud y el spíritu porque x virtud y espíritu tienen su vida y aumento como la salamandria en el fuego de las tribulaciones y como los peces en el y agua de los trabajos; y como [227v] lo que tiene de imperfección la virtud y el spíritu es
de nuestra cosecha y entereza, cuando nosotros estamos z más deshechos, trabajados y mudados de una parte a otra, el spíritu está más en su fuerza y la virtud más en su punto.
Bien veo yo hay y ha de haber muchos que contradigan esta verdad u opinión. No quiero meterme en los argumentos que pondrán; sólo digo que lo mejor de todo para nuestro natural es no dejarle hacer asiento en un lugar, pues vemos que el agua trasegada es mejor que la que siempre está en una vasija y la carne en la olla se pega si no se menea, y es cierto tiene mayor necesidad nuestro natural de revolverlo y apartarlo de donde con facilidad se pega con mill bocas de afectos como el pulpo; y si decimos que el spíritu crece apocando lo natural de la parte inferior, no hay mejor remedio que derramarlo de una parte a otra, privándolo cada día de sus nuevos asientos y lugares. Porque llano es que, si tomamos un cántaro de aceite y lo trasegamos veite veces en veite vasijas diferentes, que al cabo quedará muy poco. De esa misma suerte, trasegando de una en otra tierra este nuestro natural y este hombre de carne, que al cabo tendrá y será menos, y siendo menos será más el spíritu, pues éste crece al paso que él descrece. Y este argumento que hacemos de lo natural del hombre exterior, de quien decimos se disminuye con esas mudanzas, no se puede a hacer ni vale del hombre interior y del spíritu ni se debe entender se disminuya con esas mutaciones, porque el hombre exterior tiene su asiento en cosas exteriores, y quedándose ellas en los primeros lugares, es fuerza se quede y disminuya quien en ellas tiene su asiento. Pero el hombre interior y el spíritu está recogido en sí propio y puesto en Dios, que es el que sin mudarse acompaña al propio spíritu do quiera que va y con doblos y mejoros le vuelve lo que en él tiene depositado.
[228r] Y así infiero que no es daño para los propios reformados la dilatación. Digo más: que una de las mayores perfecciones que el justo tiene es hacer cuenta que siempre enpieza en su vida perfecta y sancta reforma. Así lo dice David después de haber enpezado muchas veces y haber caminado por el camino de la perfección: Et dicxi: nunc coepi; haec mutatio dexterae Excelsi 33. Mudarse un alma en la perfección que profesa en nuevos mejoros, de suerte que pueda decir que ahora enpezó, es gran cosa. Llano es que si los religiosos reformados se mudan de una provincia a otra, que con esas mutaciones han de hacer nuevos principios y, si nuevos principios, nuevos mejoros.
Las cosas en sus movimientos violentos llevan menos fuerza y velocidad b al fin que al principio, como lo vemos en una piedra, en una bala que sale de un arcabuz: que más floja va cuando va más apartada del brazo que la tiró; de suerte que si siempre ha de llevar fuerza y velocidad, siempre ha menester brazo que c muchas veces de nuevo la tire y escopeta que muchas veces de nuevo dispare la bala. Nosotros,
en el camino de la virtud, después del peccado y la naturaleza caída, vamos d como violentados, cuesta arriba y fuera del centro en que nos puso el peccado y miseria en que caímos. Y así muy de ordinario es este nuestro natural mientras más camina más cansarse y ir más dispuesto a hacer sus paradas. Así, si siempre lo queremos veloz y ligero en el camino de la virtud, debemos enpezar muchas veces y el brazo que una vez tiró torne otras muchas a hacer el propio tiro y a disparar con nueva fuerza los propios ejercicios. Y esto se hace cuando habiéndose introducido una reforma en una provincia se pretende introducir en otra.
Parece que de aquí entenderemos aquello que dice san Bernardo de los que paran en el camino de la perfección: que no ir adelante es volver atrás 34. Así como la piedra que echamos hacia arriba: que, como va violentada y contra su natural, en el propio punto que para y no sube es fuerza volver atrás a que le inclina su propio natural, y así tiene necesidad de nuevos tiros para que siempre suba, así es nuestro natural inclinado a lo malo: que si con la gracia de Dios y penitencias lo hacemos subir, el día que paramos en hacer tiro nuevo ese día se nos vuelve atrás, como el que llevando un barco agua arriba deja de remar: que se le vuelve agua abajo. Esto propio digo yo de las religiones que quieren conservarse en perfección: que han menester hacer nuevos comienzos en diferentes provincias y e nuevos tiros f.
No sé qué nos tenemos en las cosas nuevas: que, como son tan miradas de todos, en ellas somos nosotros más remirados y recatados g para sacarlas más perfectas. Y así, procurando esta novedad en las reformas [228v] cada día en nuevas tierras, cada día nos hemos de remirar más para que salgan más perfectas y acabadas. Otra razón pudiéramos dar de esta verdad. Y es que el centro donde una cosa mejor se conserva es otra de su propia especie y chalidad. Llano es que un fuego mejor se conservará donde hay otro fuego que no en la tierra yerta o en el aire frío, y un agua donde hay otra agua, esto es como per se noto; y conservándose una cosa mejor donde hay otra de su especie, mejor y más perfectamente donde hay muchas. Mejor se conservará una poca de agua en la mar, donde hay muchas, que no en un estanque o en un arroyo, que tantas veces los vemos secos y la mar jamás, porque las unas aguas guardan y conservan las otras. De esa misma suerte, parece que una religión que profesa reformación más y mejor se conservará habiendo muchos conventos reformados que no habiendo uno solo, que por eso h dixo el Spíritu Sancto: «¡Ay del solo que si cayere no tendrá quien le levante!» 35, sino que caído lo dejarán fenecer.
Bien sé ha de ser de muchos esta razón muy impugnada. Adviertan los tales que esta muchedumbre de reformados no digo yo que han de estar en un convento ni estos muchos conventos no han de estar en un pueblo, que eso ya fuera confusión, ni tampoco ha de haber tan pocos frailes en un convento que no se pueda acudir a las cosas de perfección y communidad, sino el número suficiente para poder llevar con alivio y descanso las cosas de trabajo y que haya quien se ayude unos a otros. Yo sé que pudiera ahora poner hartas faltas que se hacen necesariamente en los conventos donde hay pocos frailes y del número breve de religiosos se ocasionan, y no es la menor el estar entre pocos, como dicen, entre compadres y debajo de las leyes de amistad, que éstas de ordinario son antes las que publica y profesa la carne que las que pide el spíritu. Lo cual no se concierta con esa facilidad entre muchos, donde si hay un amigo hay un émulo u enemigo, y no digo enemigo que esté atravesado o encontrado contra la ley de Dios, sino llamo enemigo al celoso y más solícito i, como lo es el colérico del flemático, el j melancólico del sanguino, [229r] el penitente del relajado, el devoto del indevoto y el más bueno del menos bueno.
También suelen poner por argumento en contrario la dificultad del gobierno entre muchos, causa que suelen decir es de relajación. Respondo a eso que esto no se ha de gobernar por uno sólo, pues vemos muy de ordinario un ejército de docientos mill hombres muy bien concertado habiendo en él su capitán general, maestros de campo, capitanes, alférez y otras personas en quien tienen divididos sus scuadrones, hasta llegar a que uno tenga cuidado de gobernar tres o cuatro y cada uno de por sí propio. Que no es el peor concierto que puede haber en una religión, para conservar en sí perfección perpetua, que cada un religioso sea prelado y gobernador de sí y que cada uno tenga cuidado de gobernarse y regirse. Y si esta verdad de veras estuviese persuadida en una religión, todo el mundo podía estar reformado debajo de una bandera y comprehendido debajo de unas leyes y costumbres con speranza de perpetuidad en su perfección.
También suelen poner por argumento, contra esto que voy diciendo de la dilatación y pluralidad, que multiplicándose los religiosos es fuerza haberse de multiplicar los tibios y flojos y haber muchos malos que destruyan y dañen. Voy puniendo las razones que me han dicho en diferentes ocasiones, y ésta a mi parecer vale poco, porque si multiplicándose los religiosos se multiplican los tibios y flojos también se multiplican los buenos, pues sabemos que estas dos partes de buenos y malos andan muy partidas por un igual, según lo que el Spíritu Sancto dice en [el Eclesiástico]: que duo fecit dominus unum contra unum et duo contra duo 36. Y en la parábola k que Cristo propuso de los desposorios
spirituales con Dios y un alma, propuso diez vírgines, las cinco prudentes y las cinco locas 37. Luego si el mundo de los buenos y malos anda partido, habiendo muchos malos habrá muchos buenos; y el argumento no puede tener más fuerza por una parte que por otra, antes es evidente hacer más l a nuestro propósito, pues en la Religión reformada, habiendo más malos serán menos malos y los muchos buenos serán más buenos.
Y si parece que entre muchos [229v] malos peligran muchos buenos, la propia razón corre a los pocos buenos entre pocos malos. Y aunque es verdad que la maldad es muy poderosa para contra la virtud, pero, sacada de su quicio y los malos sacados de su centro y puestos entre buenos, ha de ser menos poderosa y a la virtud en esta ocasión le hemos de dar más poder y fuerza por estar y tener el principal lugar en la religión reformada y estar más en su centro y Dios de su parte ayudando a que salga con la victoria. Bueno fuera que, tantos a tantos, había la virtud de rendir las armas al vicio, los buenos a los malos y Dios al peccado y la gracia a la culpa. No se debe decir ni entender tal cosa, sino que en semejantes ocasiones, si la tibieza y flojedad de los malos m en compañía de los buenos no queda del todo destruida, quedará en parte desmoronada y apocada. Y con esto no hay sino tener buen ánimo y acometer a muchos que en esa muchedumbre hemos de hallar n tantos a tantos, que peleen buenos contra malos y la victoria por la parte de Dios.
Tanpoco ha sido aquí mi intento tratar de la conveniencia que haya en la dilatación y multiplicación en común, aunque lo propio se es tratar esta cuestión en parte o en todo y así ha de ser fuerza, tratando de una parte, sacar consecuencia para todas las partes del mundo. Sólo tratamos, supuesto los argumentos arriba dichos, si es lícito y conveniente que esta sagrada Religión de descalzos de la Sanctíssima Trinidad se estienda y dilate en la provincia del Andalucía.
Pienso que de la respuesta de los argumentos se podrían sacar por esta parte razones que confirmasen, y en el responder a las que arriba se pusieron no se guardará orden, porque iré respondiendo como Dios fuere servido ofrecerlo. Poníamos por argumento contrario la abundancia de la tierra, pareciéndonos que eso criaba a los hombres más regalados y ocasionados al vicio, [230r] según aquello del [profeta Ezequiel]: que abundantia panis fuit causa perditionis sodomorum 38. A este argumento se responde: para los seglares tiene fuerza, que viven sin rey y sin ley, pero no para los religiosos, que, siendo ricos, son pobres; y para los particulares tanto es tener la comunidad como no tener, pues ya tienen su regla y medida con que viven y pasan, y la propia es en los pueblos pobres que la que tienen en los pueblos o ricos. Mira qué se me da a mí que me midan una fanega de trigo de un montón grande o de un
montón pequeño, si la media fanega es una; si es la propia regla p la que yo tengo de guardar en el Andalucía y la que tengo de guardar en Castilla la Vieja. Sólo puede haber una diferencia y es si los manjares son más o menos perfectos y ser mejores; ya que en las religiones reformadas se guarda aspereza, es más perfección, porque serán causa de más salud y fuerza para más servir a Dios a los religiosos.
Respondo, lo segundo, que este argumento hace para que nuestros frailes funden en esta provincia, porque siendo nuestra regla tan pobre y rigurosa más peligro tiene de relajarse por fundar en tierras pobres y necesitadas que no en tierras abundantes, porque no pudiendo nosotros comprar nada para nuestro sustento, nos es fuerza vivir en tierra donde haya qué darnos y quien nos lo dé. Y el dar a un religioso lo que ha menester y no quitarle nada de lo que su regla manda, téngolo yo por gran perfección; que no es lícito, sobre el rigor de una regla como la nuestra, cada prelado, con ocasión de que las tierras son pobres, querer él hacer regla nueva por no buscar lo que los religiosos han menester; y de darles lo necesario y en buenos manjares, según lo que a su regla se estiende, es causa, como queda dicho, de que los religiosos tengan más salud y fuerzas para servir a Dios y cumplir con sus obligaciones y traer el cuerpo de suerte que ayude al spíritu, y no lo deje al mejor tiempo y al principio del camino [230v] como bestia cansada.
Otro argumento era el decir que esta tierra, con la abundancia de los manjares y fortaleza de la comida, cría los hombres fuertes, robustos, y más dificultosos de rendir. Lo primero, respondo a este argumento que, presupuesto que el que hace las religiones es Dios y quien trai los sujetos es el Spíritu Sancto, cuya gracia es tan poderosa que no hemos de entender ha de reparar o mostrar flaqueza en alguna más o menos entereza de los sujetos que trai a la Religión; y el fuego, si es grande, eso repara, como arriba queda dicho, quemar la leña o derretir el bronce, y nadie hay que no rinda las armas al poder de Dios. Y si una Catalina 39, niña tierna como cera, se derrite en presencia de Dios, una Magdalena, ya dura, se deshace en lágrimas 40, sin reparar, como dice David, que sean montes de peñas fuertes los que como cera se derriten ante el rostro de Dios: Montes sicut cera fluxerunt ante faciem Domini 41.
Bien es verdad que a la Religión le compete el desbastar los naturales y ser ayudadores de Dios en esta obra, pero, en fin, ayudadores y quien hace lo principal de la obra es el mismo Dios; y si es verdad, como dice David, que si Dios no edificare la ciudad en vano trabajan los que en ella ponen q mano 42, si haciendo el hombre de su parte lo que es en sí las obras y pensamientos nos saliesen vacíos, a cuenta de Dios habíe de quedar. Lo cual no se debe conceder: que haciendo el hombre de su parte lo que es en sí, falte la fuerza y poder de la gracia, a
quien le hemos de dejar semejantes impresas. Digo más a este argumento, lo que ordinariamente se suele responder a los tardos y detenidos y a los que tienen naturales recios para sujetarse a las cosas de Dios: que, así como tardaron en convertirse y volverse a Dios, después son más perseverantes y tardos en deshacer lo que una vez Dios hizo en ellos, no siendo como aquellos de quien Cristo dice que a tiempo creen y en tiempo de la tribulación se vuelven 43; y si más se trabaja en sculpir labores en el oro o en un diamante que en una poca de cera blanda, más duran y permanecen, y en aquello que más se tarda el fuego en introducir más dura después el calor en se mitigar.
Yo digo cierto que no estoy bien con unos naturales demasiado de blandos y fáciles que, por serlo tanto, se vuelven a todos aires como las veletas de los tejados, sean buenos o malos, y cuando pensáis que los tenéis subidos al cielo han bajado al infierno. Son como el aguapié que [se] saca del orujo después de pisada y strujada la uva: que ni es bueno [231r] para vino ni para vinagre, porque ni para lo uno ni para lo otro tiene fuerza. Yo no quiero aquí hacer agravio a los naturales de una u otra provincia, a todos pretendo alabarlos y entender que, puestos en las manos de Dios, todos han de ser cuales conviene: los duros, en sus manos blandos r y los fáciles y los blandos, fuertes. Que ése es el efecto que hace el fuego en la piedra de que se hace la cal: que la ablanda, y en el barro de que se hace el ladrillo, que lo endurece.
Pero digo que, aunque es verdad que yo gusto mucho de unos religiosos que en quince días parecen sanctos pinctados según muestran modestia y rendimiento, tanbién gusto de unos sanctos audaces, atrevidos y arrojados en mill dificultades que se les ofrecen a las religiones, de que podría hoy poner exemplo en nuestra sagrada Religión donde, por la bondad de Dios, hay tantos hermanitos que me parecen son todos unos ángeles en quien lo que se pretende no halla contradicción, pero también digo que si fuera gente fuerte no se hubiera padecido tanto en las dificultades que se nos han ofrecido. Así debe de haber convenido en principios: que lo dificultoso lo tomaba Dios a su cargo y cuenta, pero ya que es tiempo que la Religión camine, como dicen, por sí, menester son hermanos sanctos que guarden las tiendas del campo y ejército que acometa y que en ella entren Pablos que, si atrevidos s antes de sus conversiones en el vicio, después de ellas sean leones fuertes que ayuden con audacia a quitar al demonio de la boca la presa que lleva cogida del hato y rabaño t del cielo.
Respondo lo tercero: que, considerando el rigor de nuestra regla, más hacen los fuertes, aunque dificultosos de acommodar en sus principios, que no los flacos y fáciles. Paréceme a mí, pesado y considerado el rigor de la regla y la flaqueza de los hombres el día de hoy, que si los turcos y moros, que dicen son fuertes, se convirtieran a Dios, que
los habíamos de admitir para que llevaran el peso y trabajo de la Religión. Ya sabemos cuánta mayor gloria tienen en el cielo los adultos y grandes que pudieron perder la gracia o, si la perdieron, con trabajos la recuperaron, que no los niños recién baptizados; y pues esa edad [231v] trai consigo más mejoros, ésos hemos de procurar en nuestra sagrada Religión.
Digo que hemos de procurar varones fuertes y no desechar peccadores, no obstante que los queridos y regalados de Dios sean los que dende niños tratan de esta perfección. Muy de ordinario es trabajar el labrador en domar la bestia fuerte y maliciosa, pero después de domada tiene de ella más provecho que de otra que con facilidad se domó. El palo más dificultoso de labrar es el de la encina, así por ser de materia dura como por ser palo tortuoso y desacommodado; pero, después de labrado, hace muy bien su officio siendo palo de dura, y si lo ponen por umblares a las puertas, sin que haga vicio o le caiga carcoma, dura por siglos. Lo propio hacen estos sujetos de quien vamos diciendo: que siendo dificultosos de amoldar, después son para polvo y lodo en la Religión.
No quería que me tuviesen por apasionado, pareciéndoles que soy como el que se sienta a una mesa con buenas ganas de comer, que a todo lo que le ponen le halla algo bueno para comerlo: el pan porque es pan, la olla porque es olla, lo uno porque es vaca y lo otro porque es carnero, y desta manera nada deja en la mesa de cuanto le ponen. Digo a esto lo que otras veces he dicho: que en un edificio grande todo es menester: la piedra cuadrada, el guijarro redondo y el ladrillo quebrado. Y es cierto en el principio de las religiones tan bien me parece el fraile discreto que con razones persuade como el fraile atrevido que con osadía defiende.
Oí decir se hacíe una comedia en España del glorioso sancto Domingo y, cuando el sancto salía a representar su figura, sacaba consigo un fraile lego; y llevando el sancto todos sus pleitos por «loado sea Jesucristo» y «sea por amor de Dios», el fraile lego, cuando veía maltratar a su sancto y padre u, o cuando le hacían alguna injuria, tomaba el cielo con las manos y pedía la tranca de la puerta para santiguar con ella a quien al sancto le quería inpedir sus pensamientos. Y cuando yo oía esto, dábame mucho gusto el oír decir al lego con tanta gracia: Daca la tranca; y si el sancto le reprehendía, respondía mi buen fraile: Calle, padre, que todo es menester, y si no váyase a la celda y déjeme. Cierto que el mundo está de suerte que es menester de todo y que, si hay algunos que hagan officio de Moisés, levantando las manos al cielo en la oración 44, es necesario haya otros que jueguen la espada, [232r] digo que con osadía porfíen, alterquen y defiendan las obras de Dios.
El otro argumento que se hacía era probar su intento con la experiencia, diciendo les parecía de facto estar más relajadas las reformas en
el Andalucía. Digo lo primero, que no lo quiero conceder absolutamente, porque si de esto hubieran de informar los de la tierra informaran al contrario y tuvieran sus razones y evidencias; y cuando en España oigo yo decir que en Italia están las religiones estragadas, perdidas y relajadas y, por otra parte, yo he visto en ellas grandes sanctos, los he tratado y experimentado, no sé qué me responder sino que cada gallo debe de cantar en su muladar y que lo propio siempre nos parece mejor, o que los que esto juzgan deben sólo de poner los ojos en lo perdido y no en lo ganado. Y lo propio he oído decir a los propios italianos en Roma: que en España hay mucha libertad en los religiosos y están muy estragados los tres votos principales que hacen de pobreza, castidad y obediencia.
Digo más, que dado que con mayor facilidad en el Andalucía se relajaran las religiones, no es ésa razón para que no se reformaran y plantaran en esta tierra. Bueno fuera que, porque el vestido se envejece presto, que yo nunca me vistiera de nuevo. Si poco dura el lustre y hay caudal para ello, renovarlo muchas veces; que árbores hay que duran poco y con todo eso se plantan cada día en las güertas; y no digo yo los árbores, pero las yerbezuelas que nacen hoy y se gastan mañana, se plantan mill veces. ¿Por qué no se habíe de plantar una religión y reforma, cosa de tanto valor, en esta provincia, aunque no durara sino ocho o diez años? Y tengo por cierto donde las cosas más presto se relajan haber más obligación a acudir con el remedio. No es razón decir que porque un hombre enferma muchas veces no se cure, porque, por el propio caso que el hombre cai cada día en diferentes enfermedades, cada día ha de haber médicos que le apliquen medicinas y procuren la salud, porque hacer lo contrario era inhumanidad y aun desesperación de cosa que tanto vale e importa como la salud y que con tantas veras se habíe de procurar v. Todo lo demás es w tentar a Dios y desconfiar de cosa que Su Majestad la sabe dar una y mill veces sin mirar nuestra flaqueza, con la cual cada día caemos en mill enfermedades. Pues si [232v] en una cosa temporal como la salud debemos poner tanto cuidado y lo ponemos, y lo demás fuera grande yerro y digno x de reprehensión, ¿cuál será la que se debe dar a los que dicen que porque en el Andalucía se relajan las religiones con facilidad no se debe fundar en ella?
¡Oh buen Dios!, y cómo me parece hacen un notable agravio a tu misericordia, poder y querer que tienes de remediar cada día las nuevas caídas y faltas de los hombres. Si tú, Señor, no te enfadas de nuestra poca perseverancia en la virtud ni te amohínas dando de mano al hombre por verle con cuánta facilidad vuelve atrás de lo comenzado ni te cansas de entrar por sus puertas como celestial y divino médico a le echar de su casa sus enfermedades, ¿por qué, Señor y, el hombre, que es pasante y aprendiz de tu alta sabiduría e infinita misericordia,
a quien debe imitar, se ha de cansar y enfadar por parecerle que por las muchas ocasiones que en esta tierra se ofrecen se han de relajar con presteza?
Si reformándose z las religiones y relajándose hubieran de apocar tu poder y gastar y menoscabar tu misericordia, dijéramos que se guardaran esos celestiales y divinos atributos para otras tierras donde más y mejor se enplearan; pero eres un Dios infinito, de infinito poder, de infinito saber y perdonar, ¿por qué me ha de doler a mí lo que tú, Señor, pones de tu parte a, haces y quieres de muy buena gana? No te zaherimos, Señor, el agua que derramas y cai en Turchía ni el sol que envías a los bárbaros, porque, siendo rico para todos, a todos quieres hacer bien y con nuevos beneficios obligarlos y dispertarlos a que te busquen a ti, summa e infinita verdad, ¿por qué hemos de murmurar la misericordia que con todos los hombres y en todas las tierras quieres tener?
Y si dicen que es fructa que dura poco el fructo que las religiones reformadas dan en alguna tierra, menos provecho sacó Cristo de los b corazones de los judíos y con todo eso da voces y dice que viene por Israel y que viene a buscarlos 45. ¡Oh buen Dios!, y qué poco fructo veo que sacaron aquellos divinos riegos que echaste a los pies de Judas cuando se los lavaste con agua 46 y lágrimas, le diste tu cuerpo, lo obligaste con obras y palabras y, después de todo esto, no hubo zarza tan espinosa ni cambrón tan infructífero. ¿Qué digo? No hubo animal que tal y tanta ponzoña derramase de su boca, pues con ella vendió y mató a la vida y al inmortal. Y con todo eso, Señor mío, no te cansaste ni eso fue bastante para hacer tu mano detenida y estorbada, sino con él fuiste tanto y más manirroto que con los demás, pues el amor y deseo que tenías [233r] de aquella oveja perdida dio lugar a que metiese la mano en tu propio plato y sacase de él el bocado que a tu celestial y divina boca llegaba 47, sólo por ver si aquellos bocados benditos sanaban aquel corazón rabioso y lo detenían y amansaban para que no mordiese y despedazase a su criador, por sólo ver si con aquella licencia el Judas se la daba de que el mismo Cristo metiese su mano en su corazón y se lo curase.
¡Oh Dios inmenso, y qué poco fructo te veo sacar de tanta sangre como derramaste, tantos trabajos como ofreciste por todos los hombres! No te hicieron corto ni mezquino las tinieblas y obscuridad en que viven tantos infieles, tantas sectas c, tantos ritos falsos, tantas abominaciones como hay en casi todo el mundo. Nada de esto fue bastante a detener el corriente de tu amor. Este, Señor mío, llevó el valor de tu sangre a los rincones más escondidos del mundo y se entró en las entrañas más obstinadas para que, si el hombre quiere, en sí y cerca de sí, halle el rescate de su alma y el desquite de sus deudas. Si esto
haces, Dios mío, con los bárbaros, con los infieles, con los ingratos, con quien te da con las puertas en los ojos, dime, Señor mío, ¿por qué tengo yo de ser tan corto, tan mezquino, tan desconocido de quién tú eres? O por mejor decir, ¿por qué tengo yo de hacer tal agravio a tu encendida charidad e infinito amor, con que buscas a todos los hombres, que quiera yo estrechar este bien y estorbar tus misericordias a tierra y provincia que te abre las puertas de par en par y de veras te entriega su corazón, te pide y ruega que le dejes entrar la mano en los tesoros de tu sabiduría y misericordia para vestirse de nuevo del color y librea que tú quisieres?
Bien necesario, Señor mío, fue lo que tu propheta Elías hizo con aquel pueblo desconocido de tantas misericordias como con él usabas cuando cerró las puertas del cielo y pidió o mandó a las nubes que no lloviesen. Y con ser lo que quita y de lo que priva al hombre agua temporal, y con ser tantos los provechos que aquel pueblo tuvo d de la seca y estirilidad, hallo que juzgan de ordinario a este sancto por riguroso, por estraño, por justiciero. Y aun vos, Dios mío, lo distes a entender cuando le enviábades la ración con un cuervo, ave que, desconociendo a sus hijos cuando chiquitos por tener pelo diferente, el mismo Dios los toma a su cargo y los sustenta, dándole en esto a entender al profeta que, si con aquellos animalillos hace eso, que más razón era de hacerlo con los hombres, aunque en algún tiempo no le pareciesen a su señor y padre e en el pelo de la virtud y sanctidad y que [233v] así habíe andado riguroso con los hombres cerrándoles el cielo y quitándoles f el agua. Y aun no fue pequeña reprehensión la que Dios le da cuando le quita la ración y se seca el arroyuelo de que bebía para que su hambre y sed traiga a la memoria y pese tanta cuanta tenía todo aquel pueblo 48. Pues si esto pasa con quien encierra las nubes y tapa los condutos del agua que mata la sed del cuerpo, ¿qué reprehensión merecía yo si yo cerrara el cielo para que no lloviera el agua de la gracia sobre los que no la guardan y conservan con tanta duración cual conviene? Si eso hiciera, entendiera, Señor, me ponía en ocasión de que para mí se secara el arroyuelo que pasa por mi puerta de que yo bebo y de que ésa fuera culpa para que me privaras de la ración ordinaria para que, viéndome pobre entre los no reformados, pidiera para todos un mismo remedio.
¡Oh Señor mío!, y qué pocos desechaste en aquel famoso convite que heciste en el desierto cuando hartaste con cinco panes y dos peces tanta muchedumbre de gente 49. A todos los admitiste, a todos los mandaste sentar y a todos repartiste de tus misericordias. Pudiérate yo, Señor mío, decir que fuera bien mirárades que no habíe más de cinco panes y que pudiera faltar y no llegar a los que más y mejor lo merecían, que se desecharan los no tales. Podíamos decir que muchos
os seguían por murmurar de vuestras obras, pues al pie de ellas cada día y tan de ordinario se hallaba quien las calumniaba; otros, que sólo por curiosidad se iban tras vos por ver las maravillas que vuestras manos g obraban. Parece fuera bien éstos dejaran el pan para los hijos y para los que os siguen sólo por aprovecharse de vuestra palabra.
También pudiéramos decir que entre estos hombres habríe alguno que no tuviese tal estómago que pudiese mucho tiempo conservar el manjar y h tal manjar y comida milagrosa no era razón darla a quien la vomite con facilidad, y pues las sobras las quitastes de las manos de los que comían, parece fuera bien quitárades lo necesario a quien no se había de aprovechar bien de ello. Con todo esto, Señor mío y bien mío, veo que a todos los mandáis sentar, a todos les dais de comer, a todos les matáis la hambre. Y esta largueza [234r] no menos la mostrastes en la parábola de las bodas cuando, mandando aquel gran padre de familias fuesen por los caminos y campos y llamasen a cuantos topasen, cuando todos sentados a la mesa entró el padre de familias, a sólo uno desechan, que estaba roto y no tenía vestidura de boda, y aun tras ése se le van los ojos pues concluye la parábola diciendo que son muchos los llamados y pocos los escogidos, por sólo uno que echan fuera del convite, siendo tantos los que quedan 50. Pudiera yo decirle a este gran padre de familias: ¿es posible que habiendo llamado, señor, vuestros criados a cuantos topaban tan a carga cerrada, no hubo más que uno que desechar? ¿Es posible que no entró alguno desganado de comer, a quien no era bien darle tan divinos potajes y guisados para que su mal gusto los agraviase dándole fastidio de comerlos, como si no fueran buenos o bien guisados? ¿Es posible que ahí no se halló alguno que trujese el buche lleno a quien no le cupiese más, o que juntándose comida con comida la una fuese contraria a la otra? ¿Es posible que ahí no se halló algún hombre perdido a quien fuera mejor matarlo de hambre que no banquetearlo?
Yo no dudo sino que habríe de todas suertes de gentes, pero a todos quiere sustentar y regalar este gran padre, porque dice que ya está hecha la costa. Y pienso y tengo por cosa cierta que, si aquel desdichado que excluyeron del convite la falta no la tuviera en el vestido, donde todos lo miraban y conocían, que no lo mandaran echar de allí, porque nuestro Dios, que es el que en aquel convite hace semejante officio, es muy mirado en guardar la honra de un peccador; y si como tuvo el defecto en el vestido lo trujera allá dentro escondido, a solas y en secreto se las hubiera Dios con él.
¡Oh Dios y Señor mío! Tus misericordias infinitas canten y alaben todos los spíritus divinos por ver cuán sin aceptación de personas a los hombres haces bien, los llamas, los admites, los banqueteas, no reparas en que los convidados unos vomiten la comida con facilidad; que, en
fin, como acá dice el médico del que tomó la purga y la vomitó, algo le quedaríe; que si en todo no obrare lo que se pretende, [234v] obraríe en parte. Y si aquel con quien tú obras y usas tus misericordias las trueca y vomita, es certíssimo algo le quedará, siquiera el conocimiento de que las tuvo, para que con eso i se humille y conozca su ingratitud y miseria y la inmensa misericordia de Dios, que para hacerle bien no reparó en el poco asiento que en él había de hallar su gracia. Esta tampoco reparas en usarla con los que por curiosidad y emulación atienden a tus obras, porque una vez que otra j les ha de k alumbrar sus tinieblas y dar luz a su obstinación. Si esto es así, ¿por qué tengo yo de echar de este convite l y privar del bien que esta sancta reforma trai consigo, no siendo la costa y gasto mío, sino de aquel gran padre de familias que por todos derramó su sangre en la cruz, a los que yo no debo juzgar por no vestidos de boda, a aquellos de quien por sucesos singulares yo no puedo juzgar por hombres que con facilidad vomitarán la cena y comida que en esta sagrada Religión tuvieren? No son estos que se reparten cinco panes y dos peces, y cuando lo fueran, estando, Señor mío, en tus poderosas manos, tú los alargarás para que haya reforma y Religión para todos.
¡Oh Señor!, y qué murmurada es la murmuración de Judas cuando calumnió a la Madalena y la murmuró porque derramaba aquellos preciosos ungüentos sobre vuestra cabeza, como si fueran mal empleados, pareciéndole fuera mejor venderlos y guardar lo m que de allí procediese para los pobres. Todo, como nota el evangelista sagrado, porque era ladrón, traía el dinero y quería ahorrar para sí algo de lo que el ungüento valía 51. Todos los hombres y toda la Iglesia es un cuerpo místico de Cristo. Las reformas y religiones son bálsamos y ungüentos preciosos de grandíssimo valor; derramándolas sobre todos los hombres y sobre todas las provincias es derramarlas sobre Cristo, pues todos fueron redimidos con su sangre.
No quiero yo, Señor n mío, murmurar porque se derrama este bálsamo en la provincia del Andalucía, no me digan que por ser de los primeros o tener más acción quiero hurtar [235r] el officio y mando o que me quepa más parte de su precio y valor. Derrámese, Señor, y estiéndase vuestra sagrada Religión, que si menos me cupiere de lo visible, porque esto siempre lo reparte Dios con medida finita y limitada y poco entre muchos para cada uno ha de ser menos, más me cabrá de lo invisible y de aquellos bienes y gozos eternos que tienes tú aparejados para los que de veras te aman no con amor interesable, sino con un amor desasido y gracioso, aunque me parece imposible amarte a ti, que eres summo bien, sin hallarse el amor en sí propio pagado y satisfecho, pues quieres que un triste gusanillo ame y quiera a quien es infinito hacedor suyo.
Pero digo que tienes grandes y particulares bienes para quien en el amor y modo de amar te imita cuando, siendo tú solo infinito bien, te communicas a todas las criaturas dándoles, a unas, el ser, a otras, el crecer, y a otras, el sentir y el entender, mostrándote con todas largo, sin reparar en la cortedad del retorno que de parte suya tienen, que es tan corto que muchas veces vuelven esas dádivas trocadas en injurias y ofensas que contra tu majestad hacen. Pues a los que de veras en la tierra imitan este amor y manera de amar sin interés, repartiendo tus dones y bienes a todo género de gentes, les prometes y aparejas grandes premios.
Bien los descubres en el o amor que pides tenga el hombre a su enemigo, pues porque lo tenga el hombre por su amigo le ofreces tú tenerlo por hijo, en quien está encerrada la paga de las tres cosas que pides en el amor del enemigo. Pides, Señor, que hable por él: Orate pro persequentibus vos; que le haga p bien: Benefacite his qui oderunt vos; y que sean una misma cosa en amistad: Diligite inimicos vestros 52. Esas tres cosas las encerraste con extraordinarios mejoros, dándolas por bien pagadas en decir que tendrías tú por hijo al que a su enemigo lo tuviese por amigo, porque siendo uno hijo de Dios a los hijos es a quien se descubren los secretos del padre, con ellos habla y trata y para ellos quiere sus bienes y una propia cosa los hace con su persona.
Si esto es así y esta oblación me corre en el amor de mis enemigos que tengo q obligación de hablarlos y hablar por ellos, de hacerles bien y juntarlos conmigo con ñudo y vínculo de amistad, y por esto tal premio y paga se me promete, ¿cuál será la obligación que me correrá de partir y repartir los bienes de la Religión con los que no conozco por enemigos, antes por amigos, compañeros y hijos de Dios redimidos con su sangre, y gente que desea su aprovechamiento? ¡Oh válame Dios!, y qué de veces consideran los doctores sagrados a los precitos y a los que según la final justicia se han de condenar según otra justicia que, según los r tiempos presentes, corren en gracia y amistad de Dios, de suerte que aun a aquellos [235v] que en su último fin se han de condenar no quiere Su divina Majestad privarlos de sus dones y gracias en tiempo que no las desmerecen. Pues si esto sabe Dios, ante cuyos ojos todas las cosas están patentes y sabe y entiende lo por venir como si estuviese presente, ¿por qué tengo yo de usar de otras leyes de más rigor con aquellos de quien yo no sé ni conozco la peoría de los fines, antes los buenos deseos presentes?
Torno a decir que, si hay tierras donde los hombres en lo comenzado más presto se relajan que en otras, no es inconveniente ése para los que tratan de estender su Religión y que muchos se gocen de ella, porque, como queda dicho s, no porque el paño se rompa presto se ha de andar un hombre desnudo ni porque los hombres vivan poco dejan
los padres de engendrar y las madres de parir cada día; y no hay cosa de las tejas abajo que no se envejezca y relaje y que cada día no tenga necesidad de nuevos reparos, cuál más, cuál menos. Y atento que en otro lugar tengo escrito de esto t largo 53, no será necesario duplicarlo ni detenerme en eso, sino saber que ésta es plaga y miseria de todo el mundo entero y no de sola una provincia, sino de toda la tierra, pues jamás hallo ni veo que las cosas permanezcan en un propio ser y firmeza, sino que, mientras más se van apartando de su principio, tanto más van desdiciendo de quién son y deben ser.
Consolémonos con que tratamos con un Dios sufrido, paciente y misericordioso que con facilidad olvida los yerros pasados 54 y torna a recebir a su casa al alma que le cometió adulterio, le lava sus fealdades y torna a conponer y hermosear. Porque, así como no es posible que la madre olvide al hijuelo de sus entrañas, y si alguna vez lo olvidare nuestro gran Dios no nos olvidará 55. Bien sabe Dios nuestra flaqueza, que somos de polvo y ceniza y, cuando mucho, un poco de lodo y una hojarasca que el viento se la lleva, y que de nuestra parte no tenemos sino flaquezas y miserias, pero esta flaqueza, asida y pegada en Dios, es firmeza y ahí adquiere estabilidad. Y si yo por mi malicia me desasiere y despegare de este summo bien, no hay que cansarnos de acudir a sus puertas una y otra vez, que aparejado está para nos recebir una y setenta veces siete veces 56 para que jamás falte por Su divina Majestad el bien de nuestro remedio.
No quisiera enfadar a nadie con estos escritos, que parece me da pena esta materia y quisiera dejar u duplicado mill veces esto que digo. Pregunto yo: ¿fuera bien, porque peco muchas veces, porque caigo con facilidad, no confesarme ni enmendarme porque temo la recaída? ¡Oh, qué desatino fuera decir tal cosa! No ha de ser [236r] de esa manera, sino que, si mill veces cayeres, mil veces te levantes y vuelvas a Dios, y si otras tantas veces vieres a tu hermano caído, otras mill veces le des la mano, que no perderás tú el mérito de tu obra porque a él no le aproveche v más que por una hora, y será Dios servido que lo que el hombre entendió no habíe de durar le dé Dios tanta perpetuidad que dure por siglos.
Nadie juzgará que los vestidos que sacaban los hebreos de la tierra de Egipto les habíen de durar cuarenta años sin envejecerse por ser ellos de su naturaleza consuntibles, viejos y de bajo valor, como lo seríen los vestidos de los siervos, esclavos y criados w que entonces eran los hebreos x. Con todo eso, sabemos que siempre vinieron de una manera. Lo propio podrá Dios hacer en aquellas y provincias que se vistieren de nuestro sancto hábito, que siendo vestido bajado del cielo
le dé Su Majestad la virtud que tienen las cosas que allá arriba están, que no se envejecen sino que siempre permanecen de una manera; y así, reformándose de una vez, de una vez queden mejorados hasta la fin del mundo.
Advierto aquí de paso, a los hermanos del Andalucía que esto leyeren, no se den por agraviados de que haya quien esto diga, antes, haciendo lo contrario y saliendo estos dichos al revés, por muy honrados, descubriendo por su perseverancia en la virtud cuán engañosos son en sus pensamientos los hijos de los hombres. Lo que sería afrenta sería el acertar el que esto dice en burlas o en veras y que, llegando a examinar en esta provincia los talentos que Dios en ella tiene puestos de su sagrada Religión y sancta reforma, hallase en ella y descubriese que tenía menos de lo que debía y tenía obligación. A los prudentes y discretos no es pequeño stímulo y aguijón el haber quien haya tenido sospecha de su menos valor. Esto debe animarle y z volverle recatado para mirar por su honra y llevar con particular cuidado lo que una vez hubiere comenzado, temiéndose no le den el cordelejo que dice Cristo suelen dar a los que enpiezan y no acaban a, por aquellas palabras de san [Lucas]: Hic homo coepit aedificare, et non potuit consumare 57.
De una cosa me temiera yo, y es que en cosa tan grave es harto mal que se diga y se tome en la boca b que esta provincia no ha de perseverar en su reforma y perfección y, como dicen acá, lo que se dice o es o quiere ser. Por esto daría yo por consejo a los desta provincia que, humillándose [236v] y conociendo su flaqueza, se arrimen y peguen a Dios y con veras le pidan fortaleza y perseverancia; que, en fin, ésta es gracia y don sobrenatural venido de su mano, que lo da a quien él es servido y a quien de veras se humilla y conoce que de su parte no tiene sino flaquezas y miserias.
No sintamos, hermanos, estos dichos, confesemos que el más estirado cai siete veces al día 58, desconfiemos de nosotros propios en quien está el tropezón de nuestra humillación, confiemos en el que está aparejado a levantarnos setenta veces y muchas más de las que nosotros tuviéremos necesidad, porque en materia de perdonar y dar la mano al peccador fuera blasfemia decir que lo podíamos alcanzar de cuenta. No es malo que haya quien me dispierte y, si yo de mí propio me olvidare, haya quien me tire la capa y avise que no estoy confirmado en gracia y que me falta mucho para llegar al seguro de lo que para siempre ha de permanecer; y que el que está mire no caiga 59 y advierta que a vuelta de ojos el cedro más levantado del monte Líbano se ve deshecho. Baje todo hombre la cresta, conózcase por criatura flaca y nadie se prometa seguridad, pues los muchachos por las calles nos cantan y dan en rostro con nuestras mudanzas y menoscabos trayéndonos a la memoria la poca seguridad que los ángeles malos tuvieron en el cielo y nuestros primeros
padres en el paraíso; y en medio de ese recato y temor nadie desconfíe, antes dé mill gracias a Dios, porque, si c nos hizo de materia débil y flaca y con facilidad desdecimos, con facilidad nos tornamos a sus puertas y, conociéndonos, con lágrimas llamamos e importunamos a que nos abra y torne a recebir.
Contra el cielo y contra Dios habíe pecado d el hijo pródigo, desperdiciado habíe la hacienda de su padre saliendo de su casa; pero, vuelto en sí y conociendo su culpa, no desconfió del perdón, antes, con ánimo y osadía, entrando dentro de sí, dijo: Pequé, Dios mío, in caelum, et coram te; vadam ad patrem meum et dicam illi 60; yo me volveré a mi padre y le diré: Padre; que palabra es ésta que, cuando yo lo tenga muy enojado, le ablandará sus entrañas y con ellas me recebirá. Y así lo hizo, recibiéndole los brazos abiertos, haciéndole fiesta solene como a hijo perdido y ya ganado 61.
¡Oh buen Dios mío de mi alma!, y cómo tu misericordia inmensa y la fiesta que tus ángeles hacen en el cielo sobre la conversión del peccador me hacen olvidar, cuando a ti me vuelvo, los muchos agravios que he hecho [237r] contra tu bondad. Si tú, Dios mío, dices que, si el pecador se volviere a ti de todo corazón y hiciere penitencia, que más no te acordarás de sus peccados 62, antes dices que los borrarás para que nadie le pueda dar con ellos en rostro e, y junto con esto a esta conversión acude el cielo a le celebrar la fiesta y a te dar a ti el parabién de la oveja perdida 63, ¿por qué yo me tengo de afligir y desconsolar con tristeza desordenada, sino alegrarme juntamente con los ángeles? Porque la misericordia de un Dios tan grande no me dejó en mí relajación y culpa, como a los demonios, que para siempre perseveran en ella.
Ea, mis hermanos, si por nuestra flaqueza alguna vez cayéramos y no perseveráramos en lo comenzado, tornándonos a levantar, mill bienes descubrimos en Dios: mostramos que es nuestro padre pues nos torna a recebir, que es nuestro hermano pues torna a repartir con nosotros de sus bienes, que es nuestro abogado pues nos defiende, que es nuestro señor y patrón pues nos ampara. Y si en estas cosas ponemos los ojos en el tiempo de la conversión, bien podremos decir: dichosa culpa que f tuvo tal Redentor 64, tal padre y tal médico que la curase con medicina que no fue menos que sangre del mismo Dios. No es doctrina escondida entender que las culpas en los santos, enmendadas y perdonadas, en el cielo les son causa particular de grande regocijo y salsa para más amar y dar gracias al que por g sola su bondad las quiso perdonar y dar la última gracia de perseverancia hasta llegar a aquel estado.
Fuera nunca acabar tratar los provechos que el justo saca del conocimiento de su flaqueza y miseria, pues, demás h de los dichos, esta propia flaqueza los guarda y hace abrir los ojos para huir el cuerpo de las ocasiones que con facilidad los pueden derribar. No nos detengamos en esto. Basta saber que el justo sabe hacer mill potajes y guisados de sus propios peccados hechos, pasados, conocidos y arrepentidos. Con ellos unas veces se humilla, otras se recata, otras conoce y ama a quien con facilidad lo pudo perder, y no quiso sino lo ganar, otras confía y espera lo más del que siempre y a cualquier hora está aparejado a le socorrer y ayudar. Desta misma suerte digo yo, mis hermanos los que en esta provincia del Andalucía vivieren, que no se prometan seguridad por haber yo hecho sus partes en estos papeles, [237v] sino que conociendo, como queda dicho, que son hombres y que quien dijo hombre dijo inconstancia y mutabilidad, ésta si la tuvieren en las cosas de virtud, se sepan aprovechar como justos de esa flaqueza para no perseverar en sus caídas y deslustres, si en algún tiempo las tuvieren, sino que, siendo fáciles en el caer, sean fáciles en el tornar y enmendarse, que yo fío de nuestro gran Dios que el que enpieza esta obra grande la acabará y perficionará 65 de suerte que, todos juntos a una, en el cielo le cantemos mill alabanzas en compañía de los bienaventurados por los siglos de los siglos. Amén.
Parece me he divertido en este párrapho, faltándome un argumento por responder, que era que la sancta madre Theresa de Jesús, fundadora de los padres carmelitas descalzos, tuvo particular contradición para fundar en esta provincia por los temores que tenía de que se habíen de relajar presto y que de ello se entiende haber tenido revelación particular, aunque esto no lo he oído a persona que por cosa cierta lo afirme.
A este argumento respondo que todo él es [en] favor de lo que vamos diciendo. Porque, si es verdad que esta tan grande sancta entendió y temió o supo por revelación que esta provincia se habíe de relajar más presto y con todo eso fundó, bien se deja entender le debieran de obligar a ello las razones arriba dichas: de no ser Dios aceptador de personas 66 y que, si el hombre desdice de lo que debe, eso no es porque Dios le falte con los socorros y favores que envía y hace a aquellos de quien espera más copiosos fructos y cierta perseverancia; el conocer aquel pecho encendido de Dios y su ardiente charidad con que desea que todos se salven y sirvan con gran perfección; consideraríe que ella no era más que mayordoma y distribuidora de los bienes de Dios donde, como dice la cananea, hasta los perrillos comen de las migajas i que se cain de la mesa de su señor 67. Cuando esta sancta supiera que se habíen de facto de relajar, sabía también de cuánto provecho son delante de Dios los ruegos e intercesiones de sus siervos para
conceder a los flacos la virtud de la perseverancia, la cual ella pediría con grandes veras, como mujer que plantaba su jardín en semejante tierra.
Sabía tenían los sanctos j grande obligación a confiar y esperar que sólo Dios es el que de lo inmundo puede hacer limpio y de lo flaco fuerte. Sabía cómo Dios nunca se cansa de nos perdonar y reducir a sí una y mill veces. Sabía cuánto agravio hace a Dios el que desconfía, pensando no le ha de ayudar Su Majestad con todo lo suficiente hasta que consiga [238r] la vida eterna. Y como es condición de Dios llover sobre justos e injustos 68 y que los propios beneficios obligan a quien se le hacen a que con perseverancia los agradezca, ¿quién mejor que los sanctos conoce la flaqueza del hombre, que siendo grande para caer de lo comenzado es grande y muy cierta el ayuda que en Dios tiene para volverse a sus primeros comienzos?
Así digo que no querría esta sancta privar de el bien de su religión a aquellos de quien menos confianza y mayor temor k tenía, como quien sabía lo mucho que a Dios le costaron los hombres y cada uno en particular, pues si por el remedio de cada uno fuera necesario tornar a morir, a todo eso se estendíe su amor y charidad. Y quien tenía tan alta oración como esta sancta, qué de veces consideraríe las vueltas y caminos que Cristo dio por tierra de Judea buscando quien le siguiese, lo mucho que le costó una mujer samaritana, a la cual hizo su predicadora sin reparar la flaqueza del sexo femíneo, con el cual, habiendo tenido cinco maridos, después l buscó el que no era suyo 69. Trairíe a la memoria con qué buena gana predicaba y enseñaba a aquellos corazones duros, sin reparar que le habíen de llamar samaritano, indimoniado y que en nombre de Belcebud alanzaba los demonios de los hombres 70, sólo aguardando a que una mujercita en medio de las campañas levantase el grito y alabase los labios de quien tales palabras se caían y los pechos que le dieron leche 71. Con estas y otras consideraciones saldría esta sancta de su celda como un gayán a correr su camino 72, como un sol a dar luz de más perfección a los que estaban en la sombra de la muerte 73, que así se debe llamar a la tibieza y flojedad con que los hombres sirven a Dios, porque, si no es muerte, es enfermedad liviana que para ella dispone. Saldría esta sancta como mujer fuerte 74 a vestir a los desnudos de la tela que sus dedos tejieron ayudada del cielo.
Y si entendió o Dios le descubrió ser provincia donde menos habíe de durar el rigor, todo sería para que con mayores veras orase e intercediese por ellos. Como lo hizo Dios con Abrahán cuando, diciéndole las culpas de ciertas ciudades, lo ocasionó a que le pidiese e intercediese por ellos 75. Y bien se echa de ver haber tenido ese fin en el conocimiento que acerca de eso Su Majestad le debiera de dar. Que
si lo tuvo, ella hizo lo que tenía obligación como persona m a quien tanta parte le cabía y pidió con veras la perseverancia en la virtud y rigor de su religión en esta provincia. Pues así lo ha alcanzado y se lo han concedido, pues vemos en esta parte florecer tanto esta sagrada religión, haber en ellas tantos sanctos, tantos fuertes, tantos doctos y personas que con su virtud y fortaleza cada uno puede contrastar un mundo.
Remítome [238v] en esto a lo que los propios religiosos scribieren en su corónica; y después de haber tratado ellos de tantos sanctos como aquí han tenido, preguntaré yo a ellos propios y a esta sancta fundadora por cuánto no quisiera haber privado a su religión de ese bien inmenso. Si un sancto vale más que un mundo y que mill mundos y a sus trabajos y solicitud le dio Dios tantos, bien barato compró, pues con su confianza n, solicitud y trabajo le concedieron paga tan colmada en cosa que tanto vale ante los ojos de Dios.
Si estos temores tuvo esta sancta de que en esta provincia habíe de haber algunas quiebras de sus primeros rigores, mujer fue prudentíssima y de Dios alcanzó para esta provincia le diese un tan grande valedor que la sustentase y llevase siempre adelante, como fue el padre fray Agustín de los Reyes, a quien por su virtud y letras podremos llamar doctor de la Iglesia, cuya fortaleza de vida la mostró Dios en muerte, conservando su cuerpo milagroso sin corrupción 76. Dando a entender que, pues los gusanos y podredumbre, siendo como dice el sancto Job, es el padre y la madre de este cuerpo corruptible 77, no se atrevieron a entrar en su cuerpo —que tan de su cosecha tiene con ellos amistad y con sus propiedades llama, como con las palabras, obras y manos a esta gente para que entre a vivir en su casa—, menos se atreviera a entrar la relajación y descuido en la provincia que él en vida rigió, aumentó, enseñó, y ahora en el cielo favorece.
¡Oh, qué buenos temores los de esta sancta mujer! Los cuales por experiencia vemos que no se los dio Dios para que en sus fundaciones la estorbasen y detuviesen, sino para que hiciese el tanteo de la virtud de los religiosos que habíe de enplear en esa conquista, para que escogiese lo bueno y avisase de lo no tal. Bien veo que el temor es parte de flaqueza causada por algunos males inciertos que se aguardan, pero también sé que, siendo todo de grande provecho en casa del justo, de ese temor y flaqueza dice David, tratando con Dios: Posuisti firmamentum ejus formidinem 78, construigan como quisieren. Expliquemos así: que Dios, ante cuyos ojos las flaquezas de los hombres están manifiestas, a estas flaquezas les pone Dios firmeza para que del todo no desbarren ni caigan, que fue decir que con el remedio previno Dios a esa flaqueza dándole estantes que la tuviesen y no cayese.
De otra manera podemos entender esto. Y es que la sabiduría de Dios llega a hacer con la misma flaqueza o firmamento y cimientos estables. Con esa flaqueza guarda Dios a la misma flaqueza porque, como queda dicho, [239r] por verse un hombre flaco mira por sí y procura recatarse. De estas dos maneras fortaleció esta gloriosa sancta la flaqueza de que se temió en esta provincia. Lo primero, puso a esa flaqueza fortaleza y alcanzó de Dios que le diese un prelado tal cual me remito a la vida que scribieren de este varón evangélico que digo, del padre fray Agustín de los Reyes 79. Que cuando no hubiera dado otro fructo esta provincia, mill veces llamara dichosa a esta sancta y mill veces dijera eran acertadas estas fundaciones; y mill veces habíen de ser sus frailes alabados y premiados por haber dado al cielo p una tal alma y a la tierra un tal cuerpo, que, por q no haber en ella materia mejor ni más alta en que convertirlo (tiniendo tantas y tan singulares), siendo tierra tan baja la del cuerpo del hombre r, la tierra de que fue hecho este cuerpo no la quiso en otra materia ni en otra cosa convertida, sino en tierra que fuese el s cuerpo de este sancto, quiriendo guardar en sí en muerte lo que en vida le habíe honrado en una misma materia.
Posuisti firmamentum eius formidinem. Cada día está puniendo esta fortaleza, como queda dicho, en tantos insignes varones como en esta provincia se van levantando, de que no quiero yo decir ni cansar ahora. Tanbién en la segunda explicación del verso le sirvió a esta sancta el conocimiento de esta flaqueza para hacer de ella propia valladar y cerca para que no entrasen zorrillas y vulpejas que relajasen la Religión y t desflorasen la viña u de su primer fervor, porque con este miedo que de mano en mano y de pecho en pecho esta sancta va dispertando vuelve dispiertos y atentos a los que la guardan, para que no tengan ningún género de descuido.
¡Oh gloriosa sancta!, cómo pienso hacen agravio, los que dicen que en esta provincia no fundabas de buena gana, a aquella charidad y amor encendido que en tu pecho engendró tan particulares júbilos y contentos, cuando viste que tu reforma y religión enpezaba con pie derecho y por otra parte veías la necesidad que en ese tiempo tenía nuestra madre la Iglesia de varones exemplares, que con obras, palabras y exemplos derribasen tanta maldad y malicia como entonces se descubría en muchos reinos de herejías y doctrina falsa contra lo que enseña nuestra madre la Iglesia 80. Y así, una y mill veces se levantaba en espíritu a dar gracias a su gran Dios que, si por una parte permite que el demonio encienda fuego que abrase tantos reinos con la herejía, por otra parte descubre fuentes de agua cristalina que apague y mate tales llamas. Quien tiene tal amor, tal charidad, [239v] pregunto yo,
¿será bien que digamos se habíe de apagar con un poquillo de temor que tuviese de si se habíe de relajar algo esta provincia? Quien tiene confianza tan firme con tan poquitos frailes como en los principios tenía para hacer provecho en tierras tan distantes, ¿por qué le habíe de perder a la puerta de su casa y en tierra que ella con sus pies anduvo y con su persona visitó?
Necesidad de acudir a la conversión de las gentes
¡Oh padres míos de mi alma! Bien entiendo están vestidos del admirable espíritu que Dios concedió a esta sancta, pero digo que es menester tener buenos ojos para ver el v color o colores que Dios puso en él, no sea que aficionados más de w uno, siendo el vestido de muchos, como dice el Spíritu Sancto del que usaba la esposa de Cristo, que estaba cercado de variedad de colores 81, pues digo que habríe que temer que aficionados a un color diésemos de mano a los otros colores. Siempre x he oído decir que el principal instituto de vuestras paternidades es recogimiento y oración. Así lo confieso debe de ser, pero si en ese recogimiento y oración concibió el pecho de esta sancta mujer un deseo grandíssimo de la conversión de las gentes, ¿por qué hemos de entender contradice lo uno a lo otro, sabiendo que es mejor parir que concebir y mejor la obra que el deseo?
No seríe razón decir que la sancta madre no dejó eso explicado y dicho con palabras claras. Yo se lo concederé, y también diré que así convino porque no quisiesen los religiosos y que fundaban hacer ese parto antes de tiempo y cuando la religión tenía necesidad de los sujetos para el ser, el cual es primero que el tal ser. Y si esa obra esa sagrada religión la z abrazase, la propia madre va a ella en sus hijos, pues a en ellos dice el Spíritu Sancto que viven los padres 82. Yo pienso que más alta oración alcanzaron los sanctos en la primitiva Iglesia, y recogimiento de más estima y valor dentro de sus almas, cuando b andaban a pies descalzos, perseguidos y huidos de un pueblo a otro pueblo, que los que ahora dicen buscan recogimiento y oración en el retrete de su celda. Bien sé que me dirán que ahora no hay tanta necesidad c como habíe en la primitiva Iglesia y que entonces daba Dios espíritu d a medida de aquellos trabajos y para aquellas tales obras según era necesario e. Responderé que a mi parecer hay ahora tanta necesidad, y no sé si diga mayor, por ser mayor la malicia del hombre. Y entonces los apóstoles discípulos de Cristo trataban con gentiles y bárbaros y uno bastaba para mill reinos, y ahora se trata no contra bárbaros f, [240r] sino contra antecristos y contra gente que con las mismas armas de
Cristo; y con su sancta doctrina y el evangelio mal entendido g hacen guerra al mismo Cristo; y quien acomete a estas batallas y pretende estas victorias son soldados flacos que mucho distan de la gracia y fortaleza apostólica. Y así, en lugar de lo que hacía un apóstol y discípulo de Cristo, es necesario poner toda una religión, un ejército y escuadrón entero para que muchos en un tiempo hagan lo que uno hacía h en otro tiempo i.
Digo más, que la necesidad de acudir el día de hoy a la conversión de las gentes y al desengaño de los herejes me parece grandíssima por estar el mundo más al cabo y el tiempo más a su fin. Y habiendo poco día y mucha mies, llano es que se han de añedir obreros y éstos deben ser los que en el recogimiento y oración se están impuniendo y ejercitando los pensamientos para estas ocasiones, que mejor harán ese officio quien todas las horas ofrece a Dios su vida y alma que quien podrá ser apenas j tuvo un pensamiento sancto enderezado a eso. Bueno será que en tiempo de guerras, cuando los reyes se ven apretados para defender su reino, puedan sacar los sacerdotes y religiosos a hacer sus escuadrones y componer sus ejércitos y que, para pagar a los unos y a los otros soldados, si fuese menester, sacase este tal rey los cálices y cosas sagradas enprestados y como mejor le pareciese convenir, y que en tiempo que la Iglesia tiene tanta necesidad de acudir a las guerras spirituales del reino de los cielos no obligase al religioso más encerrado a que dejase su recogimiento y oración. No es Dios tirano que lo que toma enprestado, aunque sean cálices sagrados y religiosos recogidos, no los volverá mejorados a su celda k.
El oro, donde quiera que está, tiene su valor; y lo sagrado, mientras no se deshace y desbarata, conserva su bendición; y el verdadero religioso, donde quiera que está y va, tiene un mismo valor. Y si él no se deshace y descompone, siempre en sí conserva las bendiciones que dice el Spíritu Sancto que dio Dios al varón justo cuando dijo l: Benedictionem omnium gentium dedit illi, et testamentum suum confirmavit super caput eius 83. Oro es lo que oro vale. No sé yo quién en valor le echará el pie adelante al que con charidad y veras procura el bien de las almas y dar luz al que vive y está en tinieblas 84.
El argumento con que los judíos quisieron calumniar las obras de Cristo fue con decir que no era lícito en el día de la fiesta curar los pobres y sanar los enfermos, pareciéndoles que el día de la fiesta se habíe instituido sólo para rezar, contemplar y estar recogidos. Al cual argumento respondió Cristo con un exemplo y parábola, diciendo: «¿A quién de vosotros [240v] se le cairá un jumento en un pozo el día del sábado que luego, sin más dilación ni dispensación, no lo procure sacar?» 85. Concluyendo esta parábola que, si no se quebranta la fiesta
ni menoscaba la oración y quietud que en ella se debe tener por acudir a remediar la vida de un jumento, bruto y hacienda tan corta del hombre, ¿por qué tengo yo de decir que se menoscaba mi recogimiento, oración y contemplación por sacar del pecado y engaño en que viven tantas gentes, que no son jumentos, sino almas redimidas con la sangre de Cristo, criadas a imagen y semejanza de Dios 86, hacienda de tanta estima y valor que en ellas tiene Dios puestos los thesoros de su sangre?
Y otra vez pusieron otro cargo al mismo Cristo los scribas y phariseos, diciendo que comía y trataba con peccadores, pareciéndoles que si era el verdadero Mesías habíe de estar retirado y recogido en altíssima oración y contemplación. Entonces les puso otras dos parábolas de quien concluye y saca la propia conclusión 87. La m una fue del pastor que estando en el desierto guardando cien ovejas perdió una y las dejó todas sólo por buscar aquélla, dándonos a entender cuánta justicia o, por mejor decir, misericordia de Dios era haberse salido del cielo, dejado allá los ángeles en cuya compañía todos le alababan y bendecían, sólo por buscar al hombre n entre los hombres y en medio de tantos trabajos y persecuciones como Su Majestad en este mundo tuvo.
¿Qué tiene que responder a esto quien aún en su celda no sabe si tiene cielo o se busca a sí propio, viendo o el día de hoy no una oveja perdida, sino una ganada y noventa y nueve perdidas? Pues una se puede llamar la pequeñita parte del mundo que conoce a Dios en comparación de tantos como viven y están engañados. ¿Qué responderán a esto los que aún no han llegado a guardar ganado en el desierto y soledad, digo los que aún no alcanzaron la paz y quietud de sus sentidos y pasiones, mediante la cual merezcan en la quietud de su oración tratar p familiarmente con Dios? Y cuando eso hubieran alcanzado, bien sabe Dios aparecerse a un Moisés que está en lo más secreto del desierto y mandarle lo deje q todo y acuda a la necesidad de su pueblo, que estaba afligido en Egipto. Lo cual se lo encareció Dios muy bien con señas y con palabras, según consta de los primeros capítulos del Exodo. Y entre las señales con que esto se lo encareció, noto el misterio que se descubrió en aparecerse Dios en [241r] zarza r, entre espinas y en llamas de fuego, que parece con esto le atajó Dios muchas réplicas que el sancto le pudiera hacer, diciendo cuánto más le importaba la quietud del desierto, la soledad y silencio de que allí gozaba, pues en él descubría tan altos misterios y secretos como se le communicaban 88. Pudiera decir que aquello no era su officio, como de facto lo dijo, diciendo a Dios que enviase el que habíe de enviar, porque él era tartamudo 89. A estas y a otras muchas réplicas que le pudiera hacer muy bien Moisés a Dios, se las atajó apareciéndose Su Majestad en una zarza espinosa y en llamas de fuego, como quien dice: ¿Será bien, Moisés, que se esté
abrasando mi hacienda y quemándose mi pueblo en el fuego de la tribulación y vos retirado y apartado en los desiertos? ¿Será bien que tenga yo en mis siervos cama de espinas, estando ellos entre bárbaros y gentiles que con palabras y exemplos les enseñan a idolatrar, y que vos estéis en los desiertos gozando cama de flores? Que flores son las más duras y ásperas penitencias que el hombre puede hacer en comparación de las culpas y pecados que comete y hace el pecador.
Es el propio argumento que hizo s Urías a David cuando lo envió a que descansase y durmiese en su casa en tiempo de guerra. Que, reprehendiéndole David porque se habíe quedado a la puerta de su palacio a pasar mala noche y no se habíe ido a descansar a su casa, le respondió con palabras que sirvieron de mayor reprehensión para el propio David, diciendo: Está Israel en los desiertos con mill sobresaltos t del enemigo, el arca de Dios por los campos y en medio de la guerra mi señor y capitán Joab, ¿y su siervo se habíe de ir a su casa a descansar? 90
¡Oh, qué argumento tan fuerte para los que, metidos en sus celdas, guardan recogimiento y dicen se retiran a la oración! Tal sea mi vida como es el officio y estado. Pero, pregunto yo, ¿será bien que se le esté abrasando a Dios su hacienda en el Japón, en Ingalaterra u, Francia y Flandes y en otros mill reinos, y yo en los desiertos, guardando mi lengua que no hable, mis orejas que no oigan? Bien guardadas las tenía Moisés cuando, retirado con Dios en el monte, su pueblo hacía fiestas al becerro adorándolo e idolatrando, pues le dice v Dios: ¿No oyes el ruido y música que suena en el real? Como quien dice: las orejas para estas ocasiones son: para oír [241v] las injurias y afrentas que me hacen, para las remediar y tomar venganza de ellas. Desciende, Moisés, porque ha pecado mi pueblo. Y así lo hizo 91. Que no es bien, como decimos, que duerma Dios en espinas en tantos reinos donde apenas tiene un alma que con veras le sirva, y el hombre se esté recogido en su celda haciendo cama de flores de pensamientos y discursos de gusto y contento. Que siendo sanctos serán muy aceptos a Dios, pero más en esta ocasión y caso de necesidad acudir a hacer su voluntad. La cual es que, estando el mismo Dios con mill apreturas y guerras en la conversión de las almas, yo [no] me esté en el descanso y quietud, sino que como verdadero soldado de Cristo me disponga a jugar la espada con dos manos, como otro [Aod], de quien dice la sagrada Scritura que utebatur utraque manu pro dextera 92; que usaba de entramas manos haciéndolas derechas. Esto propio debe hacer el verdadero religioso en tiempo de tanta w necesidad: que, usando y ejercitando la oración, juntamente acuda al trabajo y conversión de las almas, según sus fuerzas alcanzaren y la obediencia le ordenare, a quien más va enderezada esta doctrina que a los particulares. Lo propio veo que hacían aquellos discretos hebreos
cuando, vueltos del captiverio de Babilonia, se animaron a reedificar el templo en medio de sus propios enemigos que entre ellos se habíen quedado: que tomando la plana y regla con una mano para estender la cal y sentar la piedra, con la otra empuñaban la espada y hacían, como dicen, de las suyas 93.
No puedo negar sino que debe de ser de particular gusto a Dios ver cómo se dispone un alma para le buscar en el retrete y oración y, por otra parte, qué cuidado y solicitud pone en el defender y hacer que se guarde la ley de Cristo crucificado por todo el mundo. Gran paga se le debe al que en la oración trata con Dios, pero al que, guardando y procurando guardar recogimiento interior, se hace solícito defensor y cuidadoso mayordomo de la hacienda de Dios, merece dos pagas. De quien dijo el Spíritu Sancto en [Isaías] que duplicia possidebunt in terra sua 94; que trabajando en la tierra ajena por dos tendrán en el cielo, que es x nuestra patria propia y tierra de los que viven, paga doblada.
Bien se sabe la diferencia que hay del vestido sencillo o aforrado: que el sencillo, particularmente si es de tafetán simple o de bayeta floja, presto se gasta; [242r] pero si es aforrado, aunque sea de cualquier cosa simple, dura, como dicen, por peñas. ¡Qué de recogimientos hemos visto mal logrados! ¡Qué de oraciones o meditaciones deshechas y destejidas sólo por ser sencillas y simples! Las cuales, si el que las tenía las aforrara y vistiera con las obras heroicas con que los sanctos padres vestían las suyas, las pudiéramos fiar. Así habíen de durar por peñas las que por ser solas se rompieron y gastaron en el retrete y rincón.
He notado que el Spíritu Sancto llama a la esposa de Cristo y la compara a la varita de humo, y no sólo al humo, sino al que sale y procede ex aromatibus myrrhae, et thuris 95, de unas species e inciensos aromáticos, porque el humo dura poco, en un momento sale y se va y tanto dura cuanto duran de quemarse y consumirse aquella mirra e inciensos. Todo esto para nos dar a entender que la oración, significada en la sagrada Scritura por la varilla de humo, si es oración sola, cortada, desasida y desatada de los inciensos y mirra amarga de la tribulación y trabajo, dura poco, vase; y quiera Dios no sea la ida del humo: que ido, no vuelve. Pero la oración que sale de la obra de las aflicciones y trabajos que un alma padece empleándose y y ofreciéndose en sacrificio por el bien de sus hermanos, ésa es la que dura, y de ordinario dura cuanto dura el fuego y el quemarse z y abrasarse en charidad y amor por sus hermanos, porque, como en esas obras cada día se ven a los ojos necesitados del cumplimiento de sus deseos y las obras que pretenden no cumplidas, cada día se ven necesitados y obligados, de parte de las obras de que se encargaron, de pedirle a Dios, de acudir a él con ansias y veras.
Y si no, miren lo que dice David en muchas partes: que en la tribulación a multiplicaba sus ruegos y oraciones de suerte que le durase todo el día 96, porque como del día le sobraba tribulación, faltábale en el tiempo para clamar y pedir a Dios. Las cuales oraciones se echa de ver cuán altas b, profundas y misteriosas eran las que hacía, ocupado y entretenido en las guerras de Dios, defensa de su ley y pueblo scogido. Lo cual se verá por los psalmos que compuso en estas ocasiones. Por el contrario, me parecen las oraciones de los que recogidos en sus celdas al cuarto día ya parece que quieren reventar de llenos que les parece están de Dios; y quiera Su Majestad no sea la plenitud que tenía el phariseo cuando, contento, en el templo contaba sus obras, sus ayunos y sus primicias; y quien pensaba estaba lleno, salió vacío de lo que habíe hecho por ser vano, y de la paga, por no merecerla 97.
Pues digo que estos que [242v] buscan la oración en el descanso y commodidad de personas, suele ser oración y humo suelto de poca dura, por no tener asidos y pegados a ella los inciensos amargos que se abrasan y queman en el ejercicio de la charidad de mis hermanos. Bien pudiera poner exemplo de esta doctrina (que no me faltará materia para ello) en aquellos sanctos prophetas que antiguamente vivieron en el monte Carmelo, y particularmente en los c sanctos Elías y Eliseo. Los cuales no perdonaron caminos, trabajos, inquietudes y perturbaciones por el bien de la república de Dios, unas veces huyendo y otras acometiendo. ¿Quién podrá decir ni encarecer los milagros que hicieron sanando enfermos, resucitando muertos, remediando necesidades? ¿Quién aquel celo sancto con que Elías salía a vengar las injurias de Dios, haciéndose él propio carnicero y degollando tanta muchedumbre de prophetas falsos que defendían la reverencia y adoración del dios Baal? 98
No sé qué me diga o tengo de decir, que tenían a Dios como hecho de tornillo, que se volvía del color y lado que lo querían, ya communicándoseles en la oración, ya acompañándolos en los caminos, ya dándoles fortaleza en los acometimientos. Finalmente, se habíe con ellos como dice el sancto rey David del sancto Joseph, a quien siempre acompañó Dios en el pozo donde sus hermanos lo metieron y en las prisiones donde los estraños lo pusieron: Et in vinculis non dereliquit eum 99; es Dios buen amigo que a los suyos no los deja y, si en los gustos de la oración y contemplación los acompaña, con ellos está cuando de esa oración parece están más apartados. Y la razón lo pide cuando entre dos se profesa verdadera amistad: que del uno al otro haya buena correspondencia, y si yo acudo ahora al negocio y gusto de mi amigo, acuda en otra tal mi amigo a mi negocio.
En la oración parece hacemos el negocio de Dios, según Su Majestad gusta de que estemos con él, siendo la verdad que es el nuestro y nosotros
los que allí recebimos, somos honrados y mejorados. Ella es obra que Dios la quiere tomar por suya y el tratar el hombre con Dios quiere él llamarlo gusto suyo por estar en aquella ocasión con los hijos de los hombres 100. Si esto es así como lo es, cuando el hombre hiciera solo su negocio, cuando de esa oración sale a convertir almas, [243r] cuando fuera sólo negocio del hombre, tenía Dios obligación de pagar la correspondencia que a eso debía en ley de amistad. Cuánto más que, si la obra primera de la oración es más nuestra que suya, ésta segunda es más suya que nuestra por lo mucho en que estima nuestro provecho y que todos se salven.
Salían, pues, estos sanctos prophetas y padres de los verdaderos solitarios a hacer sus tareas y cumplir con sus obligaciones d a los pueblos, a los caminos y tierras estrañas, llevándose a Dios consigo y tiniéndolo como asalariado para que estuviese a su mandar, lloviese o no lloviese, según a su siervo más o menos le parecía convenir. Parece le daba Dios las llaves del cielo para cerrar y abrir a su gusto y mandado, como quien en esto le aseguraba que, cuando dejase la oración, recogimiento y contemplación por remediar e las almas, no se le absentaría, iría o escondería, pues de sus palacios y aposentos le daba las llaves, como quien dice: cerrado me dejas y puesto en seguro f para cuando de mis mandados tornes a la soledad y recogimiento. ¡Oh qué bravo seguro para el que deja a Dios por Dios, para el que se priva de ese cielo porque muchos de sus hermanos lo tengan!
Quien más y mejor supo de oración y de la condición de Dios [fue san Pablo], pues la tuvo en el cielo, donde fue llevado sin saber si en cuerpo o fuera de cuerpo 101, donde dejando su corazón acudía cada momento como donde estaba su thesoro, pues decía que su conversación era en los cielos 102. Y con todo eso, ¿quién podrá contar los caminos, las cárceles, las prisiones, los azotes, los peligros y el continuo trabajo que traía por sus hermanos? 103 Nadie lo podrá decir ni encarecer, pues llegó a decir que deseaba ser anatema por sus hermanos 104, que es ser privado de aquellos gozos y entretenimientos porque sus hermanos conozcan a Dios. Quien esto dice y le sabe a Dios tan bien la condición bien se deja entender en esto no lo disgustaba, sino que eran palabras muy medidas y aceptas de aquel cuya voluntad era regla y medida de todas sus acciones. ¿Quieren que diga cuánto mereció san Pablo por esta resignación que tuvo, dejando, si para ello era necesario, a Dios (en el sentido dicho) por el bien de sus hermanos? Que si hubiera otra cosa g que fuera más que Dios, eso que era más que Dios se le habíe de dar por estas palabras y obras. Pruébolo. Si al que dejare a su padre y a su madre y renuciare todo lo que tiene y posee por Dios le prometen ciento por uno 105, ¿qué le han de dar al que por sus hermanos renuncia
a Dios y quiere ser anatema? Parece le habíen de dar [243v] cien Dioses. Pues no habiendo más que uno, síguese que en este Dios, que es uno, inmenso, infinito, le den y paguen por ciento, como si para un Pablo hubiera cien Dioses que le premiaran. Lo cual, como queda dicho, lo hará y puede hacer cumplidíssimamente: uno, por ser infinito; y por mucho que el hombre merezca y Dios le quiera dar, siempre le queda más que dar, sin que nadie le pueda agotar sus premios inmensos.
¿Qué tiene que responder a esto quien dista de esta oración de san Pablo leguas casi infinitas, quien aún no sabe ni conoce lo que deja h cuando deja la oración por sus hermanos porque aún en ella no se les ha enpezado Dios a descubrir; quien no habiendo subido al tercer cielo aún no ha llegado al primer grado de la oración, pues no sabe cuál es su verdadera preparación y que el corazón contrito y humillado en los trabajos y amarguras es el que Dios no desecha? 106 ¿Qué tiene que decir a esto el que cuando dejara su recogimiento y oración quizá más se dejara a sí propio, su gusto y propia commodidad i y pensando huía de la oración se la daba Dios altíssima? Porque abrazándose con Cristo crucificado en esas obras penales o ejercicios corporales y espirituales, ahí le enseñaba Dios un altíssimo modo de orar, porque en la cruz es donde y cuando Dios nos enseña a orar con fervor j y procurar el bien de nuestros propios enemigos. Yo poco sé y entiendo, pero en esta materia callo y enmudezco y con veras le pido y pediré a Dios para mí y para nuestros frailes nos dé a conocer su mayor gusto y voluntad en todas las obras que hiciéremos y que Su Majestad no permita yo ni nadie se busque a sí propio, sino que de veras busque a sólo Dios en las cosas que él fuere servido.
Dije arriba que no era posible sino que aquellos sanctos prophetas, que así con tanta facilidad y presteza salían del monte Carmelo, donde tenían su oración y recogimiento, a hacer tantas obras de charidad y piedad, que sin falta tenían a Dios como asalariado, atado, captivo y preso para llevarse consigo el que gozaban y tenían en la soledad, según hemos visto se hallaban ricos en todas partes y poderosos como dioses en todas sus obras. Ahora digo que o era eso, que Dios estaba asido a ellos para no los dejar, o que ellos estaban tan desasidos por el bien de sus hermanos que estaban aparejados para dejar a Dios, como otro Pablo, si para el cumplimiento de los tales officios era necesario. Porque no se paga Dios con veras del corazón del hombre que no hay quien le saque de su k [244r] círculo ordinario, de su ración ordinaria y sus potajes conocidos. Que eso es muy de niños: que no saben más de a casa de sus parientes y conocidos y ignoran las casas de los estraños. Es muy de hombres tratar, conocer y querer a todos, amigos y enemigos, bárbaros e infieles, para hacerlos a todos parientes y amigos de Dios. Si Dios crió al corazón del hombre l tan grande, tan ancho y profundo
que no hay quien le halle fin ni cabo, ¿por qué lo tengo yo de estrechar y abreviar de suerte que en él no quepa sino una celda y una manera de discursos y pensamientos? ¿Por qué le tengo yo de medir y pesar su ración con las balanzas y peso de la cortedad de mi gusto, que se enpalaga en paladeándolo con dos consideraciones sanctas que apenas nos atrevemos a tragarlas pensando que en perdiéndolas de ojo ya no somos cristianos? Y así, por no divertirnos y que siempre estén esas consideraciones en los labios y paladar, no nos atrevemos a hacer cosa grande y de grande consideración.
¡Oh, si supiésemos cómo la grandeza de nuestros pensamientos y discursos más está en la voluntad y en la obra que el entretenimiento de nuestra imaginación y entendimiento! Al niño la leche que mama del pecho de la madre no le aprovecha cuando está en la boca, sino cuando la traga y pone en el estómago y con el calor natural la digiere y se aprovecha de ella. Bien veo que la oración es don de Dios y que de aquellos celestiales pechos la mamamos con la boca de nuestro entendimiento, pero no está ahí el provecho, sino cuando eso que pensamos lo tragamos m e ingullimos y el fuego del amor y charidad lo cuece y envía a las demás partes distantes deste cuerpo místico de la Iglesia por apartadas que estén. De suerte que a todos tenemos obligación, como dice san Pablo n: Omnibus debitores sumus 107, etc. De suerte que el que es verdadero siervo de Dios no se puede escusar con decir que el Japón está lejos y los persas apartados; que en su comparación más lo están los pies y uñas de la mano de la poquedad de nuestro stómago, y con todo eso se da por obligado de acudir a todos con la sustancia necesaria a la conservación y vida de que tiene necesidad. Pues ¿qué tiene que hacer este exemplo con lo que en él hemos representado? ¿Qué tiene que hacer el calor natural del cuerpo con la charidad y calor [244v] sobrenatural del justo? ¿Qué tienen que hacer estos manjares corporales con los espirituales? ¿Qué proporción tiene este nuestro estómago con el corazón ancho y dilatado del siervo de Dios? ¿Qué tienen que hacer nuestros pies y uñas con las almas que están aguardando nuestra sancta fee católica?
Pues si estando tan distante el exemplo de la verdad que en él hemos dibujado y pintado, con todo eso dispuso y ordenó Dios las cosas de suerte que no puso estorbo en las vías ordinarias para que este nuestro estómago hiciese su officio y acudiese a sus obligaciones, ¿por qué el hombre ha de poner mill estorbos y escusas para no acudir a las cosas de más importancia, de más provecho y gloria? Ahora pregunto yo: si viésemos que una pierna, o entramas, de un hombre se iban secando de flacas y desustanciadas, ¿a quién echaríemos la culpa? Yo pienso que el buen médico la partiríe entre los pies y estómago del enfermo y que luego o diría: aquí es menester poner remedio en
estas piernas y en este estómago, porque los pies no deben de recibir bien la sustancia y el estómago no la debe de enviar, y así es menester curar piernas y estómago. Esto propio digo yo. Yo veo en muchos reinos y partes del mundo que no conocen ni creen en Dios. ¿A quién echaremos la culpa: a los pies o a el estómago; a ellos, porque no buscan la fee verdadera de Cristo crucificado, o a nosotros, porque no se la llevamos? Paréceme, Dios mío, que es menester curar a los unos y a los otros: a ellos para que la reciban y a nosotros, para que la llevemos; a ellos para que se dispongan y abran la puerta de la voluntad, y a nosotros para que nos encendamos en ardiente charidad; a ellos para que oigan, y a nosotros para que hablemos, porque todo es necesario, pues dice Esaías que: Quomodo audient sine praedicante? 108 Los unos han de oír y los otros han de predicar.
Si preguntamos a los padres de la primitiva Iglesia qué era la causa por qué con nada se satisfacían, sino que apenas habíen predicado en una ciudad cuando iban a otra p y de un reino a otro reino, en el cual officio iban como truenos, como relámpagos y nubes cargadas, heridas de los vientos del Spíritu Sancto, responderé por ellos que, como gente de grande chalor y charidad, todo lo digerían y apenas habíen hecho una obra grande cuando ya tenían hambre de otra y parece se quería cada uno tragar un [245r] mundo para ver si entero se lo podían dar convertido a Dios. Acá solemos decir: necio es quien no lo toma, si algo le dan que coma. Estraña cosa que el manjar de Dios sean las almas y conversión de los peccadores —así lo dice Cristo en la conversión de la samaritana 109— y que quiera Su Majestad ese propio manjar sea nuestra comida, con la cual nos está convidando, y que nosotros no la queramos recebir, parece tendría mucha razón quien nos llamase necios porque nos privamos de tal bien, de tal gloria y regalo como Dios nos hace.
He probado la obligación que el siervo de Dios tiene no sólo de acudir a sí, sino a sus prócximos y hermanos por ver la charidad de que vestían los sanctos, así del testamento viejo como del nuevo. Yo quisiera ahora probarlo con los sanctos modernos de casi nuestros tiempos para que viéramos era todo un Dios el que regía y derramaba charidad en los antiguos y entrañas amorosas en los modernos. Y para esto, sólo quisiera traer por exemplos a los dos sanctos fundadores de la Compañía de Jesús y de los padres descalzos carmelitas. En lo que toca al beato Ignacio, no tengo que decir, pues en esta materia fue espíritu bien conocido en sí y en sus hijos, pues fuera imposible poder hacer tratado ni libros de las heroicas q obras que hicieron en extraordinarias misiones que tuvieron, aun viviendo el propio sancto, pues en su tiempo se empezaron a derramar por todo el mundo, y aun a costa dende sus principios de derramar su propia sangre. Pues éstas son
verdades y doctrina manifiesta a todo el mundo, no hay que cansarnos 110.
Lo que parece tenía alguna dificultad o estaba algo más obscuro en esta materia, era el segundo exemplo, acerca del spíritu de la sancta madre Theresa de Jesús: si sólo fue enderezado a oración y recogimiento, o dio muestras y querer de que sus religiosos y hijos hiciesen algunas missiones o se encargasen de algunos reinos 111. Estos papeles scribo con intento de mostrarlos a sus propios religiosos para que, según les pareciere, los califiquen, enmienden o rompan o avisen si gustan quite yo estos exemplos que pongo de su orden para probar mi intento acerca de las fundaciones que digo me parece son lícitas y justas las que hacemos en el Andalucía.
Yo no sé ni me he informado de la conversación que esta sancta tuvo en vida acerca desto, ni tampoco el asentimiento que tuvo a los que desto le trataron, ni de las misiones que en su vida se hicieron. Que aunque yo sé que muy a los principios enviaron religiosos a Guinea, pues sé de uno sólo que baptizó más de docientos mill negros, según sé de su propia boca, y boca verdadera por ser en muerte y en vida tenido por sancto, pero con todo [245v] eso yo no sé si la sancta alcanzó en vida esas misiones 112. Pero digo y presupongo que en vida no lo tratase ella y que lo contradijese, no ha de ser eso bastante para entender van ahora contra su espíritu y contra su querer y voluntad. Porque, como decíamos denantes, muchas cosas le niega la madre al hijo cuando chiquito y que por no tener fuerzas para ellas no se las osa mentar, que después, cuando grande y crecido, se las manda. Y así, por no tener disposición en los sujetos en aquellos principios, pudo la sancta no tratar de eso y, si se trató, contradecirlo, como yo lo suponía lo hubiera hecho, que ahora, si estuviera viva, lo mandara.
Digo, lo segundo, que no todas las cosas descubre Dios en vida a los que fundan religiones. Sólo les da de ordinario aquello que para aquel tiempo es necesario, reservando y guardando lo demás para cuando estén en el cielo, donde conservan y guardan el propio officio con más ventajas y perfección y donde todo aún se corre por su cuenta para que, acudiendo a Dios con continuidad, remedie las necesidades de los
que siempre son de su casa y familia. Y no seríe razón que tuviese alguna fuerza decir que si eso fuera voluntad de Dios se lo descubriera en vida para que ella lo manifestara y dejara dicho para su tiempo. A lo cual digo, demás de la razón dicha, que las discretas madres callan y disimulan delante de sus niños lo que en aquel tiempo no les conviene.
Digo, pues, demás de esto, que más fácil les es a los sanctos cuando están en el cielo explicar y manifestar su voluntad que cuando están vivos, porque en el cielo más unida tienen su voluntad y más junta con la de Dios que cuando están en la tierra. Si entonces es más una con la de Dios, será más poderosa para manifestarse. Dirán que en vida oyeran y vieran. Digo que más claro es lo que el corazón percibe con la inspiración del cielo que no lo que las orejas oyen y las manos palpan.
Digo más: que aunque es verdad que a los sanctos fundadores en vida los ayuda Dios y favorece de suerte que, ya que por algunos secretos suyos los deje caer en culpas personales, muy ordinario es tenerlos y ampararlos en los negocios communes y universales acerca de su religión, en éstos no siempre tenemos igual certidumbre, porque, como en el tiempo que [246r] esas cosas disponen y ordenan aún se son hombres y viven en la tierra, donde el más sancto padece sus tinieblas y obscuridad, podríamos dudar en muchas de las cosas que ordenasen y mandasen, por no saber si cuando aquello disponían tenían tanta luz y tantos grados de unión con la divina voluntad. La cual duda no tiene lugar cuando ya tenemos certidumbre que nuestro padre o madre fundadora está en el cielo, o porque la canonizaron o porque sus hijos tienen tales prendas que por parte ninguna no les queda razón de dudar. En tal caso, concediendo Dios a la tal persona en el cielo influya en sus hijos por revelación o por inspiraciones de Dios o de sus santos ángeles, aquello que de nuevo ha descubierto en el cielo, según la mayor voluntad de Dios, [es lo] que en el tiempo presente conoció haberse llegado para que sus hijos lo pongan en ejecución.
Tampoco sería argumento en contrario decir que este conocimiento o influencia no está en los que gobiernan y en las cabezas, porque en esto guarda Dios el orden que más y mejor le r parece convenir. Y Jonás en su predicación enpezó por los arrabales y gente más humilde y a lo último s la palabra de Dios pervenit ad regem 113. Y a mí me sucedió llevar un recado de una persona muy humilde en cierta cosa secreta de grande desconcierto a una persona t de consideración que, por los efectos que hizo en remedio de muchas almas, eché de ver habíe sido medio eficacíssimo el que Dios habíe tomado para aquella obra. Y aun dificultando yo el caso a la persona a quien iba enderezado, apocándole los medios que Dios habíe tomado, me dijo: «¡Oh, padre, que la sabiduría de Dios es grande! Bien sabe lo que Su Majestad hace u. Con
esa chinilla me ha derribado Dios y humillado el corazón». De manera que no es inconveniente descubrir Dios su voluntad y secretos en las cosas de su gusto por pastores y pescadores y que de ahí suba el agua tanto cuanto bajó cogiendo en los medios los corazones de aquellos que han de poner en ejecución las tales obras, las cuales de ordinario procura hacerlas sin que se gloríe toda carne 114.
El que quisiese pegar fuego a una casa no se entiende que por fuerza lo haya de encender en los cuartos principales; que ya vemos de una centellada que cayó en un muladar, en una caballeriza o pajar, o de un candil que se asió a unas estopas, abrasar [246v] toda una casa, un barrio y una ciudad. Y pues algo desto voy enderezando a los padres carmelitas descalzos, según para ello me dio ocasión el argumento arriba dicho con que pretendieron estorbar nuestras fundaciones en el Andalucía y según la licencia entiendo sus paternidades me darán, habiéndolo leído, que menos no me pasa por la imaginación ponerlo en otras manos. Digo, pues, que las ocasiones que en esa sancta religión ha habido para en parte abrazar y tener por suya la conversión de las gentes v sin que contradiga a la voluntad del cielo de su instituto y recogimiento y de la sancta madre que los fundó, han sido muchas, tantas y tan grandes, que no las podremos llamar centellas en pajares o muladares ni llama enprendida en estopa, sino fuego encendido en corazones de grande consideración.
El haberse fundado tantos conventos en Italia de varones tan eminentes e insignes en virtud y letras, como yo he visto y tratado viviendo entre ellos por w espacio de dos años 115, tiempo muy suficiente para que su espíritu y intento no se me x pudiese encubrir y. Los cuales conventos están desmembrados de los de España y apartados de los demás con prelados superiores, como si fuera otra religión 116, no obstante que siguen el propio spíritu de la sancta madre Theresa de Jesús, la propia regla, recogimiento y oración, y juntamente z tienen y viven con un fervorosíssimo spíritu de conversión de infieles y de hacer grandes misiones. Para lo cual, en nombre de Su Sanctidad, se han pedido a estas a provincias de España religiosos, y se los han dado, de grande consideración, para conseguir aquel fin 117. Esta buena aldabada es del cielo, este fuego no se enciende en la tierra ni es de creer baja del cielo sin que venga registrado o pedido de la sancta madre Theresa de Jesús, que es la que, como madre, patrona y fundadora, tiene debajo de su protección toda esa familia.
También he oído decir se han ido algunos religiosos a Roma con intento de pedirle a Su Sanctidad esta facultad y licencia de se poder ir a sembrar la fee y palabra de Dios por reinos de infieles. Ahora, padres míos, denme licencia o no me la den, háyales parecido mal o bien lo que estos sanctos de quien yo voy b hablando c hicieron, yo tengo por imposible tanta oración como en esa [247r] sagrada religión tienen y tanto recogimiento sin que venga el amor y fuego que ahí se concibe a romper las entrañas de los corazones que posee y que una vez que otra el Spíritu Sancto no haga con ellos algo de lo que hacía con los sanctos en el principio de la Iglesia: que los cogía y daba con ellos de un reino a otro reino.
Y para probar la necesidad desta obra, tengo de argumentar con un exemplo que vuestras paternidades train a propósito de su oración y recogimiento puesto por la sancta madre, que es el del gusano de la seda 118. El cual labra su capullo a costa de la sustancia de sus entrañas y, después de allí metido y encerrado como en cárcel, muere. De este exemplo se usa diciendo cómo el verdadero religioso, que profesa oración y recogimiento, encerrado y como captivo y preso, debe morir y acabar en su celda, la cual los primeros fundadores hicieron a costa de su propia salud y vida, padeciendo grandíssimos trabajos. De este exemplo en el principio de nuestras fundaciones usé yo muchas veces, diciendo a mis hermanos deseaba se hiciesen algunos conventos donde yo pudiese acabar como otro gusano de seda. Después que hecimos trece conventos 119 y veo que mis deseos y pensamientos no se me han apagado, me ha parecido pasar adelante con el propio exemplo, según yo vi ayer en unos capullos de seda. En los cuales veía que, muriéndose algunos gusanos dentro, otros rompían el capullo y en figura de palomillas blancas salían con alas para volar. Y éstos tienen un bien más que los que mueren en el cascarón o capullo, y es que dejan semilla para el año que viene y que jamás puedan faltar con aquella multiplicación gusanos que hagan una obra tan maravillosa como aquélla. Lo propio digo yo al propósito que vamos hablando: que no todos los religiosos han de morir en las celdas d, recogidos y hechos gusanos metidos en los cóncavos y escondridijos de las paredes, que otros ha de haber a quien el Spíritu Sancto dé alas de paloma para que vuelen [247v] por otros reinos y, multiplicando los creyentes, quede más perpetuo y seguro este celestial officio que en esa sagrada religión se profesa de labrar, no digo yo seda, sino brocados de tres altos de e que se vista Dios, que son las almas, que a todas las demás criaturas en la tierra les hacen ventaja en las tres potencias de que Dios las tiene adornadas, que son memoria, entendimiento y voluntad.
¡Oh válame Dios!, y cómo en llegando el tiempo en que Dios tiene determinada una cosa y cómo nada f es bastante para hacerla detenida. Dígolo por el gusano de la seda, de quien me maravillo con la facilidad con que rompe el capullo sin conocerle dientes ni uñas con que lo rompa, siendo tan fuerte que g apenas un cuchillo lo puede abrir; y esto hace sin pedir licencia a su amo ni buscar ayuda para una obra tan maravillosa como aquélla, porque ya la naturaleza le tiene señalado el tiempo y el cuándo eso debe hacer. Seas tú bendito mill veces, Señor mío, cuánta más poderosa es tu gracia en los justos que la naturaleza en los animales. ¿Qué mucho que hagan obras más admirables y al parecer más dificultosas a los ojos de los hombres que las que hacen y obran los gusanos de la seda, y los polluelos que a su tiempo rompen el cascarón para salir fuera y volar por esos aires? No hay que decir, cuando viéremos obras extraordinarias en algunos justos: ¿Quién te dio la licencia?, ¿quién te dio el poder?, sino bajar la cabeza y rendir el entendimiento a las obras de la gracia. La cual, puesta en quien no pensamos, sale con officio y obra nueva en la república.
Esto digo porque si alguna vez viéremos descubrir Dios extraordinarios caminos descubiertos por frailecillos que no pensábamos, entendamos que no contradicen esas obras a las primeras que nos dejaron scritas nuestros fundadores. Los buenos trazadores y discretos arquitectos, cuando trazan una casa, de tal manera la ordenan que no dejan imposibilitado al dueño para que no pueda añedir un entresuelo, hacer un colgadizo o aposento para su regalo según la variación [248r] de los tiempos. Bueno fuera que, porque nuestros fundadores nos dejaron regla de redención de captivos, habíe de ser regla trazada de tal manera que no le pudiésemos añedir continuo recogimiento y oración, y porque en la religión de nuestra Señora del Carmen dejó la sancta madre oración y recogimiento, no le habíen de poder añedir redención de almas. No puedo entender tal, antes parece lo contrario, pues el Spíritu de Dios, dice san Pablo, non est alligatum 120; que no hay prenderlo ni echarle cerrojos y cadenas; que, si tuviere más que tenían san Pedro y san Pablo, no faltará un ángel que al uno le abra y suelte, como hizo a san Pedro 121, y amigos que en espuerta descuelguen a san Pablo la muralla abajo 122.
Yo sé de alguna religión de donde se han salido muchos religiosos buscando ocasiones, ya de sus informaciones por no ser hechas con las condiciones que los summos pontífices disponen, ya inquietándose por no se acommodar con el principal instituto que su religión profesa. Pues digo que saliéndose muchos de esta tal religión (no con deshonor de ella, antes de ellos, porque habiendo profesado a boca llena les pudieron decir que enpezaron a edificar y no pudieron acabar 123), si en ella,
juntamente con el principal instituto que tenía de recogimiento, tuviera el ejercicio de esta obra de que vamos hablando, estoy cierto no se hubieran salido, porque el que no era bueno para lo h contemplativo a solas lo pudiera ser para lo contemplativo mezclado con algo de activo. Como yo he visto en muchos conventos: que no tiniendo algunos religiosos natural para estar encerrados en la celda, viven contentíssimos con un officio en el convento, aunque sea tener cuidado de barrer la casa; que, en fin, para quien no i tiene tan fuerte cabeza, bueno es aguarle el vino.
A esto me podrán replicar y decir que pocas veces quien no es para lo uno lo será para j lo otro, y que más obligación tiene uno de acommodarse al todo de la religión que no la religión a uno. Digo a lo primero que no hay dificultad en saber que, si a uno lo acommodasen según natural o inclinación, se conservaríe en mayor paz y quietud de espíritu que caminando por lo contrario. De donde he oído siempre alabar a los padres de la Compañía de Jesús, los cuales con particular prudencia disponen los naturales y sujetos en su religión que sea casi imposible por ese camino inquietárseles nadie. Por donde veo que la Iglesia tiene muchas religiones de diferentes institutos y profesiones para acudir a la muchedumbre de condiciones [248v] que los hombres tienen y acommodar a cada uno según su natural y humor que en él reina. Bien veo que una religión no puede hacer k con sus súbditos lo que hacen muchas religiones l, pero digo que si una religión, sin salir ni contradecir a su sancto modo de vida, puede conservar en quietud y sosiego a todos los hijos que Dios le ha dado, que sería gran perfección. Lo cual podría hacer no atándose tanto a la letra: que si dice recogimiento su regla lo quieran estrechar a que haya de ser de sólo celda, y que si dice oración haya sólo de ser sobre las consideraciones que pone fray Luis de Granada 124. Que podría ser, si el fraile es lego, le diese Dios tal conocimiento y sentimiento en lo que él fuere m servido que, arrobándose cavando con un azadón o haciendo leña, estuviese en el coro murmurando, como yo propio he hecho experiencia de esto.
Y para que hablemos al propósito de lo que aquí vamos diciendo, no contradiciendo, como queda dicho, al recogimiento y oración la conversión de las almas en reinos estraños, me parece a mí que los que tenían natural fuerte para la celda lo tuvieran muy acommodado para enviarlos al Japón o a Persia a predicar el sancto Evangelio. He visto yo enviar a las güertas de nuestros conventos señoras por las peras y nueces que se cain de los árbores sin estar maduras, y dicen que son para hacer en conserva. A quien juzgo yo por mujeres muy aprovechadas: que lo que no pudo el árbor madurar y ello no se pudo conservar en su propio árbor, lo guardan y aprovechan ellas en conserva en miel o en azúcar. Y el caerse esta fructa destos árbores suelen ser dos causas.
La una, que el árbor tiene tanta que apenas las ramas la pueden n sustentar ni madurar toda, y así despide o da ocasión para que mucha se caiga. La segunda causa es que, tiniendo algún gusanillo aquella fruta, le hizo caerse y no tener fuerza y virtud para permanecer allí.
Estas dos cosas suelen ser causa en muchas religiones para que muchos religiosos se caigan y desasgan de la continua trabazón que los demás tienen con su madre y sancto instituto. Para cuyo remedio, la orden del glorioso san Francisco, por tener tantos, antes que a eso llegue, tiene cuidado de hacer missiones a grandes y exquisitas partes del mundo, para que prediquen y enseñen la palabra de Dios. Otros se cain de su árbor porque, tiniendo gusano o algo podrido de natural, condición o defectos espirituales, allí no se pudieron conservar ni permanecer. A los cuales digo yo que la religión, como madre y señora, [249r] debe a esos tales aprovecharlos como mejor le pareciere convenir para que no se pierdan, tomando un poquillo de trabajo y costa para hacer la tal conserva o misión de que vamos tratando. Y si aquella fructa que ya por aquel camino iba perdida, por estar en el suelo y para echarla a los lechones, entendiera la cortesía y merced que le hacían en acommodarla no sólo para que no se perdiese, sino para que fuese de grande estima, no se hartara de dar gracias y agradecer el beneficio recebido. ¿Cuántas, pues, serán las que darían los religiosos y almas que, viéndose por su culpa caídas y desechadas de una communidad, por la charidad y sabiduría que Dios puso en ella no las dejó perder, antes a costa suya y de grande trabajo, las aprovechó no sólo en cosa que tuviesen ser, sino ser perfectíssimo y de grande estima entre los demás hombres?
La segunda parte de la réplica que se habíe puesto por la parte contraria era que más razón habíe para que uno se conformase con muchos y con una communidad que no al revés, una communidad con uno. Yo pienso que este argumento no siempre vale, porque una communidad tiene estómago más o ancho y dilatado que uno solo. El cual muchas veces es tan estrecho que con una paja parece está ya ahogado, y en una communidad ha de caber el flemático, el colérico, el sanguino y el melancólico, y no es posible que p un melancólico o sanguino siempre se acommode con una comunidad que consta y tiene tantas partes. Como vemos que no acommodándose q bien un religioso en un convento, se acommoda y halla bien en otro, según halló al prelado y frailes más conforme a su condición y natural. Y en esta ocasión veo que la comunidad se ajustó con el particular y no el particular con la comunidad, pues sin mudar de su condición y natural dentro de la religión se halló lo que tuvo necesidad.
Digo lo segundo, que un singular, cuando en una religión da en perturbarse, es flaquíssimo de suerte que, como quien rueda cuesta abajo, no tiene fuerza para hacer pie en cosa ninguna, de suerte que, sin causa ninguna más de que rueda, se va despeñando hacia abajo,
estando la culpa en el principio cuando cogió carrera en el despeñadero. La communidad es muy fuerte por el contrario; que por muchos vaivenes que le den los singulares, no serán bastantes a la hacer rodar. Y pues es verdad que el fuerte tiene obligación de ayudar al flaco r, según aquello que dice san Pablo: Vos, qui spirituales estis (vide lo demás del lugar) 125, [249v] no deben consentir o permitir que el tal religioso que s se va despeñando llegue a lo último de la perdición t, porque la communidad que pudiéndolo remediar no lo hiciese, me parece no tendría escusa con decir: él se lo quiso, no tenemos nosotros la culpa. A lo cual respondería yo que, si tuviera ayuda y verdadero desengaño, pudiera ser no se lo quisiera; y si no tuvieron la culpa principal de su perdición, pudieran, usando de la fortaleza y charidad que en las tales communidades tiene Dios depositada, ser causa, ya que no fuese de condigno, porque no la mereció la tal persona u, ser causa de congruo para que se remediase.
¡Oh Dios de mi alma! Si los que sentencian a expulsión y privación de hábito y compañía de los buenos al que por culpas v lo mereció, si de veras considerasen de la manera que se ha Dios en sus cielos con los que una y mill veces le ofenden, quedando sujetos, según la presente justicia, a privación de su gloria, de su cielo y compañía de sus ángeles w; y cuánto regatea x la última y final sentencia en la cual entriega y un alma a penas eternas y compañía de demonios. ¿Quién podrá decir, Señor z, después de tener el negocio tan mirado que, no te pudiendo engañar en tus juicios, porque todo tú, Señor, eres ojos y luz imarcesible, con todo eso ¡qué le das de plazos para que busque qué alegar en su favor!; ¡qué de años más de vida después de los graves peccados commetidos! para que en ellos, con su nueva vida y enmienda, te soborne? ¿Quién podrá decir los muchos tutores y procuradores que le señalas que rueguen por él?, que son los sanctos del cielo y de la tierra, la Iglesia triunphante y militante que, como madre piadosa y hermanas llenas de charidad, como otra Marta y María, rueguen por Lázaro muerto, que es grande mal un hombre rico y noble dejarlo en la sepultura hediondo y comido de gusanos, maniatado y con losa encima, habiendo un Cristo Dios y Señor nuestro que lo pueda levantar y resucitar 126. ¡Oh, qué grande mal el hombre en peccado, sujeto a otros tantos males como en Lázaro se dibujaron! Y siendo ésos pinctados y dibujados, son vivos los del peccador, en quien no permite la misericordia de Dios dejarlo, pues ella es poderosa para hacer un trueco de Lázaro muerto a un Lázaro vivo, de un peccador obstinado a un justo convertido.
¿Quién, pues, Dios mío, podrá decir cuántas [250r] son tus muchas diligencias y grande número de inspiraciones que envías a un alma antes que en la última sentencia le des traspié para que habiendo caído en la muerte primera caiga en la segunda, que es en la del infierno? No hay que cansarnos. Este es pozo hondo y mar grande que no hay hallarle fin. A este gran Dios deben siempre imitar los prelados superiores cuando hacen officio de jueces, pues en la tal ocasión los llama la Scritura dioses 127.
Lo primero, digo que, para privar a un religioso deste cielo de que goza en la religión y de esta compañía de sanctos y gloria inmensa que ahí se posee, que antes que den la última sentencia, no obstante que por sus culpas él propio se haya condenado, según la presente justicia a, que tengan muchos ojos, que miren y remiren bien, que en la luz sean otros dioses que nada de la verdad se les pueda encubrir, sea de lo pasado, presente o por venir. Sean como otro Argos, de quien fingen los poetas que para hacerlo pastor los dioses lo enllenaron de ojos: Centum luminaribus cinctum caput b Argos habebat 128; que tenía un círculo de ojos por la frente y en la cabeza c, estando lleno a la redonda de ellos, como aquellos animales de Eczechiel era fuerza viesen lo d que estaba delante, presente y detrás 129. No le bastaba a un juez regular y juzgar de un religioso, para castigo tan exorbitante, la vida pasada y presente, sino considerar lo por venir, echar juicio y levantar figura si éste tendrá cierta enmienda y volverá sobre sí. Que por esto digo yo deben estos tales jueces saber mucho de cielo, como los astrólogos: que si por una parte ven al hombre con mil enfermedades, suelen hallar, según su sino y concurrencia de planetas, en lo por venir salud y vida larga. Cuántas veces veremos que por aguardar y no nos ahogar en poca agua hemos visto los tiempos muy serenos y caminos muy enjutos para las personas de quien desconfiábamos, mirando lo presente y pasado.
Deben, lo segundo, a imitación de Dios, estos jueces dar e términos y plazos para que el caído pueda alegar en su favor, que tal puede ser su contrición que no tiniendo nada de su parte, sino unas pocas de lágrimas, le sirvan y aprovechen in totum los méritos de Cristo, por los cuales se podría prometer otra vida. Deben considerar que el caído es como otro Lázaro noble, principal, honrado y rico [250v] de bienes de naturaleza, cuando los de gracia los haya perdido por su culpa. La cual es tan fea y abominable que sacando a un religioso de su convento lo pone peor que otro Lázaro en el monumento, pues yéndose atado con sus antiguos votos apenas puede ya obrar como debe en el siglo. O si no, digamos va atado con las leyes y respectos de mundo, lleva sobre
su corazón una losa pesada de pena y aflicción, va a lugar donde en poco tiempo dará el olor que los demás que allí están, donde no le faltarán gusanos y remordimientos de conciencia que lo despedacen. No es bien que aquí esté Lázaro y ahí se arroje un religioso habiendo en una communidad misericordia y debiendo los tales jueces de ser dioses y cristos en la Iglesia, que deban, según amor y charidad f, levantarlo, resucitarlo y entregarlo a su madre y hermanas, que son la religión y compañía de los demás g siervos de Dios. Deben también, a imitación de Cristo, estos jueces admitir ruegos de sus hermanos y aun darles intercesores que hagan sus partes que, por ser caídas, no se podrán hallar en juicio para volver sobre sí. Todas estas cosas bien miradas, yo sé que primero que h arrojen un alma a que se la coman perros, como a otra Jezrael, que se les erizarán los cabellos a los jueces, les temblará la barba primero que firmen un «fallamos» 130. Yo sé que de veite peccadores y merecedores de esa pena, los dieciocho quedaríen convertidos y remediados; y Dios con particular gusto porque en la tierra hay quien le imite.
¡Oh buen Dios mío!, que eres tú la misma limpieza, la summa bondad, el impeccable y hermosura y gloria de todos los bienaventurados, y con todo eso sufres y aguardas peccadores sobre la tierra, no te amohínas ni encolerizas por momentos, sino que das cuerda al pecador i y tiempo para que deshaga lo mal tejido; ándaste tras ellos porque del todo no se te pierdan sin remedio, llámaslos, recíbeslos y con mill caricias los regalas. ¿Qué tiene que decir a esto el que siendo juez es sólo hombre j, no Dios impecable, sino gusanillo flaco, sujeto a otras tantas caídas, ya hechas o por hacer? Estraña cosa es ver un summo rigor en un hombre que no sabe lo que por él pasará mañana y que si al otro lo dejó Dios caer [251r] en aquellas culpas sólo fue misericordia de Dios, quien a él le tuvo para que no cayese en otras mayores.
Concluyo con sólo estas cortas palabras: que quien sólo sabe de mucho rigor, sabe poco de cielo y menos del conocimiento de su flaqueza y miseria, y quien de estas dos cosas sabe poco, podríamos temerle no diese con él su soberbia y presunción en lugar más bajo que él da con su hermano.
Parece que, mi poco a poco, me he metido en el modo que la Religión ha de tener en limpiarse de los sujetos que la puedan dañar. Porque, no obstante lo dicho, ya sabemos que hay casos en que los prelados que quieren tener su religión pacífica y quieta la deben purgar. De los casos por qué eso se debe hacer, yo no tengo ahora que tratar de eso, que la Religión lo mirará muy bien. Sólo digo que eso se haga con el recato y misericordia que Dios manda y que primero se intenten
todos los caminos posibles para que, no dañando ni destruyendo la communidad, no se pierda y destruya el sujeto singular k.
En materia tan grave me parece ha menester el juez muchas cosas para justificar la causa y rigor que usó con su hermano. En el tercer libro de los Reyes se lee de aquel amalecita l a quien Saúl le pidió que lo acabase de matar, porque estaba en las angustias de la muerte, que trayendo las nuevas a David de la m muerte de Saúl su contrario le dijo David: ¿Cómo sabes tú que Saúl es muerto? Le respondió: A caso, señor, vine al monte de Gelboé y Saúl estaba atravesado con su lanza, y muchedumbre de soldados del ejército estaba ya muy cerca que venía sobre él. Volviendo su cabeza y viéndome, me llamó y me dijo: ¿Quién eres tú? Respondíle: Yo, señor, soy amalecita. Pues está sobre mí y mátame, porque las angustias de la muerte me afligen y aún el alma no ha salido de mí. Entonces yo hice lo que me mandaba y n llegándome a él lo maté. Bien sabía yo, señor, que no podía ya él vivir. Entonces le dijo David: ¿De dónde eres tú? Yo —dice—, señor, soy hijo de un estranjero amalecita. Entonces le dijo David: Quare non timuisti mittere manum tuam ut occideres christum Domini? 131 Y llamando a uno de sus siervos y criados mandó que allí lo matasen y acabasen con él 132. ¿Qué rigor es éste, sancto rey David? ¿Dónde vuestra piedad, clemencia y misericordia y vuestro perdonar injurias? ¿Qué culpa es la que este pobre hombre cometió? Ya Saúl estaba atravesado con su lanza, dice [251v] que no podía ya vivir; y cuando pudiera, todo el ejército venía ya sobre él que allí lo acabaran. Otra escusa es decir que el propio o Saúl se lo mandó y que en aquello le hizo servicio, porque lo descargó de las angustias y penas de la muerte; y que esto lo hizo con tanto sentimiento como mostraba, pues le trai la nueva cubierto de ceniza y vestido de cilicio p. Todas estas escusas no lo escusan con David, sino que al momento lo manda acabar y quitar la vida, diciendo que ¿cómo no temió poner las manos en el ungido del Señor?
¡Oh, caso riguroso que debe hacer temer y temblar a los que, como digo, entriegan a la muerte a los ungidos y a los que en otro tiempo han sido verdaderos religiosos! ¿Quién no se escusaría con decir que sentencian con dolor y sentimiento y que ya son culpas que no tienen remedio, y que a los tales no hay reducirlos a vida y que, cuando ellos no los sentencien, vendrán otros jueces que lo harán, y que los propios culpados piden la expulsión por las grandes angustias y afliciones que ya tienen en la religión? ¿Quién no q entendería ésas no eran escusas bastantes? Y sobre todas ésas halla David culpa digna de muerte. ¿Cuál será la culpa que el juez tendría si en su sentencia se hallase pasión y no culpa suficiente, si fuese hombre que podía vivir y remediarse el culpado, hombre que siente y llora el absentarse de sus hermanos, que
no lo pide, sino que lo contradice? ¡Oh, cómo debe de ser recia cosa poner las manos para sentenciar y firmar una condenación como ésa contra el ungido y contra el cristo del Señor! No digo yo que no se expela el que conviniere; lo que digo es que se mire y se remire, se considere y se premedite, que por cualquier parte que la misericordia tuviere entrada se le abra la puerta para que entre, y no se estorbe dándole en estos casos con las puertas en los ojos.
Volvamos al intento de donde arriba salimos. Iba probando cómo no contradice al recogimiento y oración la conversión de las almas, y al remedio de sus necesidades. Probélo con lo que los sanctos nos enseñaron en el Testamento viejo y nuevo. [252r] También decíamos que no era ocasión bastante no quedar eso asentado en el principio de la fundación de la tal religión y cómo muchas veces en el cielo descubre Dios a los sanctos fundadores algunas cosas para mayor bien y gloria de su religión que en la tierra les estuvieron scondidas; y que la manifestación de esta voluntad se echaba de ver muchas veces por las inspiraciones y mociones de algunos particulares siervos de Dios, como cuando vemos abrasar una casa de una sola centella que cayó en algún lugar escondido. Y también hemos dicho r que algunas cosas de éstas me daban s a entender no ser contra el instituto de los padres carmelitas descalzos el acudir con su exemplo t, virtud y letras al reparo y remedio de tantos reinos, pues dice el Spíritu Sancto que menos provecho tiene el thesoro scondido u y la sciencia no vista que v cuando salen a la plaza y hacen sus empleos 133.
Ahora, pues, me falta por probar cómo desta verdad la sancta madre Theresa nos dejó unas vislumbres y ganas de lo que en otro tiempo ella desearíe se pusiese en execución. Ya hemos dicho cómo por aquellos principios w no debiera convenir quedase expresado porque el grande celo y fervor que entonces había en las almas no abrazase dificultades que el cuerpo no pudiese sustentar. Porque, aunque es verdad que las victorias se alcanzan en estas ocasiones muriendo y padeciendo, pero convenía que los que eran y habíen de ser padres de la religión no muriesen sin dejar hijos; que, cuando ellos fuesen privados de ese bien, que era morir por la conversión de las almas, después lo conseguían en los hijos que criaban x. Los cuales, por la virtud y perfección que se transfundía y pasaba de y padres a hijos, se entregarían y ofrecerían z de muy buena gana la vida, en imitación de Cristo, por las almas redimidas con su a sangre, y así no perderíen el mérito b, sino que se lo daría Dios dilatado y mejorado c. Digo mejorado porque, siendo Dios el que paga los bienes de los hijos en los padres 134, en eso, como en
las demás cosas, debe haber la correspondencia del ciento por uno; y si por sus trabajos y exemplos salieron hijos despreciadores de su propia vida, esa muerte en vida y en la aureola de mártires d se ha de hallar en los padres.
El Spíritu Sancto dice que el hijo sabio es honra del padre 135. Más es honra que sabiduría, buena fama que letras, porque [252v] la sciencia e y las letras sin honra y buena fama no valen f nada y, por el contrario, la honra sin letras vale mucho. Pues si la honra vale más que la sciencia y la sciencia en el hijo corresponde en honra que más vale en el padre, el entriego de la vida, la muerte y martirio en los hijos ¿qué valdrá en los padres, pues en ellos paga Dios en cosa que vale más lo que en los hijos se estima o tiene en menos?
De donde advierto que muy poquitos fundadores de religiones, que yo sepa, o ningunos, han muerto mártires; antes leemos que buscando las ocasiones se las ha despinctado Dios cuanto al efecto. Pongamos los ojos en los fundadores de las religiones que acá conocemos: san Benito, san Jerónimo, san Bernardo, san Agustín, sancto Domingo, san Francisco y nuestros sanctos fundadores 136. Ninguno hallamos que muriese mártir y, por otra parte, hallamos tantos millares de hijos suyos en las religiones que derramaron de buena gana su sangre por Cristo por la defensa de su fee y conversión de las almas. Pues bien se deja entender que a quien Dios escogía para padre no se debía de particularizar con todos los que de veras lo eran para negarles lo que era de tanta estima en los hijos, como era el martirio. Sospéchome debiera de ser la causa porque era tanto lo que Dios gustaba de que tuviesen hijos y que en ellos alcanzasen y tuviesen lo que en sus personas deseaban, que por el bien de muchos los privaba a ellos de esa gloria visible y aparente a los ojos de los hombres. Cuánto más que el martirio del hijo g en muerte sabemos que lo llama la Iglesia martirio de los padres en vida. Y así, a sancta Sinphorosa, por haber animado a sus h hijos al martirio, y a sancta Felicitas, por haberse hallado presente, y a otros muchos padres a quien en los hijos, por el grande sentimiento y gozo que tienen de verlos padecer por Cristo, en ese sentimiento y gozo les da Dios transformado el premio y paga del martirio. No hay que andar buscando más exemplo de esta verdad que la que tenemos en la Virgen María, a la cual la llamamos y tenemos por mártir de los mártires por haberse hallado al pie de la cruz y allí fue donde su corazón fue traspasado con tantos cuchillos y angustias.
Verdad es, hermanos, que los padres se regocijan y huelgan de ver padecer por Cristo a sus hijos y que hagan tan buenos enpleos de su vida, pero, por otra parte, la porción [253r] inferior y parte sensitiva no puede dejar de sentir a la medida del amor que a sus hijos tienen,
y ese amor y tormento que ellos padecen es quien a los padres los hace mártires. Yo pienso que en vida muchos de los sanctos fundadores alcanzaron a ver muchos hijos mártires, en quien Dios les daríe premio de muchos martirios y así su parte quedaríe mejorada.
Dije también que el i premio de los padres en la crianza de los hijos quedaríe, demás de quedar mejorado, quedaríe dilatado, porque la crianza de los hijos, si es como se debe, particularmente el día de hoy, en las fundaciones de las religiones no es otra cosa sino una muerte y martirio dilatado. De donde los sanctos en más estiman de san Martín que no recusase el trabajo de la vida en acudir a sus hijos y súbditos que no el ofrecerse a la muerte, cuando dijo: Si adhuc populo tuo sum necessarius, non recuso labores 137. Y a las vírgines por sus penitencias las llama la Iglesia dos veces mártires cuando en sus fiestas canta un hipno que dice: Haec tua virgo duplici beata sorte, dum gestit fragilem domare corporis sexum, etc. 138 Pues pregunto yo: [si] en sí la penitencia dilatada hace dos veces mártires, ¿qué penitencia hay que se iguale a tener y criar hijos, pues tantas son las diferencias de penitencias y dilaciones de martirios cuantos son los hijos que un padre tiene, y tanto cuanto duran en la tierra hasta ponerlos en seguro en el cielo les dura el martirio?
Concluyamos esto: dado caso que a los primeros no les defrauda Dios este bien de mártires, por no los poner en las ocasiones, es cierto en los principios los quiere Dios ocupados en criar hijos, dejando la ejecución del martirio y el derramar sangre para la religión dilatada y aumentada. Y ésta hallo que debiera de ser ocasión por qué en sus principios la sancta madre Theresa de Jesús no descubrió a los primeros y a los que habíen de ser padres el gusto y voluntad que Dios tendría de que después, en tiempo, se ofreciesen a las ocasiones buscando conversión de almas. Y junto con dejarlo encubierto, me parece dejó unas vislumbres y asomos de que después, en tiempo más apto, eso seríe su gusto y voluntad de Dios y que saldríe a luz cuando Su Majestad lo ordenare.
Los que echan fuego a los montes, muy ordinario es meter el fuego en cosa que por algunos días no parezca, [253v] hasta que ellos se hayan j puesto en cobro y huida; y después, al cabo de algunos días en k que ha ido quemando y consumiendo los estorbos que tenía, levanta la llama y abrasa el monte, consiguiéndose l lo que pretendió con su traza m el tal incendiario. Este n exemplo pongo porque no se haga dificultoso entender que fuego que muchos años estuvo tapado sea el propio que después se descubre en otro tiempo. La sancta madre Theresa de Jesús diola Dios a aquella sancta religión para pegarle fuego y que
ardiese en amor y en charidad, y que este amor tuviese dos partes y dos brazos: el uno para entre los propios religiosos y personas que con ellos tratasen, el otro para contra infieles. La primera parte en vida la dejó descubierta y alzó la llama y se vido y conoció su sancto intento; el segundo brazo y parte de charidad la dejó tapada y encubierta o, que fue el acudir a la conversión de las almas, hasta que Dios fuese servido de descubrir ese fuego consumiendo primero las cosas que lo tapaban y encubrían, que eran las que arriba quedan dichas.
Tienen los sanctos una grande propiedad nacida de profunda humildad: que siempre que pueden tapar sus obras, las dejan encubiertas hasta que huyen, se asconden y ponen en cobro, para que la gloria que a ellos les han de dar se la den a sólo Dios. Y ésta seríe la causa también por qué las vislumbres, que yo digo nos habíe de dejar esta sancta p en el celo y conversión de las almas, nos las dejaríe encubiertas. Cuánto más que ya sabemos es propiedad de Dios honrar a sus siervos reservando para ellos algunas cosas particulares, pues de ellos dice Cristo que harán los milagros que él hace y otros mayores 139; y vemos cada día que la Iglesia sale con nuevas q impresas que no las tuvo en su principio, y esto para tener Dios con qué honrarla en todo tiempo. Y cuando ésa y otras sagradas religiones como ella, después de sus principios, abracen cosas que en sus principios no hicieron, no sólo no es falta, sino honra grandíssima que les hicieron sus sanctos fundadores reservando para todo tiempo obras heroicas y de gran consideración [254r] para su religión. Y éste también seríe el intento de la madre Theresa de Jesús cuando dejó tapado y encubierto el fuego que después en sus frailes habíe de abrasar reinos estraños convirtiendo en Persia y otras tierras almas a Jesucristo 140.
Ahora nos falta saber en qué dejó esta sancta mujer estas vislumbres y fuego scondido que siendo entonces centella ahora sea fuego que abrasa. Ya queda dicho arriba los particulares júbilos y alegrías spirituales que tuvo cuando vido favorecer del cielo su religión en tiempo que habíe y se levantaban tantas herejías en Francia, Flandes y otros reinos. No podía menos un corazón tan encendido en charidad sino dolerse de tantas almas como se perdían entre tantos herejes r e infieles. Y tanto más se duele una persona de la perdición de un alma cuando más sabe, entiende y conoce qué es lo que aquella tal alma pierde. De aquí es que viendo Cristo lo que perdían los que le ofendían sólo él podía sentir cual convenía los daños y males de los que lo perdían. Y así
sabemos que sólo los peccados de los hombres en los mismos hombres s sacaron lágrimas de Cristo. Y no sólo los peccados vivos hicieron esto en Su Majestad, pero el retrato del peccador en Lázaro, como algunos sanctos dicen, turbó a Cristo y le hizo derramar lágrimas cuando de él dice el evangelista que turbavit semetipsum, et lacrymatus est 141; que gimió y bramó y lloró; que no es pequeño encarecimiento decir que Cristo Jesús, mansíssimo cordero y simple paloma, se embravezca, se altere y llore delante de Lázaro muerto, en quien estaba figurado y pinctado el peccador. Todo esto hacía Cristo por ver lo que un alma pierde en perder a Dios. Lo cual también lo explicó Su Majestad por san [Lucas] cuando, viendo la ciudad de Jerusalén, llorando t sobre ella dijo: Si scires et tu, quidem in hac die tua quae ad pacem tibi 142, etc.; palabras en que le pone delante el bien que le ofrece en su entrada y los males que gana por no lo conocer. Pues digo que sólo el alma que de veras conoce a Dios ésa es la que sabe lo que es un peccado mortal y los bienes de que se priva quien le comete y hace, y ésa sola es la que se sabe doler de quien ofende a su criador. Pues, habiendo Dios dado conocimientos altíssimos de sí propio a esta sancta mujer de quien vamos tratando, ella me parece que con veras se sabríe doler y compadecer de los que ofenden a Dios y pierden tantos y tales bienes.
Tengo por cosa certíssima que a esto la quiso Dios dispertar [254v] cuando con modos extraordinarios la regalaba en la oración u manifestándose a sí propio en diferentes trajes y figuras, pues vemos que una vez se le mostró llagado todo el cuerpo, lleno de azotes, cardenales y sangre vertida y le dijo que de aquella manera le tenían puesto los peccadores y los que le ofendían 143. De suerte que con las unas y otras visiones esta sancta mujer sacaba detestación de peccados v y dolor de los peccadores, que, en cuanto era de su parte, tornaban tantas veces cuantas ofendían a llagar a Cristo y a perder los bienes eternos y gozos singulares de su compañía. Díganme, pues, por charidad, ¿cómo podía ser que le diese Dios tan grande conocimiento y sentimiento de las ofensas que los hombres hacían contra Su Majestad, le ayudase y favoreciese en el bien y aumento de su religión y que interiormente no la enderezase a que fuese remedio de tanto mal?
Bueno fuera w que entrara Dios en spíritu a un hombre en un hospital lleno de pobres llagados y enfermos y que fuese persona que los podía curar, remediar o ayudar a su salud enviándoles médicos, regalos o dineros y que, después de haber pasado esa visión, dijésemos que sólo habíe sido aquello para que se compadeciese de ellos interiormente. La verdadera compasión es remediar cuando se puede al afligido
y desconsolado con la obra, y, quien con la obra no puede, siquiera con las palabras.
Yo tengo por cosa certíssima que los sentimientos que Dios dio a esta sancta mujer de las culpas de los herejes, de la muchedumbre de infieles que no le conocían 144, que no fue sólo enderezado a que de ellos se compadeciese ni sólo fue enderezado a que rogase por ellos (que también es éste uno de los fines que tiene Dios cuando, por vía extraordinaria, da Su Majestad conocimiento de algunas caídas y defectos de nuestros hermanos); sino para que [remediase] con la obra, pues era mujer rica y poderosa, en sí y en sus frailes: en sí, siendo tan amada de Dios, para que intercediese; en sus frailes para que pusiese con ellos los medios necesarios para que se volviesen y convirtiesen a Dios, enviándolos como médicos espirituales a tantos hospitales y reinos que, padeciendo en el alma y espíritu, carecen de quien les dé remedio.
Pregunto yo: cuando llega un pobre a una puerta y sin pedir limosna enseña sus llagas y manifiesta sus enfermedades, ¿no es llano que el fin que tiene no sólo es que se compadezcan de él, sino que le curen, ayuden y den limosna? Bueno fuera que enseñara Dios a esta sancta mujer sus llagas, azotes y sangre que en su persona derramaban los que le ofendían y que dijésemos sólo pretendía compasión x. Es llano querría Su Majestad [255r] lo curasen; y esta cura no habíe de ser en su persona, sino en las de aquellos que le ofendían, volviéndolos al conocimiento de Dios y de sus miserias.
Digo también que se nos descubrieron estas vislumbres del celo de esta sancta acerca de la conversión de las almas en el gusto, contento y gana con que abrazó, viviendo, los trabajos, caminos e inquietudes corporales que esta sancta tuvo acerca de sus fundaciones, pues siendo mujer recogida y de tanta oración nada de esto le estorbaba para no salir de su celda por esos caminos a hacer sus conventos, sin perdonar los soles del verano ni fríos y heladas del invierno, sin reparar en las stremas necesidades que pasaba en los principios de las fundaciones, ya durmiendo en los suelos mujeres solas de cuyo natural es temer y tener miedo, ya y padeciendo estrema necesidad en el comer.
Ya sabemos que los verdaderos hijos han de imitar a sus padres en la cuantidad y cualidad de las cosas, según de ellos fueron enseñados y según las fuerzas de cada uno alcanzan. Esto presupuesto, denme en los padres carmelitas descalzos obras que equivalgan a las que hizo su sancta fundadora, considerando las que ella hizo en cuanto mujer y las que ellos deben hacer en cuanto hombres, y verán cómo no hallan con qué desquitar y deshacer sus obligaciones sino con lo que vamos diciendo. Porque más es en una mujer salir de su celda a hacer un convento a otra provincia que no ir un fraile a predicar a otro reino. Más fue en esta sancta mujer dormir en los suelos z en sus fundaciones
que los muchos trabajos que por los caminos pueden pasar sus religiosos a estas misiones. Más fue en ella recebir tantas monjas y frailes, sacándolos del mundo y dándoselos a Dios, que ir tantos frailes como ahora hay a convertir un reino entero. Y si no, díganme: si en un ejército viésemos que una mujer mataba de sus contrarios diez moros, el soldado y el capitán ¿qué debía matar para corresponder a lo que una mujer ha hecho? Es llano que no se contentaría sino con matar más. Y adviértase, para que no me digan que no son obligados a tanto como esta sancta mujer por haberla escogido Dios por a fundadora, que aquí yo no trato ahora sino de los trabajos corporales y de las incommodidades de los tiempos y lugares, que son los que huyen los religiosos porque dicen ésos los inquietan y perturban para no tener la oración [255v] y recogimiento que deben. Y si por alguna vía a esta tal obra están obligados, digo a esta obra de conversión de las gentes, en ella propia les dará Dios harto más alta oración que si estuvieran detrás de siete paredes, como se la dio a su sancta madre por esos caminos, cuando y donde la regalaba Dios con particular presencia suya, revelaciones y conocimiento de cosas extraordinarias. Y no temiendo en estas missiones las incommodidades del spíritu, por la confianza que siempre deben tener Dios les ha de ayudar, deben, en su tanto y según sus fuerzas, imitar a su sancta madre y hacer obras que, en su manera, le correspondan. Y «si b David c mató diez mill, mate Saúl siquiera mill» 145. Que no quiero decir hagan obras que le lleguen, pues hemos de entender a ella se le dio gracia a medida de las cosas en que la ocupaba el cielo, pero que matando, como dicen, ella diez mill, que procure yo siquiera matar mill, y que pues ella halló, tuvo y se conservó en particular gracia de Dios durmiendo por los suelos, trabajando por los caminos, que no quiera yo flaquear de suerte que quiera la oración hecha y puesta en azúcar rosado, en tanta quietud que el cuerpo se quede dormido y el alma robada de lo que pudiera ser por otro camino ella robara y alcanzara.
Siempre entendí que quien inpide la oración verdadera, recogimiento y quietud que un alma alcanza con Dios es este nuestro cuerpo y apetito sensitivo, porque no hay guzquillo tan sentido y que tantas veces ladre a cualquier musaraña que se menee como este nuestro cuerpo, que tiene más ayes y ajes que un niño y pobre de san Lázaro; y para remediar sus necesidades tiene más bocas que un pulpo, de quien habrá un mes las conté y, multiplicando d las que tenía en un lado, hallé que tenía dos mill y docientas y era muy pequeño. Y pequeño y corto es el hombre, que si atiende a sus necesidades y escucha las impertinencias del cuerpo, no tiene más de otras dos mill bocas, porque es certíssimo a cualquier parte que vuelva los ojos e e incline las orejas hallará que
le están dando mill gritos, que cualquiera de ellos es muy bastante para perturbar la quietud tan delicada que un alma tiene y posee en la oración. Y que para que ésta se conserve y guarde [256r] cual conviene, es menester buscar ocasiones para que este cuerpo no sienta tanto, no nos ladre tantas veces ni nos sea tan pedigüeño, y yo no hallo otro sino sacarlo de sus rincones conocidos. Y pues el gallo sólo canta en su muladar, quitárselo que no lo tenga, pues cosa tan baja como es un muladar le hace f erguir la cabeza, levantar la cresta y cantar a pesar de los que duermen.
No podrán creer cómo un hombre entre estraños se humilla, se rinde, se sujeta, se conoce y recoge dentro de sí, como quien no tiene g con quién tratar ni a quién pedir lo que el cuerpo le pide, sino que le ha de ser fuerza una y muchas veces hacerse sordo y no responder a quien en sí propio le pide no sólo impertinencias, sino necesidades, y que se pase sin ellas y gaste de sí propio hasta que alcanzado tanto de cuenta deje a solas el alma h, dé a Dios en lo secreto de su corazón las cuentas que le conviene.
Digo, pues, que aunque es verdad esta sancta mujer siempre, dende los principios que entendió en esta obra, tuvo grandíssima oración, como de sus scritos consta, mucho más alta la fue alcanzando cada día con estos medios de que yo voy hablando cuando, llegando a la fundación y no tiniendo cama en que dormir ni ropa con que se cubrir, el frío era fuerza que dispertando al cuerpo adurmiese al alma en los regazos de Dios y que, padeciendo hambre y trabajos, ellos propios la habíen de llevar a quien tan de ordinario con su palabra se la mataba.
Yo decía que los que se preciasen de verdaderos hijos suyos habíen de procurar imitarla en todo, en la oración y en los trabajos, porque me parece entramas cosas hacen una divina y celestial junta, como la hacen las spinas en la compañía de la rosa, que la guardan y defienden, y como hacen las spinas y palos ásperos y desnudos que train y ponen las aves en sus nidos, que les guardan las lanas y plumas delicadas que ponen en la parte de adentro. Ya sabemos que la sagrada Scritura compara la oración del justo a la varita de humo 146, y en las visiones de san Juan en i su Apocalipsi la compara al vapor y humo que salía de los inciensos que se quemaban en las brasas que traía el ángel en su mano 147. Pues si la oración se compara al humo [256v] y al vapor de los inciensos y éste no le hay si no es donde hay fuego, según eso no habrá perfecta oración si no fuere donde hubiere trabajos y cuando un alma como en fuego estuviere echada y abrasada en ellos.
Ahora adviertan por charidad los que en esta ocasión me dirán que en su celda y recogimiento procuran desembarazarse de cuidados, quietar y sosegar el cuerpo para que no pueda o no deba (por mejor decir) impedir el alma. Digo que adviertan que hay adormir el cuerpo y hay
dormirle y hay, como si dijéramos, muerte para el cuerpo. El que está adormido, juntamente con tener un sueño imperfecto, está atendiendo, oyendo y advirtiendo las cosas de acá afuera. El que duerme por entonces no advierte, pero esle fácil dispertar y atender. Pero el que muere ya parece acabó de todo punto. Pues digo que de estas tres maneras en diferentes ocasiones podemos poner el cuerpo para que deje j hacer al alma sus ejercicios spirituales en la oración. De una manera es adurmiendo el cuerpo; y entonces lo adormimos cuando de tal manera rezamos y oramos que juntamente escuchamos, oímos y aun advertimos muchas cosas de las que por acá afuera pasan y tratan. Otros hay que hacen más: que no sólo le aduermen k, pero lo duermen de suerte que en aquel rato que están en la oración sólo atienden al ejercicio spiritual del alma sin que por aquel rato el cuerpo perturbe, inquiete, hable o pida u oiga las cosas exteriores; y ésta es singular merced que Dios hace a las almas que aquí llegan. Y no digo yo aquí de los que se arroban y gozan de ese don y gracia que Dios les haya hecho, sino de aquellos que, habiéndose de veras desenbarazado de las cosas del cuerpo, se recogieron en lo escondido sin dejar portillo ni ocasión por donde el cuerpo los pudiese inquietar. Y este modo de oración del alma, estando dormido el cuerpo, aunque es bueno y alto, en fin se hace estando el cuerpo dormido, que puede dispertar y tornar de nuevo a inquietar. Y así como no es en nuestra mano dispertar cuando dormimos, sino que cuando menos pensamos o entendimos entonces nos hallamos dispiertos, de esa misma suerte, el que se [257r] recoge habiendo quietado y sosegado al cuerpo en el retrete, no es en su mano saber o entender cuánto tiempo el cuerpo querrá gozar de aquel sueño y estar contento en aquel rincón, sino que podrá ser, cuando el alma esté más segura l y en el rato más gustosa, dispertar el cuerpo con sus ordinarias inquietudes de suerte que al alma le sea necesario dejar el recogimiento y, como a niño que dispertó llorando m, coger al cuerpo y acallarlo; si tuvo calor que demasiado le afligía, darle fresco y si hambre, comida, etc.
Lo tercero, digo que hay muerte del cuerpo, que es un grado más que el sueño. Y no digo muerte que sea fin y cabo de su vida, sino algo que en algo se asemeje a la muerte. Y esta muerte se alcanza cuando, habiendo ya pasado un hombre por grandes mortificaciones interiores y exteriores y trabajos, ya el cuerpo quedó tan rendido y sujeto que no sabe decir esta boca es mía ni sabe pedir ni querer más de aquello que le dan. En esta ocasión es cuando un alma alcanza perpetua y continua oración y cuando la oración de veras se compara a la varita de humo, cuando, arrojado ya el cuerpo en el fuego de los trabajos, todo el hombre da lo que puede en esa materia.
El incienso sin lumbre güele, pero en la lumbre traciende y da todo cuanto tiene y puede. Oración tiene y olor tiene de oración el que está en su celda y recogimiento, pero digo que en medio de los trabajos
traciende y el alma da lo que puede. Y así yo entendería, si en algún tiempo Dios llevase a mis hermanos a reinos extraños donde por el bien de las almas padeciesen los cuerpos grandes trabajos e incommodidades, entendería que allí tenían más alta oración, más subida y enderezada a Dios. La pastilla cuando se echa en el fuego se procura echar muy limpia, que no lleve otra cosa mezclada que mezcle el olor y no sea tan puro cual conviene. ¡Oh, qué gran cosa es que en la oración el alma ande a solas y que en ese fuego no se queme cosa que enturbie n la pureza del olor que tiene la perfecta oración! Esta, pues, era la que tenía esta sancta mujer de quien he ido hablando por haberle dado Dios tantos trabajos y mortificaciones interiores y exteriores en sus fundaciones. [257v] Esta o oración es la que quería yo que imitasen todos los que la tuviesen por devota, y no sólo la oración, sino que, encendidos con el fuego que en ella puso Dios escondido, la imitasen abrazando trabajos, cada uno en su tanto, aprehendiendo con grandes veras la salud y remedio de las almas que están en reinos estraños.
Hemos dicho, hermanos, que esta sancta mujer con los trabajos que abrazó siendo mujer nos enseñó a abrazar esta doctrina de que voy hablando. Miraba yo unas golondrinas estotro día, que habíen criado en este convento, cómo venían una y mill veces a sustentar a sus hijos y criarlos y, después de criados, los sacaban a volar y los acompañaban en los primeros vuelos y los dejaban luego, y luego los padres se tornaban al nido como de nuevo a sacar otra cría. Parecíame a mí que con esto me enseñaban esta doctrina que voy diciendo de esta sancta mujer cuando, habiendo criado como a sus pechos, a su doctrina y exemplos, tantos siervos de Dios, los sacaba a volar y ella, como madre verdadera, no contenta con una cría de monjas, hizo otra de frailes. Y así era bien, por ser madre, y madre tan fecunda, se quedase en casa y como en el nido, sacando nuevas creaciones de hijos para Dios, contentándose p los ya criados con haberlos sacado q a volar y con haberlos acompañado en los primeros vuelos cuando ella salía de sus conventos y recogimiento y iba de tierra en tierra por sólo aumentar un convento más; y si ella parece se quedó en casa, con sólo eso que yo he dicho hizo en los trabajos que abrazó, enseñó a los hijos que volasen ellos más y que, no siendo ellos los que tenían necesidad de hacer pie en el nido, volasen y fuesen a reinos estraños donde con su vida y predicación hiciesen particular fructo.
Y podrá ser no haber puesto a caso exemplo en las golondrinas, pues ellas son las que entre los demás animales mudan tierras y pasan mares haciendo de sus alas, cuando se cansan con el vuelo, vela de la una y de la otra timón con que rompen el agua. Estraña cosa es que siendo pajarillos [258r] tan caseros se deshagan con tanta facilidad de aquella habitación donde con tanto contento ocupaban el tiempo en chirlar y cantar y se arrojen a entrarse por esa mar y a buscar tierra, temple y clima cual más y mejor les conviene. A estas avecitas debe
imitar el verdadero religioso: que, si ha tenido su habitación en el convento y celda recogida donde ha gastado el tiempo en alabar a Dios r, siendo necesario, con facilidad se deshaga de esa commodidad, se arroje en esa mar y pase a otras tierras donde más y mejor le convenga para más servicio de nuestro Señor.
Para estas ocasiones es necesario la oración y recogimiento que antes se ha tenido para hacer de ella velas a la mar, para romper cuantas dificultades a un alma se le ofrecieren. En esto se hace admirable enpleo de esas dos virtudes: oración y recogimiento. David pedía alas: Quis dabit michi pennas? Pero éstas no las pedía para estarse quedo con ellas, sino para volar: Volabo et requiescam 148; y si después del vuelo quiere descansar, yo s por aquel descanso no entiendo tanto el recogimiento cuanto el enpleo de la oración. Entonces decimos descansa una persona cuando está ejercitando su officio: el mercader cuando hace su enpleo y el labrador cuando tiene buena simencera, y el marinero cuando camina viento en popa, y el pescador cuando pesca, y David volando y haciendo enpleo de su oración haciendo las guerras de Dios, entonces descansaba.
Y yo téngolo esto por cosa certíssima que habló de este descanso. Lo primero, digo que no hablaríe del descanso y quietud que tenía en poblado ni en los palacios reales, porque el spiritual ahí no le tuvo, antes le perdió, pues ahí se le ofreció la ocasión con Bersabé y el atrevimiento con Urías 149, ni tampoco tuvo el corporal, pues ahí tenía mayores cuidados de los sucesos de la guerra; y cuando ahí tuviera descanso corporal no va ahí en ese verso tratando de él. Pues tampoco t me parece trataba del descanso y recogimiento que tuvo en los desiertos y campos, pues apenas leemos u de un día que en ellos tuviese reposo y sosiego, pues siempre andaba en guerras, unas veces huyendo y otras acometiendo. Luego pedir alas para volar y descansar era pedir oración y recogimiento interior para con esas dos cosas hacer [258v] el enpleo que en las obras y negocios de Dios tenía obligación. En las cuales obras tenía puesto su descanso, como cuando perdonaba injurias, castigaba vicios, componía salmos y rogaba por sus enemigos. Según esto, la oración y recogimiento se ha de procurar para volar y para hacer estos empleos, y nuestra quietud en esto se ha de procurar. La fiesta se hizo para descansar y cesar de los trabajos; y vemos que a el día de los trabajos de Cristo llama el evangelista día de fiesta y día de paschua: Ante diem festum Paschae 150; y esto para dar a entender al justo que en padecer por Cristo y en el hacer nuevas redenciones y rescate de almas ha de procurar poner sus fiestas y descansos.
Cierto que parece me he ido entrando poco a poco en una materia que no sé si tengo de acertarla a dejar porque, habiendo dicho lo pasado, parece que ahora quedábamos obligados a decir quién son estos que deben tratar de estas missiones y conversiones de almas en reinos
estraños. Porque llano es que esto no compete a todos, porque eso fuera confusión, falta de orden y concierto en la comunidad: que a todos se consintiese que cada uno saliese, como dicen, con su alcaidada, no obstante que no v se le pueda a cada uno quitar el hablar o decir las palabras que la fecundidad de su spíritu arroja.
Para esto querría que notásemos que las religiones tienen dos estados y tiempos diferentes: uno en su principio y otro después de ya hechas, concertadas y puestas las cosas en su lugar. Si la religión está en sus principios, cuando hay pocos religiosos y el spíritu de Dios anda más recogido y reparte sus dones más en lleno, débese atender a cada uno en particular lo que dice, habla, quiere y se inclina, porque es de entender que, habiendo pocos, en esos pocos quiere dar el Spíritu Sancto principio a las obras muchas que después se han de repartir entre todos los que después vendrán a la religión.
Como lo vemos en el principio de la religión del beato Ignacio, cuando unos se inclinaron a las letras y otros a las missiones y predicación de las gentes, y otros al trato común y ayuda de la república con sus sanctas palabras y prudentes consejos. Y aunque todas estas cosas son diferentes entre sí, son como ramas de un árbor a quien abraza un solo instituto que estos sanctos [259r] padres tienen. Y es certíssimo no les inspiró Dios tantas cosas para que aquellos poquitos religiosos y número tan corto como entonces era hiciesen, pues tan pocos no pudieran conservar tantas cosas, sino que Dios quiso en pocos entablar lo que después se habíe de hacer con muchos.
Cuando sacó Dios a Abrahán de su tierra y le enseñó las largas y muchas posesiones que le habíe de dar, no le dijo: Todo esto te daré para ti solo, sino: Tibi et semini tuo 151; para ti y para tus hijos y descendientes. Porque si para él y para un solo hijo que tenía le hubiera de dar tierras, pocas le bastaban y parece fuera cosa impertinente señalarle tan largos términos a un hombre solo que sólo habíe de tener un hijo, pues apenas en su vida las habíe de poder ver o visitar, pero hízole la merced para él y para los hijos que después hubiese de tener. Bien entiendo que si el beato Ignacio no hubiera de tener más hijos inclinados a las letras, a las missiones y conversiones de almas que los que tuvo al principio, que fuera impertinencia tomar y señalar tantas tierras, de suerte que, de cincuenta compañeros que me dicen tuvo, acotó la mayor parte del mundo con ellos, enviando unos al Japón, a las Indias, al Perú, a Francia, Italia y otras muchas tierras, de que ellos dirán. Es llano quería Dios en los principios señalarles tierra y partido para los muchos hijos que después habíe de tener. Que Dios, que es tan sabidor de las cosas —asombrándose el hombre por ver que una religión en tan pequeños principios quiera enviar los poquitos frailes que tiene a tierras tan distantes—, las dispone de suerte que, sin asombro ni admiración —porque en Dios no lo puede haber, porque éste se
causa de alguna novedad que el hombre primero no sabía, y para Dios todo es viejo y en su eternidad todo lo tiene entendido y conocido—; pues digo que, sabiéndolo todo Su Majestad, sin admiración en sus principios suele cortar mantillas tan grandes para el niño que pequeñito nace que, asombrándose los hombres pareciéndoles w cosas desproporcionadas, no las tiene por tales el mismo Dios, porque sabe que después en tiempo ha de crecer como las estrellas del cielo y polvo de la mar; y quien tanto crece, [259v] paréceme habrá menester términos en el cielo y en la tierra. Digo, pues, que tengo por cosa certíssima que, en aquellos sanctos y buenos principios que tuvo esta sancta Compañía y congregación de nuestro beato Ignacio, el Spíritu Sancto derramó sus dones en todos aquellos que fueron primero, a cuyo spíritu atendiendo su sancto fundador sin otras nuevas juntas, consejos, decretos y pareceres, como quien ya tenía los ciertos y verdaderos, no querría aguardar otro tiempo, cuando tiniendo lugar la prudencia humana los hombres guían las cosas muchas veces más por donde les parece que por donde conviene, y quiera Dios no sea manifestando sólo su juicio, discreción y parecer antes que el de Dios.
¡Oh Dios de mi alma, y si yo pudiera persuadir con veras a todos mis hermanos esta doctrina! Veo que me canso mill veces en proponerla y decirla (podrá ser tenga buena acogida en los corazones de todos). Pero veo muchas veces que algunos me la contradicen, podrá ser sea por x probarme. Veo que apenas hemos enpezado y ya veo algunos que quieren más parecer de médico que sentencia de prelado. Veo que aún no hemos enpezado y ya hay quien se muera por acudir a las juntas y dar su parecer. ¡Oh, si sólo atendiésemos a el de Dios y éste le mirásemos con buenos ojos desnudos de el nuestro! ¡Oh, si advirtiésemos que en nuestros consejos y pareceres somos hombres y que el alma está en compañía del cuerpo y pegada con este nuestro apetito sensitivo y que muchas veces el spíritu da consejo y parecer por información que ha hecho este nuestro hombre bajo, esta nuestra carne y sensualidad, y que muchas veces el que es más sancto viene mal aconsejado y, siendo el que da el consejo y parecer bueno, suele ser el consejo malo!
Quiero decir, mis hermanos, que en estos principios nos desnudemos de prudencias humanas que, tiniendo en lo de afuera buen parecer y alta sabiduría, suelen ser en lo de adentro engañosas, y tiniendo buenos principios suelen tener ruines fines. Bien veo que para la doctrina que voy hablando es necesario grande fee y rendimiento a las obras de Dios; tenerla, que para eso venimos a buscar a Dios [260r] y somos frailes descalzos. Y la fee donde entra lo primero que hace es captivar. Y así como el que captiva a su preso y esclavo lo desnuda de todo cuanto tiene, de esa misma manera, entrando la fee destas obras que en los principios hace y Dios en estas religiones reformadas, en nuestros entendimientos los ha de desnudar de nuestro propio parecer y sujetarlos a lo que Su Majestad quisiere y ordenare.
Bien veo algunos juzgan por disparate no meter ellos su mano hasta ver y palpar lo que ellos han de hacer y empezar; que cierto me parece hacemos grandíssimo agravio a Dios, que queremos medir su magnificencia con la vara corta de nuestros juicios. ¿Qué mayor disparate pudo parecer a los entendimientos humanos z, ni qué mayor discreción para alcanzar lo que pretendían en la perdición de los sanctos y martirio de los creyentes, que arrojarlos en la mar en navíos sin velas, sin timón y gobernalle, sin mantenimiento y comida? 152 ¿Quién entendiera que éstos habíen de navegar y venir a puerto deseado? Nadie por cierto. ¿Quién entendiera que echando a un sancto con una rueda de molino al cuello en alta mar habíe de salir a la orilla, sirviéndole la piedra de corcha que le ayudaba a nadar? Pues si destas cosas tenemos mill exemplos en la Scritura y vida de los sanctos que cada día obraba Dios en su primitiva Iglesia, ¿por qué para entrar yo en alta mar tengo de querer el navío bien fletado, cargado de velas y remos, como si Dios no tuviese aire de su divino Spíritu con que guiar las religiones donde él quiere y es servido? ¿Por qué hemos de desconfiar de las cosas que no mide nuestro entendimiento?
Bien a propósito viene lo que sucedió a santo Domingo de la Calzada a, quien, quiriendo hacer un puente, pidió a un hombre poderoso le prestase unos bueyes para acarrear la piedra. El cual, no tiniendo en su vacada más que toros bravos, le dijo, como haciendo burla, que fuese y tomase dos, los que él quisiese. Entonces el sancto fue y, cogiendo dos toros, le estuvieron sujetos como corderos mansos y en ellos trujo todo lo necesario para su edifico, cortando las maderas con una flaca hoz que se suele enbotar con unas pajuelas que corta en los sembrados. Lo cual [260v] no causó pequeña admiración a los que vieron tal obra; pero al sancto ninguna le causó, porque sabía que Dios era admirable en sus obras 153 y que todo le era fácil para lo que él quería y era servido.
Ciencia es ésta que cada día Dios nos la enseña en las religiones. ¡Cuántos hombres hemos visto cerriles en el siglo, hechos toros, vengativos, rufianes, matadores, que a mill pasos no habíe quien se les llegase a hablar, y después los hemos visto b uncidos c y sujetos al yugo de Cristo, de sus preceptos y consejos, cargados como borricos y hechos ganapanes de la Iglesia y religión! ¡Cuántas veces hemos visto lenguas flacas cortar Dios con ellas corazones fuertes y sacarlos de los bosques espesos de este mal mundo y meterlos Dios para vigas de oloroso cedro en su Iglesia! Si esto que es más hace Dios por el bien de una religión sin lo entender ni percibir un hombre, ¿por qué ha de desconfiar en los viajes acertados que el Spíritu Sancto puede pretender en una religión en su principio sin consejo y parecer de los que el mundo llama prudentes?
¡Cuántas veces ha pretendido un hombre una cosa y aplicado a ella mill juicios y pareceres que para ella tuviera, y acudiendo a Dios en la oración salir de ella trocado con contrario parecer y ser éste el que convenía y, por el contrario, sucediera perdición en el caso que se pretendía! Hartas cosas pudiera yo traer en confirmación de esta verdad. Muchas veces me ha sucedido estar determinado de hacer una cosa y tener para ello todas las reglas de prudencia que me ayudaban y todas las razones naturales y, deseando acertar, las he puesto en las manos y oración de algún siervo de Dios —cuya sciencia en cosas de la tierra era ignorancia, sólo alcanzaba su saber d lo que convenía a su estado: a tratar con Dios y tener mucha oración—, y salir de ella con que haga lo contrario de lo que mi parecer y reglas humanas me enseñaban; y quizá por haberme resignado en parecer de siervos de Dios ignorantes al mundo y discretos para con Dios, me ha valido la vida y hechura de la Religión.
Y también sabemos que en la primitiva Iglesia los casos más arduos y dificultosos se concluían y determinaban en la oración, y de ella salían las acertadas difiniciones y decretos de lo que más convenía hacer 154, porque en ella enseña Dios a un alma desasida de su propio parecer e interés. En la oración, si es cual debe, se vivifica la fee y se estiende y echa ramas tan largas que de ellas alcanza un alma quizá más de lo que imaginó; la charidad se dilata y crece; la esperanza se fortifica. Que son las tres virtudes que como tres potencias rigen y gobiernan un alma por los caminos derechos y acertados; [261r] son virtudes que muchas veces hacen obrar al hombre cosas que en otro tiempo le parecieran disparates por considerarlas grandes y él muy flaco y para poco; y después de haber cobrado fuerzas en la oración, con el aumento de estas tres virtudes, todo le parece fácil y aun poco para lo que Dios puede con un gusanillo.
Bien sé que los prudentes y sabios por discursos y pareceres humanos, particularmente si son religiosos, me han de responder e que también ellos encomiendan a Dios los negocios que se les ofrecen y que acuden a la oración. A quien yo podré responder con un exemplo bien común de lo que sucede en las elecciones f cuando dicen la missa del Spíritu Sancto: que cuando entran a decirla, ya cada uno lleva hecho su soborno, su negociación g, pandilla y juntas; y si el Spíritu Sancto, a quien invocan en aquella ocasión, bajase visiblemente h y les dijese lo contrario de lo que ellos llevan ya pensado y determinado, dirían que era tentación o el demonio en ángel de luz 155, y se dejaríen matar antes que torcer su brazo por la parte contraria. Lo propio digo yo de los prudentes que dicen acuden a la oración para sus negocios. No sé yo qué oración es la que tienen o para qué la llaman oración si cuando entran en ella
ya van vestidos de su parecer y derribados y rendidos a la fuerza que les hizo una razoncilla aparente humana. Ahora pregunto yo: cuando uno va a un letrado por un parecer acerca de un caso dificultoso, si le dijese: Señor, yo vengo determinado de hacer esto y seguir esto porque para ello me obliga esta y esta razón, ¿qué le parece a vuestra merced que haga? Paréceme que era digno de responderle: Que os vais noramala. ¿Para qué venís a hacer burla del parecer del letrado si vos venís ya determinado de lo que habéis de hacer?
¡Oh buen Dios!, y qué de ellos te afrentan y agravian en cuanto es de su parte en esta manera: que, ya determinados y aferrados en su antojo, acuden a Dios a que les diga lo que le parece sobre aquel caso. A quien Dios no responde ni inspira porque no lo merecen, antes son dignos de cualquier castigo y que los deje in desideria cordis eorum 156; que los entriegue en sus deseos y los deje caer en réprobos sentidos. El acudir a Dios en la oración por un parecer es acudir con simplicidad, la voluntad desnuda y el hombre interior rendido y determinado de hacer lo que sintieren ser más voluntad de Dios, séase lo que se fuere.
Dicen algunos que no han de aguardar milagros de que Dios los hable. Es verdad que no han de querer ni pedir milagros, [261v] pero sin milagros tiene Dios mill caminos por donde enderezar las cosas de suerte que el hombre venga a hacer su voluntad divina i sin que te hable y sin que tú te asombres de los modos extraordinarios que Dios tiene para llevar el agua a su molino. También te quiero decir que todas las obras de Dios, por pequeñas que sean, son inmensos milagros, sino que el trato ordinario que Dios tiene de obrarlas con el hombre ése les hace no parecer obras milagrosas. Y es certíssimo, si el hombre de veras y con la resignación que digo acudiese a la oración, por vías que él no sabe ni entiende veríe j trocados sus negocios y, pensando que son cosas a caso, son milagros grandes. Sólo podría confirmar esto con un exemplo que pasa cada día. Cuando hay necesidad de agua en la tierra, no obstante que el repertorio diga que no ha de llover, pedimos agua, acudimos a la oración, hacemos procesiones y ofrecemos sacrificios y con veras pedimos a Dios agua. Y vemos que contra las reglas naturales llueve y acude Dios a nuestras necesidades. Y no echamos de ver si fue milagro, pareciendo k que aquel temporal es ordinario —vimos levantar el aire ábrego y que éste sacó nubes y en poco tiempo llovió Dios—, pareciéndonos que de esa misma manera sucede siempre que llueve. Y no consideramos las cosas que habíe en contrario para que el cielo nos diese agua.
Ahora podría yo en este caso decir l a los prudentes del siglo que se afierran con las razones que les ditan sus juicios: ¿para qué piden agua si los planetas y movimientos de los cielos están contrarios, los cuales por su vía ordinaria necesariamente obran? Diránme: Hermano,
porque Dios es sobre todo y puede trocar los tiempos y mudar los planetas o, por lo menos, contra su curso ordinario disponer por entonces las cosas. Pues a eso torno yo a decir: si confiesas que contra lo natural obra Dios, ¿por qué esa obra no la tienes por milagrosa? Dirásme que porque es obra ordinaria el llover, por eso no reparas en ella. Pues de la propia suerte digo yo: cuando la prudencia y razones humanas nos enseñen una cosa y que nos parezca que es fuerza el hacerla y obrarla, hemos de acudir a Dios a la oración y con sacrificios a que Su Majestad enderece las cosas como más convenga. Dirás: Hermano, va mucha diferencia de los planetas contra quien obra Dios cuando llueve a la voluntad del hombre, porque los planetas no contradicen, sino dejan a que Dios obre como él fuere servido, no obstante sus movimientos e influencias naturales, pero el hombre tiene una voluntad [262r] opuesta y contraria cuando ya está determinado, por lo que a él le parece, a echar por aquel camino; y así no habrá que acudir a Dios en aquella ocasión porque Dios no fuerza a la voluntad del hombre. Digo que es verdad que a nadie le quita el libre albedrío, pero lo obliga de suerte que dejándolo libre se vea por muchas cosas como obligado a trocar parecer; y si no, bien puede Dios coger el agua de más arriba y sin que llegue al parecer de éste que es contrario y opuesto a la tal obra. Y si vieres estas obras contra tus razones y pareceres trocadas, ¿por qué no las tendrás por milagros, como cosas que Dios obró contra el curso ordinario de los planetas y pareceres a quien Dios las tenía sujetas? Dirás que porque ese modo de obrar y suceder las cosas lo tienes por ordinario. Pues pregunto yo: el ser m milagro ordinario ¿quítale el ser y grandeza que en sí tiene encerrado y la fuerza que hizo la poderosa mano de Dios para obrarlo por caminos que tú no echases de ver si era o no era milagro?
De aquí entenderemos cuánto yerran los que habiendo aferrado en sus pareceres, viéndose concluidos con sus razones rateras, no quieren acudir a Dios diciendo que no lo han de tentar en pedirle milagros. Yo digo que en semejantes ocasiones no le pido yo a Su Majestad haga milagros, que Dios es infinito y por infinitos modos que yo no sé puede Su Majestad obrar lo que él fuere servido sin meter yo la mano en cómo lo obra. Yo tengo obligación de confiar en Su Majestad en todas mis obras les dará el fin que convenga y tanto cuanto fueren mayores tanto mayor debe ser mi confianza. Si confiando yo en cosas grandes Dios se diere por obligado a hacer milagros, hágalos norabuena, que de mi parte es el confiar y de la suya es el hacer lo que fuere servido.
Cristo dice que el que tuviere fee como un grano de mostaza pasará un monte de una parte a otra 157. Yo soy obligado de mi parte a procurar tener esta fee, luego digamos que ¿porque yo procuro fee viva como un grano de mostaza o como una torre, procuro y quiero hacer
milagros? No quiero tal, sino la fee busco y pretendo n; los milagros haga Dios lo que fuere servido. Lo propio digo yo: me arrojo a abrazar una obra grande que parece disparate el acometerla y dicen que tiento a Dios y que pido milagro. No pido, sino procuro confiar en Dios, que es el que todo lo puede. Si por confiar y tener fee Su Majestad allanó [262v] los montes y quitó las dificultades y hizo milagro, yo no le pedí que hiciese milagro; él es el que por su bondad hace lo que es servido y yo por mi flaqueza en lo pequeño y en lo grande soy el que debo confiar que él, por quien es, obrará y hará maravillas contra la flaqueza de mis discursos, razones y prudencia humana, unas veces manifestando sus obras milagrosas, otras veces encubriéndolas. Lo cual hace Dios según la fee que halla en la persona con quien trata. Si es amigo y hombre de grande fee, nada le encubre, al descubierto trata con él y le muestra la facilidad con que hace obras extraordinarias por el bien del hombre. Si es hombre de poca fee y que a nada le ha obligado y que por razones y fines que Dios tuvo trocó las cosas, bien sabe encubrir la grandeza de la obra extraordinaria. Así lo dice Cristo a sus discípulos: Vobis datum est nosse mysterium Regni Dei; caeteris autem, in parabolis ut videntes non videant, et intelligentes non intelligant 158; a unos para que le alaben y a otros porque no mereciéndolo no lo vean, como estos a quien de ordinario por sus peccados Dios les esconde el conocimiento de la grandeza de sus obras y todo lo reducen a vía ordinaria y piensan son hechos a caso.
De o esta ceguedad que tienen, mediante la cual no merecieron ver lo que los justos, de ahí les nace el no confiar en cosas grandes en quien ellos sienten alguna dificultad y el no acudir a Dios con verdadero rendimiento a que Su Majestad ordene lo que más y mejor le p pareciere, porque dicen que es tentar a Dios y obligarle a que haga milagros, como si cada momento Dios no los hiciese, como si todas las obras de Dios no fuesen puros y enteros milagros; sino que, como ellos no los ven, no los conocen, no quieren de su parte ponerlo en esa ocasión. Pero los justos, que ven, conocen y contemplan las obras de Dios, como en todas ellas hallan un asombro y pasmo sobre todos los juicios de los hombres, nunca jamás dudan ni dificultan la hechura de la obra que ponen en las manos de Dios, antes este conocimiento que Dios les dio en la consideración de unas obras les aumenta la fee y la confianza en las que esperan, y aun suele subir tanto de punto que por ninguna vía q les queda r duda, temor o miedo de que Dios no haya de hacer la tal obra, dándose Dios por obligado de la tal fee y confianza que en Su Majestad tuvo la tal alma.
Por más [263r] obligado se da el hombre a quien ya le conocen que es liberal y largo para dar limosna que si no le conociesen, porque,
como tiene ya ganado aquel buen nombre con la persona que le ruega y pide, no quiere perderlo, sino conservarlo a trueco de hacer lo que le piden en la ocasión presente, aunque sea cosa dificultosa. ¡Oh qué buen nombre tiene Dios con los justos! Nombre y fama de magnífico, liberal, poderoso, inmenso e infinito, el que todo lo puede y nada se le cai de las manos porque no lo pudiese hacer. Están siempre los justos en la consideración de estas obras de Dios cada día mill veces y por mucho tiempo entretenidos y ocupados en ver la facilidad con que Dios obra todo lo que quiere, y como pajarillos parleros andan saltando de una obra maravillosa en otra, dándole infinitas gracias porque es bueno, porque es infinito y poderoso y porque tantas veces quiere en bien y en provecho del hombre hacer cosas que nuestro juicio no las puede medir ni tantear. Viendo, pues, Dios la buena fama que tiene ya con estas almas, cuando le llegan a pedir confiando de veras alguna cosa, aunque sea dificultosa, la hace, que no quiere perder su buen crédito, sino llevarlo muy adelante. Y pues es propio de su bondad ser comunicativo 159 y por parte del hombre no se detiene esta communicación, porque la confianza quita estorbos, abre la puerta y limpia las partes por donde esa agua corre, haciendo eso el hombre de su parte, ¿qué ha de hacer Dios sino decir que corra norabuena y que se haga todo lo que el justo quisiere, con quien ya es tan conocido que no le sirven disimulos, que en ellos sabe tan bien descubrirlo y manifestarlo?
Por el contrario, el hombre que en las obras de Dios, por ser a su juicio un poco grandes o dificultosas, acude a la prudencia humana, a los pareceres y juicios rateros, no considerando el poder y querer de Dios, la grandeza de sus obras maravillosas que cada día hace, desconfiando de Dios y confiando en sus juicios y buenas diligencias, ordenan sus cosas s con estos juicios y estas diligencias y con sus desconfianzas estorban y detienen esta inmensa bondad con que Dios se está comunicando a todas las criaturas en lo fácil y en lo dificultoso. Y siendo el hombre tan nada de sola su parte, todo es nada lo que hace y lo que obra; y, siendo todo nada, piensa el desventurado que también es nada lo que Dios puede. A lo menos [263v] acertaríe si pensase que todo es nada lo que en esas ocasiones hace Dios con él en comparación de lo que haría si se dispusiese de su parte, si supiese confiar y acudiese con veras a Dios puniéndolo en sus manos, como hace el verdadero religioso que t así confía, como si no hubiera mundo ni gente que le hubiera de dar la mano para aquello que pretende.
No digo que se debe nadie echar a dormir ni descuidarse. Dios me libre. Ya ahí viniéramos a caer en el descuido y vana confianza del hereje, que todo se lo deja a Dios sin querer él poner nada de su parte. Lo que queremos decir es que, cuando el hombre tomare algo a su cuenta y hiciere algunas obras, que entienda que lo perfecto y
bueno de ellas es de Dios y quien vence todas las dificultades es Dios y quien les da el ser es Dios; y que sin él nada es el hombre más que un triste gusanillo, a quien tomó Su Majestad por instrumento para lo honrar en la tal obra grande que Su Majestad quiso hacer. Y que advierta que es instrumento libre que puede u querer y no querer y que debe, en esas ocasiones en que Dios le eligiere para el buen obrar, no sólo no contradecir, pero hacer de su parte todo lo que en él fuere trabajando, velando y solicitando las tales obras, y entender de cierto que de tal manera las hace y obra Dios que, dejándolas él, les dará también Dios de mano. Por eso el evangelio llamó locas a aquellas cinco vírgines que halló durmiendo el esposo, cuando vino a las bodas, y sin aceite y luz en sus lámparas 160. Harto es que el sposo se les entre por sus puertas sin que ellas quieran recebirlo, a escuras y durmiendo, porque no hay mayor locura que quererle dejar a Dios con la una y otra parte de lo que Su Majestad y nosotros debemos hacer y quedarnos mano sobre mano.
Dijimos v arriba, tratando de esta confianza que el verdadero siervo de Dios debe tener en Su Majestad, que las religiones tenían dos estados. Uno era en sus principios, cuando acude Dios con larga mano, cuando al hombre le falta para tantas dificultades como se le ofrecen consejos y pareceres humanos, cuando, por ser las obras más que humanas, se alejan tanto de su juicio y entendimiento que no divisan tierra ni aun ven el norte ordinario que los rige y gobierna en las cosas ordinarias que los hombres hacen w. En este estado y ocasión parece que hemos desnudado al hombre casi del todo para que en todo acuda a Dios y del todo confíe en Su [264r] Majestad y entienda que en esas ocasiones hace Dios a dos manos: con la una acude a la hechura de la obra y con la otra acude a elevar y levantar nuestra flaqueza, a que confíe sobre todo el poder humano, que es muy corto en semejantes ocasiones.
El segundo estado de las religiones es cuando ya crecieron en todas las cosas, cuando ya Dios les dio sujetos y personas en quien Su Majestad depositó sus consejos y sabiduría repartiendo en ellos el Spíritu Sancto sus dones como fue servido. En este estado también debe el hombre confiar y no debe entender que, porque tenga él buen entendimiento, buen discurso y buena razón, en las obras que hace duerme Dios, que el mismo hacedor es de esas obras que es el que en el principio de las religiones las hace sin ayuda al parecer; antes se debe dar por más obligado y agradecido, porque de las tales obras x le dio tan buena parte que tuviese consejo y parecer en lo dificultoso de ellas y.
No porque un caño vierta el agua dentro de mi casa me tengo de descuidar y olvidar de la fuente de donde mana, porque el caño es nada y no es sino un arcaduz por donde pasa el agua. Y lo propio es
verterla la fuente inmediatamente que z enviarla por otros condutos para lo que es el agradecerla. De manera que en lo que toca a creer y confiar siempre el hombre en todas sus obras y en todo tiempo debe ser de una manera. Lo que quiero decir es que cuando las religiones están ya hechas, bien ordenadas, concertadas y con sujetos sanctos y dispuestos, que no desprecie yo el consejo del siervo de Dios, sino que lo estime y por ese bien que Dios puso en él lo reverencie y entienda que toda es un agua la que éste vierte por su lengua cuando me aconseja según Dios le inspira y la que Dios derrama.
Digo también al que da el consejo que advierta que el hombre es como unas fuentes o baños que tienen dos manantiales: uno de agua caliente y otro de agua fría, uno de salobre y otro de dulce. Y que tiene grande necesidad, cuando el pobrecito e ignorante acudiere por el consejo, de mirar qué agua le da y qué parecer le acommoda. Quiero decir que el hombre por una parte es inspirado de Dios y por ahí siempre en su alma se vierte y nace agua clara. Por la parte que es hombre y de carne, tiene propio parecer y por ahí se derrama el agua fría salobre y, como agua que pasó y vino por tierra baja, no tan clara. Y si el que viene a coger esta agua es ignorante, poco repara en el consejo que le dan. [264v] Su cantarillo enllena, sabe que lleva agua, pero no sabe si es salobre o dulce, si el consejo es bueno o malo hasta que sea probado en la hechura de la obra. Y así debe tener grande cuenta en dar el consejo muy desasido de carne y sangre y según más y mejor sintiere ser voluntad de Dios. Que como en el hombre están tan juntos alma y cuerpo, carne y espíritu, es fácil el trocarse los pareceres y dar carne por spíritu y cuerpo por alma.
Pues digo que, cuando las religiones ya llegaron a estado de que en ellas tenga Dios ayudadores, reparte Su Majestad su obra por piezas, y haciéndolo Su Majestad todo en el principio, por no hallar quien todo así junto lo menease y hiciese, después reparte la a obra en pedazos, dando de ella a unos lo especulativo y a otros lo prático, a unos el dispertarlo y a otros el moverlo y a otros el perficionarlo. En estas ocasiones, aunque es verdad, como queda dicho, el siervo de Dios, como en las demás ocasiones que se le b hubieren ofrecido, debe confiar y esperar en Dios, de quien todo lo bueno viene 161, venga por lo derecho, recibiéndolo de su mano inmediatamente, venga por el rodeo, que son las manos de los hombres. Pero, como digo, en estas ocasiones, demás de esa confianza, debe acudir por el modelo de la ejecución de la obra al siervo de Dios en quien ya puso Dios y depositó sus consejos y dio prudencia para que rigiese y gobernase las tales obras. En esta ocasión ya las juntas son de más provecho por la mayor suficiencia que los sujetos tienen y por lo c mucho que Dios ayuda en todo tiempo a la
parte de los buenos y de aquellos que siempre están aparejados a hacer y aconsejar lo que más convenga a honra y gloria de nuestro Señor.
Ruego por charidad no parezca esta doctrina dificultosa ni nadie entienda que por estar nosotros tan a nuestros principios no quiero yo consejos o que los desprecio. No me pasa por la imaginación, que el consejo, si es bueno, en todo tiempo se ha de estimar y reverenciar al que lo da. De entramos a dos se ha acordado el Spíritu Sancto en los libros de la Sabiduría d encareciéndolos y avisando a los hombres que no los desprecien, sino que los reciban 162. Lo que quiero decir es que, cuando Dios enpieza una obra grande como la hechura de una religión, donde apenas se halla e hombre a quien poder acudir por el consejo y parecer, y si lo hay es tan de carne y la obra tan de spíritu que, si los hubiésemos [265r] de venir a conformar y juntar parecer de hombre tan flaco para obra tan grande, el hombre se quedaría sin dar su parecer y la obra por hacer.
Pues si mucho queremos estrechar esto y decir que, no habiendo dentro quien dé estos consejos, que los busquemos fuera, digo que es verdad, que en parte será bien, pero ellos serán como consejos de estraños y es cierto los han de dar según su profesión vieja y no según la nueva y nuevos fervores con que enpieza la religión reformada. Según esto, parece que en estas ocasiones hallamos el tiempo necesitado a que, cerrando los ojos en las cosas de acá abajo, sólo pongamos los ojos en Dios y de él aguardemos todo lo bueno; y por donde no sabemos tendremos la respuesta y determinación de lo que más nos convenga hacer.
Yo confieso que pocas veces he sido amigo de concejos abiertos, donde cada uno da su martillada, acertando bien pocas en el clavo. En estas juntas, como el ignorante f oye dar voces al rústico de las razones que formó detrás de su hogar, piensa que son acertadas y del ruido el que no sabe se deja llevar. Y muchas veces el que en la razón que propuso no tuvo más que voces, suele llevarse gran parte de la voz del pueblo y aun quizá salir con la suya. Quiero decir que no soy amigo en las religiones, particularmente en las que enpiezan, se hagan retratos de estos ayuntamientos y que chicos y grandes den sus pareceres, pues en materia de spíritu no todos son iguales, ni en letras ni en discreción.
Bien pudiera poner exemplo en este nuestro segundo capítulo nuestro, en quien yo no me hallé, aunque cuerpo presente, donde se juntaron 29 hermanos, algunos de ellos que habríe uno o dos años que habíen profesado y Dios los habíe sacado del siglo y quizá de pleitos y enbarazos que en él traían para sólo que le amasen y sirviesen y hiciesen penitencia de sus peccados. Habiéndoles cabido la suerte de procuradores, a su parecer viéronse obligados a dar sus
voces y tener sus porfías. ¡Así salieron apuradas las conclusiones! 163 Y no digo más acerca desto. Quiera la majestad de Dios en mí no sea esto soberbia. Pero digo que en tal capítulo, a todos estos hermanos nuevos, que todos lo eran, yo les diera, salvo mejor juicio, que por quince días tuvieran continua oración y recogimiento y a puro clamor obligáramos a Dios que nos enseñara cuál era su mayor voluntad, y en este tiempo yo juntara solas cuatro personas de dentro y fuera de la Religión y mirara desapasionadamente lo que más convenía y quitara de que se hicieran letrados los que aun no valían para oyentes [265v] en materia tan grave.
De aquí se entenderá la doctrina que voy diciendo y cómo en ella yo no condeno en ningún tiempo el consejo que da el que sabe y entiende, sino los consejos de los que ignoran. Y si esos consejos se toman sólo para hacer bulto, muchas veces el demonio suele hacer sus mangas en impertinencias y en cosas vanas, que a él no le falta con qué dorar y colorear lo vano. Y nadie va a la carnecería que no querría traer la carne sin güeso, y de la plaza las nueces vanas querría que no entrasen en la medida, que harto ruido tienen y hacen las que no son vanas para el provecho que después dan. Es cierto hay hombres, en esto de pareceres, que son más vanos que las gallinas, que para un güevo que ponen nos quiebran primero la cabeza. ¿Qué fuera si después el güevo fuera güero o de basilisco ponzoñoso?
¡Oh mis hermanos, y cómo siempre en todas cuantas juntas hicieren a puertas abiertas hallarán la parte de los tibios y flojos prosperada y ensalzada y la de los buenos y fervorosos caída y desechada! Procuren las menos veces que pudieren admitir a todos a carga cerrada a que den sus pareceres, den cantonada a dos maneras de gentes: a unos conocidos por tibios y flojos y a otros que no tratan de noche y de día sino en cosas de gobierno y en hacer en sus celdas más leyes impertinentes que hicieron los emperadores romanos, porque éstos, los unos con su tibieza destruyen lo bueno y riguroso; los otros, con sus prudencias y sophisterías, introducen cosas más aparentes que esenciales. Procuren llamar a sus juntas religiosos sanctos, desapasionados, penitentes y prudentes. Esta es una gente que cuando no sepa tanto de reglas de prudencia como los hijos de este siglo, Dios, por quien es, les da luz tal cual conviene y ellos de su parte obligan a Dios a que en semejantes ocasiones no los deje ni desampare. No reparen en ser frailes que no se entremeten, que lo mejor que tienen es eso para dar su voto y parecer desapasionado; no reparen en que son hombres toscos en sus palabras y razones. No quiero tratar más de esto, que creo me canso en vano. Enseñe Dios lo que más convenga por su misericordia.
Vámonos tornando donde salimos y g tratábamos h: de cómo son obligadas las religiones reformadas que ahora enpiezan con i oración y recogimiento a acudir, según sus fuerzas, a la conversión de las gentes y a dar luz a los que viven en tinieblas y obscuridad [266r] de la muerte 164, y que para dar el consejo y parecer para cosa semejante no lo han de dar todos, respecto de que la obra es grande y los hombres de nuestra cosecha muy pequeños y será lo más cierto hallar en el común quien lo contradiga, aunque por la bondad de Dios no sospecho tal cosa de nuestra Religión, sino que Dios los ha de ayudar y favorecer y dar un ánimo de gayanes, conforme lo tuvieron los sanctos en la primitiva Iglesia cuando pocos, pobres y desnudos, acometían j a reinos enteros.
También hemos dicho, aunque con alguna cortedad, cómo los sanctos, llenos de charidad, nos enseñaban k y descubrían estas impresas y nos desacobardaban con su vida y exemplos a que saliésemos de nuestros rincones. Entre estos exemplos trujimos el de la sancta madre Theresa de Jesús, abrasada en charidad y celo sancto, doliéndose de los engaños del mundo y de sus errores y de tantas ofensas como cada día los hombres cometían contra Dios, lo cual le causaba un ánimo que, siendo mujer de su natural flaca, por la gracia y sobrenatural, tan fuerte que pienso, y con mucha razón, pudiéramos decir de ella lo que de otra Judic: que para cortar la cabeza a Holofernes, después de haber tenida alta oración y rigurosos ayunos, se compuso y hermoseó su cuerpo y se entró por en medio del ejército contrario y a su buen ánimo, sancto celo y prudente discreción le entregó Dios la cabeza del capitán y puso en huida todo el pueblo contrario, pareciéndoles que si una mujer hebrea hacía aquello, ¿qué se podía aguardar de lo demás del ejército? 165 Esto propio me parece puedo considerar de esta sancta, pues, aparejada con oración, ayunos y disciplinas, no compuniendo el cuerpo porque lo principal de su guerra y batalla no era con hombres, sino con el demonio y sus secuaces, sino descompuesto su cuerpo y desnudo con los ásperos sayales que en su sagrada religión introdujo, acometió impresa tan dificultosa y se entró por en medio de todos aquellos que le hacían contradicción y no paró hasta cantar la victoria en compañía de millares de almas sanctas, así monjas como frailes, habiendo puesto primero la bandera del rigor y penitencia en las ciudades más principales de España.
Dende entonces [266v] me parece va el demonio de vencida por ver que una mujer cristiana ha cortado la cabeza a tanta sensualidad y regalo como en su tiempo habíe en el mundo, y que si una mujer sola eso hace, ¿qué se puede aguardar de los escuadrones y ejércitos que vienen en pos de ella, que tiene Dios puestos como en celada? Así se lo descubrió Dios y reveló a esta sancta mujer y en particular de una religión que entonces estaba muy caída, que se habíe de levantar
con grandíssimo fervor y hacer grande provecho en la Iglesia de Dios 166. Esto que Dios revelaba a esta sancta mujer no dejaríe siquiera por conjeturas de traslucírsele al demonio. Y así el miedo de lo presente que veía en esta sancta y el temor que tenía de lo por venir le pondría en huida o por lo menos lo acobardaríe.
Cierto, mis hermanos, que siempre que llego aquí, aunque mill veces sea, mill veces me parece que este exemplo me dispierta y que si mill veces lo miro mill veces me parece que en él hallo nuevas vidas, que vivifica y sirve de espuelas a quien es tan tibio y flaco como yo l. ¡Oh válame Dios del cielo! La charidad, aunque es verdad que en diversas gentes hace diferentes officios, pero no contrarios, de suerte que lo que obra en mí la charidad m no lo contradice en Pedro. Sólo por no hallarnos sujetos suficientes para muchas cosas juntas, reparte el ejercicio de sus operaciones como más bien visto le parece al Espíritu Sancto, de suerte que escogiendo a unos para predicar a otros escoge para curar pobres, porque unos no son suficientes para todo, pero el predicar y curar pobres no son officios contrarios, que un mismo Spíritu es el que mueve a los hombres a ellas y de una fuente nacen.
Esto presupuesto, si la charidad que esta sancta mujer tuvo no es contraria a la que nosotros debemos tener, pregunto yo: ¿por qué habíe de ser lícito en ella, justo y cosa conveniente tanta oración y recogimiento interior, juntamente con tanta charidad y deseo que se salvasen los hombres y hacer de su parte todo lo posible, pospuniendo su gusto y muchas incommodidades del cuerpo, y en mí no haya de ser justo que la charidad obre y haga lo propio? Sólo me podrán decir que a esta sancta mujer no se le dio la gracia con tanta scasez como yo la recibo. Respondo lo que a ella le dijo Dios: que si los hombres se quisiesen disponer, él propio se es el que ahora acude a los hombres y el que en el principio de [267r] la Iglesia hacía grandes sanctos 167. Y si con todo eso me dicen que por su flaqueza no se pueden disponer tanto, por n lo menos dentro de la propia especie, como dicen los artistas, ha de ser lo más o menos, sin variar lo esencial de la misma especie 168. Y si yo tengo aquella propia charidad, ha de hacer los propios efectos en mí, más o menos según más o menos hubiere en mí de charidad. Y si contradice en todo a aquellos efectos, hemos de decir, siendo aquella verdadera charidad, como se ha visto claro, que la que hay en mí no lo es, sino fingida y fantástica, pues no abrazando con gusto los trabajos y mortificaciones que trai consigo su ejercicio, quiero ser tenido, estimado y premiado como si o tuviera la perfecta charidad. Y si no, díganme, todos los que son devotos de esta sancta, por qué en ella la
charidad le habíe de obligar a buscar no sus cosas, como dice el glorioso san Pablo 169, sino la honra y gloria de Jesucristo y por ésta mill veces se dejaba a sí propia y abrazaba cosas que quien de fuera la veía entendiera que se habíe de perder; y no sólo no se perdía, sino más se ganaba, porque tomando ella a su cuenta las obras de Jesucristo, el mismo Cristo era el que cuidaba de ella, la guardaba, defendía, y en virtudes acrecentaba; y obligándole a ella la charidad para otros p en mí sólo me ha de obligar a mí propio, a mi commodidad y seguro, como si en la ganancia de mi hermano no estuviese encerrada la mía propia.
Suelen decir estos tales que a estas obras de charidad q no llegan, sino que se quedan detenidos en sí propios, buscando sólo su commodidad, tomando por capa y cubierta su salvación r, que la quieren asegurar (así sea); que la charidad ha de enpezar de sí propio. Así lo digo yo, pero añado que la charidad que enpieza de sí propio y se queda en sí propio sin pasar adelante, que debe de ser bien corta y limitada, pues no hubo charidad para su hermano estando tan junto y pegado con él que son una misma cosa, pues dice Cristo que ame mi prócximo como a mí propio 170. Que sea un mismo cuerpo el que come y que vaya la sustancia a un brazo y que no vaya al otro, o la sustancia es poca o las vías del un brazo están tapadas. Si yo y mi hermano hemos de ser una misma cosa y la charidad es el sustento y conservación de este cuerpo, yo no lo entiendo que haya charidad [267v] para mí y que no la haya para mi hermano: o no es charidad, o debe de ser que amándome yo a mí propio aborrezco a mi hermano.
La charidad en la Scritura en muchas partes es comparada al s agua. Entre todos los licuores, el que más corre, se vierte y derrama es el agua. Que veremos una fuente que se está desentrañándose a sí propia y dando cuanta agua tiene, parece t se queda ella vacía por sólo derramarse y correr por los prados y sembrados. ¡Oh, qué celestial naturaleza! Que no es codiciosa la fuente, ni temiendo que le ha de faltar el agua la guarda, conserva y detiene en sí; toda la envía y derrama y espera que para ella y las demás tierras venga otra agua, que para todo eso es poderoso Dios que tal ser y propiedad le dio. ¡Oh, si los hombres entendiesen que la charidad tiene esta propiedad: que en quien de veras se halla se hace en él, dice Cristo, una fuente que está saltando y sube a la vida eterna! 171 Si fuente, derramarse tiene por los otros lugares y extenderse tiene a sus prócximos y hermanos; si fuente, no ha de guardar la charidad para sí sólo, que si es fuente a la priesa que se derramare y communicare le vendrá más agua, que para todo es Dios poderoso.
No tengo yo por fuente la que donde nace se hunde y la que apenas se descubre cuando ya se desparece, ni u por charidad la que dentro del mismo hombre se ahoga y allí se hunde diciendo que la charidad ha de enpezar dende sí propio y apenas ha nacido en sí cuando en sí queda zabullida y apagada. ¿Qué juzgáramos de un hombre que tiniendo una moderada hacienda y llegase un hombre en estrema necesidad a la puerta y que le dijese: Andad con Dios, hermano, que lo que tengo lo he menester y la charidad ha de enpezar dende mí propio? ¡Oh padres míos, los que profesan oración y recogimiento! ¿Cómo no ven [sic] las voces de los estraños, los gritos de nuestros prócximos y hermanos que piden pan de consuelo y doctrina? v
Yo confieso que no somos ricos, que nuestra charidad no es tan grande como la que tenían los muy sanctos, pero adviertan que es terrible cosa no dolernos de nuestros hermanos [268r] en estrema necesidad sólo por enderezar la charidad a nuestro provecho y commodidad. Bien declarado está esto en aquella parábola que Cristo propuso a aquel letrado que le preguntó cuál era el mayor mandato y precepto de la ley y quién era su prócximo. A quien Cristo respondió a lo primero que el mayor mandato era amar a Dios de todo corazón, con todo nuestro entendimiento y con todas nuestras fuerzas 172. A lo segundo le propuso una parábola para que él propio juzgase cuál era su prócximo. La parábola fue de aquel hombre que salía de Jerusalén para Jericó que cayó en manos de ladrones y le dieron de cuchilladas y lo dejaron medio muerto. Por este camino, dice Cristo, pasó un sacerdote; vídolo y fuese de largo sin hacerle ningún remedio. Lo propio hizo un levita. Después, pasó un samaritano. El cual, viendo a un hombre maltratado, movióse de misericordia y llegándose a él atóle las llagas, tomóle la sangre y púsole vino y aceite, subiólo sobre su jumento, llevólo al poblado y entrególo al mesonero y pidióle que tuviese cuidado con él, que todo lo satisfaría. Y así lo hizo, porque otro día lo visitó y le trujo dineros para el gasto. Dime, dice Cristo w, ¿quién destos tres hizo officio de prócximo con este hombre maltratado? ¿Quién destos le x tuvo perfecta charidad y amor? y Respondió y dijo: Señor, paréceme que el samaritano, que es el que usó de misericordia con aquel hombre. Respondió Cristo y dijo: Bien has juzgado 173.
Ahora, pues, pregunto yo. Si éste fue prócximo, los otros que no usaron de misericordia, ¿no lo fueron? Pregunto lo segundo: ¿no era escusa el ser sacerdote y levita los dos primeros que pasaron, gente dedicada a la Iglesia y culto divino y que no era bien se apearan de sus pollinos o mulas para llevar al otro enfermo, y pues la charidad habíe de enpezar dende sí propio primero habíen de ir ellos a caballo que el otro caído? Con todo eso, veo que sólo fue juzgado por prócximo
el que se fue a pie con incommodidad a trueco de llevar acommodado al pobre. De donde juzgaremos la obligación que le corre a un siervo de Dios de acudir a las necesidades de sus hermanos spirituales aunque sea con alguna incommodidad propia suya. Pues vemos que perdió el título de prócximo y hermano el sacerdote y levita sólo por no acudir a la necesidad temporal deste pobre hombre, ¿con cuánta mayor razón la perderá [268v] el religioso y siervo de Dios que pudiendo acudir, aunque sea con algún trabajo e incomodidad suya, al bien de tantas almas, como vamos tratando [no lo hace]?
No carece de misterio haber entrado Cristo en la parábola, en lugar de medicinas, aceite y vino con que le apretó las llagas, que entramas a dos cosas son figura y retrato de la charidad: el vino por la fortaleza y el aceite por su extensión y dilatación donde cai, dando a entender que la charidad es fuerte, como dice el Spíritu Sancto: Fortis est ut mors dilectio z 174, y hace obras de gran fortaleza; y, lo segundo, es como el aceite, que donde quiera que está se extiende y dilata hasta dar la vida y alma por Cristo y en bien y provecho de sus hermanos. Y quien en las obras de charidad como las que vamos tratando no usa semejantes actos de fortaleza y se dilata y a communica a sus hermanos, no sé yo qué charidad es la que tiene.
Yo pienso que los que dicen que la charidad ha de empezar dende sí propios, no quiriéndose disponer a obra de trabajo por el bien de sus hermanos, sino buscar su comodidad b en el descanso, que no acaban de entender qué quiere decir que la charidad ha de enpezar dende sí propios. Porque si piensan que la charidad consiste en estarse mano sobre mano, ociosos, quietos, sosegados y acommodados, no lo entienden. Y adviertan que yo no trato aquí de los particulares a quien en los rincones de su casa Dios se les está communicando con grande y particular oración y contemplación. No trato sino del común, de aquellos que entre veite que tratan de oración uno es el que da en el clavo y los decinueve en la herradura; gente que la quietud y sosiego que tienen de sus personas nos lo quieren vender por oración, que quizá estuvieran mejor cavando en la güerta, fregando platos en la cocina u ocupados en otra cosa que sorbiendo, como dicen, mocos en el coro, pasando tiempo y aguardando el relox para que llegue la hora en que han de variar ejercicio.
Perdónenme por charidad que hablo tan claro. Y es la causa el no entender de qué género sea la oración que tienen algunas personas que hoy no salen más aprovechados que ayer y que siempre se están de [269r] una manera. Los cuales, por mejor encubrir su poco aprovechamiento, dicen que no son obligados a hacer otras obras más que aquellas en que los ocupa la obediencia y que el aprovechamiento adentro se queda, sin que haya en qué por de fuera se pueda juzgar. A quien
respondo yo que no hay calentura tan escondida que no se eche de ver en los labios o en la lengua; y tantas creces de la charidad como se deben aumentar cada día en tanta oración en algo se habíe de conocer y echar de ver afuera, que si el leño cuando se quema no echa llama, por lo menos él en sí propio se ve consumir y acabar. Y lo propio digo yo de estos tales religiosos que dicen aprovechan en la oración: que si no echan llama por ser inpedidos por su obediencia a hacer obras exteriores, por lo menos han de salir ellos consumidos y deshechos en ver que no pueden trabajar como ellos quisieran o en ver cómo se les dilata la otra vida. Pero digo que no sólo no salen consumidos estos de quien voy tratando, antes gordos, enteros, como lo está el leño que junto al fuego no se quema, sino sirve de asiento o banqueta en casa del labrador c: que al cabo del año queda tan entero como el primer día.
Digo, pues, que los que dicen que la charidad ha de enpezar dende sí propios y piensan que la charidad consiste en estarse acommodados, que no lo entienden. Para lo cual quiero que notemos que hay charidad y premio de charidad. La charidad es la que hemos de procurar en este mundo y guardar su premio para el otro. La charidad es un don sobrenatural que Dios derrama sobre d los corazones de los justos 175, con que perfectamente quedan unidos con el mismo Dios y fortalecidos para hacer grandes obras en servicio de Dios y de su prócximo. El premio desta charidad perfecta e está en gozar de Dios en la bienaventuranza, y en esta [vida] en enpezarle a gozar tiniendo algunos gustos y consolaciones spirituales en los rincones, que suele Dios communicar a los que de veras se llegan a él.
Digo, lo segundo, que tener perfecta charidad y no tener su premio y paga en esta vida es cosa más perfecta, según aquello que dice el Spíritu Sancto en [el Eclesiástico]: Transite ad me, [omnes] qui concupiscitis me 176; los [269v] que me amáis, pasad adelante; que es decir que no busquen interés, sino amor puro y desnudo. Así, pidiendo a Cristo Juan y Diego aquellas dos sillas de descanso en el reino de Cristo, les dijo el mismo Cristo que no sabían lo que se pedían y les ofreció su cáliz, en que les enseñó que en esta vida sólo habíen de buscar padecer por Cristo cruz y trabajos, dejando los descansos para la otra vida 177. De donde saco yo que tiene más perfecta charidad quien en este mundo padece trabajos por Cristo con mill incommodidades de cuerpo que el que en el rincón dice tiene charidad, siendo, cuando la tenga, de ella premiado en la quietud y reposo de que goza en su retrete y recogimiento.
Digo más: que, aunque es verdad que el premio de la charidad en la otra vida es gozar de Dios en continua y perpetua paz entre los bienaventurados y de este premio hay unas vislumbres, retratos o dibujos
acá abajo, que son cuando en el recogimiento un siervo de Dios Su Majestad derrama sobre sus potencias y alma un gusto, entretenimiento y quietud interior. Con todo eso digo (salvo mejor juicio, que todo lo sujeto a las censuras de los doctores, dichos de los sanctos y a lo que nuestra sancta madre Iglesia nos enseña) que, sin esos premios que Dios acá abajo communica a los que de veras le aman, hay otros mayores —y pienso en esto hay ninguna duda— y son cuando Dios concede a un su siervo que padezca por su amor, que es la dignidad que el Spíritu Sancto dice concedió Cristo a sus discípulos en los Actos de los Apóstoles f: Quoniam digni habiti sunt pro nomine Jesu contumeliam pati 178. De donde san Pablo más se preció de llamarse Paulus vinctus in Domino 179, aprisionado, encarcelado y afligido por Cristo, que arrebatado al tercer cielo 180. Y cuando Cristo examinó a san Pedro en el amor, hallándolo suficiente, no le ofreció el premio que corresponde a la charidad en materia de gustos y entretenimientos, sino en materia de trabajos, entregándole sus ovejas por quien habíe de morir y diciéndole que habíe de padecer muerte de cruz 181.
Ahora, pues, esto presupuesto, digo que, cuando decimos que la charidad ha de enpezar dende nosotros, no se entiende el premio de la charidad, sino la charidad: que primero tengo de acudir a la salvación de mi alma que no a la ajena, y que no tengo yo de hacer peccados por sacar [270r] al otro de ellos. Pero si tratamos de premios de la charidad, todos se han de posponer por el bien de un alma. Que así lo hacía san Pablo cuando quería ser anatema por sus hermanos 182; que ser anatema es ser privado de premios, no sólo los de acá abajo pospuniendo su regalo, quietud y commodidad, sino los que en la otra vida pudiera tener. Estos también posponía el sancto Moisés cuando por su pueblo y porque Dios los perdonase pedía ser borrado del libro de la vida 183. Estos ha de posponer el siervo de Dios por granjearle a Dios un alma, y no entender que la charidad es estarse él acommodado y quieto en el rincón de su celda.
Digo también que por este g camino que digo la charidad queda en este mundo más bien premiada, pues la pagan con conversión de almas, con trabajos, muerte y cruz. Prémianla con cosas que los mismos premios obligan a Dios a nuevas pagas. Porque si la charidad en este mundo la pagara Dios con dar que un su siervo le viera y gozara en su retrete, no merecía otra paga por verle; y cuando a la charidad la premia acá abajo Dios con trabajos padecidos por su amor y por el bien de las almas, esos premios y esa dignidad que Dios da de padecer porque un justo le ama, ésos piden y obligan a otros nuevos premios; y si el hombre quiere que la charidad de veras enpiece de sí propio, no sólo
en cuanto es charidad, sino en cuanto es premio, procure estos premios en trabajos y en bien de las almas y alcanzará todo lo que quisiere.
Tiene un grandíssimo bien la charidad, que si bien fuese entendido no habríe gente tan melindrosa sobre el ejercicio que de ella se tiene para con nuestros hermanos, y es que todas las cosas con su ejercicio se gastan y se consumen y la charidad en su ejercicio se aumenta; el vestido se rompe y envejece, los instrumentos con que el hombre trabaja se gastan, y el mismo hombre se consume y la vida que vive le disminuye la que le queda; y aun digo lo propio de las otras dos virtudes theologales fee y speranza: la fee tanto puede crecer y certificar h a un hombre lo que crea que haciendo evidencias y viendo con claridad la fee quede disminuida y apocada. Y es llano que cuanto más se acerca i un alma al cielo más se le van disminuyendo [270v] estas dos virtudes, tiniendo claro conocimiento de lo que creía y cierta posesión de lo que aguardaba. Pero la charidad es al revés, que es menor cuando más apartada de la bienaventuranza y mayor mientras está más cerca. Debe de ser la causa porque, así como todas las cosas, cuando más se acercan a su centro y lugar propio, más crecen en el peso, apetito y afecto con que lo desean. Como lo vemos en la piedra arrojada de un alto, que como se va acercando al suelo va creciendo en la velocidad con que baja. No hay que poner más exemplos, que claro se está. El lugar propio de la fee y de la speranza es la tierra, aquí esperamos y creemos, aquí aguardamos y vivimos en tinieblas; y cuanto más nos apartáremos de estas tinieblas y nos llegáremos a la luz de la gloria, nos vamos desnudando desta fee y de lo que esperamos cuando más nos acercamos a su posesión.
Con un exemplo ordinario que se suele traer a este propósito quedará bien entendido. Supongamos que una señora lleva dos criados por un camino, el uno para que le enseñe por dó ha de ir y el otro que le enseñe algún bien que en aquel camino busca, y que caminando esta señora de noche se dio tan buena priesa a andar que, a vistas de donde va y de lo que busca, le enpezó a amanecer, de suerte que sin dudar ella ve claro el camino por donde va y el lugar o bien que va a buscar; y que en esta ocasión dice a los criados: Ya yo no os he menester, volveos a casa; y quedándose ella sola, acompañada de la luz que le sobrevino, acabó de andar lo poco que le faltaba y como mujer que ya veía lo que buscaba se dio como entregado en ello. Lo propio hace un alma que camina para Dios en este mundo lleno de tinieblas: que para no errar el camino lleva consigo la fee que le enseñe por dónde ha de echar, lo que ha de hacer y obrar; y la esperanza también j la acompaña para que [con] la certidumbre que con ella tiene de lo que busca no se canse en viaje tan largo. Pues digo que esta alma puede haberse dado tanta priesa a caminar para Dios que adhuc en este mundo le enpiece a amanecer, de suerte que lo que le enseñaba la fee en tinieblas ya se lo enseñe y muestre la luz y claridad con [271r] que
trata Dios con ella y que también enpiece ya a palpar los premios de suerte que adhuc viendo k ya la puerta y entrada de la gloria, les diga a estos dos buenos criados que se tornen a su tierra, que ya ella ve y posee lo que creía y esperaba.
Pero digo que la charidad es por el contrario: que cuando está más apartada del lugar de los bienaventurados es menor; y mientras más se acerca es mayor y más crece, porque más se acerca a su propio sitio y lugar. Pues, tornando a nuestro notable, digo que gastándose las demás cosas con su ejercicio, la charidad crece cuando más se ejercita y cuando hace mayores y mejores enpleos. La charidad es como el fuego, que, cuando le echan más leña para quemar más, es mayor fuego, de suerte que cuando más quema más crece. Lo cual no tienen los otros elementos, pues en su ejercicio el agua se apoca, la tierra se disminuye y el aire se gasta. Pero el fuego, cuando halla más leña que quemar, es mayor, de suerte que si echándole leña al fuego dijera: «No quiero quemar, porque no me falte fuego para mí», anduviera muy errado, porque crecía quemando a los otros leños; y, creciendo quemando la otra materia, más presto se quemaba a sí propio.
¡Oh Dios de mi alma, y si esto fuese entendido como se debe, y qué al vivo hallaremos en esto lo que vamos diciendo! Si un hombre tiene poca charidad, no sólo no se le gastará ejercitándola con su hermano, sino que crecerá porque en ese ejercicio le echa leña al fuego y es virtud que, ejercitándola, no se gasta, sino que crece y se aumenta, y cuando más quema y abrasa por ejercitar sus obras con sus hermanos, más presto l quema y abrasa a la misma persona en quien está, encendiéndola más, en más y mayor amor de Dios y de su prócximo. Supuesto esto, nadie tiene que temer guardando para sí la charidad y pensando y pareciéndole que por ejercitarla con sus hermanos él haya de recebir detrimento ni menoscabo, antes muchos mejoros, como queda dicho, que los tiene el fuego a quien se le juntan nuevos combustibles que poder gastar.
También querría que advirtiesen, los que dicen que la charidad ha de enpezar dende sí propios, aquello que dice san Gregorio papa, Homilia 17 in Envangelia 184, diciendo: ¿Por qué Cristo envió de en dos en dos a sus discípulos a predicar 185?, entendiendo por este número de dos los dos [271v] preceptos de charidad, amor de Dios y del prócximo: Et minus quam inter duos charitas haberi non potest; nemo enim m proprie ad semetipsum habere charitatem dicitur, sed dilectio in alterum tendit, ut esse charitas possit. Dice que menos que entre dos no se puede hallar la charidad, porque propiamente no se puede decir que se tiene charidad a sí propio respecto de que para ser perfecta ha de atender a otro. Supuesto esto, el que
quisiere perfecta charidad amar tiene a Dios y a su prócximo; y, como dice el propio san Gregorio, homilía 27 186: Ille enim veraciter charitatem habet, qui [et] amicum diligit in n Deo, et inimicum diligit propter Deum; aquel tiene perfecta charidad que a su amigo lo ama en Dios y a su enemigo lo ama por Dios. Luego, mientras más hubiere de amor de amigos y de enemigos, habrá más perfecta charidad.
Podránme hacer una réplica diciendo cuán poco fructo se saca en estos tiempos de los trabajos padecidos por nuestros hermanos, cuán ingratos son los hombres pues, demás de no agradecer el bien que se les hace, en ellos no se ven ni hallan mejoros, por lo cual ya se tiene por tiempo ocioso y mal gastado el que con ellos se gasta, pues cada día vemos grandes simenceras y las cosechas volverse cizania, espinas y cambrones; y cuando, como dice el propheta [Isaías] se aguardaban uvas, se cogieron abrojos 187, como quizá se ve cada día en el fructo de los sermones y predicación evangélica: que la malicia y naturaleza depravada ha dado ya con los hombres en tanta obstinación que el agua clara que cai en sus corazones se vuelve turbia y llena de malas sabandijas, murmurando de los predicadores y tomando por ocasión la junta en la iglesia para sus depravados fines y abominables intentos. No hay que cansarnos en descubrir y manifestar esto, que bien notorio es a todos.
Para responder a esta réplica, hemos de notar que en este tratado hemos ido hablando del ejercicio de la charidad de tres maneras. Al principio, en cuanto nuestra sagrada Religión debía hacer conventos en el Andalucía, tierra en que el contrario decía no habíe tanta commodidad para la reforma y descalcez como en otras tierras pobres y de menos regalo, donde con más veras se conserva el spíritu de pobreza. El segundo ejercicio de las obras de charidad era en cuanto a las confesiones y predicación de los o fieles; y de este ejercicio hemos tratado poco. [272r] El tercer ejercicio de la charidad era la obligación que tiene un siervo de Dios que trata de oración y recogimiento de acudir a la conversión p de las almas en los reinos que no conocen a Dios y dar luz a los que aún se viven en tinieblas.
Yo no he tratado aquí de la obligación al segundo ejercicio de la charidad en orden a predicación y confesión y al trato ordinario de nuestros religiosos con seglares q, que es de quien habla la réplica y argumento que se nos puso. Y el día de hoy me parece nos r corre menos obligación a ese ejercicio que a estotros dos. Lo primero, porque, enpezando ahora, tenemos pocos sujetos y éstos no tan doctos como los habíe menester el vulgo bachiller y parlero el día de hoy, cuando antes que el predicador diga el sermón ya lo lleva estragado y leído en los libros de romance el holgazán y ocioso, de suerte que ya más
van al sermón por saber lo que el otro dijo y si dice algo extraordinario de lo que él sabe que por aprender la ley de Dios y venir mejorado. Para estas ocasiones no tenemos nosotros religiosos, que para tanta maldad y malicia son muy ignorantes; y para predicar y tratar con infieles, enseñarles los mandamientos y doctrina cristiana a quien la desea, me parece son suficientes. Para quien tiene estragado el estómago, gallinas no bastan; para quien tiene gana y deseo de comer, sardinas y bacallao es regalo. ¡Ay, hombres que vivís y estáis en medio de la cristiandad!, y ¿quién ha de acertar a paladear vuestro apetito y gusto que, según veo, ya enferma y descaecida vuestra naturaleza, ángeles os habían de predicar y sanctos de los que están en el cielo os habían de enseñar? ¡Ay, hermanos, y si supiesen la sed y hambre que hay entre gentiles y bárbaros, y cómo nos los tiene Dios dispuestos para que les sepa bien el convite y pan de cebada que les llevare el siervo de Dios, y cómo no nos acobardaríamos pareciéndonos somos insuficientes para tanto bien! Animo, mis hermanos, que sufficientia nostra a Deo est 188; más fructo se saca del centeno sembrado en buena tierra que no del rico trigo arrojado en pedregales.
Y si no, miren la verdad de esto en esta nuestra España: qué de doctores, qué de theólogos, qué de ciencia y qué de discretos predicadores, y qué poco fructo se ve el día de hoy, [272v] qué poco que crece la charidad y el desprecio de las cosas de la tierra, pues a cabo de tantas simenceras lo que parece en la república son homicidas, ladrones, adúlteros, codiciosos, soberbios y otros muchos adornados y vestidos de mill vicios. Lean esos libros de los padres de la Compañía de Jesús en esas missiones que hacen al Japón y a reinos estraños y verán las creces y cosechas copiosas; lean esas missiones de los padres de san Francisco y hallarán muchos frailes legos que han hecho obras tan heroicas que tienen el cielo asombrado y al infierno acobardado s, pues ha habido fraile lego que no se contenta con una ciudad, sino que reino entero ha querido dar a Dios, como se dice del sancto fray Diego t 189 en las islas de [Canarias] y del hermano fray [Antonio de S. Gregorio] en [Filipinas]. Si éstos predicaran entre nosotros, ¿qué fructo hicieran? Lo más cierto es que ninguno, según lo que vamos diciendo, porque ¿quién habíe de querer oír predicar a un fraile lego de san Francisco? ¿Quién habíe de querer oír recitar los mandamientos u, oraciones y dotrina cristiana a los hermanos de la Compañía de Jesús? Nadie. Pues estos desechados que fueran acá entre nosotros, son tan dichosos entre infieles que con decir y enseñar el Credo y las oraciones truecan corazones, convierten ciudades y trastornan mundos.
Respondo, lo segundo, en lo que toca al ejercicio segundo de la predicación y confesión en estos nuestros reinos, que ya hay tantos que por la bondad de Dios no somos nosotros tanto menester que entendamos estaba el mundo aguardando para eso nuestra reforma. Y así, yo no trato acerca de eso del ejercicio de la charidad que un religioso debe tener, no obstante que jamás debe tener la puerta cerrada para aquello que Dios fuere servido de ocuparlo.
Esto presupuesto, respondo al argumento que se me puso, diciendo el poco provecho que se saca ya, por las malicias de los hombres, del ejercicio de la charidad que con ellos se tiene, que, dado que no se siguieran los fructos colmados como se pretendían en los trabajos que los religiosos padeciesen fundando en el Andalucía y predicando y enseñando a las gentes, no era ése inconveniente ni razón bastante para que nos estuviésemos mano sobre mano encerrados y retirados en las celdas. Lo uno porque [273r] siendo Dios el que da el velle et perficere 190, el crecer y aumentar, siendo sólo de mi parte obligado al sembrar, no puedo yo estar cierto de lo que Dios hará en tal o tal ocasión; y fuego grande que no quemó una posesión puede después llegar a tal tiempo una centella que, por estar la materia más dispuesta y soplar aire, abrasarla y quemarla.
¿Cómo puedo yo saber lo que hará Dios el año que viene compadeciéndose de tantas miserias y tinieblas del mundo? Cuántos años hemos visto secos y después, sin pensar, viene una copiosa lluvia, como sucedió en tiempo de Elías y del rey Acab, de suerte que cuando más seguros estaban, una nubecilla que no era más que la huella de un hombre les cumplió y enllenó sus deseos. Cuántas veces pasan y vienen nubes y, por no ser llegada la hora de Dios, todas se pasan en seco y después una nieblecilla la vino el sol a fecundarla de tal suerte que envió lluvias suficientes 191. Nadie desconfíe, sino entienda que de pequeñitos principios suele Dios sacar grandes fines. Solos [nueve idólatras] convirtió Santiago en el viaje y peregrinación que hizo a España 192. ¿Quién entendiera que de tan poquitos creyentes se habíe de venir a hacer un reino tan lleno de fee? Ojalá, Señor, tú nos la dieses para que con fee y en fee obrásemos, que si ella fuese viva, aunque sea como un grano de mostaza, trabucaríe montes 193.
Respondo, lo segundo, que, dado que trabajando un siervo de Dios en obras semejantes no hiciese ningún provecho, no por eso en él habíe de dejar de crecer con las tales obras la charidad. Cuántos sanctos ha habido que han muerto mártires, y ahora son en la Iglesia de Dios exemplo y dechado nuestro, que con su predicación no sólo no convertían, sino en ella los tiranos quedaban más endurecidos. Pero no por eso dejó de ser glorioso su martirio y sus almas abrasadas en charidad. Bien sabes tú, Dios mío, cuando un tu siervo se arroja a obras semejantes, que cuanto es de su parte desea darte ganado un mundo. El
por qué no se gana tú sólo lo sabes, y sabes también no defraudar los pensamientos e intentos de los que con veras te aman y desean servir en cosas semejantes, y la culpa ajena no la ejecutas en el inocente; y si habiéndoles puesto delante [273v] de los ojos fuego y agua para que tomen y escojan lo que quisieren, el ser ellos tibios, flojos y perezosos no habíe de ser causa para que tu siervo que por tu amor trabajase quedara sin premio. Y si el poco provecho de los oyentes hubiera de disminuir el trabajo, celo y amor que tiene el predicador, ¿qué había de decir, Dios mío, de tus sermones, pues tantos hacías y tan poco fructo sacabas cuando v entre muchas compañías salíe acullá escondida una pobrecita mujer alabándote? 194 ¿Qué había de decir, Dios mío, cuando viéndote en una cruz no veo sino quien te blasfeme? 195 ¿No debe más, Señor, el padre de familias de preparar grande cena y buena comida, aparejar caza y manjares de regalo suficientes? Si el hombre, habiéndolo llamado, no quisiere venir, a su cuenta queda el gasto y comida. Bueno fuera que el mesonero le pusiera al güésped muchos manjares y que él los manoseara y estragara y no comiéndolos dijera que no los quería pagar; no es eso justicia, pagar tiene hecha la costa como si los comiera.
¡Oh buen Dios mío! ¿Quién, oyendo esto, no teme y tiembla? Que está a mi cuenta toda tu pasión y muerte, todos tus trabajos y azotes y que todo cuanto bien haces a los peccadores todo eso se lo pones a su cuenta para que todo lo pague; los sermones, amonestaciones, confesiones y la fee que publica el siervo de Dios entre infieles, todo eso lo pones a su cuenta, lo pagas a tus mayordomos, que son aquellos justos por cuyas manos administras semejantes bienes, y de todo como talentos entregados pedirás cuentas hasta el más mínimo céntimo w 196. ¿Qué diera un labrador por coger igualmente en buen año y en mal año, que llueva que no llueva, que nazca o no nazca el trigo, que siempre tenga una propia cosecha? Esta es la grandeza de aquellos que se ocupan y ejercitan en obras y oficios por el mismo Dios: que si, hecha la simencera y sembrada su palabra y derramada mi sangre, no aprovechare a aquellos por quien todo eso se hace, pagar tiene Dios el trabajo y el amor que en eso se puso, porque los hombres trabajamos como peones y jornaleros, quedándose las ganancias para sólo Dios, y nuestro jornal cierto para nosotros.
[274r] Yo pienso que seríe bien tornarnos a nuestra cuestión principal y al argumento que íbamos respondiendo, de donde salimos haciendo esta digresión tan grande que hemos hecho de la obligación que puede correr a nuestros frailes el juntar oración y recogimiento con acudir con el deseo y obras en lo que se pudiese a la conversión de las gentes en reinos estraños 197. Y digo que ha sido larga digresión respecto de la cortedad con que vamos tratando todas estas cosas, que, según la grandeza
de la materia y deseo que yo tengo de imprimirla en todos los corazones de nuestros hermanos, muy cortos hemos estado. Será la Majestad de Dios servido dilatar esta cortedad y darle tal virtud que siendo el deseo que aquí se ha tenido bueno, tenga la eficacia x necesaria para que se ponga por obra.
Santa Teresa y las fundaciones andaluzas
La cuestión principal que tratábamos era si sería lícito a nuestros frailes hacer algunas fundaciones en el Andalucía, respecto de algunos inconvenientes que en esta tierra se ofrecían y que contradecían el rigor de nuestra sancta reforma. Hemos ido respondiendo con algunos notables y conclusiones y satisfaciendo a los argumentos contrarios.
Ibamos en el último argumento que se nos había hecho, que era decir que la sancta madre Teresa de Jesús, que tanta luz tuvo del cielo, tuvo notable repugnancia en estas fundaciones que hizo de su orden, y que se entiende, si no fuera obligada por la obediencia, no las hiciera. Hemos ido respondiendo a este argumento, a cuya causa hemos tratado del ardentíssimo deseo que esta sancta mujer tuvo de la conversión de las gentes y que todos, si fuera posible, por trabajos que ella abrazara, conocieran a un solo Dios verdadero, trino y uno, de quien ella recebía tantos favores; porque es certíssimo, a medida del conocimiento que a un alma se le da del mismo Dios, a esa medida crece el deseo de communicarse a todos los hombres y desear que todos le conozcan de la misma manera z. La causa es porque Dios, cuando a un alma se communica y se da, se da y communica según él es a; y como Dios es bueno y de lo bueno es ser communicativo, de aquí es que donde quiera que Dios se halla, se halla con esta propiedad de bondad y communicación. Y así, tiniendo tanto Dios esta sancta mujer, tanto conocimiento de su bondad, érale fuerza desear que todos los hombres se salvasen.
Esta doctrina es fácil y no será necesario prolongarla más; pues, dejando como principio cierto que esta sancta mujer [274v] estuvo llena de estos deseos, hemos de entender que obró según ellos; y si las obras no llegaron a lo que ella deseó, en eso hemos de ver cuánto Dios la amó, pues en su alma depositó más deseos, bienes y thesoros que pudo en vida poner en ejecución o que sus fuerzas alcanzaron. De suerte que todo lo que en ella hubo en obras y deseo fue exceso de amor: en las obras, pues éstas excedieron no sólo a las fuerzas de mujer, pues entre las mujeres de nuestros tiempos y las antiguas fue la más única que se ha visto, y aun a las de los hombres, pues en tiempos tan contrastados y peligrosos no ha habido hombre que haya salido a semejante impresa. La cual hasta hoy no la dejara si no la dejara [la]
vida; la cual, por dejarla Dios tan impresa y viva en sus hijos y hijas, gustó de llevarla donde gozará otra vida angélica, celestial y divina en la tierra de los que viven 198.
Y pues con esto vamos confirmando la digresión que arriba hecimos, digo una palabra más b. Es opinión muy cierta, así lo he oído decir a muchas personas, que esta sancta murió de unos crecimientos de amor, los cuales, llegando a tal exceso, resolvieron las disposiciones mediante las cuales el alma informa al cuerpo, hasta que le fue fuerza el alma buscar otra posada 199. Porque el amor divino que une, junta y ata un alma con Dios, este propio amor desune y desata al alma del cuerpo, así como un propio amor que tiene la mujer a su marido, con el cual se junta con él a ser una propia cosa, ese propio amor le hace y fuerza a dejar la casa de sus padres. Pues digo que creciendo en esta sancta mujer este amor dio con ella en tierra, digo con su cuerpo en c la tierra y con su alma en el cielo. Digo, pues, que morir de amor esta sancta mujer fue señal de que moría por verse coartada y detenida para no convertir todo un mundo, si ella pudiera. Pruébolo porque si murió de amor el amor esto tiene: que d si no halla el enpleo de lo que desea, consume y acaba a la persona en quien se halla, porque tiene la propiedad del fuego, de quien arriba, en este propio tratado, hemos dicho que, si no halla materia que quemar y consumir, él en sí propio se quema, consume y hace ceniza. Así como si el fuego estuviese en un leño, sólo pegándole otros muchos es fuego que mucho dura, pero si está solo quémase aquel leño y consumido deja de ser el fuego en aquella materia crasa y basta, [275r] conservándose siempre puro y simple en su propia esfera.
Pues consideremos a esta sancta mujer llena de este fuego y que a él se le pegaron muchos conbustibles, que fueron tantos religiosos y religiosas, y que a todos los encendió y abrasó en su propio y divino spíritu que de Dios tenía; y apeteciendo este fuego más leña, más fieles y creyentes que dar a Dios, no pudiendo alcanzar tanto como ella deseaba por ser mujer y tener vida contada, fue fuerza que aquel amor y fuego consumiese y acabase el sujeto donde estaba y diese con él en el cielo, donde el fuego y amor está más puro y más sencillo. De donde entenderemos la causa por qué Dios muchas veces a personas que se ocupan en bien de las almas les da vida larga, al parecer contra todas reglas naturales, pareciéndonos cada día habíen de morir mill muertes. Es la causa porque la vida en estas tales personas es el amor, y este amor, mientras halla qué quemar, vive y se conserva, tiniendo por
conservación de su propia vida el darla a quien no conoce a Dios; y si le conoce, le ame perfectamente. Y el día que a estos tales les falta esta ración cotidiana y estos sanctos ejercicios, ese día se dan por muertos y por personas e ociosas en este mundo. Y porque no lo estuviese esta sancta mujer, después de se haber ocupado en obras tan heroicas, quiso Dios llevarla donde tuviese por ejercicio y ocupación alabarlo entre las sanctas vírgines y donde como madre, que la habíe sido tan verdadera de tantos en el mundo, lo fuese también en el cielo aparejándoles lugar y recibiéndolos con amorosas entrañas.
Vueltos, pues, a nuestro argumento en que el contrario dice que esta sancta fundó como forzada en esta provincia y que se entiende, si no fuera obligada por obediencia, no fundara, dos partes tiene este argumento. El primero, que fundó como forzada y coartada. En esta parte digo que descubre en esta sancta mujer un altíssimo conocimiento de los sucesos que tendrían las cosas de su religión y un entrañable amor que tenía a la dilatación de su orden y communicación de los bienes que Dios tenía en ella. En la segunda parte del argumento se nos descubre el entrañable amor que Dios tiene a todos los hombres y a todas las provincias, [275v] a quien Dios se communica sin hacer aceptación de personas. Menester nos hemos declarar.
Digo, pues, lo primero, mis hermanos, que decir que esta sancta mujer fundaba en esta provincia como violentada o forzada, descubría en ella amor y conocimiento. Para esto quiero que notemos que es muy ordinario en Dios, cuando a una persona escoge para una cosa, darle conocimiento de lo bueno y no tal de aquella obra para que la escoge. De lo bueno, para que eso la anime a padecer trabajos hasta f alcanzar sus fines. Los no tales sucesos también le da a conocer para que este conocimiento la haga recatada, mirada, prudente y temerosa; pero como g el conocimiento de lo bueno tiene siempre más fuerza por estribar en las misericordias y bondad de Dios, pocas veces o ningunas es bastante el conocimiento de las cosas contrarias para detener la execución de la obra principal, fiando siempre de Dios enmendará los aviesos y torcidos de parte de los hombres.
Digo más. ¿Qué obra hay hoy en el mundo, por pura que sea, hágala quien la hiciere, aunque sea el mismo Dios, que, mirando la mala correspondencia que halla en los hombres, no la hagan como forzados y se vean por esta parte como detenidos en sí propios? Y si la mano de la misericordia de Dios no fuera la derecha, la que acierta, la que alcanza a hacernos bien, ¿cuántas veces la mano de su justicia y h nuestros propios peccados la hubieran estorbado y detenido? Y así, no es mucho que, tiniendo esta sancta tan grande conocimiento de los sucesos y obras que en su religión i se habían de hacer, no digo yo en lo que toca a estas fundaciones del Andalucía, sino a todas las demás, por una parte temeríe y obraríe como forzada y j, por otra parte, con
summo k y entrañable gusto, mostrando en lo uno el sancto temor que tenía a Dios l y en lo otro el amor grande que tenía a las criaturas.
La otra parte del argumento era decir que las habíe hecho estas fundaciones por obediencia. Y aquí digo se descubría el amor que Dios tiene a los hombres, pues con la obediencia previno al temor con que esta sancta acudía a estas fundaciones y, como quien sabía que el temor, en quien de veras ama, hace las obras tan detenidas, donde [276r] se teme algún defecto que peligra m la hechura de las mismas obras y, por no hacer un defecto, perderán mill mundos que hubieran de ganar. Y como Dios a los justos les sabe tan bien la condición, temeroso de no verlos estorbados n en las tales obras, después de les haber dado de ellas claro conocimiento, les da una obediencia que les hace cerrar los ojos en esos malos pasos para que, haciendo y obrando por obediencia y sin ojos que vean los tales defectos, no sólo no desmerezcan en las tales hechuras, sino merezcan muy mucho porque obrando por obediencia, en quien está el mismo Dios, los defectos que después resultaren en las tales obras quedan a cuenta del mismo Dios, que es el que en la obediencia lo o dispuso y ordenó.
Y así, yo pienso que habiendo hecho esta sancta estas fundaciones por obediencia, fue clara manifestación de la voluntad de Dios; y temer hacerlas p por la propia suya fue un celo divino y un temor sancto que los justos tienen donde se barrunta un pequeño desconcierto o desaguisado de los hombres al mismo Dios. De aquí también entenderemos la causa por qué Dios muchas veces, encomendando a sus siervos obras grandes, quiere que obren y las hagan en fee, sin darles luz particular de los sucesos particulares que ha de haber en ellas. Porque como el hombre de suyo es tímido y medroso, en cualquier q peligro o mal paso hallaríemos a nuestro obrero vuelto atrás y los pensamientos de Dios no puestos en ejecución. Por eso nuestro amoroso Dios, que quiere communicarnos sus bienes, sin reparar en nuestros males, tapa los ojos a los obreros con la fee para que r vayan adelante y Dios sea glorificado en sus obras y mill veces bendito en sus misericordias, que, sin reparar en quién somos y en la mala correspondencia que le hemos de tener, nos está haciendo mill bienes y ocasionando por mill partes a que le amemos y a que olvidemos nuestro pueblo y casa de nuestro padre 201. Que es decir que, pues Su Majestad nos da la mano, que ya no vivamos conforme [276v] las leyes del mundo, que es nuestro pueblo, ni según la carne y sensualidad, que es nuestra madre y padre.
Inconvenientes por el calor en verano
Parece no ha querido Dios yo haya concluido esta cuestión hasta que por experiencia yo haya descubierto todos cuantos inconvenientes puede haber en esta Andalucía sobre nuestras fundaciones, para que pueda responder con tiempo a ellos y ver cuáles y qué remedios serán mejores. Y como a los que ahora tengo que decir no podré responder por razones, sino por parecer de lo que será mejor en algunos inconvenientes que se pueden ofrecer, era necesario yo fuera gran sancto para que fuera s tenido y estimado por parecer de sancto y de siervo de Dios y que, así como los discípulos de Platón no le pedían a su maestro razón de lo que decía t, porque para ellos bastaba decir y saber que Platón lo había dicho, de esa misma suerte, quien se pusiese a dar parecer había de tener esa opinión que Platón tuvo en letras, en sanctidad para que, sabiendo que fue parecer de siervo de Dios, eso bastara para ponerlo en ejecución.
Yo confieso, hermanos, cuando me veo tan malo y tan peccador, me u podía v desconsolar eso y tener por locura scribir papeles quien tan poco los habíe de calificar con su persona y vida; y que para no dejar este entretenimiento, si lo es, o, por mejor decir, trabajo, ando buscando razones o medios que me puedan por alguna vía animar y consolar para pasar con ello adelante. Una razón hallo, y es que nadie debe desconfiar, pues de grandes peccadores ha hecho Dios grandes sanctos; y cuando yo por w mi parte desconfíe, Dios de la suya está aparejado a acudir con larga mano; y si siempre me quedare peccador, scribiendo lo que aquí dijere conforme a razón y justicia, la misma razón y justicia vuelve por sí en todo tiempo y en cualquier tribunal. Y papeles vemos de personas ordinarias de quien se aprovechan entramas repúblicas por haberse descubierto en ellos inconvenientes y remedios para ellos que en su tiempo la experiencia descubrió. Los cuales, si no los dejaran scritos en ellos, pudiera ser estar ciegos y con [277r] mill ignorancias; y otras muchas cosas han venido de mano en mano a noticia nuestra que si supiéramos quién son x sus inventores o scriptores, aunque fueran bárbaros reverenciaran sus nombres por el provecho que a la república vino de sus avisos.
Bien veo en mí falta todo esto: el merecimiento de la persona, la gravedad del parecer o la materia singular de que se trata; pero, a lo menos, una no se me pudo encubrir, que es el entrañable amor que tengo a los hermanos, para quien esto se escribe, y entre las personas que se quieren bien todo se estima y se guarda. Sólo podía yo tener un desconsuelo: en no ver pagado este amor que a los hermanos tengo y que, si de parte suya no lo hay, poco sirve que lo haya de parte mía. A eso respondo que, aunque eso experimento, no me desconsuelo por las buenas speranzas con que vivo; y conviniéndome en vida ser
aborrecido, será Dios servido en muerte sea amado, cuando no pudiéndome hacer mal tanto bien y riqueza tan grande para en la tierra ensoberbecerme en vida, en muerte me haga grandíssimo provecho sacándome presto de las penas del purgatorio y leyendo con afición lo que con summo gusto y trabajo yo he scrito.
Ningún hermano de los que ahora viven me podrá negar el haber tenido un grandíssimo deseo de acertar en lo que he hecho, hablado y escrito. Y digo les debe hacer más fuerza lo que he scrito que lo que he hecho en orden a la communidad, no obstante que en lo uno y en lo otro he ido con grande tiento, dejando libertad para que todos diesen sus pareceres y se aficionasen z a las cosas de rigor que se introducían. Digo, pues, en lo que toca a cualquier parecer que deje scrito, podría tener para con los hermanos alguna fuerza en ver que he tenido tiempo y gozado de ocasiones en que podía dejarlo introducido y puesto por obra sin aguardar a dejarlo scrito y puesto en cuestión, pues todos saben de cuán pequeño principio esto se enpezó; y las cosas en sus principios se manijean mejor y están más sujetas a su artífice para hacer de ellas lo que quisiere más que en otro tiempo. Es certíssimo he procedido con tanto temor y miedo en las cosas que mandaba u ordenaba, que escogiera yo mill veces más [277v] ser súbdito y mozo de casa que prelado. Háyase servido Su divina Majestad con todo y a mí me dé gracia para que le sepa servir y agradar y a sus charidades tanto amor suyo que siempre escojan el mayor rigor y lo que a Dios fuere más agradable.
El inconveniente que ahora yo descubro en esta provincia del Andalucía es el excesivo calor que hace los veranos (y lo propio será en cualquier provincia que tenga estos propios grados y altura), ocasión forzosa para relajarse en mill cosas, como por experiencia yo lo a veo el día de hoy en esta casa de Sevilla, porque afligiendo el calor de su parte y ayudando a ese fuego la clausura y encerramiento que se profesa en las celdas y los sayales que se visten, siendo como quien echa leña al fuego, los pobres frailes han de padecer y buscar naturalmente algunas cosas con que mitiguen esos calores y la vida sea algo llevadera —como yo propio lo he hecho en algunas cosas b en tres días que ha que vine, siguiendo la costumbre de los demás— subiéndose a los terrados de noche a buscar el aire, desenalforjándose o desnudándose porque dicen se ahogan de calor, no pudiendo estar con tanta compostura en su tarima ni con tanta modestia en los actos de communidad porque, derritiéndolos, el calor los hace flojos, pidiendo licencia c entre día para beber, buscando ocasiones para se bañar, para salir de la celda, para pasearse por la güerta y aun para parlar y gastar el tiempo que se habíe de ocupar en leer, rezar o estudiar. Todos estos inconvenientes he visto que nacen de los calores excesivos que en esta tierra hacen, sin casi saberles de repente el remedio que se les puede dar.
Y estos inconvenientes que dentro de casa se ven, están más en su fuerza por los caminos cuando los religiosos en verano salen de sus conventos. No parece posible ir con tanto calor y sayal a cuestas por esos caminos; vense obligados de ir sin capas y aun sin capillas de noche y de día en las posadas sin la modestia regular que en la Religión se profesa d. Si algún scrúpulo tienen, se les quita con facilidad viendo que es uso de tierra y que los otros frailes hacen lo propio. Y aun las mujeres [278r] mozas de las posadas, que para mí eso bastaba para no consentir que ningún religioso caminase en verano o que no entrase en posada o mesón, porque en él he visto que con particular libertad y desenvoltura las mujeres andan en camissa, desnudas de pie y pierna sirviendo por la casa, que si no es puniéndose un güésped un velo o cosiéndose los ojos ha de topar con ellas a cada paso; y es recia cosa que, guardándose un religioso todo el año entre dos paredes sin se atrever a levantar los ojos por no topar alguna liviana ocasión que le sirva de tropezón, sin pensar o sin sentir se topó con quien puede el demonio hacerle guerra todo el año trayéndole a la memoria la figura desconcertada que sin querer vido muchas veces delante de sí; y de que el demonio haga esto no hay que espantar, porque, no tiniendo otra ocasión en todo el año, aprovéchase de ésa para atormentar y afligir al pobre religioso encerrado.
Parece que los prelados, que desean summa perfección en su Religión, deben buscar algunos remedios para quitar estos inconvenientes, no sean causa de alguna relajación que podría ser haber presto en esto, y en otras cosas que en el discurso del año descubrirá el tiempo los ojos a quien dijo que las religiones reformadas se relajan con facilidad en el Andalucía. Yo confieso que llegué a este convento de Sevilla a tres de agosto 202 y que, habiendo más de catorce años que no vestía estameña ni me quitaba el sayal, me vi tal que, acudiendo algunos religiosos a pedirme me pusiese túnica de stameña, lo hice por parecerme que a no traerla sólo me obligaba el buen exemplo que debía dar a los religiosos que no la traían, y ese exemplo ya no era de consideración, porque de nada aprovechaba, y así callé y me la puse y dije: también soy yo de carne como los demás, sea por amor de Dios. Sólo hay un mal o inconveniente que de aquí puede nacer, y es que, mudándose los religiosos de esta provincia a esotra donde no haya ese calor, podrían ya ir tan mal enseñados [278v] que llevasen adelante sus reglas de relajación no por necesidad, sino por costumbre, y que así pesasen las niñerías que los prelados en esta provincia les hubiesen consentido por las causas y razones dichas, a quien en Castilla y en otras provincias no tienen esa necesidad.
Ahora es menester saber, puesto caso que decimos que conviene hacer estas fundaciones, con qué se podrían atajar algunos de estos
inconvenientes para que siquiera no haya tantos y ya que para todo no haya cura, la haya siquiera para alguna parte. Lo primero, digo que a mí, en justicia y razón, esto me podría consolar en las cosas que yo no pudiese remediar, que si en esta tierra el calor aflige tanto con estameña e orilla de las carnes como en Castilla con sayal, todo es hacer penitencia, conmutada la una en la otra, y el sayal en calor, y yo por mayor penitencia tengo beber por no poder sufrir la sed que no no beber por no tener sed. Mirad qué regalo es para el enfermo beber si tiene calentura y descubrirse en la cama, si se abrasa, y que le hagan aire, si se ahoga. Más querría estar templado y no beber ni descubrirme en la cama ni buscar aire por las azoteas.
No habrá fraile tan relajado y perdido que, quitándole esas ocasiones o inconvenientes f, mudándole de una provincia a otra o haciendo otros remedios, quiera siempre y en todas partes, sólo por su antojo y mala costumbre, seguir los fueros y licencias de la tierra ocasionada. Y si en esto el súbdito tuviere descuido, para eso tiene prelados que le vayan a la mano y sepan corregir y enmendar. Lo que ahora hay que ver, cómo en algo siquiera se podría remediar algo deste inconveniente. Digo, lo primero, que sería bien, dentro de la misma provincia, mirar la tierra y pueblos más templados y en los pueblos las partes más frescas, pues desto suele haber diferencia no sólo entre los pueblos, sino entre barrios de unos propios lugares, [279r] como lo vemos en Ronda y Sevilla y Córdoba, que en Córdoba se asan y en Sevilla se fríen y en Ronda se sancochan. De suerte que aunque Ronda es g calurosa, es menos que estotros pueblos, y dentro del propio Ronda nuestro sitio es más fresco que los que hay en el pueblo.
Digo más: que es lícito y cosa muy justa en esta tierra hacer celdas bajas, así para los enfermos como para los viejos y otros necesitados, y que de ninguna suerte los religiosos duerman de comunidad en dormitorio común, sino cada uno en su celda, porque de suerte ninguna no haga daño con su más o menos compostura; y pues el ejercicio y movimiento h es causa de calor, estándose quietos en sus celdas no tendrán tanta necesidad de buscar terrados ni de enfriarse con beber. Y en lo que toca a los caminos, no sólo no es bueno que los prelados muden y trasieguen los frailes en los meses rigurosos del verano en el Andalucía, pero ni en ninguna i tierra, porque cierto es la cosa más rigurosa que se puede imaginar enviar un pobrecito fraile descalzo en medio del verano por esos caminos sin dineros, a pie o con poca commodidad y cargado de sayales, abrasándose vivo, necesitado de encharcar agua en todas las fuentes y arroyos y que venga a su convento con enfermedad de un año.
Si alguna vez esto fuere forzoso, bien se les puede pedir por las entrañas de Cristo acudan a los mesones las menos veces que pudieren, pues a un fraile pobre le es fácil hallar posada en cualquier casa honrada
que la pida, que bien saben les ha de ser de poca molestia y enbarazo un pobre fraile que se ha de contentar con un pedazo del suelo y un mendrugo de pan; y siendo él de su parte de tan buen contento, estén ciertos no los dejará Dios en el suelo ni morir de hambre; pierdan la vergüenza y temor que para esto pueden tener y lleguen con confianza, que todos los acogerán de buena gana. Bien veo esto es de alguna mortificación; que en este [279v] camino lo decía yo a nuestro compañero y me lo gruñía y decía que no de suerte ninguna, que en el mesón nos daban luego lo que habíemos menester. Es verdad que lo daban, pero con los inconvenientes dichos. Y se quitaban con llegar a una casa honrada y decir: Hágannos charidad, por amor de Dios, de recebir por un rato a dos religiosos pobres, que Dios se lo pagará.
Dios es tan bueno y tan amoroso que, por el sancto celo que tienen los tales religiosos de quitar estorbos e inconvenientes, les hará salir de sus aposentos y regalo a los propios dueños y dejarlos para los güéspedes, que ésa es la fuerza y eficacia que tiene la palabra de Dios y lo que se pide en su sancto nombre. Y si no, acuérdense cuando Cristo envió a dos de sus discípulos por el asna para la entrada de Jerusalén el domingo de ramos: que sólo les mandó que, si alguien se lo quisiese estorbar, no tenían más que decir que el Señor tenía de ella necesidad 203; y cuando quiso ir a cenar, no tiniendo casa donde celebrar la Paschua, les dijo que dijesen a un hombre que habíen de topar que el Señor decía que quería celebrar la Paschua en su casa 204. ¡Oh, qué gran cosa es pedir en nombre de Cristo! No digo yo a los hombres que creen y usan de razón, pero a las criaturas insensibles que se les pida en el nombre de Cristo para que nosotros seamos más sanctos, harán lo que les pidiéremos: al sol que no caliente y al sayal que refresque, y a nuestro cuerpo bestial que sufra. Todo lo harán en nombre de Cristo, a trueco de que nuestro sancto rigor vaya adelante y nuestra sagrada reforma no se menoscabe ni relaje. Dénos Dios a sí propio, que con su ayuda todo se podrá, etc.