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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
1. El lector tiene delante la última de las cuatro partes de que consta el tomo IV autógrafo, que abarca los ff.187r‑313v. En el volumen I incluimos ya las partes primera (El conocimiento interior sobrenatural) y segunda (Diálogos entre Dios y un alma afligida). En éste, recogemos las otras dos: Necesidad de reforma en todas las religiones y la actual. Estamos de nuevo ante una sección autónoma y bien delimitada. Presenta su título original, que abreviamos por motivos prácticos. También en este caso hemos agregado nosotros los subtítulos.
2. Según la declaración inicial, san Juan Bautista de la Concepción responde a las seis dificultades en las que el franciscano Andrés de Velasco sintetizó sus conclusiones como resultado de la visita apostólica efectuada a la descalcez trinitaria en 1608, de marzo a julio: excesivo rigor, desmedido aumento de religiosos, necesidad de buscar limosnas en perjuicio de los labradores, apetencia de comodidades por parte de algunos candidatos, escasez resultante de personal para los servicios militares del reino, persistencia de tensiones internas. Les antecede una primera afirmación, que no es reproche sino subido elogio, a saber, que «el dicho visitador no halló peccado venial en la Religión». La visita fue decretada por el nuncio Decio Carafa a instancias del duque de Lerma, por lo cual el informe del visitador llegó a manos de nuestro Santo a través del propio duque1. Con buen método, el autor enumera de entrada los siete puntos, para responder después detenida y ordenadamente a los seis reparos2. Por este contexto y por algunas alusiones textuales, se puede mantener como probable que los folios en cuestión fueron escritos hacia 1609/10, algunos de ellos en Madrid3.
El P. Velasco, contrario al impulso autonomista de los reformados, era del parecer que los trinitarios descalzos debían ser reintegrados en la única Orden, idea reflejada en varias de sus objeciones referentes al exceso de rigor y de conventos. Su propuesta contó con el respaldo del nuncio. La visita se convirtió, así, en peligro inminente para la descalcez. El caso de los agustinos recoletos, sometidos también, por el mismo tiempo, a visita extraordinaria (del calzado P. Francisco Pereira) y, sucesivamente, suprimidos (16‑VII‑1608)4, sirvió de ejemplo y estímulo para intentar poner fin a los trinitarios descalzos. Lo impidió la protección del duque de Lerma5.
El Reformador, el más afectado, escribe en el presente texto: «Cierto que, si algunas veces no me pusiera a pensar que habíe Dios querido y permitido esta visita en nuestra sagrada Religión para nos probar, mortificar y ejercitar en aflicciones y penas, y para que con claridad se descubra lo que Dios tiene en ella y cuán mal le sabe al demonio el aumento de la virtud y multiplicación de los siervos de Dios, no sé qué me respondiera a algunos cargos de éstos».
3. La reforma pertenece a Dios Trinidad, que es su único fundador, guía, protector. Esa honda certeza es la que da brío al autor, no para salir en defensa propia, sino únicamente para «hacer las partes de Dios defendiendo su Religión». La primera observación del visitador le parece a este respecto tumbativa: Si, a su decir, «no halló peccado venial en la Religión», salta a la vista que los trinitarios descalzos viven en conformidad con los planes de Dios y que el Señor los conduce con brazo omnipotente. «Religión donde se sirve a Dios con tantas veras que no se halla en ella peccado venial, ¿qué dificultades la pueden contrastar ni cosas la pueden menoscabar?».
El argumento del rigor, lejos de constituir una objeción, abona, según él, la autenticidad y solidez de la reforma, ya que, ante el asombro general, la mayoría de los que lo profesan son «niños» (jóvenes de 15/16 años). Además, «ésta no se puede llamar carga pesada ni rigor demasiado, pues es de Regla dada por Dios y confirmada por el Spíritu Sancto, cuyas veces hace el summo pontífice». Para probar que se trata de la obra de Dios no se requieren milagros, profecías, revelaciones, cosas todas expuestas a engaño. Basta fijarse en el curso normal de la vida de los descalzos: espíritu de observancia, mortificación, alegría, etc.
4. La acusación de crecimiento desmedido «más es cargo y capítulo contra Dios que contra nosotros». En efecto, la intervención divina brilla con nitidez en el ritmo expansivo del instituto, que disponía entonces, a tenor de las referencias explícitas que se leen, de trece casas y unos 250 miembros, casi todos jóvenes. «Ninguna cosa, a mi parecer, hay que mejor pruebe ser ésta obra de Dios que ver su aumento».
Nuestro Santo se explaya en exponer la paternidad divina respecto a la floración de candidatos, llamando a Dios «el Señor de las vocaciones». Defiende que la SS. Trinidad se emplea de modo especial en dotar a «su Religión» de hombres de todas las extracciones sociales. La pobreza en personal cualificado desde el punto de vista institucional (escasos maestros, predicadores) y mundano (pocos elementos socialmente brillantes) pone mejor al descubierto la libre iniciativa de Dios. Y el hecho de que se precisen disposiciones particulares demuestra que no estamos ante llamadas fáciles y camufladas.
El Santo examina reposadamente los pros y los contras anejos a la admisión de nobles, intelectuales, ricos, grandes. Subraya la mayor dificultad de todos éstos para asumir el seguimiento de Cristo con humildad, espíritu y verdad. No desdeña, con todo, el tener en sus filas un manojo de tales sujetos, ya que con sus dotes y
experiencia pueden servir de «cabestrillos de la Religión», de «escalones» para los de fuera: saben desengañar acerca de la vacuidad de los bienes pasajeros y mostrar de forma atrayente los valores imperecederos de la vida religiosa. Advierte, eso sí, que semejante beneficio no pasa de ser secundario y ocasional. No es ésa la «parte principal sobre la que se carga y fabrica el edificio de la Religión».
Todas estas páginas rezuman una confianza ilimitada en el triunfo de la descalcez frente a todos sus enemigos. No hay que temer, ya que es «la SS. Trinidad padre, señor y patrón de la Religión». «Pues digo que corten, derriben, maten, estorben, detengan, que por ese propio camino Dios poderoso, que la rige y gobierna, ha de hacer crezca de suerte que no se pueda contar su sucesión».
5. Sorprenderán al lector una serie de aseveraciones. La profusión de candidatos para una vida tan extremosa en su rigor colisiona con las afirmaciones relativas a la aridez e insalubridad espiritual de la sociedad. El aumento numérico está, en principio, reñido con el cualitativo. Sin embargo, el Reformador insiste en que la descalcez crece en ambos sentidos. Reconoce también la escasez de formadores, hombres maduros, inclusive sacerdotes. ¡Frágiles cimientos para un edificio en ampliación! Parece que la apertura a muchos debería ir en detrimento de la hondura y calidad en la educación. No obstante, subraya lo opuesto, defendiendo incluso que el Espíritu Santo infunde en los novicios una perfección que ningún maestro es capaz de transmitir. En fin, no resulta tan evidente que, como da por sentado, en la España de su tiempo abundasen más las personas dotadas para la vida rigurosa de la reforma que las revestidas de prendas exteriores (títulos o parentescos nobiliarios, prestancia física, dinero).
En realidad, estas y otras posibles observaciones de índole sociológica, económica o simplemente humana, en la óptica del Reformador, caen de su peso ante la experiencia cotidiana de una familia religiosa fundada y mantenida por la SS. Trinidad. Partiendo de este dato, para él no existe más lógica que la sobrenatural: «No hemos de querer regular las cosas de la Religión por lo que fuera de ella pasa». Los datos objetivos, tal y como los interpreta (de forma opuesta a sus detractores), diluyen las posibles dudas en torno a la autenticidad vocacional de sus religiosos.
6. Respecto a las presuntas comodidades, el autor, en vez de evidenciar el contraste de la acusación con el estilo de vida de los descalzos, se dedica a ponderar los provechos espirituales que alcanza el religioso. Casi toda su reflexión se asienta en la ecuación entre comodidades y bienes del alma, sin dejar por ello de criticar tangencialmente el planteamiento mismo de los adversarios con dos argumentos contundentes: su contradicción frontal con el primero de los cargos (excesivo rigor); las concretas privaciones y penitencias que se practican, excluyentes de comodidades físicas. No se puede ignorar la evidencia de los hechos. Dicho esto, es claro que «se busca la comodidad espiritual», coincidente con la perfección evangélica. Unión con Dios, el sentirse feliz con un mendrugo de pan, un hábito tosco y unas tablas por lecho, paz interior y exterior, soledad y retiro, obediencia, humildad, paciencia y esperanza, gozo y sosiego espirituales vinculados a una vida de pobreza, trabajos y oración: he ahí —repite el Santo— la comodidad del trinitario descalzo. «Estas son las comodidades que el Hijo de Dios tuvo en la tierra». En realidad, el religioso pobre y humilde que vive unido a Dios nada reputa como incomodidad.
7. El último de los cargos denunciaba la existencia de inquietudes y conflictos entre algunos hermanos. A este propósito el Reformador monta su defensa siguiendo una doble línea argumental: Primero, trata de demostrar que, en la vida espiritual, caben porfías legítimas entre los siervos de Dios; segundo, presenta como buenas algunas disputas surgidas entre sus religiosos.
En «las cosas de la tierra» los altercados nacen de la insatisfacción por el propio estado y de la envidia por el ajeno. Ambos sentimientos se han de descartar en los justos o siervos de Dios, pues se hallan colmados de los bienes que necesitan. En el presente caso, sin embargo, las porfías, atinentes a los bienes del alma, delatan el deseo de que «sea Dios más glorificado en lo que es más perfecto». Dios conduce a cada uno hacia el cielo por senda y con gracias particulares. De ahí emana la justa «altercación y disputa de las cosas sobrenaturales» entre los buenos. El deseo de beneficiar a los hermanos les induce a mostrar como lo mejor y más agradable a Dios la propia experiencia. Los contrastes entre los descalzos entran, según el autor, en esa categoría de santas emulaciones. Tienen su origen en la gama de virtudes delineada por la Regla.
Pero se daba también otro tipo de discrepancias, fruto de móviles nada caritativos (intereses de parte, amor propio, soberbia, inobediencia). El Santo ha rehuido los altercados y disputas nada encomiables que estaban a la vista de un observador externo (nuncio, visitador, duque de Lerma...) y que, por ejemplo, habían cristalizado en ciertos conatos de rebelión, en la ajustada elección del provincial, en una visita canónica de inspección. Seguían oyéndose las protestas de ciertos sectores contra su rigorismo. Toca sólo una de las cuestiones más vidriosas que dividían a los descalzos: «si, habiendo en estas religiones reformadas algunos religiosos y padres de los que han venido del Paño y otros que han entrado del siglo, ¿con quién de estos religiosos se ha de entablar, cuáles se han de elegir por padres y prelados?».
[187r] RESPUESTA A SEIS DIFICULTADES QUE EL EXCELENTÍSSIMO DUQUE DE LERMA ME PUSO ACERCA DEL ESTADO DE NUESTRA SAGRADA RELIGIÓN, SEGÚN LE HABÍE INFORMADO EL SEÑOR NUNCIO POR LA RESOLUCIÓN QUE TUVO DE LA VISITA QUE HIZO EL P. FR. ANDRÉS DE VELASCO, CONFESOR DE LOS PRÍNCIPES Y COMISARIO GENERAL DE LAS INDIAS, DE LA ORDEN DE SAN FRANCISCO.
Lo 1.º, dice que tiene particular satisfación de la Religión por haber sido informado que en toda la visita el dicho visitador no halló peccado venial en la Religión.
Lo 2.º, dice que en la Religión hay tanto rigor y aspereza que le parece no puede ir adelante.
Lo 3.º, que en poco tiempo se han hecho muchos conventos de estos reformados y recebido muchos frailes.
Lo 4.º, que se quejan que el reino está muy cargado con monasterios porque se duplican todas las religiones; y crecen las limosnas y son molestados los labradores.
Lo 5.º, que algunos buscan su commodidad en las religiones.
Lo 6.º, que hay ya tantos religiosos que apenas hay quien vaya a la guerra y a servir a su majestad.
Lo 7.º, que es informado que ciertos hermanos que se han inquietado en la Religión aún no están pacíficos y sosegados.
Yo quisiera, dándome Dios su gracia, responder a estos capítulos despacio y en otra ocasión para que, haciendo las partes de Dios defendiendo su Religión, quedara el demonio más concluido y las dificultades más satisfechas.
«Le provintie de discalzi fatte qui ultimamente sono tenute comunemente non necessarie. E se non havesse havuta questa provincia della SS. Trinità il patrocinio del Sr Duca di Lerma, che n'ha fondato un convento in questa villa, già sarebbe stato supplicato N. Sre a ordinare che anco questa, come quelle delli agostini, fosse ridotta all'obedienza de padri mitigati» (ASV, Borghese II, vol. 268, 235r). En referencia al plan abolicionista de los agustinos recoletos, ya había escrito Carafa el 18 de mayo: «Questo istesso si desidera dai frati discalzi della Sma Trinità» (ASV, Borghese II, vol. 269, f.245).